Muros de aire: auspicia, imperium y delimitación del espacio sagrado romano en tierras bárbaras*. M.ª Pilar Rivero Universidad de Zaragoza La religión romana es, ante todo, una religión de carácter cívico. Los dioses y los hombres cohabitan en el suelo romano y los actos religiosos persiguen, principalmente, mantener el equilibrio de esa relación entre unos y otros. El ejército romano y su imperator, que actúan fuera de los límites sagrados del pomerium, han de buscar igualmente el beneplácito de los dioses, pues ningún acto de la vida pública romana puede considerarse legítimo si antes de su realización no se han consultado los auspicios1. Fuera de Roma cada imperator es el máximo responsable en el territorio que le ha sido asignado y la unión del imperium y los auspicia constituye la esencia de su poder2. Tras el paso por los comitia curiata, el * Este texto ha sido publicado en R. Bedon, Y. Liébert y H. Mavéraud, Les espaces clos dans l’urbanisme et l’architecture en Gaule romaine et dans les régions voisines, Caesarodunum XL, 2006, pp. 397-406. 1 Val. Max. I 1, 9: obruitur tot et tam inlustribus consulatibus L. Furius Bibaculus exemplique locum uix post Marcellum inuenit, sed pii simul ac religiosi animi laude fraudandus non est. qui praetor a patre suo collegii Saliorum magistro iussus sex lictoribus praecedentibus arma ancilia tulit, quamuis uacationem huius officii honoris beneficio haberet: omnia namque post religionem ponenda semper nostra ciuitas duxit, etiam in quibus summae maiestatis conspici decus uoluit. quapropter non dubitauerunt sacris imperia seruire, ita se humanarum rerum futura regimen existimantia, si diuinae potentiae bene atque constanter fuissent famulata. [«Aunque L. Furio Bibáculo gozó de numerosos y célebres consulados, apenas halló un lugar para ser puesto como ejemplo tras Marcelo. Con todo, no debemos pasar por alto el elogio de su alma piadosa y sumamente devota: cuando era pretor, por orden de su padre, que presidía el colegio de los Salios, tuvo que llevar los escudos sagrados precedido de seis lictores, aunque disfrutaba del privilegio de no tener por qué hacerlo debido a su honor: y es que nuestros ciudadanos consideraron que todas las cosas tenían que subordinarse a la religión, incluso tratándose de personas en quienes se había querido dejar constancia pública de su alta dignidad. Por todo esto, no dudaron en supeditar el poder a los ritos sagrados, estimando así que serían los rectores del mundo si eran fieles y constantes servidores del poder divino»]. Trad. S. López Moreda et al. M. A. LEVI, «Auspicio, imperio, ductu, felicitate», RIL 71, 1932, p. 101-118 [reed. en M. A. LEVI, Il tempo di Augusto, Florencia, 1951]; M. BEARD, «Religion», Cambridge Ancient History, vol. IX [2ª ed.], 1994, p. 729-768; F. MARCO, Flamen Dialis. El sacerdote de Júpiter en la religión romana, Madrid,1996, p. 8-9; C. MASI DORIA, Spretum imperium, Nápoles, 2000, p. 29. 2 Magdelain profundiza en una propuesta de Hägerström y fundamenta el trabajo posterior de Bleicken. A. MAGDELAIN, Recherches sur l’imperium: La loi curiate et les auspices d’investiture, París, p. 142; J. BLEICKEN, «Zum Begriff der römischen Amtsgewalt: auspicium, potestas, imperium», Nachrichten der Akademie Wissenscnaften in Gottingen, Gotinga, 1981. Ver también A. MAGDELAIN, «L’inauguration de l’Vrbs et l’imperium», MEFRA 89, 1977, p.11-29. Sobre el imperium de los magistrados en provincias: J. M. RODDAZ, «Imperium: nature et compétences à la fin de la République et au début de l’Empire», Cahiers du Centre G. Glotz magistrado que parte a provincias convertido en imperator se halla en posesión del imperium militiae, inseparable del derecho de auspicios. Tiene poderes militares, jurídicos y religiosos3. Puede transformar la ciuitas de acuerdo con la religio, sin poner en peligro el equilibrio entre lo humano y lo divino, sin amenazar la pax deorum. No es extraño que un poder de tales características requiera ser sancionado por las curias, en tanto que órgano ciudadano de mayor antigüedad y con atribuciones religiosas, para ser legitimado sin que su concentración en manos del imperator suponga un peligro para la res publica. Son muchas las acciones de carácter religioso que los imperatores llevan a cabo durante su gobierno y sus campañas militares en las provincias romanas4: la transformación de un grupo de ciudadanos en exercitus imperatus, la consulta de la voluntad de los dioses – fundamentalmente, antes de la batalla–, la definición de los espacios sagrados inviolables mediante la concesión del derecho de asilo5, la modificación del territorio romano mediante la apropiación de las tierras de los vencidos... De todas ellas, la consulta a la voluntad divina antes de la batalla destaca no sólo por su cotidianeidad durante el desarrollo de la campaña militar, sino por la necesidad de delimitar un espacio sagrado dentro del cual se establezca sin perturbaciones esa comunicación directa con la divinidad. Por su derecho de auspicios el imperator tiene capacidad para solicitar que se interprete la voluntad de los dioses. Generalmente ordenaba la realización del sacrificio o la observación en el altar situado ante su propia tienda6 y, recibido el mensaje por mediación de arúspices o pularios, actuaba en consecuencia7. No obstante, aunque los dioses advirtiesen del 3, 1992, p. 189-219; y J. BLEICKEN, «Imperium consulare / proconsulare im Übergang von der Republik zum Prinzipat», Gesammelte Schriften II, Stuttgart, 1998, p. 705-721. 3 La evolución del concepto de imperator durante la república y el desempeño de sus funciones públicas han sido el objeto de mi tesis doctoral, cuyo texto íntegro puede ser consultado en P. RIVERO, Auspicia, ductus imperiumque: el concepto de imperator en la República hasta la muerte de César, Zaragoza, 2005 (Tesis en CD-Rom). 4 RIVERO (2005), 95-111. 5 P. RIVERO, «La política romana de concesión de privilegios a los santuarios griegos durante la República: nuevas interpretaciones», en F. BELTRÁN (ed.), Antiqua Iuniora. En torno al Mediterráneo en la Antigüedad, Zaragoza, 2004, p. 13-26. 6 Sobre la descripción del campamento romano, vid. Plb. VI 27-42. 7 Aunque cuenta con más de un siglo de antigüedad, el trabajo de Bouché-Leclerq no deja de ser un punto de referencia obligada para el estudio de la adivinación. A. BOUCHE-LECLERQ, Histoire de la divination dans l’Antiquité, París, 1879-1888. destino que le esperaba al imperator o a su ejército, no siempre era posible evitar tal desenlace. Hasta tres veces repitieron los arúspices los sacrificios que indicaban el destino trágico que esperaba a Tiberio Graco, un destino que, aun siendo por ello conocido, no pudo ser evitado8. Esto habría sido así durante toda la República, al menos desde el siglo IV9, si bien con el tiempo las prácticas religiosas fueron perdiendo significado y relevancia entre los imperatores, lo cual es objeto de queja por parte de Cicerón, aunque no por ello deje de reconocer que en algunas ocasiones los consejos de los arúspices no son acertados y es mejor seguir la decisión del imperator10. Según su testimonio, en los años 46-45 la consulta de auspicios había pasado a ser una mera formalidad y, de hecho, las guerras se administraban sin consultar sistemáticamente la opinión de los dioses11. 8 Liv. XXV 16, 3-4: ideo cum haruspicum monitu sacrificium instauraretertium atque intentius exta reseruarentur, iterum ac tertium tradunt adlapsos libatoque iocinere intactos angues abisse. cum haruspices ad imperatorem id pertinere prodigium praemonuissent et ab occultis cauendum hominibus consultisque, nulla tamen prouidentia fatum imminens moueri potuit. [«Siguiendo instrucciones de los arúspices se repitió el sacrificio y se guardaron con más cuidado las entrañas de la víctima, pero cuentan que por segunda y tercera vez las serpientes probaron el hígado y se marcharon sanas y salvas. Los arúspices advirtieron que el presagio se refería al imperator, que debía tener cuidado con las maquinaciones de individuos que no daban la cara; pero ninguna precaución pudo eludir el destino que se cernía sobre él»]. Trad. de J. A. Villar. Sobre la repetición de la consulta de auspicios cuando el resultado no es favorable o se trata de auspicia incerta o auspicia dubia, vid. Thesaurus Linguae Latinae, s.v. «Auspicium», 1546; F. DE MARTINO «Considerazioni su alcuni temi di storia costituzionale romana», Mélanges de droit romain et d’histoire ancienne. Hommage à la mémoire de A. Magdelain, París, 1998, p. 142; C. MASI DORIA, Spretum imperium, Nápoles, 2000, p. 32-36. 9 Al menos desde el siglo IV, según transmite Livio en varios pasajes relativos a las campañas del dictador Papirio en el Samnio, aunque las interpretaciones de los encargados de los sacrificios no siempre fuesen coincidentes. Liv. X 40, 9: dum his intentus imperator erat, altercatio inter pullarios orta de auspicio eius diei exauditaque ab equitibus Romanis, qui rem haud spernendam rati Sp. Papirio, fratris filio consulis, ambigi de auspicio renuntiauerunt. [«Mientras el imperator se ocupaba de estas instrucciones surgió un altercado entre los pularios a propósito del auspicio de aquel día y fue oído por unos jinetes romanos; éstos, persuadidos de que se trataba de algo que no debía ser tomado a la ligera, comunicaron al hijo de un hermano del cónsul que había dudas acerca de los auspicios»]. Trad. J. A. Villar. 10 Cicerón habría estado presente (div. I 72) en el momento que narra como ejemplo de consejo erróneo del arúspice. Cic., div. II 65: Sullae apparuit immolanti, utrumque memini, et Sullam, cum in expeditionem educturus esset, immolauisse, et anguem ab ara extitisse, eoque die rem praeclare esse gestam non haruspicis consilio, sed imperatoris. [«Respecto a aquella culebra que se le apareció a Sila mientras procedía a la inmolación, dos son las cosas que recuerdo: que Sila, cuando iba a salir en expedición, procedió a la inmolación y una culebra salió del altar, y que ese día se llevó a cabo una hazaña sumamente brillante, y no gracias al consejo del arúspice, sino al del imperator»]. Trad. Á. Escobar. 11 Cic., nat. deor. II. 9: sed neglegentia nobilitatis augurii disciplina omissa ueritas auspiciorum spreta est, species tantum retenta; itaque maximae rei publicae partes, in is bella quibus rei publicae salus continetur, nullis auspiciis administrantur, nulla peremnia seruantur, nulla ex acuminibus, nulli uiri uocantur ex quo in procinctu testamenta perierunt; tum enim bella gerere nostri duces incipiunt, cum auspicia posuerunt. [«Sin embargo, una vez abandonada la enseñanza augural a causa del desdén de la nobleza, se desprecia el verdadero A diferencia de lo que ocurría en el pasado, cuando los imperatores, sabedores de la unión indisoluble existente entre el Estado y los dioses, desempeñaban cargos sacerdotales12. En este contexto el desempeño del sacerdocio se convierte no en una cuestión vocacional, sino en un estatus político y social, y el sacerdote puede aparecer públicamente como una figura que garantice el normal funcionamiento de la res publica. Siendo esto así, podría haber sucedido que en los momentos de guerras civiles y enfrentamientos políticos los magistrados e imperatores hubieran pretendido acumular sacerdocios. Sin embargo esto no parece que llegara a suceder, posiblemente debido a la incompatibilidad de ciertos sacerdocios con la función militar13. El augurado, no obstante, hubiera podido cumplir esta función propagandística, y tal vez lo hizo, al igual que el pontificado14. El lituo – bastón con el cual se delimita el espacio celeste correspondiente al espacio terrestre dentro del cual se pueden tomar los auspicios, y símbolo por excelencia de los augures15– aparece con cierta frecuencia representado en las monedas acuñadas por los imperatores como tales en sus talleres sentido de los auspicios y tan sólo se mantiene su apariencia. Así es como las atribuciones más importantes del estado –entre ellas las guerras, sobre las que se basa su propia salvación– se administran sin recurrir a auspicio alguno; no se conserva ningún augurio de cruce, ninguno de aquellos que se obtienen de las puntas de lanza, no se procede al llamamiento de ningún soldado (por lo que los testamentos de urgencia han desaparecido...)»]. Trad. Á. Escobar. 12 Cic., nat. deor. II 10: minibus, nulli uiri uocantur ex quo in procinctu testamenta perierunt; tum enim bella gerere nostri duces incipiunt, cum auspicia posuerunt. at uero apud maiores tanta religionis uis fuit, ut quidam imperatores etiam se ipsos dis inmortalibus capite uelato uerbis certis pro re publica deuouerent. [«Sin embargo, fue tan grande el vigor de la religión entre nuestros mayores que algunos imperatores incluso llegaron a consagrarse a sí mismos ante los dioses inmortales en beneficio del estado, con la cabeza velada, mediante fórmulas establecidas»]. Trad. Á. Escobar. 13 Difícilmente un imperator que dirige un ejército podría pretender sacerdocios como el flaminado de Júpiter que le hubieran impedido, por ejemplo, contemplar cadáveres, montar a caballo o ver al exercitus fuera del pomerio; MARCO (1996), p. 196. Sobre las interdicciones del flamen Dialis, vid. MARCO (1996), p. 77-133. Sobre las implicaciones políticas del desempeño de ciertos sacerdocios, R. DEVELIN, «Religion and politics at Rome during the Third Century B.C.», Journal of Religious History 10, 1978, p. 3-21; M. BEARD & J. NORTH (eds.), Pagan priest. Religion and power in the ancient world, Ithaca. 1985. 14 Marco defiende además que la pertenencia a uno de estos colegios sacerdotales vincularía a los miembros entre sí con unos lazos similares a los de la amicitia, lo cual supondría beneficios políticos evidentes; MARCO (1996), 221-223. Por otra parte, el pontifex maximus sería el único de los pontífices investido con derecho de auspicios, al igual que los imperatores, lo cual acentuaría su valor como intérprete de la voluntad de los dioses; SCHILLING (1954), 303. 15 Apul., apol. 22, 7: uerum tamen hoc Diogeni et Antist<h>eni pera et baculum, quod regibus diadema, quod imperatoribus paludamentum, quod pontificibus galerum, quod lituus auguribus. [«Para Diógenes y Antístenes, su alforja y su báculo, a pesar de su insignificancia, eran lo mismo que para los reyes la diadema, para los imperatores su manto de guerra, para los pontífices su tiara y para los augures su lituo»]. Trad. S. Segura. móviles en la provincia, bien solo, bien junto con otros instrumentos propios de rituales de consulta de la voluntad divina como la jarra. Esto se ha explicado habitualmente interpretando que muchos imperatores pertenecían al colegio de los augures, lo cual aumentaba, si cabía, su prestigio personal al estar comunicados con la divinidad por una doble vía: en tanto que imperatores, al tener derecho de auspicios, y en tanto que augures, al poder interpretar directamente los indicios enviados por los dioses. El augur era el mediador del cielo en la tierra y el imperator el ejecutor de esa voluntad16. La sitella y el lituo son símbolos del augurado, aunque al aparecer en las monedas imperatorias vinculados con trofeos y símbolos de victoria puede que, en realidad, estén aludiendo a la especial comunicación establecida por el derecho de auspicios entre el imperator y la divinidad, la cual lleva a la consecución de la victoria. Sin embargo habitualmente los historiadores han aceptado sin reparos la existencia de una relación directa entre el lituo y el augurado, lo que ha llevado a identificar como pertenecientes al colegio de los augures a todos aquellos magistrados romanos que hacen figurar el lituo en sus monedas. Por este motivo, Frier defendió que en 88 Sila habría entrado a formar parte del colegio de los augures, justo antes de partir hacia Grecia, y el testimonio de Apiano17 podría apuntar también en esta dirección. A su regreso a Roma desde Oriente en 84, Sila solicita que le sean restituidos sus atributos sacerdotales, razón por la cual Bayet interpreta que la intención de Sila al hacer constar el lituo y la sitella en sus monedas imperatorias era recordar que todavía era augur, aunque sus oponentes en Roma hubieran querido arrebatarle el sacerdocio18. Por el contrario, Badian destaca que, puesto que en 88 fue nombrado augur L. Cornelio Escipión Asiageno y que existía una ley que impedía que dos miembros de la misma gens formaran parte de un mismo colegio sacerdotal, Sila no podría haber sido augur en 88 ni tampoco hasta 82. Así, pues, según Badian, la restitución del sacerdocio que exige Sila en el 84 sería la del pontificado y no la del augurado, y los 16 SCHILLING (1954), 280-281. App., BC I 79. 18 RRC 359.1 (pl. 47); BABELON, 28 vr.; BMCRR II/459/2; SYDENHAM, 760; BANTI, 46 y 47 y RRC 359.2 (pl. 47); BABELON, 30; BMCRR II/460/4; SYDENHAM, 761a; BANTI, 48 y 49. J. BAYET, «Prodromes sacerdotaux de la divinisation impériale», Numen, sup. IV, 1958, p. 418: «Proscrit et privé de l’augurat à Rome, Sylla veut manifester qu’il le conserve en droit comme en fait et, grâce à lui, remporte des victoires nationales». Esto explicaría por qué los símbolos del augurado figuran entre los dos trofeos. 17 símbolos representarían el derecho a auspicios que, como magistrado con imperium, tendría19. Considerando la atractiva hipótesis de Badian, Crawford20 propone 82 como fecha del nombramiento de Sila como augur y sugiere que la sitella y el lituo podrían aludir al augurado de un antepasado de Sila o, lo que es más probable, al imperium con derecho a auspicios del propio Sila. Éste habría sido declarado enemigo público21 y, como respuesta y defensa frente a ello, haría constar en la moneda su cualidad imperatoria y los símbolos del derecho de auspicios –y, por tanto, del hecho de haber sido investido en virtud de una lex curiata que seguía vigente hasta su regreso–: en definitiva, la legalidad y vigencia de sus auspicios y de su imperium. En el caso de Quinto Cecilio Metelo, la sitella y el lituo que figuran en su acuñación imperatoria realizada en el norte de Italia22 serían la única noticia a propósito de su augurado, como ya indicó Ross Taylor23, por lo que también podrían estar indicando simplemente su derecho a auspicios como magistrado con imperium y la consecución de la victoria ligada a estos auspicios –al estar representados precisamente junto a un trofeo, como en el caso de las monedas silanas–. Esta hipótesis parece más probable que la alusión, apuntada por Babelon24, al pontificado máximo de su tío Lucio Metelo Dalmático. Sin embargo, resulta muy interesante la hipótesis planteada por Wistrand al afirmar que el lituo, como símbolo, evolucionó durante la República, y que a partir de Sila adquirió un nuevo significado según el cual no haría necesariamente referencia al augurado en sí, sino al hecho de ser portador de los summa auspicia, al hecho de ser imperator25. Según 19 B. W. FRIER, «Augural symbolism in Sulla’s invasion of 83», ANSMusN. 13, 1967, p. 111118; E. BADIAN, «Sulla’s augurate», Arethusa 1, 1968, p. 26; B. W. FRIER, «Sulla’s priesthood», Arethusa 2, 1969, p. 187; E. BADIAN, «A reply», Arethusa 2, 1969, p. 199. 20 RRC 374. 21 App., BC I 340. 22 RRC 374, 2; BABELON, 44; BMCRR II/357/47; SYDENHAM, 751; BANTI, 65. 23 ROSS TAYLOR, L. (1944), «Symbols of the augurate on coins of the Caecilii Metelli», AJA 48, 352-356. 24 E. BABELON, Description historique et chronologique des monnaies de la République Romaine, Bolonia, 1963, p. 275. 25 E. WISTRAND, Felicitas imperatoria, Goteborg, 1987, p. 29: «The lituus is repeatedly displayed on his coins and it is highly probable that this symbol acquired a new significance, in that it did not just refer to its holder as an augur, a technical adviser to those who had the right to command, but as a holder of the summa auspicia, the supreme military command». Cfr. A. ALFÖLDI, «The main aspects of political propaganda on the coinage of the Roman Republic», Essays in Roman coinage presented to H. Mattingly, Oxford, 1956, p. 63-95; M. MAYER, «La Fears, el lituo no sólo es el emblema del augurado, sino que se convierte en el símbolo del favor divino hacia el líder carismático, razón por la cual figura junto a símbolos de la victoria y de la dignidad militar26. Por otra parte, su antigüedad, que la tradición remonta al momento de la toma de auspicios para la propia fundación de Roma27, liga a los imperatores con el fundador de la ciudad, contribuyendo a la creación de una imagen pública de prestigio. Además, si, tal como defiende Spinazzola28, quien maneja el lituo es quien tiene el derecho de delimitar el templum –entendido como el espacio dentro del cual se pueden consultar los auspicios– y sólo quien tiene la propiedad del suelo (auctor) tiene derecho a ello, el uso del lituo por los imperatores en provincias –en tanto que augures o en tanto que magistrados con summa auspicia– estaría reflejando la capacidad del imperator para convertir la tierra en tierra romana, para hacerse propietario, auctor, y convertirla en templum con el objeto de consultar los auspicios fuera del pomerium29. La transformación de lo profano en sagrado no podría efectuarse sin el consentimiento público ni tampoco ser realizado por un particular30. Sin embargo, el imperium militiae y el derecho de auspicios del imperator fuera del pomerium podrían haber permitido que éste pudiera tomar decisiones al respecto en la provincia sin consultar a Roma y sin atentar, por ello, contra la pax deorum31. Tal vez durante sus aparición del lituus augural en la amonedación romana y los fastos augurales republicanos», Numisma 120, 1974, 129-144; R. STEWARD, «The jug and the lituus on Roman republican coin types: ritual symbols and political power», Phoenix 51, 1997, p. 170-189. En el caso de Sila, vid. supra nota 19. 26 J. R. FEARS, Princeps a Diis electus, Roma, 1977, p. 102-109: cfr. R. SCHILLING, La religion romaine de Vénus, París, 1954, p. 281. 27 Varr., ling. V 143; Liv. I 44; Plu., Rom. 11; Plin., nat. XXVIII 4, 1. 28 SPINAZZOLA, V. (1961), «Auspicia», en E. DE RUGGIERO (ed.), Dizionario epigrafico di antichitá romane Roma, I, 778. 29 P. CATALANO, «Aspetti spaziali del sistema guiridico-religioso romano. Mundus, templum, urbs, ager, Latium, Italia», ANRW II 16.1, 1978, p. 440-553; MAYER, op. cit., p. 129-144. Sobre la dialéctica religiosa dentro/fuera, G. BACHELARD, La poética del espacio, Méjico, 1994 [1ª ed. 1957], y para las implicaciones de la frontera entre lo sagrado y lo profano en el ámbito de la historia de las mentalidades, Y. M. LOTMAN, «Sobre el metalenguaje de las descripciones tipológicas de la cultura», en Y. M. LOTMAN, La semiosfera II: Semiótica de la cultura, del texto, de la conducta y del espacio, Valencia, 1998, p. 93-134. 30 DIG. I 8, 6, 3: sacrae autem res sunt hae, quae publice consacratae sunt, non priuate; si quis ergo priuatim constituerit sacrum, sacrum non est, sed profanum 31 La apropiación de las tierras confiscadas al enemigo supone un acto de naturaleza religiosa mediante el cual el territorio antes extranjero se transforma en ager romanus, en tierra romana que puede ser repartida, arrendada o vendida. Supone una ampliación de la propia Roma y, en consecuencia, una modificación del mundo dependiente de la religio que no puede ser efectuada por un particular, sino que necesita del beneplácito de la divinidad para mantener la pax deorum. Por tanto, sólo quien dispone de derecho de auspicios puede llevarla a cabo. Cic., dom. 128: sed quia consecrabantur aedes, non priuatorum domicilia, sed quae sacrae nominantur, campañas militares los imperatores republicanos empuñaron el lituo para, gracias a su derecho de auspicios, levantar «muros de aire» en tierra no romana para delimitar un espacio sagrado donde apelar directamente a la divinidad. Dra. M.ª Pilar Rivero Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación Universidad de Zaragoza (España) consecrabantur agri, non ita ut nostra praedia, si qui uellet, sed ut imperator agros de hostibus captos consecraret, statuebantur arae, quae religionem adferrent ipsi <ei> loco <quo> essent consecratae, haec nisi plebs iussisset fieri uetuit. [«Pero, puesto que se consagraban edificios (no los domicilios de ciudadanos privados sino aquéllos que se denominaban sagrados), puesto que se consagraban terrenos (no nuestras haciendas, al arbitrio de cualquiera, sino que era un imperator vencedor el que consagraba las tierras conquistadas al enemigo) y puesto que se levantaban altares (que santificaban el lugar mismo en el que eran consagrados), prohibió que todo ello se llevara a cabo sin el consentimiento de la plebe»]. Trad. J. M. Baños. Sobre este tema, véase también Cic., leg. agr. I 5; II 51; Suet., Iul. 20. D. J. GARGOLA, Lands, laws and Gods: Magistrates and ceremony in regulation of public lands in republican Rome, Chapel Hill, 1995.