Nuevos valores para el futuro, son necesarios?

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Nuevos valores para el futuro, son necesarios?
Silvia Zimmermann del Castillo
El tema de este debate requiere primeramente de una reflexión sobre los valores en sí.
¿Qué son?, ¿para qué sirven?, ¿desde cuándo se habla de valores? Y además, antes de
hablar de nuevos valores, preguntarnos si hay valores antiguos que sigan vigentes, y de
ser así, en qué medida se los observa y se los practica, lo que nos lleva directamente a
las acciones de los hombres, a la ética
La ética es una rama de la Filosofía, considerada la disciplina de la conducta. Como tal
se ocupa del reconocimiento de los valores, por supuesto, pero primordialmente, de
someter a análisis y a crítica la conducta humana.
En lo que respecta a los valores, es oportuno tener en cuenta que la noción de valor fue
introducida por los estoicos para quienes la conducta ética era la de la virtud, la cual
consistía en vivir de acuerdo con valores. Pero la noción comienza a ser fuertemente
utilizada recién en la Filosofía contemporánea, a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, y con la intención de reemplazar con ella la noción tradicionalmente utilizada de
Bien. ¿Y esto por qué? Porque reiteradamente señaló la filosofía que el bien puede ser
entendido de diversas maneras y hasta disímiles, de acuerdo con los sentimientos de
placer y los intereses subjetivos.
La noción de valor, en cambio, parece tener mayor ductilidad para independizarse de la
apetencia subjetiva y de objetivarse.
Ya Kant, en su Crítica de la Razón Práctica, había señalado.: “Cada uno denomina bien
a lo que aprecia o aprueba”. Sin embargo, reservaba el término Valor para el bien
objetivo excluyendo lo placentero o conveniente.
Siguiendo esta línea de pensamiento, Windelband llega a decir que el valor es el deber
ser que puede no tener realización en hechos. Y aquí nos vamos acercando a la
problemática que deseo compartir con ustedes.
En forma muy general, se acuerda entonces que
1. el valor es independiente y objetivo.
1, el valor es lo preferible objetivamente.
2. el valor no es un ideal del cual se pueda prescindir en las elecciones, sino más bien la
guía o norma de las elecciones que no siempre es seguida, cosa ésta que no lo anula
como valor.
3. que el valor es una posibilidad de elección y la más preferible.
Esto nos lleva entonces a plantear que nuestra problemática no radica en el valor vigente
o los nuevos valores, o la redefinición de antiguos valores. Porque si bien algunos
valores tienen relación con las exigencias históricas, hay otros que se caracterizan por su
universalidad y por su vigencia sostenida en el tiempo: ¿la honestidad pasó de moda,
por ejemplo?, ¿el respeto?, ¿la tolerancia? (Estamos hablando de valores morales). ¿la
solidaridad?
Si estamos de acuerdo en que siguen siendo valores vigentes, entonces cabe preguntar
¿qué hacemos con ellos? ¿los utilizamos de norma de nuestra conducta?, ¿los
practicamos? ¿O sólo los declamamos?
Y aquí entramos en el ámbito puramente ético. Hegel diferenciaba la moralidad de la
ética. La moralidad es la voluntad individual de bien. La ética, la realización del bien.
Yo creo que la sostenida crisis de los hombres y, muy especialmente, de nuestra época
(que es lo que nos ocupa) está en la ética, en la práctica de los valores: una incapacidad
de realizar lo que moralmente cada uno de nosotros comprendemos como bien.
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Entonces se divorcia lo que proclamamos de lo que hacemos. Pero hay algo todavía
peor: la justificación de la acción contraria a la regla del valor o la justificación de la
omisión de acciones de valor. Y es peor porque engaña, confunde, contamina y se
expande. Pensemos en la corrupción, por ejemplo. Vez pasada, el Presidente del
Capítulo Argentino del Club de Roma, Alfredo Davérède, hizo esta reflexión: a
diferencia de un acto criminal que termina en sí mismo, la corrupción es expansiva y
genera una destrucción en cadena de valores y por ende del tejido social, el cual sólo se
perpetúa sano en la práctica de valores. A diferencia de un acto criminal que puede ser
de uno sólo, la corrupción es participativa, necesita de la participación. ¿Cómo se
participa? Mintiendo, engañando, pero también aceptando, permitiendo, justificando. La
permisividad, la justificación sirve para liberar psicológicamente de su responsabilidad
al que es partícipe de acciones éticamente condenables. Pensemos tan sólo en la práctica
sostenida de la hipocresía, a la que solemos elevar a la categoría de diplomacia.
La corrupción, por lo demás, cuenta con un gran aliado: el relativismo imperante bajo
cuya bendición hemos caído en una grave falacia: la de sustituir el juicio de valor por la
argumentación válida. Es decir, con una argumentación válida llegamos a hacer de un
anti-valor, un valor. Con una argumentación válida, transformamos una mala acción en
una acción relativamente buena y justificada. Es decir, vivimos subvirtiendo valores, y
como dice mi presidente, liberándonos psicológicamente de toda responsabilidad, y
hasta convenciéndonos de que somos buenos, justos y virtuosos.
La cuestión, entonces, a mi entender, no es replanearnos valores, sino trabajar en la ética
de los hombres, ¿cómo hacer para que actúen de acuerdo con los valores vigentes?
Porque tal vez, en vez de reemplazarlos por nuevos, se pueda extender la práctica de los
tradicionales a nuevas dimensiones. Por ejemplo: extender la práctica del respeto, más
allá de las relaciones humanas, a todas las manifestaciones de la vida.
La pregunta es: ¿cómo hacerlo? Nunca más pertinente el tema de este encuentro: The
power of mind. Porque ser ético requiere de un trabajo de voluntad individual que
ayude a la formación de una sociedad ética a través de la educación. Y esta educación
requiere de la ejemplaridad, por empezar de quienes hablamos de ética y de valores. En
una obra que he leído recientemente The Big Bang Being, su autora Isabel Rimanoczy
dice: “we can impact others just by our pure presence”, y poco más adelante: “feelingthinking-acting is a reinforcing circle” Y puesto que de argumentaciones se trata, crear
las argumentaciones más brillantes para fundamentar la validez indiscutible de los
valores y la necesidad de su ejercicio.
El filósofo Christopher Bache anuncia un nuevo estadio del desarrollo humano: el del
Homo Spiritualis. Casualmente (o no casualmente), un joven filósofo argentino,
Mariano del Castillo, habla de la necesidad de una ética espiritualizada, es decir, una
ética en la que los valores sean el móvil vital, fuerza motriz de las acciones de los
hombres que sirva para criticar naturalmente y controlar las emociones negativas
propias de la condición humana. El problema radica en la dimensión espiritual de los
hombres. Ya había dicho Vaclav Havel que ”the environmental crisis is a crisis of the
spirit” Recientemente, he leído una narración autobiográfica del filósofo francés
Edouard Valdman. Una frase me conmovió: “La crisis del mundo moderno es la de lo
Santo. Nada se cambiará transformando solamente la suerte material de los hombres.
Se trata de dar respuesta a la exigencia espiritual.”
El trabajo es difícil y en el Club de Roma podríamos comenzarlo en este encuentro,
entre nosotros mismos. Es tiempo de superar la ética pasiva de las buenas intenciones y
de las declamaciones por una ética espiritualizada, una ética activa.
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