EL TRANSPORTE Teóricamente, lo fundamental en el negocio de exportación de naranja debería ser la fruta en sí, y el transporte, uno de los elementos secundarios, aunque necesarios para el desarrollo del negocio, pero en la práctica no ha sido así. Dispersa la fruta entre una infinidad de cultivadores sin organización ni medios ni potencia económica alguna, la fruta, que es lo que realmente vale, lo que sirve, lo que se exporta y lo que da prosperidad y vida a todo cuanto se mueve a su alrededor, no contaba para nada. Sus intereses permanecían por completo al margen del gran negocio de exportación, como si los productores fuesen elementos que obligadamente tuviesen que desarrollar esta actividad, corriendo todos los riesgos de la producción, para el servicio de unos cuantos magnates que con el esfuerzo de los demás podían fácilmente enriquecerse con el sencillo negocio del manejo de los barcos. La base del negocio naranjero dependía, por un lado, de las grandes casas importadoras, y, de otro, de los núcleos vaporistas, llamados así porque eran los que manejaban los barcos. En esta relación comercial, ni figuraba para nada el productor, ni aparecía el consumidor. Nadie se preocupaba de defender los intereses de uno ni de atender a las exigencias del otro. Los dos elementos más interesantes en el aspecto económico de la cuestión aparecían por completo al margen de ella, como si se tratase de elementos ajenos al asun- — 49 — to cuyos intereses no contasen para nada y que, en último término, estuviesen colocados en el mundo para servir las apetencias de una serie de intermediarios, aunque en realidad fuesen éstos los que nada tenían que hacer. Al examinar de cerca estas cosas, espanta el ver la facilidad con que se pueden ganar fortunas en corto plazo ; y esto, que podría no tener importancia ni ser Motivo de críticas, cuando fuese consecuencia de un noble y audaz juego de /a inteligencia reservado a unos cuantos privilegiados, cuando se trata de un negocio que ha mantenido su prosperidad con perjuicio del producto que lo sostenía, y muchas veces en momentos en que aquél se desenvolvía con penuria, no admite defensa posible y debe desaparecer. Desorganizados, como hemos dicho, los agricultores y los exportadores mismos, la cuestión del fletamento de los barcos, necesario para atender a las necesidades del transporte marítimo, que era el que absorbía la mayor parte de la exportación, tuvo que ir a parar a manos ajenas, apareciendo el llamado vaporista, es decir, el individuo que contrataba el flete directamente con las casas armadoras para revenderlo después a los poseedores de la carga. Establecido el negocio de barcos de esta forma, lo interesante era el flete ; lo secundario la carga. Si para defender el flete en un momento dado había que forzar los barcos a un puerto determinado, esto no significaba nada para quien tenía su ganancia en la carga, aunque luego la cotización general del mercado sufriese una baja que importase mucho más que el beneficio que él hubiese podido obtener. Si en defensa de sus intereses privados le convenía abarrotar un barco, no había de ser obstáculo para que así lo hiciese el pensar en los inconvenientes ni en las pérdidas que la mercancía en sí había de sufrir. Si al cargar un barco se daba preferencia a las cajas llegadas a última hora al puerto porque se trataba de amigos, a costa de otras que lleva- - 50 — ban quizás días de espera, no se pensaba en los perjuicios que se ocasionaba a esta fruta ni en el desprecio irritante que esto suponía, ni en las consecuencias de orden moral y material que esta actitud llevaba tras de sí. Era, finalmente, el negocio de los barcos, el negocio sucio en los puertos de carga y en los de descarga, con mil combinaciones de retornos, bonificaciones, etc., que además de crear una dictadura privada en el negocio, para mantener la cual no se reparaba en coacciones de cualquier género sobre quienes intentaban oponerse a ella o eludir su acción, daban a su alrededor el mismo aspecto que el patio de Monipodio. Era también el privilegio en la descarga, en el negocio de los diques y en otros muchos ; y era motivo, igualmente, para que pudiesen existir convenios privados como el que existía hace algún tiempo con los corredores de Glasgow cuando éstos manejaban el flete de los barcos que llegaban a dicho puerto, y mediante el cual podían quedar ellos con las manos libres, a cambio, desde luego, de una espléndida compensación a los competidores españoles, para disponer íntegramente de los barcos que iban a aquel destino y recargar el flete cuanto les viniese en gana. Finalmente, el privilegio de los barcos daba lugar a que, al amparo del mismo y de las copiosas fortunas que en breve plazo permitía reunir, el negocio de los vaporistas, corno elementos exportadores, adquiriese un auge que no estaba en relación con su importancia específica corno tales y que a la larga hubiese ocasionado una concentración aún mayor del negocio en pocas manos, viéndose obligados todos los demás a moverse como pobres satélites a su alrededor. Por otra parte, el transporte absorbe anualmente una suma casi fantástica de divisas cuya administración no puede quedar por completo en manos ajenas al Estado ; es un caudal demasiado importante para dejarlo en manos de otros. Además, la administración de los fletes, mirando las cosas desde un punto de vista —51—nacional y con un planteamiento bien estudiado a base del conjunto de la exportación de fruta, puede asegurar las necesidades de ésta con los mejores barcos disponibles en el mercado, y al mismo tiempo defender los intereses del país en orden al consumo de divisas poniendo coto a las exigencias de las casas armadoras. Una vez más, pese a las críticas y protestas de los elementos interesados, defendemos la unificación del mando en lo que a la organización de transportes Se refiere, como una necesidad de tipo nacional. Estimamos absolutamente indispensable la coordinación de las necesidades de carga de todo el comercio de exportación de fruta en una sola oficina en España que sería la encargada de distribuir el tonelaje y administrar, de la mejor forma posible, la carga de los buques, atendiendo a las conveniencias de la mercancía en cada uno de los puertos. Esta oficina tendría únicamente carácter de distribuidora y sería, al mismo tiempo, la que propondría el tonelaje a contratar, operación que estaría a cargo de una Oficina Central cuya sede debería de estar en Londres, o en la capital que en lo futuro centralice el negocio mundial de fletes. Establecida públicamente la decisión de centralizar la contratación de fletes en la oficina cuya creación se propone, inmediatamente acudirían a ella las ofertas profusamente, y así como ahora todos los intermediarios que se mueven alrededor de este asunto, al calor de la carga segura que les proporciona el Estado con sus Organismos reguladores de la exportación e importación, provocan con sus constantes demandas sobre los mismos barcos una sensación artificial de demanda que se traduce inmediatamente en un alza en los precios, a través de la oficina central el efecto sería el contrario, habría predominio de la oferta sobre la demanda y por consiguiente una regularización perfecta de los tipos de flete. En tiempo normal, la existencia de una central de distribu- - 52 - ción de fletes, permitiría la utilización de los mejores barcos a un tipo de flete razonable, prestando a la fruta el mejor servicio con el menor gasto posible. En tiempo de guerra, en que esta política sólo se podría desarrollar en la medida en que las circunstancias lo permitieran, la oficina de fletes tendría como misión fundamental la de asegurar en lo posible el transporte y la de contener la elevación ficticia de los fletes por motivos meramente especulativos, dejándola reducida solamente a la impuesta por las circunstancias. Cuando se manejan cantidades importantes de fruta que se cifra en conjunto en cientos de miles de toneladas, no se puede confiar la carga a los buques que buenamente quieran ir por ella ni aún contando con la ayuda de todas las líneas regulares. Es necesario fletar el tonelaje preciso para asegurar, por lo menos, el transporte del so% de la mercancía, como medio el más seguro de tener en todo momento cubiertas las necesidades del transporte y evitar posibles fallos de los buques de línea y de aquellos otros que esporádicamente pasan por los puertos de carga, en viaje de relleno muchas veces. Pero fletar barcos tiene su riesgo, y no es una operación que puede quedar al alcance de cualquiera. Sólo la naranja puede, por su volumen y por la multiplicidad de puertos de descarga, permitirse el hacerlo. Las demás mercancías, uva, cebolla, patata, almendra, etc., si en alguna ocasión pueden estar en condiciones (le tomar buques en fletamento, es a costa de arriesgar bastante en ello, y se ven generalmente imposibilitadas de hacerlo al principio y fin de campa'ña. La exportación de frutas es un negocio nacional, cuya vida depende de la seguridad del transporte, y por esta razón debe éste ser considerado también desde un punto de vista nacional y debe ser resuelto corno un problema de conjunto en el que hay que tener en cuenta las necesidades de todos los productos a quienes afecta, junto a las generales del país. De no hacerlo así, de — 53 — no asegurar intereses tan cuantiosos como son los de nuestra exportación hortofrutícola, se está en manos de intermediarios cuya conveniencia es muchas veces contraria a la de la mercancía. Sería, pues, una conducta suicida la de entregarse completamente en sus manos. Dos ejemplos : En el mes de octubre último, en plena campaña de exportación de cebolla y de uva, y con la especulación enorme que la iniciación de la guerra sembró en el negocio de los barcos, los armadores y los intermediarios que a su alrededor se mueven, no pensaban más que en realizar negocios fantásticos a costa de la carga. El éxito de sus propósitos dependía de que consiguiesen dar la sensación de una falta de tonelaje y poner a la carga, perecedera como todas las hortalizas y frutas frescas, en el trance de tener que pasar por las exigencias de aquéllos o de tener que asistir impasiblemente a la desvalorización paulatina de la mercancía en los muelles, e incluso a su pérdida. Su táctica consistía en poner en pugna a los Organismos que intervenían la exportación de aquellos productos para que ellos mismos, ante la necesidad de asegurarse la carga, fuesen provocando una elevación de los fletes. Advertida esta táctica y puestos los mencionados Organismos de acuerdo, se llegó a la unificación en Valencia de todo cuanto se refería a la contratación y carga de los fletes. Si un día antes no aparecían barcos por ninguna parte, aunque sigilosamente se ofreciesen bajo mano a costa de pagar un flete mayor, a partir de aquel momento el tonelaje apareció como por encanto, y quedó por bastante tiempo normalizado el flete. Otro caso : A primeros de diciembre, en el momento más interesante de la exportación de naranja, cuando interesaba disponer a todo trance del número de barcos necesario para transportar toda la mercancía que iba llegando a los muelles, por el doble motivo de asegurar su llegada a Inglaterra antes de Navidad, con objeto de beneficiarse de los buenos precios de esa — 54 — época tan favorable, anticipándose a los primeros envíos de Jaffas, y la necesidad también de sacar la mercancía cuanto antes de los muelles de Valencia, que en aquel momento estaban en su mayor parte casi sin reparación y en condiciones sumamente deficientes para el estacionamiento de la mercancía, que quedaba expuesta a la acción de los elementos atmosféricos, tan peligrosos en aquella época, se pasó un momento verdaderamente crítico por falta de tonelaje. Sin embargo, barcos había ; pero no tuvimos organización para defendernos y hubo que pasar por las exigencias de los armadores ante la necesidad de sacar a todo trance la fruta estacionada en los muelles, y pagar un tipo de flete verdaderamente abusivo. Es triste consignar que fué precisamente una casa armadora española la que se aprovechó, de una manera que no queremos calificar para no emplear palabras demasiado duras, de la situación, y cobró el tipo de flete más alto hasta entonces. Ambos casos concretos no se hubiesen producido de contar con la organización cuya existencia propugnamos. Estamos absolutamente seguros de que quien conozca este asunto de exportación y examine las cosas con seriedad, desprovisto de toda sugestión personal y mirando sólo las cosas en orden a las conveniencias del país, apreciará con toda su gravedad y trascendencia los hechos que como ejemplo hemos expuesto, y no necesitará de más explicaciones para quedar convencido de que la idea que defendemos es una idea justa y necesaria que debe ser inmediatamente puesta en práctica. Finalmente, quien fleta un buque tiene derecho a designar agentes en los puertos de descarga e incluso a indicar los diques donde ésta se realice, y fácil es comprender que cuando el negocio de un individuo está en cobrar el máximo de comisión posible, y en realizar todos los gastos al tipo más económico, no serán demasiadas las veces en que la carga se entregue a manos serias 55 y bien organizadas, pero que exijan por su trabajo la debida remuneración, ni que se elijan diques que estén mejor situados para la manipulación de la fruta. Hacer todas estas operaciones atendiendo únicamente a los intereses de la mercancía, es sólo posible cuando se maneja íntegramente el transporte, y esto sólo puede lograrse en la forma que se ha expuesto en líneas anteriores.