Los viajes de Marco Polo “Señores, príncipes, duques, marqueses, condes, caballeros, gentileshombres y cada una persona que desee conocer varias generaciones de hombres, diversas comarcas y países del mundo y estar al corriente de las costumbres y usos de ellos; leed este libro porque en él encontraréis todas las grandes y admirables cosas que se hallan en el Asia, andando en la dirección del Levante, las cuales, todas contenidas por su orden, son narradas según las dictó el noble maese Marco Polo, gentilhombre veneciano, por haberlas visto con sus propios ojos en los años de Nuestro Señor del 1271 al 1295.” Cuando los hermanos Nicolás y Mateo Polo regresaron a Venecia, después de un largo viaje por toda Asia, traían consigo numerosos presentes y contaban verdaderas maravillas de los países y gentes que habían visto. Habían visitado al Gran Khan, emperador de Catay (en aquella época se daba este nombre a China), quien les había recibido cordialmente. Después de muchos agasajos, el Gran Khan les entregó ricos presentes y, nombrándoles sus embajadores, les rogó que llevaran un mensaje de amistad al Papa. Así lo hicieron a su regreso a Europa, y el Pontífice les pidió que trasladaran al lejano Oriente otros regalos y mensajes. Los dos venecianos decidieron volver en 1271 a las lejanas tierras. Esta vez llevaban con ellos al joven Marco, hijo de Nicolás, que contaba entonces diecisiete años y ya soñaba con las misteriosas regiones que iba a explorar. Ciertamente, ningún europeo se había aventurado hasta entonces en aquel imperio enigmático, encerrado tras su colosal muralla y del que se contaban las aventuras, visiones, experiencias y exploraciones más fantásticas entre dragones, ríos que se evaporaban, montañas que cambiaban de lugar para desorientar al viajero, etc. La verdad es que, cuando los tres venecianos se pusieron en camino, no encontraron nada de esto a su paso, y sí, en cambio, grandes nevadas, crecidas de ríos y los obstáculos propios de toda gran exploración, que alargaron el viaje durante tres años y medio, hasta llegar a la corte de Catay. Era entonces emperador Kublai Khan, descendiente del famoso Gengis Khan, quien ya había recibido a los dos venecianos en su viaje anterior. En esta nueva visita los trató amablemente y les colmó de bienes. Quiso que los visitantes se quedaran a vivir con él y dispuso que Marco Polo recibiera en la corte el mismo trato y educación que cualquiera de sus propios hijos. Tanto aprendió Marco en pocos meses y dominó tantas lenguas que causó maravilla en todos cuantos le conocieron. Complacido, el emperador dispuso que viajara a las distintas provincias de su imperio en calidad de embajador personal. Así pudo conocer Marco Polo en el transcurso de dos grandes viajes por el imperio (uno hacia el Sur, hasta Birmania, y otro a varias ciudades de la llanura central y el litoral), casi todas las tierras que hoy forman la China, incluidas las islas y los caudalosos ríos Yang-Tse y Mekong, que van a desembocar al Gran Océano (Pacífico). A la vuelta de este gran viaje se le recibió con gran expectación en la corte de Catay. Cuentan que Kublai Khan, cuando recibía a un emisario, gustaba de hacerle preguntas sobre los usos y costumbres de las gentes que había visitado, y tanto le interesaba esto que se olvidaba del pretexto con que había enviado a su mensajero a tierras lejanas. Sabiendo esto, Marco Polo relató con gran colorido las peripecias de su viaje, describiendo costumbres y religiones que causaron asombro en la corte, con lo que todos quedaron maravillados. Fue tan bien recibido que el emperador, para demostrarle su afecto, le nombró gobernador de una de sus provincias, cuya capital era Kinsai, la más bella ciudad oriental que jamás pudo soñar un occidental. El nombre de Kinsai quería decir Ciudad del Cielo; las casas estaban construidas sobre el agua y había innumerables canales unidos por doce mil puentes. La ciudad poseía también doce mil fábricas, en las que se construían bellos objetos de artesanía con suma habilidad y arte. Para evitar que esta industria decayera las leyes disponían que los hijos siguieran la misma profesión que sus padres. Una de las características pintorescas de aquella ciudad eran las torres de piedra que la bordeaban, torres donde los vecinos ponían a salvo sus bienes en caso de incendio, suceso frecuente por el gran número de casas de madera que había en Kinsai. Las calles se hallaban pavimentadas con piedras o ladrillos, como todos los caminos de la provincia. De este modo era fácil recorrerlas a pie o a caballo. Los habitantes tenían escrito en las puertas de sus casas el nombre de todos los que vivían en ellas y el número de caballos que poseían, para que las autoridades conocieran en todo momento el censo de la ciudad. En Kinsai existía un antiguo palacio real, espléndida mansión como ninguna otra en el mundo. Se hallaba ceñida por altos muros almenados, que encerraban jardines y fuentes repletos de pesca y frutas excelentes. En el centro se encontraba el palacio, sostenido por columnas cubiertas de oro y pinturas. El magnífico edificio poseía veinte salones capaces de albergar diez mil personas y mil aposentos para dormir y comer. En esta mansión vivió muchos años Marco Polo, como gobernador de la provincia. Después de más de veinte años de servicios al Gran Khan, Marco Polo, su padre y su tío decidieron regresar a su patria. Kublai les confió entonces a su hija, que debía viajar hasta Persia para casarse allí con un príncipe mongol, para que la acompañaran en calidad de representantes suyos. Harían el largo viaje por mar. Así, escoltado por otras catorce naves imperiales, el barco de Marco Polo zarpó en 1291 del puerto de Zaitun. Cuenta Marco Polo que, según los pilotos y navegantes que conocían el extenso mar de la China, había 7.448 islas, de las cuales no todas estaban habitadas. En todas ellas crecían los árboles de maderas aromáticas, con hojas de intenso perfume, y abundaban las especias, sobre todo la pimienta blanca y negra. El oro formaba pequeños montículos y parecía que brotaba de la tierra, pues no había palmo de arena que no estuviera repleto del preciado metal. Ante la imposibilidad de visitar personalmente todas estas islas, Marco Polo decidió hacer un itinerario distinto al encomendado por el emperador. Tomó rumbo a Sumatra, que en aquella época, 1280, estaba considerada como la isla mayor del mundo y una de las más ricas en especias raras, como la azufaifa, galanga, nuez moscada., etc. Navegando por el Océano Indico, hacia el Oeste, después de visitar el caluroso y deslumbrante reino de Sumatra, Marco Polo llegó a la lejana isla de Ceilán, de una gran hermosura. Cuenta el famoso viajero que en esta isla lo más destacado eran las piedras preciosas, que abundaban en forma increíble. Rubíes, zafiros, topacios, amatistas y otras piedras finas formaban alegres collares de color en los cuerpos de los habitantes de aquella isla afortunada. Una vez cumplida su misión en Ormuz, los Polo se despidieron de la flota, que regresó a Catay, y prosiguieron el viaje hasta Venecia, a donde por fin habrían de llegar en 1295. Transportaban consigo incalculables riquezas regaladas por el emperador, que les permitirían vivir sin apuros hasta el fin de sus días. Sin embargo, ocurrió un hecho que transformó los planes de Marco Polo, y que ha servido para que podamos leer todavía hoy sus aventuras: estalló la guerra entre Venecia y Génova, y Marco Polo fue hecho prisionero. Mientras permanecía encarcelado, fue dictando a un compañero el relato de sus aventuras, que fueron publicadas más tarde bajo el título de Libro de las Maravillas, conocido hoy simplemente como Los viajes de Marco Polo.