SRINIVASA RAMANUJAN -Vida del más eminente matemático indio- Recordad este día, mortales. Porque hoy, 22 de diciembre de 1887, está a punto de nacer un hombre llamado a convertirse en uno de los más grandes matemáticos que hayan visto los siglos. Será despreciado por muchos, pero unos pocos tendrán la oportunidad de aprender del gran ingenio que será sin apenas quien le enseñe. Alba pasó la página de aquel libro, desvencijado y mohoso, ávidamente, con ansia, deseando saber más. Sumergióse en la lectura, y por un tiempo fue parte de ella: de repente ya no estaba en su habitación, sino en una destartalada casa del siglo XIX. Una mujer llamaba a gritos a su hijo. -¡Srinivasa! ¡¿Qué haces ahí?! ¡Baja del desván, que han venido unos señores a hablar contigo! Un niño de 7 años, travieso y algo asustado, bajó con parsimonia las escaleras del desván. -Saluda a estos señores, hijo. Te harán mucho bien. -Hola, pequeño Ramanujan. Supongo que sabrás de dónde venimos. El pequeño negó con la cabeza. -Bueno, tampoco pasa nada. Somos de Kumbakonam, y hemos venido a llevarte donde puedas cultivar el gran talento que tienes con los números – dicho esto, se acercó a una mesa; sobre ella, papeles desordenados y llenos de garabatos, aparentemente sin sentido, pero que leyó con gran interés – este chico es un prodigio, señora. Le hará bien estudiar fuera. Entre llantos, el niño abrazó a su madre y salió de la casa, acompañado de los dos hombres. Todo el mundo dio vueltas alrededor de Alba; cuando se disipó la tempestad, hallábase en una biblioteca, donde un joven indio de unos dieciséis leía un libro y escribía frenéticamente en un montón de papeles, que yacían desordenados encima de la mesa. Varios chicos cuchicheaban a su alrededor: -Sí, éste es Ramanujan, el de los teoremas imposibles. -¿El que superó al profesor en su propio examen el mes pasado? -El mismo. -¿Y qué hace ahora? -Está demostrando el Synopsis of pure mathematics, de Karr. -¿Demostrándolo? -Sí, y lo mejor de todo es que no vienen las demostraciones en el libro. Lo está haciendo solo. Uno de los chicos acercóse al joven lector, y llamándole levemente la atención, le dijo: 1 -Oye, ¿tú cómo demuestras todos esos teoremas? -La diosa de Namakkal me inspira en mis sueños. El chico se levantó, miró a su compañero con cara de incredulidad y salió de la biblioteca. El joven indio seguía a lo suyo, hasta un momento en que se detuvo de repente, cogió el libro y los papeles y se encaminó hacia la puerta. Alba lo siguió a toda prisa: aquel misterioso joven le resultaba fascinante. Al cruzar la puerta de la biblioteca se halló, para su sorpresa, en un estudio. Durante horas trabajó el joven en diversos teoremas matemáticos, días, semanas. Tanto fue así que descuidó las demás materias, suspendió los exámenes y le fue denegada su beca. Durante este tiempo pululaba cerca de la casa una joven india, hermosa, de tez morena y ojos grandes y profundos. -Cásate conmigo. -Sí. Sí, sí; me haría muy feliz Cogiéronse de la mano y caminaron juntos hacia la puesta de sol; Alba los siguió con disimulo, hasta que tropezó con un periódico y cayó con estrépito. El margen rezaba: Número 12 – abril de 1909. Sí que había pasado el tiempo. Levantóse Alba y salió corriendo en pos de ellos. Ella se encaminó hacia su casa y él, con una carta en la mano, llamó a una puerta decorada con el letrero: “Ramachandra Rao, matemático y recaudador”. Entró sin hacer ruido. Alba no pudo entrar tras él, por lo que decidió esperar en la puerta. Por ella salió un hombre más adulto y maduro que el joven que había entrado, pero con el mismo aire desaliñado y la misma mirada desafiante que lo caracterizaba. Llevaba una carpeta con el anagrama del año 1913. Vióle Alba dar una carta al cartero, a nombre de Harold Hardy. Horas después despedían al hombre de su trabajo en el puerto de Madrás. Llegó un hombre corriendo, plantóse ante él y le dijo: Srinivasa, lo he conseguido. Te vas a Cambridge. Éste se preparó rápidamente, hizo sus maletas, se despidió de su esposa y partió en un carro en dirección a Londres. Perdió Alba el carro, y tuvo que realizar un largo, intenso e incómodo viaje; algunos tramos a pie, otros en carro, pagado con el sudor de su frente; tras múltiples penurias y algún que otro momento de tensión mortal, llegó finalmente a Cambridge. Con ayuda de su ingenio amasó una pequeña fortuna jugando al póker y, una vez fue suficiente como para mantenerse holgadamente, se inscribió en la universidad; gracias a su más que notable inteligencia, consiguió asistir a las clases de Harold Hardy en calidad de alumna. Preguntándole por el misterioso indio, Hardy le respondió: -Mi querida Alba, voy a necesitar un buen consejo por primera vez en muchos años, y quién mejor para dármelo que una de mis mejores alumnas. 2 Alba se turbó ligeramente; Hardy se sentó apaciblemente en una silla de su escritorio y aguradó a que ella hiciese lo mismo. -Hállome ante el problema de enseñar matemáticas modernas a alguien cuya ignorancia en el conocimiento de la matemática es tan asombrosa como su profundidad. Sin duda me encuentro ante un alumno como no volverá a haber en generaciones; de los 120 teoremas que me envió en aquella carta de 1913 – la sacó de un cajón, y Alba pudo admirar el montón de hojas de papel de que constaba, cuidadosamente apiladas esta vez – sólo puedo decir que tienen que ser ciertos, porque, si no lo fueran, nadie habría tenido suficiente imaginación como para inventarlas. -Yo… yo creo que debería motivarlo, señor. Al decir esto agachó la cabeza, y Hardy tuvo la sensación de estar resultando incómodo para su interlocutora; llamó éste a una asistenta, pidió que le trajera dos tazas de té verde y esperó. El silencio se le hizo pesado a Alba. Sentía una extraña presión, como si la aplastara: tenía un montón de cosas que decirle a aquel profesor sobre el joven indio, pero, por alguna extraña razón, simplemente no pudo – no mencionó su infancia, ni el libro que descifraba en la biblioteca, ni a Rao... nada. Simplemente calló. -Por dónde iba… ¡Ah, sí, el té! Muchísimas gracias, Martha- ella asistenta hizo una leve reverencia, musitó unas palabras y se retiró – Bien, veamos… decías que había que motivarlo; estoy de acuerdo contigo, pero ¿qué te lleva a pensar eso? -Creo, señor, que su genialidad, que queda patente al leer algunas de estas fórmulas, que, como dijo usted, tienen que ser ciertas por la imposibilidad de inventarlas, reside precisamente en que no ha sido instruido en un sentido estricto; siempre ha seguido su propio camino en la matemática. Para explicárselo de forma más mundana: creo que, si se le hubiera dado una educación estricta, hubiera desembocado en algo que sería más profesor de matemáticas y menos Ramanujan. ¿Es un buen ejemplo? Hardy se levantó de la silla. -El mejor, querida, el mejor. Ahora, por favor, acompáñame; nuestro buen amigo Ramanujan ha enfermado de repente – tuberculosis, dicen – yace ahora mismo en el sanatorio de Cambridge. -y… ¿cómo lo ha sabido usted, si ha estado aquí conmigo? Hardy, para sorpresa de Alba, rió ante la pregunta. -Lo sabía ya antes de que llegaras. Pero antes necesitaba tu opinión al respecto: marchemos, un carruaje nos espera. Profesor y alumna llegaron al sanatorio de Putney – se enteraron de que el joven había sido trasladado debido a su situación- donde yacía su amigo; pálido, delgaducho y muy débil, aún conservaba energías, y se alegró al verlos llegar. Hardy decidió romper el hielo con una pequeña anécdota: 3 -¿Sabes, Srinivasa? Hoy he encontrado un número tremendamente aburrido. Muestro coche de caballos, en el que viajamos la señorita y yo llevaba por matrícula el número 1729. Ramanujan rió alegremente. -Es en realidad un número muy interesante; de hecho, es el número más pequeño que se puede descomponer en la suma de dos cubos de dos formas distintas. Hardy sonrió ampliamente, al ver la energía que aún desprendía el que fuera su discípulo. -¿Te has planteado ya el mismo enigma pero con cuartas potencias? Ramanujan se rascó la cabeza. -La solución no es obvia, sin duda, pero debe de ser un número muy grande. Alba sonrió para sus adentros: ella conocía el tal número – lo mencionaron una vez en clase. Ella siempre se quedaba con ese tipo de detalles. Se prometió a sí misma, sin embargo, acudir a su profesor en cuanto saliese de allí. Mientras se hallaba sumergida en sus pensamientos, no se dio cuenta de que el escenario cambió bajo sus pies: hallábase en una habitación de una casa de madera destartalada, sobre una mesa, yacía inerte el matemático indio. A su lado, un apenado Harold Hardy reprimía lágrimas de duelo por la pérdida de tan eminente figura y buen amigo. “Me gustaría decir unas palabras”, dijo. -…Al igual que sus matemáticas, mostraba los más extraños contrastes. Yo diría que le interesaba muy poco la literatura como tal, y tampoco el arte, pero podía distinguir la buena literatura de la mala. Por otra parte era un filósofo sutil, aunque nebuloso, y un ardiente político, pacifista y ultrarradical. Se ajustaba a las prescripciones religiosas de su casta con una severidad muy poco corriente en los indios residentes en Inglaterra. Pero su religión era materia de rito, no de convicción intelectual. Recuerdo bien su confidencia - que me sorprendió mucho - de que todas las religiones le parecían más o menos igualmente verdaderas. Tanto en literatura, como en filosofía y en matemáticas, tenía verdadera pasión por lo inesperado, extraño y estrambótico. Tratemos por un instante, amigos, de imaginar la calidad de la mente de Ramanujan, que le condujo a trabajar incesantemente mientras moría, y suficientemente grande para crecer más profundamente mientras su cuerpo se debilitaba. Me asombra su talento, su entendimiento me sobrepasa. Admiraríamos a un matemático cuya producción fuera la mitad de lo que Ramanujan descubrió en el último año de su vida mientras moría. En palabras de una gran alumna y amiga de él: Probablemente, Ramanujan habría sido mejor matemático si lo hubieran descubierto y educado un poco en su juventud. Habría descubierto más cosas nuevas y, sin duda, de mayor importancia. Por otra parte, habría sido más semejante a un profesor europeo y menos parecido a Ramanujan, y así la pérdida hubiera sido tal vez mayor que la ganancia… Enjugadas las lágrimas, el cuerpo de Ramanujan fue quemado con una tea, para de esta forma conservar intacto su recuerdo en la mente de todos. 4 Apareció en la mente de Alba una página en blanco con una firma estampada y una fecha. “Alba Manrique Escobar, noviembre de 1923” Alba despertó de golpe, sobresaltada. Se había dormido leyendo el libro; recordó el discurso de despedida de Hardy, y le resultó familiar – en ese momento encontró, escondidas en el doble forro del libro un paquete marrón arrugado. Lo abrió, y su contenido le maravilló: eran las cartas de Harold Hardy, dirigidas a una mujer llamada Alba Manrique Escobar - ¿A mi abuela? – se preguntó. Al leerlas detenidamente, advirtió cuál era la esencia del discurso de Hardy: las cartas. Eran fragmentos de las cartas. Estaban fechadas entre 1925 y 1928, por lo que dedujo que Hardy había querido reconstruir el recuerdo de su pupilo y amigo, que murió, en sus palabras: “con un estatus científico y una reputación como ningún indio había disfrutado antes”. Cerró los ojos e imaginó a su abuela, siguiendo los mismos pasos que ella había dado durante su transcurso por la novela, y entonces lo vio claro: el libro era un portal en el tiempo. Había revivido la vida de su abuela durante los años de Ramanujan. Sintió una eterna gratitud hacia ella, cerró el pesado libro y bajó del desván hasta su cama, pensando en cuán rica debió de ser la herencia que dejó Ramanujan a todos los matemáticos. VOLVEMOS SOBRE FERMAT -Números cuadrados como suma de dos cuadradosFermat, en el que es considerado su último teorema, establece que “ x y u z u para u≤2, u , x, y, z ”. Dado que 2 es el máximo exponente que cumple este teorema, nos planteamos qué números z cumplen esta condición. u Esta idea de la suma de los cuadrados de dos números naturales nos hace pensar en el teorema de Pitágoras; ahora bien, ¿cómo podemos representar tríadas de números que cumplan el teorema de Pitágoras en un papel? En una hoja cuadriculada; las tríadas de números se definen como triángulos rectángulos con vértices en tres puntos de la trama. Una hoja cuadriculada se define por una trama cuadrada de puntos, lo que nos lleva a reformular la pregunta como sigue: “¿Qué distancias es posible representar en una trama cuadrada de puntos?”. Mostramos en primer lugar una trama de puntos con las referencias que voy a utilizar: Una vez definidos a y b, segmentos de longitud no necesariamente idéntica, aplicamos el teorema de Pitágoras para calcular el valor de c: c2 a2 b2 Cabe preguntarse qué números c cumplirán esa propiedad: para introducirnos en ella, acudiremos a 5 una cualidad que tienen o no todos los números: la paridad. Los números se dividen en pares e impares, y son representados de la siguiente manera: PARES: Definimos un número par como aquél natural que es divisible entre 2. x 2n n (Apréciese que un número natural multiplicado por 2 siempre es par) IMPARES: Definimos un número impar como aquél natura no divisible entre 2. y 2n 1 n (Al sumar 1 a un número par, lo convertimos en impar) -Dado que los números c2 se expresan como la suma de dos cuadrados, parece conveniente encontrar la paridad de los cuadrados perfectos para que nos ayude, de existir. Para x par: x 2 2n 4 n 2 0 mod 4 2 El cuadrado de un número par es siempre múltiplo de 4, y con ello par Para x impar: x 2 2n 1 4 n 2 4 n 1 4n 2 n 1 1 mod 4 2 El cuadrado de un número impar es siempre múltiplo de 4 más 1. Al sumar dos números, el número obtenido es congruente con la suma de las congruencias en el mismo módulo de los sumandos (al sumar dos múltiplos de 4 más 1, el resultado es un múltiplo de 4 más 2. Ejemplo: 5 (1mod4) + 9 (1mod4) = 14 (2mod4) Ahora tenemos un número c2 que es la suma de dos cuadrados: consecuentemente con el anterior principio, su congruencia módulo 4 será la suma de las congruencias de los cuadrados sumandos, lo que nos permite diferenciar tres casos diferentes (desarrollaremos todo el operando para despejar dudas acerca de la validez de esta propuesta): CASO 1: a par, b par, a y b naturales. c 2 a 2 b 2 2n 2k 4n 2 4k 2 4 n 2 k 2 0 mod 4 2 2 Los números cuyo cuadrado sea múltiplo de 4, es decir, citando las congruencias para los cuadrados anteriormente desarrolladas, los números c pares pueden escribirse como la raíz de la suma de dos cuadrados perfectos. 6 CASO 2: A impar, B par (o viceversa), A y B naturales. c 2 a 2 b 2 2n 1 2k 4n 2 4n 1 4 k 2 4 n 2 n k 2 1 1 mod 4 2 2 Los números cuyo cuadrado sea un múltiplo de 4 más 1, es decir, citando las congruencias de los cuadrados, los números impares, pueden escribirse como la raíz de la suma de dos cuadrados perfectos. CASO 3: a impar, b impar, a y b naturales. 2 2 c 2 a 2 b 2 2n 1 2k 1 4n 2 4n 1 4 k 2 4k 1 4nn 1 k k 1 2 2 mod 4 Estos cuadrados no pueden serlo de números naturales; buscamos, pues, la raíz de estos números aludiendo a su congruencia en módulo 4: c 2 4 2 n 2 c 4 2n 2 2( 4n 1) 2 4n 1 Llamamos 2n a este número porque la observación empírica determina que los números cuya estructura es 4n + 2 con a impar no aparecen en la trama de puntos, y con ello no pueden ser cuadrados perfectos. Recapitulemos. Son números c tales que c2=a2+b2: - Los c Los c números pares: c 2n , y en general los números de la forma 4n 2 n números impares: c 2n 1 , y en general los números de la forma 4n 1 Los números de la forma c 2 4n 1 Queda así resuelto el problema. Por Germán García Butenegro IES Práxedes Mateo Sagasta 7