Universidad Nacional Mayor de San Marcos From the SelectedWorks of Fort Ninamancco Cordova Winter July, 2015 El objeto del negocio jurídico en una reciente sentencia en casación: notas sobre un confuso concepto. Fort Ninamancco Córdova, Universidad Nacional Mayor de San Marcos Available at: http://works.bepress.com/fort_ninamancco/24/ ESPECIAL EL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO EN UNA RECIENTE SENTENCIA EN CASACIÓN: NOTAS SOBRE UN CONFUSO CONCEPTO Fort NINAMANCCO CÓRDOVA(*) TEMA RELEVANTE El autor considera que la sentencia entra en confusión cuando concluye que la imposibilidad jurídica del objeto no es más que la ilicitud del negocio. El objeto no es el negocio mismo, solo una parte de él. Así, aunque estima que un defecto grave altera todo el negocio, ello no puede conducirnos a pensar que el negocio no es más que su objeto, por lo que este es un sentido valedero, pero no ha sido acogido por el Código Civil. La sentencia en casación materia de estas notas ofrece muchos elementos sobre los cuales se puede reflexionar, tanto a nivel de Derecho Procesal Civil, como a nivel de Derecho Civil. Sobre esto último, cabe resaltar que esta decisión judicial nos muestra la opinión que tienen los jueces supremos sobre elementos fundamentales del negocio (o acto, si se quiere ser fiel a la nomenclatura empleada por nuestro Código Civil) jurídico. En las líneas que sigue me voy a referir solamente a la idea que nuestra máxima instancia judicial tiene sobre el objeto del negocio jurídico, con el objetivo de destacar algunos aspectos que se descuidan, no solo en esta decisión, sino también en los planteamientos que ha efectuado nuestra doctrina sobre el particular. De esta manera creo que se puede contribuir, al menos, con un grano de arena para esclarecer un concepto no poco confuso, pero importante en el plano práctico. (*) En efecto, no se trata de un concepto estrictamente doctrinario o teórico. Nada de eso. Se trata de un concepto de relevancia práctica innegable, puesto que nuestro legislador, en el inciso 2 del artículo 140 del Código Civil, contempla al objeto como un factor indispensable para la validez de todo negocio jurídico. Entrando en materia, el objeto del negocio jurídico y la manera de entender su imposibilidad se encuentran descritos en el considerando 3.4 de la citada sentencia en casación, mismo que paso a transcribir: “En cuanto, a la causal de nulidad del acto jurídico por objeto jurídicamente imposible; debe tenerse en cuenta que, nuestro Código Civil en su artículo 140 inciso 2, exige como requisito de validez del acto jurídico, que el objeto sea física y/o jurídicamente posible; de tal forma que, el código ha incorporado la noción de objeto del acto jurídico entendido como la prestación debida, esto es como el comportamiento que Abogado y Magíster en Derecho, con mención en Derecho Civil y Comercial, por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Amicus curiae de las Salas Civiles reunidas de la Corte Suprema de Justicia de la República (VII Pleno Casatorio Civil). Ganador del Premio Nacional Francisco García Calderón. Profesor de Teoría legal y Derecho Civil en las universidades Mayor de San Marcos, Ricardo Palma y San Ignacio de Loyola. DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202 ESPECIAL I. EL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO EN LA CAS. N° 3657-2012-CUSCO 51 ¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE? Comentario relevante del autor El concepto de objeto del negocio jurídico es confuso, y lo es bastante en realidad. No por nada, a propósito de la estructura del principal negocio jurídico, el contrato, se ha dicho que el objeto suele confundirse con el consentimiento y con la causa del negocio jurídico. Se denuncia, en este orden de ideas, que existe una “hipertrofia” de doctrina y jurisprudencia sobre este par de elementos, dejándose de lado al objeto. deberá realizar una de las partes frente a la otra; en otras palabras, el objeto del acto jurídico deberá ser entendido como el conjunto de preceptos o reglas que la parte o las partes manifiestan a fin de conseguir un resultado con efectos en el ordenamiento jurídico. De tal forma que este objeto, preexiste como un elemento esencial sobre la base del cual se estructuran los negocios jurídicos, siendo que ante su ausencia se desvirtúa totalmente la materialización del negocio mismo. Ahora, cuando nuestro Código Civil hace referencia a la posibilidad jurídica del acto jurídico, se está refiriendo a la conformidad de la relación jurídica con el ordenamiento jurídico; es decir, el acto debe constituir un medio legalmente idóneo para surtir los efectos que, como fin, se propone el agente del acto, por ello es que será imposible 1 2 3 4 52 el acto jurídico por inmoral el hecho prohibido por la ley, o el hecho contrario a las buenas costumbres o al orden público. En conclusión, nos encontraremos ante una imposibilidad jurídica del objeto, cuando el acto jurídico celebrado coincide con la ilicitud del mismo o tendrá un resultado jurídico no previsto por el ordenamiento jurídico; puesto que, todo lo que no está permitido por el ordenamiento jurídico o que atente contra el orden público y las buenas costumbres deviene en ilícito, y por tanto imposible jurídicamente de ser celebrado”. Decía que el concepto de objeto del negocio jurídico es confuso, y lo es bastante en realidad. No por nada, a propósito de la estructura del principal negocio jurídico, el contrato, se ha dicho que el objeto suele confundirse con el consentimiento y con la causa del negocio jurídico. Se denuncia, en este orden de ideas, que existe una “hipertrofia” de doctrina y jurisprudencia sobre este par de elementos, dejándose de lado al objeto1. En mi opinión, tal carácter confuso hace entendible que nuestra doctrina y jurisprudencia cometa algunos deslices. II. UNA APROXIMACIÓN A LA DOCTRINA PERUANA EN TORNO AL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO Una importante doctrina considera que el objeto del negocio jurídico se halla en la relación jurídica derivada de este. Celebrado el negocio, como se sabe, se genera una PUIG SAN JULIÁN, Verónica. El objeto del contrato. Editorial Arazandi, Madrid, 1996, p. 23. ESPINOZA ESPINOZA, Juan. El acto jurídico negocial. Rodhas, Lima, 2012, p. 79. Ibídem, p. 82. TORRES VÁSQUEZ, Aníbal. Acto jurídico. IDEMSA, Lima, 2012, pp. 234-235. relación jurídica entre las partes que lo celebran. Pues a tal relación se refiere esta doctrina2. En esa línea, concluye que la postura de nuestro Código Civil es “dual, por cuanto se interpreta que el objeto del acto jurídico es la relación jurídica y el bien materia de la relación jurídica”3. Para un reconocido autor, el Código Civil indica, en más de uno de sus artículos, que el objeto es la relación jurídica derivada de la celebración del negocio jurídico. Y esto sería así porque, según sugiere este mismo autor, los que se proponen las partes de un negocio jurídico, al celebrarlo, es justamente generar una relación jurídica. Así, se afirma que el “el objeto es la relación jurídica (arts. 140, 1351, 1402), a su vez, la relación jurídica tiene por objeto a la prestación, y el objeto de esta son los bienes, los derechos, los servicios y las abstenciones (…) A las preguntas ¿para qué se celebra un acto jurídico?, ¿con qué objeto se otorga un acto jurídico cualquiera?, se contesta: para crear, regular, modificar o extinguir una relación jurídica”4. Sin embargo, otro sector de nuestros estudiosos ha entendido de forma sustancialmente diferente al objeto del negocio jurídico, concibiendo al objeto como el contenido mismo del negocio. De este modo, se dice que la palabra “objeto” tiene, según el diccionario de la RAE, dos sentidos: i) intento o finalidad al que se encamina una acción, y ii) lo que sirve de “materia” al ejercicio de ciertas facultades del sujeto. “Evidentemente, cuando se hace referencia ESPECIAL al objeto del negocio jurídico, se adopta como válido este último significado. El objeto del negocio jurídico es el conjunto de preceptos o reglas que la parte o las partes declaran hacer suyas con mira a conseguir un resultado práctico aceptado por el ordenamiento jurídico”5. Por último, cabe hacer referencia al autor que dice que el objeto del negocio jurídico es el bien o utilidad. Se parte de la premisa, sentada por una destacada doctrina italiana, de que es necesario distinguir al objeto del contenido. Este último se refiere a todas las determinaciones o cláusulas que las partes establecen para su negocio, en tanto que el objeto está constituido por el bien, punto de referencia objetivo de los intereses regulados en el contrato. Según este autor, entonces, se tiene que “dejar de lado los conceptos de objetos del derecho subjetivo y de la obligación. No es coherente que existan tres clases de objetos diferentes, uno para el negocio jurídico y el contrato, otro para el derecho subjetivo y otro para la obligación. Solo hay un objeto que pertenece a la estructura del negocio jurídico y del contrato”6. III. UNA CUESTIÓN LINGÜÍSTICA INDEBIDAMENTE DESCUIDADA POR NUESTRA DOCTRINA Muchos, cuando aprecian la diversidad de opiniones que existe en torno al concepto de objeto del negocio jurídico, no puede evitar preguntarse cuál es la opinión “correcta” o “verdadera”. Desde ya debo decir que es 5 6 7 un –grave– error, pensar que existe un “genuino” concepto de objeto. Nuestros autores yerran cuando asumen que es viable hallar tal concepto. Lo que sí puede determinarse es un concepto adecuado o más conveniente, pero definitivamente es harto discutible afimar que hay un concepto “correcto” de objeto, de manera que otro que pudiera esbozarse resulta “equivocado”. No puede arribarse a otro conclusión si se tiene en cuenta un –muy descuidado en nuestro medio– postulado básico de teoría del lenguaje. Desde hace tiempo es valor entendido en la teoría del lenguaje que las palabras carecen de significados o definiciones “reales” o “verdaderas”. Acabo de ver un artefacto que tengo en mi muñeca izquierda y veo que la hora es las 08:48. Sin dudar usted, amable lector o lectora, dirá que se trata de un reloj. Pero ¿la palabra “reloj” tiene algún vínculo naturalmente innegable con el aparato que colgamos de nuestras muñecas para enterarnos de la hora? Si fue así ¿por qué en otras partes del mundo se emplea la palabra watch para designar al mismo objeto? En casi toda la península itálica las palabras antes mencionadas nada tienen que ver con este objeto que se emplea para medir el tiempo, ya que utilizan otra: “orologio”. No es factible, entonces, buscar y encontrar un significado o definición verdadera para las palabras. Estas, como tales, nada significan. El significado que ostentan no es natural, sino producto de una convención entre los hombres. Veamos esto con algo más de detalle: Comentario relevante del autor No es factible, entonces, buscar y encontrar un significado o definición verdadera para las palabras. Estas, como tales, nada significan. El significado que ostentan no es natural, sino producto de una convención entre los hombres. Para entender la afirmación “no existen definiciones reales”, ayudará una explicación de las razones por las que no se admiten tampoco los “significados verdaderos”: un importante estudioso del asunto enseña que ya desde los trabajos de San Agustín de Hipona se sustentó la idea de que el lenguaje tiene un carácter netamente convencional. El hombre de fe africano dividió a los signos en naturales y convencionales. Los primeros son aquellos que, con independencia de toda intención o deseo de usarlos como signos, conducen –sobre la base de la experiencia– al conocimiento de algo distinto, piénsese en el caso del humo, el cual es signo del fuego. En cambio, los signos convencionales son aquellos que se emplean con el propósito de mostrar sentimientos, percepciones o pensamientos. Entre estos signos, el lugar principal corresponde a las palabras. Los hombres no se han puesto de acuerdo en usar las palabras como signos porque estas tengan ya un significado; por el contrario, ellas tienen ahora significado porque los hombres se han puesto de acuerdo al respecto7. ESCOBAR ROZAS, Freddy. Código Civil comentado.Tomo I, Gaceta Jurídica, Lima, 2003, p. 915. MORALES HERVÍAS, Rómulo. Teoría General del Contrato. Grijley, Lima, 2006, pp. 383-384. CARRIÓ, Genaro Rubén. Notas sobre Derecho y lenguaje. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1994, pp. 114, 117 y ss. DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202 53 ¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE? Comentario relevante del autor El artículo 140 establece los factores cuya concurrencia es necesaria para constituir la validez de un negocio jurídico, uno de los cuales es el objeto. Por consiguiente, el inciso 2 de este artículo difícilmente puede entenderse como referido a un efecto del negocio. La validez no es una cuestión de efectos, sino de estructura o formación del negocio. Sin embargo, “desde tiempos remotísimos, y hasta nuestros días, los hombres se afanan en buscar el significado intrínseco, verdadero, real, etc., de las palabras, como si en ellas residiera algún valor propio, independiente de las reglas de uso que les asignan tal o cual función”. Pero semejante búsqueda está destinada al fracaso, “porque las palabras no tienen significado en ese sentido; simplemente tienen usos. No hay nada divino o mágico acerca de justicia o libertad; solo son parte del aparato verbal de que nos valemos para describir y criticar ciertos tipos de conducta humana”8. Ahora bien, el autor que vengo citando, basándose en el filósofo inglés Richard Robinson, indica que las “definiciones reales” se vinculan a las definiciones de cosas (no de palabras), que era el sentido manejado por los inventores de la noción de definición, Sócrates y Platón. Así, en el Eutifron, la 8 9 10 11 54 Ibídem, p. 118. Ibídem, p. 119. Ibídem, p. 121. Ibídem, p. 122. búsqueda de la definición de piedad es una indagación sobre la cosa piedad, no sobre la palabra piedad. Sócrates no le pregunta a Eufitron qué es piedad porque esa palabra sea nueva para él, o porque desee conocer un método efectivo para enseñar el uso de ella a quienes no lo conocen. El célebre pensador griego pregunta por la cosa piedad, dando por sentado que su interlocutor y él ya conocen el uso de la palabra. No obstante, la búsqueda de definiciones reales –iniciada por Sócrates y proseguida hasta nuestra época– no ha sido una actividad de tipo único, sino que incluye varias clases de actividades distintas entre sí. Por consiguiente, no es difícil comprender que la determinación de una “definición real” es equivalente a la búsqueda de algo que, en rigor de verdad, no existe9. Y es que semejante actividad es nada más y nada menos que el principal generador de inútiles quebraderos de cabeza y de falsas disputas entre los hombres de derecho. Es de lamentar, sin embargo, que la “búsqueda de significados reales, intrínsecos o verdaderos es actividad casi full time de los juristas. (…) En esa (pretendida) tarea de hallar significados verdaderos y formular las correspondientes definiciones reales los juristas no siempre coinciden. Mejor dicho, discrepan con alarmante frecuencia. De hecho aquella faena encubre actividades heterogéneas mal disimuladas. Esas actividades son, precisamente, algunas de las que Robinson trae a luz. Ellas suelen conducir a soluciones discrepantes, lo que genera abundantes polémicas que tienen garantizada una vida perdurable”10. Así, las seudodisputas originadas en equívocos verbales se vinculan a las actividades que Robinson examina bajo el título de “la definición real como búsqueda de una inexistente identidad de significado”11. Un ejemplo paradigmático de esto último es lo que ocurre con la secular polémica en torno a la noción de “causa” en materia de acto (o negocio) jurídico y obligaciones. Los estudiosos del derecho civil acostumbran distinguir dos acepciones de la palabra causa: i) causa-fuete, y ii) causa-fin. El intrincadísimo debate doctrinario se concentra en la segunda acepción, ya que a la primera se le considera no problemática. De la palabra causa, en el ambiguo sentido de “causa-fin”, los autores se lanzan en la búsqueda de una supuesta entidad que –creen los doctrinarios sobre el tema– esa palabra nombra. Irrumpe entonces la pregunta “¿Qué es la causa?”, pregunta que se suele formular bajo la premisa de que la simple distinción mencionada es garantía suficiente para hacer perfectamente posible encontrar la respuesta verdadera. Pero lo cierto es que muchísimas han sido las respuestas y todas heterogéneas entre sí. Se ha dicho que la causa es la finalidad abstracta, impersonal y objetiva, que cada tipo de acto lleva en sí; o el fin determinante que las partes han considerado al realizar el acto; o los motivos expresados en él; o la función económica o social del mismo; o un elemento justificativo ESPECIAL de la fuerza obligatoria que tiene el acto; y muchas otras cosas más. Uno no puede dejar de notar que los protagonistas de la polémica, cada uno por su lado, están hablando de cuestiones harto diversas entre sí. Se puede constatar con facilidad que en este asunto de la causa pueden verse involucradas tantas cuestiones y sentidos (de esta palabra) diversos entre sí que es inevitable preguntarse “por qué los autores se han preocupado únicamente por esclarecer la distinción entre causa fuente y causa fin, como dos centros de problemas distintos, y no prosiguieron en la tarea de clarificación”12. Y es que si hay tantas cuestiones y sentidos involucrados que pueden –y así ha ocurrido– superponerse en el análisis del tema, antes de empezar a discutir o debatir, es ineludible la necesidad de precisar y delimitar varias cuestiones y sentidos, no solamente dos. Y ya sabemos que, como con la causa, el objeto ha sido materia de los mismos inconvenientes. Los autores peruanos, y también extranjeros, se preguntan qué es el objeto, y también se lanzan en búsqueda de una supuesta entidad que es nombrada por esta palabra, sin tratar de ponerse de acuerdo en un sentido determinado para la misma. Por el contrario, sin más, adoptan su propio sentido para la palabra, dando por sentado que otro sentido es indubitablemente equivocado, obviando el citado postulado básico de teoría de lenguaje. 12 13 14 Por lo tanto, puede plantearse la siguiente conclusión: para evitar caer en debates o discusiones estériles, siempre es importante que dejar precisado el sentido en el que se emplean las palabras claves. IV. EL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO SEGÚN NUESTRO CÓDIGO CIVIL Y EL PROBLEMA DE LA INVALIDEZ SUCESIVA No existe un sentido o significado verdadero de objeto. Quien piense lo contrario, tendrá que rebatir premisas elementales, y hoy no puestas en tela de juicio de ningún modo, de teoría de lenguaje. Entonces, debo adoptar el sentido que emplea el Código Civil, no otro. Este sentido no es, insisto, el “verdadero” o “correcto”, pero es el normativamente vinculante para el operador jurídico, por así haberlo dispuesto el legislador. El artículo 140 establece los factores cuya concurrencia es necesaria para constituir la validez de un negocio jurídico, uno de los cuales es el objeto. Por consiguiente, el inciso 2 de este artículo difícilmente puede entenderse como referido a un efecto del negocio. La validez no es una cuestión de efectos, sino de estructura o formación del negocio. Los efectos, como es obvio, vienen después de la formación o celebración válida del negocio. La validez no es un tema que se pueda valorar de forma posterior a la debida celebración del negocio. Aquí me voy a referir, brevemente, al problema de Comentario relevante del autor Es obvio (pero importante subrayarlo) que el problema de la invalidez sucesiva no se vincula a contratos cuya ejecución ha culminado. la invalidez sucesiva, cosa que ya hice en otra sede13. Esto es importante, puesto que si se admite que la invalidez puede ser sucesiva, esto es posterior a la celebración del negocio, podría plantearse la posibilidad de que el objeto del referido inciso 2 se vincule a sus efectos. Dada la harto conocida influencia de su Código Civil sobre el nuestro, en materia contractual, a continuación me centraré en algunas importantes consideraciones de la doctrina italiana que resultan pertinentes: Para empezar, cito una precisión importante de un célebre autor: “Ciertamente, si el efecto del negocio es inmediato e instantáneo, no es concebible, ni, en último término, influyente, un póstumo defecto del negocio, que ha agotado ya su función genética”14. Es decir, es completamente impertinente predicar una invalidez sucesiva respecto de un negocio ya ejecutado plenamente. Ahora bien, Vincenzo Roppo, señala que el asunto se reduce a un tema de aplicación de normas en el tiempo. Ibídem, p. 124. NINAMANCCO, Fort. La invalidez y la influencia del negocio jurídico en la jurisprudencia de la Corte Suprema. Gaceta Jurídica. Lima, 2014, p. 141-144. BETTI, Emilio. Teoría general del negocio jurídico. Traducción de Antonio Martín Pérez. Comares, Granada, 2000, p. 421. DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202 55 ¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE? Comentario relevante del autor Nadie sostiene que la posible invalidez sucesiva produzca efectos desde el momento de la celebración del contrato, solo los produciría desde la puesta en vigencia de la nueva norma. Según Roppo, si fuera del ámbito penal también es viable la aplicación retroactiva de las normas, una norma prohibitiva puede aplicarse retroactivamente sin problema, de modo que se aplique a los contratos celebrados precedentemente, “haciéndolos ex post ilícitos o ilegales y, por tanto, nulos”15. Si se aplica este criterio a nuestro ordenamiento, la nulidad sobrevenida sería inadmisible porque la aplicación retroactiva, en nuestro país, únicamente es permitida en materia penal. Otra destacada doctrina señala que “el negocio, en tanto existe, no puede ser más que inmediatamente válido o inválido: si es válido, ya no puede ser invalidado, porque según las ideas expuestas, tendría que devenir tal desde el principio (ex tunc), y ello implicaría una inexplicable contradicción interna del ordenamiento jurídico. Dicha contradicción podría superarse solo si una nueva norma dispusiera la invalidez de los negocios ya válidamente realizados: nada 15 16 17 18 19 20 21 56 más que así se terminaría proponiendo una inadmisible violación del principio de irretroactividad de la ley”16. En tal sentido, se señala que en los casos excepcionales donde pareciera que existe invalidez sobrevenida, se impone la necesidad de entenderlos como supuestos de ineficacia (no de invalidez) sucesiva 17. Se precisa también que, al margen de estar de acuerdo o no con la admisión de la invalidez sobrevenida, no es posible negar que los supuestos de tal figura “son poquísimos y del todo excepcionales”18. Un defensor de la figura de la invalidez sucesiva señala que la misma, sin embargo, debe entenderse en su debida dimensión, sin extenderla indebidamente. De este modo, si una nueva ley no es conforme con lo establecido en el contrato en ejecución, se tiene que concluir que tal contrato es inválido desde el momento en que entra en vigor dicha ley, la cual tendría, por tanto, un efecto ex nunc, toda vez que la validez del negocio no puede mantenerse habiendo operado un cambio en el ordenamiento19. En los mismos términos se pronunció una clásica doctrina20, la cual indica que sí es viable una invalidez sucesiva, pero la nueva norma necesariamente debe tener una eficacia ex nunc, puesto que si se pretende una aplicación retroactiva de tal norma, se llegaría al absurdo de atribuir, al mismo tiempo, validez e invalidez al contrato. Massimo Bianca informa que la doctrina italiana se encuentra notoriamente dividida respecto de la figura de la invalidez posterior o sucesiva, aunque él reconoce posible una invalidez sobrevenida ya que es posible una eficacia excepcionalmente retroactiva de las normas, pero hace una advertencia muy importante: “De cualquier forma, es necesario tener presente que la ineficacia que se deriva de la invalidez posterior es una vicisitud resolutoria, pues encuentra su título en un hecho posterior al perfeccionamiento del contrato y eficacia del contrato”21. ¿Qué ideas conclusivas se pueden extraer de estas posturas doctrinales? Creo que las siguientes: i) es obvio (pero importante subrayarlo) que el problema de la invalidez sucesiva no se vincula a contratos cuya ejecución ha culminado, y ii) nadie sostiene que la posible invalidez sucesiva produzca efectos desde el momento de la celebración del contrato, solo los produciría desde la puesta en vigencia de la nueva norma. Así las cosas, tomando como base lo dispuesto en el artículo 1371 de nuestro Código Civil, considero como aplicables al sistema peruano las afirmaciones de Renato Scognamiglio y Massimo Bianca: la nulidad sobrevenida, técnicamente hablando, no es jurídicamente admisible, de lo que se trataría es de un supuesto de ineficacia sobreviniente, ROPPO, Vincenzo. El Contrato. Traducción de Nélvar Carreteros, al cuidado de Eugenia Ariano, Gaceta Jurídica, Lima, 2009, p. 690. SCOGNAMIGLIO, Renato. Contribución a la teoría del negocio jurídico. Traducción de Leysser León. Grijley, Lima, 2004, p. 498. Ibídem. p. 499. Ídem. CARRESI, Franco. Il contratto. Tomo. II, Giuffrè, Milano, 1987, p. 626. MESSINEO, Francesco. Il contratto in genere. Tomo II, Giuffrè, Milano, 1972, p. 183. BIANCA, Massimo. Derecho Civil 3. El Contrato. Traducción de Fernando Hinestrosa y Édgar Cortés. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2007, p. 633. ESPECIAL o sea de resolución. Hasta antes del momento en que entra en vigor la nueva norma que establece la “invalidez” del contrato ya celebrado, este es válido, y esta validez no puede ser negada por la nueva norma (a menos que se proponga una –constitucionalmente inviable-aplicación retroactiva de tal norma). Por consiguiente, el asunto debería plantearse en términos de eficacia, no de invalidez. Así las cosas, el inciso 2 del artículo 140 del Código Civil no puede referirse a la relación jurídica, puesto que esta relación es un efecto del negocio, en tanto que el objeto es un factor de validez, o sea un componente previo al surgimiento de la relación. La validez no puede ser un asunto que pueda analizarse de forma posterior a la celebración conforme a ley de un negocio, al ser técnicamente inviable la idea de “invalidez sucesiva”. De otro lado, si ya existe una convención firmemente establecida para emplear la palabra objeto también en sede de obligaciones y derecho subjetivo, veo muy difícil seguir el planteamiento de Rómulo Morales. El bien y las conductas suelen entenderse como el objeto de las obligaciones, no de los negocios o contratos. Estoy dispuesto a aceptar que entender al objeto del negocio como los bienes no tiene el problema de la doctrina mayoritaria que se acaba de criticar. Sin embargo, tiene otro problema: choca contra una convención firmemente establecida. Ir en contra de una convención lingüística tan firme, es bastante impráctico. Ojo, lo repito, no digo que Morales esté equivocado. Acá nadie está equivocado, sencillamente porque no existe un “verdadero” concepto de objeto. Lo que pienso es que el sentido de objeto que emplea Morales resulta no poco impráctico. En tal contexto, creo que deberíamos tomarnos en serio la posibilidad de entender al objeto del negocio como los intereses materia de regulación. Al negocio se suele definir también como un acto de autoregulación o autoreglamentación de intereses, precisamente porque sus reglas o preceptos versan o se refieren a intereses humanos determinados. Un sentido como este tiene dos ventajas: i) respeta el sentido que adopta el Código Civil, haciendo del objeto un factor previo, o a lo sumo contemporáneo, a la celebración del negocio, y ii) no choca con convenciones firmemente establecidas en teoría general del derecho (objeto del derecho subjetivo) o derecho de obligaciones (objeto de la obligación). No diré más. Como se comprenderá, en estas notas no se puede aspirar a ser exhaustivo, ni mucho menos definitivo. V. LAS CONTRADICCIONES DE LA SENTENCIA EN CASACIÓN Para terminar, por las razones ya expuestas, es criticable que la sentencia en casación entienda que la prestación es el objeto del negocio jurídico. Existe, como ya dije, una convención firmemente establecida que indica que el objeto de la obligación es la prestación debida. Y como la obligación es un efecto del negocio, evidentemente no pueden tener el mismo objeto. Una confusión de este tipo hace entendible que los Jueces Supremos planteen que el objeto se asocia a la idea de contenido. Ciertamente la prestación debida y el contenido no son lo mismo. El contenido es prácticamente el negocio mismo. Son cláusulas y disposiciones que DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202 Comentario relevante del autor El inciso 2 del artículo 140 del Código Civil no puede referirse a la relación jurídica, puesto que esta relación es un efecto del negocio, en tanto que el objeto es un factor de validez, o sea un componente previo al surgimiento de la relación. La validez no puede ser un asunto que pueda analizarse de forma posterior a la celebración conforme a ley de un negocio, al ser técnicamente inviable la idea de “invalidez sucesiva”. conforman la declaración de voluntad, que es de lo que está hecho cualquier negocio jurídico. Mientras tanto, la prestación se refiere a comportamientos o actividades. Nótese como la sentencia no puede evitar la confusión cuando concluye que la imposibilidad jurídica del objeto no es más que la ilicitud del negocio mismo. El objeto no es el negocio mismo, solo una parte de él. Claro que un defecto grave altera todo el negocio, pero ello no puede conducirnos a pensar que el negocio no es más que su objeto. Este es un sentido valedero, pero indudablemente no ha sido acogido por el Código Civil. Lo que sí hay que destacar es que el objeto del negocio y el objeto de la obligación están íntimamente vinculados. Considerando que el objeto del negocio es previo, no parece admisible la posibilidad de un negocio cuyo objeto sea defectuoso, pero la obligación generada por él tenga un objeto viable jurídicamente. Al contrario, si el objeto es 57 ¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE? imposible, el negocio es nulo y ya no cabe hablar de una obligación. No obstante, un objeto del negocio posible, no necesariamente implicará un objeto viable en la obligación que se pretenda generar. Con el enfoque de la sentencia en casación, que confunde objeto, prestación y contenido, hace inviable cualquier distinción entre vicios del negocio y vicios en la obligación generada por el mismo. Tengo la impresión de que esto no sucede si se adopta la idea sugerida más arriba. Además el Código Civil no habla de objeto lícito ni ilícito, sino de posibilidad o imposibilidad jurídica. El interés calza perfecto 58 con esta salvedad. El interés no es lícito ni ilícito. El interés, precisamente, es jurídicamente viable de realización o no. Pero pongamos también las cosas en su lugar, una cosa es la relevancia teórica de una distinción y otra su relevancia práctica. Ciertamente la ilicitud del contenido puede facilitar las cosas en el análisis operativo. Si el contenido resulta ilegal, creo que no tiene mayor sentido continuar con el análisis del objeto. Si adoptamos un método de trabajo práctico, no muy comprometido con el rigor teórico, entonces hay que decirlo. Si el contenido, o la causa concreta (función concreta si se quiere), resulta ilegales, no parece –a nivel de praxis– necesario pronunciarnos sobre la situación del objeto. Hay distinciones que están destinadas exclusivamente para la didáctica jurídica, para una mejor la comprensión de los fenómenos por parte de los juristas, y no tanto para el campo operativo. Pienso que, en este último, el contenido y la causa juegan un rol central, correspondiéndole al objeto, en el sentido apenas esbozado en estas notas, quizá un papel más discreto. Pero una circunstancia como esta no puede dar licencia a los jueces para entremezclar y aumentar la confusión entre conceptos problemáticos.