Presentación: Razones y motivos para una reflexión sobre la educación rural La importancia de una reflexión sobre la educación rural en este momento nos viene dada no solamente por la evolución de las dimensiones cuantitativas del fenómeno de la ruralidad sino también y sobre todo por las cualitativas. En términos de cantidad no hay que olvidar que la población mundial que habita en contextos rurales supera a la que habita en zonas urbanas, un 52% frente a un 48%. Esta cifra evidentemente no permite ocultar el ritmo de despoblación que ha sufrido el campo en las regiones más desarrolladas del mundo, y particularmente España, en la última mitad del siglo xx. Si observamos los movimientos migratorios de las nueve provincias más rurales de nuestro país podemos constatar que en 1950 pierden el 16,6% de la población y hasta el 25% en la década de los años sesenta. Son unas provincias que, representando el 24% de la superficie española, tan sólo albergaban al 6,66% en 1970. Matizando estos datos y utilizando el criterio de poblaciones de más-menos 10.000 habitantes, el censo de 1991 ofrece la cifra de 9.727.800 personas (de los 38.872.200 ciudadanos españoles de entonces) que residen en poblaciones menores de 10.000 habitantes, un 26,42% de la población total. Evidentemente es una minoría pero no tanta como la representada por la autoconciencia de agotamiento que tiene la propia comunidad rural. Lo que sí es cierto es que el mundo rural está sufriendo una profunda transformación y que lucha agónicamente por adquirir una nueva forma de vivir. El trabajo rural dominante ya no es el agrario, que desciende progresivamente (de 1980 a 1998 de un 17% a un 8,48% y de 1989 a 1995 ha perdido 500.000 agricultores) mientras otros sectores aumentan, como por ejemplo la construcción rural que alcanza un 14% o el sector servicios rurales que llega a un 34%. El relevo generacional desde el año 2000 al 2006 solamente está asegurado en una de cada tres explotaciones agrarias españolas y el 20% de las mismas han venido percibiendo el 80% de los fondos de FEOGA (Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícolas de la Unión Europea) para poder subsistir a las nuevas exigencias de cambio. Solamente como botón de muestra de la metamorfosis que está sufriendo el campo podemos ofrecer los datos que la prensa local de una de las provincias más rurales de España presentaba en grandes titulares a propósito de un estudio de la Fundación Encuentro sobre los retos de la industria agroalimentaria en Castilla y León: El 70% de las explotaciones agrarias no subsistirán a las condiciones del PAC. Alrededor de un 70% de las explotaciones agrícolas existentes en la provincia de Ávila tendrán muy difícil su subsistencia entre los años 2000y 2006, debido a que las estructuras que mantienen no son adecuadas para permitir su sostenimiento en las condiciones que fija la Política Agraria Común (Diario de Ávila, 17-06-2000). El cultivo de la tierra (agricultura) está perdiendo población activa en los países desarrollados y la importancia que tenía la extensión de tierras como fuente de alimentación hace solamente unas .décadas está siendo sustituida por la intensidad de los 7 cultivos. La tecnología y el conocimiento aplicados a la producción de alimentos trae como consecuencia el que cada vez se necesiten menos hectáreas de tierra para producir más alimentos. Esta nueva situación está concentrando la agricultura en las zonas más fértiles y, forzando su abandono en otras menos productivas. También estamos asistiendo con los productos transgénicos y las aleaciones de materiales en los laboratorios a un cambio de función de la tierra entendida como fuente exclusiva de productos alimenticios y materias primas. Por primera vez en la historia el espacio rural esta dejando de ser, de una forma generalizada, un lugar exclusivo de trabajo afligido para poder sacar a la tierra su fruto y se está transformando en un lugar de estancia disponible para el ocio, el tiempo libre, el descanso apacible y el turismo. El valor incluso económico de la tierra ha dejado de depender exclusivamente de su fertilidad, para depender cada vez más del lugar estratégico en el que está situada para cumplir estas nuevas funciones rurales. Todo esto incide en cambios cualitativos de la vida rural que es necesario abordar con reflexión. En términos cualitativos, la gente del campo es consciente de que más que vivir en una época de cambios está viviendo un cambio de época. Uno de los mayores problemas del mundo rural es la conciencia que tiene su comunidad de que este cambio lo está padeciendo más que dirigiendo. La comunidad rural tiene una conciencia cada vez más clara de que los cambios que se producen en su espacio de vida no están protagonizados ni por ella ni por sus líderes o autoridades y no responden tampoco a un proyecto propio. Son dinámicas y factores externos las que se introducen en su medio provocando efectos incomprensibles para los mismos que los padecen. Son excesivos los habitantes del campo que no saben hacia donde caminan las reformas agrícolas ni controlan las consecuencias que tienen sobre ellos, por poner un ejemplo, los Acuerdos Generales sobre Aranceles y, Comercio, o la AGENDA 2000. Así lo han expresado los colectivos rurales organizados e ideológicamente más diversos como pueden ser COAG (Coordinadora de Agricultores y Ganaderos), SOC (Sindicato de obreros del campo), MCR (Movimiento Cristiano Rural), Jóvenes Agricultores, etc. Parece que la racionalidad moderna ha irrumpido en el mundo rural sin una estrategia dialógica, identificando, sin más, lo rural con lo atrasado, con lo ineficaz, lo marginal y lo subdesarrollado e imponiendo unas dinámicas consideradas unilateralmente como más eficaces y rentables. Nos encontramos frecuentemente que los criterios de racionalidad y eficacia que la modernidad ha construido parcialmente desde una perspectiva de rentabilidad monetaria no son compartidos por el concepto de racionalidad y eficacia que la cultura rural construye desde una perspectiva más social y moral. Se puede pretender instaurar un modelo de sociedad rural sin la participación de los valores sociales y morales a los que históricamente se siente ligada la población rural, pero querer construir un modelo racional de sociedad al margen del diálogo y al margen de las aportaciones que puede transmitir la comunidad rural, conduce probablemente a agudizar más la crisis de un modelo de racionalidad y de modernidad construido unilateralmente. Pretender construir un modelo de desarrollo rural donde la racionalidad queda reducida a actividades instrumentales muy eficaces pero sin haber acordado previamente, al menos entre los afectados, los criterios de eficacia y hasta su misma definición, puede conducir a agudizar más la crisis de un modelo de desarrollo moderno que se resiste a acoger en su proyecto determinados elementos irracionales de la vida rural y sin embargo puede convivir durante largas décadas con las graves irracionalidades que él mismo produce. 8 Salvar la modernidad desde el punto de vista de la cultura rural supone trabajar en una estrategia dialógica que no desprestigie unilateralmente como atrasadas y subdesarrolladas determinadas actitudes y conductas rurales, y que conceda a la comunidad rural el poder de la palabra y la acción comunicativa que se concede a otros colectivos pretendidamente modernos. Apostar por la modernidad no implica renunciar a determinadas dimensiones arracionales (no irracionales) de la vida rural y sí inyectar una dosis mayor que contamine de solidaridad y de moralidad a la inteligencia humana para que no naufrague en medio de tantas desproporciones y desigualdades innecesarias que ella misma está produciendo. Esta estrategia dialógica y racional en términos pedagógicos nos acercaría a una larga tradición educativa que, por poner un origen cercano, podríamos situar en Paulo Freire y continuarlo hasta las teorías de Habermas sobre acción comunicativa. Otro de los problemas que afecta a la identidad rural es la tendencia hacia la homogeneización de culturas y mentalidades. Esta tendencia homogeneizadora es particularmente preocupante para la superviviencia de las 10.000 culturas diferenciadas que existen en el planeta y que, presionadas por esta dinámica, desaparecen progresivamente sin que se inserten en ellas y desde ellas procesos educativos de futuro. En lo que se refiere a la cultura rural podemos decir que la comunidad rural tiene su propia tradición, sus 'peculiares modos de ser y de actuar, sus sistemas de significación y expresión, y esto ha de plantear determinadas preguntas a los educadores que pretendan insertar el aprendizaje dentro del propio proceso histórico y social de estas comunidades. Se tiende a perder la tradicional distancia entre las formas de ser, de aparecer y de vestir, entre las poblaciones rurales y las urbanas. Las costumbres, las expectativas, las formas de expresión, determinados valores y conductas están cada vez más homogeneizados por los medios masivos de comunicación. Esta ruptura de distancias es siempre enriquecedora cuando se produce mediante una comunicación fluida y bidireccional entre las diferentes culturas pero es al menos preocupante cuando esta distancia se acorta unidireccionalmente mediante la imposición más o menos solapada de la cultura dominante. Hay que tener en cuenta, además, que los valores de las culturas minoritarias, como puede ser considerada la cultura rural, son una riqueza de la humanidad. Su dominación o pérdida arrastraría perjuicios irreparables para todos y no sólo para los directa y coyunturalmente ligados a dichas culturas. Si observamos que esta ruptura de fronteras culturales se solapa con la permanencia de otra «cultura material» compuesta por las redes de distribución de los distintos servicios sociales, educativos, sanitarios, comunicativos, etc. que siguen impidiendo el tránsito ágil y rápido por ellas a los ciudadanos rurales, la cuestión resulta al menos paradójica. La constatación rápida de todos estos fenómenos justifican una reflexión sobre la educación en el mundo rural. Esta reflexión ha de tener como marco las preocupaciones del sector de población rural pero su perspectiva ha de ser la de la sociedad que queremos construir para todos. En este sentido la especificidad de la cultura rural no ha de entenderse como una realidad separada del resto de la sociedad. Las reflexiones y análisis que se aportan en este estudio monográfico sobre la educación rural están recogidas desde diferentes perspectivas. En primer lugar se presenta un trozo de nuestra memoria histórica desde 1939 a 1975 (M. Lacruz) y un análisis de la escuela rural actual desde la perspectiva de la LOGSE (Pedro Sauras). A continuación y desde una perspectiva más socio-pedagógica se presentan tres aportaciones 9 ue analizan las posibilidades de la sociedad de la información para proyectos educativos en el 9 medio rural (R. Flecha y E. Oliver); las condiciones igualitarias de la educación de personas adultas en las zonas rurales (C. Elboj) y un estudio sobre la cultura como factor estratégico del desarrollo rural (T. Díaz). La perspectiva global e internacional está recogida en tres análisis. Uno sobre América Latina y África (C. García) y otros dos estudios hechos desde dos países europeos distantes: Alemania (Ulrich Klemm) y Portugal (A. Melo). Finalmente se recogen dos reflexiones sentidas desde dentro del mundo rural: la realizada desde preescolar en casa (E. Fernández y M. L. Rey) y la realizada por el equipo de maestros del C. R. A. Puerta de Aragón de Ariza (C. Fraile, J. A. Iriarte y M. T. Olalla). Florentino Sanz Fernández, Coordinador de la Sección Monográfica del presente número. Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid. 10