MEDITACIONES SOBRE EL SANTO ROSARIO (XIX) D. MISTERIOS GLORIOSOS 3º LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO (Hech. 2, 1-13). Dice el Señor que cuando venga el Espíritu, Él nos guiará hasta la Verdad completa1. El Espíritu Santo es quien mantiene viva la unidad dentro de la Iglesia y dentro de la Humanidad entera. En la venida del Espíritu Santo, Dios, Padre de misericordia y bondad, infunde en el corazón de los primeros discípulos la valentía suficiente para abrir puertas y ventanas y proclamar la Buena Noticia del Señor, el Evangelio del Señor. El Espíritu “inspira” el amor que existe en el seno de Dios y lo deposita en el corazón de los hombres, allí es donde, el Espíritu “espira el amor inspirado”. Con la venida del Espíritu Santo, la Humanidad entera recobra la unidad, la unidad rota por la soberbia humana, cuando, en Babel, pretendió desafiar a Dios. La Humanidad, salida de las manos del Creador, era una Humanidad unida a Dios, con los lazos de la amistad, y rota, esta amistad por la pretensión humana de querer ser igual que Dios, Dios Padre siempre quiso recomponer los trozos esparcidos de esta rota amistad. Ahora, su Espíritu, el Espíritu de Dios, es enviado por Jesús, el Señor, a su Iglesia y a la Humanidad entera. A su Iglesia, para que manteniendo el sagrado don de la unidad y de la comunión, nunca se sienta desfallecer ante la proclamación constante del Evangelio del Señor. A la Humanidad para que mirando “la huella” que todo hombre lleva en su interior del Creador, sea capaz de tejer una sociedad con los hilos de la paz, la solidaridad y la fraternidad. El Espíritu de Dios fue quien dio la valentía a aquellos primeros cristianos para salir y hablar de Dios en el “todopoderoso imperio romano” plagado de ídolos y de falsos dioses. Aquel impulso, aquella fuerza, nacida de la profunda experiencia de Dios que tenían aquellos hombres y mujeres que recibieron el Espíritu de Dios, supuso el nacimiento de una Humanidad nueva, con un Espíritu nuevo, el Espíritu de Dios. La Iglesia, nacida del Espíritu, tiene el Espíritu de Dios; por eso es la luz del mundo y la sal de la tierra, porque su Espíritu, su profundidad, su fuerza y su vida, son obra de Dios, de Dios Uno y Trino. ¿Tenemos nosotros experiencia del Espíritu de Dios? ¿Acaso, hoy, otros “espíritus” pueden llenar nuestras vidas? ¿Nos esforzamos por mantener el Espíritu de unidad dentro de la Iglesia de Dios? ¿Somos testigos fieles de Dios para la nueva evangelización? 1 Cfr. Jn. 16, 13.