El feudalismo japonés - PORTES, revista mexicana de estudios

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Tercera época • Volumen 6 • Número 11 •Enero/Junio 2012 • Colima, México
Revista mexicana de estudios sobre la Cuenca del Pacífico
Revista mexicana de estudios sobre la Cuenca del Pacífico
Tercera época • Volumen 6 • Número 11 • Enero/Junio 2012 • Colima, México
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PORTES, revista mexicana de estudios sobre la Cuenca del Pacífico, Tercera época, Volumen 6, Número 11, Enero/Junio
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crédito al autor y a la revista sin fines de lucro.
El feudalismo japonés
Martha Loaiza Becerra1
Resumen
En este artículo se exploran las peculiaridades del feudalismo
en Japón a partir de las discusiones teóricas que ocurrieron
desde la posguerra, no sólo en Japón, sino también en la sociedad occidental. Las escuelas de pensamiento contemporáneas
influenciadas por el materialismo histórico de la corriente marxista, no dudan en señalar que el feudalismo —como modo de
producción— ocurrió en Japón entre los siglos xiv y xvi, y que al
igual que en el caso europeo, sus cambios graduales, así como
sus transiciones, explican los cambios económicos que originaron el sistema capitalista.
Palabras clave: Japón, feudalismo, estado antiguo japonés,
Europa medieval, periodo premoderno.
Abstract
This paper explores some peculiarities of Japanese feudalism
following postwar theoretical debate that came out of academic
circles in Japan as well in Europe and the United States.
Contemporary thought schools influenced by historical
materialism from Marxism have pointed out that feudalism
effectively happened in Japan since 12th Century until 16th
Century. Gradual changes and transitions, in the same way
1
Profesora-investigadora del Centro Universitario de Estudios e Investigaciones sobre la Cuenca del Pacífico-Centro de Estudios Apec de la Universidad de Colima.
E-mail: loaiza@ucol.mx
Tercera
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/ Volumen 6 / Número 11 / Enero • Junio 2012 / P.P. 7-25
época
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as the European case, are the key to explain main economic
changes that caused the emergence of capitalism in Japan.
Key words: Japan, feudalism, Japanese old state, medieval
Europe, premodern period.
Introducción
L
a investigación del periodo medieval japonés, particularmente del periodo Tokugawa (actualmente considerado Estado
moderno temprano), cobró importancia a partir de la posguerra. Los estudios fueron impulsados por la nueva reforma agraria (1946) y el interés en las comunidades agrícolas aldeanas.
Se pretendía interpretar los patrones de desarrollo de la aldea
dentro del contexto de cambios en la estructura del feudalismo.
El punto de partida fue la era kinsei (Estado moderno temprano), que cubre los periodos Azuchi Momoyama (1573-1603) y
Tokugawa (1603-1868). En esa etapa de desarrollo de las investigaciones se caracterizó al periodo Tokugawa, como una época
feudal en términos políticos, económicos, sociales, de estilos de
vida y cultura. El desmoronamiento de la figura del emperador
y la “apertura forzada” que trajo consigo la “ocupación” (19451952), hicieron más accesibles las fuentes documentales. Existe
un uso generalizado del método marxista, lo que arrojó nuevos
resultados. Las temáticas en torno al debate de la aparición, desarrollo, estructura y colapso del llamado bakuhan taisei (sistema shōgun daimyō), dominaron las agendas de investigación en
el campo de la historia. En la década de 1950 los estudios referidos al Taiko kenchi (censo de la tierra), emprendido por Toyotomi Hideyoshi, evidenciaron que este periodo fue del más puro
desarrollo feudal (finales del siglo xvi). Las aproximaciones fueron no sólo de carácter teórico, sino también fáctico. A finales
del decenio de 1960, investigadores como Sasaki Gin’ya vislumbraron en los disturbios inter aldeanos, la naturaleza parásita de los terratenientes (landlords), así como el ascenso de los
gōnos, la poderosa burguesía local. Otros como Tsuji Tatsuya se
fueron al análisis de las estructuras, probando tesis como el que
la Reforma de Kyōhō, probaba las continuidades de las instituciones en política y finanzas desde 1681-1684 y de 1716-1736.
En el tipo de administración del Bakufu (shogunato o gobierno militar) y en las relaciones de éste con sus vasallos here-
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El
feudalismo japonés
deros, se encontró la clave para calificar de feudal o no al Bakuhan (sistema centralizado de gobierno implementado por el clan
Tokugawa) (Hasegawa, 1978). Esta observación, es representativa de la postura del arte en las investigaciones alrededor del
feudalismo japonés, desde finales de la década de 1960. Es importante resaltar este hecho, ya que siguen siendo válidos, pues
no ha ocurrido un cambio sustantivo ni en los conceptos ni en
las categorías de análisis. En el artículo Debating the dynamics
of feudalism: challenges for historical materialism (Katz, 1994),
se discuten ampliamente las aportaciones teóricas de Maurice
Dobb, Rodney Hilton, Kohachiro Takahashi, entre otros, señalando las fuerzas dinámicas que operaron al interior del feudalismo como modo de producción y que posibilitaron el tránsito
hacia el capitalismo.
El objetivo de este ensayo es identificar los rasgos que
permiten definir a una sociedad como feudal. Para ello, se ha revisado el contexto del arte de la teoría, conceptos y categorías,
concretamente la forma de propiedad de la tierra, y el tipo de relaciones sociales de producción.
En primer lugar, se aborda el concepto de feudalismo,
la validez de este concepto como denominación de un ciclo histórico específico, de rasgos distintivos, aplicable a más de una
zona geográfica y de un desarrollo civilizacional. Esto, es relevante para ubicar las similitudes y las diferencias entre el feudalismo europeo y el feudalismo japonés. Desde una perspectiva histórica, algunos autores como Eric Hobsbawm, consideran que esta fase de desarrollo es “exclusiva” de Europa, mientras que otros como Perry Anderson se refieren a un “feudalismo
japonés”, aunque resaltan no sólo las coincidencias, sino también las contraposiciones entre uno y otro. Cualquier análisis
sobre el tema obliga a una revisión concienzuda de las características de las instituciones: las formas de distribución de la tierra, los beneficios que de ella se obtienen, así como de las formas de organización política al interior de las provincias, y por
último, del tipo de relación que establecen con el poder central.
En lo que respecta a las instituciones, el cambio gradual que se
dio en la esfera de la administración y el ejercicio del poder a lo
largo del siglo xv y que se concretó en el xvi, es interesante, ya
que se originó en prolongados periodos de lucha y conflicto entre facciones, que terminaron por romper el equilibrio del poder
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entre el shogunato y los shugo provinciales.2 Una de las primeras consecuencias fue la decadencia del sistema shōen (heredades); además, ocurren cambios visibles en las relaciones de vasallaje; esto se halla intrínsecamente relacionado con las luchas
intestinas, puesto que al fraccionarse los bandos contendientes
en varios frentes —en aras de la obtención del poder— se deja
de lado la lealtad, ofreciéndose reconocimientos y recompensas
a cambio de respaldo militar. El cobro de estas recompensas
provocaba una y otra vez reacomodo de alianzas entre los bandos. La negación de pago de deudas contraídas suscitaba la organización armada pro defensa de lo que se consideraba derecho inalienable sobre el territorio; en especial, respecto al cobro
de rentas y pagos de derecho de aduana. Estos grupos campesinos o de samurai (tsuchi ikki y kuni ikki), fueron los protagonistas de revueltas de carácter comunitario y regional, que a largo plazo, ganaron autonomía económica y política en detrimento del shōgun y su representante el shugo, pues se oponían de
forma abierta al mandato del poder central. En términos generales, la historia de los hechos permite ilustrar los componentes
fácticos de los argumentos teórico-conceptuales.
El concepto de feudalismo
En apego al marco conceptual propuesto por Marc Bloch (18861944), el fundador de Annales, el término feudalismo designa
un modo de producción, que no va más allá del siglo xvii. El feudo es una forma de posesión de bienes reales, mientras que lo
feudal es aquello que se halla contenido dentro de sus límites
(Bloch, 1986, p. 21). El feudalismo se circunscribe a una región
geográfica muy concreta: el imperio carolingio (Bloch era especialista en la Francia medioeval). Opinión distinta ofrece Perry
Anderson, quien afirma que la génesis del feudalismo en Europa se derivó de un colapso catastrófico y convergente de dos anteriores y diferentes modos de producción, cuya recombinación
de elementos desintegrados liberó la específica síntesis feudal,
que siempre conservó un carácter híbrido —a causa de sus dos
predecesores—, el modo de producción esclavista, sobre cuyos
cimientos se había levantado en otro tiempo el imperio romano,
y los modos de producción primitivos de los invasores germa2
10
Shugo es un título o nombramiento otorgado por el Shōgun. Los Shugo son funcionarios que dependen del poder militar y que operan como guardianes de las
provincias o kuni.
El
feudalismo japonés
nos, que sobrevivieron en sus propias tierras tras las conquistas bárbaras. “Estos dos mundos radicalmente distintos sufrieron una lenta desintegración y una silenciosa interpenetración
durante los últimos siglos de la antigüedad”.3 En este sentido,
es imposible confirmar que en otras regiones con evolución y desarrollo histórico distinto al continental, pudiera ocurrir un fenómeno idéntico. El mismo Bloch (1986, p. 22) al respecto opina: “Es una grave cuestión el saber si otras sociedades en otros
tiempos o bajo otros cielos han presentado una estructura parecida en sus rasgos fundamentales a las de nuestro feudalismo occidental, para merecer, a su vez, ser llamadas feudales”.
Bloch otorgó particular importancia a la estructura social y sus
relaciones, así como a las condiciones generales del medio social. El matiz característico de la estructura feudal lo constituirían las relaciones de dependencia de hombre a hombre. Entonces la clave para categorizar a una sociedad como feudal se hallaba en esas relaciones sociales, que finalmente se circunscriben al campo de la producción. Así, una sociedad puede no ser
feudal por sus orígenes, pero sí por el tipo de relaciones que al
interior de ella se forjan. En este sentido, es cierta la afirmación
de que “el verdadero feudalismo”, es una realidad concreta, eminentemente europea, pero en otras regiones del globo han acontecido otros “tipos de feudalismo”. El feudalismo europeo se gestó en una época sumamente violenta, “en un clima de desórdenes y violencia [...] nació de las turbulencias” (Bloch, p. 27). Sin
embargo, logró instituirse en un sistema estable que se perpetuó a lo largo de siete siglos en el marco europeo, y en Japón
(con todas las reservas de confirmar) hasta el siglo xix. El feudalismo típico involucra la servidumbre como categoría jurídica
y la protección militar del campesinado por una clase social de
nobles o de potentados militares, nombrados por los primeros,
como ocurre en el caso de Japón, que disfrutan de autoridad y
propiedad individual, a la vez que ejercen un monopolio exclusivo de la ley y del derecho de justicia privado, dentro de un marco
político de soberanía fragmentada, y un fisco subordinado, así
como una ideología aristocrática que exalta la vida rural. Ésta
es según Anderson, la visión de Marx.4
Véase Anderson, Perry (1977). Passages from antiquity to feudalism. Londres: Nlb,
pp.11-12.
4
Véase Anderson, Perry (1977). Lineages of the absolutist state. Londres: Nlb, p.
412.
3
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El feudalismo en Japón: similitudes y diferencias
Ninguno de los autores consultados descarta la naturaleza feudal del Japón. Con escasa diferencia, parten de la tesis de Carlos Marx (1818-1883), planteada en El capital, donde escribió:
“Japón con su organización puramente feudal de la propiedad
de la tierra y su desarrollada cultura petite, da un cuadro mucho más verdadero del medioevo europeo que todos los libros de
historia” (Melotti, 1977, p. 79). Los hombres de la “ilustración”
también se forjaron una opinión respecto al desarrollo del imperio japonés en el siglo xviii. Por ejemplo, Bloch —con el fin de matizar su análisis— cita a dos de los autores de la Enciclopedia de
las ciencias sociales: a Montesquieu, quien habla del feudalismo
como hecho irrepetible que aconteció sólo una vez en la historia
del mundo, y que quizá no vuelva a repetirse jamás, y a Voltaire
quien afirmó: “El feudalismo no es un evento, es una forma muy
antigua, que bajo diferentes administraciones, ha subsistido en
tres cuartas partes de nuestro hemisferio”.
Lo que está claro es que el feudalismo no es un simple
evento, es una forma institucional. Algunos de los estudiosos,
señala Anderson, empezaron a considerar a Japón como
el sitio en el que se había dado un auténtico feudalismo. El
feudalismo japonés aparece como un modo de producción
desarrollado desde los siglos xiv y xv. Éste, tras un largo
periodo de incubación, observó básicamente los mismos nexos
esenciales como el feudalismo europeo: la fusión de vasallaje
y beneficio, y la inmunidad dentro de un sistema de feudos,
el cual constituyó el marco básico político-legal, donde un
excedente de trabajo era extraído del productor directo. Los
lazos entre servicio militar, propiedad condicional de la tierra y
jurisdicción señorial, fueron reproducidos fielmente en Japón.
Al menos ésta es una de las hipótesis ofrecidas por Anderson.
Debemos considerar que el problema estriba en el uso del verbo
“reproducción”, que de alguna manera insinuaría adaptación
de un patrón y no una consecuente evolución autónoma.
Igualmente, la clasificación jerárquica entre “señor”, “vasallo”
y “criado-vasallo”, para formar una cadena de soberanía y
dependencia, estaba igualmente presente, pero bajo otras
designaciones nominales. Una aristocracia de encumbrados
caballeros formaba una clase gobernante hereditaria, mientras
que el campesinado se hallaba jurídicamente atado a la tierra
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El
feudalismo japonés
en una cercana réplica de la servidumbre de la gleba. Las
condiciones técnicas de la rizicultura (cultura tradicional de la
plantación del arroz) dictaron diferentes estructuras aldeanas,
las cuales se hallaban atadas a un sistema de tres campos: el
manor (tierra de propiedad individual) japonés raramente llegó
a contener un demesne (tierra contigua a la propiedad de la
casa). La relación intra-feudal entre “señor” y “señor”; es decir,
el vasallaje, a nivel de la aldea, tendía a predominar sobre el
beneficio: la atadura personal del homenaje era tradicionalmente
más fuerte que el lazo material de la investidura. En Europa
al tener como antecedente la organización clánica, el código
de la relación “señor-vasallo” fue provisto por el lenguaje de la
relación entre parientes, más que por los elementos legales. En
Japón esta autoridad de “señor” sobre su seguidor, fue más
patriarcal e incuestionable que en Europa; asimismo, el crimen
señorial era extranjero como concepto, las cortes vasallas no
existían. El legalismo fue generalmente muy limitado, lo que
constituyó un punto de coincidencia, pues lo mismo sucedió
en Europa, donde la tradición y el derecho consuetudinario
rebasaron el esfuerzo legislativo del Imperio Romano. Según
Anderson, la línea política más importante de división entre
el feudalismo japonés y el europeo fue la ausencia de algún
sistema de heredades, ya fuese a nivel regional o nacional;
en cuanto a las similitudes, éste también se hallaba definido
por una rigurosa parcelación de la soberanía y una propiedad
privada de la tierra. La fragmentación de la soberanía —en
realidad— alcanzó una forma más organizada, sistemática y
estable en el Japón de Tokugawa, que no se alcanzó en ningún
otro país europeo; mientras la propiedad privada escalonada de
la tierra, fue en realidad más universal en el Japón feudal que
en la Europa medieval, desde la inexistencia de tenures alodiales
en el campo.5 La consecuencia histórica del feudalismo europeo
—según Anderson— fue proveer al capitalismo de una válvula
de escape. El modo de producción capitalista lanzado por la
“revolución industrial” fue el regalo y la maldición de Europa al
mundo. Contrariamente en Japón, si nos apegamos a la idea del
feudalismo decimonónico, fueron las propias fuerzas feudales
las que se lanzaron a encabezar el proceso de modernización,
de ahí la controversia si el conjunto de eventos ocurridos en
1868, denominados en la historiografía japonesa como Meiji
5
Posesión de la tierra libre de cargas señoriales.
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ishin, deba considerárseles como “revolución”, “restauración”
o “renovación”. Las precondiciones socioeconómicas del
capitalismo japonés, como lo ha demostrado ampliamente la
investigación histórica contemporánea, se generaron en el
feudalismo. El feudalismo tardío japonés fue testigo de un tipo
de urbanización sin equiparar, en ninguna parte, excepto en la
Europa contemporánea. En la primera parte del siglo xviii, Edo,
su capital, era más grande que Londres o París [...].6 El ímpetu
fundamental para su transición hacia el modo de producción
capitalista a finales del siglo xix, fue exógeno: provino del impacto
del imperialismo occidental sobre el feudalismo japonés, lo que
repentinamente galvanizó las fuerzas internas dentro de una
transformación total del orden tradicional. Así, Japón conoció
una larga y rica experiencia feudalista, pero nunca originó un
absolutismo; el shogunato Tokugawa fue la negación de un
régimen absolutista. La distancia política a este respecto entre
Japón y Europa, manifiesta y simboliza la profunda disparidad
en su desarrollo histórico.
Características del feudalismo japonés
En cuanto al feudalismo en Japón, se observa que el origen de
un modo de producción es siempre distinto en su estructura.
Por ello, Japón no posee un estado esclavista o tribal, ya que
fue el resultado de la lenta desintegración del sistema sino-imperial, basado en el monopolio estatal de la tierra. El estado de
Taihō, creado en los siglos vii y viii bajo la influencia china, fue
un imperio absolutamente diferente al romano. El esclavismo
fue mínimo, no existió la libertad municipal, y la propiedad privada de la tierra fue abolida. La gradual dislocación de la política centralizada burocrática constituida por los códigos Taihō,
fue un proceso espontáneo y endógeno, que se extendió desde
el siglo ix hasta el xvi. Los mecanismos de la transición al feudalismo en Japón fueron totalmente diferentes a los europeos;
no existió ni colapso, ni disolución de los dos modos conflictivos
de producción, que hubieran estado acompañados por una profunda regresión política y cultural. En Japón hubo un desgaste muy prolongado del estado imperial centralizado, y dentro de
éste se encuentra la usurpación por parte de los nobles guerre6
14
Véase Anderson, Perry (1977). Lineages of the absolutist state. Londres: Nlb, pp.
414-415.
El
feudalismo japonés
ros locales de las tierras, y la toma del poder privatizado militar.
Después de siete siglos se dio la completa fragmentación del poder; este proceso involutivo de feudalismo desde adentro, fue finalmente completado por la recomposición de los señoríos territoriales independientes, dentro de una organizada pirámide de
soberanía feudal.
El paralelismo fundamental entre Japón y Europa,
se da porque ambos son modos de producción internamente
articulados, cuyo desarrollo se ha definido por factores
geográficos y climáticos, a los que Braudel en su obra El
mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II
(1949), otorga particular importancia. En este mismo sentido,
para el profesor Iinuma, el clima juega un papel primordial y
condicionante en el desarrollo de la civilización, y encuentra
una relación directa entre modo de producción y clima. De
esta manera, el feudalismo que él ubica entre el siglo xi y el
xix, se encuentra estrechamente relacionado con las cualidades
climáticas de la isla, así como a las características del suelo.
Los antecedentes, al igual que Asakawa Kanichi, los sitúa en
la desintegración del régimen Ritsuryō o régimen burocrático
centralizado antiguo, anterior al siglo ix. La base económica del
feudalismo es la tierra, y la obligación más importante del vasallo:
es el servicio de caballería; es decir, luchar bajo el mando del
amo en caso de contienda. Sin embargo, Iinuma diferencia entre
tipos de servidumbre, de acuerdo al tipo de zona climática: por
ejemplo, la servidumbre de la gleba descentralizada es propia de
la zona húmeda, y el vasallaje por enfeudamiento centralizado,
propia de la zona árida (Iinuma, 1993, pp. 85-87). En una zona
árida, en la que por ende escasean los recursos, es fundamental
asegurarse —de una manera— de allegárselos, por lo que se
recurre a un sistema centralizado. Sin embargo, según Iinuma,
sólo en la Europa septentrional y en el Japón coexiste el sistema
de servidumbre y el enfeudamiento. Siguiendo su razonamiento,
podríamos concluir, que sólo en dos regiones del planeta existió
el verdadero feudalismo. Y para ello se aventura la hipótesis de
que ambas regiones estuvieron —en algún momento— bajo la
zona de influencia de dos de los más grandes imperios de todos
los tiempos: el Romano y el de Han. Japón durante los siglos
vii y viii aprendería del Imperio Han, entre otras cosas, cómo
crear un Estado con un emperador o Tennō a la cabeza, y cómo
fortificar ciudades a la usanza china (Kioto y Nara), y finalmente,
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Cuenca
del
Pacífico
instauraría un sistema burocrático centralizado; lo anterior,
dentro de un contexto de zona húmeda de dominación, del que
fue capaz de escapar. Aunque lo anterior tiene importancia para
entender el razonamiento del autor, lo realmente interesante es
saber dónde percibió las diferencias del feudalismo occidental, y
una de ellas es que el sistema de heredades en Europa surgió a
la par del feudalismo, y la decadencia de éstas significó el final
del mismo. Mientras que en Japón, las heredades comenzaron a
desarrollarse a la par y su disolución implicó el establecimiento
definitivo del régimen feudal; también las relaciones patriarcales
y seudofamiliares fueron sumamente fuertes entre la clase
guerrera y la campesina, a causa de que la agricultura intensiva
requería mano de obra de alta calidad y grupal (Iinuma, 1993,
pp. 115-116).
Autores como Iinuma, Asakawa y Coulborn se empeñan
en encontrar una continuidad en el devenir histórico japonés;
para ellos el tránsito no es de ninguna manera violento, a diferencia de lo que Bloch opina con respecto al caso europeo. Tan
es así que incluso consideran a este periodo como la antesala de
la modernización, quizá no haya error en ese sentido, ya que el
dinamismo imperaba al interior del modo de producción feudal.
Lo que no queda muy claro, es la naturaleza de los dinamismos,
que nos son presentados como aletargados cuasi naturales; ésa
no es la impresión que nos deja el leer algunas páginas de historia sobre cualquier periodo del devenir japonés, y mucho menos la etapa feudal que en algunos periodos es extremadamente violenta. El sistema ritsuryō no se desmoronó solo, las fuerzas que lo empujaron son —como Bloch las califica— un cataclismo. Con el propósito de explicar mejor esta perspectiva, se
señalan algunos hechos que corresponden al periodo de maduración del feudalismo japonés.
Los cambios
El desarrollo socioeconómico en el Japón medieval se hallaba
bajo la férula de alguna autoridad formal o ideológica, independientemente de que existieran diversas autoridades o poderes.
Debido a la existencia de una centralización forzada durante la
época antigua, se dio pie al surgimiento de múltiples focos de
poder, que con el paso del tiempo, reclamarían su lugar dentro
de la estructura social jerarquizada. Es muy importante el rol
económico que las distintas regiones desempeñaron y cómo se
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El
feudalismo japonés
complementaron, formando una red nacional de relaciones comerciales. Esta experiencia, muy pronto se trasladó a la red de
relaciones diplomáticas de orden económico con el resto de Asia
Oriental; éstas fueron constantes, desde mucho tiempo antes
del gobierno guerrero, incluso después de la instrumentación
de la política de sakoku (aislamiento) (1641-1853) de los Tokugawa.
Una de las principales mercancías de importación hasta
la guerra de Ōnin (1467-1477) fue la moneda. Con el debilitamiento del poder Ming, sucedido en siglo xv, el Japón Occidental transitó a la economía de arroz, pues ya no pudo conseguir
el metálico. Mientras que el Japón del Este volvió a la seda —a
decir de algunos autores— la salida del sistema monetario produjo un retroceso, ya que se volvieron a usar ciertos bienes: el
arroz y la seda, como valores de cambio. El volumen y la calidad
del intercambio fue importante desde el siglo xii; en ese momento existió una producción masiva de distintos tipos de barros y
cerámicas. Sin embargo, la porcelana seguía siendo un producto de importación significativo entre los nobles o los guerreros
ennoblecidos. Con frecuencia los notables locales se daban el
lujo de tomar sus alimentos en trastos de porcelana, rompiendo
los lineamientos de comportamiento de acuerdo a su jerarquía,
pues debemos recordar, que como clase social se hallaban muy
por debajo de la clase samurái. A pesar de esto, el poder económico que fueron amasando a lo largo del periodo, los dota de
cierta libertad de acción, aunque tal ejercicio del buen gusto no
les esté permitido. En aras de ese buen gusto, se convierten en
“importadores” masivos de libros (como Sutras), pero como éstos estaban prohibidos, se llevaron a cabo misiones para incautar el contrabando. El florecimiento cultural marca la maduración feudal, ya que implica la producción y el desarrollo local de
artesanías, así como un avance en las técnicas agrícolas. Los artesanos se convierten en un gremio codiciado y cobijado por las
casas nobles y por los templos: transmiten y heredan su arte.
Los artesanos, poco a poco, se vuelven más independientes del
tutelaje, ya que obtienen licencias de transporte de mercancías,
así como de comercialización fuera del consumo de su amo o patrón. Paulatinamente, se expande la producción para el mercado en la medida en que se convierten en ofertantes de servicios a
la comunidad en general; al volverse independientes, su estatus
como artesanos mejora. Y se intensifica en tal medida, que in17
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cluso se da la venta de títulos. Este hecho constituye el ‘requiescat in pace’ del sistema ritsuryō, que a decir de Asakawa, había
convivido largo tiempo a lado de su sustituto; asimismo aparecen las distinciones de clase, hasta ahí donde el panorama había sido bastante uniforme: la sociedad rural. Existe la tendencia de constituir el linaje familiar. En el campo se da una cohabitación: los límites son ambiguos, ya que en el Japón medieval
existe la tendencia de ir creando la conciencia de comunidad local. Los clanes de parentesco amplían la red de sus afiliaciones,
vía matrimonio. Todo esto fue estimulado por el sistema ritsuryō
para mantener todo bajo su control. De esta forma, a partir de
la familia se creó la comunidad. El reconocimiento de familias
troncales y familias ramales —con un asentamiento permanente— refuerzan la conciencia de continuidad. Durante el shogunato (que es el régimen político), bajo el que se forja el feudalismo como modo de producción, acontece una transición bilineal;
es decir, de linaje y herencia, en donde la autoridad la ejerce el
miembro varón mayor, él es el que dispone. Bajo este sistema
de primogenitura, las mujeres pierden derechos de herencia, ya
no era amparada en ningún lugar; era dependiente como hija,
esposa y madre; aunque en el campo, el sometimiento adquiría
un matiz distinto. Los kokujin o señores locales adquirían fuerza a través de las alianzas, mientras aprovechaban los huecos
de poder. Estos líderes locales del shugō o gobernador provincial, eran los jefes de aldea, independientes y representantes de
la misma. En un afán por no perder el control de las tierras, se
diseñó e implementó el sistema de sōryo para la distribución de
las mismas, poniendo bajo tutela del primogénito (en adelante
patriarca) las ramas troncales de la familia. De ahí en adelante
la guerra y el patriarcado fueron de la mano. Aparecen también
las asociaciones de “iguales”; una de ellas fue la de kokujin-ikki,
organización política diferente del parentesco, y por esta causa
en oposición directa a las formas feudales. Estas organizaciones
de “iguales” basaban su fuerza en la unión; estaban constituidas por jefes de la aldea u otras autoridades locales. A estas organizaciones se les asociaba con propósitos de carácter militar,
pero particularmente de rebelión. David L. Davis, quien ha estudiado las organizaciones que se ubicaban en la fase terminal
del medioevo japonés, plantea la idea de que debería reconsiderarse el papel de estas ikki, ya que arrojaría luz sobre la transición del medioevo a la época premoderna o en términos políti18
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cos, entre el Bakufu Muromachi de los siglos xiv y xv, al Bakuhan Tokugawa de siglo xvii (Davis, 1974, p. 221).
Las movilizaciones de las ikki, ya fueran de campesinos o
guerreros de bajo rango, redundaron en un aumento de las autonomías locales; por esta razón, en el siglo xvii Toyotomi Hideyoshi se dio a la tarea de destruir los focos de poder local, que
pudieran resistirse al poder central. A finales del siglo xv y mediados del xvi, en el periodo que se conoce como sengoku daimyo o de ‘los estados en guerra’, ocurre una proliferación del estallido denominado doikki, protagonizado por los dogos, cuya consecuencia más inmediata fue la pérdida de autoridad local para
los kokujin. La táctica que siguieron para fortalecerse e ir ganando terreno fue aliarse en una relación de vasallaje, en ocasiones tan fuerte, que llevaron a una transformación las relaciones hereditarias, debido a la estrechez de los lazos entre el shugo y sus vasallos. En medio del descontrol ocasionado por las
revueltas, los campesinos lograron convertirse en líderes de pequeñas provincias, por lo que también se presentaron conflictos
entre los dogos y los campesinos ordinarios. Los dogos, frente
a la amenaza que representaban los campesinos en su camino
hacia la consecución del poder, recurrieron a los kokujin para
defenderse de ellos. Éste es un hecho curioso, pues los dogos
en la época de paz eran campesinos, pero durante el periodo de
guerra eran guerreros de bajo rango, que se veían impelidos a
tomar partido; de ellos hay que destacar ante todo la individualidad; lo anterior, aunado a la introducción del uso de armas de
fuego (arcabuces), marcó el inicio de la época premoderna. Este
periodo de los señores de ‘los estados en guerra’ es el desarrollo
pleno del feudalismo japonés.
Los campesinos aparecen durante este periodo organizados jerárquicamente, el concepto socialmente construido de
“contaminación” se profundiza; los conceptos mágico-religiosos
se arraigan. A pesar de ello, se puede hablar de una sociedad
móvil y abierta, ya que los eta y los hinin participaron social y
culturalmente. A través de la visualización de esta etapa tan violenta, percibimos cómo durante el feudalismo japonés convivieron de manera más que evidente dos polos de poder: el del tennō
insei y el del poder guerrero. La división de la corte permitió a la
fuerza guerrera apropiarse de la herencia institucional del poder antiguo. El Shogunato Ashikaga Muromachi en su origen,
no es un poder consolidado, es una alianza que logró allegarse
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el poder gracias a los pactos entre señores. Los shugo daimyō es
una fuerza autónoma que se consolidó, arraigó y formó su propio poder —en ocasiones— provocando la inestabilidad del propio shogunato Muromachi. Esta fuerza se convirtió en “verdaderos señores territoriales al estilo de los señores feudales de Europa occidental” (Tanaka, p. 110). Toda vez que el conflicto entre señores estalló, la fuerza del shōgun se debilitó.
Un ejemplo representativo de ese clima social lo constituyó la Guerra de Ōnin, pues el último resquicio del poder imperial, la ciudad de Kioto, fue saqueada y quemada, causando el
debilitamiento de las fuerzas ahí arraigadas. Hay una desbandada, cada quien vuelve a su región; este evento marcó el inicio de un siglo de guerras intestinas 1467-1568. Todos estos señores shugo daimyō, incluidos aquéllos que se destacan, poco a
poco fueron derrotados por estratos inferiores: jitō, kokujin, dogos, guerreros-campesinos al servicio de la comunidad o del señor. Todos ellos gente que en época de paz, se ocupaba en labores agrícolas. Por su parte, los comerciantes se dedicaban al
intercambio comercial con Ming vía Kyushu. Fue la época del
florecimiento de las grandes ciudades portuarias como Sakai
o Hyogō. Se mantuvo un activo comercio con el norte, las principales mercancías eran pieles, algas y productos marinos secos. Los protagonistas de estas lucrativas actividades —un siglo después— tuvieron la posibilidad de jugar un rol protagónico en la consolidación de nuevos y renovados poderes locales.
En Shimazu, los señores eran tan independientes, que tuvieron
su propio código, rigiendo así a sus vasallos y a la población, en
un abandono total del código ritsuryō. La supervivencia de estos señores en lucha siempre dependió del centro, pero a partir de ese momento se armaron confederaciones de comunidades locales. Las batallas requerían movilización de bienes y personas. La anarquía imperaba bajo la máxima de la “autodefensa”, por eso los soldados se sentían con derecho de apropiar y
robar bienes. El clima anárquico de guerra llegó a incentivar el
comercio de esclavos, hombres, mujeres y niños que eran vendidos en los mercados, incluso se exportaban, conformando uno
de los primeros comercios que se establecieron con los portugueses. Bajo ese clima, cómo evitar que las comunidades locales se organizaran y defendieran. El respeto del territorio se lograba mediante el pago regular de una renta, que la misma comunidad se encargaba de cobrar, con el fin de asegurar la paz.
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Estos hechos hacen consolidar a una comunidad; el individuo
solo no puede defenderse, ello se ve en el estudio de la vida de
comunidades u organizaciones comunitarias, en las que participan los jóvenes. Estas organizaciones desarrollaron sus estrategias para alcanzar su autonomía, por lo que establecieron castigos corporales severos a quién no respetara las reglas comunitarias: cohesión, defensa y mantenimiento, leit motiv de los reglamentos de la época. Esta medida de disciplina refleja la severidad de la época; los señores feudales debían garantizar no sólo
la producción, sino también la seguridad militar, y para ello dependían de la población de sus territorios. Cualquier señor de
la guerra aspiraba tener una prosperidad prolongada, por tanto
debía establecer términos de beneficio mutuo, consolidando así
su apoyo de base. Los que al final se disputaban el poder central, eran los que habían logrado establecer un canal de comunicación con guerreros locales, que no eran sus vasallos: Hōjō
Takeda contra las fuerzas de Hideyoshi Toyotomi. El vasallaje
se dio en todos los niveles, en un afán integracionista de consecución de lealtades. La naturaleza de la guerra cambió el sentido de lealtad. Antes de la entrada de las armas de fuego, el señor se ganaba la lealtad individual de cada guerrero; esa organización dejó de funcionar, cuando las armas de fuego irrumpieron. Los señores de la guerra, fincando su autonomía en la fuerza de las armas y en el poder económico, compiten por el poder
central, y en el camino hacia el centro, amplían la red de comunicaciones. Oda Nobunaga introdujo el tránsito y mercado libres; se dio el establecimiento de las ciudades-puerto y de los
mercados libres, cuyo objetivo era atraer comerciantes y artesanos. La división regional no fue obstáculo para la integración
económica. No obstante las prohibiciones, el poder central nunca pudo de facto controlar el comercio, ni qué decir del comercio a larga distancia, que se realizaba a través de las rutas de
las islas Ryukyu, el sur de la península coreana, el sureste asiático y las Filipinas. Comerciantes chinos y coreanos llegaban a
Japón y obtenían protección de un señor local, pues la dinastía Ming no permitía a misión japonesa alguna, llegar frecuentemente; se llevaban a cabo visitas cíclicas de una cada diez años.
Empero, año con año llegaba una cantidad importante de embarcaciones a las Ryukyu; donde el flujo de mercancías fue vital para la economía, aumentando la prosperidad de los machitsu. Éstos se convirtieron en los reconstructores de ciudades y
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puertos al término de la guerra; de alguna manera, ellos fueron
los principales beneficiados del periodo. Kioto dejó de ser la sede
del poder, para constituirse en la sede de las actividades económicas. Como consecuencia de la diáspora de eruditos y artistas,
en las provincias surgieron centros de práctica religiosa, al servicio de quien competía por el poder. Los sengoku-machitsu fueron los patrocinadores de las artes que surgieron en el siglo xv:
renga, té, teatro, jardinería, entre otros. El arte se institucionalizó con la aparición de escuelas, incluso para la población rural. Las ciudades guiadas por el sistema de autonomía machitsu, se convirtieron en los centros financieros, a los que recurrían los señores, en caso de necesitar apoyo pecuniario. Así, los
consejos de comerciantes acaudalados que las gobernaban, se
convirtieron en los principales aliados de los señores, con lo que
empezaban a disfrutar de prerrogativas, entre ellas la exención
de impuestos, en un estilo un poco más limitado de autonomía
hanseática. Con la llegada de los unificadores se rompió la autonomía, lo que significó acabar con toda serie de privilegios gremiales. Los ensayos en torno al ejercicio del poder son muy variados en esa época, ya que si bien es cierto que había autonomía, la regulación interna era muy severa. Volviendo a los señores poderosos de la época, los había de muy distintos orígenes;
el abolengo lo habían obtenido y moldeado por la fuerza de las
armas. El caso espectacular es el de Toyotomi Hideyoshi, que ni
siquiera es dogo, era el hijo de un campesino, quien al destacarse como estratega, logró desplazarse en línea vertical ascendente por mérito propio; esto prueba el dinamismo y la movilidad de
la época. El mecanismo de legitimación lo proporciona el poder
mismo y la capacidad para ejercerlo, mediante el control severo
y vigilante sobre los demás señores.
En conclusión, vemos cómo apartándose del poder aristocrático, así como de la naturaleza inicial del shogunato (reflejada en el periodo Kamakura), los funcionarios militares crecieron y reclutaron —como sus servidores— a poderosos guerreros
poseedores de tierras provinciales (kokujin), y por medio de ellos
extendieron su capacidad militar y control sobre el campesinado. En su esfuerzo por establecer sus dominios como entidades
independientes política y económicamente, depusieron las leyes de sucesión dinástica (kakun); construyeron castillos, realizaron censos catastrales y apoyaron el desarrollo del comercio e
industria. Desarrollaron nuevos campos de cultivo con el fin de
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El
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incrementar las rentas, construyeron sistemas de irrigación, estaciones postales, entre otras obras, que demuestran una progresiva modernidad. Sus más poderosos vasallos se quedaron
en posesión de feudos privados, por lo que fueron incapaces de
edificar una estructura centralizada de poder. No pudieron deshacerse de la presencia samurai en los pueblos, ni en sus propios castillos.
Para señalar el final del medioevo japonés, los historiadores eligieron diferentes momentos. Por ejemplo: el periodo de los
estados beligerantes, fechas exactas como el año 1467 que marcó el inicio de la guerra de Ōnin o 1490 cuando Hosokawa Masamoto (1466-1507), el kanrei o representante shogunal, tomó
de facto el poder del shogunato Muromachi o 1568 cuando Oda
Nobunaga entró a Kioto. Este periodo se caracteriza —con frecuencia— como el momento en que los de arriba son derrotados
por los de abajo, a causa del debilitamiento del poder de liderazgo shogunal local. Los shugodai, representantes militares de los
gobernadores, y los kokujin, propietarios locales militares, establecieron control militar y político sobre las provincias. La corte
imperial, el shōgun Ashikaga, los shugō de Kioto y los templos,
se mostraron frágiles frente a este grupo de gobernantes locales
(sengoku daimyō), estos líderes regionales se enfrascaron en un
proceso de guerra constante para defender o engrandecer sus
dominios; lo que contribuyó al crecimiento económico, más allá
del esfuerzo de los sengoku daimyō, para enriquecer sus dominios y edificar sus ejércitos. Los resultados fueron: incremento
de cosechas, desarrollo de las artesanías, de la industria minera, expansión comercial, el surgimiento de ciudades comerciales
como Sakai y Hyōgo; difusión de la cultura zen y rengashi, de la
que los sengoku daimyō eran los patrocinadores, aliados con los
ricos comerciantes.
La guerra de Ōnin provocó el final de la hegemonía shogunal sobre las provincias centrales y orientales de Japón, establecida en el siglo xiv, como un balance de poder entre el shogunato Muromachi y sus gobernadores provinciales: los shugō. El
cambio político es claro, pero éste no acabó de tajo con el feudalismo como modo de producción, ya que incluso cuando los signos de su decadencia eran visibles, éstos se aletargaron e hibernaron durante mucho tiempo, mientras que la modernidad iba
apareciendo.
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Conclusión
A partir de las consideraciones generales contenidas en este trabajo, podemos sostener la idea de un feudalismo japonés que no
diverge en esencia del europeo. Resulta interesante advertir que
incluso cuando la designación onomástica de las instituciones
es diferente, su naturaleza es similar. Las diferencias son consecuencia obvia de los antecedentes y peculiaridades del Estado japonés antiguo y su sistema legal de tipo chino, enmarcado
en la filosofía confuciana. Otro aspecto de vital importancia es si
se debe considerar al shogunato Tokugawa como feudal, ya que
aunque las relaciones sociales son netamente feudales, éstas se
hallan muy desgajadas por el factor mercantil, y el peso no sólo
económico, sino político que tienen los comerciantes. Por ello,
es considerado dentro de la historiografía japonesa y occidental como la primera etapa del Estado japonés moderno o Estado moderno temprano.
El punto de culminación, el feudalismo ha quedado establecido durante el periodo que comprende: Kamakura, Muromachi, Ashikaga y Sengoku (1185-1568).
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Fecha de recepción: 24 de julio de 2012
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