La transición desde las dos orillas

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RAMÓN TAMAMES
“LA TRANSICIÓN DESDE LAS DOS ORILLAS”,
Sesión de la Real Academia de Ciencias Morales Y Políticas
sobre la figura de
TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA,
en los cien años de su nacimiento
Madrid, miércoles 18.XI.2015
Sres. Académicos, queridos amigos, señoras y señores:
La sesión de hoy en esta Real Academia, seguro que tendrá para muchos
un profundo sentido de verdadera memoria histórica. Por ser una buena
ocasión para revivir facetas de nuestra vida política, ni tan lejanas en el
tiempo ni tan recientes, y apreciarlas con mayor nitidez que en el pasado.
Al respecto, no cabe duda de que, 35 años después de su muerte, la figura de Torcuato Fernández-Miranda, se sitúa a un alto nivel en la historia
reciente de España, por su decisiva contribución a la transición a la democracia. Una vasta operación política que hoy se estudia en los libros de
medio mundo.
Don Torcuato y yo no nos conocíamos personalmente, pero creo que coincidimos en proximidad física en no pocos momentos históricos: el más importante, la apertura de las Cortes democráticas, el 22 julio de 1977,
cuando echó a andar el proceso que nos llevaría a la Constitución por la
que hoy nos regimos. La que nos dio una estabilidad nunca antes conseguida en el país, y la misma que ha sido calificada en estos días, desde la
ignorancia y la malevolencia como “el candado de 1978”. Sin olvidar las
invectivas contra los Pactos de La Moncloa, que fueron decisivos para prefigurar el propio espíritu de la Ley de Leyes.
En cualquier caso, la democracia que actualmente vivimos, con todos sus
avatares y complicaciones –como siempre sucede, podría decirse, en el
devenir político de las naciones—, es resultado de una labor que se realizó
en su tiempo desde las dos orillas de la divisoria que hasta entonces separó a las dos Españas. Fue el momento crucial del encuentro de quienes se
hallaban en posiciones de poder dentro del Régimen de Franco, con los
que nos oponíamos al mismo; en muy buena parte, con la común aspiración de superar prejuicios que tanto daño supusieron para tanta gente durante tanto tiempo.
En sentido apuntado, y para fijar mi posición personal, diré que mi crítica
a la dictadura de casi cuatro décadas, me llevó a participar en la rebelión
estudiantil por la democracia, en 1956; un hecho que ya está recogido en
multitud de registros históricos. Y por entonces, la inculpación principal
que a mí se me hizo en la prensa oficialista, me enorgullece hoy: “Ramón
Tamames quiere una Constitución democrática para España”. Cosa que
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sólo conseguimos veintidós años después, al aproximarse las dos orillas. Y
desde la mía propia, quiero destacar aquí los muchos sufrimientos de multitud de personas que en la oposición activa pasaron por depuraciones y
otras exclusiones, discriminaciones, cárceles y otros trances aún más dolorosos.
Ya en la transición, entre 1974 y 1976, escribí varios ensayos sobre la
democracia necesaria, que se publicaron por la editorial de Cuadernos para el Diálogo. Después vendría un pequeño libro sobre las mismas cuestiones, también editado por Cuadernos. Y finalmente Adónde vas España,
en Planeta; donde expuse con una cierta extensión mis ideas sobre la reconciliación, la democracia y la Constitución que ya vislumbrábamos en un
horizonte muy próximo.
En ese sentido, recuerdo como el Presidente Suárez, en el primer encuentro que tuvimos en julio de 1977, me agradeció el citado libro, que le había enviado nada más publicarse, comentándome: “Has trazado, Ramón,
una buena vía distinta a la del Gobierno, y tus propuestas nos están ayudando mucho”. Palabras que para mí tuvieron una significación muy especial, cuando ya habíamos iniciado el definitivo proceso de conseguir para
España una Ley de Leyes, por consenso, que pusiera fin al tortuoso proceso iniciado con el texto fundacional de 1812 (sin olvidar la Carta otorgada
de Bayona de 1808), preludio que fue de seis especímenes ulteriores (Estatuto Real de 1834, Constituciones de 1837, 45, 69, 76 y 1931); amén
de los proyectos nonnatos de 1873 y 1882, además de las Leyes Fundamentales del Franquismo.
Desde la otra orilla en que estaba Torcuato Fernández-Miranda antes de la
transición, me siento, pues, partícipe de análogos afanes, para que España dejara de ser un país sin libertades públicas ni verdadero sufragio. Algo
ya incompatible con su propia estructura económica, que históricamente
traté de analizar en mi Ópera Prima, Estructura Económica de España, y
también en “La República. La Era de Franco”, volumen 7 de la Historia dirigida por Miguel Artola. Donde ya aprecié como el gran cambio venía impulsado por toda una serie de fuerzas sociales y tendencias: elevación del
nivel de renta, expansión de las clases medias, nuevos hábitos y actitudes
de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y junto a todo eso, la experiencia europea de una integración económica de países, a cuya puerta, ya
desde las Cortes democráticas del 77 llamamos de manera unánime.
Con ese recuerdo de la convergencia de personas, grupos, proyectos y
acuerdos que fueron produciéndose –en una muestra de racionalidad y
patriotismo de muy diferentes matices—, acepté con gusto la petición que
se me hizo para participar en este acto en nuestra Real Academia. Junto a
dos compañeros, Fernando Suárez –que fue el ponente de la Comisión de
Cortes que en 1976 tramitó la Reforma Política—, y Rodolfo Martín Villa,
que a la sazón era Ministro de la Gobernación del primer Gobierno de
Adolfo Suárez. Por ello mismo, quiero agradecer que se me convocara
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aquí y hoy, pues en los últimos días he podido reflexionar, otra vez, sobre
el significado de la transición que hicimos al empezar a soldarse las dos
orillas. Y en ese recuerdo, saludo con todo el afecto, a los miembros de la
familia Fernández-Miranda/Lozana presentes en este acto de homenaje a
quien fue Catedrático de las Universidades de Oviedo primero y de Madrid
después, y que tendría que haber sido miembro de esta Docta Casa.
En ese contexto, me atrevo a evocar los tiempos en que Don Torcuato pasó a ser preceptor de Juan Carlos, el actual Rey emérito, que rigió España
como Jefe de Estado durante 39 años. Pudiendo decir que desde el momento en que le saludé por primera vez (1968), tuve la percepción de que
el joven Príncipe, todavía in pectore, estaba preparándose para lo que
después sería Monarquía parlamentaria de una nueva España. Cuando la
mayor parte de la oposición apoyaba ya el principio de la reconciliación
nacional, que desde 1956 asumimos los que participamos en los ya citados episodios políticos universitarios de ese año. Un principio que andando
el tiempo, en 1974, se convirtió en el primer punto programático de la
Junta Democrática de España, a la que pertenecí desde su primer momento.
En relación con ese proceso político que nos ocupa, debo subrayar que
cuando en diciembre de 1976 se puso a referéndum la Ley de Reforma
Política –de la que Torcuato Fernández-Miranda redactó su primera versión—, la mencionada Junta Democrática reflexionó sobre su posible voto
en positivo; que lo merecía, por abrir una senda de entendimiento entre
los españoles, dejando atrás la dicotomía de rojos y azules. Pero en la
oposición, otras fuerzas se mostraron partidarias de la abstención, que
prevaleció finalmente desde esos posicionamientos.
El caso es que con la Ley de Reforma Torcuato Fernández-Miranda, tradujo su madurez de pensamiento en un proyecto de Ley, para contribuir al
cambio de la situación en España. Con un criterio que sostuvo desde su
ejecutoria como catedrático, con la idea fuerza para el cambio, que acuñó
en frase en verdad lapidaria: “desde la Ley a la Ley y a través de la Ley”.
Y a propósito de lo que todo eso significó en la transición, desde la orilla
del Régimen cabe recordar una frase que circuló profusamente por entonces: “En esta película, el guionista es Torcuato Fernández-Miranda, y
Adolfo Suárez el actor”.
De lo que no cabe duda, es de que el enfoque metodológico de la reforma,
para poner fin a las Leyes Fundamentales de Franco provino de la dinámica del artículo 10 de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, de
1947; que daba la posibilidad de “modificar o derogar” tales leyes, que no
eran las de bronce, ni las de hierro de los dioses de la era clásica de griegos y romanos.
Así las cosas, a través del procedimiento de un acuerdo previo de las Cortes (por dos tercios), seguido de un referéndum de la Nación, todo lo ata3
do y bien atado (Franco dixit) podía cambiarse. En lo que fue una experiencia que se dio en llamar el harakiri de las Cortes Orgánicas, las que
por inmensa mayoría dieron paso a una situación completamente nueva;
llena de posibilidades, que se manifestaría definitivamente en la convocatoria para elecciones generales del 15 de junio de 1977.
A través de una serie de documentos, es posible apreciar algunos de los
matices del pensamiento político de Torcuato Fernández-Miranda: sus lecturas de Baroja y Unamuno en la primera juventud, su admiración política
por los escritos de José Ortega y Gasset, y el destacable respeto por la
diversidad de enfoques doctrinales. Entre ellos, el análisis marxista, lo que
quedó bien patente en una tesis doctoral en la Universidad de Oviedo,
cuando desde el tribunal de la misma, Don Torcuato no dudó en subrayar
al doctorando que “Marx puede interesar más o menos, pero decir que su
pensamiento fuera mediocre, como Vd. ha dicho, no tiene sentido”.
Y de ese pensamiento político de Fernández-Miranda, destacaré sus palabras al iniciarse como Catedrático en la Universidad de Oviedo, viendo en
la juventud un potencial a considerar en toda su dimensión:
“Es así, y sólo así, como tendremos voz frente a las nuevas generaciones; es así, y sólo así, como podremos sentarnos en torno a las
hogueras que encienden, con ilusión y esperanza, las nuevas juventudes. Que son distintas, que tienen derecho a ser distintas, y a las
que hay que conceder el derecho que nosotros exigimos para nosotros mismos en nuestra propia juventud: el derecho a equivocarse
noblemente”.
Y también interesante es, a mi juicio, la expresiva influencia de Fernández-Miranda en Adolfo Suárez. Quien al llegar a la presidencia del gobierno en junio de 1976, merced a la estrategia del Rey Juan Carlos y de
Don Torcuato, se expresó del siguiente modo:
El Gobierno que voy a presidir no representa opciones de partido,
sino que se constituirá en gestor legítimo para establecer un juego
abierto a todos. La meta última es muy concreta: que los gobiernos
del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los
españoles.
Con la convocatoria de las elecciones generales, el Profesor, Preceptor y
Legislador renunció expresamente a la posibilidad de ser candidato a la
presidencia de las nuevas Cortes. Y de análoga forma tendría que haber
procedido, según el pensamiento de Fernández-Miranda, Adolfo Suárez:
renunciando a optar a la presidencia del Gobierno tras las elecciones del
15 de junio. Y precisamente de planteamientos tan distintos surgió la
desavenencia entre dos prohombres que tanto significaron para la transición. Pudiendo decirse que fue a partir de entonces cuando Torcuato dejo
de ser el guionista, y Adolfo adquirió la doble función de guionista y actor.
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Y en este momento de mi intervención, ya en la recta final, me permitirán
Vds. una pregunta desde la óptica de los estudiosos de la figura política de
Fernández-Miranda y de la transición en general: ¿quién preparó el proyecto de Constitución que Suárez manifestó estaba ya redactado, y que
ofreció a los partidos ya representados en las Cortes, cuando se vio ya
que, nolis volis, habría un proceso constituyente?
Estoy seguro de que no fue Fernández-Miranda. Porque no era propio,
desde su visión política, que tras unas elecciones democráticas pudiera
haber servido de base para la Constitución un texto elaborado por un Gobierno anterior, aún no legitimado por las urnas. No obstante, es un
enigma, que está por aclarar: ¿dónde se halla ese texto del que nada más
se supo?
En cualquier caso, desde su posición de senador regio, en el debate constituyente Torcuato Fernández-Miranda fue muy crítico con algunos pasajes
del proyecto. Sobre todo con el artículo 2, a causa del término nacionalidades, atribuido en su procedencia inmediata a Fernando Abril Martorell.
Por entender que tal vocablo equivalía a Nación; poniéndose así en duda
la propia prevalencia de la Nación Española, con la posibilidad de constituir un arranque de movimientos ulteriores de disgregación. Todo sin oponerse, para nada, a una política de descentralización de las CC.AA.
Al respecto, traeré aquí a colación el diálogo que tuve con un amigo –y
que reflejé en mi libro Más que unas Memorias, páginas 616 y 617—
cuando en 1978 estábamos tratando, precisamente, el tema de las CC.AA.
en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Fue Gonzalo Sol, quien en
una cena, al final de una larga jornada, me dijo:
 Ramón, te veo como cansado e incluso abatido. ¿Te pasa algo? Ahora
que estáis haciendo la Constitución, el sueño de tu vida…
 Ay, ay, ay, Gonzalo… Sí que me pasa, y precisamente a propósito de la
Constitución… Estamos discutiendo el Título VIII, sobre el Estado de
las Autonomías… Ya sabes, sobre los poderes que tendrán en el futuro
las regiones: Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía, Canarias, Baleares, etc. Y sinceramente, creo que nos estamos pasando de rosca…
demasiadas competencias para los futuros órganos autonómicos, y un
Estado que podría vaciarse peligrosamente. Lo cual podría ser muy
malo en el futuro, por posibles derivaciones centrífugas.
Sin comentarios.
Termino: hoy, a los 35 años de que Torcuato Fernández-Miranda muriera
en Londres, en la Inglaterra que tanto admiraba por la evolución de su
sistema político desde la Carta Magna de 1215, podemos recordarle como
una de las personas que más contribuyeron a que la democracia retornara
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a España, a través de lo que se ofreció como un verdadero pacto de las
fuerzas en presencia. Por ello mismo, su figura política prevalecerá, como
muestra de lo que fue la busca de la concordia superando el enfrentamiento.
Ojalá, volviendo la vista atrás, que hubiera sido posible algo parecido en
1936, cuando la locura ideológica llevó a la más trágica y cruenta confrontación de la Historia de nuestra España. Y pensando en el futuro, creo que
la sesión de hoy puede considerarse como una reflexión pertinente; a propósito de la inquietante situación en que actualmente se halla nuestro
país. Con un colofón claro: los problemas hay que discutirlos dentro de la
lógica, la razón, y la Ley, en pro de la concordia: lo que caracterizó a toda
la transición con su doble criterio máximo de Soberanía Nacional y consenso.
Muchas gracias.
Despacho de Ramón TAMAMES
C/ Doctor Fleming, 16, 7º Izda. // 28036 Madrid
Tfno.: (+34) 91 411 43 15 // castecien@bitmailer.net
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