Una cuestión muy importante que los trabajadores tenemos que discutir es el problema de los convenios colectivos. Éstos han sido recortados y modificados durante todos estos años. Hay casos como el de los textiles, Comercio o la UOCRA, que han quedado como la garantía legal de la flexibilización laboral. Otros, como el de la UOM, el SMATA o Ferroviarios, en los que sólo quedan algunos puntos que nos benefician. Asimismo, aún quedan gran cantidad de empresas que ni siquiera están encuadradas y cuyas patronales se basan exclusivamente en la reaccionaria Ley de Contrato de Trabajo. Por eso los trabajadores no tenemos por qué reducir nuestra lucha a “que se cumpla el convenio”, como quiere la burocracia sindical, sino que podemos organizarnos para imponer un Contrato Único por rama que contemple todas nuestras necesidades y que permita que todo compañero que ingresa lo haga con las mismas condiciones que el resto. Un Contrato Único que termine con la tercerización, el trabajo en negro y las agencias de empleo, y que no haga falta que lo legalice ningún Ministerio de Trabajo ni juzgado laboral, sino que sea producto de la negociación directa entre nuestras organizaciones de base con las patronales, y de la relación de fuerzas que sepamos imponer con la lucha generalizada y organizada. Asimismo, no tenemos por qué esperar a discutir salario y condiciones de empleo una vez por año en las paritarias como quiere el gobierno y la burocracia. Uniendo nuestras filas y echando a los traidores podemos imponer la escala móvil de salarios y horas de trabajo. Esto lo planteamos desde la perspectiva de que son los obreros (y no los patrones y sus intelectuales) los que deben controlar la producción por rama, recuperar los sindicatos, atacar las bases económicas y romper la cadena de mando capitalista, construyendo un partido revolucionario nacional e internacional que nos permita tomar el poder por asalto y sentar las bases para una nueva sociedad. Los que nos dicen que esto es imposible son los mismos que buscan que nos resignemos a ser rehenes de los explotadores y sus aliados. Son los que vienen amasando fortunas descargando la crisis financiera sobre nuestras espaldas y que ahora, cínicamente, dicen que Argentina es inmune a los embates de la economía mundial. Nosotros, que nada tenemos que perder, no tenemos por qué conformarnos con tan poco, si podemos ir por todo. En los últimos meses hemos visto cómo tanto el gobierno como las patronales opositoras utilizan a la institución judicial según le conviene a cada uno, para dirimir sus disputas de poder. Un día Zanola, otro día el Momo Venegas, luego Pedraza y finalmente Moyano. Tanto k como opositores intentan por un lado atacar a aliados y ex aliados para negociar en mejores condiciones y, por el otro, obtener los votos de la clase media gorilona con un discurso “anticorrupción”. En el caso de Pedraza, la justicia intervino para impedir que fuese un sector del movimiento obrero el que le cobrara haber asesinado a Mariano Ferreyra. En el caso de Moyano, se metió nada más y nada menos que la justicia imperialista y el gobierno lo utilizó para disciplinar a la dirección de la CGT y debilitar sus aspiraciones electorales. Y la burocracia moyanista, que jamás hizo una medida contundente por ninguna de nuestras reivindicaciones, se “acordó” de la base y amagó con un paro total del transporte, que finalmente levantó por miedo a que esto generara que un sector del activismo convirtiera el paro en una acción genuina por sus demandas. Quizás haya compañeros que, hartos de las traiciones de la burocracia, vean en la acción de la justicia una oportunidad para debilitar a las cúpulas. Sin embargo, nunca la intromisión de los jueces y abogados patronales ha resultado en algo beneficioso para los trabajadores. De hecho, son los mismos que dictan las órdenes de desalojo para habilitar la represión en los bloqueos y piquetes que hacemos, son los que tienen procesados a decenas de delegados y activistas por luchar, pero sobre todo son los que garantizan, con sus leyes, la explotación capitalista. Ningún juez ni diputado va a garantizar la democratización de los sindicatos, sólo los trabajadores con nuestros métodos podemos echar a la burocracia y recuperar nuestras organizaciones para la lucha. Las leyes no son para todos. Fueron pensadas, redactadas y puestas en vigencia por las clases poseedoras y sus representantes para asegurar el orden capitalista. Las leyes penalizan el hambre, la acción contra los patrones y todo cuestionamiento a la explotación. Si existen leyes que permiten ciertos derechos, como el derecho a huelga o la organización sindical, son producto de luchas históricas del movimiento obrero; pero claro, por cada una de estas leyes hay una decena que les ponen freno. Así, para contrarrestar el derecho a huelga existe la conciliación obligatoria, para recortar el derecho a organizarse sindicalmente existe la Ley de A s o c i a c i o n e s Profesionales, que fue creada por Perón para reglamentar los sindicatos y atarlos al Estado, y por cada ley laboral en favor de los obreros hay leyes que protegen a las patronales. Los convenios colectivos, los cuales nos dicen que tenemos que defender, son la expresión más clara de cómo ordena y regula el Estado la relación entre los trabajadores y los empresarios. Dan una serie de concesiones a los obreros (que, dicho sea de paso, a través de sucesivas modificaciones se han ido recortando al mínimo) siempre y cuando éstos cumplan con las condiciones que les impone la patronal. Ni hablar de los que ya metieron los aumentos por productividad, diciendo que para ganar un peso más tenemos que garantizar que la patronal gane miles. Estos ejemplos sirven para pasar en limpio el carácter fundamental de las leyes: pueden dar algunas concesiones, siempre y cuando jamás los trabajadores cuestionemos la propiedad privada. Los capitalistas han expresado en leyes la relación de fuerzas que mediante derrotas han impuesto a la clase obrera. Se ha extendido la idea de que el Estado y los parlamentarios son “mediadores”, árbitros que regulan las relaciones obrero-patrón para que no se maten entre si y haya armonía. “Un poco para cada uno” dicen, para garantizar este “orden” al que suelen llamarle “sistema democrático”. Pero si las leyes están destinadas abiertamente a defender la “propiedad privada”, es decir que unas cuantas familias sean propietarias de todo, mientras la mayoría de nosotros no tenemos nada; eso quiere decir que c u a n d o n o s sentamos a negociar con el ministerio y la empresa son dos contra uno. Y si los que negocian son los burócratas, resulta que son todos contra nosotros. La burocracia siempre defenderá las leyes. Si no fuera por la Ley de Asociaciones Profesionales ellos no existirían. La burocracia es agente de los patrones en nuestras propias filas y no sería burocracia sino viviera de las migajas que le tira el gran capital. Las leyes por último, son las que reglamentan también las condiciones para que las multinacionales y el capital imperialista expolien nuestras riquezas, se aprovechen de nuestra mano de obra barata y aten a la nación económica y políticamente a sus designios. Por eso, luchar a fondo por nuestras demandas significará, tarde o temprano, tener que enfrentar las leyes que garantizan que nos exploten y atan nuestras organizaciones al Estado. Cotidianamente, los conflictos entre los obreros y los patrones se dirimen ante la justicia laboral o el Ministerio de Trabajo. Los dirigentes sindicales y los delegados alineados con la burocracia nos dicen a diario que ante cada conflicto con la patronal debemos esperar los tiempos de la justicia, exigir que se apliquen las leyes y depositar todas nuestras expectativas en la audiencia con el Ministerio. Pero todo compañero que haya sufrido un atropello laboral o haya participado activamente de un conflicto sabe que en general terminamos perdiendo el tiempo en los pasillos del ministerio y en las oficinas de los abogados. Y finalmente terminan decidiendo jueces y funcionarios que poco saben de la verdadera situación de la fábrica, de los mecanismos de la producción o de las circunstancias reales de los conflictos. Para los jueces y funcionarios, nuestras disputas se reducen a unos cuantos números y aplicaciones de códigos completamente funcionales a la explotación y al apetito sin frenos de ganancias de los empresarios. Los únicos que conocen los mecanismos de la producción, de las relaciones entre la cadena de mando de las fábricas y los operarios, de los www.cor-digital.org conflictos cotidianos en la planta, son los obreros y los patrones. Un trabajador sabe mil veces más que un intelectual jurídico o un funcionario político cómo se organiza la producción en la planta, el taller o la oficina y por tanto está mil veces más capacitado para decidir sobre los conflictos laborales. Por eso un gran paso adelante sería la conformación de tribunales industriales, compuesta por los patrones y delegados obreros de las comisiones internas y cuerpos de delegados recuperados, que analicen y diriman cualquier conflicto o disputa que surja, no sólo relacionado con despidos o sanciones, sino con todos los aspectos de la producción. La justicia burguesa no es producto de ningún poder divino o natural, sino que es una circunstancia histórica y por lo tanto no es eterna ni imprescindible. Obviamente la patronal no estará dispuesta a perder un aliado tan importante y jamás aceptará por las buenas que los obreros reemplacen a sus intelectuales en la toma de decisiones. Cuestionar la legalidad capitalista, cuestionar el derecho burgués es cuestionar el capitalismo de conjunto y es por tanto la peor afrenta que se le puede hacer al Estado y sus instituciones. Y por eso habrá que imponérselo.