EL ENCUENTRO CONSIGO MISMO. -Si al educador se le pide, de algún modo, ser testigo de la verdad y del bien que todavía encierra la vida, su presencia en el mundo ha de ser presencia de esperanza. Presencia que es diálogo y encuentro, pero que es –ante todo- una actitud que cristaliza en “estar disponible”. Presencia discreta, que no pretende jamás hacer al otro a imagen propia. Presencia inmune a toda decepción, porque no se afinca en la inseguridad posesiva del “tener”, sino que se despliega en la confianza del “ser”1. - Debemos comenzar por reconocer que una presencia de tal calidad no es fácil. No sólo porque una cultura positivista y una civilización tecnócrata nos tienden de continuo sus engañosas redes sobre la trampa del “tener”. No sólo es eso. La mayor dificultad para ser presencia de esperanza la encontramos dentro de nosotros mismos. Porque en el mundo adulto resulta muy frecuente la falta de autenticidad. En el subconsciente del hombre que ha rebasado su primera juventud, existe un extraño temor de conocerse a si mismo. Sus propias limitaciones le asustan. Herder, precursor de la moderna antropología, señala que la naturaleza, “madre pródiga” para los insectos, es para el hombre una “dura madrastra”. Porque el insecto, sujeto a la respuesta obligada del instinto, no se halla como el hombre frente a la vida: “desnudo y despojado, débil e indigente, apocado e inerte, y, lo que constituye el culmen de su miseria, privado de todas las guías de la vida”2. Por eso, el hombre que ha recorrido ya lo suficiente para entender su propia flaqueza, tiene miedo a la introspección. - Sin embargo, todo hombre que desee salir al encuentro de los otros, ha de perder el temor a encontrarse consigo, pues sólo se puede constituir en presencia esperanzadora siendo auténtico y reconociéndose. Carl Rogers, psicoterapeuta de la “no-directividad”, afirma: “Sólo soy auténtico cuando puedo aceptar que tengo muchas deficiencias, muchas faltas; que me equivoco a menudo; que no sé cosas que debería saber; que tengo prejuicios, cuando debería ser más amplio; que a menudo tengo sentimientos que no están justificados por las circunstancias”3. El hombre que no acepta estas cosas, es el hombre inauténtico, creador inagotable de tantos y tantos mecanismos de defensa, cuyo único objetivo se cifra en “escamotear” su propio fracaso. - A propósito del encuentro consigo mismo, existe cierto “mito” en el transfondo del pensamiento freudiano, que puede ofrecernos un intento de explicación para la inautenticidad humana. Freud en muchas cosas superado, en cuestiones de psicología sigue siendo “indicador”, y algunos de sus conceptos pueden ayudarnos a desvelar experiencias profundas. Y cuando aplico los conceptos freudianos como “mito”, los acepto en su sentido más revelador: Como algo que, sin que lo pretendamos totalmente verdadero en su contenido, nos descubre, sin embargo, una experiencia vivida a nivel profundo en la existencia humana. Esto supuesto, el sentido dado por Freud al “Conflicto de Edipo” configura la estructura de la inautenticidad en la dialéctica entre consciente y subconsciente4. En un esfuerzo de síntesis, podríamos resumir el contenido de complejo epidiano como sigue: El niño que se abre al mundo y que, mediante las pulsiones de la vida, se adhiere a su madre, descubre que es imposible su posesión total, pues ha de compartir con el padre el cariño de la madre, Los estudiosos del psicoanálisis explicitan esta situación del niño como el “deseo de matar al padre”. Las huellas de este conflicto y de su intento de solución, “marcan” más tarde el comportamiento adulto. Ahora bien, consideradas estas afirmaciones como reveladoras de experiencias profundas, constituyen lo que yo llamaría “el mito epidiano”, cuyos desenlaces teóricos en la vida adulta pueden reducirse a tres vías de salida: Dos de ellas, inauténticas; y otra, situada en el camino de la autenticidad. -Las inauténticas son vías contrapuestas: La primera es “el refugio en la norma”: Actitud regresiva por la que se intenta hallar solución a los problemas de la vida, remitiéndolos a una autoridad a la que se profesa miedo: en el terreno práctico, sus secuelas vitales se reducen a cualquier clase de “conservadurismo” intransigente, a la represión de la facultad creativa y a la inhibición de las responsabilidades personales. La segunda vía es “la sublevación contra la norma”: Actitud también regresiva por la que la personalidad se repliega en rebelión improductiva del rechazo sistemático contra cualquier clase de autoridad, como afirmación del propio “yo”: sobre el tapete de la vida cotidiana, sus consecuencias se traducen en amargas críticas contra el prójimo, en continuas acusaciones referidas a los otros y en la imposibilidad de aceptación de las personas. Tanto el “refugio en la norma” como la “sublevación contra la norma” son actitudes inauténticas, porque conducen al narcisismo y a la soledad existencial y empujan al adulto hacia mecanismos de defensa psicológica. - La tercera vía –la auténtica- para salir del complejo edipiano es la “sublimación del padre”: El niño ve en el padre al héroe que admira y, luego, de adulto, deja paso a la visión realista en una relación de amistad con él, de igual a igual. Esta evolución le ayuda también a situarse frente a sus hermanos como un hermano más; y le abre, después, al diálogo con los otros en el camino “auténtico” de la acogida y del encuentro. -Estas tres “actitudes-tipo” –refugio temeroso, sublevación improductiva y sublimación dialógica- no sólo se detectan a nivel individual. Pueden, además, descubrirse en grupos y subgrupos sociales y en cualquier clase de comunidad humana. Pero, en definitiva, para que el hombre se encuentre consigo mismo en su proyecto personal de autenticidad, es preciso que acepte sus deficiencias y sus valores, situándose en la verdad: “En la medida en que una persona –señala Peretti- está en estado de aceptación de sí misma, de acuerdo consigo misma en la totalidad de los valores definidos en una praxis inmediata, no está en estado de agresividad frente al otro, ni en estado de censura”5. Este estado de autoaceptación que excluye la “agresividad” y la “censura” frente a los otros, es el primer paso para que un educador sublime su encuentro en “presencia de esperanza”. - Y en esta perspectiva antropológica es donde el educador cristiano recibe el sentido y el valor de la máxima evangélica: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”6; esto es, aceptándole en la esperanza de aquello que, quizás todavía no es, pero que un día puede llegar a ser. Y todo ello, no aferrándose a la ley que reivindica lo que se debe de derecho, sino remitiéndose al amor que acoge en el ámbito de la gratuidad. Pues “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, -(la ley estricta)- no entraréis en el Reino de los Cielos”7. Por eso, quien acoge así al hermano, como se acepta a él mismo, es presagio de resurrección: porque quien ama y perdona en la gratuidad, rompe el círculo del “sin-sentido” existencial y abre senderos de esperanza. - El encuentro consigo mismo y el encuentro con el otro son anverso y reverso de la misma moneda. Porque el egoísmo que encierra a un hombre (o a un grupo social) en el estrecho callejón del narcisismo, sólo se asume en la propia aceptación puesta en actitud de disponibilidad. El hombre auténtico es quien procura definirse diciendo: “Yo soy contigo”. La calidad de mi relación me define a mí mismo. Así lo entiende Martín Buber: “Podemos aproximarnos a la respuesta de la pregunta ¿qué es el hombre?, si acertamos a comprenderlo como ser en cuya dialógica, en cuyo estar-en-reciprocapresencia, se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del uno con el otro8. -Todo educador debería hacer, de vez en cuando, un alto en el camino para ver si es capaz de encontrarse a sí mismo. Y así podría comprobar al mismo tiempo si su estilo de “ser” está disponible para desarrollar, en su mundo, una presencia de esperanza. Además, sobre el ejercicio de introspección proyecta su luz de adagio evangélicos: “Donde está tu tesoro, allí también está tu corazón9”. Al menos, yo lo entiendo así. -Jesús Mª González- 1 G.Marcel: “Prolegómenos para una metafísica de la esperanza” J.G. Herder: “Sobre el origen del lenguaje” 3 C. Rogers: “Libertad y creatividad en la educación” 4 S. Freud: “El yo y el ello”. 5 A. Peretti: “Libertad y relaciones humanas” 6 Evangelio según San Mateo: 22,39 7 Evangelio según San Mateo: 5.20 8 M. Buber: “¿Qué es el hombre?” 9 Evangelio según San Mateo: 6.21 2