Artículo: ªDie Franzosen sind da!”, de Eckart Klessmann | © ZEIT online, 18.08.2006 Traducción: B. Lamas ¡Han llegado los franceses! Contrabando, guerra y nuevas libertades Cómo vivieron los alemanes el día a día bajo Napoleón Los habitantes de Hamburgo nunca habían visto algo así, un cuerpo del ejército de más de 12.000 españoles marcha a través de la ciudad hanseática: infantería, caballería, artillería, además mulas con carros y un montón de mujeres y niños. Estos visitantes indeseados los ha enviado Napoleón. España, aliada con Francia, tiene que aportar tropas de ocupación; los habitantes de Hamburgo ya se han tenido que acostumbrar a los soldados holandeses, italianos y franceses, pues desde hace nueve meses, desde el 19 de Septiembre de 1806, la ciudad hanseática está ocupada a las órdenes de Napoleón. Los habitantes de Hamburgo han tenido suerte, aquí se ha desarrollado todo sin derramamiento de sangre. En las calles se habla de Weimar y Jena con escalofrío, cuatro semanas antes de Hamburgo estas ciudades fueron asaltadas y saqueadas por los vencedores franceses, y de la noche terrorífica de saqueos y violaciones en la ciudad hermana de Lübeck, que siguió en la conquista por los franceses. Pero los excesos de Jena, Weimar y Lübeck fueron excepciones. Generalmente, los soldados franceses que están estacionados en amplias zonas del territorio alemán se comportan de manera disciplinada. No obstante, muchas personas sienten esta situación como opresiva; con un bloqueo económico contra todos los productos británicos, el embargo napoleónico intenta derrotar a sus rivales en la isla. Una parte considerable de esta lucha de poder en Inglaterra va en perjuicio de Alemania, que por supuesto en ese momento todavía no existe como una nación con ese nombre. Para blindar contra las importaciones británicas la parte de Europa que controlaba, Napoleón envía cada vez más soldados, gendarmes y funcionarios de aduanas también a los territorios alemanes. Esto fuerza a los alemanes a aceptar alojamientos continuos y los anfitriones involuntarios no sólo tienen que alojar a sus huéspedes no deseados, sino también alimentarlos. Las autoridades militares francesas determinan exactamente a qué cantidad de pan y carne y a cuántas botellas de vino y cerveza tienen derecho cada día los alojados. En un alojamiento privado de Hamburgo, por ejemplo, no es raro que haya de dos a cuatro soldados y cada uno de ellos tiene derecho diariamente a 125 gramos de carne y 375 gramos de pan, más de lo que la mayoría de alemanes pueden permitirse para ellos mismos. Cuando una vez unos soldados insisten en tener su botella de vino diaria, los anfitriones se desesperan, pues el vino es aquí, fuera de las zonas de su cultivo, muy caro. La solución la trae un comandante que puede convencer a su gente de que se conforme con cerveza. La cerveza de Berlín les gusta y se acaban los problemas. También Goethe tiene que abrir las puertas de su casa: en octubre de 1806 tiene que alojar a varios mariscales con sus oficiales y poner a su disposición temporalmente 28 espacios para dormir. Esto le cuesta al consejero ministerial más de 2000 táleros imperiales, más que el sueldo de un año de un alto funcionario. A veces los alojados también se convierten poco a poco en amigos, como en la familia del más tarde crítico musical Ludwig Rellstab. El joven recibe regalos de Navidad de los oficiales que viven en casa de sus padres. Los Rellstab hablan fluidamente francés, esto facilita mucho las cosas. Pero también se pueden hacer buenos negocios. Como a causa del embargo no entra azúcar al continente, se endulza con miel o con jarabe de uva que se importa de Francia. Por lo tanto, se puede ganar buen dinero con los sucedáneos [llamados “Surrogaten”]. Precisamente, se acaba de desarrollar el procedimiento que permite obtener azúcar de la remolacha; quien invierta en esto en el momento oportuno, puede ganar una fortuna. Tampoco hay café, y florece el comercio con achicoria, centeno tostado y remolacha seca. Algunos empresarios textiles alemanes observan con enorme gratitud que las importaciones británicas de algodón barato han cesado con el embargo. No obstante, el comerciante alemán inteligente hace sus millones – si se tercia – con el contrabando. A pesar de los serios intentos de impedirlo por fuerzas militares y aduaneras, el comercio ilegal encuentra cientos de canales por los que las mercancías prohibidas penetran en el país. Un flujo interminable de productos británicos se desplaza a través de Turquía y los Balcanes hacia Viena, y desde allí se extiende a las ferias comerciales de Leipzig y Frankfut am Main, donde se encuentran discretos intermediarios. Café, azúcar, cacao, limones, algodón, pimienta, añil, quinina: con esas cosas se puede ganar una fortuna en el ingente mercado negro – y por otra parte también se puede perder la vida. El contrabando está castigado con la pena de muerte. No obstante, ésta sólo amenaza a los que hagan contrabando en la misma costa; el comerciante tiene que contar sólo con que las mercancías inglesas que se le confisquen serán quemadas públicamente. Entretanto, en Francia se comportan con tolerancia, pues las importaciones coloniales ilegales también aprovechan a la industria francesa. En la isla de Helgoland [isla alemana en el Mar del Norte], que los ingleses quitaron a los daneses en 1807, trabajan 200 establecimientos comerciales. Con ayuda de miles de contrabandistas llevan sus mercancías hacia el norte de Alemania. Dinamarca está aliada con Francia, pero a pesar de ello el principal lugar de descarga de contrabando es el pequeño puerto danés de Tönning, no lejos de Hamburgo. Los franceses lo toleran de mala gana hasta 1811, después el puerto se cierra para las importaciones. Hijos de la nación alemana tienen que ir a la guerra para el emperador francés Pero la vida diaria bajo Napoleón no se compone sólo de alojamientos y problemas económicos. No todas las zonas están ocupadas. Los estados del sur de Alemania como Baviera, Württemberg y Baden se libran de los alojamientos de franceses, excepto en los años 1805 y 1806. Los príncipes del sur de Alemania se han subordinado voluntariamente a Francia en la Confederación del Rin, pues sus principados se han extendido considerablemente con la reestructuración napoleónica. A su vez, otras zonas tienen su propia evolución, como el reino de Westfalia (Westfalen), que Napoleón concibió como un estado modelo. Allí Napoleón nombró rey a su hermano pequeño, Jérôme, que reside en Kassel desde finales de 1807. El lado positivo de la ocupación se muestra sobre todo en las zonas de la orilla izquierda del Rin, en el reino de Westfalia y en el vecino gran ducado de Berg. Lo más importante: la igualdad de todos ante la ley. Se suprime la obligación de pertenecer a los gremios; impera la libertad de oficio y de religión, cada uno puede vivir donde quiera. La nobleza pierde sus privilegios frente a los campesinos. Por ejemplo, los campesinos pueden por fin pescar y cazar sin trabas en su propia tierra. Tampoco tienen que seguir pagando el diezmo1. También los judíos consiguen por fin la igualdad. No se les puede vedar más ninguna ocupación. Las monedas, pesos y medidas se cambian al sistema decimal. En la jurisprudencia se establece el tribunal de jurados, todos los procesos judiciales se simplifican y aceleran. La administración se centraliza, los procesos administrativos se abrevian. En el servicio militar cualquier tipo de castigo corporal está terminantemente prohibido, y también que los superiores ofendan o humillen a los soldados. La carrera militar hasta los más altos grados está abierta a cualquier soldado. La población acoge todo esto con satisfacción. Pero por desgracia enseguida se muestra la otra cara de los beneficios: los jóvenes naturales de los estados alemanes tienen que ir a la guerra por Napoleón. A excepción de Prusia, todos los estados alemanes pertenecen a la Confederación del Rin, fundada en 1806, la alianza de los alemanes con Napoleón. Y esto significa: todos estos estados tienen que aportar soldados al emperador de París, por el que han cambiado al emperador de Alemania (en Viena). En 1812, al comienzo de la campaña de Rusia, son en total 140.000 hombres. Si hay bajas, tienen que reponer constantemente este contingente. Los soldados alemanes luchan a las órdenes del alto mando francés: - en 1805 y 1809 contra Austria, - en 1806 contra Prusia, - en 1809 sofocan el levantamiento de los campesinos del Tirol, - combaten entre 1808 y 1813 en España a favor de los intereses de Napoleón y - marchan en 1812 contra Rusia. Hasta el otoño de 1813 son fieles al emperador. En la Batalla de las Naciones de Leipzig, en octubre de 1813, regimientos de Sajonia y de Württemberg se pasan al enemigo. Tras la fuerte derrota de Napoleón se quiebra la alianza militar. Pero los alemanes en ningún momento se arriesgan a un levantamiento contra el dominio de Napoleón. Hay algunos intentos de rebelión, por ejemplo cuando en 1 DRAE: diezmo m. Derecho del diez por ciento que se pagaba al rey sobre el valor de las mercaderías que se traficaban y llegaban a los puertos, o entraban y pasaban de un reino a otro. 1809, durante la guerra contra Austria, son retiradas de Alemania la mayoría de las divisiones francesas. En Hessen, el coronel Wilhelm von Dörnberg intenta un levantamiento con algunos cientos de campesinos. Dos días después es derrotado, y puede huir al extranjero y salvarse. En Prusia, el comandante Ferdinand von Schill con su regimiento de húsares emprende por su cuenta la liberación de Alemania. Los jinetes de Schill hacen un llamamiento a la población para que se les una, y reciben como respuesta que mejor esperan a ver cómo acaba el asunto. El asunto acaba en Stralsund [ciudad hanseática de Mecklenburg-Vorpommern, a orillas del Báltico], donde von Schill encuentra la muerte en una lucha callejera contra soldados holandeses y daneses. Más éxito tiene el duque de BraunschweigOels, que con su cuerpo de oficiales va abriéndose paso desde Bohemia [Böhmen] a través de toda Alemania, hasta que en el mar del Norte él y sus soldados son recogidos por barcos ingleses y puestos a salvo. Aunque a lo largo de todo su camino la gente lo aclama, el duque no consigue que en ninguna parte haya un levantamiento popular. Tampoco se producen disturbios cuando los restos debilitados de la Grande Armée de Napoleón marchan a través del territorio alemán. Se observa con temor y piedad a los soldados de Napoleón, se les abastece y se les deja en paz. Por el contrario, las tropas rusas son aclamadas con entusiasmo por todas partes, pero los pocos intentos de los alemanes de liberarse a sí mismos, como en la región de Berg o en Hamburgo, fracasan enseguida y terminan ante un pelotón de ejecución francés. “Mirábamos bien las paredes, por si tenían oídos” [las paredes oyen] De todas formas, de Goethe, su gran poeta, los alemanes no podían esperar ningún apoyo moral. Él, un admirador de Napoleón, fue distinguido con la cruz de la Legión de Honor por “mi emperador”, como solía decir. Pero por aquel entonces también los alemanes de a pie depararon un recibimiento entusiasta al emperador de los franceses. Durante el Congreso de Emperadores organizado por Napoleón con gran esplendor en Erfurt, en octubre de 1808, la gente lo aclamaba con gran entusiasmo. En una pancarta alumbrada por velas se podía leer: “Si hubiera ahora otro hijo de los dioses / sería seguramente Napoleón” ["Gäb's jetzt noch einen Götter-Sohn, / So wär's gewiß Napoleon"]. Se le obedecía, como se había obedecido desde hacía siglos al emperador, con servil docilidad. Y para que siguiera siendo así, la policía secreta francesa extendió sobre Alemania una tupida red de vigilancia con algunos miles de informantes alemanes. “Todavía en el verano de 1813”, recordaría más tarde el pastor de la iglesia F.G. Nagel de Gatersleben [cerca de Braunschweig, en Niedersachsen], “el alemán se quedaba mudo en lugares públicos cuando los forasteros o sus partidarios comentaban los sucesos del día, e incluso en los círculos familiares miraban primero bien las paredes, por si tenían oídos”. Napoleón considera a los alemanes “con sus ideas trascendentales” como idealistas y bastante inofensivos. De manera similar los ve también un joven oficial francés, que estuvo destinado durante dos años en Braunschweig [en Niedersachsen] y trató con familias alemanas: Henri Beyle de Grenoble, que más tarde, ya convertido en escritor, eligió el nombre de una ciudad alemana como pseudónimo y se llamó Stendhal. En sus diarios y cartas proyecta de Alemania y sus habitantes una imagen que se parece a la que tendría un visitante europeo entre pueblos exóticos. Toma a los alemanes por un pueblo de flemáticos bondadosos, torpones, gordos “y muchas veces tontos”, sin un ápice de gracia ni elegancia. Dice que esto es debido a su alimentación equivocada, sus sopas de cerveza y enormes fuentes de col fermentada con salchichas, además de pan y mantequilla de la mañana a la noche, acompañado de cerveza y aguardiente. “Esta alimentación tiene que convertir a la persona más llena de vida en un flemático”. Además, dice que fuman demasiado y encima están sentados casi todo el tiempo en habitaciones demasiado caldeadas, llenas de humo y que sólo se ventilan rara vez. No obstante, hace la observación positiva de que Braunschweig posee “las criadas más guapas”. En Stendhal y también en cartas de soldados franceses leemos que las jóvenes alemanas no hacían muchos remilgos, lo que es confirmado – con la consiguiente irritación – por cronistas alemanes. “Yo no detestaba a los franceses, aunque le agradecí a Dios cuando nos libramos de ellos”, dice Goethe más tarde. “Cómo hubiera podido […] odiar a una nación que se cuenta entre las más cultivadas de la tierra y a la que yo debía una parte tan grande de mi propia cultura”.