LA ELECCIÓN DE HÉRCULES Versión de James Baldwin En su famosa elección del trabajo por encima del placer, Hércules ve una distinción que muchos no atinan a discernir: escoger el trabajo es escoger la virtud, y en consecuencia la felicidad. Es importante señalar, sin embargo, que la felicidad no es su meta, sino un resultado de su contracción al trabajo. Este punto es crucial. Muchas personas persiguen el placer como finalidad porque creen -como la personificación del placer declara al final de esta historia- que la facilidad es el estado donde no “faltará nada que alegre la vida”. Pero aunque uno alcance ese tipo de placer, falta algo fundamental, esa satisfacción del alma que sólo se logra mediante el esfuerzo. Sabemos que Hércules alcanzará la verdadera felicidad en cuanto le vemos escoger el camino de la virtud y del trabajo. Cuando Hércules era un joven de delicado rostro que tenía la vida por delante, salió una mañana para cumplir con un encargo de su padrastro. Pero su corazón estaba lleno de amargos pensamientos, y mascullaba porque otros que no eran mejores que él vivían en la molicie y el placer, mientras que él sólo tenía una vida de trabajo y dolor. Mientras pensaba en ello, llegó a un lugar donde se cruzaban dos caminos, y se detuvo, sin saber cuál tomar. El camino de la derecha era accidentado y tosco. No tenía belleza, pero Hércules vio que conducía directamente hacia las azules montañas de la lejanía. El camino de la izquierda era ancho y liso, y a ambos lados tenía árboles donde cantaba un coro de aves, y serpeaba entre verdes vegas donde florecía un sinfín de flores. Pero terminaba en la niebla y la bruma, sin llegar a las maravillosas y azules montañas. Mientras el joven meditaba su decisión, vio que dos bellas mujeres se le acercaban, cada cual por un camino. La que venía por el camino florido llegó primero, y Hércules vio que era hermosa como un día de verano. Tenía mejillas rozagantes y ojos resplandecientes, y hablaba con palabras cálidas y persuasivas. -Oh noble joven -dijo-, no te sometas más al trabajo y los esfuerzos. Sígueme y te conduciré por sendas amenas donde no hay tormentas que te perturben ni problemas que te fastidien. Vivirás cómodamente, en una ronda incesante de música y alegría, y no te faltará nada que alegre la vida, ni chispeante vino, ni mullidos divanes, ni ricas túnicas, ni los adoradores ojos de bellas doncellas. Ven conmigo, y la vida será como una ensoñación. Para entonces la otra mujer se había acercado, y también le habló. -No tengo nada que prometerte -dijo-, salvo aquello que ganarás con tu propia fuerza. El camino por el cual te conduciré es desparejo y escabroso, y trepa por muchas colinas, y desciende en muchos valles y marismas. Los paisajes que verás desde las cimas a veces serán majestuosos e imponentes, pero los profundos valles son oscuros, y el ascenso desde ellos es trabajoso. No obstante, ese camino conduce hasta las azules montañas de inmortal fama, las cuales ves en lontananza. No puedes llegar a ellas sin esfuerzo; más aún, no hay nada que valga la pena tener que no se deba ganar mediante el trabajo. Si deseas frutos y flores, debes plantarlos y cuidarlos; si deseas el amor de tu prójimo, debes amarlo y sufrir por él; si deseas gozar del favor del cielo, debes hacerte digno de él, si ansías la fama eterna, no debes desdeñar el duro camino que a ella conduce. Hércules vio que esa dama, aunque era tan bella como la otra, tenía un semblante puro y gentil, como el cielo en una cálida mañana de mayo. -¿Cómo te llamas? -preguntó. -Algunos me llaman Trabajo -respondió ella-, pero otros me llaman Virtud. Hércules se volvió hacia la primera dama. -¿Y cuál es tu nombre? -preguntó. -Algunos me llaman Placer -dijo- ella, con una sonrisa seductora-, pero prefiero hacerme llamar la Alegre y Dichosa. -Virtud -dijo Hércules-, te escojo como guía. Mío será el camino del trabajo y el esfuerzo, y mi corazón ya no albergará amargura ni descontento. Y apoyó su mano en la mano de Virtud, y entró con ella en el recto y temible camino que conduce a las bellas montañas azules del pálido y lejano horizonte.