Centro Chiara Lubich Movimiento de los Focolares www.centrochiaralubich.org (Transcripción integral de la bobina) Rocca di Papa, 9 de octubre de 1978 Introducción al II tema sobre la presencia de Jesús en el hermano 1 "La presencia de Jesús en el cristianos según el Nuevo Testamento " Si hojeamos el Nuevo Testamento, y más concretamente los cuatro Evangelios, la primera carta de Juan y las cartas de Pablo, encontramos afirmaciones evidentes y a menudo estupendas sobre la presencia de Jesús en el hermano. Empezamos por los Evangelios. En algunos párrafos Jesús se identifica con los apóstoles o con sus enviados; en otros, con sus discípulos; y en otros todavía, con todo hombre. Esto se comprende por el contexto en el que fueron pronunciadas sus palabras. La presencia de Jesús en sus apóstoles está atestiguada en los cuatro Evangelios con expresiones que van desde la acogida; “Quien acoge…”, que no es sencillamente acogida, y que no es simple hospitalidad, hasta la escucha de sus enviados. “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha…”. Veamos algunos ejemplos. En Mateo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado."(Mt 10,40). En Lucas: "Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien a mí me rechaza, rechaza al que me ha enviado."(10,16) Aquí nos invita “a escuchar”. En Juan: "En verdad, en verdad os digo: ‘quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoge a mí, acoge a Aquel que me ha enviado’”. (Jn 13,20) En este mismo contexto de misión, Jesús se identifica también con el "niño" y con el "pequeño", pero es probable que Jesús usase estas palabras para indicar también aquí a sus apóstoles, a sus enviados. De hecho, había personas enviadas por Jesús que no gozaban de gran prestigio entre el pueblo, es más, que podían ser despreciadas. Jesús las sostiene, quiere suscitar amor hacia ellas en las comunidades cristianas y desea que sus discípulos obren así, porque, por débiles y mediocres que sean, estas personas son portadoras de su palabra. El principio judaico del Shaliah ya decía: "El enviado (Shaliah) de un hombre es como el hombre mismo". En el Antiguo Testamento el enviado era considerado como "la boca" del que lo había enviado (cf.Jer.15,12). Es de suponer, pues, que Jesús diese en Marcos el significado de enviados suyos también al término "niños": "El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. (9,37) Y se puede pensar que Jesús diese el mismo significado a los "pequeños" en Mateo, cuando dice: "Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa." (Mt 10,42) Esta presencia de Jesús en sus apóstoles, en sus enviados, toma un nuevo valor después de su muerte y resurrección. Y se comprende porque después de la muerte y resurrección de Jesús el apóstol es incorporado en Cristo. En efecto, después de la resurrección los apóstoles quedan incorporados a Cristo, y Cristo está 1 Publicado en Escritos espirituales/4, Ciudad Nueva, Madrid, pp. 160-171. 1 Centro Chiara Lubich Movimiento de los Focolares www.centrochiaralubich.org presente en ellos realmente, místicamente. Su Palabra, por consiguiente, es eficaz por sí misma y no sólo porque ellos son los encargados de transmitirla. Jesús actúa en ellos. Por tanto quien acoge a uno de los apóstoles, después de la resurrección de Jesús, hace la experiencia del encuentro real con Él. Pablo subraya esto escribiendo: "(...) me recibisteis como a un ángel de Dios: como a Cristo Jesús." (Gal.4,14) Y también: “(...) al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes."(1 Tes.2,13). Ahora empieza la belleza del cristianismo. Y en la segunda carta a los Corintios, Pablo dice: "(...) es, como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros.” (2Cor.5,20); y más adelante: “(…) ya que queréis, una prueba de que habla en mí Cristo...” (2 Cor.13,3). Además de la presencia de Jesús en los Apóstoles. Los Evangelios nos transmiten afirmaciones de la presencia de Jesús en el cristiano también en el contexto de la vida de la comunidad cristiana formada por los discípulos de Jesús. Las palabras sobre la acogida, que en principio se referían únicamente a los enviados, más tarde fueron generalizadas y aplicadas a las relaciones entre los miembros de la comunidad cristiana y, en particular, a las relaciones con cuantos se encontraban en necesidad. Porque tenéis que pensar que existe una presencia especialísima de Jesús en los que sufren. De ello hablaremos la prójima vez. El amor a los hermanos más pequeños y necesitados debe considerarse dirigido a Jesús en persona. Lucas relata: "Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó de la mano a un niño, lo puso á su lado, y les dijo: ‘El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es el mayor’”. (Lc 9,46-48). Lo mismos que en otros aspectos, también aquí Jesús realiza un verdadero cambio de valores: lo que los hombres desprecian, Él lo pone de relieve. Para los cristianos, por consiguiente, el más pobre, el más pequeño, es en realidad el más grande, el más importante, porque Jesús se ha puesto totalmente de su 2 parte, hasta el punto de que quien recibe a uno de ellos, lo recibe a El mismo . Aquí se trata de relaciones entre cristianos y la intención que mueve al amor es conscientemente "sobrenatural"; la acogida tiene que realizarse -como dice Jesús- "en mi nombre", por tanto con conocimiento de causa y para seguir la enseñanza del Maestro. Toda la vida de Jesús, es una escuela prodigiosa de este comportamiento hacia el que se encuentra en necesidad. Que Jesús se solidarice con sus seguidores, sin distinción, pero especialmente con los hermanos que sufren, lo dicen también las palabras que Pablo oyó cerca de Damasco, adonde se dirigía para arrestar a los cristianos: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Eran perseguidos, por tanto Jesús estaba de su parte. Él respondió: ‘¿Quién eres, Señor?’ Y él: ‘¡Soy Jesús, a quien tú persigues!'" (Hch 9,4-5). En el Evangelio también se afirma que Cristo está presente en cada hombre, no solo cristiano, sino también en cada hombre. Pensemos en la visión cósmica del juicio final que se concluye con la afirmación: "... cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt.25,40). Pero de esto hablaremos más adelante. Chiara Lubich 2 Cf S. LEGASSE, Jésus et l'enfant, Paris 1969, p. 72-75. 2