a Por Rogelio Salmona EL MAGAZÍN se pa t a r Foto © María Elvira Madriñán Saa A l inicio de la creación de un proyecto siempre tengo un “principio de incertidumbre,” que inmediatamente se convierte en la incertidumbre de un principio. Y es que no sé si lo que estoy proponiendo, a pesar de tener unas cuantas ideas que me dan seguridad, lo voy a lograr. Es decir, no sé si se va a consumar lo que propongo espacial y poéticamente. Pero ésto lo dice mejor y más claramente un poema de Robert Frost: Cuando construyo un muro dos cosas me pregunto: qué tanto quedó afuera qué tanto quedó adentro. Me asalta la incertidumbre del descubrimiento, como a un navegante que sabe de qué puerto sale, pero ignora a qué puerto va a llegar. El principio de incertidumbre en un proyecto es que no se sabe si ese alfabeto de emociones que guarda la memoria a la hora de la verdad va a resultar. Alfabeto de emociones que es suma de afectos acumulados en viajes por espacios, lugares, arquitecturas concebidas por otros, en esta época y en épocas muy distantes de la mía. ¿Cómo transmitir, a través de un hecho arquitectónico concreto, esas evocaciones, esos instantes capturados en una experiencia personal que los otros no conocen y que, por lo tanto, no se tendrán en cuenta a la hora de aproximarse a la obra? Es lo difícil: darle cuerpo a esa afectividad y, sobre todo, que otros se conmuevan sin que necesiten tener noticias de la conmoción anterior. En este trayecto, a medida que uno avanza se vuelve más exigente. Cada vez quiere poner más elementos enriquecedores de la espacialidad, por- que ése es el proceso permanente del afinamiento y del mejoramiento del “saber hacer.” Cada vez es más puntual, más preciso, se aclara más el problema que se está resolviendo. Poco a poco la incertidumbre se deja permear por algún otro amago de seguridad. Sé lo difícil que es querer y hacer todo lo posible por revelar el despertar de las formas, el nacimiento de las cosas, tanto un espacio y un lugar, un patio resonante, “un aljibe del cielo”, como denominó María Zambrano el patio, un tímpano del lugar, un imbricamiento, un orden y un ritmo, una transparencia, un volumen o la creación de recorridos “al son del agua, cuando el viento sopla,” según el poema de Antonio Machado. Forman parte de un cuerpo que constantemente se renueva, pero que es el mismo, con sus sorpresas y encantamientos. Con sorpresas porque, sin ellas, la arquitectura sería como una cara sin expresión. He tratado de ser consecuente con esto que he escrito y me aproximo a cada proyecto de acuerdo a sus circunstancias, a esos planteamientos que sólo son perceptibles en su lugar. Sin embargo, debo confesar que la mayoría de mis obras son incompletas, les encuentro carencias, formas que no se lograron, que no pude concluir como lo deseaba y tuve que renunciar en la búsqueda de una perfección inalcanzable —afortunadamente— pues sería el fin de una travesía. De cada proyecto me queda una frustración, consecuencia de la necesaria renuncia, siempre dolorosa, pero que estimula porque obliga a seguir buscando, a continuar la travesía interior hacia la perfección en la obra siguiente. Crecen cada vez más las frustraciones, pero también cada obra contiene elementos nuevos, diversos, casi logros que son aciertos para las siguientes, y sirven como crítica de las anteriores. Es la necesaria autocrítica que todo arquitecto debe hacer para no caer en una autosatisfacción que le impedirá ver con lucidez sus limitaciones, pero también sus aciertos. A veces la lucidez es más importante que la inteligencia, sobre todo cuando se trata de hacer, en una siempre difícil y paciente búsqueda, una arquitectura al servicio de la sociedad, para el goce y la alegría de la gente, lo que es al mismo tiempo su razón de ser. Es con palabras como se explican los hechos arquitectónicos, pero me pregunto: ¿Qué palabras pueden explicar la sutileza de la arquitectura, las visiones simultáneas que amplían los límites de la forma arquitectónica, los espacios de silencio, los múltiples secretos de las formas, las infinitas transparencias, el misterio de la luz o la profundidad de la penumbra, la revelación de un paisaje, el imbricamiento de entornos lejanos e inmediatos, de un paisaje? ¿Qué palabras, además, pueden explicar las sensaciones de un recorrido, la revelación de paisajes interiores, el misterio de estar adentro y afuera, la comunión entre interior y exterior? Umberto Eco dijo que “el arquitecto está condenado a ser, por la propia naturaleza de su oficio, quizás la última figura del humanismo de la sociedad contemporánea.” En un mundo banalizado como el de hoy —pero inevitablemente nuestro— tan entregado al dinero y al lucro, hacer arquitectura al servicio del hombre es la manera de seguir siendo esa última figura de un humanismo para nuestra sociedad pero, además, hacerla para crear nuevos esplendores de lugares posibles y de memorias retenidas, para no perder el hilo de la historia. Sólo la arquitecturas puede llegar a estremecer de emoción y aportarle a la ciudad esa obra de arte colectiva, cuna del conocimiento, de la política, de la comunicación, mejores condiciones de habitación y de pertenencia. Del principio de la incertidumbre a la incertidumbre de un principio abril de 2006 | página m-ii Con Salmona, Bogotá empezó a despertar a la modernidad Mirar atrás, pero hay que saber retirar la mirada en el momento oportuno: se trata de recrear y de transformar. No de copiar. R.S. Por Juan Manuel Roca Dibujos de Rogelio Salmona como compartimento o encierro entre los cuatro muros cardinales, es algo que constituye uno de los fundamentos de la postura arquitectónica de Rogelio Salmona. Alguna vez manifestó que la arquitectura “debe proponer espacios capaces de conmover, que se aprehendan con la visión, pero también con el aroma y el tacto, con el silencio y el sonido, la luminosidad y la penumbra y la transparencia que se recorre y que nos regala la gracia de la sorpresa.” Ese, me parece, es un elemento, o mejor, una faceta de asombro que se ha hecho una constante en las obras de Salmona: la sorpresa. No la sorpresa por la sorpresa ni la imagen por la imagen, pero sí la aparición de una línea, de una ventana, de un volumen, de una luz inesperada, que más que obligarnos nos invita a la reflexión, al repliegue de sensaciones que anidan en el adentro. Se trata de una arquitectura que aún en sus aspectos más abstractos no intenta sofocar las emociones ni escamotear la interpretación, como si se tratara de un músico, del espacio elegido. Es la suya una manera de traducir los espacios, sus cargas históricas y emotivas, a un lenguaje propio que se articula con ellos, algo así como un fecundo diálogo entre el adentro y el afuera. Rogelio Salmona sabe como pocos que un arquitecto puede construirnos un sueño, pero también edificarnos la pesadilla, así sea, para decirlo con Henry Miller, una pesadilla con aire acondicionado. Por eso tras del sueño, en el que somos a veces constructores de nuestro propio desvarío, se preocupa porque haya una reflexión, una suerte de aduana del pensamiento donde se puede sopesar lo que en principio nace de un rapto poético, de una intuición. La duda, dice Salmona, “es siempre generadora de descubrimientos, gracias a ella nos distanciamos del esquematismo ideológico. Nos obliga a pensar, a descubrir y a mirar las cosas con otros ojos, sin prejuicios.” Aseveraciones como la anterior hacen pensar en el carácter dubitativo de Salmona para desconfiar de cierto poder omnímodo que se le entrega al arquitecto, al creador. Ya el viejo autor de Así hablaba Zaratustra señalaba que “la arquitectura es una especie de oratoria del poder por medio de formas.” Hay quienes ejercen esa idea, pero también hay quienes la rechazan o, mejor aún, se muestran refractarios a ejercerla. Creo que Rogelio Salmona es de los últimos, de los que moldean los espacios con la única certeza de la duda, de un desdén a las formas autocráticas. Parece preocuparse siempre por entregar espacios habitables que no tienen los linderos de la exclusión, ni los anuncios o señales propios del encierro que segrega. No se puede permanecer, me parece, indiferente frente a la arquitectura de Rogelio Salmona. Ni dejar de recordar el aforismo de un arquitecto que no sé qué tanto esté en el afecto del nuestro, Mies van der Rohe: “Solamente lo que tiene intensidad de vida puede tener intensidad de forma,” algo que me resulta evidente en la obra de Salmona. Las suyas son, antes de ser ocupadas, formas habitadas en sí mismas, dispuestas a recibir las alegrías y aún las tragedias de ese trozo de barro sublevado que es el hombre. En un pequeño texto escrito por Salmona en torno al quehacer de la arquitectura, señalaba la deuda que tiene con los hechos cotidianos y en los entronques que establece con el arte, cuyo epicentro asume desde una mirada poética. Es clara su preocupación, valga la repetición, por un entorno poético. E s sabido que Rogelio Salmona tiene una eviden te pasión por la historia de la arquitectura, pero más aún por la andadura de las obras que se gestan para interpretar los lugares, para descifrar los sitios en los que habrá de levantar sus construcciones. Es la suya, qué duda cabe, una acción poética de ennoblecimiento de lo que ya existe, antes que una abrupta imposición demoledora. Por ese motivo claro, cenital, que hay en las propuestas de Rogelio Salmona, es por lo que su arquitectura adquiere un vínculo social que no solamente tiene que ver con la idea de un mejor estar, sino de un mejor sentir, con un alto sentido estético que ayuda a darle coherencia a las formas de vivir y de pulsar lo cotidiano. Si la ventana, antes de serlo fue una porción de aire, una pequeña parcela de vacío; si el patio es una forma de amputar la lejanía; si el sometimiento de ese mismo vacío a formas impuestas recorta el infinito, la mirada de un arquitecto como Salmona se desvela por encontrar un equilibrio entre lo precedente y lo actual, entre lo intangible de una atmósfera, de un luz o de un fragmento de paisaje y las formas que despliega para darle relevancia a ese entorno. Que entre el hombre y la naturaleza medie esa sobrenaturaleza que es la ciudad, como puente tendido entre un estadio y otro y no como aislamiento, M ONSERRATE , DENTRO DEL PROYECTO INACABADO DEL E JE A MBIENTAL abril de 2006 | página m-iii Rogelio Salmona sabe, como pocos, que una arquitectura puede construirnos un sueño o edificarnos una pesadilla. B IBLIOTECA P ÚBLICA V IRGILIO B ARCO [D ETALLE ] Q uien afirmó que la arquitectura es música congelada supo que sólo si hay un ritmo, si hay un despliegue de formas armónicas entre el habitar y lo habitado, se produce un gran arte. Salmona es, entre todos nuestros arquitectos, el más afincado en la poesía, en una concepción artística que intenta englobar a cualquier ciudadano, no sólo a una clase a la que parece estar asignado el privilegio de la belleza. A él le debemos no solo edificios que son hitos arquitectónicos en América Latina, sino muchos cambios que, corriendo al unísono con la historia pasada y con el recuerdo, resultan nuevos, fundacionales. La integración de parques y edificaciones sin que sean espacios que se excluyen, como si pertenecieran a realidades diferentes e inconsultas; la exclusión de espacios claustrofóbicos que generan una especie de geopatía, de enfermedad del paisaje (las cárceles, por ejemplo, son una enfermedad instalada en el paisaje), el respeto por una geografía determinada que adopta no como camisa de fuerza sino como abrigo, una arquitectura en fin que no acude solo a una visión cartesiana y realista sino, también, al disfrute sensorial, sin nostalgias pasadistas ni olvido de lo mejor de la historia de la arquitectura, es algo que Rogelio Salmona transforma sin barrenar lo existente. Sin pasar sobre las huellas de la historia la piqueta del rabioso progresismo. Con la aparición de la arquitectura de Salmona, y de otros brillantes arquitectos colombianos y europeos que conforman un acervo de la que es por lo demás una de nuestras mayores expresiones artísticas, Bogotá, una ciudad donde el peso muerto de España y una vocación de claustro fueron durante varios siglos dos signos dominantes, empezó a despertar a la modernidad, a tener en verdad una vocación de urbe. A RCHIVO G ENERAL DE LA N ACIÓN La ciudad comenzó a abandonar un estado de hibernación propio de lo que José Luis Romero (Latinoamérica: las ciudades y las ideas) describió como “ciudades provincianas envueltas desde muy temprano en la atmósfera campesina,”[…] “ciudades que apenas advirtieron la acentuación de esa influencia después de la emancipación.” A nosotros nos llegó primero la emancipación política pero muy después la emancipación de la vida aldeana y de sus rezagos virreinales. Bogotá fue, hasta hace muy poco, una ciudad desmañada, cuya secreta belleza recuerda la de la saga de la mujer envuelta en piel de asno. Una belleza que un arquitecto como Rogelio Salmona ha puesto de relieve en los espacios públicos, en los edificios igualmente públicos, en las construcciones privadas pero, sobre todo, en muchos rincones de la ciudad que vuelve a recuperar su centro, su mirada abierta a los cerros tutelares. Ni de corte populista ni tampoco de talante aristocrático, el quehacer de Rogelio Salmona y su denodada acción por ennoblecer nuestra capital, es algo que resulta invaluable, un legado del que todavía parece que no nos damos cuenta a cabalidad. Es, para decirlo con palabras prestadas a Gaston Bachelard, una “poética del espacio” que logra transformarnos en la misma medida en que esa mirada transforma la ciudad, como si lo que habitamos también nos habitara y lo empezáramos a hacer nuestro, en dos instancias aledañas. Se trata de una puesta en marcha, arquitectónica y urbanística a la vez, jalonada por el talento de Rogelio Salmona, desde una acción renovadora que hemos visto en la andadura de los días y en el lento apropiamiento de lo cotidiano. abril de 2006 | página m - iv Toda arquitectura verdaderamente comprom por haber sabido extraer del manantial de la vida P OSGRADOS DE C IENCIAS H UMANAS , U NIVERSIDAD N ACIONAL V ISTA GENERAL DE LA B IBLIOTECA V IRGILIO B ARCO UN C ONJUNTO RESIDENCIAL PLANO DE LA ENTRADA AL A RCHIVO GENERAL T ORRES E L P ARQUE F UNDACIÓN CRISTIANA DE LA F OTO © P AOLO G ASPARINI E STUDIANTE VIVIENDA EN EL EDIFICIO DE P OSGRADOS DE CIENCIAS HUMANAS U NA CONVERSACIÓN ENTRE R OGELIO S ALMONA EN LA PÁGINA I abril de 2006 | página m - v rometida es siempre cómplice de su tiempo, ida la profunda poesía de las formas construidas. Rogelio Salmona D ETALLE DE C ONJUNTO RESIDENCIAL DEL CONJUNTO RESIDENCIAL S ALMONA E L P OLO , N UEVA S ANTAFÉ , Y OTROS ARQUITECTOS EN COLABORACIÓN CON G UILLERMO B ERMÚDEZ GENERAL DE LA NACIÓN C ASA S ALMONA Y G UILLERMO A NGULO , EN VERSIÓN INTEGRAL , SE PUBLICARÁ I NTERNET DE NUESTRO PERIÓDICO : WWW . CIUDADVIVA . GOV. CO A PÁGINA A PARTIR DEL 8 DE ABRIL EN R IOFRÍO - F OTO © M ARÍA E LVIRA M ADRIÑÁN S AA abril de 2006 | página m - vi Bogotá: La ciudad de Salmona mira a los cerros con los ojos del hombre Por Santiago Mutis Durán Dibujos de Rogelio Salmona Cultura es todo lo que se hace contra el Estado N. M. A. de Q. E., siglo xix E n sus recuerdos sobre la Universidad Nacional en Bogotá, el novelista calamarí Álvaro Miranda, dice (2006): “Bogotá se tejía como urbe a partir del centralismo. La capital de la República se comportaba como una glotona de todos los aspectos de la vida social, lo que obligaba a que las familias que no vivían en ella tuvieran que enviar a sus hijos a esa ciudad paramuna que quería acaparar administración, economía y cultura”. Lo cual es cierto, y también injusto. Cierto en cuanto se refiere al Gobierno, injusto en cuanto a la ciudad. En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, que había escrito, por supuesto, contra el centralismo —lo cual también le impidió ver en su texto contra Hernando Téllez no sólo a su antecesor sino a uno de los mejores escritores colombianos— consagra la siniestra fusión entre la ciudad de Bogotá y el gobierno nacional, al narrar la matanza durante el carnaval en donde Remedios, La Bella, es consagrada reina, junto a su rival bogotana: “cuando apareció por el camino de la ciénaga una comparsa multitudinaria llevando en andas doradas a la mujer más fascinante que hubiera podido concebir la imaginación.” Esta comparsa que acompañaba a la “reina intrusa,” “forasteros disfrazados de beduinos” que “escondían fusiles de reglamento,” fue la que desató la matanza. Eran agentes del gobierno, y venían de ¡Bogotá! “La Bogotá de Rogelio Salmona es una ciudad atenta a la imponente belleza de sus cerros, dispuesta al encuentro, al ocio, y donde el espacio es vivible.” D OS BOCETOS DE S IENA , I TALIA Bogotá ha pagado los errores del Estado y padecido desde siempre un desastroso privilegio, que tal vez ninguna otra ciudad colombiana hubiera podido soportar: el enquistamiento, en su propio corazón de ciudad, del vacío y las equivocaciones del Gobierno. “Fernanda era una mujer perdida para el mundo. Había nacido y crecido a mil kilómetros del mar, en una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra traqueteaban todavía, en noches de espantos, las carrozas de los virreyes. Treinta y dos campanarios tocaban a muerto a las seis de la tarde. En la casa señorial embaldosada de losas sepulcrales jamás se conoció el sol. El aire había muerto en los cipreses del patio...” El aire enrarecido de la Iglesia, el vaho nefasto de la burocracia y del poder, y la gente enriquecida con su manipulación, instalados todos en Bogotá, han impuesto su huella a la ciudad, a sus edificios, a sus abril de 2006 E SQUEMA B IBLIOTECA P ÚBLICA V IRGILIO B ARCO maneras de ser y de actuar, a su trazo, a sus lugares públicos; pero en Bogotá también vive gente, algunas incluso nacidas aquí, y para ellas trabaja Rogelio Salmona. Aquí se escribió la primera geografía del país que no dejaba a nadie por fuera (Ernesto Guhl); aquí se oyó primero la mitología de los indios Kogi (Gerardo Reichel–Dolmatoff ) que no conocían ni en la costa; aquí se denunció el horror de las actividades de la Casa Arana; aquí se supo primero la existencia de los Huitoto y los Tikuna; aquí se hizo la maravillosa “pintura de negros” de Guillermo Wiedemann o de “negritas,” como aclaraba mal Enrique Grau; desde aquí quiso Enrique Pérez Arbeláez detener el fin del río Magdalena y la empobrecedora erosión del país... ¡Desde “aquí,” no desde el gobierno! | página m - vii DEL F IORE , F LORENCIA , I TALIA Para mí, este “aquí” es lo que ha querido construir Rogelio Salmona, hacer una ciudad para que en ella pueda vivir la gente, una ciudad abierta, que no privatiza los lugares públicos, opuesta a los intereses de los “pulpos constructores” y a sus demasiado altivos o asfixiantes conjuntos (en)cerrados y a sus pomposos centros comerciales —donde la ciudad claudica—. La Bogotá de Rogelio Salmona es una ciudad atenta a la imponente belleza de sus cerros, dispuesta al encuentro, al ocio, y donde el espacio es vivible; una ciudad disfrutable que posibilita ser y pensar. Una ciudad que infunde libertad, gozosa y serena, con su idea generosa, sabia y civilizada de salvar la ciudad del desarraigo, de su propio tufo ministerial, de las manifestaciones de poder y del interés económico que lidera su crecimiento (privado y de miseria) que despedaza la cultura para poder controlar la vida cotidiana y conducirla al consumo histérico, destruyendo el tiempo natural de las cosas. Salmona ha hecho que una persona que camina, piensa, observa, conversa o se pasea por la ciudad —o descansa en un parque— no sea un “tipo sospechoso,” un “tipo raro” —como en la hermosa y terrible novela de anticipación de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, en donde la policía arresta a los paseantes, a quienes manejan lentamente, a los peligrosos lectores y a quienes no se someten a la televisión— sino un ser humano despierto, atento a los demás, a sí mismo y a cuanto lo rodea. Para él la ciudad es el lugar en donde la vida debe suceder de manera plena, no un lugar vigilado, ajeno, ignorante del paisaje, del clima, del tiempo de nuestra propia vida y de las relaciones humanas, que nos conduce al esquilmadero y a la ansiedad, al miedo, al aislamiento y la hostilidad, por no decir que nos prepara a la violencia o a la guerra: “La ciudad es la realización cultural más trascendental de un pueblo.” (R. S.) ¡Así debe ser! S ANTA M ARIA E SQUEMA P OSGRADOS DE C IENCIAS H UMANAS , U NIVERSIDAD N ACIONAL CODA: Dice don Ricardo Silva, padre del poeta de las Gotas amargas (antecesoras de las del Tuerto cartagenero), en uno de sus sabrosos artículos de costumbres, publicado por allá en 1860, cuando se refiere a “la antigua casa bogotana”, que era “amplia, ventilada, có- moda, alegre y olorosa a reseda y a alhucema,” y con patios llenos de plantas, flores, loros, gatos...: “la cabeza descubierta en pleno patio y bajo los rayos de un sol abrasador.” (Esto lo recuerdo ahora para matizar la frase de don Gabo sobre los patios de ¡cipreses! bogotanos —¿o del Gobierno?— en donde, según él, no se conocía el sol). A propósito del “aire enrarecido de la Iglesia,” y de los “treinta y dos campanarios,” quiero citar un grafito que vi el año pasado en los muros de la ciudad de Bogotá, la única que parece haber protestado, en todo el país, contra la intromisión de la Iglesia en la sexualidad femenina: “Alejen sus rosarios de nuestros ovarios.” abril de 2006 | página m - viii Salmona C ASA DE H UÉSPEDES , EN C ARTAGENA Por Harold Alvarado Tenorio C onozco a Rogelio Salmona desde los primeros años sesenta, cuando llevaba casi un lustro viviendo de nuevo en Bogotá y asistiendo a los tés del atardecer, en la cafetería El Cisne, en compañía de Marta Traba o Guillermo Angulo, Santiago García, Graciela Samper, Jorge Pinto, Carlos Perozzo, Fernando Botero, y la beldad masculina de aquellos tiempos, el también arquitecto Fernando Martínez Sanabria, a quien la lengua viperina de Jorge Child —otro de los contertulios— llamaba El Chuli. Otros habituales eran también el pintor Alejandro Obregón y el ya conocido poeta,Mario Rivero, a quien el primero hizo un cisne como logotipo para un comercio de emparedados que tenía entonces. Eran mesas que se formaban alrededor de las cuatro o cinco de la tarde y se prolongaban hasta casi las nueve de las noches, cuando al grito de “la fiesta es en casa de Graciela,” la pandilla levantaba la sesión y acometía el consumo del amanecer, mientras al conjuro del jazz que salía de una grabadora alemana o yanqui, alguna de las Brigitte Bardot de los pobres de entonces, haría un desnudo magnánimo aplaudido a rabiar por Santiago García, maestro en las artes escénicas y muchas otras. R OGELIO S ALMONA MIRANDO LA MAQUETA DEL Salmona no había levantado sus memorables obras de arte y nadie pudo imaginar que llegaría, en un país tan triste como este, a ser el artista monumental que es hoy, el gran arquitecto de la peor era de nuestra historia. Con Salmona acontece como con Leonardo: los tiempos debieron ser peores para que su obra tuviese un fundamento y una gloria. Porque Salmona dio a la horrenda capital de la Colombia de la Violencia y el Frente Nacional un nuevo cuerpo y una nueva ánima. Gracias a él, nuestros nietos no sabrán más —cuando al fin la muerte se detenga en nuestras calles y campos— de esos despojos que fueron los barrios y las calles bogotanas desde la colonia. Hijo de emigrados europeos de origen sefardí y occitano, Rogelio Salmona nació en París (1929) pero es bogotano puro porque, cuando tenía tres años, su familia se traslado a la capital de Colombia. Pasó la niñez en el barrio Teusaquillo, uno de esos extraños lugares que recuerdan a Londres y donde los vecinos llevaban prácticamente una vida de pueblo sin salir del barrio, en una Bogotá que no pasaba del medio millón de habitantes, donde el tendero era el mas importante de los vecinos, y el parque el C OLEGIO DE LA U NIVERSIDAD L IBRE , HECHA POR sitio donde todo se hacía y decidía. Las casas de Palermo, levantadas en ladrillo con terminados de piedra y maderas, trabajadas por lúcidos artesanos y maestros de obra, dejaron en Salmona, sin duda, su huella para siempre. Salmona hizo la primaria y el bachillerato en un colegio para los de su clase: el Liceo Francés, y luego de hacer algunos cursos en la Nacional, con el alemán Leopoldo Rother o el italiano Bruno Violi, arquitectos de muchos de los edificios racionalistas de la Ciudad Universitaria, un buen día, durante una visita que el destino le tenía prevista, llegó Le Corbusier a la casa paterna de Salmona. El famoso arquitecto franco–francés le ofreció trabajo al joven estudiante de arquitectura y, a raíz de los sucesos del 9 de abril de 1948, luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, Salmona pasó casi diez años, dibujando, en el chantier de la rue de Sèvres, donde Le petit Salmoná colaboró, junto al mexicano Teodoro González, el indio Balkrihna Doshi y el griego Xenakis, en proyectos como el Plan Piloto para Bogotá, Notre Dame du Aut y, en especial y sobre todo, Chandigarh, pero se dio también a la tarea, durante esos años, de encontrarse con su propio pasado, asistiendo, primero, a los cursos de historia del arte que M ANUEL O CAÑA - F OTO © G UILLERMO A NGULO ofrecía Pierre Francastel en la Sorbona, participando luego en los debates sobre el estructuralismo, que fueron la moda de esos días en la capital de Francia, hasta que, tras un viaje donde deambuló por desiertos y los azules intensos de la España del estraperlo y la pobreza de la tiranía franquista en los años cincuenta, vio de cuerpo entero y con el alma en vilo las maravillas de la cultura del al-andaluz en Sevilla, Granada, Córdoba y Toledo, y desde allí descendió a los paraísos del Magreb, de donde saldría la inspiración para levantar la obra que ahora nos ha dejado: un mundo a imagen y semejanza de su alma, que es ya la nuestra. Un mundo cuyos destellos y luminarias están en las llamadas Torres del Parque (1970), la Biblioteca Virgilio Barco, la Casa de Huéspedes Ilustres de Cartagena (1985), el Archivo General de la Nación (1992), el Edificio de Posgrados de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional (1999) o el Eje ambiental de la Avenida Jiménez de Quesada. Algunas de las siete maravillas colombianas, que junto a las otras de Eduardo Ramírez Villamizar, Luis Caballero y Gabriel García Márquez, darán justo testimonio de la grandeza de nuestro arte, en un siglo de horror que acaba de terminar.