Durante el pasado siglo, se ha considerado que las políticas expansivas de la demanda eran un emedio para hacer frente a los problemas por los que atravesaban las economías más desarrolladas. El miedo a una depresión con el coste que suponía en puestos de trabajo, así como los conflictos sociales derivados de ello, eran las causas que se aducían para aplicar este tipo de medidas. La aparición de la primera crisis del petróleo a principios de los años 70 y la ineficacia de las medidas expansivas aplicadas entonces a la hora de resolver los problemas planteados, así como los efectos no deseados de las mismas: “crowding-out”, efectos riqueza, etc., supusieron un replanteamiento del paradigma teórico imperante hasta entonces. La atención de desvió del lado de la demanda hacia el de la oferta, y en vez de emplearse los términos “paro”, déficit”, “desequilibrio”, etc., éstos se fueron sustituyendo por los de “inflación”, “saneamiento de las finanzas”, “equilibrio”, … A su vez, el proceso de globalización que experimentan las economías a finales del siglo XX fue un apoyo más para el cambio en el diseño de la política. En un mundo cada vez más interconectado, en el que los mercados juegan un papel cada vez más predominante, y en el que los estudios de índole teórica demostraban que los factores por el lado de la oferta fomentaban en mayor medida el crecimiento, la política fiscal no podía seguir teniendo el mismo papel que durante los años 50 y 60. A pesar de ello, los periodos de crisis propiciaron un cierto grado de reflexión respecto al tipo de política que habría que aplicar. Ello se vio acentuado por el hecho de que, en el caso de la Unión Europea, la pérdida de la política monetaria por parte de las autoridades económicas de los países miembros, provocó que, en ocasiones, los gobiernos volviesen sus ojos hacia la política fiscal para hacer frente a los momentos más difíciles del ciclo económico. Y para evitar caer en esa tentación, que podría poner en peligro la consecución de otros objetivos, se consideró necesario el establecimiento de un Programa de actuación: el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Ahora bien, a pesar de que parece existir un cierto consenso respecto al objetivo final de dicho Pacto, esto es la estabilidad económica, surge, 9 por el contrario, una cierta disensión sobre la idoneidad de mantener o alcanzar el equilibrio presupuestario. Y es precisamente esta polémica y el interés y actualidad del tema, lo que nos ha motivado a diseñar este primer número de la revista, en el que hemos tratado de recoger la opinión de diferentes expertos, nacionales y extranjeros, en la materia. El primero de estos expertos, el profesor Musgrave, contribuye a este número con el trabajo Saldo Presupuestario y Hacienda Sana. En él pone de manifiesto el hecho de que aunque las instituciones monetarias y la propia profesión económica consideren los déficit, en la actualidad, intrínsecamente nocivos, el hecho de que el presupuesto deba o no estar equilibrado en un determinado año depende de los objetivos políticos a alcanzar y del entorno económico en el que el presupuesto opera. Protegerse de “políticas equivocadas” puede llevarnos a solicitar restricciones para evitar abusos, incluso al coste de tener que aceptar soluciones subóptimas. Sin embargo, a su juicio, es importante entender lo que significa la economía del saldo presupuestario. Señala el profesor Musgrave que la primera y más importante misión de la política presupuestaria es la provisión eficiente y equitativa de los servicios públicos, siendo una segunda misión el constituir un instrumento de política macroeconómica y de estabilización. Sin embargo, a su juicio, el saldo presupuestario adecuado difiere en estas dos tesituras. En la primera de ellas adopta la suposición de que el presupuesto opera en una economía con pleno empleo sin necesidad de estabilización fiscal. En esta situación, salvo determinadas excepciones, opera la regla de prudencia fiscal relativa a que el coste de un proyecto tiene que ser sostenido por sus beneficiarios y financiado a través de impuestos cuando se reciben sus beneficios. Ello lleva a que el significado de una hacienda sana dependa en buena parte de la naturaleza del proyecto (sostenibilidad del equilibrio en el presupuesto corriente y financiación mediante deuda de los nuevos programas en el presupuesto de capital). A lo largo del tiempo, tanto el coste del capital como el de los proyectos corrientes deberían pagarse vía impuestos y el presupuesto total debería estar equilibrado, sin que ello signifique que dicho presu-puesto deba equilibrarse cada ejercicio fiscal. Sin embargo, si se abandona el supuesto de una economía autoestabilizadora, una política sana implica que el equilibrio apropiado depende 10 del impacto presupuestario sobre el nivel de demanda. No obstante, las políticas de estabilización apropiadas pueden variar con el estado del desarrollo económico y los niveles de renta existentes. Como conclusión, el autor señala que un principio de prudencia fiscal exige un tratamiento diferencial de los gastos corrientes y de capital en partes separadas del presupuesto, y que una base lógica para la política de estabilización exige un estado global del saldo para asegurar el nivel necesario de demanda agregada. Ambas perspectivas tienen su lógica pero requieren diferentes políticas y compromisos. Es más, la política fiscal puede entrar en conflicto con una política sana. Es posible que surjan dificultades, pero no se resuelven equiparando “saneamiento” con “equilibrio presupuestario”. El trabajo del profesor Barea, Política de Estabilidad Presupuestaria en España, tiene como objetivo exponer la situación de la política presupuestaria española en el marco del Pacto de Estabilidad. Para ello ha dividido su trabajo en dos áreas: la Unión Europea y la española. En la primera, el autor indica que el nuevo contexto de la política presupuestaria de los Estados miembros de la Unión Europea quedó determinada por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, de tal manera que la política fiscal sólo sería utilizable en el caso de que el país en cuestión no entrase en lo que se considera una situación de déficit excesivo. Por lo que se refiere al caso español, el efecto cíclico y la disminución del tipo de interés han sido las causas fundamentales que han permitido el cumplimiento de lo previsto en el Programa de Estabilidad, pero el problema surge cuando nuestra economía entre en una situación de menor crecimiento, coincidente con lo que ocurra a nivel mundial, que puede conducir a la aparición de déficit públicos al no haber llevado a cabo las oportunas reformas estructurales en determinadas políticas, como por ejemplo, el gasto social y la integración en las Administraciones Públicas. Teniendo en cuenta que uno de los objetivos importantes es la estabilidad de la economía, el Profesor Barea pasa a analizar los aspectos más interesantes de la Ley General de Estabilidad Presupuestaria, destacando que la política de déficit cero con carácter permanente que propugna la Ley sólo tiene sentido en las Comunidades Autónomas y en las Corporaciones Locales, 11 ya que no les corresponde la función de estabilizar la economía. Sin embargo, el Estado sí tiene esa función y tratar de alcanzar ese objetivo sería un error, ya que la política presupuestaria sería procíclica, generando efectos negativos sobre el crecimiento a largo plazo. Así pues, el objetivo del Estado debe ser estabilizar la economía a través de la política presupuestaria. El profesor Ontiveros, en su artículo Estabilidad Presupuestaria y Convergencia Real pone de manifiesto su preocupación ante las limitaciones impuestas sobre la política presupuestaria derivadas de la promulgación de la Ley General de Estabilidad Presupuestaria aprobada a finales de 2001, que consagraba la restricción del déficit cero o la consecución de superávit en las finanzas públicas. Que las autoridades económicas españolas se autoimpongan tales limitaciones, cuando la renta por habitante en España al término de 2001 no alcanzaba el 84% del PIB per cápita de la UE, al mismo tiempo que comprometen reducciones impositivas, sólo puede ampararse en la presunción de que el ciclo económico siga siendo lo suficientemente favorable para satisfacer las importantes necesidades de inversión que la economía precisa. Sin embargo, el profesor Ontiveros duda de esa supuesta continuidad en el ritmo de crecimiento registrado hasta 2001 y cree probable que la fase de desaceleración económica en nuestro entorno denuncie algunas limitaciones estructurales de la economía española que se resumen en una capacidad competitiva ciertamente limitada. En este sentido, señala que confiar la corrección de los desequilibrios estructurales a la política presupuestaria sería un empeño absurdo, pero que no lo es menos renunciar voluntariamente a la contribución que la misma puede tener en la consecución de mayores grados de eficiencia de la economía, fundamentalmente a través de la inversión en capital físico y en conocimiento, determinantes a su vez del estrechamiento en las diferencias de bienestar económico frente a nuestros socios europeos. Tras pasar revista a la evolución y situación actual de los principales indicadores españoles relacionados con la inversión en capital y el conocimiento, claramente por debajo de los europeos, el autor plantea que la consecución de reducciones del déficit público sacrificando la inversión es una elección, cuando menos, controvertida, y más cuando dicho sacrificio ha tenido lugar en una fase en la que los tipos de interés sobre la deuda pública se han mantenido en niveles históricamente bajos, susceptibles de garantizar la viabilidad de proyectos de inversión por diferida que fuese su rentabilidad. Finalmente, el profesor Ontiveros, coincide con Paul De Grauwe en que contemplado desde una perspectiva política, el límite genérico del PEC 12 constituye un voto de “no confianza” en las instituciones democráticas. Los profesores Galindo, Montero e Iglesias dividen su trabajo Déficit Público y Pacto de Estabilidad y Crecimiento: El Reto de las economías europeas en dos partes bien diferenciadas. En la primera de ellas abordan una visión retrospectiva del papel del presupuesto, así como los factores que han propiciado el déficit público. En la segunda, tras pasar revista a los aspectos fundamentales del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y a la evolución reciente y situación actual del déficit público en los países de la UE (sobre todo en Alemania, Francia, Italia y Portugal), consideran que los términos “flexibilidad” e “indexación al crecimiento económico” empiezan a fragmentar los cimientos del corsé presupuestario del PEC. En este sentido, y dadas las dificultades que tienen algunos países europeos para cumplir sus compromisos presupuestarios en coyunturas bajistas, plantean la cuestión relativa a si es necesario un marco presupuestario tan rígido como el que implica el PEC, a lo cual los autores responden que como dogma no. A su juicio, y de acuerdo en lo que ha dado en denominarse “enfoque germanista”, no debería descartarse una revisión del criterio de déficit que orientase el mismo en función de la fase del ciclo económico. Finalmente, analizan la situación en nuestro país de las categorías de gasto involucradas en el recientemente creado “indicador de calidad del gasto público”, concluyendo que si, como se reconoce desde el ejecutivo europeo, dichas categorías (educación, sanidad, políticas activas de empleo, investigación y desarrollo, e inversión) son las que mejor contribuyen al crecimiento económico y al empleo, nuestro país no alcanza los niveles deseables, por lo que podríamos mantener déficit razonables siempre y cuando procedan de un mayor gasto en dichas categorías. En consecuencia, los autores señalan que en nuestro país existen razones suficientes para, dentro de una política presupuestaria razonable, no aferrarse a un equilibrio presupuestario de carácter dogmático que pueda estran-gular el crecimiento económico futuro, y sugieren aprovechar el timing que marca el actual PEC como lo están haciendo otros países de mayor relevancia económica, esperando, por otra parte, el devenir del mismo que, no sería extraño, caminase por la senda de la flexibilización. El profesor Gim nez, en su artículo La necesidad del equilibrio presupuestario: Una nocturna argucia neoliberal, aporta inicialmente una documentadísima exposición de la condena neoliberal del déficit, afirmando que la postura 13 neoliberal respecto al déficit y la deuda es una versión simplificada y monolítica. Pone de manifiesto las debilidades de la defensa neoliberal del equilibrio presupuestario (la confusión metodológica entre objetivos e instrumentos, incluida en la defensa del “déficit cero” como objetivo irrenunciable; la marginación de la discusión sobre el reparto de la carga tributaria y la composición del gasto; y la constatación de su sistemática violación práctica del equilibrio presupuestario) concluyendo que la idea simplificadora de que el “déficit cero” es, en sí mismo, beneficioso, no deja de ser una superchería. La segunda parte de su trabajo aborda el equilibrio presupuestario en la construcción de la Unión Europea, destacando la influencia de la doctrina neoliberal y la firmeza con la que la Comisión Europea ha defendido la bondad del equilibrio presupuestario, que ha facilitado la conversión de una idea, discutible como todas, en un auténtico dogma. En cuanto a los acuerdos europeos sobre el déficit, el autor se cuestiona su contenido conceptual y límite, la medición y contabilidad del mismo, la aplicación discrecional de las normas, y la falta de adaptación al entorno económico. Finalmente, el profesor Giménez expone algunos apuntes sobre la estabilidad presupuestaria en España, señalando que el gobierno español ha optado por llevar hasta sus últimas consecuencias la política del Pacto de Estabilidad, añadiéndole algo más de rigidez y dogmatismo. En este sentido, escribe el autor, adelantó a 2001 la consecución del equilibrio presupuestario; para demostrar que cumple sus previsiones ha utilizado con profusión “la contabilidad ingeniosa”; ha escondido la información o ha retrasado en demasía su publicación; ha despreciado opiniones contrarias; logró que las Cortes aprobaran la Ley General de Estabilidad Presupuestaria y su complementaria Ley Orgánica 5/2001 sin dejar prácticamente resquicio para la negociación con las administraciones territoriales; y, finalmente, ignora la situación real en la que se encuentra nuestro país. En este sentido, el profesor Giménez concluye que, dado el panorama socioeconómico español actual, la defensa de la necesidad del equilibrio presupuestario, y la reducción sistemática de la actividad del sector público, es, como mínimo, una contradicción, muy probablemente una argucia y, con toda seguridad, una farsa. El artículo del profesor Iranzo, El Cambio de Rumbo de la Política Económica: De la Estabilización a la Estabilidad, se centra en exponer los aspectos que se derivan de la aparición de lo que se ha venido denominando la 14 “Nueva Economía”, caracterizada por la existencia de largos períodos de crecimiento sostenido y estable. Ello se debe fundamentalmente a la mayor sensibilidad que han venido mostrando los gobiernos respecto a los efectos perniciosos derivados de la aplicación de políticas de demanda con las que pretendían estabilizar la economía. Los países que han logrado reducir la inflación y mantener bajos niveles de déficit público son los que tienen un crecimiento económico más intenso y han establecido mejores bases para el desarrollo económico, ya que se ha reducido la incertidumbre y se ha generado la confianza en la sostenibilidad e intensidad de los ciclos expansivos, que son variables claves para fomentar el ahorro y la inversión. En este sentido, la política monetaria debe diseñarse para controlar la inflación y la política fiscal tendría que orientarse a lograr una senda de estabilidad de las finanzas públicas para evitar así la aparición de déficit inflacionistas que perjudiquen el crecimiento y el empleo. Por tanto, de acuerdo con el autor, si las políticas tradicionales de demanda deben abandonar su función de estabilización económica por la del fomento de la estabilidad, entonces las políticas de oferta se convierten en un instrumento clave para facilitar la competitividad de los mercados y mantener un crecimiento no inflacionario y sostenido en el tiempo. Por tanto, a la hora de implantar reformas estructurales, habrá que tratar de eliminar aquellas trabas que perjudiquen el funcionamiento eficiente de los mercados. La contribución del Banco Central Europeo a este número, Funcionamiento de los Estabilizadores Fiscales Automáticos en la Zona del Euro, se centra en el papel que juegan los estabilizadores automáticos, que son una reacción del presupuesto a las fluctuaciones del ciclo económico cuando no hay intervención por parte de las autoridades económicas. Dichos estabilizadores, si están bien diseñados, permiten alcanzar ajustes puntuales y simétricos para amortiguar las fluctuaciones cíclicas. Sin embargo, para aprovechar al máximo las ventajas de los mismos, resulta necesario que los países mantengan la sostenibilidad de las finanzas públicas adoptando políticas fiscales prudentes y manteniendo bajos niveles de deuda. En este trabajo se considera que la estabilización fiscal y la sostenibilidad de las finanzas públicas son compatibles para alcanzar, a medio plazo, una situación presupuestaria próxima al equilibrio o con superávit, como lo exige el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. En este tipo de estrategia, los objetivos 15 nominales que los países fijan en sus programas de estabilidad para los saldos presupuestarios han de reflejar tanto una trayectoria adecuada de ajuste fiscal a medio plazo, en el caso de que persistan desequilibrios, como el impacto del ciclo económico. Se puede permitir que los resultados obtenidos se desvíen de los objetivos marcados para reflejar la estabilidad automática cuando no se materialice la evolución económica prevista. Sin embargo, deben mantenerse unos saldos presupuestarios saneados y es necesario evitar déficit excesivos. El desarrollo de un entorno macroeconómico estable y propicio para el crecimiento se ve favorecido por una estrategia orientada a la consecución de saldos presupuestarios saneados, permitiendo al mismo tiempo el funcionamiento de los estabilizadores automáticos. Existen grandes dudas respecto a la eficacia de las medidas discrecionales de ajuste fiscal como medio para suavizar las fluctuaciones cíclicas. No obstante, medidas de este tipo, tomadas con decisión, son necesarias para el ajuste estructural y el saneamiento de las finanzas públicas. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento en el contexto del Sistema Europeo de Cuentas (SEC-95) es el objeto de la interesante contribución a este número del profesor Carrasco. En concreto, el autor estudia cómo se cuantifican las variables económicas a las que hace referencia el PEC según el SEC-95. A su entender, esta cuestión no es baladí por la interrelación entre aspectos estrictamente técnicos (SEC-95) y enfoques políticos como pueden ser las posibles interpretaciones del PEC. El autor plantea que en función del ámbito de las Administraciones Públicas y de cómo se midan los diferentes flujos (operaciones) que se registran en las cuentas del sector institucional de las mismas, pueden cumplirse o no los criterios de estabilidad presupuestaria, e ilustra con claros ejemplos la controversia sobre la falta de automatismo entre la aplicación del SEC-95 y la interpretación de la normativa comunitaria sobre esta materia. Posteriormente realiza algunas consideraciones de gran interés derivadas de la confusión que se observa en la utilización del término “sector público” y de una cierta omnipresencia de la Contabilidad Nacional en todos los temas relacionados con la cuantificación de la actividad económica. Aborda la definición del sector institucional de las Administraciones Públicas para intentar superar la posible identificación que se produce, en algunos casos, entre Sector Público y Administraciones Públicas; la cuestión de los Arrendamientos, licencias y concesiones (una de las modificaciones más importantes del Manual del SEC-95 16 sobre el déficit público y la deuda pública); y los métodos de cálculo de la deuda pública, señalando que si bien su definición según el Procedimiento aplicable en el caso de déficit excesivo es coherente con el SEC-95, su valoración, sin embargo, es diferente en los citados documentos. El artículo de los profesores Paraskevopoulos y Smithin, Integración Económica y Financiera: Implicaciones sobre la Política Fiscal y Social de una Nación, parte de la idea de que en un mundo globalizado como el que se está generando en las últimas décadas se están introduciendo restricciones cada vez más importantes en el diseño de las políticas públicas de los gobiernos nacionales. Se trata de un tema que tiene especial importancia en el caso de pequeñas economías abiertas ya que se tiene el temor de que la integración económica continuada implique una creciente pérdida de control en áreas como la política monetaria, política fiscal, política social, estándares ambientales y legislación laboral. En este sentido, los autores señalan que es necesario distinguir entre los diferentes elementos del proceso de integración económica, tales sean la liberalización del comercio, la transferencia de tecnología y la integración financiera, señalando que la relativa amenaza creciente a la soberanía nacional en áreas como la política fiscal y la política social surge concretamente de la integración financiera más que de las otras actuaciones. En este contexto del debate sobre integración económica, se ha venido señalando que la redistribución de la renta a través de políticas de protección social se va haciendo cada vez menos realista a medida que las economías alcanzan una mayor integración. En cambio, los autores elaboran un modelo para señalar que todavía existe un cierto margen para la redistribución, siempre que el proceso de integración se frene antes de una unión monetaria completa. Las diferencias en las cargas fiscales relativas pueden acomodarse en cierta forma mediante alteraciones en el tipo de cambio y en los tipos de interés. Sin embargo, cuanto mayor sea el grado de integración financiera, menos margen quedará para las políticas de esta naturaleza. Finalmente, Araújo Chamorro y Sánchez Pingarrón contribuyen a este número con el trabajo: Estabilidad Presupuestaria: Razones para una reflexión. Los autores comienzan poniendo de manifiesto la posición de extrema defensa del equilibrio presupuestario por parte del gobierno español, algo paradójico a su juicio dado el menor grado de desarrollo de la economía española en relación a la media europea. 17 Tras pasar revista al Pacto de Estabilidad y Crecimiento y sus antecedentes, así como a la polémica actual entorno a él, concluyen que su aplicación ha fracasado ante la opinión internacional y ante alguno de los socios, como es el caso de España. En lo que se refiere al caso español, y tras rebatir diferentes argumentos esgrimidos por el ejecutivo español en defensa del déficit cero, dejan en el aire la siguiente cuestión: ¿Alguien cree que si España incurriera en un déficit de, por ejemplo, el 1% para financiar un ambicioso programa de inversiones estratégicas los mercados financieros reaccionarían dudando del valor de los títulos de deuda española, o incrementando el "spread", o se producirá un efecto "crowding out" de expulsión de la iniciativa privada?. En cuanto a la Ley General de Estabilidad Presupuestaria, los autores la juzgan excesiva para los fines que persigue y aluden a la cooperación previa de la mayor parte de las Autonomías con el Estado español en el cumplimiento de los requisitos de convergencia nominal. También afirman que leyes de este tipo pueden conducir a un total vaciamiento de la autonomía de parte de las Comunidades Autónomas y que no se ha tenido en cuenta la situación de partida, en cuanto a endeudamiento, de éstas, ni sus necesidades de inversión, ni los desequilibrios existentes entre unos territorios y otros. Concluyen señalando que la hacienda pública ha de manejarse con criterios de eficacia y eficiencia pero, sobre todo, al servicio del bienestar de los ciudadanos, preguntándose por qué nos empeñamos en dar lecciones de rigurosidad a países más ricos, más solidarios y que ofrecen más oportunidades a sus ciudadanos que nosotros. 18