Ópera en Europa Escena de Der ferne Klang Foto: Ruth Walz Ópera en Alemania Der ferne Klang en Berlín Nacido en Mónaco en 1878, Franz Schreker es un compositor oscuro, tan oscuro como los temas de sus óperas para las que él mismo escribió los libretos. Criado por unos años en Linz, luego de la muerte de su padre, su madre muda a la familia a Viena, donde Franz estudia música. En realidad, es considerado como un compositor vienés, no tan innovador como Berg o Schönberg, pero sí fue un serio rival de Richard Strauss. Aunque su padre se había convertido al protestantismo, Schreker fue afectado por la llegada de los nazis al poder, y falleció en 1934, semi-olvidado. Su música es original y posee una cualidad luminosa y al mismo tiempo misteriosa. No es inmediatamente fácil al oído, como su rival Strauss, pero no es tampoco dodecafónica como la de Schönberg. Es la calidad de su orquestación lo que distingue a Schreker del resto de sus contemporáneos. Quienes hayan visto, o quizás escuchado, su ópera Die Gezeichneten (Los marcados) no podrán olvidar el clima creado por su etérea orquestación y por la intensidad pasional que despiertan sus caracteres y situaciones. Der ferne Klang (El sonido distante) precede a la mayo-junio 2010 anterior siete años y es su primer gran éxito. Estrenada en Leipzig en 1913, Schreker contaría ese año con otro éxito, la premiere simultánea en Viena y en Frankfurt de su ópera Das Spielwerk und die Prinzessin (La caja de música y la princesa). Der ferne Klang es acerca del arte y de un compositor que debe alejarse de su amada a fin de encontrar inspiración. Una especie de Tannhäuser mezclado con Les contes d’Hoffmann, ya que su amada cae en el vicio en Venecia, rodeada de caricaturas de nobles; allí se reencuentran y, antes de morir, Fritz escucha el sonido que buscaba. La producción de Peter Mussbach se caracteriza por fuertes y contrastantes caracterizaciones. Hay mucha fantasía y momentos dulcísimos, especialmente cuando Grete ve a réplicas de su amado en sus actuales amantes. Anne Schwanewilms proyectó una joven e inocente Grete, cantada con matices tiernísimos; Burkhard Fritz proyectó al compositor como un hombre a la deriva en busca de algo mas allá de la música y Hanno MüllerBrachmann destacó como el Conde. Pedro Halffter dirigió la excelente Berlin Staatskapelle con liviandad y transparencia dejando escuchar a los cantantes. por Eduardo Jacobo Benarroch pro ópera Le nozze di Figaro en Munich En la producción firmada por Dieter Dorn en 1997, que disfruté recientemente en Munich, todo funcionó perfectamente. Juraj Valcuha ofreció una lectura ágil y nítida, de tempi vivos; ajustada al espíritu mozartiano, y atenta a lo que ocurría en el escenario. Erwin Schrott compuso un espléndido Fígaro. Además de presencia escénica y loable labor actoral, exhibió una voz poderosa, de clara emisión, sonido pleno de italianità y fraseo excelente. Pero Schrott no estuvo solo. El nivel del nutrido elenco vocal fue más que notable y, en concreto, hay que destacar la actuación de Barbara Frittoli como la Condesa; con una voz muy bella, de timbre sedoso, depurado legato y gran expresividad. Michael Volle fue un Conde de noble timbre baritonal con un grave sólido, a pesar de su profundo acento germánico. Kate Lindsey dio vida a un creíble y matizado Cherubino. Laura Tatulescu defendió con naturalidad escénica una Susanna que logró su mejor momento vocal con ‘Deh, vieni non tardar’. Buen desempeño vocal- actoral del joven elenco “de reparto”, que fue de primera calidad. Dorn logra una versión profunda, intemporal, de gran efecto expresivo, sin añadir golpes de efecto al texto. Jürgen Rose apuesta por la aserción minimalista de “menos es más”. Entre el amplio proscenio y el foso orquestal, diseña un espacio escénico tridimensional de estética Minimal Art, cuya simplicidad estructural recuerda las Instalaciones de Dan Flavin. Rompe “la cuarta pared”; los cantantes salen al proscenio y se dirigen directamente al público. Cherubino se tira al foso orquestal ante el temor de ser descubierto por el Conde. El vestuario rememora las fêtes galantes de Watteau. Unos pocos muebles, un atrezzo limitado, y el batir de puertas de la comedia convencional, establecen la relación entre los personajes, en un mundo dual (amor libre/amor codificado, masculino/femenino). En resumen, una producción que entrelaza acción y música de forma magistral, y presenta la obra como metáfora visual de autorreflexión. por Lorena Jiménez Escena de Orlando Monika Ritterhaus Orlando en Berlín Hace un par de años la Komische Oper presentó Orestes en una ciudad del Mar Negro con recitativos acompañados por balalaika; en este caso, Orlando es presentado en un bosque donde Dorinda habita en una VW Camper Van y los hombres visten como mujeres, y viceversa. Vaya a saber qué motivó a Alexander Mørk-Eidem a presentar esta ópera semi-cómica en tal forma, pero por momentos funciona muy bien, quizás porque Händel es indestructible. Tampoco se sabe por qué Orlando se vuelve loco al comer hongos mágicos. ¿No es que su locura se debe a otras razones y sólo la presencia calma de Zarathustra le devuelve la razón? Aquí Zarathustra es una figura psicodélica, a new age man, atendido por un rol extra que no canta, Isabella (otro hombre vestido de mujer, que se la pasa haciendo cosas ridículas en escena). Si este rol hubiera agregado algo positivo, se hubiera justificado su inclusión, pero no fue el caso. También existe la tendencia a que los personajes bailen al ritmo de la música, idea originada por la sensacional producción de David Escena de Le nozze di Figaro Foto: Wilfried Hösl pro ópera mayo-junio 2010 McVicar de Giulio Cesare en Glyndebourne. Pero en Glyndebourne estaba hecha en forma impecable y aquí es mucho menos, por lo tanto tampoco se justifica. Lo mejor de la producción fue la escenografía de Erlend Birkeland, en especial el bosque de pinos, que dio buena atmósfera a la acción. Pero lo mejor del espectáculo fue la sensacional cantante chilena Mariselle Martínez, una mezzo de valía que no temió a las coloraturas vertidas con estilo y con precisión, y de paso como actriz descolló. Nadie le llegó cerca, pero el resto del elenco satisfizo, en particular Brigitte Seller, una Angelica pasional e intrigante; Julia Giebel cantó Dorinda con voz liviana y Elisabeth Starzinger fue un Medoro sexy, vestido de mujer. El rol de Zarathustra exige un muy buen bajo de estilo y no se puede decir que Wolf Matthias Friedrich sea uno, pero cumplió bien en esta versión y su canto fue más que aceptable. Alessandro de Marchi es un especialista en este estilo y su lectura tuvo mucha delicadeza y dulzura. Hubo hermosos detalles, pero fue una lectura contraria al nuevo sonido que emana de Inglaterra, donde Händel es considerado como un compositor inglés. Allí el sonido posee más urgencia y más pulso, creando a su vez más drama. Pero desde el punto de vista musical, fue una buena versión. por Eduardo Jacobo Benarroch Rienzi en Berlín La ópera que Wagner escribió con la mirada puesta en la Grand Opéra francesa, basada en la novela de Bulwer-Lytton y la figura histórica de Cola di Rienzi, conmovió profundamente al futuro “Führer”. El propio Adolfo Hitler le confesaría a Winfred Wagner: “Allí comenzó todo”. Debido a la prohibición expresa del propio Wagner para Bayreuth, y al veto sobre la ópera por su asociación con Hitler, rara vez se representa. De ahí, la expectación generada en la Deutsche Oper de Berlín. Hubo aplausos y abucheos para esta versión metafórica de Rienzi que hace Philipp Stölzl: una parodia del totalitarismo, y un irónico retrato de las figuras megalómanas e histriónicas de: Mussolini, Hitler, Göring, Stalin… Su propuesta resuena a Charles Chaplin (El gran dictador), a Fritz Lang (Metropolis), a Sergei Eisenstein y a Leni Riefenstahl. La “Germania” de Albert Speer, proyectada en pantalla gigante, suplanta a la Roma medieval. Escenifica la obertura con Hitler de espaldas al espectador en su residencia de Obersalzberg. Dota toda la obra del pathos del expresionismo alemán, y acorta la ópera original a más de la mitad. En resumen: una puesta en escena que no tiene grandes defectos, pero que aporta pocas novedades. En lo vocal, aplauso unánime para la mezzosoprano Kate Aldrich (Adriano), que estuvo realmente brillante, con una auténtica voz de mezzo, de timbre rotundo, buena emisión, buenos ataques y fraseo excelente. Torsten Kerl (Rienzi), fue una mezcla de Mussolini y el Nerón de Peter Ustinov, más sólido que en Tannhäuser, pero su voz sonó metálica y escasa de emisión. Segura y expresiva, Camilla Nylund (Irene) fue una suerte de Eva Braun. Convincente y correcto el resto del elenco vocal. A pesar de ligeros desajustes en la obertura, Sebastian Lang-Lessing acompañó con mimo a los cantantes y dirigió con acierto desde el foso, logrando un sonido netamente wagneriano. Especial mención merece la espléndida actuación del coro. William Spaulding realizó una extraordinaria labor de ensayo. por Lorena Jiménez Tristan und Isolde en Berlín Qué pena para la Deutsche Oper y su Festival Wagner de tres meses. La Staatsoper, con un solo Wagner en su temporada, los ha dejado en la calle. Daniel Barenboim es hoy por hoy el más alto exponente e intérprete de las óperas de Wagner y, como lo ha probado a través de muchas décadas de trabajo constante, Harry Kupfer es el gran maestro de la régie: sus producciones contienen personajes de carne y hueso, que transmiten emociones reales al público. Con ellos las óperas son redefinidas y recreadas. Si la lectura de Barenboim es vital, Kupfer lo iguala. Estos personajes que viven en escena son llevados de la mano por un director que Escena de Rienzi Foto: Bettina Stoess mayo-junio 2010 pro ópera Foto: Monika Ritterhaus Waltraud Meier como Isolde también vive la partitura y la refresca en cada ocasión. Si el lector cree que conoce la partitura de Tristán e Isolda, por favor escuche a Barenboim en vivo y se dará cuenta de cuánto se pierde con otros directores y cuánta música deja escuchar este maestro sin par. Por su parte, Kupfer presenta a los personajes como seres humanos con sus virtudes y defectos. Tristán es un hombre que en realidad no ha crecido: sus emociones son de niño y como tal lo trata Isolda, que lo lleva de la nariz. En esta inmensa creación teatral, Isolda es una hechicera que atrae a Tristán, inevitablemente con gestos sumamente exagerados. No cabe duda del destino que le espera a este hombre inmaduro. La escenografía única es la un ángel caído y sobre sus espaldas descansa la acción. Sobre él aparece el Rey Marke a presenciar el amor entre Tristán e Isolda, y sobre él aparece Melot, como un buitre sobre su presa, a la que hiere mortalmente con un puñal, y sobre cuya ala descansará el cadáver de este hombre que no supo ser feliz. El elenco fue excepcional, encabezado por la mezzo-soprano Waltraud Meier en estado de gracia. Su voz se encontró fresca en pro ópera todo el registro, incluso en los peligrosos Dos del segundo acto, que dejan a las sopranos más brillantes tan expuestas, y como intérprete fue simplemente insuperable. Peter Seiffert logró, con su alta y corpulenta figura, transmitir la desolación en su espíritu y su callejón espiritual sin salida. Vocalmente, pudo con la tesitura en todo momento, con voz brillante y expresiva: un triunfo. Roman Trekel personificó a un joven y leal Kurwenal, con voz fresca y excelente fraseo, mientras que Ekaterina Gubanova destacó como una cálida Brangäne, de voz redonda y bella. ¿Y qué mejor exponente de la figura del Rey Marke que René Pape? ¿Quién puede igualar su madurez, presentando a un Rey joven, de espíritu generoso, enojado con Tristán porque ha sido decepcionado, y fuerte físicamente para tirarlo al piso con violencia contenida? Y como si esto fuera poco, un basso cantante perfecto. No se ha escuchado mejor Marke. Pónganse estos ingredientes juntos y el lector se dará cuenta que esta fue una función para la antología que puso una sonrisa en el espectador más duro y exigente. o por Eduardo Jacobo Benarroch mayo-junio 2010