Revista destiempos n° 32 I septiembre – octubre 2011 I Publicación bimestral I www.destiempos.com I Espacio de reflejos Axel Chávez Pasaba las tardes enteras mirando el reflejo de los años, que formaba la figura de su ser a través de los cristales del espejo. En él se observaba su nítido encanto; estética antagónica del hombre y sus preceptos cotidianos. Era una apariencia antigua flagelada por el aura del destino No contaba historias, ni expresaba con palabras la timidez de sus ideas. Había asentado la forma de su cuerpo en una vieja y demacrada mecedora, que regía los escasos movimientos de sus años. Las débiles curvas en la parte inferior de la silla, -que cargaban consigo el peso de los días-, balanceaban su rítmica vida, que regía su armonía en la pasiva soledad de sus ajenos pensamientos. Sus manos rígidas y arrugadas, se clavaban a la vieja madera que el tiempo y sus misterios habían debilitado. Los días y las noches pasaron, con ellos la esencia de la antigua vida, y ella jamás cambiaba; su mirada clavada al espejo, que trataba de observar con esfuerzo los momentos más preciados de su alma, a través del reflejo de su imagen. Estaba siempre en la misma silla, cubierta en sus viejos vestidos, que en las formas deslavadas de su tela, aún guardaban sus íntimos secretos. Los ruidos; y el llanto y los gritos; y el placer y la alegría, hacían resonar las ventanas y el eco de los muros flagelados por el paso fugaz de las nuevas generaciones. Y ella seguía siempre ahí, en el mismo rincón que 119 | P á g i n a Revista destiempos n° 32 I septiembre – octubre 2011 I Publicación bimestral I www.destiempos.com I destinó la agonía, y la dádiva que alguna vez pudieron producir sus manos. Jamás pronunció una palabra, ni sus gestos transformaron sus facciones, la misma mirada azul abatida entre impurezas, y visibles imperfecciones en su rostro, permanecieron inmóviles para siempre. Capas y sombras de arrugas cubrieron la fatiga de su piel, y adornaban la deformidad de sus sienes cubierta de rizados cabellos de tintes plateados. La abuela permaneció en su sitio hasta el último segundo de sus horas. En su muerte, prensadas sus manos al balance de la silla, continuó el transitar de sonidos habituales sin que nadie conociera de su ausencia. Falleció a las pocas horas, no hubo lágrimas póstumas ni ceremonias. Esa mirada anciana, que podía observar la tristeza de los hombres hasta lo más profundo de sus almas, diluyó su color y su imagen, y apagó sus pupilas para siempre. Al centro sigue la misma silla, invisible, como era la presencia de la abuela. Se mueve al ritmo del viejo estilo que se hizo uno en su misma forma. Nadie ha deseado volver a ella, aún se palpan los teñidos de su aura, es como si viviese en ese suelo, que a través de los cristales del espejo, observan los espacios que reflejan nuestros años. 120 | P á g i n a