INTRODUCCIÓN AL LIBRO ANTONIO A GÜERA R UIZ Los Elementos de la Arquitectura por Sir Henry Wotton. Un texto crítico, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, Valladolid 1998 En pocos países de Europa el arquitecto gozó de tanto prestigio y relieve social como en Inglaterra, especialmente a partir de finales del siglo XVII, tras la reinstauración monárquica acaecida con Carlos II Estuardo. Figuras como las de Sir Christopher Wren, Sir Roger Pratt, Sir John Vanbrugh, Lord Burlington, Lord Pembroke, Sir William Chambers o Sir John Soane ya nos hablan de un pasado glorioso, en el que los arquitectos más afamados recibían el título de caballeros de la Corona por la nobleza de sus realizaciones artísticas y por la amplitud de sus conocimientos científicos y humanísticos. No es de extrañar, por tanto, que en Gran Bretaña surgiera una curiosa e íntima relación entre algunos arquitectos y ciertas personas de la nobleza, que ocuparon el papel de patronos, mecenas o incluso de amateurs de la arquitectura. O que la formación en la arquitectura –desde el conocimiento de los órdenes clásicos al consabido Grand Tour a Italia– llegara a ser una parte obligada en la educación de cualquier gentleman que aspirase a ocupar un lugar relevante en la esfera social y cultural del momento. De hecho, esta situación se prolonga hasta tiempos recientes, al menos hasta la época de entreguerras, pudiendo considerar a Sir Reginald Blomfield, Sir Edwin Lutyens o Sir Giles Gilbert Scott como los últimos arquitectos que gozaron de una notable popularidad y de un amplio reconocimiento público. Incluso cabría pensar que el innegable interés generalizado por la arquitectura, presente en Inglaterra a partir de los años veinte de este siglo –que ha dado lugar a debates periodísticos o radiofónicos, a programas televisivos, a amplias polémicas sobre la actuación de los arquitectos, etc.–, es la consecuencia de una socialización de ese interés por la arquitectura reservada hasta tiempos muy recientes tan sólo a las clases más pudientes. Con todo, es de notar que la emergencia de la figura del arquitecto en Gran Bretaña es bastante tardía, en comparación con lo que sucede en Italia, Francia o España. De hecho, cabría afirmar que el reconocimiento de la profesión del arquitecto en Inglaterra se va gestando a lo largo de todo el siglo XVII, para culminar en la figura de Sir Christopher Wren, posiblemente el arquitecto de mayor prestigio y reconocimiento en toda la historia de la arquitectura inglesa, con el que culmina un largo proceso que cabe estudiar a partir de los escritos ingleses sobre arquitectura o de las biografías de los más insignes arquitectos de la época. Centrándonos en la literatura inglesa de comienzos del siglo XVII, pocos 1 libros hicieron tanto para afianzar la arquitectura como una de las grandes artes, dotadas de un pretendido saber científico y de un claro contenido humanístico, como el libro que aquí presentamos: The Elements of Architecture, obra de Sir Henry Wotton escrita el año 1624. Interesa comentar, de entrada, y como un dato que va a ser algo común en la historia de la arquitectura inglesa, que Henry Wotton no es arquitecto. Es más bien –como al autor del presente trabajo le interesa destacar– un aficionado, un curioso, un diletante, cuyos conocimientos artísticos fueron alcanzados gracias a sus largas estancias en Italia sirviendo como embajador del rey Jacobo I Estuardo ante la república de Venecia. Tal como podemos leer en el estudio realizado por el profesor Antonio Agüera, los primeros estudios de Wotton en la Universidad de Oxford, sus amistades con literatos y poetas, sus conocimientos de varias lenguas –latín, griego, francés, alemán, italiano y español–, el cultivo de la poesía y, sobre todo, la necesidad de tener que escribir continuas epístolas para dar a conocer sus trabajos en distintas embajadas, le hacen acreedor de un cierto renombre en las páginas de la literatura inglesa del cambio de siglo. En este sentido, la lectura de The Elements of Architecture –o del análisis de sus ideas realizados por Antonio Agüera– nos produce un cierto asombro y admiración, al apreciar la elegante prosa de Wotton, que se complace en mostrar su erudición, a la vez que procura instruir y deleitar a aquellas personas de nobleza y cultura ajenas a lo que debía ser la auténtica arquitectura, tal como se entendía en las principales cortes europeas por él visitadas con ocasión de sus embajadas. Un dato significativo, en el análisis efectuado por Agüera, es el juicio comparativo que realiza sobre la calidad literaria de los dos primeros tratados de arquitectura ingleses, cuya edición dista unos sesenta años. El primero de estos textos, The First & Chief Groundes of Architecture, escrito por el pintor John Shute en 1563, utiliza un inglés arcaico, de difícil comprensión por la sintaxis y ortografía empleada. Mientras que el de Wotton, del año 1624, se lee de corrido, a la vez que se disfruta del fino ingenio y de abundantes y sutiles paradojas, tan típicas –a partir de entonces y, en parte, gracias a él– en la literatura anglosajona. Y es que la segunda mitad del siglo XVI, en la que surge la primera literatura artística en Gran Bretaña, coincide con la época de William Shakespeare; es decir, con unos años en los que se irá forjando el idioma inglés con la incorporación de un amplio vocabulario procedente del continente. En este contexto, el profesor Agüera nos recuerda que, tanto la obra de Shute, como la de Wotton, irán acuñando en su idioma un conjunto de términos, procedentes del latín e italiano, que convenientemente adaptados a la fonética inglesa, enriquecerán su lengua con todo un arsenal de vocablos eruditos –como pueden ser arte, architecture, columne, pillar, pylaster, proportion, order, disposition, dorique, tuscan, corinthian, ionique, architrave, frize, cornice, capitall, voluta, contraction, modiglioni, mould, modello, gallerie, pinacothecia, 2 commoditie, studiolo, y un largo etcétera– que permiten entender y hablar con propiedad de la nueva arquitectura procedente del continente. Es más que probable, en este contexto, que el conocimiento y empleo de estas palabras, en la conversación erudita sobre el arte y la arquitectura, se convirtiese en una moda entre los cortesanos de la corte de los primeros Estuardo. Pero no es éste el único, ni siquiera el principal mérito de The Elements of Architecture, tal como se nos narra en el presente trabajo. Si en algo destaca el pequeño tratado de Wotton es por dos motivos. En primer lugar, por haber inaugurado en Inglaterra la costumbre de publicar textos sobre arquitectura dirigidos, no a especialistas en la construcción –surveyors, maestros de obra o artesanos–, sino a personas de la nobleza o de la cultura. Se trata del primero de una serie de libros que se proponen, como objetivo prioritario, cultivar una determinada sensibilidad y buen gusto. Ofreciendo al lector interesado la oportunidad de conocer una serie de criterios de juicio y valoración ante una manera italianizante de hacer y entender la arquitectura hasta entonces desconocida en el país. En segundo lugar, la importancia del texto de Wotton reside en haber sido el primero en forjar una predilección por la arquitectura veneciana, y más concretamente por la arquitectura de Palladio, que tanta repercusión tendría en el desarrollo posterior de la arquitectura inglesa. A partir de estas dos premisas –expuestas con gran claridad por el profesor Agüera– podemos llegar a comprender el importante papel que jugó el libro de Wotton en la corte del infortunado Carlos I Estuardo, en cuanto necesario complemento para que la gente de la nobleza pudiera entender y apreciar las nuevas obras de arquitectura promovidas por la corona –la Queen’s House en Greenwich, el Banqueting Hall en Whitehall, la Queen’s Chapel en St. James, St. Paul en Covent Garden, o el pórtico añadido a la fábrica gótica de la catedral de San Pablo– erigidas por Inigo Jones en Londres, entre 1619 y 1634, según las pautas de la arquitectura palladiana y del véneto. Pero también nos permiten pensar en la innegable influencia que jugó The Elements of Architecture en la tarea de asentar la nueva figura del arquitecto en cuanto persona singular –en todo distinta a cualquier hábil artesano–, adornada de una amplia cultura, de un importante bagaje de saberes científicos, y de sólidos conocimientos artísticos referidos a la arquitectura de la antigüedad y del nuevo clasicismo renacentista. Como nos expone el profesor Antonio Agüera, las continuas ediciones del libro de Wotton durante el siglo XVII le hicieron muy popular, permitiendo que sus ideas y opiniones fuesen calando profundamente en las clases más cultivadas del país. De esta forma, no nos extraña que en la biblioteca de un eclesiástico, en todo ajeno a la arquitectura, como es el padre del arquitecto Christopher Wren, se encontrase un volumen de The Elements of Architecture con abundantes anotaciones al margen de su propietario, lo que nos indica una lectura atenta de las opiniones en él vertidas. 3 Profundizando en estas ideas, no nos será difícil llegar a comprender la diferencia que existe entre el rol social que ocupan en sus respectivas épocas los arquitectos Inigo Jones y Sir Christopher Wren. Si el primero siempre fue considerado como un hábil artesano, un decorador de mascaradas, o como el principal surveyor o maestro de obras del rey, el segundo sería considerado con toda propiedad como un arquitecto de reconocido rango social. Es más, conviene recordar que Wren no dudó en dedicarse a la arquitectura, con olvido de su prestigiosa carrera docente como científico en Oxford, cuando así se le requirió. Pues en 1663 –año en que recibe el encargo de proyectar el Sheldonian Theatre de Oxford– la arquitectura ya era considerada popularmente como una profesión reconocida, ejercida por personas de amplios y curiosos conocimientos que los distinguían de los simples surveyors. De todo ello, y de muchos más aspectos relacionados con la arquitectura inglesa de la época, se trata en el estudio ahora publicado. Un estudio que se estructura en tres partes bien diferenciadas. En la primera, a través de la presentación de la figura y linaje de Henry Wotton, el lector de nuestro país podrá descubrir unas páginas de la historia europea que quizá sean para nosotros poco conocidas. Se trata, como se podrá ver, de una historia realmente fascinante, en la que se entrecruzan acontecimientos políticos y religiosos que marcarán el futuro desarrollo de todo el siglo XVII. En la segunda parte, el autor del presente trabajo se centra en situar la obra de Wotton en el contexto de la literatura arquitectónica del momento, además de narrar su fortuna crítica en Inglaterra y España. Por último, en la tercera parte, se ocupa del análisis de las páginas del tratado, con especial referencia a las deudas con los textos arquitectónicos precedentes, a sus aportaciones originales y a algunas peculiaridades de la versión castellana. Pero no debemos extendernos más, ya que debe ser tarea del lector el descubrir por sí mismo, a través del presente estudio y de la lectura directa de las primeras ediciones inglesa y castellana, cuáles fueron esas opiniones vertidas por Wotton en su pequeño tratado y la novedad que supuso en el contexto de la literatura arquitectónica del momento. Un texto –me interesa volver a resaltar– que fue decisivo en la historia de las ideas arquitectónicas en Inglaterra; tanto por inaugurar una amplia tradición en el interés por el cultivo de la arquitectura como arte, como por importar el nuevo gusto italianizante en un país hasta entonces empobrecido y arcaizante en el terreno arquitectónico, replegado sobre sí mismo durante la época isabelina. Y todo ello –como ya hemos señalado– sin olvidar su importancia en la tarea de ayudar a configurar el estatus profesional del arquitecto en la Inglaterra del siglo XVII. CARLOS MONTES SERRANO 4