El riesgo psicosocial en los pacientes con insuficiencia renal crónica terminal, el caso de los afiliados al INSSJP-PAMI Melina Wittenkamp (*) melina.wittenkamp@gmail.com INSSJP-PAMI - Evaluación de Programas y Riesgos Sociosanitarios. Resumen: En este texto analizamos el Programa Determinación de Riesgo Psicosocial de pacientes bajo tratamiento de hemodiálisis y en pre y pos trasplante, implementado por el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSJP) desde los años noventa. El propósito del Programa es evaluar el estado psicológico y el contexto socioeconómico y ambiental en que viven los sujetos que padecen insuficiencia renal crónica terminal, con el fin de intervenir, disminuyendo o impidiendo el aumento del riesgo psicológico, social y ambiental en el que se encuentran, y a partir de esa evaluación, generar acciones para acompañarlos en el tratamiento médico desde los aspectos en que éste no interviene. En este trabajo definimos el concepto de riesgo psicosocial y ambiental como la probabilidad de un resultado sanitario adverso que agudizaría las dificultades de los sujetos para reproducir de manera autónoma sus condiciones de vida, y las de su entorno social más próximo. Comprendemos la calidad de vida como un concepto sociohistóricamente determinado, que comprende la relación entre las expectativas y necesidades de sujetos específicos y las condiciones sociales en las que estos se desarrollan (Ferreyra, 2004). (*) Lic. En Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Maestranda en Políticas Sociales, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Introducción: El objetivo de este texto es analizar el Programa Determinación de Riesgo Psicosocial de pacientes bajo tratamiento de hemodiálisis y en pre y pos trasplante, implementado por el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSJP) desde los años noventa. El programa tiene como destinatarios a todos los afiliados a esa Obra Social que padecen insuficiencia renal crónica terminal y se encuentran en tratamiento sustitutivo de la función renal, en lista de espera para ser trasplantados o en etapa pos trasplante. El propósito del Programa es evaluar el estado psicológico y el contexto socioeconómico y ambiental en que viven los enfermos con IRCT, con el fin de intervenir, disminuyendo o impidiendo el aumento del riesgo psicológico, social y ambiental en el que se encuentran, y de esta manera acompañar a los sujetos en el tratamiento médico desde los aspectos en que éste no interviene. La población beneficiaria del programa está compuesta por los pacientes afiliados al INSSJP y que reciben tratamiento de diálisis (sustitutivo de la función renal) y en etapa de pre y pos trasplante (tratamiento paliativo, restitutivo de la función orgánica perdida). Es importante señalar que, cuando hablamos de trasplante, nos referimos al reemplazo de un órgano o tejido enfermo por otro sano indicado por el médico cuando ya no existe otra forma alternativa de tratamiento para el paciente. Una vez diagnosticada la necesidad de un trasplante, el médico inscribe al paciente en lista de espera. Se trata, por lo tanto, de un programa que acompaña en el mejoramiento de la calidad de vida a personas y familias1 que viven la experiencia de un tratamiento que se realiza exclusivamente en los casos de enfermedad crónica en estado terminal. A modo de contextualización y de presentación de la magnitud de este problema como problema social podemos señalar, apoyándonos en las cifras relevadas por el INCUCAI (Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante), que para fines de abril de 2011 en la Argentina habían alrededor de 27.000 personas que padecían IRCT 2 y estaban 1 En este trabajo se define familia como grupo de personas unidas por relaciones conyugales, filiales y fraternales, y también se considera familia la interacción entre sujetos que, aunque no tengan una relación de parentesco, ni compartan el mismo lugar de residencia, crean diaria y conjuntamente condiciones materiales y no materiales de existencia. 2 La insuficiencia renal crónica es un cuadro clínico caracterizado por una disminución persistente, progresiva e irreversible de la función de los riñones. Cuando la enfermedad progresa a un estado avanzado lleva a un síndrome urémico y finalmente a la muerte de la persona. Se considera que una persona padece una insuficiencia renal crónica terminal cuando ha perdido su funcionamiento renal recibiendo algún tipo de tratamiento sustitutivo de la función renal, de los cuales cerca del 36% eran afiliados al INSSJP. Asimismo, durante el año 2010 se realizaron en el país 2237 trasplantes, de los cuales 406, el 18,4% fueron financiados por el INSSJP, 3 y entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2010 hubo en todo el país y bajo todas las coberturas médicas, 4786 personas en lista de espera (de los cuales 1959 esperaban trasplante renal y 2827 no renal), de esta población, 784 eran afiliados al INSSJP, de los cuales 442 se encontraban en espera de trasplante renal y 342 en espera de trasplante no renal.4 Quienes se encuentran en la etapa previa al trasplante renal, deben realizar hemodiálisis. 5 Este tratamiento, que consiste en la separación de sustancias por difusión, a través de una membrana semipermeable, a partir de la cual se produce la extracción de impurezas de la sangre mediante un riñón artificial, 6 se efectúa tres veces por semana por un lapso de cuatro horas. Durante ese tiempo el sujeto se encuentra conectado a una máquina -cicladora- que realiza la depuración de su sangre. Por lo tanto, se trata de un tratamiento que conlleva importantes consecuencias físicas, a las que se suma la restricción espaciotemporal que esta provoca, generando una ruptura en la vida cotidiana previa al diagnóstico de IRCT. A partir de ese momento, y hasta el trasplante, en caso de que este sea posible, el sujeto estará realizando hemodiálisis. En este sentido, planteamos que algunas de las consecuencias, o “efectos colaterales”, de este tratamiento exceden el campo de lo exclusivamente biomédico, dado que implican modificaciones en las rutinas y relaciones sociales de la persona, que responden a la restricción espacio temporal de la diálisis. Es decir, sumándose a las varias y diferentes consecuencias físicas del tratamiento (calambres, baja presión, fuertes dolores de cabeza, agotamiento, cambios en el color de la piel, problemas óseos, hinchazón, variaciones de peso, entre otras), la hemodiálisis afecta radicalmente la vida cotidiana, y en especial la capacidad laboral de los sujetos, pues los imposibilita de hacer trabajos que requieran fuerza, afectando en un 90% o más. Para estos casos se ha impuesto el tratamiento de diálisis desde hace ya algunas décadas. http://www.latinsalud.com/articulos/00408.asp 3 http://sintra.incucai.gov.ar 4 http://cresi.incucai.gov.ar/reporte/resumenestadistico 5 La diálisis renal y la diálisis peritoneal continua ambulatoria (DPCA) son los dos tipos de tratamiento sustitutivo para la insuficiencia renal crónica terminal, mientras que el trasplante de órganos es un tratamiento paliativo. 6 El filtrado artificial de la sangre puede ayudar a una persona con insuficiencia renal terminal a llegar con vida a un trasplante de riñón. Cuando los riñones no funcionan correctamente se acumulan en el organismo sustancias tóxicas que se van depositando en distintas partes del cuerpo. En necesario entonces el filtrado de la sangre a través de sistemas artificiales, llamados de diálisis, para sustituir temporal o permanentemente esta función perdida. http://www.latinsalud.com/articulos/00408.asp profundamente sus esferas de sociabilidad, tanto en su relación consigo mismos, como en sus relaciones interprersonales. Por otro lado, es habitual que el inicio del tratamiento venga acompañado de estados depresivos y trastornos de la ansiedad, lo que demanda el acompañamiento constante de esta población para asumir y transcurrir su vida con la enfermedad y su tratamiento. De manera que, y teniendo en cuenta que el impacto sobre la autonomía y las capacidades de un sujeto dializado se ven fuertemente disminuidas por causa de la enfermedad crónica y el tratamiento, las condiciones de seguridad y contención con las que cuente, en su entorno familiar y social, resultan determinantes en su calidad de vida. Algunas definiciones: La importancia del tema que nos ocupa está dada por la complejidad y los conflictos generados en la actualidad en torno a términos tan polisémicos como salud, enfermedad, riesgo y calidad de vida. Dado que estos serán conceptos estructurales a lo largo del trabajo, consideramos importante, antes de ingresar en la presentación y análisis del programa, establecer un mínimo consenso en torno a estas nociones. Comenzamos señalando que en este texto proponemos comprender la salud y la enfermedad como momentos en un proceso (el proceso de salud - enfermedad – cuidado, PSEC), no contingentes ni aleatorios, que conforman un mismo proceso histórico-social que, sin omitir su impacto en los sujetos como afecciones biológicas individuales, responden a variables de carácter colectivo tales como el manejo de los riesgos, la estructura de oportunidades y las capacidades de bienestar con que cuenten los sujetos y las comunidades. En este sentido, consideramos que, tanto la salud como la enfermedad están condicionadas por situaciones que van más allá de lo biológico, y están vinculadas con el comportamiento individual, el ámbito natural y social en el que viven los sujetos y los determinantes económicos de su propia realidad. Respecto de la noción de riesgo, es importante señalar que en las sociedades contemporáneas el riesgo ha sido definido de manera diferente, según la disciplina desde la que se lo analice. Una perspectiva sociológica lo comprenderá como la constante dependencia de los sujetos de su ingreso laboral para poder reproducir sus condiciones de vida (Navarro Rubalcava, 2006); mientras que trabajos enfocados específicamente en el área de la salud, desde la epidemiología, lo definen como la probabilidad de un resultado sanitario adverso o a la existencia de un factor que aumente esa probabilidad (Barragán, H y otros, 2007). En los programas de salud, el concepto de riesgo se fue popularizando en el siglo XX con la función principal de medir la necesidad de atención por parte de grupos específicos, a los que había que educar para aminorar la exposición a los peligros que los rodeaban. Esta perspectiva apuntaba a la prevención de enfermedades, accidentes o muertes, para ello, desde una perspectiva neoliberal, como la que terminó de instalarse en Argentina durante los años noventa, se apunta al cambio individual en el estilo de vida de las personas, o, desde otra perspectiva, se apuntó a evitar ambientes generadores de riesgos excesivos para las poblaciones. Estos últimos demandan un compromiso estatal, institucional o empresarial y una presión de los grupos afectados (Díaz, 2002). A partir de estas definiciones, podemos pensar el concepto de riesgo psicosocial y ambiental como la probabilidad de un resultado sanitario adverso que agudizaría las dificultades de los sujetos para reproducir de manera autónoma sus condiciones de vida, y las de su entorno social más próximo. De acuerdo al planteo de Sen, la calidad de vida de las personas, tiene que ver con su bienestar y con su capacidad de funcionar, esta última será la constituyente de la libertad de esa persona, mediante las oportunidades reales de bien-estar que esta capacidad de funcionamiento le otorgue (Sen, 1992). Por su parte, la Organización Mundial de la Salud define la calidad de vida como la percepción que tiene un individuo de su posición en la cultura y sistema de valores en que vive con respecto a sus objetivos, expectativas, valores y preocupaciones. Consideramos entonces que la calidad de vida es el resultado de la compleja interacción entre factores objetivos y subjetivos; los primeros constituyen las condiciones externas: económicas, sociopolíticas, culturales, personales y ambientales que facilitan o entorpecen el pleno desarrollo del hombre, de su personalidad. Los segundos están determinados por la valoración que el sujeto hace de su propia vida (Cabrera García et. al., 1998). En esta línea, y siguiendo el planteo de Ferreyra, podemos decir que la calidad de vida es el resultado de las decisiones individuales dentro del contexto del orden social en que los sujetos se encuentran insertos, y de acuerdo al lugar que en él cada uno ocupa. Así, comprendemos la calidad de vida como un concepto sociohistóricamente determinado, que comprende la relación entre las expectativas y necesidades de sujetos específicos y las condiciones sociales en las que estos se desarrollan (Ferreyra, 2004). La población del INSSJP-PAMI en general y del Programa en particular: Acerca de esta población del INSSJP-PAMi, Golbert señala que “entre los 0 y los 59 años y de 75 en adelante son las edades donde se concentra la mayor parte de los afiliados”. Este dato nos habla de una población altamente heterogénea, en cuanto a edad y condición socioeconómica, con una amplia diversidad en la demanda de los servicios médico asistenciales. A esto se suma que, con el envejecimiento de la población,7 la frecuencia de las enfermedades y su severidad se incrementan, con el aumento de la esperanza de vida, aparecen las enfermedades crónicas que requieren de tratamientos prolongados y costosos, lo cual afecta el conjunto de los componentes del gasto social, principalmente en los sistemas previsional y sanitario. El programa determinación de riesgo psicosocial surge a fines de los años noventa como respuesta a la necesidad de conocer las condiciones socioeconómicas, psicológicas y ambientales en las que se encontraban los afiliados al Instituto inscriptos en lista de espera para ser trasplantados. Siendo una característica fundamental de esta población, su necesidad de condiciones mínimas de vida para sobrellevar el tratamiento, principalmente de calidad alimentaria y habitacional; pero también de la presencia de apoyo social/familiar, comunitario, así como de una aptitud psicológica, tanto en el sujeto enfermo como en su entorno más cercano, que genere conciencia sobre la enfermedad y su tratamiento médico y farmacológico. Son justamente estas necesidades y características de la población las que comienzan a ser intervenidas por el programa, a través de sus cinco principales ejes de intervención: condiciones habitacionales, alimentarias, psicológicas, relacionales y de ingresos. Institucionalmente podemos decir que el programa se encuentra dentro del área Prestaciones Médicas del Instituto, siendo su finalidad unir las prestaciones médicas con las sociales. Para ello propone una intervención interdisciplinaria y multidimensional para contener el riesgo en que se encuentra el afiliado inscripto en lista de espera para ser trasplantado. Cabe señalar que, dado que el Instituto es un organismo destinado a dar cobertura médica a un sector de la población definido por su actividad económica y no por su edad, este debe diversificar sus servicios y multiplicar sus esfuerzos para alcanzar a atender las necesidades de los diferentes grupos etáreos que interviene, y dar atención médica al sector que, por su condición laboral (incapacitado para el trabajo), más atención requiere. 7 El envejecimiento poblacional se explica por la combinación de tres variables demográficas: una sostenida caída en la tasa de fecundidad, la reducción de la mortalidad durante la segunda mitad de la vida y las migraciones que expulsan jóvenes de determinadas regiones. Golbert, 1988. La creación del Instituto es un claro ejemplo de la participación de la esfera estatal en la distribución secundaria del ingreso - mediante la Política Social, sanitaria en este caso-. Es decir, es producto de una intervención del Estado que produce una distribución del bienestar, paralela a la del mercado, y que busca cubrir las necesidades de quienes el mercado no incluye por no cumplir con los requisitos que este impone. Este programa surge inicialmente para identificar los casos con diverso grado de riesgo, que básicamente se pueden ubicar en cuatro dimensiones: psicológica, social, económica y habitacional. Estas dimensiones pueden aparecer por separado o combinadas, permitiendo la detección de casos de sujetos que presentan múltiples riesgos en su entorno. Luego de la identificación, y con las herramientas con que cuenta el Instituto, se procede a la intervención en terreno para detener la profundización o revertir -de manera parcial o total- las diferentes situaciones o contextos adversos generadores de riesgo. Más tarde y de manera periódica, los casos localizados e intervenidos son re evaluados para detectar cambios que requieran de nuevas líneas de contención prestacional, sean estas médicas, psicológicas y/o socioeconómicas. De esta manera podemos entender el Programa, como un agente de detección de carencias respecto de la distribución de bienes y servicios que requieren los sujetos, con IRCT y en pre y pos trasplante, para la reproducción de sus vidas. En su formulación el programa se propone actuar de manera puntual, individualizando la problemática del paciente en riesgo para lograr que, de acuerdo al menú prestacional de la institución y al grado de carencia y riesgo individual, exista un “piso de protección”8 sociosanitaria que le permita transcurrir su proceso de salud-enfermedad en una situación sociosanitaria acorde a sus requerimientos. Esta es una necesidad que se le presenta al programa, pues, a diferencia de lo que plantean Bertranou y Vezza en estos casos, los sujetos alcanzan el segundo nivel de la escalera de la protección (por estar jubilados, pensionados o a cargo de uno) pero aún así, sus necesidades básicas no llegan a estar satisfechas. En este sentido, el programa no se despliega independientemente de las condiciones de vida de los afiliados al Instituto, de hecho ellas son el origen de muchas de las líneas de acción que este plantea. Es en las condiciones de vida donde surgen los riesgos que no sólo padecen los adultos mayores, sino que son comunes a todas las etapas de la vida. Estos riesgos, que podemos catalogar como constantes, son: las enfermedades, las discapacidades, las carencias El concepto de “piso de protección social” supone un enfoque global de intervención en la protección social, que hace hincapié en los componentes de oferta y demanda de la extensión de ésta, así como en la garantía de un acceso efectivo.. se construye a partir de la seguridad económica y el acceso a servicios esenciales. Bertranou y Vezza, 2010. p. 10 y 16. 8 habitacionales y de servicios básicos, la precariedad laboral familiar, el desempleo, la depresión, la pérdida de la autonomía, etc. Asimismo, durante la etapa de la vejez, la imposibilidad de generar ingresos a causa de la inactividad representa el principal riesgo específico, además de las enfermedades crónicas (Bertranou y Vezza, 2010). En este trabajo consideramos que “los problemas de la medicina como rama del Estado no podrán ser nunca resueltos si la política sanitaria no está respaldada por una política social” (Carrillo, R, citado en Carballeda, 2008) es decir, la medicina debe resolver los problemas de un individuo enfermo, pero también, simultáneamente, que se produzcan casos similares al resuelto, pero ahora generados por necesidades básicas insatisfechas: falta de alimentos y educación, precariedad habitacional e ingresos insuficientes. Siguiendo a Castel (2003) podemos decir que la protección social no es solamente el otorgamiento de ayudas a favor de los más desamparados para evitarles la caída total (…) (sino que) es la condición de base para que todos puedan seguir perteneciendo a una sociedad de semejantes. De esta manera, todo ejercicio analítico en el área de la sociología de la salud, debe indagar por la existencia de correlaciones entre nivel socioeconómico y tipo y gravedad de las enfermedades investigadas (Golbert, 1988; Barragán, 2007 y otros), estas correlaciones problemáticas se ven profundizadas si a ellas sumamos el impacto que tiene en los sistemas de seguridad social el envejecimiento de la población y la incidencia que en ella tienen las enfermedades crónicas. Con estas precauciones proponemos acercarnos al PDRP y su población beneficiaria. Así, si consideramos válida la afirmación que plantea que “las enfermedades crónicas no sólo serán la principal causa de discapacidad en todo el mundo en el año 2020, sino que también se convertirán en los problemas más costosos a afrontar por los sistemas de atención de salud” (Barragán, 2007:206), podemos ver que esas enfermedades amenazan tanto a las poblaciones como a los sistemas de protección social pero también podemos advertir que, además de la amenaza económica y sanitaria que las acompaña, las enfermedades crónicas ponen sobre el tapete la relación –íntima- que tienen las enfermedades crónicas con la pobreza, pues develan sus niveles de interdependencia. De esta manera, consideramos que las consecuencias sociales de este tipo de enfermedades – y su tratamiento desde la medicina: hemodiálisis y trasplantes de órganos- se suman a los riesgos estructurales que presenta esta población, e interfieren en los grados de libertad con que cuentan los sujetos (Sen, 1998) para decidir acerca de la calidad de vida que pueden alcanzar. Así, quienes cuentan con escasos recursos para la reproducción de su vida, pueden llegar a perderlos si se enfrentan con enfermedades crónicas terminales en su hogar, potenciando el círculo vicioso que se da entre la pobreza y la enfermedad. Podemos entonces afirmar que la relación entre la enfermedad crónica y la pobreza es bidireccional, es decir, estas enfermedades tienen profundos efectos económicos y sociales tanto en las familias, como en las comunidades, a los que se suman los efectos psicológicos, relacionados con padecimiento de las enfermedades crónicas (por parte del enfermo) y el cuidado de los enfermos (por parte del entorno cercano al enfermo). Respecto del cuidado, otra variable problemática se despliega y tiene que ver con que, en la mayoría de los casos, las mujeres son las principales figuras que ejercen el papel del cuidado de las personas que padecen enfermedades invalidantes (en cuanto a las actividades de la vida diaria). Esta tendencia se profundiza en los sectores populares, en los cuales se visualiza, de maneras más cristalizada, la corporificación del mandato -social e histórico-, que señala el papel que deben desempeñar las mujeres como responsables, casi exclusivas, de la totalidad de los cuidados y la atención de los integrantes más dependientes de los hogares (niños y ancianos, sanos y enfermos). La calidad del cuidado muchas veces se ve afectada debido a los escasos elementos brindados por una educación insuficiente que no llega siquiera a dar nociones acerca del conocimiento y cuidado del propio cuerpo de los sujetos (Biagini, 2000). Y en los casos de ausencia o inexistencia de una figura femenina como cuidadora, la responsabilidad del cuidado pasa a ser asumida por el Estado (Guimaraes, 2008). De igual manera, pero ahora ubicando nuestro análisis desde la perspectiva de los enfermos, podemos afirmar que las intervenciones biomédicas no son suficientes, pues además de estas, se hace necesaria una atención planificada e integrada de las necesidades de los pacientes, que se sostenga en el tiempo para impedir el agravamiento de su estado. Así, los enfermos necesitan contar con conocimientos de autocuidado para administrar sus problemas de salud en el hogar. Los sujetos enfermos y sus familias requieren apoyo en sus comunidades y políticas más amplias para prevenir o manejar eficazmente las enfermedades crónicas; requieren, por ende, un tipo diferente de sistema de atención de la salud (Barragán, 2007:291), que los comprenda como una unidad “biopsicosocial”, y atienda sus necesidades desde esa perspectiva. El programa de determinación de riesgo psicosocial en pacientes en condiciones de ser trasplantados El PDRP se divide en tres secciones; en la primera se desarrolla una fundamentación acerca de la importancia y la necesidad de una investigación psicosocial; en la segunda se lleva a cabo una enumeración de las dimensiones y variables a relevar para realizar esa investigación, en ese mismo apartado se define el alcance de cada una de las variables. Dado que el PDRP valora al individuo como una unidad biopsicosocial y espiritual; propone una estrategia terapéutica integral, realizada por el equipo interdisciplinario conformado por un psicólogo, un trabajador social y, eventualmente, un arquitecto. Este equipo es el encargado de relevar la información necesaria para conocer la situación sociosanitaria en que se encuentran el enfermo y su grupo familiar. Con base en esta caracterización biopsicosocial el programa orienta el enfoque terapéutico, a partir del cual se interviene en las situaciones de riesgo psicosocial, tanto para el período pre-trasplante como para el post-trasplante; así como en los casos de personas bajo tratamiento de hemodiálisis y diálisis peritoneal ambulatoria, a partir del momento en que estos ingresan al tratamiento. De esta manera, en la formulación del programa se destaca la importancia de contar con una evaluación del riesgo psicosocial y ambiental en el que se encuentran estos sujetos, para ser tenida en cuenta al momento de la indicación del trasplante. Presentación del problema Ahora nos interesa acercarnos al programa como problemática para un análisis desde las políticas sociales de salud. Como institución que surge de una política que se propone brindar atención a los riesgos que presenta esta población, el Instituto logra una enorme y real cobertura de los riesgos sanitarios de sus afiliados. Sin embargo, en el caso de los enfermos crónicos y terminales, sus acciones de intervención y asistencia resultan insuficientes, ya que a la vez que se despliegan diferentes tipos de cobertura del riesgo específicamente médico, se des-cubren las aristas psicológicas y socioestructurales del problema. Volcando gran parte de la responsabilidad que conllevan estos tratamientos de alta complejidad, en el sujeto enfermo y su grupo social más cercano. A fin de contextualizar nuestro problema, haremos una breve descripción de las problemáticas sociales que se presentan en los casos de sujetos en pre y pos trasplante y con IRC, afiliados al Instituto. A partir de esta contextualización, analizaremos las dimensiones desde las cuales una enfermedad logra poner en jaque y mostrar algunos vacíos de la política sanitaria y del sistema de seguridad social argentino. Y señalaremos que, como respuesta a estos vacíos en la asistencia sociosanitaria, la familiarización del bienestar surge como la única alternativa que tienen los sujetos enfermos y sus familias para alcanzar niveles mínimos de protección y cuidado, poniendo de manifiesto el peso real que adquiere el componente familiarista en el sistema de bienestar argentino actual. Más arriba afirmamos que, en este trabajo, consideramos que los estados de salud y enfermedad no son contingentes o aleatorios, sino que forman parte de un mismo proceso histórico-social. Desde esta perspectiva se considera que las afecciones biológicas individuales responden a variables de carácter colectivo tales como el manejo de los riesgos, la estructura de oportunidades y las capacidades de bienestar con que cuentan las diferentes comunidades. En esta línea, retomando la definición de salud “no como la ausencia de enfermedad, sino como el óptimo estado de bienestar físico, psicológico y social” (Garcia Viniegras, 2008), podemos afirmar que la salud se vuelve un determinante clave en la definición del rol social de los sujetos. A partir de esta definición han comenzado a tenerse en cuenta los factores psicológicos y sociales en la determinación de la salud, más allá de los elementos propiamente médicos del proceso salud-enfermedad. Consideramos entonces que la enfermedad, en tanto refleja la ausencia de bienestar físico, psicológico y social, está profundamente relacionada con la pérdida del rol social, la dependencia de los otros y el sentimiento de angustia que hace que los sujetos puedan quedar excluidos de la vida social y se profundicen sus necesidades, tanto económicas como de cuidado y contención. La problemática que presenta la población con IRCT y en etapa de pre y pos trasplante de órganos, no se agota así en la prestación médica, sino que se complejiza al volver a mirar la situación en la que se halla un alto porcentaje de esta población enferma. Así, por ejemplo, al acercarnos a los casos puntuales de los pacientes, podemos encontrarnos con familias que viven en condiciones inferiores a las necesarias en términos de salubridad y capacidad económica, y que han tenido que amoldar todas y cada una de sus actividades luego de la detección de la enfermedad en alguno de sus miembros. Con esto queremos decir que, en un contexto de precariedad, la detección de la enfermedad y su tratamiento modifican profundamente las relaciones y la repartición de los roles al interior de la familia, con lo cual se afectan, además de los lazos sociales, las estrategias de supervivencia de dicho núcleo y las relaciones intersubjetivas en los círculos más cercanos al sujeto enfermo. Esta situación se agrava aún más si tenemos en cuenta el histórico deterioro del sistema de bienestar argentino, el cual tiene que ver, no sólo con la protección individual, sino en tanto instancia administradora de los riesgos y garante de las protecciones colectivas. La progresiva mercantilización de la fuerza laboral, profundizada a partir de la década del 90, impacta directamente en el contexto en el cual se desarrollan las historias de vida y supervivencia de amplios sectores de la población, y específicamente en el grupo social que estudiamos. Haciendo un mínimo ejercicio histórico, podemos observar que la degradación del sistema de salud argentino comenzó en los años 70 con el inicio de su proceso de descentralización, y continuó en los 90 con la autogestión hospitalaria. Estas dos etapas de un mismo proceso de reforma, respondieron a la lógica de la instauración definitiva del modelo neoliberal en el sector salud y el corrimiento del Estado de su rol de garante del sistema sanitario. Otro importante aspecto de la reforma de estos años, y que afecta de manera directa nuestro tema de estudio, es la desregulación de las Obras Sociales, con lo cual se rompe con el principio colectivo de solidaridad vigente hasta entonces y se lo reemplaza por otro individual, sostenido por las ideas de “eficiencia”, “derecho de elección” y “mejora en la calidad de los servicios”. Este corrimiento del Estado favorece a los emprendimientos privados, profundiza la fragmentación de la atención de la salud y atenta contra el derecho a la salud de cuyo cumplimiento el Estado es responsable. De esta manera, los cambios operados en las últimas décadas en el sistema de protección social, han venido acompañados por el nacimiento de estrategias de supervivencia de los sectores populares que, ante los riesgos desatendidos por el sistema de seguridad social actual, acuden a diferentes arreglos familiares coyunturales con los que poder hacer frente a los abruptos cambios en el entorno. Con el corrimiento del Estado de su función protectora y aseguradora de los riesgos, han surgido una cantidad de estrategias que ponen en funcionamiento los recursos privados y sociales de los individuos, las familias y las comunidades para hacer frente a sus nuevos problemas. Así, ante la ausencia estatal y la exclusión laboral que enfrentan grandes franjas de la población, buena parte de la responsabilidad por el bienestar, que otrora descansaba en el Estado, es asumido por las familias y las redes sociales de apoyo más cercanas a los sujetos en riesgo, que encuentran en su capital social las respuestas a sus demandas de contención y seguridad. Esto hace que los sujetos pobres raramente logren contar con algún grado de autonomía por fuera del grupo familiar y/o barrial. Así es que, las familias, en la búsqueda por la compensación de las “fallas” del mercado y las políticas públicas para asignar recursos mediante el intercambio mercantil y la asignación colectiva, se encargan de la resolución de las demandas del grupo por medio del trabajo no remunerado y a partir de las relaciones de poder que la estructuran, en general, y la división sexual del trabajo, en particular. Como podemos inferir, en este primer acercamiento, la situación sanitaria de las personas en tratamiento de hemodiálisis y/o en lista de espera para ser trasplantados, demanda mucho más que una prestación médica que logre mantener con vida al sujeto enfermo, pues si bien estos tratamientos son las vías indispensables para la conservación de la vida, los factores psicológicos, sociales y ambientales también deben ser tenidos en cuenta en la determinación de su estado de salud. Es decir, en estos casos, la existencia de diferentes instancias de protección es fundamental para disminuir el impacto que produce la nueva situación socio sanitaria que trae consigo la enfermedad y el tratamiento. Todos los sujetos necesitan poder contar con soportes familiares, comunitarios, profesionales y sociales, que le sirvan de sostén frente a los distintos acontecimientos de la vida. Sin embargo, gran parte de la población destinataria del programa no sólo ha perdido su salud, sino también -en muchos casos9- su trabajo y con esto, las oportunidades de sostener a su familia o aportar con sus ingresos a la economía del hogar. En nuestro criterio, son estas pérdidas las que ponen en cuestión al sujeto y comienzan a diluir sus lazos de protección y reconocimiento. En este sentido los sujetos bajo tratamiento, ven restringido el abanico de posibilidades con las que poder contar, lo cual afecta drásticamente sus niveles de protección; asimismo, ven disminuidas sus posibilidades físicas y psicosociales que conforman su potencialidad de contar para, con lo cual su reconocimiento personal e intersubjetivo se ve afectado. De esta manera, el reconocimiento puede volverse negativo, dado que el sujeto enfermo se ve forzado a dejar de hacer y/o ser. En otras palabras, este proceso de fragilización modifica profundamente su rol dentro de la dinámica familiar, pasando a ser dependiente de los otros integrantes del grupo. El cambio que se produce en la dinámica familiar a partir de la indicación del tratamiento de hemodiálisis o el trasplante, debe ser asumido tanto por el paciente como por su entorno. En ese momento se observan situaciones de aumento o disminución en la contención y la solidaridad hacia el sujeto enfermo, según el nivel de carencia y riesgo en el que se 9 Quienes, con la detección de la enfermedad, deben ser jubilados por invalidez en la plenitud de su edad económicamente activa. encuentran. Por otra parte, como respuesta a las frustraciones que enfrenta el grupo es posible que aparezcan conflictos, llegando a la violencia doméstica o el abandono, de los cuales el enfermo es el emergente desencadenante de crisis más importante (Cerrato, Bogudloff, Conti, y Salas, 2001). De esta manera, podemos decir que la población que nos ocupa, a partir del diagnóstico, comienza a sufrir rupturas acumulativas de sus lazos sociales como consecuencia de las modificaciones en sus roles laborales, domésticos, barriales, etc. En los casos de enfermos terminales en edad de trabajar, y como consecuencia de la pérdida del empleo o del cambio en su condición laboral, se agrega el problema de su identificación, propia y social, como sujeto asistido. El proceso de la enfermedad puede leerse entonces como un proceso de acumulación de rupturas, en el que hacerse cargo de su propia vida, se transforma para el sujeto enfermo, en una nueva carga, que se suma al proceso de descalificación que trae consigo el desempleo y la dependencia. Consideramos que la presencia de estas nuevas realidades implica una necesaria reflexión sobre las políticas sanitarias, pues la aparición de problemáticas emergentes relacionadas con procesos de exclusión social; con la no continuidad de los tratamientos; el entrecruzamiento de las condiciones ambientales, alimentarias y de infraestructura; y las nuevas formas de violencia; se nos presentan en un nuevo escenario donde las familias pasan a convertirse en las principales fuentes de seguridad social, encargándose de resolver problemas sociales, económicos y sanitarios. Así es como, producto del déficit asistencial público, y del proceso de descalificación social que conlleva toda enfermedad crónica, la familia se ocupa de garantizar la calidad de vida del sujeto, acompañando su tratamiento médico y brindándole protección, bienestar y reconocimiento. Algunos comentarios finales Para concluir, creemos necesario retomar algunas de las cuestiones que fueron surgiendo durante la realización de este trabajo, para dejar planteadas como interrogantes, para volver a ellos en futuros trabajos en torno a la política social como disciplina que abarca dentro de sí a los problemas que surgen del proceso salud enfermedad de las personas. Teniendo en cuenta que los sujetos que conforman la población afiliada al INSSJP-PAMI, se definen por su condición de actividad y no por la etapa de la vida en la que se encuentran. Creemos que es posible afirmar, siguiendo a Laurell, que el proceso salud-enfermedad, como hecho social, pone en evidencia que la distribución de la enfermedad y la muerte es desigual, tanto en las dinámicas específicas del Instituto y del programa, como de la sociedad en general. Y en esa medida se pueden detectar perfiles patológicos específicos de los grupos sociales de acuerdo a las categorías de trabajo y clase social en que se encuentren ubicados los sujetos (Laurell, 1982). 10 Respecto del tipo de intervención que se lleva a cabo desde el Programa, podemos decir que su objetivo principal es dar a conocer a las Unidades de Gestión Local, que determinado sujeto se encuentra en una situación de riesgo psicosocial y/o ambiental en el momento en que ingresa al tratamiento de hemodiálisis, o a la lista de espera para ser trasplantado. Así, y dado que el programa no cuenta con las herramientas necesarias (presupuesto propio e infraestructura) para lograr la atención a estas situaciones de riesgo, las UGL funcionan como las instancias donde se gestionan las intervenciones. Entonces podemos decir que el programa se encarga de detectar, de manera temprana, las situaciones de riesgo que presenta esta población enferma, pero esto sólo es posible una vez iniciado el tratamiento médico. De manera que no resulta posible para el programa detectar el riesgo psicosocioambiental de la población afiliada en general. Creemos que una fortaleza del programa es su intento por tratar el riesgo social de manera contextualizada. Es decir, mientras las teorías de los factores de riesgo definen la vulnerabilidad de los sujetos basándose exclusivamente en características individuales (biológicas, genéticas, ambientales, psicosociales, etc.), el programa, por el contrario, se propone generar una intervención que se despliega teniendo en cuenta las características socioestructurales específicas de cada caso. De manera que, si bien el origen del programa está relacionado con posturas que se fundamentan en la teoría de los factores riesgo, intenta atender las situaciones de riesgo psicosocioambiental de manera integrada; esto es, teniendo en cuenta la importancia de los determinantes sociales y estructurales del proceso salud/enfermedad/cuidado. Es por ello que consideramos que este tipo de estrategias de política social buscan acompañar con diferentes instancias de protección al sujeto enfermo, que si bien no alcanzan a eliminar estructuralmente el riesgo en que se encuentra, pueden hacerlo visible e intentar disminuirlo en su ensayo por construir el segundo escalón del piso de protección social. 10 La autora compara diferentes estudios, realizados tanto en América Latina como en Europa, en los cuales se repiten datos como que “la probabilidad de que un niño proletario urbano muera antes de los dos años de edad es cuatro veces mayor que un hijo de la alta o mediana burguesía; el riesgo del niño campesino es cinco veces mayor” y que “la mortalidad es sistemáticamente más alta entre los obreros”. Finalmente, dos aspectos que nos parece relevante destacar de la dimensión operativa del programa son: Es importante que la definición del nivel de ingresos del paciente y su grupo conviviente se haga en relación con el valor de la Canasta Básica Total del INDEC11 para un adulto equivalente que deba cumplir con dietas especiales de acuerdo a las diferentes patologías que pudiera presentar. De esta manera, ajustar el valor de la canasta básica alimentaria en las familias con enfermos renales crónicos y/o enfermos terminales cursando las etapas de pre y pos trasplante, con los requerimientos nutricionales que tiene cada caso, redundaría en un importante aumento en la calidad de vida de los pacientes y en el impacto del programa. Por otro lado, en el desarrollo de la determinación de riesgo psicosocial, y de implementación del programa, debería tenerse en cuenta el nivel de autovalidez/dependencia que tiene, tanto el sujeto enfermo como los demás integrantes del hogar, ya que eso requiere una organización familiar específica respecto del cuidado que el paciente debe recibir. 11 Instituto Nacional de Estadística y Censos, www.indec.gov.ar Bibliografía: Adelantado, J., Noguera, J., Rambla, X. Y Sáez, Ll., Las relaciones entre estructura y política sociales: una propuesta teórica, Revista Mexicana de Sociología, Año LX/Num. 3. Arcidiácono, P y Gamallo, G, “Reflexiones críticas sobre la justiciabilidad de los derechos sociales”, 9no. Congreso ASET, Buenos Aires, 2009. Barragán, H. L; Moiso M. A.; Ojea, O.A. Fundamentos de la Salud Pública. La Plata, Edulp, 2007. Beccaría, L., Feldman, S., Gonzalez Bombal, I., Kessler, G., Murmis, M., Svampa M. Sociedad y Sociabilidad en la Argentina de los 90, Ed. 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