SIGNO Y SÍMBOLO1 Del latín «signum», seña, señal. Y del griego «sym-ballo», arrojar juntas dos cosas, volver a reunir, como señal de reconocimiento, dos partes de una misma realidad que antes estaban separadas. El signo es una cosa que vemos y nos lleva a conocer algo que no vemos: como el humo la existencia del fuego, las huellas el paso de un animal. Pero esta mediación que da a conocer la realidad oculta, puede tener una densidad muy variable: desde un mero signo práctico o convencional (una señal de tráfico que avisa que viene una curva) hasta un símbolo cargado de sentidos humanos (un pastel de cumpleaños) o una acción simbólica que en el contexto de la celebración comunica efectivamente la gracia que significa (la imposición de manos) o una persona que ella misma es signo y símbolo de la salvación y de una realidad invisible (Cristo, signo, imagen y símbolo de Dios). No son sinónimos los dos términos. Los signos más bien dan a conocer. Los símbolos son más densos de sentido, y tienden a crear comunión: no sólo notifican, sino que evocan y realizan. Los signos no son de la misma naturaleza que el significado (el humo con respecto al fuego), mientras que los símbolos de alguna manera contienen la realidad que significan, la hacen presente y nos ponen en relación con ella (el regalo como signo de amor). Todo símbolo es signo, pero no todo signo es símbolo. La etimología del símbolo ya indica su intención: cada una de las dos partes se juntan «sym-ballo» ya contiene la realidad, pero sólo cuando están juntas o se recomponen -a modo de puzle reconstruido- contienen la realidad completa. «La palabra símbolo significa la mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello), que se presentaba como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar la identidad del portador» (CCE 188). Por eso se llama «símbolo» al Credo o fórmula de profesión de fe: el conjunto de los diversos artículos de nuestra fe. Dios de la Historia de la Salvación, tanto en el AT como en la plenitud de Cristo, se ha servido de signos y símbolos, tomados muchas veces de la misma naturaleza, con lenguaje cósmico (el agua, el fuego, el aceite, el pan y el vino), para manifestar la salvación que nos quiere comunicar. Los signos cósmicos se han convertido en signos bíblicos de la Alianza de Dios, luego han sido asumidos por Cristo en su actuación salvífica, y ahora son el lenguaje expresivo y eficaz de la gracia sacramental en la celebración de la Iglesia (cf. CCE 1145-1152). El verdadero Signo, Símbolo e Icono de Dios es Cristo mismo: NO SÓLO NOS MANIFIESTA QUIÉN ES EL Padre, sino que nos lo comunica (cf. Jn 1, 14; 5, 37; 14, 9…). La liturgia, sobre todo la celebración sacramental, está tejida de signos y de símbolos. Los que la Iglesia utiliza en su liturgia son, ante todo, «signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Cristo» (CCE 1146). Y de la misma manera como lo hacemos en la vida social y en el lenguaje religioso de todas las culturas, los cristianos expresamos nuestra fe y nuestras actitudes ante Dios por medio de signos y símbolos. El baño en agua, o el comer y beber en el contexto de la Eucaristía, o las unciones con el crisma, son los signos por los que Dios nos alcanza en la esfera eclesial y por lo que nosotros le respondemos y celebramos esta voluntad comunicadora de Dios. En la liturgia «los signos sensibles significan, y cada uno a su manera realizan, la santificación del hombre y el culto público 1 José Aldazábal, Vocabulario Básico de Liturgia, biblioteca litúrgica 3, Barcelona 2002, pág. 380-381-382. íntegro» (SC 7). Como decía la teología tradicional, los sacramentos actúan precisamente como signos y símbolos: «significado causant». Los Santos Padres hablan indistintamente de símbolos y de sacramentos, porque entonces el concepto de símbolo todavía no había perdido, como lo haría en el segundo milenio, el sentido de la realidad efectiva y presente. Mientras que ahora decir que algo es «sólo simbólico» significa que no es real: no se corresponde a lo que por el contrario sí creemos de los sacramentos como «signos eficaces». En nuestra celebración hay varias clases de signos y símbolos: la presencia de las personas (el presidente como ícono sacramental de Cristo), la palabra y el canto, los símbolos vinculados al cuerpo humano (actitudes corporales, gestos acciones), los signos vinculados a cosas materiales (luz, agua, pan y vino, aceite, ceniza), el lugar de la celebración (iglesias, altar, sede…). Las consignaciones que dio el Concilio con respecto a estos signos y símbolos fueron la autenticidad, la claridad y la adaptación a la propia cultura: «en esta reforma es necesario ordenar los textos y ritos de tal modo que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en la medida de lo posible, el pueblo cristiano pueda percibirlas fácilmente y participar en la celebración plena y activa, propia de la comunidad» (SC 21). «Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez, ser claros por su brevedad y evitar las repeticiones inútiles; han de adaptarse a la capacidad de los fieles y, en general, no deben precisar muchas explicaciones» (SC 34). Icono. Sacramento.