EL ASOMBRO Y EL AMOR Domingo 27 del tiempo ordinario 4 de octubre de 2009 Un estudio sobre la familia en la novela contemporánea nos ha revelado la pobre imagen que los autores de hoy tienen del matrimonio. Indiferencia y rutina, desamor e infidelidad: todo forma parte de la trama. A fin de cuentas ya no se sabe si la realidad inspira a la literatura o si es la creación literaria la que ha ido educando a la sociedad de hoy. Revisando un diccionario de citas más o menos famosas, se encuentra uno con centenares de sentencias llenas de pesimismo. Parece que para muchos pensadores y creadores de opinión el matrimonio es un desacierto, una condena o una desgracia. Muchas frases parecen nacidas del resentimiento o de la frustración. Solamente acá o allá se encuentra uno con alguna frase que interpela a la responsabilidad personal. Como ésta atribuida al rabino americano Brickner: “El éxito en el matrimonio es más que hallar la persona idónea; es ser la persona idónea”. O esta otra de la escritora alemana Luise Rinser: “En un buen matrimonio, la fidelidad no es una atadura”. La tradición de Israel nos recuerda que la unión matrimonial forma parte del proyecto original de Dios. El encuentro del hombre con la mujer es el asombro ante el “tú”, que hace posible el descubrimiento del “yo” y del “nosotros”. Es el reconocimiento de la igualdad en la diversidad: es decir en la complementariedad. Es la admiración, al alba de la humanidad. UTOPÍA Y COMPROMISO Según el evangelio (Mc 10, 2-16), los fariseos preguntan a Jesús: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?” La respuesta de Jesús es provocadora. Sobre todo porque afirma la primacía de la creación original sobre todas las leyes positivas que el pueblo se fue dando. La norma de la ley humana sólo viene a remediar el fracaso del proyecto divino. De la evocación de los orígenes, Jesús extrae una conclusión: “Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. He ahí tres pinceladas inolvidables. En ellas se recuerda la grandeza de la utopía y se sugiere el diario compromiso por llevarla a cabo: - El abandono del padre y de la madre refleja esa dimensión social del matrimonio, que lo constituye en anillo entre una generación y la siguiente. - La unión del hombre con su mujer subraya la dimensión afectiva, que implica un amor personal, es decir: único y definitivo, oblativo y fecundo. - Llegar a ser una sola carne no es sólo vivir la fascinación y el riesgo de la sexualidad, sino compartir con generosidad un proyecto de vida y de esperanza. Los tres pasos requieren una formación gozosa y responsable, que nunca se improvisa y que nunca puede darse por concluida. FELICIDAD Y FIDELIDAD “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Con esas palabras concluye Jesús su respuesta a la pregunta de los fariseos. Una respuesta que habría de ser mil veces discutida por las leyes. Y millones de veces descubierta por el corazón enamorado. • “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. La unión requiere atención para analizar con realismo la fascinación del amor. Pero requiere también el esfuerzo y la madurez de la entrega personal. El amor no es sólo un sentimiento: es sobre todo un compromiso. • “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. La separación de la pareja se va gestando lentamente en la rutina. Y en la falta de delicadeza y de respeto. El matrimonio es una escuela permanente para aprender a perdonar y perdonarse. • “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. No sobra la alusión a Dios. A muchos los une la prisa o la fama, la frivolidad o el miedo. Siempre es preciso preguntarse si es Dios quien ha unido a los esposos. Y pedirle a Dios con humildad que los siga uniendo cada día, en la ternura y la esperanza, en el dolor y en la alegría. - Dios y Padre celestial, nuestra sociedad aspira a la felicidad, pero olvida la fidelidad. Ayúdanos a sembrar con paciencia para recoger con gozo los frutos del amor. Amén. José-Román Flecha Andrés