Editorial FUERON ELLAS LAS QUE LO CONTARON M aría Magdalena, María de Santiago y Salomé, al acercarse al sepulcro en el que había quedado el cuerpo de Jesús, recibieron estas palabras de un joven: «No os espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho». La experiencia de la muerte y resurrección de Jesús es el hecho fundante de nuestra fe y el pilar en el que se asienta nuestra Iglesia. Estas tres mujeres estuvieron presentes de manera pri­ vilegiada en aquel momento y recibieron el encargo de difundir la noticia de la resurrección. No fue un encargo más. Era «el encargo de los encargos», el que marcaba un antes y un después, el que vivimos hoy como lo más relevante y original de nuestra vida de fe. Este relato del evangelio, que convierte a María Magdalena, María de Santiago y Salomé en testigos y protagonistas, es un reconocimiento a la labor de las mujeres y nos señala la necesidad de que su voz se escuche en los lugares más relevantes de nuestra Iglesia. Recientemente el papa Francisco, en una reunión con religiosas, ha expresado su deseo de contar con más mujeres en los espacios y procesos de toma de decisiones en la Iglesia. Habló con ellas de las diaconisas de los primeros siglos de la Iglesia y la necesidad de investigar con detalle qué ministerio desarrollaban y cuál era su reconocimiento formal. Esta declaración, verdaderamente comprometida, pone la atención en un Hoy no es posible tener espacios en la aspecto que necesita ser abordado en nuestra Iglesia. Ya no es tiempo de de­ Iglesia sin presencia activa y capacidad claraciones en las que se reconoce re­ tóricamente la presencia de las mujeres de palabra y decisión de mujeres. en los espacios de la Iglesia y su valor se reduce a determinados servicios y activi­ dades, generalmente de soporte, cuidado y mantenimiento. Es el momento de dar un paso con decisión y atrevimiento, fruto del tiempo profético que vive nuestra Iglesia, que quiere ser eco de los anhelos de la historia. El siglo XXI, gracias a la labor de las mujeres y el respaldo de muchos hombres, es testigo de importantes pasos hacia la igualdad entre mujeres y hombres. Nuestra sociedad, aun con titu­ beos, es un ejemplo. Y nuestra Iglesia, deseosa de estar presente en esta sociedad con palabras de aliento, vida y esperanza, tiene una oportunidad: reconocer y dignificar a las mujeres, que en muchos lugares del mundo son quienes se encargan de mantener viva la comunidad cristiana, posibilitan la reflexión y vivencia del evangelio y su trasmisión de generación en generación. Hoy no es posible tener espacios en la Iglesia sin presencia activa y capacidad de palabra y decisión de mujeres. Ni construir una Iglesia que quiere ser sal en el mundo sin que su voz tenga peso y relevancia, con todas las responsabilidades por el hecho de ser hijas de Dios, del mismo Dios que es Padre y Madre de los varones. Ni crear una nueva historia para las mujeres en la Iglesia sin ser protagonistas. Nuestra Iglesia necesita abrir esta puerta. El Papa, tímidamente, ha fortalecido esta necesi­ dad. No debe haber temor. Jesús nos da la pauta. Posibilitó que la experiencia de su resurrección, aquella que fundamenta nuestra fe, fuera recibida y contada al mundo por tres mujeres. Por eso no se puede mirar hacia otro lado. mensajero 3