ARTICULANDO INVESTIGACIONES Bienvenido a esta sección, donde puedes publicar tus trabajos escolares, no dejes que se archiven en el olvido, mejor expón tus habilidades a l mundo… Y empezamos con este trabajo de la historia nacional, ojala les guste y les sea de utilidad…. Movimientos Obreros Mexicanos Durante El Porfiriato: Cananea y Río Blanco. Por: PAÚL HERNÁNDEZ MARTÍNEZ. El desarrollo prerrevolucionario del movimiento obrero en México puede dividirse en cuatro etapas principales. De la independencia hasta 1870 el carácter predominante artesanal y de pequeña escala que distinguía al sector agrícola limitó las actividades de organización sólo a la fundación de sociedades mutualistas que comenzaron a surgir en la década de 1850 a 1860. De 1870 a 1890 el capitalismo recibió un fuerte impulso debido a la creación del mercado nacional y al influjo de la inversión de capital extranjero en la industria y en la minería. La primera organización obrera de carácter nacional apareció por entonces mediante huelgas de mejorar las condiciones de los trabajadores. La creciente fuerza y autosuficiencia del régimen de Díaz impidió con eficacia que se superase de manera significativa la fase de organización mutualista. El frenesí del desarrollo pasó por su fase dinámica de 1880 a 1905, cuando llegó al máximo la inversión extranjera y la producción artesanal comenzó a ser sustituida por una concentración de obreros en gran escala en las fábricas. A la par llegó el apogeo del autoritarismo de Díaz. Una revolución es el periodo más tenso de la lucha de clases, cuando una clase social envejecida e impotente abandona la escena para dar paso a una nueva clase capaz de realizar las tareas inevitables del desarrollo histórico. La Revolución Mexicana no podía escapar a este proceso dialéctico y menos al hecho de que la nueva clase tiene que abrirse paso a fuerza de dinamita, para dominar los esfuerzos de la clase caduca que se niega a dejar este mundo. Toda revolución necesita un programa y de los hombres que han de ponerlo en práctica. La Revolución Mexicana de 1910 lo tiene inicialmente en las ideas del grupo que se encontraba encabezado por Ricardo Flores Magón, y americanstudies.ola dirección organizada es el Partido Liberal Mexicano que representando solo una etapa, es, sin embargo, el motor de todo el desarrollo posterior. La participación de la clase obrera en la Revolución de 1910 contiene ya todos los gérmenes de las luchas de los trabajadores mexicanos y la huelga de Cananea está situada en el centro de esa participación proletaria. Cananea y Río Blanco son las representaciones de la fuerza de una clase social que contiene todos los atributos de un futuro en un presente que no le pertenece. Según Esteban Calderón “El desarrollo combinado del capitalismo ad a nuestro país atrasado características aparentemente confusas. Contradiciendo el proceso normal primero surge el proletariado como clase y luego la burguesía nacional. Porque el proletariado no ha nacido en México, por obra del desarrollo capitalista nacional, sino a causa de la penetración del imperialismo extranjero. Son los imperialistas de Europa o de Norteamérica quienes penetran desde el siglo pasado y con su actividad industrial dan forma social al proletariado, sin el cual el capital extranjero no puede desarrollar su función explotadora”. La importancia de la huelga de Cananea y de Río Blanco radica en que los trabajadores mineros y textiles ya contenían en su acción los elementos del desarrollo histórico. Se enfrentaron a la dictadura feudal con el pensamiento puesto hacia el socialismo y no hacia la formación del régimen capitalista. Todas las ideas y las palabras socializantes plasmadas en los planes revolucionarios mexicanos de este siglo se nutren de esta aparente contradicción, pues en el orden histórico, la burguesía nacional era la encargada de pasar sobre el feudalismo para construir el capitalismo; pero solo el proletariado aliado a los campesinos podía pelear consecuentemente contra el feudalismo. La tragedia del proletariado mexicano radica entonces en que no sólo ha tenido que combatir para destruir el feudalismo, sino que ha tenido que formar políticamente a su propia clase explotadora: la burguesía nacional. En los escritos de los precursores está presente esa verdad. Flores Magón, Librado Rivera y todo ese grupo de personas del pensamiento precursor que florecieron en el mismo tiempo no supusieron jamás que su lucha iba a desembocar en la formación de una burguesía nacional que trataría de capitalizar o de destruir las ideas por las que ellos dieron su vida. Sin embargo, cuando el proletariado tome en sus manos la dirección de las luchas del pueblo mexicano (Revolución Mexicana) el pensamiento vivo de Flores Magón embonará nuevamente en el destino histórico de México. No habrá justicia social mientras exista una clase explotadora. Estas palabras que pertenecen al ideario de Flores Magón están probadas en la realidad. Es natural que las ideas de Flores Magón aparezcan cada vez más vivas y recientes. Han sido escritas para la proyección en la historia, aún independientemente de lo que él se hubiera propuesto. Los primeros sindicatos modernos se desarrollaron en las zonas industriales, y en 1906-1907 los choques violentos con la autoridad alcanzaron su máximo con una sangrienta crisis. En México había menos conocimiento del desarrollo del pensamiento socialista europeo que en muchos otros países latinoamericanos que se vieron beneficiados por la presencia de ideología europea hacia la formación del movimiento obrero. En la década de 1870 a 1880 se presentó un cambió fundamental en la historia del desarrollo de la organización sindical en México. Al fundarse en 1872 la primera asociación nacional de grupos obreros, el Gran Círculo de Obreros de México, se inició una nueva etapa en el desarrollo de las organizaciones sindicales. Los artesanos constituían la mayor parte del Gran Círculo, manejando la dirección del grupo los mismos. Dejaban bien claro que el movimiento obrero no usaría más que métodos legales de lucha y organización. La debilidad y confusión imperante en las filas del Gran Círculo quedó al descubierto en 1876 hasta el 80. Fue presa de una profunda división sobre la actitud que debía tomar hacia el poder central. La intervención de los políticos en lucha y más tarde la fuerte presión del nuevo gobierno de Díaz lograron neutralizar la organización. La desintegración del Gran Círculo comenzó durante un congreso nacional en marzo de 1876. La creciente fuerza y autosuficiencia del gobierno de Díaz limitó severamente la libertad de acción de la organización, y su labor se vio facilitada todavía más por el hecho de que ya para entonces la asistencia a las reuniones del Gran Círculo eran muy escasas. Los líderes originales conformaron ahora el Congreso Obrero, refugiándose en Zacatecas bajo la protección de Trinidad García de la Cadena, gobernador del estado. El fracaso de García de la Cadena en alcanzar la presidencia puso fin a las esperanzas del Gran Círculo de tener un protector generoso en el Palacio Nacional. Desde 1880 hasta su disolución final, diez años más tarde, la organización siguió entonces una sabia política de extrema moderación y de apoyo al gobierno de Díaz. En el decenio de 1870- 1880 México parecía estar superando la fase de fragmentación política, del caos económico y administrativo, y de la intervención extranjera que siguió a la independencia. La facción de liberales comandada por Porfirio Díaz en 1876, llegó al poder y gobernó al país por más de 30 años. El gobierno de Díaz inició una fase completamente nueva en la historia del país. Fue este el primer gobierno estable de México desde la gesta independentista; su estabilidad permitió proyectar, organizar y desarrollar un programa de crecimiento económico capitalista en el país. El gobierno que inauguró el general mestizo avalaba, primero, claramente el proceso de transición y, luego, el de la inmersión en un capitalismo dependiente. Para la élite porfirista la creación de un medio favorable a las transacciones era una condición indispensable para el progreso; por ello Díaz concentró su atención en la eliminación de los excesos del federalismo juarista, neutralizando el poder de los caciques regionales y reforzando la potencia coercitiva del gobierno central. Otro requisito para el rápido desarrollo económico era la creación de un mercado económico nacional. En este proceso fue importante la intensa actividad de construcción de ferrocarriles, aunque la reforma más importante de Díaz fue la supresión de las alcabalas que obstaculizaban la producción manufacturera y el comercio interior. La perpetuación de Díaz en el poder aparecía así como una necesidad que permitía garantizar ese proyecto económico y que servía de imán para atraer los capitales extranjeros, hasta entonces escépticos por la situación caótica que venía prevaleciendo desde la independencia. Parece que el largo trecho recorrido por el liberalismo se estanca en este momento. A partir de la Independencia, el sector terrateniente se había fortalecido y aparecieron nuevos grupos con fuerza e injerencia en el poder: el clero y el ejército. Los logros de la Constitución de 1857, la separación de la iglesia y Estado, quedaron de lado o bien se olvidaron en este periodo para entrar en un contubernio singular que permitió el desarrollo de la burguesía terrateniente. Al inicio del régimen, México seguía siendo un país atrasado. Requería un fuerte impulso en su economía. Solo estimulando la riqueza y combatiendo la pobreza se daría término al desorden y a la anarquía reinantes. Se generó como consecuencia una actitud conciliadora. Únicamente con un gobierno estable y fuerte se podría llevar a cabo el ambicioso sueño liberal del desarrollo económico; se consolidaría un estado nacional, un verdadero estado moderno. Estableciéndose así un sistema institucional más eficaz, el gobierno de Díaz consagró toda su energía en atraer inversiones del exterior. Durante el porfiriato se registró un gran aumento en la llegada del capital extranjero a México, gracias a las generosas concesiones fiscales y de tierra, a las condiciones bancarias favorables y a la total ausencia de restricciones a la libre importación de maquinaria y técnicos del exterior. La inversión extranjera total en el país aumentó de 100 millones de pesos en 1884 a 3400 millones en 1911. En 1911 casi todos los sectores importantes de la economía se hallaban en manos extranjeras. El capital británico y estadounidense controlaba casi todas las grandes empresas mineras y la naciente industria petrolera al igual que la red ferroviaria en sus inicios. La industria textil era dominada básicamente por el capital francés y por empresarios tanto franceses como españoles. La nueva industria del hierro y del acero fue financiada tanto por intereses estadounidenses como por capitalistas mexicanos de la parte nororiental del país. El comercio estaba en su mayor parte en manos de mexicanos, aunque existían fuertes inversiones francesas en forma de grandes tiendas, y los españoles recién emigrados tenían un papel importante en el pequeño comercio. El sector agrícola era controlado casi enteramente por capital mexicano, aunque el cultivo de productos de exportación tales como el henequén, el azúcar, el algodón y el hule, cuya demanda en el extranjero iba en aumento, recibió fuertes inversiones en el exterior. La recuperación económica se reflejó en un fuerte aumentó de la recaudación de impuestos por parte del gobierno federal y en un considerable aumentó de la tasa de crecimiento de la población. Las compañías ferroviarias, contrariamente a la costumbre de las empresas del sector manufacturero y minero empleaban a muchos extranjeros como maquinistas, fogoneros, ingenieros y telegrafistas principalmente estadounidenses. La discriminación en el empleo y la inferioridad de salarios que se pagaban a los mexicanos fomentaron el sentimiento anti-estadounidense y convirtieron a los ferrocarrileros en el elemento más nacionalista de la fuerza obrera mexicana. Aún más, durante la mayor parte del porfiriato se excluyó de modo deliberado a los mexicanos de aquellos empleos en los ferrocarriles que requerían una habilidad técnica. El porfiriato significa una etapa más en el contexto general de nuestra historia. Tanto su economía como su sustentación política se manifiestan como elementos motores y promotores del capitalismo. Durante el porfiriato, las clases dominantes estuvieron representadas por los terratenientes, los grandes industriales, comerciantes y banqueros mexicanos, en íntima asociación con los inversionistas extranjeros. Frente a ellos se encontraba el trabajador urbano asalariado, que constituyó un grupo cada vez más numeroso a medida que se generaba la industrialización del país, el artesano, cada vez más arruinado; el campesino, despojado o desarraigado violentamente, convertido en el explotado trabajador de la hacienda (el elemento social más explosivo al estallar la Revolución) y los obreros de las minas, ferrocarriles, etc. cuyos ingresos eran irregulares, siempre sujetos al despido y desempleo. Desde la época de Juárez el proyecto liberal había pretendido crear una masa de pequeños propietarios, pero al intentarlo, el latifundismo, que hasta entonces había detentado el clero, pasó a manos laicas y lo indígenas vieron como se aceleraba el proceso de despojo. Bajo estos lineamientos se generó uno de los grupos más poderosos del régimen porfirista: el de los grandes latifundistas. Paralelamente el gobierno vislumbró la posibilidad de atraer capitales extranjeros y, junto con ellos, una serie de ventajas y privilegios que contribuyeron a crear la infraestructura y medios de servicio durante la dictadura. Durante este periodo, los gobernantes reprodujeron la imagen del hacendado a niveles mayores, en un régimen de privilegio en que la sujeción personal de los trabajadores en las industrias agropecuarias y extractivas, y en el campo, tenían la garantía y el apoyo oficiales. Los intelectuales que lo rodearon crearon la imagen del dictador magnánimo, infalible, que había logrado lo imposible: el control total del país y la realidad de paz, orden, progreso, seguridad, prosperidad y estabilidad. Pese a la mano dura del régimen, debe señalarse que existió la oposición; rebeliones indígenas, huelgas obreras, levantamientos campesinos o replanteamientos reformistas en los círculos liberales de la clase media. Como consecuencia de ese permanente freno a sus intentos de ascenso social y participación www.cananea.com política, dichos sectores tuvieron que definirse y aprovechar las oportunidades que les ofrecía la crisis económica de principios de siglo, el malestar generalizado y la natural caducidad de los gobernantes porfiristas, para promover el movimiento democrático-burgués de 1910. Sería esta la tercera instancia revolucionaria, luego de la Independencia y la Reforma, que inscrita en el desarrollo capitalista, pretendería corregir una serie de errores y desviaciones económicos, sin desconocer precisamente su carácter esencial: el capitalismo. Sin duda alguna que todos los factores y aspectos comentados anteriormente traerían consigo repercusiones para el régimen de Díaz, consecuencias que se verían manifestadas en el más puro disgusto de los trabajadores de los diferentes sectores industriales. Es aquí donde podemos señalar un par de estos movimientos obreros que fueron de relevancia en el porfiriato, ya que mostraban fuertes tintes idealistas que abogaban por el cambio en la manera que se manejaban los aspectos laborales: desde los salarios que eran esenciales para los obreros hasta el mismo trato que recibían por parte de los patrones o capataces. Cananea y Río Blanco fueron dos movimientos en los que los trabajadores manifestaron su inconformidad en vías de una mejora en general, pero que como veremos más adelante, las cosas no se dieron de la manera que ellos hubieran esperado. Sin embargo, su importancia radica a futuro, en el otro movimiento mexicano que traería consigo una serie de cambios, transformaciones de raíz para un país que se encontraba corrupto y necesitado de esperanza, y ésta no se encontraría si no se buscaba, aunque la vía fuera muy sangrienta: la Revolución Mexicana. Cananea, pequeña población minera situada entre la frontera de Sonora y los Estados Unidos, era la sede de un mineral cuprífero de propiedad norteamericana, y el dominio personal del dueño de la Cananea Consolidated Copper Company, Coronel William C. Greene, cuya autoridad daba la ley no solo a los mineros sino a los funcionarios mexicanos dentro y más allá de su feudo industrial. El mineral formaba parte de un latifundio que comprendía dentro de sus límites un dilatado complejo agropecuario e industrial, abarcando pasto de ganado, rastros, comedores, hoteles, bancos y servicios municipales, o sea la reproducción en suelo mexicano de un típico company town estadounidense, incluso la soberanía importada del propietario extranjero. Cananea vivía de las ubres cupríferas de la compañía, y el coronel Greene se preciaba de pagar los sueldos más altos en la industria; pero en tato que el minero mexicano ganaba de tres a cinco pesos diarios y percibía el sueldo en plata, el norteamericano recibía de cinco a siete dólares, o sea el doble del mexicano, cobraba en oro y ocupaba los mejores y más remunerativos puestos en la planta; y la diferencia en la tarifa de pagos se agravaba con el alto costo de la vida en Sonora, debido a la depreciación de la plata que rebajaba el sueldo real del mexicano a la mitad de su valor nominal. La discriminación al mexicano y el favoritismo al norteamericano eran agravios profundamente resentidos en los pozos, la combinación de inferioridad económica y orgullo nacional ofrecía un campo feraz para agitar en Cananea y tres agentes de partido liberal penetraron en el campo para explotarlo. Uno de ellos era Esteban B. Calderón, un maestro de escuela quien entró a trabajar en el mineral en 1905 con el fin de conocer de primera mano las condiciones de trabajo. Pero enfermo a causa de las condiciones laborales y se unió a otro minero, Don Manuel M. Diéguez, que se había encaramado hacia la posición tope accesible a un mexicano como ayudante de rayador de una mina denominada significativamente Oversight; y los dos se dedicaron a despertar la resistencia de los mineros y animales a reclamar sus derechos. Tenía formado el embrión de una organización clandestina (en Sonora toda organización obrera era ilegal) y pensaba crear con el tiempo una unión minera en toda la República El 31 de mayo los mineros ocupados en la mina Oversight recibieron la noticia de que, a partir del día siguiente, el empleo sería por contrato (no por contrato colectivo con la compañía) sino por arreglo personal con los mayordomos, facultados para fijar individualmente las condiciones de trabajo, reducir equipos, aumentar jornadas, rebajar jornales y ocupar o despedir arbitrariamente. Esta economía crítica, ocasionada por una depresión en la industria, acabó por inflamar a los hombres, y al subir la tanda nocturna de la mina a las tres de la mañana, el turno del día siguiente se rehusó a bajar, y el paro estalló espontáneamente. Calderón y Diéguez cogidos por sorpresa y alarmados por la precipitación de los mineros, sabiendo que sin organización previa ni fondos para la resistencia el movimiento iba al fracaso, pero en la imposibilidad de abandonarlo corrieron a la boca de la mina donde, al romper el día, rodeados por los mineros amotinados vitoreando a México se apresuraron a dirigir el paro prematuro. Casi al mismo tiempo llegaron las autoridades municipales del mineral (el alcalde, el juez de distrito y el jefe de policía) quienes conminaron a los insubordinados a nombrar una delegación, a pasar a la comisaría de la compañía y presentar sus peticiones por escrito, pero con la advertencia previa que de ir a la huelga incurrirían en el delito de sedición. Sobre la marcha a la comisaría, Calderón improvisó un pliego de peticiones: salario mínimo de cinco pesos diarios y jornada máxima de ocho horas; ocupación de un 75% de mexicanos y 25% de extranjeros, teniendo las mismas aptitudes que los últimos, derechos de ascenso equitativo en igualdades de labores y condiciones, designación de hombres de nobles sentimientos al cuidado de las jaulas para evitar toda clase de fricción; y destitución de un mayordomo impopular. Después de haber leído las propuestas el coronel Greene mencionó, además de la ingratitud mostrada por los mineros, la siguiente frase: “todas las intrigas y exposiciones falaces que han estado haciendo aventureros sin conciencia y de mala fe, que no les importa nada la prosperidad e intereses tanto de Cananea como de sus mineros, serán del todo desechadas”. Como el coronel no se dignó a discutir la demanda y los mexicanos no eran limosneros, se declararon en huelga. Utilizando la leyenda de cinco pesos y ocho horas inscrita en la bandera que ondeaban comenzaron su marcha llamando a sus compañeros a unirse llegando a reunir hasta 2000 huelguistas en una marcha de tipo pacífica que fue transformada a consecuencia de los actos realizados por los hermanos Metcalf, mayordomos que primero los empaparon con mangueras y luego comenzaron a dispararles provocando que los mineros se echaran sobre ellos matándolos. Cuando llegaron al municipio solicitando protección por parte de las autoridades, éstas empezaron a abrir fuego contra de los mineros que se tuvieron que refugiar en donde podían, irrumpiendo en las casas de empeño en busca de armas con lo que se desató la batalla hasta que el parque se les acabó, retirándose a las afueras de Cananea porque estaban siendo cazados por la policía. Greene pide entonces ayuda a las autoridades del Estado y también a las norteamericanas, teniendo respuesta al día siguiente con la llegada de rurales mexicanos y un grupo de rangers. Dirigido por el coronel Greene y tripulando su automóvil, el gobernador lo acompañó al suburbio de ronquillo, centro administrativo del mineral, donde los dos dirigieron la palabra a los mineros en huelga. El coronel se contentó con repetir de viva voz el contenido de su carta al comité de huelga del día anterior; el gobernador secundando al coronel, lo ratificó por su parte y manifestó su satisfacción al saber que los mineros no tenían motivo justificado de descontento, como le constaba entre otras cosas por el hecho de que la tarifa de sueldos en el mineral era igual a la tarifa de precios en los burdeles de Cananea, donde los mexicanos pagaban tres pesos y los americanos cinco por el mismo servicio, sin quejarse de discriminación racial. Entonces se mandó a llamar a los líderes, pero Diéguez y Calderón se negaron terminantemente a entablar negociaciones. El jefe Kostelitzky, jefe de rurales acababa de llegar con 50 policías montados mexicanos, desalojó a los intrusos sin discutir y los repatrió al anochecer en el tren de la mañana, acompañándolos hasta la salida con impecable cortesía. Salvo por algunos brotes de violencia en la tarde, dominados también por el coronel Kostelitzky, para la noche del 2 de junio la llamada huelga de Cananea quedó liquidada. A Calderón y Diéguez, junto con sus diez presuntos cómplices se les declaró culpables de asonada contra la libertad de comercio e industria, y comprobados los delitos de homicidio e incendio en propiedad ajena, los encarceló; y por ende, dirigiéndose a los mineros, el general Luis Torres (jefe de la zona militar y compadre del gobernador)ordenó la reanudación del trabajo dentro del término de diez días, sobre pena de mandar a los insumisos a combatir contra el yaqui (ya que se encontraba en Sonara la guerra del yaqui). Perdida la huelga, los mineros volvieron al trabajo bajo las mismas condiciones que antes. Las demandas de la mano de obra eran una manifestación de nacionalismo económico que repercutió profundamente en la opinión pública, irritando el complejo de inferioridad del mexicano frente al norteamericano que estaba en la conciencia de todos, reconocido pero acallado hasta que la huelga de Cananea vino a despertarla en forma tan brutal que provocó una reacción de humillación pública y resentimiento patriótico. El patriotismo exigió la investigación de responsabilidades, comenzando con Izábal. El correo de Sonora insistió en que el gobernador fuera sujetado a proceso; en la capital de la República, El Tiempo hizo otro tanto, protestando por su parte. Protegiendo al gobernador, Ramón Corral corría el riesgo de incrementar su propia impopularidad y hasta de perjudicar al señor Presidente. Como Presidente y Vicepresidente de la República no fueran a tomar asiento también en el banquillo de los acusados, fue preciso procesar al funcionario menor y se cubrieron las formas, sometiendo al gobernador a juicio congresional ante el gran jurado del Senado, que lo declaró inocente para salvar el orgullo nacional. Inocente, en realidad, de hipocresía, el gobernador Izábal no entendió lo reprobable de pedir ayuda al vecino y de recibirla del amigo, y el Presidente pensaba igual. Recibió del embajador americano la oferta de ayuda militar y la agradeció sin aceptarla, pues ya tenía dominada la situación con puros elementos mexicanos, pero dijo que, de repetirse el caso, la tomaría en consideración. Tampoco salió indemne el presidente de la Cananea Consolidated Copper Company. En un informe rendido a Corral, el gobernador ratificó con sus propios ojos todas las defensas del coronel Greene. En cuento al cargo de discriminación racial, el gobernador lo encontró igualmente injustificable. Pues bien, huelga de hambre o huelga de raza, lo de Cananea era una protesta nacionalista que reverberó en la nación, y a pesar del testimonio del gobernador, el coronel Greene se vio obligado, a consecuencia de la publicidad recibida, a seguir la recomendación del Presidente de la República y retirarse de la dirección de su empresa benévola haciéndose representar por un sustituto que en algo mejoró las condiciones de mano de obra; pero dos años más tarde la empresa, debatiéndose siempre en una depresión siempre más dura, no era más que la sombra de lo que fuera en 1906. De los dos presidentes el más desgraciado era, sin duda, el general Díaz, porque la protección incondicional impartida al capital norteamericano le costó la fama, ya muy desgastada, de patriota ganada en la guerra contra el segundo imperio de Napoleón III y Maximiliano de Habsburgo. Los más castigados fueron los huelguistas mismos. Luego que se rindieron al gobierno, las leyes les cobró caro su mexicanismo espíritu de empresa. Calderón y Diéguez fueron sentenciados a 15 años en el presidio militar de San Juan de Ulúa, 17 mineros recibieron sentencias menores, y la prudencia de Corral salvó a Izábal de cometer otro error. Río Blanco es una población que se encuentra en el estado de Veracruz y colinda al noreste con Puebla. El clima de esta región se presenta templado y húmedo, generalmente, lo que propicia la siembra productiva de maíz, fríjol, algodón, trigo, además de poseer una industria en el ramo lechero actualmente. A una altitud media entre las aguas del puerto de Veracruz y la meseta de los Moctezuma, Río Blanco es un paraíso no sólo por su clima y paisaje, sino por estar perfectamente situada para las manufacturas que requieren energía hidráulica. Para el gerente Hartington, vigilante del trabajo de 6 000 hombres, mujeres y niños aproximadamente, su orgullo reside en que la fábrica de textiles de algodón de Río Blanco es una de las más grandes del mundo además de producir las mayores utilidades por la inversión ofrecida. La gran mayoría de los trabajadores de la compañía eran mexicanos. Percibían un salario de 75 centavos (los hombres, por supuesto), las mujeres alrededor de $4 pesos a la semana y los niños de 7 u 8 años de edad en promedio, 20 a 25 centavos por día. En la fábrica de textiles de Río Blanco las jornadas son largas: de 6 de la mañana hasta las 8 p.m., ¡13 horas en total!, Que se encuentran repletas de pelusa flotando en el ambiente y el nauseabundo olor de las salas de tinte. Tanto en Río Blanco como en las demás fábricas del país en las que, naturalmente, se vieran inmiscuidos trabajadores mexicanos principalmente, se carecía de leyes de trabajo que protegieran a los obreros de las atrocidades cometidas por los patrones. Los jefes no están obligados a respetar nada por lo que ellos son quienes determinan hasta que nivel llevar la explotación obrera. Y mientras que los patrones hacían de las suyas, también el propio régimen de Díaz apoyaba por completo a los inversionistas ofreciendo su aparato represivo para lo que necesitara, y todo esto con justa razón: Díaz era un fuerte accionista en esta empresa. Era de lo más comprensible el que los trabajadores estuvieran en desacuerdo con las normas de trabajo tan inhumanas que se les aplicaban diariamente llevándolos definitivamente hacia la muerte. Aunado al hecho de las condiciones laborales, se encontraba presente la figura de la tienda de raya, raya en la que tenían que comprar (por imposición) todos los artículos que “necesitasen”, ya que les era efectuada su paga con vales para el mejor control y absorción del capital. Por esta razón, los obreros se estaban preparando para luchar. En secreto, se estaba organizando un sindicato que daría como resultado al Círculo de Obreros. De esta manera los trabajadores se reunían en pequeños grupos, generalmente en sus hogares, para no ocasionar ninguna sospecha en las autoridades. Tan pronto como la empresa supo que los trabajadores se reunían para discutir sus problemas, comenzó a actuar contra ellos. Por medio de las autoridades policíacas, expidió una orden general que prohibió a los obreros, bajo pena de prisión, recibir cualquier clase de visitante, incluso a parientes. Y a las personas sospechosas de haberse afiliado al sindicato se les encarceló inmediatamente. A fines de 1906, siete mil obreros textiles afiliados al Segundo Gran Círculo de Obreros Libres en Puebla y Veracruz se declaran en huelga. La razón básica del movimiento es oponerse al reglamento único, propuesto por el Centro Industrial Mexicano cuyas cláusulas más importantes eran: jornada de doce y media horas, rebajas, sanciones unilaterales por trabajo defectuoso, prohibición de recibir visitas en las casas, pagos los domingos por la tarde. Los obreros responden con peticiones modestas: apenas se atreven, por ejemplo, a pedir la desaparición de las tiendas de raya. Porfirio Díaz acepta, pero los industriales recurren al paro en día de Navidad: 93 fábricas textiles de 20 estados detienen sus actividades. Los obreros reiteran al Presidente sus demandas, mayor justicia en la escala salarial, abolición de multas y descuentos por fiestas, libertad de recibir huéspedes, entre otras cosas. El 4 de Enero de 1907 Don Porfirio propone la nivelación de salarios, cesación de descuentos unilaterales y arbitrarios, creación de un fondo para huérfanos y viudas; prohíbe el trabajo infantil y admite las visitas domiciliarias. Pero además reflexiona sobre la introducción de una libreta sobre la conducta, laboriosidad y aptitudes. Los obreros advirtieron de inmediato el propósito policiaco. Los términos del laudo no eran obligatorios para los patrones y sí para los obreros, quienes deberían regresar forzosamente al trabajo. La mañana del lunes siete de enero de 1907 todos los obreros textiles acatan la orden. Hay una excepción: Río Blanco, una de las últimas fábricas en apoyar la huelga. Frente a la tienda de raya, los hermanos Garcín (administradores de nacionalidad francesa) provocan a los obreros y sus mujeres con el sonsonete de “pan, pan, no les dan...”. La fábrica tomó medidas y cerró la empresa al darse cuenta de la procedencia de la fuerza que sostenía a los huelguistas, dejando sin empleo a los trabajadores. Así que estos se conformaron a la ofensiva y formularon una serie de demandas, pero no fueron atendidas y a cambio de eso sólo obtuvieron la burla por parte del gerente de la compañía. Por la desesperación de no tener alimento principalmente, tuvieron que pedir ayuda a Díaz solicitándole que investigara la causa y a cambio ellos acatarían el fallo. Pero Díaz sólo simuló la investigación y pronto dio su decisión: la fábrica reanudaría sus actividades en las mismas condiciones por las que empezó la huelga. Pero los obreros se encontraban debilitados por el hambre; pedían una cantidad de maíz y fríjol para poder continuar con sus actividades hasta que recibieran su salario. La respuesta fue “A estos perros no les daremos ni agua”. Fue así como Margarita Martínez incitó al pueblo para que tomasen las provisiones negadas. La gente saqueó la tienda, la incendió después y por último prendió fuego a la fábrica que se encontraba enfrente. El pueblo no deseaba crear los disturbios, pero se vieron orillados a cometer esos disturbios; sin embargo, el gobierno si estaba preparado para las acciones que pudieran desarrollar los huelguistas. Batallones de soldados estaban esperando fuera del pueblo listos a combatir a los rebeldes. Comenzaron los disparos sobre la multitud que no estaba preparada para iniciar una revolución, ya que se encontraba desramada y desorganizada en este sentido. Los trabajadores fueron cruelmente perseguidos hasta sus casas, arrastrados fuera de sus escondites y asesinados a balazos. Algunos de las personas alcanzaron a huir hacia las montañas donde fueron cazados por varios días. Aunque no existen cifras exactas sobre el número de muertos en la matanza de Río Blanco, Kenneth Turner, en sus investigaciones acerca de este movimiento, estima que son alrededor de 200 y 800 personas. Otro de los testimonios que recabó este periodista para la elaboración en de su libro México Bárbaro proveniente de un hombre que había estado con los rurales es el siguiente: -Yo no sé a cuántos mataron, pero en la primera noche, después que llegaron los soldados, vi dos plataformas de ferrocarril repletas de cadáveres y miembros humanos apilados. Después de la primera noche hubo muchos muertos más. Esas plataformas fueron arrastradas por un tren especial y llevadas rápidamente a Veracruz, donde los cadáveres fueron arrojados al mar para alimento de los tiburones. Para todos aquellos que lograron escapar a la muerte, les destinaron castigos casi igual de terribles. Los fugitivos que posteriormente fueron capturados fueron consignados al ejército y también eran enviados a Quintana Roo. En cuanto a la agitadora del pueblo, Margarita Martínez, fue enviada a la prisión en San Juan de Ulúa, como sucedió también en Cananea. Como la tradición lo marca, el gobierno trató de esconder los hechos de la matanza de Río Blanco, pero no con mucho éxito. La nata se fue transmitiendo de boca en boca estremeciendo a la nación. Los obreros marcaron que ante la matanza, ellos habían tenido su “pequeña victoria”, ya que la protesta fue tan grande en contra de la empresa que Díaz concedió que la tienda se clausurase. Con esto los obreros podían comprar ahora en diferentes tiendas y donde quisieran. Finalmente, se puede mencionar que con los acontecimientos por parte de los trabajadores, se tomaron ciertas medidas preventivas para evitar que volviera a pasar algo similar: un grupo de 800 mexicanos, entre los cuales 600 eran soldados regulares y 200 rurales. Estos acampaban en terrenos de la compañía; donde además existía un jefe político con facultades propias. El tiempo, diario católico, comentó: “La mina se esta socavando debajo del suelo: Tarde o temprano reventará con furibundas explosiones”. Como en Cananea, los obreros de Río Blanco volvieron al trabajo insatisfechos, temerosos y heridos. ¿En qué se había distinguido su huelga de las muchas otras que estallaron en el porfiriato? Más que un anuncio de sucesos por venir, Río Blanco fue quizá presagio de ideas futuras. En Río Blanco, de pronto, se revela la cara oscura del progreso material: la cuestión social. También, es necesario señalar la labor que los periódicos ejercieron en contra de las condiciones sociales que prevalecían en la época. La mano de los idealistas se notó de tal manera que en muchas ocasiones el gobierno tuvo la necesidad de censurar las publicaciones que gestionaban el cambio y promovían ideas negativas que afectaban el mandato de Díaz. Aunque tanto como en Cananea como en Río Blanco, al final de los dos movimientos las condiciones hayan seguido igual que como empezaron, o seguramente peor, ya que después de los levantamientos se les tendrían más vigilados y presionados para que no intentaran nada de nueva cuenta, en lo que sí tuvieron gran peso fue a futuro, ya que gracias al sacrificio de estos obreros, el pueblo en general empezó a despertar de manera colectiva, preparándose para lo que sería una larga etapa de pelea por los derechos y mejores condiciones de vida. Al final de la historia, invito a la reflexión, a pensar en qué punto las personas pierden el sentido o la noción de saber lo que es correcto de lo incorrecto, ¿por qué se traicionan los ideales por los que una vez se peleó con valor?, ¿Cómo es posible desconocer las raíces que nos formaron un día?, ¿En qué momento se pierde el don de ser humano?. FUENTES CARR, Barry. 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