¿Qué significa «Creador del cielo y de la tierra»? Enrique SANZ GIMÉNEZ-RICO* (en Revista Sal Terrae, mayo 1998) Cualquier persona moderna que, bien por devoción o por simple curiosidad, abre la Biblia por su primera página, se topa con un conjunto de afirmaciones que le invitan al momento a retroceder cronológicamente años y siglos, y le hacen recordar nombres tan fundamentales para la vida del mundo como Darwin, Galileo, Copérnico, e incluso rememorar acontecimientos tan nucleares de este milenio como el descubrimiento de la teoría del Big Bang. Cuando el curioso o devoto lector deja hablar al relato bíblico de Gn 1-2, 4a, la música que éste desprende no está compuesta por notas científicas o filosóficas, sino por notas eminentemente religiosas. Si la Biblia afirma que al principio creó Elohim los cielos y la tierra, es porque ésta se preocupa seriamente por aquello que tiene relación con el hombre y su mundo1. Es más, el primer capítulo del libro del Génesis, que no quiere invadir otros campos ajenos a su competencia, no niega de ninguna manera que el filósofo o el científico puedan hacerse las siguientes preguntas: ¿por qué existe algo y no nada?; ¿había alguna cosa antes de la primera explosión? La Biblia no se decide, pues, por ningún modelo o teoría cósmica. Así pues, si las primeras páginas bíblicas nos conducen por caminos religiosos, la pregunta por el lugar2 al que nos enfocan y dirigen parece pertinente: lo que el redactor de ellas quiere afirmar es que la primera y la última seguridad del hombre y del mundo es precisamente Dios. Dios, nos dice la Biblia, no es ni un arquitecto ni un relojero que todo lo ensambla3; es más bien el aliado del hombre, que le comunica todas sus bendiciones. Dicho con palabras del llorado Juan Luis Ruiz de la Peña, Gn 1 es la página inicial de historia de salvación4. Las líneas que siguen van a tratar de hacer hincapié en lo que acabamos de afirmar, intentando presentar algunos rasgos del estrecho vínculo existente entre Dios y el hombre. El exiliado cristiano moderno Si tenemos solamente en cuenta la información que nos da el profeta Jeremías5, el grupo de los dirigentes y artesanos deportados a Babilonia por Nabucodonosor en el catastrófico año 587 (o 586) a.C. fue poco numeroso. El asedio y la destrucción de Jerusalén precedieron a la deportación. Los babilonios hicieron una brecha en el muro de Jerusalén, derrotaron y depusieron al rey, saquearon la ciudad e incendiaron el templo. Además de la crisis material y política (pérdida de la independencia) que supuso la caída de Jerusalén en manos de Babilonia, dicho acontecimiento trajo consigo una profunda transformación en la vida del hombre religioso y piadoso de Israel. El siempre despierto e inconformista pueblo de Israel se preguntó abiertamente: ¿qué ha pasado con las promesas que Yahvé hizo a nuestro padre Abraham?; ¿sigue siendo bueno aquel que dio a nuestro padre esta tierra de la que nos tenemos que marchar? A estas y otras preguntas trató de responder la redacción sacerdotal del Pentateuco (P), del que el relato de la creación mencionado más arriba (Gn 1-2, 4a) forma parte, subrayando que la elección de Yahvé era eterna e indiscutible: ningún acontecimiento del tipo que fuera, ni siquiera el molesto e insoportable exilio, podía alterar la convicción de que Dios permanecía siempre fielmente al lado de su pueblo. Así pues, en medio de un ambiente de desánimo, dudas e incertidumbres nace la fe de Israel en la creación. P trata de infundir ánimo y esperanza, afirmando que Yahvé es todopoderoso. Quizá se pregunte el lector el porqué de lo escrito hasta ahora en este apartado. Probablemente el título del mismo le puede dar ya alguna pista, alguna orientación: ¿no le ocurre al cristiano moderno, el que está a las puertas del segundo milenio, lo mismo que le ocurría al primitivo israelita en la época del destierro? ¿no puede ser ello motivo suficiente para decir que el hombre del 2000 está también en el exilio? Ciertamente, no deja de ser verdad que el hombre religioso de nuestro tiempo, el cristiano de finales de este siglo, atraviesa igualmente una pequeña, o quizá más bien profunda, depresión. Tanto los grandes progresos de la humanidad (descubrimientos planetarios, construcción de ordenadores y robots que son casi como personas, clonación de seres humanos) como sus grandes fracasos (¿por qué siguen matándose los camboyanos entre sí? ¿qué pasa en África, que las guerras asesinas y la hambruna despiadada parecen ya elementos de la idiosincrasia de dicho continente, y que todos aceptamos sin refunfuñar?; ¿qué pasa en España, que parece que «va bien» y, sin embargo, está creciendo cada vez más de modo desigual?) parecen estar gritando a voces que aquí ya no hay sitio para Dios, y que es el hombre el que, recordando el libro del Génesis, puede decir, o más bien ver, que todo es bueno. El desaliento va más allá de los ámbitos políticos y económicos: afecta también seriamente a las profundas convicciones religiosas del cristiano. ¿Hasta cuando seguiremos siendo los seguidores de Jesús, se preguntan éstos, como los bandidos, el sacerdote y el levita de la parábola lucana del buen samaritano?; ¿llegará algún día en que esté presente en nosotros el principio-misericordia6, es decir, el amor libre y generoso de Dios, el que crea por la palabra? Remitiendo a la magnífica literatura existente sobre el tema que señalamos (la desgana del cristiano exiliado), y sin querer en absoluto competir con el (los) autor(es) / redactor(es) del relato de la creación de Gn 1-2, 4a, vamos a tratar de infundir ánimos en esta época de crisis, tan similar a la del destierro de Babilonia para Israel. Para ello, nos parece que el mejor camino para lograrlo es escuchar una vez más la sinfonía de dicho relato de la creación. Ella quizá pueda lograr que el tono vital de nuestro cotidiano existir se eleve una octava más, y que el requiem funerario, que con frecuencia tatareamos, deje paso a alguno de los alegres aleluyas que igualmente conocemos. En el principio creó Dios el cielo y la tierra a) Primera aproximación a Gn 1-2, 4a Varios aspectos del texto pueden ayudarnos a lograr una mejor comprensión inicial del mismo. De entre ellos destacamos los siguientes: * Dejando de lado, por razones obvias, un estudio más detallado respecto de la prehistoria y la posible procedencia de ambos versículos, sí parece claro que el primer versículo es un título7, válido para todo el relato, que anuncia la bipartición cosmológica (cielo-tierra) presente en Gn 1-2, 4a8; a la vez, podemos afirmar, pone de relieve el valor de la semana, de todo lo creado en los siete días, como acto único de creación. El versículo 2 propone el telón de fondo, el estado de las cosas, y no su procedencia. En el fondo, crea una cierta espera para la aparición de la palabra, de la creación por la palabra. * El relato presenta la creación como acción o, en terminología de Paul Beauchamp9, como separación, tanto espacial (astros, vegetales-animales, peces-pájaros) como temporal (sucesión de unas especies tras otras). * La creación se realiza por la palabra. Ésta tiene, en primer lugar, una característica o componente de tipo volitivo, en el sentido de que elige algo y lo pone en orden. Cuando se habla, se expresa un querer y se determina un deseo. La creación por la palabra invita, pues, a comprender ésta como el intercambio dialogal entre el Creador y las criaturas; Dios es un ser personal que llama y se relaciona con las criaturas10. b) Análisis de términos más importantes del relato P de la creación Es el momento de pararse más detalladamente en alguno de los vocablos que, en nuestra opinión, posibilitan una mejor comprensión de lo que el (los) autor(es) / redactor(es) de la narración nos quieren transmitir. * «Crear» (1,1.21.27; 2,3) es un verbo cuyas principales particularidades son las siguientes11: ─ Dios es siempre el sujeto de dicho verbo; lo cual trata de subrayar la acción creadora de Yahvé, diferente de toda obra humana; ─ nunca se menciona una materia a parPr de la cual Dios crea; ─ los objetos de dicho verbo son diversos; en la mayoría de las ocasiones hacen referencia a algo extraordinariamente novedoso. Con lo expuesto hasta ahora sobre dicho verbo, podemos concluir diciendo que el uso de «crear» por parte de P quiere poner de relieve lo único e imponderable de la acción divina, que es definitiva y no necesita ser terminada. La obra realizada por Dios es específica y singular. Ello nos invita a formular que ya desde el comienzo del mundo, afirma el relato, no hay arbitrariedad ni azar, sino Dios mismo, que muestra y expresa sus designios maravillosos con el mundo. El mundo y el hombre, los cielos y la tierra se deben sólo a Dios y a ninguna otra causa; es decir, están en íntima y única relación con Él. El poder creador de Dios no se refiere a aquel de quien todo procede por emanación, sino que expresa que la vida del hombre y de los vivientes está enraizada y estructurada en una autocomunicación amorosa y gratuita. No son los demonios ni las divinidades los que fundamentan la vida del hombre; es su libertad, entendida ésta como respuesta generosa al ejercicio amoroso y no coaccionado de la libertad del Dios creador, la que construye y crea el mundo en que vive. El poder de Dios, dicho con palabras de Jon Sobrino, es el que «informa todas las dimensiones del ser humano: la del conocimiento, la de la esperanza, la de la celebración y, por supuesto, la de la praxis»12. Dos anotaciones importantes parecen confirmar la conclusión sacada en las líneas precedentes. En primer lugar, leyendo con atención el relato P de la creación, podemos observar que el verbo «crear» aparece con poca frecuencia. En 1, 21 se nos recuerda que también los grandes cetáceos y los animales que bullen y pululan las aguas han sido creados por Dios. La razón de dicho empleo está en relación con las concepciones míticas, que recoge(n) y hereda(n) el (los) autor(es) / redactor(es) de Gn 1-2, 4a. Según dichas concepciones, antes de la creación del mundo existía un caos acuático, contra el que lucha el Dios de Israel; tras la lucha, llega la victoria y el comienzo de la creación, de su hacer. Ahora bien, el uso de dicho verbo en este versículo subraya la exclusión de toda concepción mítica, pues también los monstruos marinos han sido creados por Dios; también ellos son criaturas de Dios (¡y no sus rivales!). Así mismo, Gn 1, 27 usa tres veces dicho verbo. El hombre es creado a imagen de Dios, es decir, en estrecha vinculación con Él; pero no es creado para que Dios se complazca contemplándolo, sino para que la criatura cree como crea Dios, es decir, para que viva con las características de Éste: generosidad, autodonación, libertad y amor. Porque entre Dios y el hombre existe la libertad, los hombres pueden vivir en libertad. Además, puesto que la caridad y la magnanimidad de Dios permanecen13, las criaturas deben cuidarse entre sí con esas mismas virtudes recibidas de Dios. En segundo lugar, el hecho de que Is 40-55 (Deuteroisaías, profeta del exilio) lo emplee con mucha frecuencia nos permite establecer las relaciones entre creación y salvación. Lo que ocurría en el comienzo (creación) sucederá en breve; el Dios que creó el cielo y la tierra es el que dice a Jerusalén: “será habitada”14. Creación y salvación son dos características de un único Dios. Éste, que creó, salvará; su amor, que se manifestó en el principio, está para llegar. Lo inmutable y perecedero es la autodonación generosa de aquel “que es, que era y que ha de venir”15. * «Vio Dios que estaba bien» es una frase que aparece reiteradamente en este capítulo del Génesis. El lector del texto puede igualmente observar que la continua repetición de la misma concluye con un clímax en el versículo 31, en el que se dice que estaba muy bien. El universo que nos presenta Gn 1 es enteramente positivo; no hay en él nada negativo16. El relato de la creación no deja, pues, lugar para el pesimismo. Todo es entusiasmo y satisfacción. Cualquiera de nosotros podría pensar inmediatamente que el optimismo desbordante de esta página bíblica roza el idealismo y está muy lejos de la realidad. Sin embargo, conviene no olvidar algo que ya hemos desarrollado anteriormente: que esta paradisíaca narración se escribe en un momento de la historia de Israel en el que todo es oscuridad, duda, vacilación, etc. En medio de la tribulación, se alzan voces optimistas que invitan a la confianza gozosa en el Dios potente. «Las criaturas están a la altura del Creador» es, creemos, una frase que resume muy bien la primera consecuencia que del tan repetido estribillo se puede extraer. La relación existente entre Dios y los seres vivientes es buena, es fluida; ello significa que el diálogo entre ellos está vivo y presente, que el Infinito e Ilimitado, cuya entrega generosa resalta Gn 1, recibe del finito y limitado, la criatura, un espléndido y desinteresado don de sí mismo; significa, en definitiva, que la respuesta dada por los vivientes está en armoniosa relación con la palabra interpelante pronunciada por Dios. El hombre, culmen de la creación, ha sabido responder, en cuanto imagen de Dios, a la acción amorosa iniciada por Éste. Entre ambos hay a la vez separación y unión totales. Separación, en cuanto que el hombre es imagen y no es Dios; unión, en cuanto que el hombre, siendo imagen, y Dios, siendo Dios, están ligados por una íntima relación y por una estrecha comunión. El clímax de la creación es, pues, el hombre; éste vive ya con la generosidad, la libertad y la autoridad que su creador le ha entregado. La dignidad particular le es concedida por el que es digno por antonomasia. De modo que sólo porque Dios lo ha honrado, puede el hombre sentirse satisfecho de sí mismo. El orgullo del hombre no nace, pues, de su corazón, sino de la palabra de bendición pronunciada por Aquel que se le ha entregado por entero. Por último, podemos añadir que el que la narración de Gn 1 repita una y otra vez «vio Dios que estaba bien» subraya igualmente que sólo porque la relación entre las criaturas, entre los hombres, es fluida, puede pronunciar repetidamente Dios dicho estribillo. Lo que Dios está, pues, afirmando es no sólo que las relaciones de abajo hacia arriba responden al don por Él entregado, sino que las relaciones horizontales también reflejan dicha entrega generosa del Todopoderoso. La dependencia de unos respecto de otros, la relación entre las criaturas, las ayudas que entre todas se establecen, están vertebradas por este principio tan radicalmente gratuito, el cual, diría el hombre moderno de finales del siglo XX, es sin lugar a dudas revolucionario. * En 1, 6-7, Dios separa las aguas a través del firmamento que hay en medio de las aguas, de modo que quedan aguas por encima del firmamento y aguas por debajo de éste. La expresión igual o similar a «en medio de las aguas» (Gn 1, 6) aparece repetidamente en el episodio del paso del Mar Rojo17. Lo mismo podemos decir de la palabra tierra seca, presente en Gn 1, 9 y Ex 14, 16.22.29. En el libro del Éxodo, en el capítulo 14, el de la liberación definitiva de Israel, Dios es presentado con el poder inmenso de mantener vivo a Israel y de derrotar definitivamente a Egipto. En dicho capítulo, el mar va a ser la puerta y el umbral de la vida para Israel, así como el lugar de la muerte definitiva de Egipto. El «no» de Dios a Egipto, su destrucción en medio del mar, y el «sí» de Dios a Israel, que renace a la vida en medio del mar, es un «no» a aquel que no ha sabido vivir con gratuidad, con amor, con libertad. Dios rechaza al que se ha pasado la vida explotando y sometiendo a servidumbre y esclavitud a Israel. El juicio de Dios, según el Éxodo, es tajante: no hay sitio en la vida para el que no recuerda el episodio de la creación, en el cual Dios manifiesta su juicio y su poder por medio de la autoentrega generosa. La similitud entre el libro del Éxodo y el relato de la creación nos invita, pues, a entender a Dios, el que separa unas aguas de otras y hace aparecer la tierra seca, como aquel que emite su juicio en favor de la generosidad, de la relación respetuosa y fluida, de la solicitud atenta hacia la criatura. Todo aquel que, al igual que hizo Egipto, vive el no amor, la no autoentrega, la no filantropía, está condenado a morir en el mar. Allí se ahogarán también los que se hagan superiores a las demás criaturas, los que vivan por y para el orgullo, los que sometan a servidumbre y a vejaciones de cualquier tipo a quienes no comulgan con dichas ideas. Éstos, en cambio, nos dice el relato de la creación, pasarán el mar a pie enjuto y se salvarán. Teniendo muy presentes las consideraciones que acabamos de hacer respecto de la relación existente entre el relato de la creación y el paso del Mar Rojo, el cristiano exiliado de la época en que vivimos, ése que vive muchas veces anclado en la duda y la decepción, puede quizás entender un poco mejor el sentido del bautismo que ha recibido de una vez para siempre. Por medio del agua bautismal, el cristiano atraviesa el mar de la muerte para pasar a caminar a pie enjuto por la tierra seca, la tierra de la vida. Así pues, el cristiano está en condiciones de decir que el bautismo, que tiene carácter definitivo, le invita a cruzar el mar de la muerte para pasar a la zona de la vida definitiva. El bautismo no es, pues, un hecho aislado de la existencia del cristiano; no es una celebración que limpia y elimina su pecado original. El bautismo es la entrega distintiva única y personal del Dios poderoso de Gn 1-2, 4a, un Dios cuya omnipresencia y perfección no significan para nada distancia, superioridad y desinterés, sino precisamente todo lo contrario: generosidad, comprensión, amor y misericordia. Al mismo tiempo, el bautismo es, por parte del que lo recibe, la confesión libre y generosa del Dios que creó el cielo y la tierra. Esta confesión ─¡sólo ésta!─ es la que capacita al cristiano exiliado para vivir ya, de una vez para siempre, una vida gratuita basada en la compasión, el perdón y el ágape neotestamentario. Creo en Dios, creador del cielo y de la tierra Concluíamos el apartado anterior haciendo unas reflexiones sobre el sentido del bautismo, iluminados particularmente por el vocabulario común utilizado tanto en Gn 1-2, 4a como en Ex 14. Con ello hacíamos una primera transición que queremos concluir en esta última sección de nuestro artículo. A lo largo de nuestro desarrollo hemos tratado de acercarnos tanto al de abajo, la criatura, como al de arriba, el creador. La opción tomada ha sido la de la ascensión: de explorar el mundo desconsolado de la tierra, hemos querido pasar a escuchar la sinfonía celestial, que es ante todo renovadora e iluminadora. Nos parece pertinente, pues, descender de nuevo a la tierra y concluir así nuestro recorrido. La razón que nos mueve a ello es doble: por un lado, puede ayudar a expresar que entre los cielos y la tierra la relación es más clara y natural de lo que a veces creemos; por otro, es oportuno recordar en este momento que es el cristiano de este milenio el que cree y confiesa con ánimos restaurados que Dios creó el cielo y la tierra. Nuestra exposición va a concluir proponiendo dos pistas u orientaciones que, creemos, se pueden extraer de la confesión del poder creador de Dios que hace el cristiano, y que le pueden ayudar en su diario bregar. Son muchos los textos bíblicos que recogen el contenido fundamental de Gn 1-2, 4a; y lo hacen, creemos, no para conservarlo herméticamente, sino para actualizarlo, reinterpretarlo y renovarlo, de modo que pueda seguir siendo un hito orientador en el camino de la salvación. Vamos nosotros a recoger algunos de esos textos que están íntimamente relacionados con el relato P de la creación, con el fin de que puedan ser también señales luminosas y orientadoras de nuestro caminar cotidiano. Comenzamos recordando el conocido «Consolad, consolad a mi pueblo», con que empieza el libro del Deuteroisaías. Ya hemos hecho alguna referencia a las relaciones entre dicho libro y Gn 1-2, 4a. Pues bien ─dice Isaías al pueblo desconsolado del exilio─, porque Dios ha perdonado vuestra culpa, por eso os pido que consoléis a mi pueblo. El verbo consolar, usado repetidamente en Is 40-55, expresa en el pasaje al que nos referimos la disponibilidad personal y entrega generosa del uno para el otro18. En una situación de tantas tinieblas, donde parece que no hay salida del largo túnel en que Israel se encuentra, la voz del profeta invita a la corresponsabilidad compadecida y comprometida entre todos. Así pues, es bueno que el cristiano recuerde y actualice que creer y confesar que Dios es el que creó los cielos y la tierra está en relación nuclear con el compromiso paciente y sanador por el que está a su lado; dicha confesión está también en íntima conexión con el ejercicio abnegado de la caridad desinteresada, caridad que expresa los vínculos definitivos existentes entre los hombres. Precisamente porque el cristiano confiesa la omnipotencia ilimitada de Dios y, consecuentemente, se hace humilde corresponsable de la vida del que está a su lado, puede afirmar con todo orgullo el conocido estribillo del primer capítulo del Génesis: «y vio Dios que era bueno». Así pues, el cristiano que vive enraizado hasta la médula en el capítulo 40 del profeta Isaías no tiene motivos para el temor ni para la queja ni para la depresión. Quizás al cristiano, bautizado en el agua de la muerte que lleva a la vida, le podría decir hoy el profeta Isaías: «¡Basta ya!; sal de una vez de tu exilio y consuela a mi pueblo; deja de mirar hacia abajo, deja incluso de mirarte el ombligo, deja el luto y la tristeza y compadécete de los que son como tú; deja tus prejuicios, tus sospechas, tu rencor, y, como diría probablemente san Ignacio de Loyola, contempla con profunda ternura la redondez de la tierra y el mundo en el que vives». Quizá también al cristiano le pueden resonar todavía hoy con mucha fuerza las palabras paulinas de la Carta a los Romanos: «en el amor fraterno, amándoos cordialmente unos a otros»19. Nos asomamos en segundo lugar a Ex 20, 8-11, episodio del Decálogo que recuerda la necesidad de guardar el descanso semanal, de no trabajar en sábado. El fundamento del descanso es, para el libro del Éxodo, el relato de la creación de P («porque en seis días hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, pero al séptimo día descansó»). Llama la atención particularmente lo paradójico del día de descanso: es un día en que no se hace nada porque es el Señor el que hace todo. La invitación al descanso es una exhortación a vivir la gratuidad recibida del Dios omnipotente, creador del cielo y de la tierra. Porque Él ha actuado ya, el hombre no tiene entonces nada más que hacer. No es una exhortación a la pereza y a la vagancia; es, ante todo, una invitación a reproducir el don originario de la creación. Por otra parte, el sábado, día de no hacer nada para dejar a Dios hacer todo, es un día en el que todos (padres, hijos, siervos, criados, huéspedes, ganado, en terminología del Éxodo) lo celebran conjuntamente; es el día de la igualdad por excelencia, el día ─diríamos nosotros─ de los derechos humanos. Porque Dios omnipotente es creador de los cielos y la tierra, ya no existen diferencias entre los hombres. Todos, siendo diferentes unos de otros, somos iguales, pues el que hace es Dios, el que creó todo en siete días por medio de su palabra. Así pues, quien cree en Dios, que creó los cielos y la tierra, está llamado a recuperar paulatinamente el aspecto de reposo y la dimensión celebrativa en su vida. Al cristiano del siglo XX se le invita a dejar de hacer tantas cosas para permitir que Dios sea el que siga haciendo; a él se le insta a que su hacer sea gratuito, generoso, de modo que deje fluir con suavidad y ternura el hacer apasionado del siempre cercano Dios de la creación. Al mismo tiempo, el cristiano de los umbrales del 2000 no tiene ninguna disculpa ni justificación para seguir estableciendo diferencias abismales entre el hijo, la hija, el siervo, la criada, el ganado y el huésped (Ex 20, 10). Ha llegado la hora de romper miedos, fronteras, barreras, y de dejar de castigar y despreciar a los que viven a nuestro alrededor. La fiesta, el descanso, la celebración, la vida misma son, según el libro del Éxodo, un estar todos al mismo nivel, porque es Dios, el creador, el que hace todo; Él es, pues, el que ─valga la redundancia─ nivela nuestras desigualdades. Al crisPano exiliado de nuestro mundo se le recuerda que su confesión del Dios omnipotente es un compromiso radical y definitivo por el hermano que se encuentra a su lado, sea éste de la condición que sea. Empeñarse en seguir estableciendo sutiles y modernas diferencias es ciertamente seguir viviendo del cuento. Puesto que Dios se le ha dado totalmente, el cristiano está en condiciones inmejorables de entregarse, en este valle de lágrimas, a todo aquel que comparte con él la condición de criatura, y a vivir, por tanto, con orgullo la igualdad y la fraternidad, ejes que fundamentan su existir cotidiano. NOTAS * Jesuita, prepara la tesis doctoral en Sagrada Escritura. Madrid. 1. Aclaramos que el uso que hacemos de la palabra «hombre» responde al primer significado que de ella da el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia: ser animado racional. 2. El autor, sabedor de lo atrevido de comparar al Infinito e Ilimitable con un lugar, mantiene, no obstante, dicha palabra, pues encaja en el conjunto de la frase. 3. Cfr. H. KÜNG, Credo. El Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo, Madrid 1994, 27. 4. Cf. Teología de la Creación, Santander 19872, 33. 5. Jr 52,28-30. 6. Sobre dicho tema, cf. J. SOBRINO, El principio misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Santander 1992, 31-45. 7. La lectura de dicho versículo en el texto hebreo puede hacer apreciar la sonoridad con que el título está construido. 8. La inclusión de crear, cielos, tierra en Gn 1,1 y Gn 2,4 es otro elemento que encuadra el conjunto del relato de los siete días de la creación. 9. Cf. Création et séparation. Étude exégetique du chapitre premier de la Genèse, Bruges 1969. 10. Cf. el conocido texto Is 55, 10-11. 11. Cf. W.H. SCHMIDT, «Crear», en (E. Jenni - C. Westermann [eds.]) Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento I, Madrid 1978, 488-492. Nuestra exposición recoge muy resumidamente dicho artículo. 12. Cf. El principio misericordia, 38. 13. El concepto teológico «creación continuada» expresa lo que tratamos de exponer. 14. Is 44,26. 15. Ap 1,8. 16. El primer elemento negativo que aparece en la Biblia es el árbol del conocimiento del bien y del mal, y se encuentra en el relato J de la creación, en Gn 2,11.17. 17. Ex 14,16.22.27.29. 18. El NT formulará dicha disponibilidad y entrega con el término «ágape». 19. Rom 12, 10.