NUEVOS ACTORES SOCIOPOLÍTICOS EN EL ESCENARIO INTERNACIONAL* Socorro Ramírez Vargas** A lo largo de la Guerra Fría, el Estado soberano aparecía como protagonista casi exclusivo de la vida social tanto interna como internacional. Su seguridad era considerada con frecuencia como su objetivo fundamental y hasta excluyente. Su poder dependía sobre todo de la acumulación de recursos militares. El sistema internacional era considerado como una red de relaciones exclusivamente interestatales. Se desconocía así, casi por completo, la multiplicidad de actores, intereses y poderes que intervienen en la vida interna de las naciones y en sus relaciones recíprocas. Las drásticas transformaciones de la época actual han llevado a reconsiderar dichas apreciaciones, como se verá en la primera parte de este artículo. En la segunda haré referencia a algunos de aquellos actores sociopolíticos que más influyen en la política internacional. Finalmente, en la tercera se examinarán los nuevos actores, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), y los derechos humanos en particular. REDEFINICIONES EN CURSO Ya desde antes del fin de la Guerra Fría, el Estado empezó a dejar de ser visto como un ente jurídico abstracto, monolítico, autónomo y resistente al cambio. Desde entonces, diversas corrientes comenzaron a considerarlo como producto de una historia particular. Más que en relación a su soberanía, tamaño y estructura, lo miran entonces en función del contexto social, de la organización económica, de la base tecnológica, de la cultura política de la sociedad en la cual se inscribe y de su capacidad de gestión de los intereses colecti- vos. En esta perspectiva, el Estado no aparece ya como el gran portador de un proyecto de sociedad o de economía, sino como el agente de los valores e intereses de los múltiples actores existentes en una sociedad en un momento dado. Tampoco se le considera como una institución formal que habla con voz unívoca y encuadra a las sociedades haciendo caso omiso de sus diferenciaciones sociales, regionales, étnicas o de género. El Estado ha pasado a ser asumido más bien como una institución, tal vez la más grande y la más compleja de una sociedad cualquiera, pero integrada por múltiples actores que ejercen diversos poderes, interactúan e influyen en las decisiones colectivas. Más que una estructura racional y permanente, pasa a ser concebido, cada vez más, como un producto de acuerdos y arreglos transitorios, o como un mecanismo flexible, consensualmente adoptado para manejar los intereses societarios de acuerdo con los valores, las preferencias, los comportamientos prevalecientes en un momento dado. Pero se trata de un mecanismo que no monopoliza la gestión de todos los sectores de la vida nacional o internacional. El concepto de poder1 también está cambiando tanto de lugar pues no es sólo el Estado el que lo ejerce como de naturaleza, bien sea en los ámbitos de la vida política y social, nacional o internacional. Dichos cambios se pueden apreciar en tres direcciones. Primero, las fuentes de poder no son unívocas; es decir, no están exclusivamente vinculadas a la fuerza o a la riqueza sino en el conocimiento, como una forma central de poder que hace eficaz la acción de múltiples agentes * Conferencia en el Instituto de Estudios Geopolíticos Universidad Militar Nueva Granada, Bogotá: Agosto 28 de 1996. ** Politóloga e internacionalista, profesora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia. 1 Ver al respecto, Luciano Tomassini, La política internacional en un mundo posmoderno, Documento de Trabajo No. 10, RIAL, 1991, p. 207. que lo detentan. Segundo, los actores que ejercen cuotas de poder tampoco son monolíticos o uniformes; son más bien fragmentados, pluralistas y hasta atomizados. Tercero, el poder no se mide en términos fundamentalmente cuantitativos sino cualitativos. Es decir, depende de la calidad de los recursos puestos en juego para ejercerlo, de la capacidad para adaptarse al manejo más eficiente posible del mayor número de temas, intereses o procesos en que estén involucrados los individuos o las sociedades contemporáneas. Digamos, en tercer lugar, que, con el fin del conflicto bipolar, se ha hecho más evidente que la realidad internacional actual es mucho más diversificada, gira en torno de una multiplicidad creciente de intereses y tramas de naturaleza económica, política, tecnológica, social, cultural, étnica, militar, religiosa. Es, por tanto, protagonizada por muy diversos actores, bien sea estatales o no estatales, que interactúan en diversos terrenos locales, nacionales, transnacionales, hemisféricos, regionales o mundiales y que se articulan a redes que no pasan necesariamente por los Estados. Algunos de esos actores y redes han alcanzado un impacto de gran importancia y han llegado incluso a influenciar la formulación y ejecución de políticas exteriores, así como de planes y compromisos internacionales. La riqueza, variedad y complejidad de posiciones y acciones de estos nuevos actores sociopolíticos, en el espacio doméstico y en el escenario internacional, puede contribuir a la fiscalización del uso de los recursos por parte de la sociedad y del Estado, a la aplicación de programas y compromisos y a la ampliación de la representatividad de las instituciones nacionales e internacionales. Refirámonos, en cuarto lugar, a la relación entre el Estado y la sociedad civil. Durante la Guerra Fría ciertas visiones de seguridad del Estado tendían a mirar la sociedad con desconfianza, como si en lo fundamental se tratara de una fuente potencial de competencia, de tensión y de conflicto con el Estado. El fin del conflicto bipolar permite replantear esa visión, tan ajena al sentido de la democracia. Un gobierno y un Estado son legítimos en la medida en que se muestran efectivamente capaces de representar a toda la sociedad, y no propiamente en la medida en que la sustituyen, convirtiéndose a sí mismos en el objetivo principal de la seguridad. En esta perspectiva hay que decir que el primer sujeto de la seguridad debe ser la sociedad y no el Estado. El Estado existe, ante todo, para garantizar la seguridad de la sociedad, y no al contrario. Y la seguridad del Estado se deriva, fundamentalmente, de la legitimidad que la sociedad le reconoce, de su carácter efectivamente representativo de la misma, de la justeza de sus acciones, y no simplemente de la fuerza de la que pueda disponer. De igual manera, la participación de la sociedad en el espacio público que constituye el ejercicio de un derecho y la posibilidad de una contribución no le usurpa nada al Estado; más bien puede reforzar su legitimidad y ampliar su radio de acción. LOS ACTORES SOCIOPOLITICOS En esta segunda parte hagamos una rápida aproximación a diversos actores sociopolíticos que han tenido una clara influencia nacional e internacional. Tal vez el actor sociopolítico de más amplia y antigua trayectoria ha sido la Iglesia católica, anterior incluso a la existencia del Estado nación. La Iglesia ha jugado un papel central a lo largo de la historia. Reconstruyó y unificó a Europa tras la ruina del Imperio romano. Su cisma condujo a la división de la Cristiandad entre el Oriente ortodoxo y el Occidente católico y romano. Sus movimientos de protesta y las guerras de religión a las que dieron lugar, acompañaron el nacimiento y la consolidación de los Estados nación. La Iglesia animó la colonización de América Latina y ha sido un poderoso factor de identidad entre sus pueblos. La creación de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, en los años sesenta, le ha permitido a la Iglesia diseñar estrategias pastorales comunes para todo el continente. Como es sabido, la llamada teología de la liberación llegó a articular un movimiento regional de comunidades de base cristianas que pugnaban por una Iglesia comprometida en la búsqueda de la igualdad y el cambio social. Bajo las dictaduras del Cono Sur varios programas desarrollados por las Iglesias tuvieron un gran eco internacional que les permitió jugar un papel central en la defensa de los derechos humanos y las libertades públicas. El actual Papa, de origen polaco, cumplió un papel central en la caída del comunismo en su país y en la transición de otros países del Este europeo. Ya en este siglo, los partidos políticos también se han desempeñado como actores nacionales e in- ternacionales; sobre todo aquellos que han tenido vínculos más allá de sus fronteras, comparten su filosofía y objetivos, coordinan acciones y se apoyan mutuamente. Los más importantes partidos transnacionales se han originado en Europa y luego se han establecido especialmente en América Latina. Dentro de éstos se han destacado los partidos comunistas, que estuvieron unidos a Moscú y tuvieron su respectiva organización internacional, los socialdemócratas articulados en la Internacional Socialista y los demócrata-cristianos pertenecientes a la Unión Mundial Demócratacristiana. Ala socialdemocracia se afiliaron, a través de la Conferencia Regional de Latinoamérica y el Caribe, partidos como Acción Democrática de Venezuela, AFRA del Perú, Demócrata-laborista del Brasil, Radical de Chile, Revolucionario Febrerista de Paraguay, Izquierda Democrática de Ecuador, Popular Socialista de Argentina, y muchos otros partidos en Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Salvador, Honduras, Haití, República Dominicana, Jamaica, Grenada, Santa Lucía, Guyana. A diferencia de los partidos europeos, los estadounidenses, el Demócrata y el Republicano, han tenido una cobertura exclusivamente nacional y, aunque han contado con intereses y simpatías externas, no han establecido vínculos transnacionales de carácter sistemático. Tampoco los partidos liberal y conservador colombianos han desarrollado nexos similares de manera permanente, aunque algunos de sus líderes han establecido algunos contactos internacionales. Cabe anotar además que, en los últimos años, casi todos los partidos y sus articulaciones transnacionales han ido perdiendo paulatinamente el carácter de representantes exclusivos de los ciudadanos y, por tanto, también han ido perdiendo peso en la escena internacional. Los sindicatos han jugado también un papel importante en momentos específicos, aunque su desarrollo internacional y multinacional ha sido lento y esporádico. Son pocas y poco consolidadas las organizaciones construidas, por ejemplo, a nivel de las Américas. Así, a pesar de sus afiliaciones hemisféricas o mundiales, los sindicatos se han organizado mucho más en torno a directrices nacionales y han llegado a ser políticamente importantes en sus países más que a nivel regional o internacional. Su acción se ha centrado fundamentalmente en la consecución de garantías laborales y condiciones salariales. Con todo, ante procesos, por ejemplo, de nacionalización de corporaciones transnacionales o de integración económica han logrado incidir en las políticas exteriores de sus respectivos países, o en algunos organismos internacionales. En determinadas coyunturas muy variadas, entidades subnacionales se han convertido igualmente en actores de cierta notoriedad e influencia en la escena internacional. Dentro de ellos se encuentran etnias o grupos tribales, líderes de una provincia o región separatista, bandos de una guerra civil o en conflicto, gobiernos en el exilio o fuerzas rebeldes. Las guerrillas han sido parte del escenario latinoamericano desde las guerras de independencia y han tenido, por tanto, alguna incidencia internacional. Esta incidencia se acrecentó luego de la llegada de Fidel Castro al poder. Bajo auspicios cubanos se fundó, en 1967, con la participación de 27 movimientos, la Organización Latinoamericana de Solidaridad con el fin de coordinar sus acciones regionales e internacionales. Más tarde se fundó la Junta de Coordinación Revolucionaria, que coordinaba a grupos argentinos, chilenos, uruguayos y bolivianos. Las acciones de la guerrilla colombiana han sido las más amplias y persistentes del continente. Algunos de estos movimientos han desarrollado vínculos internacionales, dirigidos fundamentalmente a buscar legitimidad y reconocimiento político, financiación y apoyo logístico para su acción. Es necesario subrayar aquí cómo, más recientemente, también los traficantes de drogas han llegado a convertirse en actores sociopolíticos nacionales y transnacionales de primera importancia. Aunque el narcotráfico no sea un fenómeno directamente político, su enorme poder financiero y en ocasiones armado le ha permitido penetrar casi todas las instituciones y subordinar progresivamente al Estado y la sociedad a sus intereses privados y a sus actividades delictivas y criminales. Este fenómeno, bien conocido en Colombia, no es sin embargo exclusivo de nuestro país. Amenaza, de una u otra forma, a casi todas las democracias de la región. La penetración del narcotráfico en las instituciones está desvirtuando la razón de ser del Estado al convertirlo en cómplice del delito y del crimen. Falsea el carácter representativo de la democracia e introduce graves perturbaciones en las relaciones internacionales. Volviendo al terreno legal, es necesario señalar que diversos grupos económicos de interés han rebasado, de tiempo atrás, el ámbito nacional y han construido diplomacias y estrategias internacionales propias. Ha sido el caso, por ejemplo, de la Federación de Cafeteros de Colombia, de los pescadores británicos, de los agricultores españoles y de los productores de carne y trigo de Argentina. Igualmente, algunas entidades internacionales aun las que están conformadas por delegados o representantes de los gobiernos se han convertido en actores que desempeñan papeles internacionales prioritarios. Cabe destacar el caso del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial, que imponen condicionalidades económicas para reorientar los modelos de crecimiento o apertura económica, especialmente en países en desarrollo, y se puede recordar el caso de la Organización de Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP) que, en su momento, logró imponer sus precios en el mercado internacional. Pero los actores sociales que hoy en día poseen un mayor grado de incidencia en el ámbito internacional son, tal vez, las empresas o corporaciones multinacionales y transnacionales. Y aunque tampoco están orientadas a una finalidad directamente política, tienen una incidencia decisiva en la evolución del mundo contemporáneo. La necesidad de expansión de las multinacionales está a la raíz de la mentalidad neoliberal que impera hoy en el mundo. Ellas impulsan la reducción del Estado y la redefinición de sus funciones. Para captar la atención y las inversiones de las multinacionales, los Estados compiten hoy por reducir su injerencia en la economía, liberar el comercio, suprimir impuestos y aranceles, privatizar sectores estratégicos de la economía, contener los salarios, flexibilizar las condiciones laborales, etc. En mercados cada vez menos regulados, las multinacionales escapan a casi todo control político local o internacional. En este desfase entre el carácter transnacional de las grandes empresas y el carácter meramente nacional de las instituciones políticas, habría que buscar, tal vez, una de las razones de la creciente crisis de legitimidad de las democracias y de la indiferencia de los potenciales electores ante los partidos y la política. Cada vez más sometidos a los intereses del capital internacional, los Estados y partidos responden cada vez menos a las aspiraciones de los ciudadanos. Con frecuencia ligados al gran capital nacional o transnacional, los medios de comunicación juegan un papel de primer orden. Ellos son el escenario donde aparecen y desaparecen, se construyen y destruyen la mayor parte de los actores sociales y políticos de hoy. Los medios les dan a los actores sociales clara proyección política en las sociedades de masas. Y, en ocasiones, se erigen ellos mismos como verdaderos actores sociopolíticos nacionales e internacionales. LAS ONG COMO NUEVOS ACTORES En esta tercera y última parte, centraremos la atención en los actores sociopolíticos más "nuevos", y, en particular, en las organizaciones no gubernamentales (ONG). Organizaciones no estatales destinadas a intervenir en los problemas públicos han existido desde el nacimiento mismo del Estado. Casi todas ellas como las escuelas, los hospitales, los orfanatos, los ancianatos, etc. fueron creadas por las Iglesias; y, con frecuencia, fueron posteriormente asumidas por el Estado. Todo el desarrollo del Estado de Bienestar y de sus mecanismos de seguridad social estuvo casi siempre precedido por la acción de numerosas organizaciones privadas. Pero mientras estas entidades desplegaban una actividad claramente asistencial, orientada a mitigar los efectos de la pobreza y el abandono, las denominadas ONG nacieron y se desarrollaron sobre todo en América Latina, a partir de los años cincuenta, muy ligadas a la idea de un posible desarrollo estructural de las naciones y de los sectores sociales más atrasados. Las ONG han tratado, pues, de impulsar el desarrollo y de intervenir en las causas que generan el atraso económico, social y político, y no solamente en sus efectos. En la evolución de las ONG podemos distinguir quizá tres períodos. El primero, que podríamos llamar desarrollista, se extiende a lo largo de los años cincuenta y sesenta, y corresponde al surgimiento de ONG, a partir de la iniciativa de grandes empresas privadas o de programas de la Iglesia, orientados a mitigar los mayores desequilibrios del modelo de desarrollo ya existente. Estas ONG analizaban los índices de pobreza, criticaban la desigualdad, promovían el empleo, la salud, la educación, etc. Y, a partir de los años sesenta, algunas de estas organizaciones tenían el claro propósito de hacer algo para evitar la ex- pansión de la revolución cubana a todo el continente. En el segundo período, correspondiente a los años setenta y primera mitad de los ochenta, surgieron numerosas ONG radicalmente opuestas al modelo de desarrollo capitalista. Conservando la idea de promover el desarrollo, estas organizaciones no buscaban ya el mejoramiento del modelo sino su transformación radical. Muchas de ellas no compartían las formas centralizadas y autoritarias de organización leninista propias de diversos grupos de izquierda, ni la acción de la guerrilla. Como medio para propiciar un cambio de estructuras, las ONG de la época promovían sobre todo la organización y condentización popular. Surgieron por entonces igualmente algunas ONG de Defensa de los Derechos Humanos, ligadas a proyectos de cambio revolucionario y muy apegadas a la concepción jurídica vigente, según la cual, sólo el Estado y sus agentes violan los derechos humanos. El nacimiento y proliferación de las ONG de países en desarrollo se hizo posible gracias al apoyo ofrecido por entidades similares surgidas en países industrializados, sobre todo europeos, que tenían acceso a importantes recursos económicos en sus comunidades, países o regiones y que fueron creando muy diversos nexos internacionales con los países del Sur. El tercer período en la breve historia de las ONG comienza desde mediados de los años ochenta. Casi todas las ONG surgidas en la década anterior, tanto en los países menos avanzados como en Europa, reorientan su acción hacia la promoción de pequeños proyectos económicos, el impulso a la participación democrática y la formación ciudadana de los sectores más marginados. Esta profunda evolución de las ONG se vio estimulada por varias circunstancias: de una parte, por la crisis de los proyectos de cambio global y revolucionario y, de otra, por las urgentes necesidades de la población más desfavorecida, convertida en la principal víctima de la crisis generada por el endeudamiento externo de los países atrasados. La crisis de los partidos políticos y la necesidad de autorrepresentación en los ámbitos nacionales e internacionales contribuyó también al cambio de naturaleza de las ONG del segundo al tercer período señalado. Las ONG de hoy desarrollan numerosas actividades: impulsan la organización de distintos sec- tores sociales: mujeres, jóvenes, indígenas o poblaciones negras; promueven el ejercicio de la ciudadanía y la participación de la población marginada; acompañan proyectos productivos o de desarrollo; ayudan a la búsqueda de soluciones a los problemas barriales o comunitarios; prestan servicios sociales de formación y capacitación; contribuyen a la defensa del medio ambiente o de los derechos humanos. A diferencia de las actividades desarrolladas en el segundo período, inscritas en franca oposición y crítica al Estado y ordenadas a un cambio radical de la sociedad, las de los últimos quince años se despliegan más bien en una permanente negociación y concertación con los poderes municipales, departamentales o de la administración central. Las ONG de hoy recogen, pues, en cierto modo, la experiencia de los dos períodos anteriores: sin abandonar su mirada crítica sobre los actuales esquemas de presunto desarrollo neoliberal, no buscan un cambio revolucionario, sino la progresiva inclusión de los sectores sociales tradicionalmente excluidos, a veces, por vías alternativas, con la esperanza de una lenta transformación del sistema global hacia una mayor democracia y equidad. Numerosas ONG han desbordado los límites nacionales y han establecido estrechos nexos internacionales, llegando a tener una incidencia directa en los espacios intergubernamentales. De hecho, toda Cumbre de Naciones Unidas cuenta con un foro paralelo de ONG. Pero también a las mismas cumbres intergubernamentales y a sus preconferencias preparatorias, asisten muchos miembros de ONG, bien sea como parte de las delegaciones oficiales o en calidad de observadores. Esto les permite entrar en contacto con todos los representantes, asistir a las negociaciones, tener voceros en ellas, realizar reagrupamientos para incidir en las definiciones de las Cumbres de las Naciones Unidas. El caso más destacado es quizá el de las ONG de mujeres, de defensa de los derechos humanos o el medio ambiente, las cuales han constituido el sector más organizado y con mayor capacidad de incidencia sobre los documentos, planes de acción y compromisos de los gobiernos en Cumbres como las de medio ambiente, población, social, mujer, hábitat. Conviene señalar, además, que tanto los gobiernos de los países industrializados como algunos organismos financieros internacionales han optado por aprovechar la rica experiencia de las ONG convirtiéndolas en socios e intermediarios obligados de sus créditos y proyectos de desarrollo. A ello contribuye la desconfianza en el Estado, en razón de su ineficiencia o corrupción. La señora Hilary Clinton, por ejemplo, anunció en la Cumbre Social de Copenhague que la mayor parte de la ayuda al desarrollo que otorgará su país será entregada a través de ONG, en particular de mujeres. El Banco Mundial y el Banco Inte-ramericano de Desarrollo impulsan a los Estados a aplicar sus planes de desarrollo en asociación con ONG, e incluso empiezan a promover y negociar con algunas de éstas proyectos de gran envergadura. Seguramente reviste para ustedes una especial significación la labor que cumplen las ONG de Derechos Humanos. Es éste un tema sensible, casi espinoso y, desde luego, abierto al debate. Como ya lo señalamos, durante los años setenta y parte de los ochenta, las Organizaciones de Derechos Humanos compartían en su totalidad un proyecto revolucionario de izquierda, aunque en contra de lo que a veces se supone la mayor parte de ellas o de sus integrantes no tuviera ningún vínculo con organizaciones guerrilleras. Defendían los derechos humanos desde la visión más ortodoxa del Derecho Internacional, para el cual sólo el Estado y sus agentes armados pueden violar los derechos fundamentales de los ciudadanos. Estas normas vigentes son además las únicas que les permiten a las ONG actuar en los organismos internacionales. Hay que reconocer, sin embargo, que muchas veces, atrincheradas en esa visión ortodoxa y obnubiladas por sus opciones ideológicas, estas organizaciones no percibían o no denunciaban los enormes abusos de la guerrilla ni ejercían sobre ella ninguna vigilancia crítica. El escenario ha cambiado notablemente desde fines de los años ochenta. La mayor parte de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, como todas las demás ONG, han experimentado una profunda evolución política. No se inscriben ya en un proyecto revolucionario y socialista, sino que abogan clara y decididamente por la vigencia de la democracia; les preocupa la legitimidad del Estado; ven con ojo crítico las prácticas guerrilleras de extorsión, secuestro y asesinato. Algunas incluso las reprueban públicamente, apoyándose en el Derecho Internacional Humanitario. Una cosa debe quedar clara: quienes denuncian la violación de los derechos humanos por parte de los agentes oficiales, no son por ese hecho enemigos del Estado y de la fuerza pública, ni estafetas encubiertos de la guerrilla. Son, con frecuencia, sus más leales amigos. Como en la vida privada, también en la pública no todo el que nos critica es nuestro enemigo y muchas veces no hay mejor amigo que aquel que tiene la sinceridad para criticarnos de frente. Por lo demás, la primera garantía para la seguridad de una sociedad o incluso para la seguridad de un Estado no es la fuerza, y mucho menos la fuerza desbordada, sino la legitimidad moral y política del Estado mismo. Y nada deteriora tanto la legitimidad de un Estado ni suscita oposición como el abuso del poder y de las armas en particular. La violación de los derechos humanos por parte de miembros de la fuerza pública es un grave atentado a la seguridad del Estado. Su respeto debe ser el primer objetivo de toda estrategia de seguridad. En esto la cultura política de Colombia tiene una grave deformación. Muchos creen que los conflictos se ganan ejerciendo más violencia, y no más equidad y un mayor respeto de la ley. CONCLUSIÓN En suma, los marcos jurídicos y políticos de las naciones se han vuelto estrechos frente a las dinámicas globales de la economía, la información y las comunicaciones. Mientras los Estados permanecen prisioneros de sus fronteras geográficas, sus soberanías, diferendos y conflictos, las sociedades y sus distintos actores se emancipan de la tutela estatal y tejen hoy, aceleradamente, una densa malla de nexos internacionales y planetarios. En este desbalance entre economía y política, entre marcos jurídicos nacionales y flujos transnacionales de intercambio, el Estado va quedando convertido en una blusa infantil demasiado estrecha para darle forma al cuerpo dinámico del mundo contemporáneo. Y las sociedades, cada vez más emancipadas de la tutela estatal, tienden a fragmentarse. Cada uno de sus actores sean individuos o grupos desarrollan redes de pertenencia y solidaridades que desbordan con mucho las fronteras nacionales. En este esquema en expansión, los actores sociopolíticos tradicionales, confinados a las fronteras nacionales como los mismos Estados, los partidos, gremios o sindicatos pierden paulati- námente peso e incidencia tanto interna como internacional. En cambio, las grandes empresas, los medios de comunicación, las redes de información y los que, en los márgenes de la actual evolución mundial, promueven un desarrollo alternativo, cobran cada día mayor relieve e influencia. De estos nuevos actores, unos se mueven dentro de una cierta legalidad, como las multinacionales, las grandes empresas, los grupos de interés. Aunque su legalidad se inscribe dentro de un vasto desmantelamiento de toda regulación previa y de un enorme poder para doblegar las normas existentes en su provecho. Otros actores se mueven en la ilegalidad declarada, como los contrabandistas de todas las especies, empezando por los de textiles y confecciones, y terminando por los de drogas y armas. Finalmente, en este vasto conjunto mal articulado de actores sociales se agita un hormiguero de laboriosas ONG de todos los tamaños, configuraciones y propósitos. Casi to- das ellas asumen parcialmente las funciones sociales de las que el actual Estado se ha venido descargando. Además, se empeñan en promover la participación ciudadana y la democracia local. Se constituyen así en reductos privatizados del Estado que, con una perspectiva transnacional, abogan por un desarrollo alternativo que no pase por una ruptura revolucionaria. El reconocimiento de la multiplicidad y diversidad de los actores que integran la vida en sociedad, así como el aprendizaje de una forma de articulación más equilibrada y dinámica entre la sociedad civil organizada, el Estado y el mercado constituyen un imperativo ineludible, si se quiere avanzar en una perspectiva democrática. Y en esa gran tarea de construcción de una democracia planetaria, todavía muy lejana, la completa defensa de los derechos humanos frente a todos los actores políticos armados constituye el umbral mínimo de la convivencia civilizada.