Icono conmemorativo del I Concilio de Nicea EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO DESDE SUS INICIOS HASTA EL CONCILIO DE NICEA CAPÍTULO XII Y ÚLTIMO EL CONCILIO DE NICEA 1. ANTECEDENTES El protocolo de Milán y el matrimonio de Licinio con Constancia sellaron el pacto entre aquél y Constantino, pero las relaciones entre ambos, que ambicionaban el poder único del Imperio, no tardaron en deteriorarse y los cristianos hubieron de tomar partido entre uno u otro. Muchos de ellos optaron por Constantino, cuyas medidas a favor del cristianismo eran más ventajosas que las de Licinio. Por esta razón, al estallar la guerra abierta entre ambos, especialmente cruenta en los años 320 a 324, Licinio no ocultó su desconfianza hacia los cristianos y tomó tantas medidas preventivas contra ellos que se convirtieron en una auténtica persecución. Licinio les prohibió las reuniones conciliares, los expulsó de su corte y de su ejército y les negó el derecho a celebrar culto en pueblos y ciudades mas no en el campo1. Por el contrario, Constantino tomó partido a favor de los cristianos y asumió su defensa como casus belli contra Licinio. Vencido éste en Crisópolis el 18 de septiembre del 324, Constantino quedó dueño absoluto del Imperio Romano y se esforzó en arreglar los litigios entre los diferentes obispos de Oriente, como ya hizo en Occidente por causa del donatismo convocando los sínodos de Roma en el 311 y el de Arlés, en el 314. El fervor cristiano de Constantino se acentuó durante la etapa de monarquía absoluta (324-337), en la que fue marginada la religión romana y prohibidas sus ceremonias de carácter supersticioso. Así lo reflejan los dos edictos publicados el mismo año de su victoria sobre Licinio (324). El primero de ellos, tras proclamarse elegido de Dios, ordena la rehabilitación de los cristianos que hubieran sido exiliados, expropiados, condenados a trabajos forzados o esclavizados. Como puede observarse, esta restitutio in integrum va mucho más allá de los acuerdos de Milán. El segundo edicto, dirigido a todos los orientales, reitera su concepción teológica de la historia y se encomienda al Dios santo que llevó sus ejércitos a la victoria y en cuyo nombre desea instaurar la paz y la armonía social. En cierto modo, lo que el emperador se propone es que la nueva religión cumpla las funciones institucionales que siempre asumió el paganismo, y que los clérigos ocupen el vacío dejado por las viejas magistraturas sacerdotales. 2. LOS PRIVILEGIOS ECLESIÁSTICOS 2.1. EL ORDO CLERICALIS 1 Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica (X 8-10). Madrid, 2001: Biblioteca de Autores Cristianos. Volumen 612. El aspecto mejor conocido de la política religiosa de Constantino es su legislación a favor de la Iglesia y la ayuda material que le prestó mediante donativos y construcción de templos. Ordo clericalis. Sepulcro de doña Urraca López de Haro. Costado derecho Monasterio de Cañas (La Rioja). Foto del autor El clero, que acababa de sufrir una dura persecución, se vio convertido en un grupo privilegiado, una especie de ordo clericalis que, a diferencia de los ordines tradicionales romanos (senadores, caballeros o curiales), se definía por criterios de carácter religioso y no familiar ni político. Los privilegios concedidos, entre otros, fueron: 1. Se concedió a la Iglesia como comunidad la capacidad de recibir donaciones y herencias. 2. A los obispos se les otorgó cierta autoridad judicial, la llamada audientia episcopalis, mediante la cual los cristianos resolvían sus litigios ante el obispo. Ello prestigió mucho la figura del obispo, hasta el punto de que muchas personas se convirtieron al cristianismo con la finalidad de ser juzgados por él de una forma rápida y barata. 3. La declaración de festivo del dies solis, extremo que decidió el 3 de marzo del 321. Esta medida afectó a la vida económica y judicial, pero no a los trabajos agrarios y supuso un cambio muy importante en el calendario cristiano. Aunque Eusebio de Cesarea en su obra De Constantini vita habla ya del día dominical, hay que esperar hasta el año 386 para encontrar ya la expresión dies dominicus en un texto legal (Codex Theodosianus). 2.2. LA AYUDA ECONÓMICA Y LA CONSTRUCCIÓN DE TEMPLOS Constantino prestó una importantísima ayuda económica a la Iglesia a través de la construcción, mantenimiento y financiación de numerosos templos, sobre todo en Roma, Tierra Santa y Constantinopla. En Roma construyó la basílica Constantiniana, hoy de Letrán, que se concibió como iglesia catedral y residencia de los papas. En la residencia de la augusta Helena, a manera de capilla palatina, construyó la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén. Por último, extra muros, en el Vaticano, construyó el más importante templo, sobre una necrópolis, una basílica martirial, en honor del apóstol Pedro. Sin embargo, fue en Jerusalén donde se levantaron las construcciones más importantes y populares debidas al celo de Helena, la madre del emperador, que acudió allí en peregrinación en el año 326. Una leyenda asegura que encontró allí la Vera Crux, el madero donde fue crucificado Jesús y que milagrosamente pudo distinguirlo de las cruces pertenecientes a los dos ladrones que con él fueron crucificados. La construcción más importante fue el martyrium levantado en el emplazamiento de la sepultura y resurrección de Jesús, ocupado a la sazón por las ruinas de un templo de Afrodita: la Basílica del Santo Sepulcro, a la que se colmó de donativos para que fuese la más hermosa del mundo. Los trabajos duraron diez años y la ceremonia de inauguración2 (septiembre del 335) se hizo coincidir con la tricennalia de Constantino y la clausura del Concilio de Tiro. El Santo Sepulcro. Foto del autor En el Monte de los Olivos también se construyó otra basílica, al igual que en Belén, sobre la gruta donde se suponía que había nacido Jesús. En Constantinopla, fundada por él y donde trasladó la nueva capital de su Imperio, Constantino construyó la catedral de santa Irene y la de los Apóstoles, así llamada ésta porque se concibió como un martyrium que acogiera en el futuro las reliquias de los apóstoles y la sepultura de Constantino3. 2 Para mayor información sobre la liturgia en este templo, en el s. IV, véase Egeria, Itinerarium (II 24-44). Madrid, 1996: Biblioteca de Autores Cristianos. Volumen 416. 3 Eusebio de Cesarea. De Constantini vita (IV 58-60). Constantino, pues, representó en la historia de la Iglesia el nacimiento de los christiana tempora en que todavía vivimos. 3. CONVOCATORIA, ASISTENTES Y ORDEN DEL DÍA Con su victoria sobre Licinio en Crisópolis el 18 de septiembre del 324, Constantino devino en el único señor del Imperio romano, pero se encontró con un Oriente dividido por la crisis entre católicos y arrianos. La recién recuperada unidad política exigía la unidad religiosa, por lo que Constantino tuvo que intervenir en la disputa. Y lo hizo a través de una carta que dirigió a Alejandro y Arrio, reprochándoles el haber dividido a la Iglesia por un asunto menor y les instaba a mantener la unidad de la doctrina y recuperar la concordia por el bien del pueblo y del emperador. Confió esta misión a Osio, obispo de Córdoba, su consejero religioso. Aunque éste apoyaba la posición de Alejandro, no obstante estaba dispuesto a facilitar las conversaciones entre ambos, cosa que no se logró por la ausencia de Arrio en el sínodo de Alejandría. A pesar del fracaso, Constantino pudo conocer a través de Osio la situación de las iglesias en Alejandría y resto de Egipto, al igual que los problemas de disciplina que afectaba a las orientales. El Concilio de Nicea. Así, tal vez aconsejado por Osio, convocó a los diferentes obispos a un sínodo comparable en todo a los comitia (comicios) de las órdenes civiles del Imperio. El emperador, tras haber logrado la unificación y uniformidad total del Imperio bajo su persona, trataba de hacer lo mismo con el cristianismo, a imagen del propio Imperio. Este concilio no fue convocado por la Iglesia o uno de sus obispos sino por un emperador, sobre el que aún hoy recaen serias dudas en torno a lo genuino de su fe cristiana, puesto que era un adorador del Sol Invictus4. La pretensión posterior del obispado de Roma de ejercer una primacía jerárquica sobre el resto de la cristiandad, tiene mucho que ver con este deseo de uniformidad imperial. Este concilio fue convocado primeramente en Ancira y después, por razones de comodidad del propio emperador, en Nicea, en el Asia Menor, cerca de Constantinopla, donde en sus inmediaciones se encontraba la residencia imperial de Nicomedia. En la mañana del 20 de mayo del 325, coincidiendo con las fiestas de conmemoración de su victoria sobre su rival Licinio, comenzaron las sesiones de lo que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico, es decir, universal. Para que todos los 4 Paul Veyne, en su obra El sueño de Constantino, Barcelona, 2008, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., mantiene que ese supuesto sincretismo que confundía a Cristo con el Sol Invencible obedece a una interpretación errónea de la acuñación imperial (pág. 65) y que Constantino escribió mucho y los textos salidos de su mano, sus leyes, sus sermones, sus edictos y sus cartas con sus confesiones personales […] demuestran línea a línea el más ortodoxo cristianismo: Dios, Cristo, el Logos, la Encarnación… (pág. 66) Lo que ha fomentado esta suposición [para distinguir a Cristo del dios solar] es la acuñación de monedas, pues en ellas aparecen diversos dioses paganos en algunos reversos hasta el año 321, y Sol Invictus hasta 322 […] Pero la acuñación imperial romana, luego bizantina […] era una institución pública, de modo parecido a nuestras casas de moneda y timbre, y no la expresión de la vida interior del príncipe. En una palabra, distintos dioses paganos, entre ellos el Sol, figuran en la acuñación porque la fachada del imperio de Constantino seguía siendo oficialmente pagana, y no porque Constantino mezclara varios dioses en su cerebro confundido […] Por último, mientras el Sol figura al lado de otras divinidades paganas en algunos de esos reversos, no es por piedad solar, sino porque la imagen del Sol Invictus era para Constantino un blasón familiar… (págs. 214-215). Richard E. Rubistein, en su obra When Jesus became God, San Diego, 1999, página 139, mantiene que Constantino fue bautizado en su lecho de muerte por el obispo Eusebio de Nicomedia. obispos pudieran asistir, con la convocatoria ponía a su disposición los medios necesarios de transporte gratuito a través de la posta imperial o cursus publicus. Todo fue organizado por el emperador: El desarrollo de las sesiones, la publicación, la aplicación de los acuerdos, etc., es decir, solamente dejó en manos de los obispos la materia doctrinal. Sin pretenderlo, Constantino imponía en la vida de la Iglesia lo que se ha dado en llamar el concilio imperial, patrón de comportamiento del Estado en relación con los asuntos de la Iglesia, que había de regir en los años siguientes. Las sesiones se celebraron en el templo principal y en el vestíbulo central del palacio imperial. Verdaderamente era necesario un gran espacio para recibir a una asamblea tan numerosa, aunque el número exacto de asistentes no se conoce con certeza. Eusebio de Cesarea habla de más de 250 obispos, aunque manuscritos árabes posteriores mencionan la cifra de 2.000, una evidente exageración que imposibilita conocer el número total aproximado de obispos, así como el de sacerdotes, diáconos y acólitos que, según se dice, también estaban presentes en gran número. San Atanasio, icono del s. XVI en Monte Athos (Grecia) San Atanasio, miembro del concilio, habla de 300 y en su Epistula ad Afros episcopos menciona exactamente 318, cifra que ha sido aceptada casi universalmente y no parece que haya razón alguna para rechazarla. La mayor parte de los obispos presentes eran griegos; entre los latinos solamente conocemos a Osio de Córdoba, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon, Dono de Estridón, en Panonia, y los dos sacerdotes de Roma, Víctor y Vincentius, que representaban al Papa Silvestre I. La asamblea contaba entre sus miembros más famosos a Alejandro de Alejandría, Eustasio de Antioquía, Macario de Jerusalén, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesarea y Nicolás de Myra. Alguno de ellos había padecido durante la última persecución, otros no estaban suficientemente familiarizados con la teología cristiana. Entre los miembros figuraba un joven diácono, Atanasio de Alejandría, para quien este concilio fue el preludio de una vida llena de conflictos y gloria. La apertura del concilio se realizó por Constantino con gran solemnidad. El emperador esperó, antes de realizar su entrada, a que todos los obispos hubiesen ocupado sus lugares. Vestía de oro y estaba cubierto de piedras preciosas, según la costumbre de los soberanos orientales. Se le preparó un trono de oro y solo después de que el emperador hubiera ocupado su sitio los obispos pudieron tomar asiento. Después de ser saludado en una breve alocución, el emperador pronunció un discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la paz religiosa. El emperador abrió la sesión en calidad de presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones posteriores, pero dejó las discusiones teológicas, como era justo, en manos de las autoridades eclesiásticas del concilio. Parece que el presidente fue Osio de Córdoba, asistido por los representantes del Papa, Víctor y Vincentius, aunque ésta no es una cuestión pacífica5. El emperador estuvo representado en las posteriores sesiones por el magister Filomeno. 5 Sozomeno (Historia Ecclesiastica 1,19), afirma que fue Eusebio de Cesarea. Por el contrario, Teodoreto de Ciro asegura en su Historia Ecclesiastica (1,8) que lo fue Eustacio de Antioquía, La asamblea desarrolló sus trabajos en torno a tres cuestiones: La condena de la doctrina de Arrio, la elaboración de una fórmula de fe o credo y la aprobación de un código de conducta de aplicación general en todas las iglesias6. 3.1. LA CONDENA DE LAS TESIS DE ARRIO La fundamental heterodoxia de las tesis arrianas se comprobó tras la lectura de una carta de Eusebio de Cesarea, donde argumentaba que si se aceptaba que Cristo había derivado del Padre por un proceso de generación real y no de creación, se debía admitir que la sustancia de Dios se había dividido en dos. Dada la evidente negación de la generación real del Hijo de Dios, la mayoría condenó las tesis de Arrio, el presbítero de Alejandría. 3.2. EL CREDO DE NICEA Declarada la heterodoxia de los arrianos, era preciso formular la doctrina ortodoxa que afirmase la consubstancialidad del Hijo y del Padre. La elaboración costó bastante esfuerzo y al final, según uno de los tres fragmentos de las actas del concilio que ha llegado hasta nuestros tiempos, el del Credo o Símbolo de Nicea, se impuso la siguiente fórmula7: mientras que para Nicetas de Remesiana (Thesaurus fidei orthodoxæ 5,7) fue Alejandro de Alejandría. 6 Mayores detalles en Eusebio de Cesarea. De Constantini vita (III 10). 7 Sobre el origen del llamado Símbolo de Nicea existen discrepancias. Hay quien afirma que esta fórmula fue la que propuso Eusebio de Cesarea con algunas modificaciones que se hicieron en este concilio. Sin embargo, el arriano Filostorgio (Historia ecclesiastica 1,9) y san Atanasio de Alejandría (Historia Arrianorum, 42), testigo excepcional, afirman que fue propuesta por Osio de Córdoba. Por su parte Johannes Quasten (Patrología I. Hasta el Concilio de Nicea, Madrid, 1995, B.A.C., 5.ª edición, pág. 33) asevera que la forma más primitiva del Credo se conserva en los Hechos de los Apóstoles, 8,37. Felipe bautizó al eunuco de Etiopía después que éste hizo profesión de su fe de esta forma: «Yo creo que Jesucristo es el Hijo de Dios». Este pasaje prueba que el Credo empezó con una simple confesión de fe en Jesucristo como Hijo de Dios. No había necesidad de exigir más a los candidatos al bautismo. Era suficiente que reconocieran a Jesús como Mesías, tratándose sobre todo de los conversos del judaísmo. Con el correr del tiempo fueron añadiéndose nuevos artículos… «Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo. Aquellos que dicen: hubo un tiempo en el que Él no existía, y Él no existía antes de ser engendrado, y que Él fue creado de la nada, o quienes mantienen que Él es de otra naturaleza o de otra sustancia, o que el Hijo de Dios es creado, o mudable, o sujeto a cambios, la Iglesia Católica los anatematiza.» Esta confesión de fe nicena, con algunas modificaciones introducidas en el Concilio de Constantinopla del 381, se convirtió en el fundamento dogmático de la ortodoxia cristiana, el Credo recitado por los católicos hasta hoy. La adhesión fue general y entusiasta. Todos los obispos, salvo cinco, se declararon prestos a suscribir dicha fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia Apostólica. Los oponentes, además de Arrio, quedaron pronto reducidos a dos, Teón de Marmárica y Segundo de Ptolemais, que fueron exiliados y anatematizados. Arrio y sus escritos fueron también marcados con el anatema, sus libros fueron arrojados al fuego y él fue exiliado a Iliria. Condena y exilio de Arrio 3.3. OTRAS DISPOSICIONES Finalmente, los padres nicenos elaboraron un código de conducta formado por 20 cánones, cuyo resumen, según uno de los tres fragmentos de las actas del concilio, es como sigue: «Canon 1: Sobre la admisión, ayuda o expulsión de los eclesiásticos mutilados voluntaria o violentamente. »Canon 2: Reglas a tener en cuenta para la ordenación, la evitación de precipitaciones indebidas y la deposición de quienes son culpables de faltas graves. »Canon 3: Se prohíbe a todos los clérigos tener relaciones con cualquier mujer, excepto con su madre, una hermana o una tía. »Canon 4: Relativo a las elecciones episcopales. »Canon 5: Relativo a la excomunión. »Canon 6: Relativo a los patriarcas y su jurisdicción. »Canon 7: Confirma el derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de determinados honores. »Canon 8: Se refiere a los novacianos. »Canon 9: Ciertos pecados conocidos después de la ordenación que implican su invalidez. »Canon 10: Los lapsi que hayan sido ordenados maliciosa o fraudulentamente, deben ser excluidos tan pronto como se conozca la irregularidad. »Canon 11: Penitencia que debe ser impuesta a los apóstatas en la persecución de Licinio. »Canon 12: Penitencia que debe ser impuesta a quienes apoyaron a Licinio en su guerra contra los cristianos. »Canon 13: Indulgencia que debe ser otorgada a las personas excomulgadas que se encuentran en peligro de muerte. »Canon 14: Penitencia que debe ser impuesta a los catecúmenos que desfallecieron durante la persecución. »Canon 15: Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia a otra. »Canon 16: Se prohíbe a todos los clérigos abandonar su iglesia. Se prohíbe formalmente a los obispos que ordenen para su diócesis a un clérigo que pertenece a una diócesis distinta. »Canon 17: Se prohíbe a los clérigos que presten con interés. »Canon 18: Se recuerda a los diáconos su posición subordinada respecto a los sacerdotes. »Canon 19: Reglas a tener en cuenta respecto a los partidarios de Pablo de Samosata que deseaban retornar a la Iglesia. »Canon 20: Los domingos y durante la Pascua las oraciones deben rezarse en pie. Como se puede observar a través de tales cánones, salen robustecidos la figura del obispo y el principio de jerarquía, pero nada se afirma sobre la primacía del obispo de Roma, que sucederá años más tarde. Una vez acabadas las sesiones del concilio, Constantino celebró el vigésimo aniversario de su ascensión al Imperio e invitó a los obispos a un espléndido banquete, al final del cual cada uno de ellos recibió ricos presentes. Varios días después, el emperador solicitó que tuviera lugar una sesión final, a la cual asistió para exhortar a los obispos a que trabajaran para el mantenimiento de la paz; se encomendó a sus oraciones y autorizó a los padres de la Iglesia a que regresaran a sus diócesis. La mayor parte de ellos se apresuró a hacerlo así para poner en conocimiento de sus respectivas provincias las resoluciones del concilio. Ldo. Pedro López Martínez