CRISTO CABEZA DE LA CREACIÓN Y VERDADERO SEÑOR DEL

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teología
CRISTO CABEZA DE LA
CREACIÓN Y VERDADERO
SEÑOR DEL MUNDO
“Cristo es el Pantokrátor, al que están sometidas todas
las cosas. Una visión racional y personalista del
universo.”
Glosa a una Catequesis de S.S. BENEDICTO XVI, en la AUDIENCIA GENERAL, miércoles 14 de enero de 2009 En la catequesis del 4 de enero de 2004 el papa hoy emérito Benedicto XVI, después
de unas breves consideraciones sobre puntos comunes de las cartas de San Pablo a los
Colosenses y a los Efesios, se centró en el contenido del término "cabeza", kefalé, que en
ambas se encuentra y se consolida aplicado a Jesucristo. Nos parece oportuno recordarlas
en la proximidad de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. Se trata de un título kefalé - que se emplea en un doble sentido. Situemos gráficamente los dos niveles, para
captar quizá mejor el esquema (en azul van los textos del papa, siempre de la Audiencia
general citada; los subrayados son nuestros):
1) En un primer sentido, Cristo es considerado como cabeza de la Iglesia (cf. Col 2,
18-19 y Ef 4, 15-16). Esto significa ante todo, que él es el gobernante, el dirigente, el
responsable que guía a la comunidad cristiana como su líder y su Señor (cf. Col 1, 18: "Él
es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia");
2) el otro significado es, que él es como la cabeza que forma y vivifica todos los
miembros del cuerpo al que gobierna (de hecho, según Col 2, 19 es necesario "mantenerse
unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, recibe nutrición y cohesión"): es decir, no es
sólo uno que manda, sino uno que orgánicamente está conectado con nosotros, del que
también viene la fuerza para actuar de modo recto.
En ambos casos, se considera a la Iglesia sometida a Cristo, tanto para seguir su
conducción superior —los mandamientos—, como para acoger todos los flujos vitales que
de él proceden.
Sus mandamientos no son sólo palabras, mandatos, sino que son fuerzas vitales
que vienen de él y nos ayudan.
«Los mandamientos son fuerzas vitales». Uno de los temas recurrentes en las Cartas de
San Pablo es la insuficiencia de la Ley (la Torá) para justificar - redimir y santificar - al
hombre. La Ley manda. Se habían formulado hasta 613 preceptos extraídos de la Ley, un
bloque casi imposible de cumplir. Con la llegada del Mesías esperado, la Ley caducó.
Había sido dada por Moisés a modo de pedagogo (San Pablo), con la finalidad de enseñar
al hombre a ser santo, por un camino muy difícil, de modo que, en la práctica, resultaba
humillante, al revelar al hombre su propia incapacidad de alcanzar la pureza legal o
santidad. De ahí que la Nueva Ley revelada a Pablo y predicada por él, en la Nueva
Alianza en la sangre de Jesucristo, era una auténtica liberación, porque además de
sintetizarse en el doble mandamiento del amor de Dios y al prójimo, da la gracia, la
fuerza, el poder de cumplirla, justamente en el amor de Cristo, que se derrama en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Por eso los mandamientos
son órdenes muy peculiares, porque además de ordenar (mandar) ponen orden en la
mente y en el corazón humano y lo elevan hasta el nivel vital del hijo de Dios (lo que
llama san Juan «el poder de llegar a ser hijos de Dios»). El hijo de Dios en Cristo participa
de la vida divina.
Este poder viene del Espíritu Santo, pero no solo de Él. San Pablo enseña en la carta a los
Efesios que vienen de Cristo Jesús. Dice así el papa Benedicto:
Esta idea se desarrolla particularmente en Efesios, donde incluso los ministerios de la
Iglesia, en lugar de ser reconducidos al Espíritu Santo (como 1Co 12), se confieren por
Cristo resucitado: es él quien "dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelizadores; a otros, pastores y maestros" (Ef 4, 11). Y es por él que "todo el Cuerpo
recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, (...) realizando así el
crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4, 16). Cristo, de hecho, tiende a
"presentársela (a la Iglesia) resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5, 27). Con esto nos dice que es
precisamente su amor la fuerza con la que construye la Iglesia, con la que guía a la Iglesia,
con la que también da la dirección correcta a la Iglesia.
Por tanto el primer significado es Cristo Cabeza de la Iglesia: sea en cuanto a la
conducción, sea sobre todo en cuanto a la inspiración y vitalización orgánica en virtud de
su amor.
CRISTO CABEZA DE DE LA CREACIÓN Y VERDADERO SEÑOR DEL MUNDO
(Cabeza de la Iglesia, de las potencias celestiales y de todo el cosmos)
Así, pues, en el primer sentido de la palabra Cabeza, Cristo es Cabeza de la Iglesia y de Él
recibimos la norma para responder al don recibido («Yo soy el Camino») y la fuerza o
poder para cumplirla. Ahora nos hablara el Papa de
un segundo sentido: Cristo es considerado no sólo como cabeza de la Iglesia, sino como
cabeza de las potencias celestiales y de todo el cosmos. Así en Colosenses leemos que
Cristo "una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente,
incorporándolos a su cortejo triunfal" (Col 2, 15).
Análogamente en Efesios encontramos que con su resurrección, Dios puso a
Cristo "por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto
tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero" (Ef 1, 21). Con estas
palabras, las dos cartas nos entregan un mensaje altamente positivo y fecundo: Cristo no
tiene que temer a ningún posible competidor, porque es superior a cualquier forma de
poder que intente humillar al hombre. Sólo él "nos ha amado y se ha entregado a sí mismo
por nosotros" (Ef 5, 2). Por eso, si estamos unidos a Cristo, no debemos temer a ningún
enemigo y ninguna adversidad; pero esto significa también que debemos permanecer bien
unidos a él, sin soltar la presa.
Retengamos:
Cristo no tiene rival. Por fuertes que sean su adversarios, no cabe ningún temor en él. Ha
vencido ya a la muerte; ha resucitado. Ha demostrado que no hay poder más fuerte.
Por tanto, quien está unido a Él no tiene por qué temer a nada ni a nadie. Eso sí, ha de
permanecer bien unido al Señor.
El Papa ahora, brevemente evoca la prehistoria del cristianismo:
El anuncio de que Cristo era el único vencedor y que quien estaba con Cristo no tenía
que temer a nadie, aparecía como una verdadera liberación para el mundo pagano, que
creía en un mundo lleno de espíritus, en gran parte peligrosos y contra los cuales había
que defenderse. Lo mismo vale también para el paganismo de hoy, porque también los
actuales seguidores de estas ideologías ven el mundo lleno de poderes peligrosos. A estos
es necesario anunciar que Cristo es el vencedor, de modo que quien está con Cristo, quien
permanece unido a él, no debe temer a nada ni a nadie. Me parece que esto es importante
también para nosotros, que debemos aprender a afrontar todos los miedos, porque él está
por encima de toda dominación, es el verdadero Señor del mundo.
Cristo es el soberano Señor del mundo y de la Historia. Está por encima de todo poder.
Tanto los ángeles santos como los espíritus malignos le están sometidos. Solo pueden
actuar en la medida en que les está permitido con vistas al bien de los que aman a Dios.
Todo es uno en Cristo
Ahora pasa el Santo Padre a tratar del sentido de la palabra "cabeza", kefalé, aplicada a
Cristo en tanto se refiere a todo el cosmos. En Efesios:
Incluso todo el cosmos le está sometido, y en él converge como en su propia cabeza.
Son célebres las palabras de la carta a los Efesios que habla del proyecto de Dios de
"recapitular en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra" (1, 10).
Análogamente en la carta a los Colosenses se lee que "en él fueron creadas todas las
cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles" (1, 16) y que "mediante la
sangre de su cruz ha reconciliado por él y para él todas las cosas, lo que hay en la tierra y
en los cielos" (1, 20).
Es decir, en todo lo creado. De ahí se obtiene una muy interesante consecuencia sobre
nuestro lugar en el cosmos:
Así pues, no existe, por una parte, el gran mundo material y por otra esta pequeña
realidad de la historia de nuestra tierra, el mundo de las personas: todo es uno en Cristo.
Él es la cabeza del cosmos; también el cosmos ha sido creado por él, ha sido creado para
nosotros en cuanto que estamos unidos a él. Es una visión racional y personalista del
universo. Y añadiría que una visión más universalista que esta no era posible concebir, y
esta confluye sólo en Cristo resucitado. Cristo es el Pantokrátor, al que están sometidas
todas las cosas: el pensamiento va hacia el Cristo Pantocrátor, que llena el ábside de las
iglesias bizantinas, a veces representado sentado en lo alto sobre el mundo entero, o
incluso encima de un arco iris para indicar su equiparación con Dios mismo, a cuya
diestra está sentado (cf. Ef 1, 20; Col 3, 1), y, por tanto, a su inigualable función de
conductor de los destinos humanos.
Se puede colegir en las palabras del Papa que la verdad del planeta Tierra no es
simplemente la que muestra la astrofísica, una "mota de polvo" en el conjunto de las
innumerables galaxias que pueblan nuestro universo material. En el planeta Tierra habita
la humanidad y aquí el Verbo se ha hecho carne. Cristo es Pantókátor. El centro del
Cosmos es la Tierra. Aquí el Verbo ha plantado su tienda, ha puesto su morada y
permanece (en la Eucaristía, en cada fiel cristiano). Al Él están sometidas todas las cosas,
«las del cielo y las de la tierra».
Una visión de este tipo es concebible sólo por parte de la Iglesia, no en el sentido de que
quiera apropiarse indebidamente de lo que no le pertenece, sino en otro doble sentido: por
una parte la Iglesia reconoce que Cristo es más grande que ella, dado que su señorío se
extiende también más allá de sus fronteras; por otra, sólo la Iglesia está calificada como
Cuerpo de Cristo, no el cosmos. Todo esto significa que debemos considerar
positivamente las realidades terrenas, porque Cristo las recapitula en sí,
Cristo es más grande que la Iglesia pero solo la Iglesia es en sentido estricto Cuerpo de
Cristo. Todo ha sido creado en Él, por Él y para Él. Por consiguiente, también para todos
los miembros que como tales se identifican con Cristo: todo el cosmos es para los que son
"otros Cristos", miembros de su Cuerpo, la Iglesia. Dice San Pablo: «el mundo, la vida, la
muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de
Dios.» (1Co 3, 21-22). Las realidades terrenas son "lugar" de encuentro con Cristo y medio
de unión con Dios (San Josemaría Escrivá: «No es admisible pensar que, para ser cristiano,
haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana. Todo, hasta
el más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino.
Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo humano, sino a ennoblecerlo,
asumiendo nuestra naturaleza humana, menos el pecado: ha venido a compartir todos los
afanes del hombre, menos la triste aventura del mal. El cristiano ha de encontrarse
siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo,
pero no siendo del mundo...». En otros contextos dirá: «ser del mundo sin ser mundanos».
Son dos modos de expresar la misma idea: el cristiano es uno más entre sus iguales mujeres y hombres de todos los colores- con una dimensión, mentalidad, proyección,
finalidad... trascendentes. Viven por Cristo, en Cristo y para Cristo para gloria de Dios
Padre en el Espíritu Santo)
y, al mismo tiempo, debemos vivir en plenitud nuestra identidad eclesial específica, que es
la más homogénea a la identidad de Cristo mismo.
Hoy en día se distingue perfectamente lo eclesial de lo eclesiástico. La Iglesia no se reduce
a la Jerarquía eclesiástica. Sería una reducción casi infinita. La identidad eclesial es la de
todos los incorporados a Cristo mediante la fe y el Bautismo y así, por abreviar, siguen las
enseñanzas que en nombre y con la autoridad de Cristo, imparte el Magisterio auténtico
de la Iglesia. Precisamente, el Santo Padre continuará su Catequesis de ese día tratando
del concepto de Misterio en San Pablo, de la Iglesia como Esposa de Cristo y del cosmos
como huella de Cristo. Con una analogía riquísima en contenido y consecuencias
prácticas, ascéticas y místicas, San Pablo utiliza la imagen de las relaciones entre esposo y
esposa para ilustrar las que existen entre Cristo y la Iglesia y viceversa. Nosotros
seguiremos la glosa en un próximo documento.□
Antonio Orozco Delclós
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