ARTICULANDO INVESTIGACIONES 1

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ARTICULANDO INVESTIGACIONES
Bienvenido a esta sección, donde puedes publicar tus trabajos escolares, no dejes
que se archiven en el olvido, mejor expón tus habilidades a l mundo…
Y empezamos con este trabajo de la historia nacional, ojala les guste y les sea de
utilidad….
Movimientos Obreros Mexicanos Durante El Porfiriato:
Cananea y Río Blanco.
Por:
PAÚL HERNÁNDEZ MARTÍNEZ.
El desarrollo prerrevolucionario del movimiento obrero en México puede
dividirse en cuatro etapas principales. De la independencia hasta 1870 el
carácter predominante artesanal y de pequeña escala que distinguía al sector
agrícola limitó las actividades de organización sólo a la fundación de
sociedades mutualistas que comenzaron a surgir en la década de 1850 a 1860.
De 1870 a 1890 el capitalismo recibió un fuerte impulso debido a la creación
del mercado nacional y al influjo de la inversión de capital extranjero en la
industria y en la minería.
La primera organización obrera de carácter nacional apareció por entonces
mediante huelgas de mejorar las condiciones de los trabajadores. La creciente
fuerza y autosuficiencia del régimen de Díaz impidió con eficacia que se
superase de manera significativa la fase de organización mutualista.
El frenesí del desarrollo pasó por su fase dinámica de 1880 a 1905, cuando
llegó al máximo la inversión extranjera y la producción artesanal comenzó a
ser sustituida por una concentración de obreros en
gran escala en las fábricas. A la par llegó el apogeo
del autoritarismo de Díaz.
Una revolución es el periodo más tenso
de la
lucha de clases, cuando una clase social envejecida
e impotente abandona la escena para dar paso a una nueva clase capaz de
realizar
las
tareas
inevitables
del
desarrollo
histórico.
La Revolución Mexicana no podía escapar a este proceso dialéctico y menos al
hecho de que la nueva clase tiene que abrirse paso a fuerza de dinamita, para
dominar los esfuerzos de la clase caduca que se niega a dejar este mundo.
Toda revolución necesita un programa y de los hombres que han de
ponerlo en práctica. La Revolución Mexicana de 1910 lo tiene inicialmente en
las ideas del grupo que se encontraba encabezado por Ricardo Flores Magón, y
americanstudies.ola dirección organizada es el Partido Liberal Mexicano que representando solo
una etapa, es, sin embargo, el motor de todo el desarrollo posterior.
La participación de la clase obrera en la Revolución de 1910 contiene ya
todos los gérmenes de las luchas de los trabajadores mexicanos y la huelga de
Cananea está situada en el centro de esa participación proletaria. Cananea y
Río Blanco son las representaciones de la fuerza de una clase social que
contiene todos los atributos de un futuro en un presente que no le pertenece.
Según Esteban Calderón “El desarrollo combinado del capitalismo ad a
nuestro país atrasado características aparentemente confusas. Contradiciendo
el proceso normal primero surge el proletariado como clase y luego la
burguesía nacional. Porque el proletariado no ha nacido en México, por obra
del desarrollo capitalista nacional, sino a causa de la penetración del
imperialismo extranjero. Son los imperialistas de Europa o de Norteamérica
quienes penetran desde el siglo pasado y con su actividad industrial dan forma
social al proletariado, sin el cual el capital extranjero no puede desarrollar su
función explotadora”.
La importancia de la huelga de Cananea y de Río Blanco radica en que los
trabajadores mineros y textiles ya contenían en su acción los elementos del
desarrollo histórico. Se enfrentaron a la dictadura feudal con el pensamiento
puesto hacia el socialismo y no hacia la formación del régimen capitalista.
Todas las ideas y las palabras socializantes plasmadas en los planes
revolucionarios mexicanos de este siglo se nutren de esta aparente
contradicción, pues en el orden histórico, la burguesía nacional era la
encargada de pasar sobre el feudalismo para construir el capitalismo; pero
solo el proletariado aliado a los campesinos podía pelear consecuentemente
contra el feudalismo.
La tragedia del proletariado mexicano radica entonces en que no sólo ha
tenido que combatir para destruir el feudalismo, sino que ha tenido que
formar políticamente a su propia clase explotadora: la burguesía nacional. En
los escritos de los precursores está presente esa verdad. Flores Magón, Librado
Rivera y todo ese grupo de personas del pensamiento precursor que
florecieron en el mismo tiempo no supusieron jamás que su lucha iba a
desembocar en la formación de una burguesía nacional que trataría de
capitalizar o de destruir las ideas por las que ellos dieron su vida. Sin embargo,
cuando el proletariado tome en sus manos la dirección de las luchas del
pueblo mexicano (Revolución Mexicana) el pensamiento vivo de Flores Magón
embonará nuevamente en el destino histórico de México.
No habrá justicia social mientras exista una clase explotadora. Estas
palabras que pertenecen al ideario de Flores Magón están probadas en la
realidad. Es natural que las ideas de Flores Magón aparezcan cada vez más
vivas y recientes. Han sido escritas para la proyección en la historia, aún
independientemente de lo que él se hubiera propuesto.
Los
primeros
sindicatos
modernos
se
desarrollaron
en
las
zonas
industriales, y en 1906-1907 los choques violentos con la autoridad
alcanzaron su máximo con una sangrienta crisis.
En México había menos conocimiento del desarrollo del pensamiento
socialista europeo que en muchos otros países latinoamericanos que se vieron
beneficiados por la presencia de ideología europea hacia la formación del
movimiento obrero.
En la década de 1870 a 1880 se presentó un cambió fundamental en la
historia del desarrollo de la organización sindical en México. Al fundarse en
1872 la primera asociación nacional de grupos obreros, el Gran Círculo de
Obreros de México, se inició una nueva etapa en el desarrollo de las
organizaciones sindicales. Los artesanos constituían la mayor parte del Gran
Círculo, manejando la dirección del grupo los mismos. Dejaban bien claro que
el movimiento obrero no usaría más que métodos legales de lucha y
organización.
La debilidad y confusión imperante en las filas del Gran Círculo quedó al
descubierto en 1876 hasta el 80. Fue presa de una profunda división sobre la
actitud que debía tomar hacia el poder central. La intervención de los políticos
en lucha y más tarde la fuerte presión del nuevo gobierno de Díaz lograron
neutralizar la organización.
La desintegración del Gran Círculo comenzó durante un congreso nacional
en marzo de 1876. La creciente fuerza y autosuficiencia del gobierno de Díaz
limitó severamente la libertad de acción de la organización, y su labor se vio
facilitada todavía más por el hecho de que ya para entonces la asistencia a las
reuniones del Gran Círculo eran muy escasas.
Los líderes originales conformaron ahora el Congreso Obrero, refugiándose
en Zacatecas bajo la protección de Trinidad García de la Cadena, gobernador
del estado. El fracaso de García de la Cadena en alcanzar la presidencia puso
fin a las esperanzas del Gran Círculo de tener un protector generoso en el
Palacio Nacional. Desde 1880 hasta su disolución final, diez años más tarde, la
organización siguió entonces una sabia política de extrema moderación y de
apoyo al gobierno de Díaz.
En el decenio de 1870- 1880 México parecía estar superando la fase de
fragmentación política, del caos económico y administrativo, y de la
intervención extranjera que siguió a la independencia. La facción de liberales
comandada por Porfirio Díaz en 1876, llegó al poder y gobernó al país por más
de 30 años. El gobierno de Díaz inició una fase completamente nueva en la
historia del país.
Fue
este
el
primer
gobierno
estable
de
México
desde
la
gesta
independentista; su estabilidad permitió proyectar, organizar y desarrollar un
programa de crecimiento económico capitalista en el país. El gobierno que
inauguró el general mestizo avalaba, primero, claramente el proceso de
transición y, luego, el de la inmersión en un capitalismo dependiente.
Para la élite porfirista la creación de un medio favorable a las transacciones
era una condición indispensable para el progreso; por ello Díaz concentró su
atención
en
la
eliminación
de
los
excesos
del
federalismo
juarista,
neutralizando el poder de los caciques regionales y reforzando la potencia
coercitiva del gobierno central.
Otro requisito para el rápido desarrollo económico era la creación de un
mercado económico nacional. En este proceso fue importante la intensa
actividad de construcción de ferrocarriles, aunque la reforma más importante
de Díaz fue la supresión de las alcabalas que obstaculizaban la producción
manufacturera y el comercio interior.
La perpetuación de Díaz en el poder aparecía así como una necesidad que
permitía garantizar ese proyecto económico y que servía de imán para atraer
los capitales extranjeros, hasta entonces escépticos por la situación caótica
que venía prevaleciendo desde la independencia.
Parece que el largo trecho recorrido por el liberalismo se estanca en este
momento. A partir de la Independencia, el sector terrateniente se había
fortalecido y aparecieron nuevos grupos con fuerza e injerencia en el poder: el
clero y el ejército. Los logros de la Constitución de 1857, la separación de la
iglesia y Estado, quedaron de lado o bien se olvidaron en este periodo para
entrar en un contubernio singular que permitió el desarrollo de la burguesía
terrateniente.
Al inicio del régimen, México seguía siendo un país atrasado. Requería un
fuerte impulso en su economía. Solo estimulando la riqueza y combatiendo la
pobreza se daría término al desorden y a la anarquía reinantes. Se generó
como consecuencia una actitud conciliadora.
Únicamente con un gobierno estable y fuerte se podría llevar a cabo el
ambicioso sueño liberal del desarrollo económico; se consolidaría un estado
nacional, un verdadero estado moderno. Estableciéndose así un sistema
institucional más eficaz, el gobierno de Díaz consagró toda su energía en
atraer inversiones del exterior. Durante el porfiriato se registró un gran
aumento en la llegada del capital extranjero a México, gracias a las generosas
concesiones fiscales y de tierra, a las condiciones bancarias favorables y a la
total ausencia de restricciones a la libre importación de maquinaria y técnicos
del exterior.
La inversión extranjera total en el país aumentó de 100 millones de pesos
en 1884 a 3400 millones en 1911.
En 1911 casi todos los sectores importantes de la economía se hallaban en
manos extranjeras. El capital británico y estadounidense controlaba casi todas
las grandes empresas mineras y la naciente industria petrolera al igual que la
red ferroviaria en sus inicios.
La industria textil era dominada básicamente por el capital francés y por
empresarios tanto franceses como españoles. La nueva industria del hierro y
del acero fue financiada tanto por intereses estadounidenses como por
capitalistas mexicanos de la parte nororiental del país. El comercio estaba en
su mayor parte en manos de mexicanos, aunque existían fuertes inversiones
francesas en forma de grandes tiendas, y los españoles recién emigrados
tenían un papel importante en el pequeño comercio. El sector agrícola era
controlado casi enteramente por capital mexicano, aunque el cultivo de
productos de exportación tales como el henequén, el azúcar, el algodón y el
hule, cuya demanda en el extranjero iba en aumento, recibió fuertes
inversiones en el exterior.
La recuperación económica se reflejó en un fuerte aumentó de la
recaudación de impuestos por parte del gobierno federal y en un considerable
aumentó de la tasa de crecimiento de la población.
Las compañías ferroviarias, contrariamente a la costumbre de las empresas
del sector manufacturero y minero empleaban a muchos extranjeros como
maquinistas,
fogoneros,
ingenieros
y
telegrafistas
principalmente
estadounidenses.
La discriminación en el empleo y la inferioridad de salarios que se pagaban
a los mexicanos fomentaron el sentimiento anti-estadounidense y convirtieron
a los ferrocarrileros en el elemento más nacionalista de la fuerza obrera
mexicana.
Aún más, durante la mayor parte del porfiriato se excluyó de modo
deliberado a los mexicanos de aquellos empleos en los ferrocarriles que
requerían una habilidad técnica.
El porfiriato significa una etapa más en el contexto general de nuestra
historia. Tanto su economía como su sustentación política se manifiestan
como elementos motores y promotores del capitalismo.
Durante el porfiriato, las clases dominantes estuvieron representadas por
los terratenientes, los grandes industriales, comerciantes y banqueros
mexicanos, en íntima asociación con los inversionistas extranjeros. Frente a
ellos se encontraba el trabajador urbano asalariado, que constituyó un grupo
cada vez más numeroso a medida que se generaba la industrialización del
país, el artesano, cada vez más arruinado; el campesino, despojado o
desarraigado violentamente, convertido en el explotado trabajador de la
hacienda (el elemento social más explosivo al estallar la Revolución) y los
obreros de las minas, ferrocarriles, etc. cuyos ingresos eran irregulares,
siempre sujetos al despido y desempleo.
Desde la época de Juárez el proyecto liberal había pretendido crear una
masa de pequeños propietarios, pero al intentarlo, el latifundismo, que hasta
entonces había detentado el clero, pasó a manos laicas y lo indígenas vieron
como se aceleraba el proceso de despojo. Bajo estos lineamientos se generó
uno de los grupos más poderosos del régimen porfirista: el de los grandes
latifundistas.
Paralelamente el gobierno vislumbró la posibilidad de atraer capitales
extranjeros y, junto con ellos, una serie de ventajas y privilegios que
contribuyeron a crear la infraestructura y medios de servicio durante la
dictadura.
Durante este periodo, los gobernantes reprodujeron la imagen del
hacendado a niveles mayores, en un régimen de privilegio en que la sujeción
personal de los trabajadores en las industrias agropecuarias y extractivas, y en
el campo, tenían la garantía y el apoyo oficiales.
Los intelectuales que lo rodearon crearon la imagen del dictador
magnánimo, infalible, que había logrado lo imposible: el control total del país
y la realidad de paz, orden, progreso, seguridad, prosperidad y estabilidad.
Pese a la mano dura del régimen, debe
señalarse que existió la oposición; rebeliones
indígenas,
huelgas
obreras,
levantamientos
campesinos o replanteamientos reformistas en
los círculos liberales de la clase media. Como
consecuencia de ese permanente freno a sus
intentos
de
ascenso
social
y
participación
www.cananea.com
política, dichos sectores tuvieron que definirse y aprovechar las oportunidades
que les ofrecía la crisis económica de principios de siglo, el malestar
generalizado y la natural caducidad de los gobernantes porfiristas, para
promover el movimiento
democrático-burgués de 1910.
Sería esta la tercera instancia revolucionaria, luego de la Independencia y la
Reforma, que inscrita en el desarrollo capitalista, pretendería corregir una serie
de errores y desviaciones económicos, sin desconocer precisamente su
carácter esencial: el capitalismo.
Sin
duda
alguna
que
todos
los
factores
y
aspectos
comentados
anteriormente traerían consigo repercusiones para el régimen de Díaz,
consecuencias que se verían manifestadas en el más puro disgusto de los
trabajadores de los diferentes sectores industriales.
Es aquí donde podemos señalar un par de estos movimientos obreros que
fueron de relevancia en el porfiriato, ya que mostraban fuertes tintes idealistas
que abogaban por el cambio en la manera que se manejaban los aspectos
laborales: desde los salarios que eran esenciales para los obreros hasta el
mismo trato que recibían por parte de los patrones o capataces.
Cananea y Río Blanco fueron dos movimientos en los que los trabajadores
manifestaron su inconformidad en vías de una mejora en general, pero que
como veremos más adelante, las cosas no se dieron de la manera que ellos
hubieran esperado.
Sin embargo, su importancia radica a futuro, en el otro movimiento
mexicano que traería consigo una serie de cambios, transformaciones de raíz
para un país que se encontraba corrupto y necesitado de esperanza, y ésta no
se encontraría si no se buscaba, aunque la vía fuera muy sangrienta: la
Revolución Mexicana.
Cananea, pequeña población minera situada entre la frontera de Sonora y
los Estados Unidos, era la sede de un mineral cuprífero de propiedad
norteamericana, y el dominio personal del dueño de la Cananea Consolidated
Copper Company, Coronel William C. Greene, cuya autoridad daba la ley no
solo a los mineros sino a los funcionarios mexicanos dentro y más allá de su
feudo industrial. El mineral formaba parte de un latifundio que comprendía
dentro de sus límites un dilatado complejo agropecuario e industrial,
abarcando pasto de ganado, rastros, comedores, hoteles, bancos y servicios
municipales, o sea la reproducción en suelo mexicano de un típico company
town
estadounidense,
incluso
la
soberanía
importada
del
propietario
extranjero.
Cananea vivía de las ubres cupríferas de la compañía, y el coronel Greene
se preciaba de pagar los sueldos más altos en la industria; pero en tato que el
minero mexicano ganaba de tres a cinco pesos diarios y percibía el sueldo en
plata, el norteamericano recibía de cinco a siete dólares, o sea el doble del
mexicano, cobraba en oro y ocupaba los mejores y más remunerativos puestos
en la planta; y la diferencia en la tarifa de pagos se agravaba con el alto costo
de la vida en Sonora, debido a la depreciación de la plata que rebajaba el
sueldo real del mexicano a la mitad de su valor nominal.
La discriminación al mexicano y el favoritismo al norteamericano eran
agravios profundamente resentidos en los pozos, la combinación de
inferioridad económica y orgullo nacional ofrecía un campo feraz para agitar
en Cananea y tres agentes de partido liberal penetraron en el campo para
explotarlo. Uno de ellos era Esteban B. Calderón, un maestro de escuela quien
entró a trabajar en el mineral en 1905 con el fin de conocer de primera mano
las condiciones de trabajo. Pero enfermo a causa de las condiciones laborales y
se unió a otro minero, Don Manuel M. Diéguez, que se había encaramado hacia
la posición tope accesible a un mexicano como ayudante de rayador de una
mina denominada significativamente Oversight; y los dos se dedicaron a
despertar la resistencia de los mineros y animales a reclamar sus derechos.
Tenía formado el embrión de una organización clandestina (en Sonora toda
organización obrera era ilegal) y pensaba crear con el tiempo una unión minera
en toda la República
El 31 de mayo los mineros ocupados en la mina Oversight recibieron la
noticia de que, a partir del día siguiente, el empleo sería por contrato (no por
contrato colectivo con la compañía) sino por arreglo personal con los
mayordomos, facultados para fijar individualmente las condiciones de trabajo,
reducir equipos, aumentar jornadas, rebajar jornales y ocupar o despedir
arbitrariamente. Esta economía crítica, ocasionada por una depresión en la
industria, acabó por inflamar a los hombres, y al subir la tanda nocturna de la
mina a las tres de la mañana, el turno del día siguiente se rehusó a bajar, y el
paro estalló espontáneamente.
Calderón y Diéguez cogidos por sorpresa y alarmados por la precipitación
de los mineros, sabiendo que sin organización previa ni fondos para la
resistencia el movimiento iba al fracaso, pero en la imposibilidad de
abandonarlo corrieron a la boca de la mina donde, al romper el día, rodeados
por los mineros amotinados vitoreando a México se apresuraron a dirigir el
paro prematuro. Casi al mismo tiempo llegaron las autoridades municipales
del mineral (el alcalde, el juez de distrito y el jefe de policía) quienes
conminaron a los insubordinados a nombrar una delegación, a pasar a la
comisaría de la compañía y presentar sus peticiones por escrito, pero con la
advertencia previa que de ir a la huelga incurrirían en el delito de sedición.
Sobre la marcha a la comisaría, Calderón improvisó un pliego de peticiones:
salario mínimo de cinco pesos diarios y jornada máxima de ocho horas;
ocupación de un 75% de mexicanos y 25% de extranjeros, teniendo las mismas
aptitudes que los últimos, derechos de ascenso equitativo en igualdades de
labores y condiciones, designación de hombres de nobles sentimientos al
cuidado de las jaulas para evitar toda clase de fricción; y destitución de un
mayordomo impopular. Después de haber leído las propuestas el coronel
Greene mencionó, además de la ingratitud mostrada por los mineros, la
siguiente frase: “todas las intrigas y exposiciones falaces que han estado
haciendo aventureros sin conciencia y de mala fe, que no les importa nada la
prosperidad e intereses tanto de Cananea como de sus mineros, serán del todo
desechadas”.
Como el coronel no se dignó a discutir la demanda y los mexicanos no eran
limosneros, se declararon en huelga.
Utilizando la leyenda de cinco pesos y ocho horas inscrita en la bandera
que ondeaban comenzaron su marcha llamando a sus compañeros a unirse
llegando a reunir hasta 2000 huelguistas en una marcha de tipo pacífica que
fue transformada a consecuencia de los actos realizados por los hermanos
Metcalf, mayordomos que primero los empaparon con mangueras y luego
comenzaron a dispararles provocando que los mineros se echaran sobre ellos
matándolos.
Cuando llegaron al municipio solicitando protección por parte de las
autoridades, éstas empezaron a abrir fuego contra de los mineros que se
tuvieron que refugiar en donde podían, irrumpiendo en las casas de empeño
en busca de armas con lo que se desató la batalla hasta que el parque se les
acabó, retirándose a las afueras de Cananea porque estaban siendo cazados
por la policía. Greene pide entonces ayuda a las autoridades del Estado y
también a las norteamericanas, teniendo respuesta al día siguiente con la
llegada de rurales mexicanos y un grupo de rangers.
Dirigido por el coronel Greene y tripulando su automóvil, el gobernador lo
acompañó al suburbio de ronquillo, centro administrativo del mineral, donde
los dos dirigieron la palabra a los mineros en huelga. El coronel se contentó
con repetir de viva voz el contenido de su carta al comité de huelga del día
anterior; el gobernador secundando al coronel, lo ratificó por su parte y
manifestó su satisfacción al saber que los mineros no tenían motivo justificado
de descontento, como le constaba entre otras cosas por el hecho de que la
tarifa de sueldos en el mineral era igual a la tarifa de precios en los burdeles
de Cananea, donde los mexicanos pagaban tres pesos y los americanos cinco
por el mismo servicio, sin quejarse de discriminación racial. Entonces se
mandó a llamar a los líderes, pero Diéguez y Calderón se negaron
terminantemente a entablar negociaciones.
El jefe Kostelitzky, jefe de rurales acababa de llegar con 50 policías
montados mexicanos, desalojó a los intrusos sin discutir y los repatrió al
anochecer en el tren de la mañana, acompañándolos hasta la salida con
impecable cortesía. Salvo por algunos brotes de violencia en la tarde,
dominados también por el coronel Kostelitzky, para la noche del 2 de junio la
llamada huelga de Cananea quedó liquidada.
A Calderón y Diéguez, junto con sus diez presuntos cómplices se les
declaró culpables de asonada contra la libertad de comercio e industria, y
comprobados los delitos de homicidio e incendio en propiedad ajena, los
encarceló; y por ende, dirigiéndose a los mineros, el general Luis Torres (jefe
de la zona militar y compadre del gobernador)ordenó la reanudación del
trabajo dentro del término de diez días, sobre pena de mandar a los insumisos
a combatir contra el yaqui (ya que se encontraba en Sonara la guerra del
yaqui).
Perdida la huelga, los mineros volvieron al trabajo bajo las mismas
condiciones que antes.
Las demandas de la mano de obra eran una manifestación de nacionalismo
económico que repercutió profundamente en la opinión pública, irritando el
complejo de inferioridad del mexicano frente al norteamericano que estaba en
la conciencia de todos, reconocido pero acallado hasta que la huelga de
Cananea vino a despertarla en forma tan brutal que provocó una reacción de
humillación pública y resentimiento patriótico.
El patriotismo exigió la investigación de responsabilidades, comenzando
con Izábal. El correo de Sonora insistió en que el gobernador fuera sujetado a
proceso; en la capital de la República, El Tiempo hizo otro tanto, protestando
por su parte.
Protegiendo al gobernador, Ramón Corral corría el riesgo de incrementar su
propia impopularidad y hasta de perjudicar al señor Presidente.
Como Presidente y Vicepresidente de la República no fueran a tomar
asiento también en el banquillo de los acusados, fue preciso procesar al
funcionario menor y se cubrieron las formas, sometiendo al gobernador a
juicio congresional ante el gran jurado del Senado, que lo declaró inocente
para salvar el orgullo nacional. Inocente, en realidad, de hipocresía, el
gobernador Izábal no entendió lo reprobable de pedir ayuda al vecino y de
recibirla del amigo, y el Presidente pensaba igual. Recibió del embajador
americano la oferta de ayuda militar y la agradeció sin aceptarla, pues ya tenía
dominada la situación con puros elementos mexicanos, pero dijo que, de
repetirse el caso, la tomaría en consideración.
Tampoco salió indemne el presidente de la Cananea Consolidated Copper
Company. En un informe rendido a Corral, el gobernador ratificó con sus
propios ojos todas las defensas del coronel Greene. En cuento al cargo de
discriminación racial, el gobernador lo encontró igualmente injustificable.
Pues bien, huelga de hambre o huelga de raza, lo de Cananea era una
protesta nacionalista que reverberó en la nación, y a pesar del testimonio del
gobernador, el coronel Greene se vio obligado, a consecuencia de la publicidad
recibida, a seguir la recomendación del Presidente de la República y retirarse
de la dirección de su empresa benévola haciéndose representar por un
sustituto que en algo mejoró las condiciones de mano de obra; pero dos años
más tarde la empresa, debatiéndose siempre en una depresión siempre más
dura, no era más que la sombra de lo que fuera en 1906. De los dos
presidentes el más desgraciado era, sin duda, el general Díaz, porque la
protección incondicional impartida al capital norteamericano le costó la fama,
ya muy desgastada, de patriota ganada en la guerra contra el segundo imperio
de Napoleón III y Maximiliano de Habsburgo.
Los más castigados fueron los huelguistas mismos. Luego que se rindieron
al gobierno, las leyes les cobró caro su mexicanismo espíritu de empresa.
Calderón y Diéguez fueron sentenciados a 15 años en el presidio militar de
San Juan de Ulúa, 17 mineros recibieron sentencias menores, y la prudencia de
Corral salvó a Izábal de cometer otro error.
Río Blanco es una población que se encuentra en el estado de Veracruz y
colinda al noreste con Puebla. El clima de esta región se presenta templado y
húmedo, generalmente, lo que propicia la siembra productiva de maíz, fríjol,
algodón, trigo, además de poseer una industria en el ramo lechero
actualmente.
A una altitud media entre las aguas del puerto de Veracruz y la meseta de
los Moctezuma, Río Blanco es un paraíso no sólo por su clima y paisaje, sino
por estar perfectamente situada para las manufacturas que requieren energía
hidráulica.
Para el gerente Hartington, vigilante del trabajo de 6 000 hombres, mujeres
y niños aproximadamente, su orgullo reside en que la fábrica de textiles de
algodón de Río Blanco es una de las más grandes del mundo además de
producir las mayores utilidades por la inversión ofrecida.
La gran mayoría de los trabajadores de la compañía eran mexicanos.
Percibían un salario de 75 centavos (los hombres, por supuesto), las mujeres
alrededor de $4 pesos a la semana y los niños de 7 u 8 años de edad en
promedio, 20 a 25 centavos por día.
En la fábrica de textiles de Río Blanco las jornadas son largas: de 6 de la
mañana hasta las 8 p.m., ¡13 horas en total!, Que se encuentran repletas de
pelusa flotando en el ambiente y el nauseabundo olor de las salas de tinte.
Tanto en Río Blanco como en las demás fábricas del país en las que,
naturalmente, se vieran inmiscuidos trabajadores mexicanos principalmente,
se carecía de leyes de trabajo que protegieran a los obreros de las atrocidades
cometidas por los patrones. Los jefes no están obligados a respetar nada por
lo que ellos son quienes determinan hasta que nivel llevar la explotación
obrera. Y mientras que los patrones hacían de las suyas, también el propio
régimen de Díaz apoyaba por completo a los inversionistas ofreciendo su
aparato represivo para lo que necesitara, y todo esto con justa razón: Díaz era
un fuerte accionista en esta empresa.
Era de lo más comprensible el que los trabajadores estuvieran en
desacuerdo con las normas de trabajo tan inhumanas que se les aplicaban
diariamente llevándolos definitivamente hacia la muerte. Aunado al hecho de
las condiciones laborales, se encontraba presente la figura de la tienda de
raya,
raya en la que tenían que comprar (por imposición) todos los artículos que
“necesitasen”, ya que les era efectuada su paga con vales para el mejor control
y absorción del capital.
Por esta razón, los obreros se estaban preparando para luchar. En secreto,
se estaba organizando un sindicato que daría como resultado al Círculo de
Obreros. De esta manera los trabajadores se reunían en pequeños grupos,
generalmente en sus hogares, para no ocasionar ninguna sospecha en las
autoridades.
Tan pronto como la empresa supo que los trabajadores se reunían para
discutir sus problemas, comenzó a actuar contra ellos. Por medio de las
autoridades policíacas, expidió una orden general que prohibió a los obreros,
bajo pena de prisión, recibir cualquier clase de visitante, incluso a parientes. Y
a las personas sospechosas de haberse afiliado al sindicato se les encarceló
inmediatamente.
A fines de 1906, siete mil obreros textiles afiliados al Segundo Gran Círculo
de Obreros Libres en Puebla y Veracruz se declaran en huelga. La razón básica
del movimiento es oponerse al reglamento único, propuesto por el Centro
Industrial Mexicano cuyas cláusulas más importantes eran: jornada de doce y
media
horas,
rebajas,
sanciones
unilaterales
por
trabajo
defectuoso,
prohibición de recibir visitas en las casas, pagos los domingos por la tarde. Los
obreros responden con peticiones modestas: apenas se atreven, por ejemplo, a
pedir la desaparición de las tiendas de raya.
Porfirio Díaz acepta, pero los industriales recurren al paro en día de
Navidad: 93 fábricas textiles de 20 estados detienen sus actividades. Los
obreros reiteran al Presidente sus demandas, mayor justicia en la escala
salarial, abolición de multas y descuentos por fiestas, libertad de recibir
huéspedes, entre otras cosas.
El 4 de Enero de 1907 Don Porfirio propone la nivelación de salarios,
cesación de descuentos unilaterales y arbitrarios, creación de un fondo para
huérfanos y viudas; prohíbe el trabajo infantil y admite las visitas domiciliarias.
Pero además reflexiona sobre la introducción de una libreta sobre la conducta,
laboriosidad y aptitudes. Los obreros advirtieron de inmediato el propósito
policiaco. Los términos del laudo no eran obligatorios para los patrones y sí
para los obreros, quienes deberían regresar forzosamente al trabajo.
La mañana del lunes siete de enero de 1907 todos los obreros textiles
acatan la orden. Hay una excepción: Río Blanco, una de las últimas fábricas en
apoyar la huelga. Frente a la tienda de raya, los hermanos Garcín
(administradores de nacionalidad francesa) provocan a los obreros y sus
mujeres con el sonsonete de “pan, pan, no les dan...”.
La fábrica tomó medidas y cerró la empresa al darse cuenta de la
procedencia de la fuerza que sostenía a los huelguistas, dejando sin empleo a
los trabajadores.
Así que estos se conformaron a la ofensiva y formularon una serie de
demandas, pero no fueron atendidas y a cambio de eso sólo obtuvieron la
burla por parte del gerente de la compañía.
Por la desesperación de no tener alimento principalmente, tuvieron que
pedir ayuda a Díaz solicitándole que investigara la causa y a cambio ellos
acatarían el fallo. Pero Díaz sólo simuló la investigación y pronto dio su
decisión: la fábrica reanudaría sus actividades en las mismas condiciones por
las que empezó la huelga. Pero los obreros se encontraban debilitados por el
hambre; pedían una cantidad de maíz y fríjol para poder continuar con sus
actividades hasta que recibieran su salario. La respuesta fue “A estos perros no
les daremos ni agua”. Fue así como Margarita Martínez incitó al pueblo para
que tomasen las provisiones negadas. La gente saqueó la tienda, la incendió
después y por último prendió fuego a la fábrica que se encontraba enfrente.
El pueblo no deseaba crear los disturbios, pero se vieron orillados a
cometer esos disturbios; sin embargo, el gobierno si estaba preparado para las
acciones que pudieran desarrollar los huelguistas. Batallones de soldados
estaban esperando fuera del pueblo listos a combatir a los rebeldes.
Comenzaron los disparos sobre la multitud que no estaba preparada para
iniciar una revolución, ya que se encontraba desramada y desorganizada en
este sentido.
Los
trabajadores
fueron
cruelmente
perseguidos
hasta
sus
casas,
arrastrados fuera de sus escondites y asesinados a balazos. Algunos de las
personas alcanzaron a huir hacia las montañas donde fueron cazados por
varios días.
Aunque no existen cifras exactas sobre el número de muertos en la
matanza de Río Blanco, Kenneth Turner, en sus investigaciones acerca de este
movimiento, estima que son alrededor de 200 y 800 personas.
Otro de los testimonios que recabó este periodista para la elaboración en
de su libro México Bárbaro proveniente de un hombre que había estado con los
rurales es el siguiente:
-Yo no sé a cuántos mataron, pero en la primera noche, después que
llegaron los soldados, vi dos plataformas de ferrocarril repletas de cadáveres y
miembros humanos apilados. Después de la primera noche hubo muchos
muertos más. Esas plataformas fueron arrastradas por un tren especial y
llevadas rápidamente a Veracruz, donde los cadáveres fueron arrojados al mar
para alimento de los tiburones.
Para todos aquellos que lograron escapar a la muerte, les destinaron
castigos casi igual de terribles. Los fugitivos que posteriormente fueron
capturados fueron consignados al ejército y también eran enviados a Quintana
Roo. En cuanto a la agitadora del pueblo, Margarita Martínez, fue enviada a la
prisión en San Juan de Ulúa, como sucedió también en Cananea.
Como la tradición lo marca, el gobierno trató de esconder los hechos de la
matanza de Río Blanco, pero no con mucho éxito. La nata se fue transmitiendo
de boca en boca estremeciendo a la nación.
Los obreros marcaron que ante la matanza, ellos habían tenido su “pequeña
victoria”, ya que la protesta fue tan grande en contra de la empresa que Díaz
concedió que la tienda se clausurase. Con esto los obreros podían comprar
ahora en diferentes tiendas y donde quisieran.
Finalmente, se puede mencionar que con los acontecimientos por parte de
los trabajadores, se tomaron ciertas medidas preventivas para evitar que
volviera a pasar algo similar: un grupo de 800 mexicanos, entre los cuales 600
eran soldados regulares y 200 rurales. Estos acampaban en terrenos de la
compañía; donde además existía un jefe político con facultades propias.
El tiempo, diario católico, comentó: “La mina se esta socavando debajo del
suelo: Tarde o temprano reventará con furibundas explosiones”.
Como en Cananea, los obreros de Río Blanco volvieron al trabajo
insatisfechos, temerosos y heridos. ¿En qué se había distinguido su huelga de
las muchas otras que estallaron en el porfiriato?
Más que un anuncio de sucesos por venir, Río Blanco fue quizá presagio de
ideas futuras.
En Río Blanco, de pronto, se revela la cara oscura del progreso material: la
cuestión social.
También, es necesario señalar la labor que los periódicos ejercieron en
contra de las condiciones sociales que prevalecían en la época. La mano de los
idealistas se notó de tal manera que en muchas ocasiones el gobierno tuvo la
necesidad de censurar las publicaciones que gestionaban el cambio y
promovían ideas negativas que afectaban el mandato de Díaz.
Aunque tanto como en Cananea como en Río Blanco, al final de los dos
movimientos las condiciones hayan seguido igual que como empezaron, o
seguramente peor, ya que después de los levantamientos se les tendrían más
vigilados y presionados para que no intentaran nada de nueva cuenta, en lo
que sí tuvieron gran peso fue a futuro, ya que gracias al sacrificio de estos
obreros, el pueblo en general empezó a despertar de manera colectiva,
preparándose para lo que sería una larga etapa de pelea por los derechos y
mejores condiciones de vida.
Al final de la historia, invito a la reflexión, a pensar en qué punto las
personas pierden el sentido o la noción de saber lo que es correcto de lo
incorrecto, ¿por qué se traicionan los ideales por los que una vez se peleó con
valor?, ¿Cómo es posible desconocer las raíces que nos formaron un día?, ¿En
qué momento se pierde el don de ser humano?.
FUENTES
CARR, Barry. El movimiento Obrero y la política en México,1910/1929,
México, SEP, 1976. 276 pp.
LEAL, Juan Felipe. Del mutualismo Al Sindicalismo en México: 1843- 1910,
México, El caballito, 1991.
SARIEGO, Juan Luis. Enclaves y minerales en el norte de México. Historia
social de los mineros de Cananea y Nueva Rosita 1900-1970, 1998.
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