Observatorio Eclesial de Amerindia Reporte Temático No. 1: América Central 1 Guillermo Meléndez Basta dar un vistazo a las noticias de los medios de comunicación para percatarse de la importancia de lo religioso en la vida de gran parte de la población de América Central (AC). Ya sean iglesias, santos, eventos milagrosos, documentos y declaraciones eclesiales, procesiones, fiestas, oraciones populares o preceptos morales diseminados por periodistas y educadores, lo religioso ocupa un significativo lugar en las prácticas sociales y en la reproducción de la sociedad. Y es que en medio de una situación sociopolítica marcada por rápidos y profundos cambios que parecen provocar incertidumbre y perplejidad en amplios segmentos sociales, la religión aparece como posibilidad de reposición de certezas básicas que permitan vivir la cotidianidad con una razonable adecuación al entorno y solucionar de manera simbólica conflictos que les resultan esenciales. Ahora bien, a diferencia de lo que ocurría algunas décadas atrás, el paisaje religioso en estas sociedades se presenta hoy como un mosaico de expresiones diversas, resultado de su propia dinámica modernizadora. Esas expresiones producen una resignificación o rearticulación de los universos simbólicos de los sectores sociales en los que se implantan de manera que puedan responder adecuadamente a las demandas que, como fruto de las nuevas condiciones sociales, se van constituyendo (1). En este informe trataremos de reseñar las cambiantes condiciones en que se han desenvuelto los fenómenos sociorreligiosos en las últimas tres décadas, así como las principales expresiones religiosas hoy presentes en el Istmo. I. Apuntamientos sobre la historia reciente 1. Campo religioso y ‘boom’ pentecostal Para el abordaje de los fenómenos sociorreligiosos en AC recurrimos aquí al concepto de “campo religioso”, caracterizado Definido por François Houtart como aquella “porción del espacio social constituida por el conjunto de instituciones y de actores religiosos en interrelación” (2). Lo sagrado, marcado por eventos sobrenaturales y el intercambio de bienes 1 Este informe fue insumo del Informe Temático publicado en el Observatorio SocioEclesial Latinoamericano “Diálogo Interreligioso y Opción por los Pobres” publicado por Amerindia en Mayo de 2011 simbólicos de salvación, mantiene relaciones de transacción u oposición con los otros campos de la realidad social (económico, político, social, salud, etc.). A partir de esta concepción, se trabaja el fenómeno religioso enfatizando la capacidad que poseen las religiones de generar sentido. El campo religioso, en efecto, está atravezado por las contradicciones que constituyen un determinado proceso sociopolítico en determinada coyuntura, y dentro de él se originan y difunden respuestas de sentido diversas para explicar, administrar y, en ciertos casos, tratar de resolver las contradicciones en alguna dirección (3). Como indicamos arriba, el paisaje sociorreligioso regional luce hoy muy diferente, pues a aquel evidente dominio católico de tiempo atrás, acompañado de una presencia — relativamente tímida— del protestantismo histórico y ciertas expresiones evangélicas, le ha sucedido la notable irrupción de una amplia variedad de confesiones y prácticas religiosas y pararreligiosas. Con vistas a evitar aquí la delicada cuestión de su denominación como “sectas”, con toda la connotación valorativa negativa que ahora acompaña a esta categoría (4), numerosos analistas prefieren denominarlas nuevos movimientos religiosos (NMR), si bien algunas de ellas no son para nada “nuevas”. En el decenio de los setenta, aunque en particular durante el de los ochenta, irrumpieron en estos países NMR de tradición evangélica, algunos de ellos de carácter sectario y fundamentalista (5). La región conoció además la expansión de pentecostalismos (6). Unos, pertenecientes a concilios reconocidos, verbigracia las Asambleas de Dios, la Iglesia de Dios, la Iglesia de Cristo, la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús y la Iglesia Cuadrangular, entre otros, muy cercanos a la categoría sociológica de sistema religioso establecido o iglesia y, en general, distantes del fundamentalismo (7). Otros, independientes, en una amplia gama de expresiones y, en general, de carácter fundamentalista. Desde entonces, afirman Carmelo Álvarez y Luis Samandú citados por Meléndez, las principales iglesias pentecostales “históricas” evidenciaron un cierto proceso de “nacionalización” en lo tocante a personal y finanzas ordinarias, si bien su nexo doctrinal e ideológico con las iglesias-madres estadounidenses permanece fuerte. Añaden que aquel „boom‟ pentecostal produjo asimismo una enorme atomización; proliferaron por tanto diversas iglesias nacionales, organizadas a partir de otras —no solamente pentecostales— vía cismas o la visión fundante de líderes carismáticos (8). A los grupos pentecostales, señala Samandú, durante largo tiempo no se les prestó importancia, su oferta religiosa no le preocupaba a nadie. Ahora, sin embargo, su paulatino crecimiento empezó a preocupar a autoridades católicas, activistas del movimiento popular, periodistas, políticos. Las razones de fondo de este crecimiento, más que en el poder de los recursos económicos externos, hay que buscarlas, al parecer, en que interpretaron de modo creativo la inseguridad, ansiedad y marginalidad de los estratos populares, brindándoles un sentido de vida y esperanza y colmándolos de afecto y euforia religiosa. Con su mensaje sencillo y dicotómico, dirigido a la vida cotidiana de la gente y que utiliza el imaginario de las religiones populares, además de cumplir un papel en torno a los sistemas políticos de una determinada coyuntura, preparan a los creyentes para una mejor inserción en lo que viene. Estamos hablando, en fin, del llamado “triángulo cura-exorcismo-prosperidad”, que al parecer encaja muy bien dentro de la cosmovisión popular para la interpretación del propio sufrimiento. Primero, en un contexto donde los servicios públicos de salud se deterioran y la pobreza causa múltiples enfermedades, la posibilidad de ser curado “por la vía espiritual” resulta muy atrayente. Segundo, las pésimas condiciones de vida y la falta de expectativas para el futuro, sumadas a una visión religiosa de tintes mágicos, provocan un “síndrome de miedo”. El exorcismo, que concentra todos esos males en el Diablo, representa entonces una forma de terapia, incluso para las dolencias psíquicas. Por último, el acento en la prosperidad material lleva a racionalizar los escasos recursos económicos disponibles. Y esas pequeñas mejoras en sus condiciones de vida, bastan para corroborar el discurso pentecostal. También desde la segunda mitad de los años setenta se sumó la variante conocida como neopentecostalismos —su principal base de operaciones fue Guatemala—, con una orientación ideológica conservadora, un mensaje prioritariamente dirigido a las capas altas y medias-altas y la utilización de abundantes recursos financieros y técnicos. Los sectores eclesiales católicos progresistas y de liberación mostraron preocupación por la “explosión” pentecostal y neopentecostal, pero no fundamentalmente por la pérdida de “clientela” —como fue el caso de los sectores conservadores y algunos reformistas—, sino debido a su discurso y prácticas percibidas por ellos como escapistas con respecto a los conflictos sociales y políticos. Más allá del espacio católico, la cuestión religiosa inquietó a políticos, periodistas, académicos. Creció el interés por identificar los nexos entre las creencias religiosas y los comportamientos sociales y políticos, lo que originó una fuerte corriente de investigación y publicaciones, en la propia región desde luego (9), aunque igualmente en otros países (10). Ahora bien, en la década de los ochenta en particular los neopentecostalismos se vincularon con consorcios político-religiosos que hacían parte de la ofensiva neoconservadora en el Istmo. La gran publicidad concedida a esta alianza (11) deformó la imagen global del pentecostalismo pues, como apunta Samandú, muchos estudiosos y activistas sociales leyeron la dicotomía “sectas-iglesia popular” con lentes de complot, lo que los llevó a explicar la irrupción de aquellas como consecuencia del esfuerzo “contrainsurgente” de los EE. UU. hacia la región (12). Exageraciones aparte, esta acusación contra los grupos pentecostales de su supuesta dependencia económica e ideológica de iglesias estadounidenses, con la consecuente intromisión política o manipulación por parte de ellas, es de suyo una cuestión muy polémica. Al respecto, una investigación desde una perspectiva católica consignó que en 1991 el diezmo era el principal recurso de financiamiento pentecostal en Honduras, Costa Rica y Panamá, mientras en Guatemala lo eran las donaciones voluntarias de personas adineradas (13). Sin embargo, en 2001 Samandú constató que al menos en lo que atañe a Nicaragua —y cabe suponer que lo mismo vale para los demás países de la región—, la relación de dependencia de las iglesias pentecostales con sus matrices estadounidenses no había cambiado (14). Dada su poca capacidad para desplegar proyectos de desarrollo, en algunos casos la dependencia de este financiamiento incluso se había vuelto más estrecha, con el riesgo de que esas iglesias madres y hermanas les impusieran un determinado discurso y línea de acción. Otra línea sociorreligiosa de investigación, en cambio, se enfocó en la crisis de ruptura con los viejos regímenes y de búsqueda de rumbos hacia estructuras más democráticas que vivían las sociedades del Istmo. Para tratar de captar mejor la dinámica vivida y de interpretarla este análisis integró la categoría de campo religioso, en cuyo centro hallamos la cuestión del poder (religioso, social, político). En efecto, sus discursos y prácticas expresan los desbalances de poder y, de forma simbólica, posibilita consolidarlos o subvertirlos. Desde esta perspectiva, por ende, las llamadas “sectas” eran algo mucho más complejo que un simple “brazo religioso del imperialismo”. 2. La difícil caminata de la Iglesia de los Pobres o de Liberación Con menos esplendor que en los años setenta, la Iglesia de los Pobres o de Liberación (IP) prosiguió su caminata en AC en medio de la sangrienta represión y de los esfuerzos de neoconservadores y restauracionistas por descalificarla, profundizando en particular la opción preferencial por los pobres y todo lo que ella supone. Se profundizó de igual modo la reflexión sobre la idolatría, que mostró la polarización entre un Dios de la vida y dioses de la muerte (15). Con respecto a la atroz persecución sufrida —misma que perduró en diversos grados y bajo distintas modalidades en varios países durante toda la década— la memoria de martirios, no tanto los más documentados (16) como los “martirologios” conservados por la tradición oral de las comunidades eclesiales de base (CEB), son en verdad impresionantes. Por ello abundaron las viudas y los huérfanos (17), cuya presencia determinó de manera considerable el contenido y la forma de la solidaridad, prioritaria dentro de la pastoral social de la IP. Las CEB se mantuvieron y hasta crecieron, alternando avances con retrocesos. El principal obstáculo externo lo representó la persecución, ocultada por la grandes medios de comunicación. En el plano interno el gran obstáculo lo constituyó el proyecto de “restauración eclesial” o “vuelta a la gran disciplina”, dominante desde el inicio del pontificado de Juan Pablo II (1978) hasta hoy. Los restauracionistas tildaron a la IP de Iglesia “popular”, “antijerárquica” o “marxista”. Las CEB, con todo, conservaron su creatividad pastoral, litúrgica y teológica. Por otra parte, agentes de pastoral realizaron una arriesgada pastoral de acompañamiento en zonas afectadas por la guerra. Junto con los refugiados y desplazados, tales agentes fueron un testimonio y signo de la “desinstalación” producto de la fe, a la vez que un desafío para las estructuras pastorales tradicionales. En este proceso hubo admirables ejemplos de cristianos que aun amenazados y reprimidos, permanecieron junto al pueblo. Unida a la prueba de la persecución, la IP pasó también la de la maduración interna. Agentes de pastoral y miembros de la IP crecieron en lo personal y trascendente de la fe y maduraron en su conciencia y práctica, esforzándose por proseguir el silencioso y duro trabajo de organización y animación comunitario, sin amedrentarse ante el hostigamiento y la represión. En cuanto a la relación con las organizaciones político-militares populares, la experiencia enseñó que una relación demasiado abierta y estrecha solía ser denunciada como “exagerada politización de la fe” por otros sectores eclesiales, lo que cerraba espacios a una evangelización liberadora. De ahí que aquella maduración mostró la necesidad de preservar la distancia, la autonomía relativa de la IP. Y aunque en algunos casos en un primer momento este planteamiento obedeció ciertamente al afán de protegerse contra la represión, con el tiempo como razón de fondo emergió la búsqueda de contribuciones desde la propia identidad y especificidad a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. 3. El ‘antídoto’ de los movimientos seglares Por el lado de la Iglesia de cristiandad, en esos años ochenta asistimos a un nada despreciable crecimiento de movimientos seglares —nuevos y viejos—, específicamente de aquellos que mejor se avienen con el proyecto de restauración. Se alentó, en efecto, a movimientos con una orientación muy distinta a la de las CEB, como los carismáticos, neocatecúmenos, focolares y el Opus Dei. Ellos se sumaron a los viejos movimientos de cristiandad (18) y a las mucho más antiguas hermandades y cofradías que, dependiendo de las zonas, conservaron mayor o menor vigencia. Algunos nuevos movimientos parecieron copiar procedimientos metodológicos y hasta enfoques teológicos fundamentalistas y pentecostales, pero el sacramentalismo imperante en gran parte de la Iglesia Católica (IC) de la región permitió su acrítica acogida. Además, con frecuencia adoptaron una mentalidad y comportamientos sectarios (19). Para Jon Sobrino, citado por Meléndez, el crecimiento de estos movimientos se explica porque llenaron necesidades objetivas de la feligresía, a las que las tradicionales parroquias con su masificación y anonimato, rutina, doctrinarismo y clericalización, no respondían de manera satisfactoria. Indica que, por ejemplo, los carismáticos atrajeron por su clima de libertad y manifestaciones extraordinarias (milagros, curaciones, habla en lenguas); los neocatecumenales, por su énfasis en la escucha y la respuesta a la Palabra de Dios en la liturgia y la caridad comunitaria. Pese a algunos recelos debido al carácter „protestizante‟ y „transnacional‟, al igual que la escasa o nula integración a la pastoral parroquial de estos movimientos, los obispos los favorecieron —o cuando menos los toleraron— bajo el supuesto de que contribuirían a detener el flujo de católicos hacia los pentecostalismos. Recelaron sobre todo de los carismáticos (20), con todo, muchos sacerdotes los acompañaron y promovieron porque se quiso ofrecer un “producto” católico que compitiera con otros similares en el campo evangélico (21). Por otra parte, dado el estilo y los contenidos espiritualizantes, apolíticos y hasta enajenantes de estos movimientos seglares, no pocos obispos y sacerdotes conservadores los vieron asimismo como una cierta “vacuna” contra la IP. En un contexto de preocupación de los sectores conservadores y de algunos reformistas por la “deserción” de seglares de capas medias y altas de una IC que enfatizaba “en demasía” la opción preferencial por los pobres, se dio también la expansión del Opus Dei, con su decidida opción preferencial por las élites (22). Esta expansión obedeció a una típica mentalidad de cristiandad, conforme la cual para cristianizar y cambiar el mundo la IC necesita tener poder, dinero y, en los tiempos que corren, conocimiento. Más aún, afirma Pablo Richard citado por Meléndez, en el fondo tal mentalidad desconoce y desprecia la capacidad y fuerza de los pobres y juzga errada la opción por ellos, por cuanto de la “pobrería” no puede salir nada de provecho para la IC. En todo caso, numerosos miembros de estos movimientos, en particular de los orientados a de las capas medias y las élites, se desentendieron de la represión, la guerra y el incremento de la pobreza en aquellos años como si no existiesen. Prefirieron, por ejemplo, aportar su entusiasmo superficialmente religioso durante la visita papal de 1983 al Istmo, u organizar peregrinaciones turístico-espirituales a Tierra Santa y a santuarios marianos europeos. 4. Nuevas condiciones sociopolíticas e implicaciones en el ámbito religioso 4.1. En el restauracionismo católico Con la aparición de un mundo unipolar tras el derrumbe del llamado “socialismo real” y la consolidación de la globalización neoliberal con hegemonía del capital transnacional, la extirpación del “cáncer Noriega” (diciembre, 1989) y la derrota electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (febrero, 1990) que completó el proceso —iniciado en 1988— de reconversión hacia la derecha de estos gobiernos, cambió radicalmente la lectura de los conflictos centroamericanos por parte de los centros de poder estadounidenses y su política injerencista. Con la firma de los acuerdos de paz en El Salvador (enero, 1992) y en Guatemala (diciembre, 1996), AC perdió aún más relevancia estratégica para los EE. UU. De igual modo, algunos analistas del acontecer religioso percibieron una relativa flexibilización en los lineamientos hacia las iglesias del Istmo emanados de la curia vaticana. Lo cierto es que las conferencias episcopales nacionales aparecieron menos monolíticas que en el decenio de los ochenta, por lo que algunos obispos trataron más abiertamente de reducir el casi exclusivo protagonismo de los arzobispos capitalinos. Se creó, también, un espacio que permitió a los obispos más progresistas emitir declaraciones o documentos críticos de las políticas neoliberales y alentar —o cuando menos tolerar sin tanta resistencia como antes— prácticas pastorales en una línea de cercanía con los sectores más perjudicados por el nuevo modelo, e incluso liberadoras. No obstante, frente a los profundos cambios sociopolíticos, culturales y religiosos que sacudieron los cimientos y atravesaron a estas sociedades, las conferencias y el Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC), si bien no faltaron declaraciones claras, explicitas y hasta duras sobre diferentes temas (23), se mostraron perplejos y limitados para afrontarlos de forma crítica y evangélica. Mantuvieron por eso un perfil discreto, cuidando de preservar y consolidar el modelo de iglesia de neocristiandad conservadora (INC) y la imagen institucional, cargando el acento más en asuntos morales que de justicia. Preocupados por contrarrestar el proselitismo de los NMR y de la “iglesia electrónica”, los obispos se interesaron en la puesta en práctica de la “nueva evangelización” propugnada por la curia vaticana y la acogida de los cuestionados proyectos “Evangelización 2000” y “Lumen 2000”. Así, en 1991 el SEDAC anunció el inicio de “una nueva fase” del trabajo evangelizador que haría énfasis en el combate de la pobreza y la formación moral. El punto de partida de esta estrategia pastoral lo constituyó el ya mencionado estudio del Cecoders que ofreció un diagnóstico general sobre el crecimiento de los NMR. Pero en vez de crecer en apertura, participación y acogida humana, indica Cirilo Santamaría citado por Meléndez, la INCC tendió a responder a los nuevos retos con una institución fuerte y una pastoral de eventos, congresos y manifestaciones de masas, espectaculares quizá, pero carentes de verdadero compromiso y madurez cristianos. Y es que los agentes de pastoral enfatizaron más en la ortodoxia, las normas moralizantes y los requisitos para la práctica sacramental, que en el encuentro personal con Jesús y su propuesta de vivencia comunitaria. Predominaron por eso las actitudes clericales, centralistas, autoritarias y dogmáticas mientras los documentos sociales episcopales permanecieron desconocidos para la mayoría de los cristianos. Por eso, si bien persistió un profundo sentimiento religioso y una gran demanda sacramental y litúrgica con acento devocional, al mismo tiempo se dio una difusa identidad y un débil sentido de pertenencia a la IC (24). Los movimientos y grupos seglares, aunque con significativa participación, se mantuvieron mayormente encerrados en la institución. Hubo más predicadores, cantores, ministros de la comunión, servidores de la liturgia…, pero menos cristianos empeñados en la construcción de una nueva sociedad. Y es que, en última instancia, el compromiso social, la conciencia crítica, en fin, el mundo, fueron vistos como realidades peligrosas para la vida cristiana. 4.2. En la promoción del desarrollo Instituciones ecuménicas promotoras del desarrollo (25), en las que participaron juntos protestantes históricos, evangélicos y católicos de base progresistas y de liberación, fueron apareciendo alrededor de coyunturas de emergencia (26). Durante la década de los ochenta ellas tuvieron un notorio protagonismo, gracias al apoyo de donantes europeos y norteamericanos interesados en fortalecer un contrapeso a la función sociopolítica conservadora desempeñada por numerosos grupos cristianos, tanto católicos como protestantes y evangélicos. De acuerdo con Samandú, la nueva coyuntura internacional y regional dominada por el neoliberalismo, modificó de modo sustancial esta situación. Por un lado, en razón del innegable descalabro de los proyectos revolucionarios, el cristianismo progresista y de liberación ciertamente perdió protagonismo frente al conservador. Por otro lado, las categorías de “resultado” y “eficiencia” —parámetros de calidad que, en general, no podían ser cumplidos por aquellos organismos religiosos—, empezaron a guiar las relaciones entre la cooperación internacional y sus contrapartes en el mundo subdesarrollado. Las agencias internacionales de financiamiento emigraron entonces hacia modalidades de trabajo más “seguras” respecto al destino final de los fondos, verbigracia las diversas pastorales oficiales católicas, hacia las que canalizaron gran parte de la inversión dirigida a proyectos sociales (programas rurales, educativos, población migrante). Como consecuencia de la sensible pérdida de apoyo económico, se produjo el rápido desgaste de las instituciones ecuménicas y entró en crisis el modelo de abordaje “nacional” de las cuestiones del desarrollo, con entidades de cobertura nacional y nutrido y diversificado personal y equipos que ejecutaban variados proyectos. Con todo, diferentes organizaciones y grupos religiosos han permanecido involucrados en viejos y nuevos aspectos y actividades de desarrollo. Viejos, verbigracia la defensa de los derechos humanos y la consolidación de formas democráticas de convivencia, o expresiones más sostenibles de desarrollo económico como la producción agrícola orgánica. Nuevos, como los acuciantes problemas ambientales (la minería a cielo abierto, por ejemplo), de las migraciones, la violencia en jóvenes y la prevención y mitigación de situaciones de desastre natural. Por otra parte, asevera Santamaría citado por Meléndez, la importante labor social católica realizada —ya por medio de las pastorales diocesanas, ya de numerosas acciones impulsadas desde parroquias y comunidades religiosas (27)—, adoleció —adolece— en general de un carácter más crítico y radical de promoción, formación de conciencia y compromiso publico, y de ahí el riesgo de hacer el juego al capitalismo globalizado y limitarse a remediar sus “excesos y abusos”. 4.3. En la percepción de la importancia de lo religioso Tanto por la pérdida de relevancia estratégica de AC como por el desánimo que cundió en los sectores sociales progresistas frente al aparente triunfo del pensamiento único, el interés por el tema religioso fue desapareciendo en los espacios académicos e incluso en las entidades ecuménicas de la región, por lo que prácticamente se dejó de elaborar análisis al respecto. Solo en el plano periodístico, aunque de forma muy esporádica, persistió algún interés. A pesar de ese desinterés, la religión se mantuvo como una importante fuente de sentido que influyó —influye— los comportamientos sociales y políticos de amplios segmentos de la población del Istmo. En AC no hubo indicios de una “secularización” cercana a la europea. Por eso, por ejemplo, cristianos continuaron donando fondos a iglesias y empresas religiosas, algunas de las cuales rozaron con manejos mafiosos. Asimismo, grupos cristianos conservadores custodiaron los derechos reproductivos de las mujeres e influyeron en las políticas oficiales de natalidad, educación sexual y prevención del SIDA. En el mundo católico, por ejemplo, el crecimiento de los pentecostalismos, si bien no con el dinamismo de los años ochenta, siguió preocupando a las cúpulas jerárquicas (28). Por otro lado, expresiones del catolicismo popular, como las festividades marianas nacionales o las del Cristo Negro de Esquipulas (29), conservaron su vigencia y hasta crecieron. Con respecto a los pentecostalismos, en un período no ya tanto de crisis cuanto de „cambio de época‟, si bien la „lectura conspirativa‟ mantuvo vigencia —de hecho, ella persiste todavía hoy (30)—, ahora fueron vistos por muchos sobre todo como un “negocio” de pastores avivados. Tal percepción se debió, por un lado, a que según el líder pentecostal Josué Barrientos citado por Meléndez, pocas iglesias pentecostales desarrollaron un sistema administrativo y adecuado control de las finanzas, siendo el pastor o líder encargado el administrador de los bienes. Esto, unido a la carencia de formación teológica y académica de muchos de ellos, ha llevado a que no puedan manejarlas con el profesionalismo exigido y a que pasen con frecuencia del interés espiritual al provecho material. Se debió también, por otro lado, a la imagen transmitida por pastores de las llamadas iglesias de la prosperidad —en sentido estricto, ellas no son parte de los pentecostalismos en términos de experiencia de fe y visión religiosa—, que a partir de esa última década del siglo XX irrumpieron en AC (31). Dichos pastores, expresa Barrientos, condenan la pobreza como una maldición de Satanás de la cual hay que salir para ser salvo; se esfuerzan por el crecimiento numérico de sus congregaciones y buscan convertirlas en „megaiglesias‟, máximo símbolo de prosperidad y bendición; y ellos mismos viven en barrios selectos y visten con elegancia, para dar la imagen de bonanza material (32). II. Apuntamientos sobre la actualidad 1. Una novedosa y compleja situación religiosa De lo visto hasta ahora, se concluye que AC es en la actualidad muy distinta en lo religioso y eclesial que pocas décadas atrás. Dentro del campo religioso se evidencian notables novedades, claro está, con distintas intensidades en cada país. Así, junto a un mayoritario catolicismo muy conservador hallamos un catolicismo de corte reformista y otro liberador que han adquirido nuevas características, manifestaciones protestantes y evangélicas y múltiples NMR, algunos —como los pentecostalismos— de importancia masiva, y crecientes niveles de indeferencia e increencia. Agnes Müller, citado por Samandú, ha elaborado una tabla sobre las afiliaciones religiosas en la AC actual. Según esta, en 2006 un 56,9% de guatemaltecos se decían católicos, un 30,7% protestantes y el 12,4% de otra/no religión; en 2007, en El Salvador, un 56% católicos, un 25% protestantes y el 19% de otra/no religión, mientras en Honduras, el 47% católicos, el 36% protestantes y el 17% de otra/no religión; en Nicaragua, en 2005, un 57% católicos, un 29% protestantes y el 11% de otra/no religión. Sobre todo en círculos juveniles, intelectuales y artísticos han crecido la increencia, pero también el número de alejados de las iglesias, de indiferentes y vinculados a grupos esotéricos. Y como hemos visto, han aparecido de igual modo diversas expresiones religiosas diluidas en un espiritualismo difuso, liviano e intimista —tipo algunos movimientos seglares católicos, neopentecostales o iglesias de la prosperidad, o bien la llamada „New Age‟ (Nueva Era)—, producto quizá de la posmodernidad y de cierto desencanto de las iglesias a la manera tradicional. Lo anterior nos dice que un análisis de las relaciones entre el campo religioso y las sociedades del Istmo en forma alguna puede ser unidireccional, mecánico y automático, ya que en tal caso no permitiría entender, por ejemplo, el simultáneo desarrollo en ambientes populares de experiencias religiosas diametralmente opuestas, unas que favorecen los cambios socioeconómicos y políticos, y otras que, por el contrario, los retardan, cuando no los obstaculizan. Y es que si bien el contexto sociopolítico condiciona la estructuración del campo religioso, así como las prácticas y los discursos que se producen y difunden en su interior, este también incide en el acontecer sociopolítico pues cada sistema religioso proporciona a sus fieles una visión de mundo que, aunque solo sea parcialmente, enrumba su comportamiento. Luego, el campo religioso posee una autonomía relativa, garantizada por la gama de instituciones y actores que elaboran aquella visión, esa especie de filtro que bloquea determinadas influencias del contexto, en tanto favorece otras. 2. Agrupamientos y expresiones del nuevo paisaje religioso En este apartado no mencionamos las experiencias de las que nos hemos ocupado en extenso a lo largo de este informe, y sobre las que volveremos luego. Digamos para comenzar, y sin ánimo de caer en consideraciones puramente cuantitativas propias de la mentalidad de cristiandad, que en el ámbito protestante, se constata el estancamiento o lento crecimiento de las confesiones históricas (episcopales, metodistas, presbiterianos, luteranos…). Sin embargo, como bien hace ver Samandú, su peso sigue siendo significativo en ciertas regiones —en particular la “Centroamérica caribeña” (33); de igual modo, organizaciones de desarrollo de origen protestante continúan desempeñando un cierto papel en los procesos sociales y políticos en países como Guatemal, Honduras y Nicaragua; además, la presencia de confesiones históricas en la radio y la televisión en todo el Istmo, es nada despreciable. En todo caso, su pérdida de feligresía en comparación con los pentecostalismos, ha favorecido la “pentecostalización” de algunas de estas iglesias. Las llamadas “sociedades para-cristianas” o también “iglesias cristianas marginales” — adventistas o sabatistas (Adventistas del Séptimo Día), testigos de Jehová y mormones (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días)—, pues pretenden completar o corregir la Biblia con base en sus propias “revelaciones”, las Iglesias Bíblicas, los bautistas, menonitas, entre otros, se añaden al paisaje religioso contemporáneo. Coincidimos con Samandú en que las religiones indígenas son un polo de poder muy modesto en el Istmo, bastante —aunque desde luego no exclusivamente— reducido a Guatemala, donde en los últimos lustros se observa un reavivamiento de antiguos actores, prácticas e instituciones. Agrega que en este país existen eslabones claros que vinculan tales religiones con organizaciones y movimientos sociales indígenas, y en ese sentido lo religioso estaría fundamentando la (re)construcción de identidades sociales. Aun así, dado que los diversos grupos han sido desgarrados por la constitución de clases a su interior, la aculturación y la emigración, entre otros, una propuesta religiosa indígena no parece ser suficiente para la consolidación de identidades. Asistimos igualmente, en especial a lo largo de la Centroamérica caribeña —si bien con sensibles diferencias de un país a otro—, a un incremento de prácticas tradicionales de origen afrocaribeño como baños y despojos, lectura de tasas y manos, sesiones con videntes, reposición de algunos movimientos mesiánicos, entre otros. Todo esto sin contar con la multiplicación de sociedades religiosas de inspiración no cristiana que suelen darse a sí mismas nombres tan variados como iglesia, asociación, club, movimiento, círculo, centro, escuela, sociedad, entre otros. Denominados a menudo como movimientos esotéricos, a ellos acuden mayormente sectores de clase media, sobre todo artistas y profesionales. Es el caso de religiones orientales llegadas por inmigración (budismo, sintoísmo, hinduismo), pero especialmente de expresiones religiosas de origen más reciente venidas de Japón (Seicho-no-Ie), India (Meditación trascendental, Hare Krishna, Mahikari) o de Corea (Iglesia de la Unificación o Asociación Moon); de origen islámico (Fe Universal Bahai‟) u occidental (Los Niños de Dios). También de grupos filosófico-religiosos (rosacruces, sociedades teosóficas). Sin olvidar, por supuesto, la „New Age‟ (Nueva Era). 3. Religiosidad popular urbana Nos interesa ahora decir algo acerca de la religiosidad vivida en ese complejo y diversificado —aunque asimismo despreciado y hasta satanizado— mundo de las barriadas pobres y marginales de AC. La religión popular abarca aquí múltiples y heterogéneas expresiones —de hecho, en estas barriadas hallamos el mayor porcentaje de creyentes en experiencias autónomas católicas, cultos evangélicos, indígenas y afrocaribeños (34)—, las cuales si bien conservan un alto grado de tradicionalismo, adquieren rasgos que las alejan de las expresiones rurales (35). El catolicismo popular en concreto, no es muy inclinado a las expresiones típicas del folclore y aparece menos devocional y masivo que el rural. Esto parece responder a una cierta tendencia a “privatizar” lo religioso en estos entornos (36), mientras otras esferas de la vida — verbigracia el deporte o las fiestas seculares— cumplen siempre más la función del “encuentro masivo”. La sociología religiosa constata que en estos ambientes, las personas procedentes del campo pierden el contacto con la tierra y sus ciclos naturales y asimilan valores transmitidos por los medios de comunicación y la escuela, por ejemplo, que transforman sus representaciones de la divinidad y de las vinculaciones de lo sobrenatural con la vida cotidiana, y con ello su vivencia religiosa. En efecto, la religión ya no constituye una solución directa a sus necesidades, por lo que cada vez más basta con realimentarla en algunos momentos relevantes o críticos de la vida (37). Aun así, en estas barriadas es frecuente encontrar hogares con crucifijos, imágenes de vírgenes y santos; personas que peregrinan a santuarios y recurren a amuletos y bendiciones, o a ritos e imprecaciones con el fin de evitar “males”, principalmente en relación con la salud y el trabajo. Tampoco escasean “rezadores”, “curanderos” y hasta “brujos” —solo que menos visibles— encargados de quitar los “males” y devolver la tranquilidad a los pobladores (38). Proliferan asimismo los cultos evangélicos fundamentalistas y pentecostales. Su expansión acompañó el crecimiento urbano, industrial, comercial y tecnológico en AC, y como ya vimos se aceleró con la profunda crisis del decenio de los ochenta. Martínez y Samandú, citados por Meléndez, afirman que dicha crisis confirió un carácter de urgencia a determinadas demandas de sentido que permitieran soportar e hicieran más llevadera la vida cotidiana, con sus problemas y tensiones (39). Pues bien, en un contexto de explotación, marginación y represión que agudizó —agudiza— su angustia e incertidumbre, los grupos pentecostales en particular brindaron —brindan— un sentido de vida y esperanza a muchas personas de estas barriadas, colmándolas de “fraternura” y euforia religiosa. 4. El cristianismo de liberación Nos dice Samandú en el ensayo citado en la nota 1: …la institucionalidad católica mantiene su importante peso, sobre todo en los vínculos con el poder político, a veces crítico, otras veces de padrinazgo; pero también su peso es considerable en lo que tiene que ver con la ética que se utiliza para controlar a ciertos grupos (mujeres por ejemplo). Dentro de la Iglesia Católica, el movimiento se ha desplazado, en parte, desde la iglesia popular o iglesia de los pobres (salvo algunas comunidades que aún se mantienen de forma testimonial), a algunas pastorales o institutos que juegan un papel ante lo social muy relevante… Más adelante, agrega: Tampoco parecen tener mucho peso las antiguas comunidades de base… (vemos) un panorama de un movimiento alicaído, sin ideas nuevas, más presente en algunas regiones, pero en general débil. No dudamos de que lo afirmado por Samandú sobre las CEB en comparación con otros sectores del catolicismo del Istmo, sea fácilmente avalado por políticos, periodistas, académicos y, por supuesto, agentes de pastoral y líderes cristianos conservadores y hasta progresistas. Sin embargo, pensamos que a partir de lo planteado hasta ahora, cabe formular varias observaciones. He aquí algunas. En primer lugar, el autor incurre en el común error de reducir el cristianismo — catolicismo en este caso— de liberación a las CEB, siendo que este lo conforman diversas instancias, algunas de las cuales enumeramos más adelante. En segundo lugar, nos resulta sumamente difícil entender cómo se pueda hablar de la “debilidad” de un movimiento eclesial sin más, esto es, sin hacer referencia a la enorme persecución y represión extra e intraeclesial sufrida por este desde los años ochenta, en tanto que a otros movimientos no solo no se los ha perseguido y reprimido, sino se los ha alentado y apoyado de múltiples formas. En tercer lugar, y siempre en torno a esta cuestión de la „debilidad‟ y del „poco peso‟ del cristianismo de liberación, dos breves citas que nos parecen importantes. La primera de Pablo Richard, de un artículo publicado en 1984 pero que retoma ideas expresadas mucho antes: La Iglesia de los Pobres se construye también a partir de las CEB. Pero es importante anotar que la Iglesia Popular no es simplemente la suma de todas las CEB… no puede así apreciarse por un criterio puramente cuantitativo, sumando simplemente las CEB y los agentes de pastoral… Hay que utilizar un criterio cualitativo y apreciar el impacto liberador y transformador de las CEB en la conciencia religiosa del pueblo y en la totalidad social en general…. (40). La segunda del autor de este informe, y que remite a la situación vivida en AC en la década de los setenta: Lo primero a recalcar es que los procesos de concientización y de surgimiento de la nueva práctica eclesial y sociopolítica… no abarcaron a todos los estratos populares católicos, y mucho menos a la totalidad de la IC. De hecho, la IP nació y se desarrolló en fuerte y permanente contradicción con gran parte de los obispos, agentes de pastoral y movimientos apostólicos elitistas o espiritualistas situados en el ámbito ideológico y cultural de la oligarquía, la burguesía y la pequeña burguesía conservadora, quienes buscaron preservar, ya la práctica de Iglesia de cristiandad conservadora, ya la de Iglesia de neocristiandad (Meléndez, 2008: 146). Luego de estas precisiones iniciales, pasemos a examinar con algún detalle la situación de este cristianismo de liberación. A principios de la década de los noventa, es innegable que muchos cristianos progresistas y de liberación del Istmo no pudieron substraerse a aquella “cultura de la desesperanza” fundada en el mito del “triunfo definitivo del capitalismo y la muerte de la utopía socialista”, promovida desde el centro imperial con el fin primordial de paralizar las protestas populares y luchas revolucionarias. Y es que, en verdad, el contexto sociopolítico y eclesial internacional y regional lucía lúgubre. Estaban, por un lado, el derrumbe del “socialismo real” que acarreó el fortalecimiento del capitalismo y la indiscutida hegemonía político-militar mundial de los EE. UU., estrenada con la sangrienta e impune invasión a Panamá (20.XII.1989) y ratificada con la “Guerra del Golfo”, lo mismo que la para no pocos sorpresiva derrota electoral de los sandinistas (febrero, 1990); por otro lado, la profundización de la ofensiva restauracionista católica —aunque también, con otras características y matices, protestante y evangélica— con sus ataques contra la IP y la teología de la liberación (TL) (41). Lo cierto es que amplios sectores cristianos progresistas y de liberación entraron en un primer momento en una etapa de “crisis”. Frente a la falta de perspectivas que permitieran vislumbrar la posibilidad de superar en el corto plazo el reflujo del movimiento popular, pasaron del optimismo revolucionario al pesimismo; se perdió, en fin, la esperanza en salidas políticas concretas y visibles para transformar las estructuras de dominación (42). Pronto, el desánimo inicial dio paso a una más serena autoevaluación retrospectiva que permitió captar —en diferente medida, según países, zonas, trayectorias— falencias y desaciertos anteriores. Verbigracia, el carácter hegemónico que el simbolismo y discurso políticos alcanzaron en la liturgia y práctica de no pocas CEB, en detrimento de lo más específicamente religioso, hecho que favoreció el proselitismo de movimientos católicos espiritualizantes y de evangélicos fundamentalistas y pentecostales. Se admitió igualmente que en determinados momentos y lugares, líderes de la IP dieron por sentado que la síntesis entre fe y política se había realizado, no percatándose del desfase existente en sectores cristianos populares entre una conciencia política abierta a los cambios sociales y una conciencia religiosa tradicional. Que les seguían preocupando cuestiones como el cielo, el infierno y el purgatorio, los milagros de la Virgen y los santos, o el Espíritu Santo; no obstante, tales líderes casi no les hablaban de eso, pero sí “de política” y de temas a menudo distantes y poco comprensibles. Otro importante error consistió en la insuficiente atención que se prestó a los problemas de tipo personal y psicosocial. Las iglesias pentecostales, en cambio, con su énfasis en la presencia y acción del Espíritu Santo respondían mejor a las demandas de personas agobiadas y desgarradas, que preferían una religiosidad que les prometía alivio inmediato. Jóvenes sacerdotes, religiosas y líderes laicos que no habían vivido —y por consiguiente no se autoanulaban lamentando y añorando— “los tiempos de esplendor” que siguieron a Medellín, se percataron de que todavía persistía la brisa renovadora de la renovación eclesial (Sobrino). Concluyeron, por tanto, que pese a —y principalmente por— las adversas condiciones del momento, la principal tarea era contribuir a que la paciente y ardua siembra de décadas anteriores continuara produciendo buenos frutos. Esto ayudó a muchos a recobrar el ánimo para seguir adelante y valorar mejor los pequeños logros y triunfos, los avances y aciertos de las diversas instancias del cristianismo de liberación. Verbigracia, el desarrollo de una reflexión teológica surgida de la base; la participación de miembros y de esas propias instancias en las luchas y los movimientos de liberación; y la siempre más extendida experiencia de relectura popular de la Biblia. Por eso, diversas experiencias pastorales liberadoras han seguido vivas en AC. En barriadas populares urbanas y comarcas campesinas, entre indígenas y afroamericanos y en los movimientos sociales, las CEB, los grupos bíblicos, catequistas y delegados de la Palabra, algunas pastorales diocesanas —en particular la social—, centros teológicos y de formación y varias publicaciones, han resistido y mantienen viva la tradición de una reforma eclesial profética y el legado vivo de los mártires. Especial realce merece la inserción de la vida religiosa en medios populares. Numerosas comunidades influidas por el restauracionismo, han tendido a encerrarse en su propio mundo. Otras, principalmente femeninas, han optado por el contrario por la inserción y acción en zonas de frontera social y geográfica de alto riesgo, donde junto con las tareas de evangelización, catequesis o animación, acompañan y promueven diferentes programas entre los sectores populares más vulnerables. 5. Los pentecostalismos 5.1. Pentecostalismos Como hemos visto, la mayor parte del evangelismo actual —en una proporción difícil de precisar— se identifica como pentecostal. Predominan las arriba citadas iglesias pentecostales “históricas”, por su larga presencia en la región, que tienen un peso singular en las capas populares y medias. Con una oferta institucionalizada en torno a grandes denominaciones, poseen un perfil tan estable, aunque menos ostentoso y poderoso, que el de la IC. Como dijimos, este pentecostalismo ha afectado seriamente a las iglesias históricas en su conjunto, sin embargo no debe perderse de vista que existe una feligresía pentecostal que data ya de varias generaciones. La relación de este sector con la esfera política no es homogénea; en algunos países y en ciertas coyunturas se vuelve más evidente, pero su mayor importancia parece radicar en su influencia en el comportamiento sociopolítico de sus miembros. Se consolidan también denominaciones de más reciente fundación que están transitando la tradicional ruta sociológica, yendo de estadios carismáticos y estructuras organizativas simples, hacia estadios más institucionalizados, complejos y burocráticos. Pero, a pesar de la propaganda de algunas „megaiglesias‟, las Asambleas de Dios y la Iglesia de Dios, entre otras, poseen el mayor caudal de bautizados pentecostales. Ahora bien, el pentecostalismo no constituye en AC un bloque homogéneo, ni se corresponde con la antigua imagen que de él se suele tener. Sobre todo en el pentecostalismo histórico, se observa ahora que en sus programas integran una línea de trabajo social que había sido dejada de lado (43) y que para Samandú se asemeja al trabajo predominante en la IC en los años sesenta (44). Además, en algunos casos se avizoran proyectos cercanos a una concepción de desarrollo, con formación de liderazgos y actividades productivas. 5.2. Neopentecostalismos e iglesias de la prosperidad Contrariamente a lo imaginado, sostiene Campos, el terror al fin del mundo por el cambio de milenio no llevó ni a la humanidad ni a las religiones a un retorno a la escatología sino, por el contrario, a una reinterpretación de la historia en términos de búsqueda del desarrollo material y la prosperidad económica. Para él, este fenómeno sería consecuencia, por una parte, de la desesperanza hija del desencanto tras la crisis del bloque socialista (crisis de utopías) y, por otra, en un primer momento, del optimismo fundado en un presente existencial y hedonista que se supone a sí mismo más allá de toda ética o exigencia de la ley, producto de un avivamiento religioso caracterizado por la búsqueda de un movimiento espiritual en dirección a Jesús con experiencias intimistas, vale decir, un movimiento que se aparta del mundo y se recluye en la esfera privada. En un segundo momento, ya entrados en el nuevo milenio, se habría operado un deslizamiento religioso desde ese intimismo espiritualista hacia un optimismo político y económico más abierto al mundo. Pues bien, las ofertas neopentecostales, con sus „megaiglesias‟ y énfasis en la prosperidad material, constituyen un dinámico polo del campo religioso centroamericano actual. Tales ofertas abarcan una gama policlasista con fuerte representación de los segmentos medios; además, sus vinculaciones con el poder político no parecen ser débiles (45). El discurso predominante en ellas es de éxito, de poder, de certeza de que todo se puede superar. Así, nos dice Samandú, la poderosa Fraternidad Cristiana de Guatemala se propuso ser …una congregación que rompiera con todos los esquemas tradicionales. Una Iglesia que dejara en el olvido la mentalidad de que un cristiano debe ser pobre, ignorante y sin influencia alguna en la sociedad. En este sentido, consigna que se trata de una teología muy emparentada con otro fenómeno cultural que ha arrasado en los últimos años la región: “El Secreto”, toda una corriente que predica la ruta al éxito individual en la vida, los negocios y la prosperidad en general. La religión debe servir para el éxito, si no, no sirve. El teólogo Dennis Smith, por su parte, expresa que los neopentecostalismos ofrecen la visión de un dios poderoso muy personal, individualista, proveedor y protector, fuente de bendición material; un dios que se revela por medio de milagros y señales, y habla con contundencia valiéndose líderes carismáticos. Ahora bien, aunque muy minoritarios en relación a los pentecostalismos por varios años (46), según el pastor pentecostal hondureño Josué Barrientos citado por Meléndez, desde la década de los noventa los neopentecostalismos se han convertido en un serio problema para la identidad pentecostal o pentecostalidad (47). Sostiene que son una “nueva forma de hacer pentecostalismo” que se ha introducido en muchas de estas iglesias, solo que no es fácil distinguirlo por cuanto las manifestaciones del Espíritu Santo son similares a las que ahí se tienen. Sin embargo, los líderes neopentecostales no enseñan la doctrina del Espíritu Santo; se limitan a manejarla de manera superficial, seleccionando aquellos aspectos que les convienen para sus fines (48). Por eso reducen sus manifestaciones a un mero emocionalismo y euforia colectiva, haciendo énfasis en la imposición de manos. Más aún, para él los líderes neopentecostales no buscan diferenciarse de los pentecostalismos para establecerse como un nuevo movimiento evangélico, sino absorberlos. Y, de hecho, recalca que gran parte de la feligresía pentecostal se encuentra confundida en su identidad debido a la sutil penetración neopentecostal dentro de sus iglesias, misma que las ha cambiado volviéndolas neopentecostales. La modalidad neopentecostal que más inquieta es la de las „megaiglesias‟, dirigidas con preferencia —pero no con exclusividad— a los estratos medios y medios altos. Con marcada influencia estadounidense, ellas conceden especial importancia a las técnicas de mercadeo aplicadas al crecimiento y —a diferencia de los pentecostalismos tradicionales— a una liturgia ordenada y depurada con predominio del espectáculo, para lo que cuentan con grupos musicales profesionales. Por eso, en sus cultos no hay lugar para la improvisación, pues todos los detalles son cuidadosamente ensayados. Esta liturgia es considerada por Barrientos más un „show‟ de entretenimiento que un culto a Dios, donde los líderes muestran conductas y propagan ideologías que dan una imagen distorsionada y negativa del cristianismo (49). Las megaiglesias, enfatiza Smith, rompen el tradicional vínculo pentecostal entre el barrio y el templo, el cual se abre ahora a una población que proviene de muy diversos lugares y realidades sociales, transportada en autobuses. O sea, estos líderes trabajan con el método de un solo templo al cual llegan los fieles; una vez consolidado este, pueden pensar en expansiones (50). Son, por tanto, son iglesias desterritorializadas, paralelas a las locales, cuya función e importancia modifican pues las convierten en uno más de varios posibles espacios donde los fieles pueden adquirir bienes simbólicos. A diferencia de numerosas iglesias pentecostales, indica Barrientos, las neopentecostales son bien administradas. Para acrecentar los ingresos utilizan técnicas de mercadeo y además de los diezmos y las ofrendas tradicionales, recurren a actividades como conferencias, cenas de gala, conciertos y ventas diversas (51). Con el mismo fin, han perfilado algunas ideologías que presentan como doctrinas bíblicas. La más común es “la de los pactos”, por la cual el feligrés se aventura, con base en la palabra de los líderes, a pactar con Dios una cierta cantidad de dinero para recibir una retribución. La iglesia, más que un lugar donde se viene a adorar a Dios y recibir su Palabra, prosigue el pastor pentecostal, es para ellos una empresa que debe crecer y producir ganancias. De ahí las inversiones millonarias para dotarlas de comodidades: aire acondicionado, butacas acolchonadas, alfombras, buena pintura y decoración y, claro está, espaciosos estacionamientos (52). En los cultos, grupos musicales ofrecen verdaderos conciertos de música moderna con los asistentes como simples espectadores (53), de ahí que la construcción de las megaiglesias se asemeje más bien a la de los actuales cines y teatros, sin columnas internas para favorecer la visual y cuidando la excelencia de la acústica. En fin, concluye Smith, que las megaiglesias se constituyen en rivales formidables para las iglesias pentecostales locales, incapaces de competir con su grandiosidad y el ambiente de espectáculo allí imperante. Son, además, el espacio físico donde los fieles pueden relacionarse con los telepredicadores. Cada vez más telepredicadores, señala Smith, llenos de dinamismo empresarial, pelean un lugar y se convirten en actores en esos nuevos espacios de construcción de sueños, valores y discursos políticos que son los medios de comunicación. Y, aunque la creencia y conversión religiosas son fenómenos complejos, como la televisión comercial exige mensajes simples y directos, esta tecnologización del proselitismo religioso ha tendio un impactó profundo en los contenidos de los mensajes (54). Afirma que al eliminar el énfasis en la doctrina, los telepredicadores neopentecostales han ahondado el contenido emotivo de la televisión y simplificado todavía más el mensaje religioso, reduciéndolo a un mero intercambio comercial de bienes simbólicos. En un contexto en que los medios comerciales enseñan que cualquier experiencia humana, incluso el encuentro con la divinidad, se puede vender conforme la lógica del mercado (55), ellos comprendieron que para muchas personas la relación con Dios ya no es comunitaria sino individual. Por ende, ofrecen el contacto con la trascendencia como bienes simbólicos para consumo individual, de modo que los consumidores adquieren en este mercado religioso lo que necesitan para resolver sus problemas (56). Estos telepredicadores, sin embargo, no han logrado ganar espacios en los medios comerciales del Istmo. Es decir, continúan actuando en el gueto de los medios religiosos evangélicos, los cuales, como reconoce Smith, no inciden de manera importante en la sociedad en general. Buscando multiplicar su impacto, suelen recurrir entonces a la estrategia de establecer alianzas con „estrellas‟ neopentecostales de los EE. UU. con vistas a adquirir la “franquicia” de algún importante bien simbólico (57). En todo caso, sin duda la espiritualidad pentecostal aparece hoy como la más atractiva para los evangélicos. Aunque no con la pujanza del decenio de los ochenta, los pentecostalismos mantienen cierto ritmo de expansión, y es posible que el contexto socioeconómico regional continúe propiciando su crecimiento. Como dijimos arriba, su fuerza de atracción e influencia se nota incluso en las iglesias protestantes “históricas”, algunas de las cuales han incorporado prácticas como el hablar en lenguas o el exorcismo. En el ámbito católico, es obvio que el movimiento carismático es una versión de aquel pentecostalismo de origen protestante (58). Los pentecostalismos, en fin, constituyen hoy la parte más interesante y dinámica del evangelismo, tanto por su capacidad de movilización social como por su diversidad de posiciones frente al entorno sociopolítico. Por lo mismo, representan un importante reto para las iglesias cristianas clásicas, en primer lugar la católica; no obstante, algunas de estas siguen sin preocuparse por comprenderlos con seriedad, limitándose a adoptar actitudes sectarias hacia ellos. Notas (1) Para la elaboración de este informe me apoyo fundamentalmente en: Marcos Villamán, “La vuelta de lo sagrado: religión y dinámica social”, en Ciencia y Sociedad (en línea) vol. 27 (2002), disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdf/Red.jsp?Cue=87027401; Luis Samandú, “Relación entre religión y procesos sociales en Centroamérica iniciando el siglo XXI. Reflexiones y algunas hipótesis de trabajo” (comunicación electrónica); Guillermo Meléndez, Otro mundo y otra Iglesia son posibles. Un acercamiento al catolicismo centroamericano contemporáneo. San José, CEHILA-DEI, 2008, págs. 157-260. (2) Otto Maduro, Religión y conflicto social. México D. F., CFE-CRT, 1980, pág. 77. (3) Bernardo Campos (“Campo religioso y campo político: La lucha por el espacio sagrado”, 2009) subraya que la teoría de los campos es útil en la medida que permite explorar por separado distintos ámbitos de la realidad, bajo la condición de que se tenga siempre conciencia de la interacción con las otras esferas del quehacer social, lo mismo que de la interdependencia entre ellas. (4) El término secta, apunta Villamán, tiene en la sociología de la religión un origen y uso totalmente alejados de tal carga negativa. El concepto se contrapone al de iglesia, considerados ambos como los dos polos de un “continuum” que tenderían a recorrer los grupos religiosos, los cuales se iniciarían como sectas y, en su desarrollo, se moverían hacia el tipo iglesia. El peso del uso cotidiano, no obstante, le aportó al concepto una connotación problemática para su utilización, ya que lo acercó a contraposiciones como “verdadero/falso”, “correcto/incorrecto” y otros significados y valoraciones, en donde el primero de los términos correspondería a la secta. (5) En un sentido amplio, el fundamentalismo consiste en aferrarse incondicionalmente a una verdad, expresada en la interpretación literal de un texto o discurso religioso, político o económico; es huir de la ambigüedad y aceptar incondicionalmente un liderazgo autoritario. Con frecuencia se convierte en un refugio para comunidades tradicionales que tratan de construir o preservar su sentido de ser y autoestima en medio de rápidos y profundos cambios sociales sobre los cuales no ejercen ningún poder. En un mundo cada día más complejo, los fundamentalistas, no sintiéndose competentes para emitir juicios morales a partir de criterios propios, depositan en manos de sus líderes carismáticos la responsabilidad de discernir entre el bien y el mal (Dennis Smith, “Fundamentalismos, comunicación y globalización: desafíos pastorales”, 2006, en: http://www.jmcommunications.com/spanish/ponencia-fundamentalism). (6) Comúnmente percibidos como una amplia gama de iglesias o congregaciones de tamaño variable, predicadores callejeros, programación radial y televisiva, campañas de avivamiento, etc. (7) La presencia de iglesias pentecostales provenientes de los EE. UU., comenzó ya desde los años treinta del siglo pasado (8) En el caso de Guatemala, por ejemplo, algunas de ellas empezaron como grupos muy sui generis con sus líderes locales, y crecieron hasta constituir asociaciones nacionales o uniones de iglesias. (9) Donde sobresalieron actores como el Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI) en Costa Rica, el Centro Antonio Valdivieso (CAV) y el Instituto Histórico Centroamericano (IHCA) en Nicaragua, al igual que la Universidad Centroamericana (UCA) en El Salvador. (10) México, en primer lugar, y aquí el Centro de Estudios Ecuménicos Latinoamericanos (Cedela) y el Colectivo de Análisis de las Iglesias en Centro América (CAICA), entre otros. Gran parte de esta producción regional y extrarregional se encuentra recogida en: Guillermo Meléndez, Iglesia, cristianismo y religión en América Central. Resumen bibliográfico (19601988). San José, DEI, 1988. (11) En particular al fenómeno del general Efraín Ríos Montt en Guatemala y su política de “tierra arrasada”, y su supuesta justificación religiosa por parte de las “sectas” fundamentalistas y pentecostales. (12) Ciertamente, tanto el famoso Informe Rockefeller (1969) como los documentos Santa Fe I y II, que recomiendan sin tapujos el uso de estos grupos religiosos como parte de una estrategia contrainsurgente orientada a detener el auge de la teología de la liberación y de la Iglesia de los Pobres, lo mismo que los fundamentos ideológicos manejados en la guerra de los contras nicaragüenses, avalaban esa apreciación. (13) Véase: Centro de Coordinación de Evangelización y Realidad Social et al. América Central: Evaluación pastoral en relación a las sectas fundamentalistas. San José, SEDAC, 1991, pág. 19. (14) Así por ejemplo, la Iglesia de Dios, una de las dos principales denominaciones del pentecostalismo “histórico”, se encuentra bajo la égida de la matriz estadounidense, la cual se encarga del pago del supervisor y apoya la educación teológica, además de velar por la ortodoxia doctrinal. (15) Misma que cristalizó en la ya clásica obra colectiva La lucha de los dioses: los ídolos de la opresión y la búsqueda del Dios liberador. San José-Managua, DEI-CAV, 1980. (16) El de monseñor Oscar Romero (24.III.1980), claro está, aunque también el de sacerdotes, religiosos y religiosas, en especial el de los jesuitas de la Universidad Centroamericana de El Salvador (16.XI.1989). (17) Los obispos británicos James O‟Brien y Maurice Taylor, quienes en 1984 visitaron Guatemala, precisamente titularon su informe: “Una nación de viudas y huérfanos”. (18) Verbigracia, Cursillos de Cristiandad, Movimiento Familiar Cristiano y Legión de María. (19) De ahí su aislamiento de otras agrupaciones y su exclusivismo triunfalista, como si únicamente sus miembros fuesen los verdaderos creyentes. (20) Entre los varios documentos episcopales al respecto, sobresale uno de los obispos guatemaltecos de 1986. Los neocatecúmenos y focolares, en cambio, fueron bastante bien acogidos. (21) Obviamente, como observa Carlos Castro citado por Meléndez, la forma de abordar y solucionar ese problema no pareciera pasar por la ejecución de estrategias de “sabotaje pastoral”. (22) Empresarios y quienes dominan el mercado, la tecnología, el conocimiento, el poder político y —muy importante— el mediático. (23) Verbigracia, las consecuencias sociales y culturales del modelo neoliberal, las migraciones y la explotación de los recursos naturales. (24) Por lo mismo, aun cuando diversas encuestas de opinión asignaron elevados porcentajes de credibilidad y valoración a la IC, su influencia real en el conjunto de la sociedad se redujo. 25. Como el Comité Evangélico Pro Ayuda al Desarrollo, en Nicaragua; en Honduras, la Coordinadora Cristiana de Desarrollo; el Consejo Cristiano de Agencias de Desarrollo, en Guatemala; y en El Salvador, la Coordinación Diaconía. 26. Ya desde el decenio de los setenta, como ocurrió en Nicaragua a raíz del terremoto que en 1972 arrazó el centro histórico capitalino. 27. Escuelas y colegios, dispensarios y clínicas, comedores, guarderías, programas de tierras y derechos humanos, acompañamiento a grupos en situación de riesgo, trabajo y pastoral de la mujer… (28) Un solo ejemplo de esta relativa pérdida de fuerza. En Guatemala, históricamente el país de mayor presencia protestante-evangélica, en 2003 el 58% de la población se declaró católica, el 26% evangélica, el 14% sin religión y el 2% “otros” (SEPAL, Estado de la Iglesia Evangélica en Guatemala. Guatemala, s. e., 2003, pag. 5). Aunque, como destaca Juan Hernández Pico citado por Meléndez, este promedio nacional esconde el que en algunos lugares, por ejemplo de la Costa Sur o del Altiplano occidental, supera el 30%, llegando incluso (en Santa María Chiquimula) casi al 60%. (29) Sobre esta interesante devoción, véase: Guillermo Meléndez, “La devoción al Santo Cristo de Esquipulas en América Central. Una aproximación”, en Jorge Hamilton (org.), Saúde, dinheiro e amor: estudo da vivência religiosa a partir dos seus sujeitos. Piracicaba (Brasil), CEHILA-UNIMEP, 2004, págs. 187-205). (30) Un ejemplo muy reciente: “…las Iglesias herederas del calvinismo… se multiplican en una tarifa interminable en Estados Unidos… ese protestantismo… bajo la doble denominación de antiguo y neopentecostalismo, causa una fuerte hemorragia en la grey católica de América Latina… Guatemala ha sido durante décadas la mayor cabeza de puente de esas formaciones religiosas vinculadas a la extrema derecha de Estados Unidos, la de los cristianos renacidos que también figuran en el movimiento del Tea Party. Un militar golpista, Efraín Ríos-Montt… fundador de la Iglesia del Verbo, fue el primer presidente protestante del país, y bajo su influencia un segundo adepto, Jorge Serrano, ocupó también el cargo, aunque en su caso por la vía electoral. Hoy, cuando el país sufre de una aguda anemia de Estado… un tercer aspirante del protestantismo de secta, Harold Caballero, se perfila como candidato con posibilidades en las próximas elecciones presidenciales” (M. Á. Bastenier, “El Vaticano y América Latina”, en El País (España), 10.XI.2010). (31) Una significativa expresión de estos agrupamientos la constituye la brasileña Iglesia Universal, la cual tiende a ubicar sus templos —los llamados “Pare de sufrir”— en lugares amplios, verbigracia antiguos cines, donde congregan cantidades considerables de personas que provienen tanto de tiendas católicas como evangélicas. En sus cultos ofrecen el alivio de las penas más variadas y un bienestar sustentados en prácticas mágicas (venden, por ejemplo, astillas de la cruz de Jesús), lo que desde la perspectiva del evangelismo ortodoxo las torna peligrosas. (32) “…creen que la presencia de Dios tiene que reflejarse en su estilo de vida, propio de los hijos del Rey… son cristianos que juran haber alcanzado bonanza material por la acción directa de Dios y no por ninguna circunstancia material o histórica” (Arturo Piedra, ¿Hacia dónde va el protestantismo? Herencia y prospectiva en América Latina. Buenos Aires, Ediciones Cairos, 2003, pág. 18). (33) Para una mejor idea de las características y el desarrollo histórico de esta región, véase Meléndez, citado en nota 1, págs. 17-29. (34) Los movimientos pseudo-cristianos y orientales, en cambio, no logran prender en esos sectores, como sí lo hacen en ciertos estratos medios y pequeñoburgueses. (35) Sobre este tema, conservan aún vigencia algunos de los estudios incluidos en el No. 51 (1989: págs. 65-155) de la revista Estudios Sociales Centroamericanos (Costa Rica): “Religiosidad y cultura popular”. (36) Religiosidad que, entonces, se sigue manifestando en los hogares, las celebraciones barriales, las nuevas devociones y rituales populares que no cesan de surgir. (37) Como el nacimiento, el matrimonio, la enfermedad, la muerte. (38) Quienes gozan de más instrucción, por lo general, tienden a racionalizar y reemplazar estas creencias mágico-religiosas por prácticas religiosas oficiales. (39) Cualquier respuesta que se diese apuntaría, o bien a erradicar las causas objetivas de esos problemas por medio de la acción colectiva —caso de las CEB—, o bien a tratar de escapar de ellos mediante una “solución imaginaria” de los mismos. (40) “La Iglesia que nace en América Central”, en Cayetano de Lella (compil.). Cristianismo y liberación en América Latina. México, D. F., Ediciones Nuevomar, pág. 22 (énfasis en el original). (41) Justamente en el propicio marco generado por todo este contexto, aconteció la atroz matanza de los jesuitas de la UCA perpetrada por militares salvadoreños (16.XI.1989), por lo demás, no condenada por Juan Pablo II ni por la curia vaticana. (42) Un miembro de las CEB de Managua, nos describe así la experiencia vivida: En los años setenta, “pensábamos que el futuro sería socialista porque el desarrollo de la historia de la humanidad conducía a ese fin de forma inexorable y predeterminada, pero después de la caída del muro de Berlín y del bloque socialista esa „verdad‟ se vino al suelo”. (43) Al respecto, Josué Barrientos citado por Meléndez, indica que en el decenio de los setenta congregaciones pentecostales emprendieron acciones sociales de atención a pobres, alcohólicos, drogadictos. En los años ochenta, no obstante, debido en mucho al temor de ser confundidos con los seguidores de la TL, la mayoría de ellas dedicaron sus funciones diaconales primordialmente al servicio espiritual de sus miembros. Samandú acota que conforme transcurrieron los años noventa, por un lado, lo social se desembarazó de aquel sello revolucionario y, por otro lado, las dimensiones alcanzadas por las catástrofes naturales y la pobreza propiciaron un discurso pentecostal menos escapista de la realidad y la inauguración, por parte de algunas iglesias, de tímidas actividades en una línea asistencialista que apuntaron en particular a su membresía. (44) Clínicas y escuelas barriales pobres, trabajo con jóvenes en problemas (drogadicción, delincuentes), becas para estudio, asistencia legal a personas pobres, distribución de ropa y alimentos. (45) Un ejemplo. A la inauguración de un megatemplo de la Fraternidad Cristiana de Guatemala, en mayo de 2007, asistieron el Presidente de la República de aquel entonces, Oscar Berger, el alcalde capitalino y el del municipio de Mixco, donde se sitúa la megaiglesia, los presidentes del Congreso y del Organismo Judicial, y los embajadores de Taiwán e Israel. (46) En 1989 en Guatemala, después de casi tres lustros de presencia, se estima que representaban apenas el 1% de los protestantes, frente a un 65% de los pentecostales (Samandú, 1989: 36). (47) Así, por más que algunos líderes dicen mantener una posición doctrinal pentecostal, por sus liturgias e ideologías muestran una identidad neopentecostal. Por el contrario, el Ministerio Internacional La Cosecha del Evangelio Cuadrangular de San Pedro Sula (Honduras), que comparte todas las doctrinas del neopentecostalismo, su cobertura inmediata es la Iglesia Cuadrangular, netamente pentecostal. Aquí ve Barrientos una confusión de identidades, por eso define como la gran tarea y lucha para no ser absorbidos, el que los pentecostalismos retomen y fortalezcan su identidad e historia, vale decir, sus tradiciones teológicas y litúrgicas al igual que las obras instauradas desde sus inicios. (48) Especialmente los desmayos en el Espíritu, las profecías y el hablar en lenguas. En algunas cruzadas se ven milagros y sanaciones, pero poco comprobados. (49) Básicamente, que el ser humano tiene un fin utilitarista y que solo dando a Dios (aportaciones monetarias) se obtienen sus bendiciones. (50) Así, la estrategia de crecimiento del mencionado Ministerio Internacional La Cosecha consiste en captar miembros de pequeñas iglesias de los barrios aledaños a través de grupos ubicados estratégicamente y que transportan en buses gratuitos a quienes van a la megaiglesia, así como en realizar campañas y cruzadas en estadios. (51) Así por ejemplo, Smith refiere que todos los años Fernando Solares realiza en Guatemala una “teletón” donde solicita donativos, tanto en efectivo como en especie, para su canal de televisión. Recibe desde electrodomésticos y animales de granja hasta joyas de familia, que son puestos a la venta. La concurrencia evidencia que el público alcanzado por Solares es menos acaudalado que el de sus competidores. (52) Según un nota de la agencia Prensa Ecuménica, el lugar dedicado a los cultos en la Mega Frater tiene capacidad para 12.000 personas. El edificio comprende además siete niveles de estacionamiento para vehículos, helipuerto, espacio para reuniones, servicios como librería, cafetería y cajeros automáticos, y pronto funcionarán un colegio y una universidad. (53) “Estamos ante la realidad de una liturgia… que conlleva el peligro de convertir en fin último el entretenimiento en el culto, y la iglesia, en un lugar más de recreación; también conlleva el riesgo de convertir a los pastores y liturgos en meros animadores de un buen ambiente y nada más” (Piedra, 2003: 20). (54) El teólogo presbiteriano estima que no es para nada casual que los principales pioneros mediáticos surgieran de grupos fundamentalistas que presentaban su mensaje en términos simples, y prometían resultados contundentes para la vida personal. (55) Según Smith, el guatemalteco Carlos “Cash” Luna, quien en 1994 fundó la Casa de Dios, se enorgullece de su apodo pues entiende que la forma como gastamos nuestro dinero, expresa en qué creemos, proyecta la seguridad de un convencido de su acceso privilegiado a lo divino. (56) “¿Quiere esperanza? ¿Anhela el perdón y la liberación? ¿Desea la sanidad, la riqueza, el poder? Demuestre su fe entregándome su ofrenda a mí, el intermediario con el misterio y la trascendencia. A cambio, le concedo su deseo, ¡en el nombre de Dios! Como garantía… le entrego este símbolo de lo sagrado [una rosa, un frasco de agua bendita, unas gotas de aceite para ungir]. Al aplicarse la sustancia sagrada en la forma estipulada, Dios le liberará de sus demonios y resolverá sus problemas”. (57) Como el sionismo cristiano, la guerra espiritual, la sanidad divina o dones espirituales exóticos. (58) Por tal razón algunos analistas sostienen que, más allá del aspecto estrictamente confesional, existe un proceso de „pentecostalización‟ de las expresiones religiosas cristianas. Noviembre 2010