Un enfoque psicobiológico del comportamiento sexual Dr. Annabel Ferreira Sección Fisiología y Nutrición Facultad de Ciencias Universidad de la República Montevideo Uruguay E mail: anna@fcien.edu.uy Resumen En este capítulo se analizarán aspectos psicobiológicos relacionados a la sexualidad. Se describirán algunos mecanismos mediante los que ciertas hormonas, llamadas esteroides sexuales, ejercen efectos organizacionales en períodos críticos del desarrollo de los individuos, provocando cambios permanentes en los caracteres primarios y secundarios del cuerpo y también en el sistema nervioso central de los individuos. Las hormonas sexuales, a partir de la pubertad, activan el comportamiento sexual y producen cambios fisiológicos relacionados a la reproducción. Se considerará el papel de las hormonas y los mecanismos centrales involucrados en el control de las distintas fases de la interacción sexual, desde la atracción, pasando por la consumación del acto sexual hasta la fase pos-copulatoria. Veremos que el efecto de las hormonas en el control del comportamiento sexual varía con la experiencia y que factores psicosociales modulan, a su vez, el comportamiento, a través de la liberación de hormonas. Las hormonas esteroides son también responsables de que los individuos emitan señales (feromonas) destinadas a atraer a la potencial pareja sexual y a señalarle que están aptos para copular. Finalmente veremos que la incidencia de trastornos psiquiátricos presenta diferencias de acuerdo al sexo de los individuos y a las variaciones endocrinas del ciclo reproductivo de la hembra y discutiremos algunos experimentos de nuestro laboratorio. En el reino animal la sexualidad es un aspecto central en la vida de muchas especies, inclusive la humana. A pesar de ello, tanto la gran diversidad y complejidad de los comportamientos sexuales como la existencia de persistentes inhibiciones culturales contribuyen, todavía hoy, a que su estudio sea conflictivo y nos reste mucho por conocer. Las teorías evolutivas contemporáneas sostienen que el comportamiento reproductivo tiene como finalidad la preservación de las especies y la promoción de una variabilidad genética que permita su adaptación a medio ambientes siempre cambiantes. Sin perjuicio de ello, para los individuos implicados, el comportamiento sexual no tiene ninguna finalidad que no sea su propia ejecución. Es un comportamiento basado en los afectos positivos que se generan en la interacción entre los individuos. Sabemos, por ejemplo, que su finalidad exclusiva no es la reproducción, pues solo un muy pequeño porcentaje de los coitos heterosexuales humanos tienen como resultado el tener hijos, del mismo modo que en la rata, cuya fertilidad es prodigiosa, tampoco puede hallarse una correlación entre la interacción sexual y la gestación que permita afirmar que esta última sea la consecuencia esperada de la cópula. Por tanto podemos considerarlo como un comportamiento flexible (en grados que varían entre las especies) y adaptable a distintas situaciones (Ågmo, 1999). Ejecutándolo los individuos experimentan placer y aprenden a repetirlo, con creciente eficiencia y valor de recompensa (Meisel & Mullins, 2006). El estudio experimental de la sexualidad progresó muy lentamente, por lo menos hasta los años treinta del siglo pasado (Beach, 1938), debido a valoraciones y actitudes que solo permitían referirse a ella en reserva, velada y muy elusivamente (Blaffer Hrdy, 1999). La sexualidad debía reprimirse, mantenerse en secreto, oculta a las miradas y confinada en algún sótano de la conciencia y de la vida misma. Sin desdeñar las particularidades de los comportamientos humanos, con las transformaciones que introducen el aprendizaje y el bagaje cultural heredado, veremos que la observación de otros mamíferos nos puede enseñar mucho sobre los factores biológicos implicados en un comportamiento que tenemos en común. Cabe recordar que está perfectamente establecido que todos nuestros procesos mentales tienen bases biológicas (descansan en la actividad de circuitos neuronales, en secuencias ordenadas de eventos tales como variaciones eléctricas en las células nerviosas, que le hablan a otras neuronas a través de la liberación de sustancias químicas neurotransmisoras y son escuchadas por neuronas postsinápticas gracias a que ellas se unen a sus receptores, generando permanentemente múltiples mensajes). Los comportamientos, identidades y orientaciones sexuales, del mismo modo que el gusto por cierto tipo de música o la memoria del primer amor, están grabados en substratos químicos o morfológicos en nuestro sistema nervioso central (SNC), que es una estructura muy compleja pero sorprendentemente plástica. La continua actividad cerebral, que ocurre en una indisoluble unión con todo el organismo, así como en permanente interacción con el entorno, es la que nos posibilita, más allá del control de muchas funciones vitales, percibir, recordar, emocionarnos, formular proyectos, soñar, enamorarnos, cortejar a nuestras parejas, muchas veces con un éxito que, con toda justicia, nos llena de asombro y que, quizá, también despierte nuestra curiosidad. ¿Qué factores determinan el sexo de los individuos? “¿Será un niño o una niña?” Esta es la primera pregunta que se hacen los padres, cuyas actitudes y expectativas influirán fuertemente sobre el recién nacido. Por ejemplo, numerosas investigaciones muestran que los varones tienden a recibir mayor atención y aprobación que las niñas cuando realizan juegos activos e independientes (Hwang & Nilsson, 1996). Sin embargo, una observación no muy profunda nos indica que, con prescindencia de las actitudes de los padres y las madres, hay diferencias en el comportamiento y las emociones entre las niñas y los niños. ¿Cuál es el secreto de esas diferencias? Las distintas teorías psicológicas sobre el comportamiento sexual y las características emocionales y cognitivas de niñas y niños, hombres y mujeres, dan poca importancia a las hormonas. Es una pena, porque se sabe que influyen no solo en la formación de los caracteres primarios y secundarios del cuerpo sino también en el comportamiento sexual, en aspectos emocionales y en la proclividad a padecer trastornos psiquiátricos de los individuos. El sexo genético de los mamíferos se determina en el momento de la fecundación. Dos cromosomas X producen una hembra, uno X y uno Y, un macho. Durante los dos primeros meses de vida del embrión humano no es posible distinguir su sexo mirando sus gónadas. Es recién después de la séptima semana de gestación que la diferenciación gonadal ocurre, haciendo que unos individuos (con el par de cromosomas XX) desarrollen ovarios y los otros (con el par XY) testículos. En los mamíferos el cromosoma Y se encuentra un gen llamado SRY (región determinante del sexo del cromosoma Y). Este gen es el responsable de codificar un factor de transcripción denominado factor determinante de los testículos o proteína sry. Esta proteína permite que las células de las gónadas indiferenciadas proliferen desde la médula, a expensas de la corteza, y formen los testículos. Si el individuo no tiene ese gen SRY, la corteza de las gónadas indiferenciadas crece a expensas de las de la médula y éstas evolucionan hasta formar ovarios. La ausencia de ese gen, por mutaciones, da lugar a individuos XY con un fenotipo femenino y la translocación de parte del cromosoma Y, que contiene ese gen, genera un individuo XX con fenotipo masculino (ver figura 1). Figura 1. Factores genéticos en la determinación del sexo. La presencia del gen SRY produce un fenotipo masculino. En su ausencia, el fenotipo del individuo será femenino. El testículo recién constituido comienza de inmediato su producción y liberación de testosterona, a la que queda expuesto el embrión masculino pero no el femenino. Ese es ciertamente un momento crítico en el desarrollo del embrión. En la rata se han detectado dos picos de testosterona en el plasma sanguíneo: el primero ocurre en el día 18 de vida del embrión y el segundo el día del nacimiento. En el humano también se ha detectado que los testículos liberan dos picos de testosterona, el primero aproximadamente en la sexta semana de vida embrionaria y el segundo entre la octava y décima semanas posteriores al nacimiento. La liberación aumentará nuevamente a partir de la pubertad (ver figura 2). Figura 2. Concentración de testosterona en plasma sanguíneo en el período fetal y posnatal de humanos. ¿Cómo actúan las hormonas para determinar el sexo fenotípico de los individuos? El testículo no solo produce testosterona sino también la hormona anti-mülleriana (MRH). La testosterona se metaboliza a dihidrotestosterona1 y esta hormona es la responsable de la formación de los genitales externos del macho: el escroto y el pene (a partir del tubérculo). La MRH provoca la regresión de los conductos de Müller y permite que los conductos de Wolf formen el epidídimo, los vasos deferentes y las vesículas seminales. En ausencia de testosterona (es el caso de los embriones femeninos), el tubérculo forma el clítoris. Sin liberación de MRH, los conductos de Wolf involucionan y los de Müller forman las trompas de Fallopio, el útero y la vagina interna. Este es un complejo proceso que se resuelve antes de que el feto humano tenga más de diez 1 Un metabolito de la testosterona con acción masculinizante, principalmente en la periferia centímetros de largo, pues es hacia la décima semana de vida que el sexo genital o fenotípico se establece. De lo antedicho surge que, sin la acción de la testosterona, los genitales se desarrollarán de acuerdo al patrón femenino y, al contrario, en presencia de testosterona lo harán de acuerdo al patrón masculino. Esto es, un embrión femenino expuesto a la testosterona durante un período crítico de su desarrollo tendrá órganos sexuales masculinos y, en cambio, si se le extirpan los testículos al embrión en la etapa crítica, desarrollará órganos sexuales femeninos. En ambos casos existe una disonancia entre el sexo genético y el genital (ver cuadro 1). Cuadro 1. La testosterona, la dihidrotestsoterona y la MRH masculinizan los genitales internos y externos en un período crítico del desarrollo. En ausencia de estas hormonas, el embrión sigue un patrón femenino. El ambiente hormonal perinatal es responsable de que se genere un SNC sexualmente dimórfico Uno de los mitos en la endocrinología de la reproducción es que existen hormonas sexuales femeninas (estrógenos y progesterona) y masculinas (andrógenos). Curiosamente, la hormona femenina estradiol es la responsable de la masculinización del SNC. La testosterona, liberada por los testículos, atraviesa la barrera hematoencefálica y se metaboliza a estradiol (se “aromatiza” por la acción de la enzima aromatasa) en el citoplasma de ciertas neuronas hipotalámicas. El estradiol se une a su receptor, penetra al núcleo de la neurona e interactúa con el ADN. El resultado de esta interacción es una alteración en la expresión de genes que codifican para distintas proteínas. El estradiol, entonces, produce cambios permanentes en el fenotipo de ciertas neuronas hipotalámicas en un estadio temprano del desarrollo de los individuos y el fenotipo alterado de esas neuronas será responsable de que las hormonas sexuales estimulen el comportamiento sexual masculino e inhiban el femenino a partir de la pubertad (Davidson, 1980; Johnson & Everitt, 1984; Larsson, 1979; Södersten, 1991). ¿Por qué no se masculiniza el cerebro de las hembras si están expuestas a estrógenos liberados desde los ovarios maternos? El estrógeno circulante, en el caso de las hembras, es captado por una proteína periférica (alfa feto proteína) que impide que llegue al SNC (ver figura 3). Figura 3. El estradiol (aromatizado a partir de testosterona in situ) “masculiniza” áreas relacionadas al control del comportamiento sexual (modificado de ROSENZWEIG, S. et al., 2007) Este modelo, que surgió a partir de investigaciones en roedores, no se aplica a los primates, puesto que en ellos la testosterona provoca cambios organizacionales en áreas del SNC relacionadas al comportamiento sexual sin necesidad de aromatizarse a estradiol (Johnson & Everitt, 1984). Algunos de estos fenómenos los conocen los embriólogos desde hace ya bastante tiempo. A fines de la década de los 50 uno de los pioneros de los estudios de endocrinología comportamental, William C. Young (1899-1965), mostró que las hormonas también determinaban las diferencias sexuales en el comportamiento de los individuos. Una de estas diferencias puede describirse en el comportamiento sexual de las ratas de laboratorio. El macho monta a la hembra, mientras ésta facilita la penetración arqueando su cuerpo. Young demostró que si una rata hembra es tratada con testosterona, en los primeros días luego de nacimiento, su comportamiento sexual será principalmente masculino cuando se lo estimula con hormonas gonadales a partir de la pubertad. Ocurre algo equivalente si se castra a un macho durante esa misma etapa: exhibirá un comportamiento sexual femenino si se lo estimula con hormonas ováricas cuando adulto (ver figura 5). Con independencia del sexo genético, el tratamiento hormonal masculiniza o feminiza áreas del SNC que controlan el comportamiento sexual, en un período crítico del desarrollo de los individuos. A partir de esos estudios, este mismo investigador propuso la llamada “hipótesis organizacional” de la acción de las hormonas en el cerebro, que sigue aún vigente. Esto es, las hormonas organizan los tejidos relacionados con el control de la reproducción en ciertas etapas tempranas del desarrollo de los individuos y activan esos tejidos diferenciados a partir de la pubertad (ver figura 4). Figura 4. Efectos organizacionales de la testosterona en el comportamiento sexual de la rata El hecho de que el comportamiento sexual de la rata pueda manipularse, en la dirección prevista por el investigador, por medio de la acción de hormonas en una etapa temprana del desarrollo, permite conjeturar que la testosterona no solo influye sobre la apariencia interna y externa de los genitales y caracteres secundarios del cuerpo sino también sobre estructuras del SNC que controlan el comportamiento sexual (ver figura 5). Sexo genético Sexo gonadal XX o XY gónadas fetales Efectos organizacionales Sexo fenotípico SRY (♂) Hormonas durante el desarollo genitalia interna genitalia externa gónadas cuerpo sistema nervioso Efectos activacionales Hormonas luego de la pubertad gónadas en la pubertad Figura 5. Efectos organizacionales y activacionales de las hormonas esteroides ¿Existen diferencias cognitivas de acuerdo al género en los seres humanos? Aunque existen muchas más similitudes que diferencias, Marcia Collaer y Melissa Hines, a partir de una revisión de muchos estudios, afirman que realmente existen algunas diferencias cognitivas y psicológicas en los seres humanos de acuerdo al género. La primera diferencia en los humanos está, precisamente, en su identidad sexual. En la mayoría de los casos esta identidad coincidirá con el sexo fenotípico (Collaer & Hines, 1995). Algunos individuos pueden, sin embargo, tener una identidad sexual que no está de acuerdo con su sexo genético, gonadal y fenotípico, experimentando una discordancia entre cómo se perciben a sí mismos y su sexo biológico. Los hombres o mujeres transexuales sienten que han nacido con un cuerpo que tiene el sexo equivocado y recurren, a veces, a la cirugía y/o a tratamientos hormonales para ajustar su apariencia física a su identidad psicológica. La transexualidad no debe confundirse con la homosexualidad. En este último caso, los hombres y mujeres tienen una identidad que está de acuerdo con su sexo biológico, pero se sienten atraídos eróticamente por personas del mismo sexo. Si bien esta distinta identificación genérica con el sexo biológico es la más notoria diferencia, no es la única, como veremos. En efecto, a pesar de las muchas similitudes entre los sexos, diversas investigaciones muestran que hay otras diferencias, ciertamente mucho más sutiles que la anterior. Algunos estudios han descrito, por ejemplo, que los niños, en distintas culturas, tienen una mejor “representación espacio-visual” en varias pruebas cognitivas, mientras que las niñas tienen una mayor capacidad verbal que los niños. Estas observaciones se suman al hecho de que los trastornos relacionados al lenguaje, tales como dislexia, autismo, tics y tartamudeo, se observan con mayor frecuencia en varones que en niñas. Por otra parte, en estudios publicados en la revista Science, Persson Benbow y Stanley (1980, 1981 y 1983), mostraron que el porcentaje de niños con capacidades matemáticas excepcionales era mayor que el de niñas y que, entre esos niños, existía una mayor representación de zurdos o miopes. Norman Geschwind y Albert Galaburda, de la Universidad de Harvard, proponen, a mediados de la década de 1980, una hipótesis para explicar las bases biológicas de las diferencias cognitivas entre los géneros. Partiendo de la base de que, en términos generales, áreas del hemisferio izquierdo del cerebro controlan las funciones relacionadas al lenguaje y áreas del derecho están más relacionadas al control de habilidades espaciovisuales y matemáticas, sostuvieron que la testosterona podría modular estas diferencias en el período fetal. En las etapas tempranas de desarrollo del cerebro los dos hemisferios compiten por sus conexiones sinápticas. Normalmente, el hemisferio izquierdo establece más conexiones sinápticas que el derecho. Pero la testosterona podría frenar el desarrollo de las neuronas del hemisferio izquierdo permitiendo a las del derecho establecer más contactos sinápticos. Como solo los niños están expuestos a testosterona serán, en promedio, más capaces de realizar actividades que se relacionen con el hemisferio derecho. Las niñas no están afectadas por esas fuerzas hormonales, por lo que tienen más chances de que la asimetría derecha-izquierda se conserve. Por lo pronto, las actividades relacionadas al hemisferio izquierdo están más desarrolladas en ellas. La teoría de Geschwind y Galaburda predice que si algunos niños estuvieron expuestos a niveles anormalmente elevados de testosterona, o si el SNC de algunos niños tiene un aumento en la sensibilidad a la hormona, en un período temprano, se podría frenar, de forma patológica, el desarrollo del hemisferio izquierdo. Este podría ser un mecanismo explicativo, especulan estos investigadores, de la mayor frecuencia de trastornos relacionados al lenguaje en niños. ¿Las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres tendrán su origen en el ambiente hormonal temprano? ¿A qué se deben estas diferencias en la identidad sexual, la orientación sexual y la capacidad espacio-visual y verbal entre niñas y niños, hombres y mujeres? ¿Podrá deberse a la socialización, a la influencia temprana de las hormonas o a una combinación entre ambos factores? Si el último caso fuera el correcto, ¿cuánto influirían los aspectos genéticos, hormonales o del medio ambiente? Son muchas más las preguntas que las respuestas. Una forma posible de responder a la pregunta del subtítulo es a través de estudiar a individuos que hayan sido expuestos a una influencia hormonal atípica. Este es el caso en la hiperplasia adrenal congénita o síndrome adrenogenital, que está determinado genéticamente (se da únicamente en 1 de cada 10.000 nacimientos). En este caso, la corteza adrenal produce grandes cantidades de andrógenos. Los individuos del sexo femenino quedan expuestos, en el útero, a la acción de niveles de andrógenos considerablemente mayores a los normales, lo que conduce a que estas niñas tengan sus órganos sexuales parcial o totalmente masculinizados.2 ¿Esta influencia hormonal, que masculinizó parcialmente los órganos genitales de estas niñas, habrá afectado también su SNC? ¿Mostrarán estas niñas diferencias psicológicas respecto a las que tuvieron un ambiente prenatal hormonal normal? Algunos estudios muestran que efectivamente eso es así (Meyer-Bahlburg et al., 2008; Zucker et al., 1996). A pesar de que la mayor parte de las mujeres con este síndrome tiene una identidad sexual femenina y una orientación heterosexual, existe, en ese grupo, un mayor porcentaje de mujeres homo- o bisexuales en su comportamiento, 2 Hoy en día es esta una disfunción que puede ser tratada con éxito. La cirugía permite reconstruir el aparato genital femenino poco después del nacimiento. intereses y fantasías. Otro rasgo característico de este síndrome es que las niñas suelen ser más agresivas en sus juegos o desplegar más energía en ellos, se interesan menos por participar en los “juegos de roles” y eligen varones como compañeros de juegos, en relación a las niñas que tuvieron un ambiente hormonal temprano sin aumentos anormales de andrógenos maternos (Meyer-Bahlburg et al., 2008; Zucker et al., 1996) En la clínica se ha estudiado otro grupo de personas que muestra también una disociación entre el sexo gonadal y el fenotípico debida a fallas en la comunicación entre las gónadas y los genitales. Este es el caso del síndrome denominado testículo feminizante (parcial o completo). El genotipo de estos individuos es masculino (XY), los testículos se desarrollan normalmente y secretan andrógenos y MRH durante el desarrollo fetal, pero tienen una reducción en el número de receptores para andrógenos (por falta de un gen). Si la ausencia de receptores es total, a pesar de que sus testículos producen cantidades normales de andrógenos, estas hormonas no pueden ejercer sus efectos masculinizadores. En ellos ocurre, entonces, una completa regresión de los conductos de Wolf y, por acción del MRH, también de los de Müller, mientras que desarrollan genitales externos femeninos (con labios, clítoris y vagina). Estas mujeres desarrollan caracteres secundarios femeninos a partir de la pubertad, porque la testosterona de sus testículos se aromatiza a estrógenos. La identidad y orientación sexuales son femeninas y la característica de sus juegos es congruente con sus rasgos fenotípicos. Eso, en realidad, no es tan extraño dado que sus cuerpos nunca percibieron a la testosterona circulante y el ambiente social siempre les trató como niñas o mujeres (Falen et al., 2008; Morris, 1953). A partir de estos casos clínicos, parece difícil negar que estas diferencias tengan relación, al menos parcial, con la influencia de las hormonas gonadales durante la vida fetal. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en los humanos factores sociales y genéticos tienen una gran importancia en la determinación de diferencias psicológicas y cognitivas entre los géneros. Muchas regiones del SNC son sexualmente dimórficas Ya hemos visto que muchas neuronas del cerebro adulto son sensibles a las hormonas porque están provistas de receptores específicos para ellas. Se sabe que ciertas áreas del SNC ya poseen esos receptores desde etapas muy tempranas en el desarrollo de los individuos y que la testosterona, uniéndose a esos receptores, determina, en parte, la estructura final de ciertas áreas del SNC relacionadas a la sexualidad (Jorge-Rivera, 1998). Un grupo de investigadores de la Universidad de California, dirigido por Roger Gorski, lo demostró experimentalmente hace ya algunos años. Ellos observaron que en el área preóptica media del hipotálamo existe un núcleo que difiere notablemente entre la rata macho y la hembra. En realidad, en el macho ese núcleo es entre tres y cinco veces más grande que en la hembra y esta diferencia, con cierto entrenamiento del investigador, puede verse incluso a simple vista en los cortes histológicos. A ese núcleo se lo llamó núcleo sexualmente dimórfico del área preóptica (SDN-POA). Desde mediados de la década de los sesentas se estableció que el área preóptica media es el sitio neural que regula la actividad sexual masculina en varias especies animales, incluyendo a los primates (Fernández-Guasti & Rodríguez-Manzo, 1994; Larsson & Heimer, 1964; Perachio, et al., 1979). También en este caso, como ocurre con los genitales y el comportamiento sexual adulto, es la presencia o ausencia de testosterona la que determinará la apariencia de ese núcleo hipotalámico: si en una etapa temprana se trata a una hembra con testosterona tenderá a presentar, cuando adulta, un núcleo mayor, similar al de un macho; si se castra a un macho en el mismo período, exhibirá, cuando adulto, un núcleo menor. Son entonces los andrógenos, liberados desde los testículos, los responsables de que los machos tengan un núcleo considerablemente más grande que el de las hembras. Sin embargo, este efecto de los andrógenos sólo ocurre en etapas tempranas del desarrollo: si se castra a un macho adulto, no se altera el tamaño de SDN-POA y tampoco ocurren cambios en ese núcleo si se trata a hembras adultas con andrógenos (ver figura 6). Figura 6 Efecto de la testosterona en el área preóptica media del hipotálamo: núcleo sexualmente dimórfico. Experimentos posteriores muestran que ratas con sexo genético y gonadal masculinos, pero insensibles a los andrógenos por falta de receptores para esas hormonas en sus tejidos, tienen un SDN-POA masculino, a pesar de presentar un fenotipo femenino. Estas investigaciones indican que es el estrógeno, sintetizado a partir de la testosterona en el citoplasma de ciertas neuronas, la hormona que masculiniza el SDNPOA (Davidson, 1980; Johnson & Everitt, 1984; Larsson, 1979; Södersten, 1991). Ya en 1971 Raisman y Field habían identificado un mayor número de sinapsis en el área preóptica del hipotálamo en los machos que en las hembras. Posteriormente, el dimorfismo sexual del SNC se extendió al número, tamaño y fenotipo de las neuronas, así como al número de sinapsis en otras áreas del hipotálamo. ¿Tienen acaso las hormonas la misma influencia en los humanos? En lo que refiere a la neuroanatomía hay, como dijimos, muchas más similitudes que diferencias entre hombres y mujeres. A pesar de ello se pueden observar algunas diferencias sistemáticas en áreas del SNC, aunque se desconozca si esas diferencias se deben a la influencia hormonal temprana o a influencias ambientales. Swaab, Gooren y Hofman (1992) y Simón LeVay (1991) mostraron que, en el área preóptica media del hipotálamo humano, existen núcleos que son considerablemente más grandes en los hombres que en las mujeres. Estos núcleos son los llamados primer y tercer núcleo intersticial del hipotálamo: INAH-1, INAH-3. Pero no solamente áreas del hipotálamo son sexualmente dimórficas, sino que otras, no directamente relacionadas al control de la sexualidad, difieren de acuerdo al género de los individuos. Allen y Gorski, en 1992, mostraron, por ejemplo, que el cuerpo calloso y la comisura anterior eran mayores en mujeres que en varones. Estas estructuras son haces de fibras de sustancia blanca que conectan ambos hemisferios. En otros estudios, Dick Swaab (1990, 1992) y Simon LeVay (1991, 1993), mostraron que núcleos hipotalámicos y no hipotalámicos variaban de acuerdo a la orientación sexual de los individuos. El INAH-3 es mayor en hombres heterosexuales que en homosexuales mientras que el núcleo supraquiasmático y la comisura anterior tienen un tamaño mayor en individuos homosexuales masculinos que en heterosexuales. La importancia de estas diferencias en el tamaño de estos núcleos entre hombres y mujeres o entre hombres homosexuales o heterosexuales se ignora. Los investigadores que las describieron señalan que se debe ser cuidadoso al interpretarlas. No existe evidencia acerca de que las diferencias en el hipotálamo sean necesariamente las que determinan la orientación sexual. Perfectamente podría proponerse que es la identidad sexual o la orientación sexual de los individuos la que provocan las diferencias en el hipotálamo. Debe tenerse presente, además, que la homosexualidad es, en una importante medida, una construcción social. Dado que las conductas sexuales humanas tienen una gran variabilidad, el hecho de que haya habido sociedades que carecieron de palabras para nombrarla y distinguirla probablemente no se debió al desconocimiento del fenómeno sino, más bien, a no atribuirle al mismo mayor significación emocional y moral que justificara diferenciarla de otras conductas. En aves y peces los efectos organizacionales de las hormonas en el SNC pueden observarse en la etapa adulta De acuerdo a la hipótesis organizacional ya mencionada, las acciones tempranas de los andrógenos masculinizan áreas del SNC relacionadas al control del comportamiento sexual también en aves y peces. Curiosamente, como veremos, estas hormonas pueden provocar efectos organizacionales en la etapa adulta de los individuos. Fernando Nottebohm (2005), en una revisión de las bases neurales del canto de los pájaros, señala que el sistema responsable del control del canto es sexualmente dimórfico: en los canarios de sexo masculino es tres veces más grande que en las hembras, mientras que en los pinzones es ocho veces mayor. En ambos casos son los machos quienes tienen elaborados cantos, mientras que las hembras sólo producen sencillos gritos y llamados. Lesiones en áreas encargadas del control del canto3 lo eliminan y la estimulación de esas áreas4 lo desencadena. Los núcleos5 de canarios hembras tratadas con testosterona duplican su volumen, por lo que, gracias a esa manipulación, ellas lograrán cantar tan bien como los machos. Pero el aumento no se debe solamente a la multiplicación de ramificaciones dendríticas, sino también a la generación de nuevas neuronas. Fue a través de estudios como éste que se pudo probar la existencia de una continua sustitución neuronal y neurogénesis en la edad adulta. Los canarios son cantores estacionales, siguiendo el ciclo reproductivo, y pueden aprender nuevos repertorios sonoros inclusive cuando ya están sexualmente maduros. En ellos el aumento de los niveles de andrógenos sólo ocurre en primavera y verano, manteniéndose bajo durante el resto del año. Por eso, el canto y el tamaño de los núcleos 3 El órgano especializado para el canto es la siringe, cuyos músculos controlan la frecuencia de los sonidos. A nivel central las áreas que controlan el canto son el arquistratum robustus (RA) y el área de vocalización superior (HVC). 4 Del HVC. 5 El HVC y el RA. varía estacionalmente: crece mucho en primavera (quizá debido a variaciones en el número de sinapsis, así como a la sustitución y nacimiento de neuronas), cuando el ave inicia el cortejo, y disminuye en otoño, cuando cesa la actividad sexual. La complejidad extrema del canto de los machos, con sus variados repertorios, que fascina a sus criadores y hasta se manifiesta en concursos anuales de canto en Montevideo, tiene relación, precisamente, con esta peculiaridad, que permite una continua, estacional reorganización neuronal, debida a la acción de los andrógenos modificando áreas del SNC de los animales adultos. En peces, la influencia de las hormonas puede incluso provocar cambios de sexo en individuos adultos. Las hembras de algunas especies de peces, si están en agua con testosterona, se convierten en machos. Por otra parte, y como un ejemplo curioso de influencia de factores sociales en la determinación del sexo, entre algunos peces ocurre que, si muere el macho de un cardumen, una de las hembras se transforma en macho por la acción de cambios en la liberación de las hormonas sexuales. También en una especie de peces africanos (Haplochaplochromis burtoni), si el macho dominante muere, uno de los machos más jóvenes, cuyo desarrollo, apariencia y actividad sexual habían quedado inhibidas por la presencia del macho dominante, comienza a desarrollarse y a mostrar actividad sexual, remplazando al macho dominante muerto. Este cambio está acompañado por una disminución de los niveles de serotonina y un aumento de la secreción de la hormona liberadora de gonadotropinas (GNRH), lo cual conduce a un aumento de la secreción de esteroides por los testículos. Curiosamente, las interacciones sociales determinarán, a través de cambios en la secreción y liberación de hormonas sexuales, que sólo uno de esos machos logre convertirse en el nuevo dominante, con todos los cambios endocrinos, corporales y comportamentales que eso implica. Efecto activacional de las hormonas esteroides A pesar de que en peces y aves se ha mostrado que las hormonas gonadales ejercen efectos organizacionales en la etapa adulta, en la mayor parte de las especies de mamíferos, como vimos, las hormonas ejercen esos efectos en un período crítico del desarrollo de los individuos. A partir de la pubertad, esas hormonas ejercen efectos activacionales en el comportamiento sexual. Estos efectos solo se observan si las hormonas están presentes. Para comprender la influencia activacional de las hormonas, en el comportamiento sexual, es necesario tener algunas nociones básicas sobre sus mecanismos de acción. El eje hipotalámico-hipofisario-gonadal El hipotálamo y la hipófisis anterior están en contacto por medio de un sistema de circulación sanguínea local (sistema porta-hipofisario). El hipotálamo controla la liberación, por parte de la hipófisis, de la hormona luteinizante (LH) y de la hormona folículo-estimulante (FSH). Este control ocurre por medio de la liberación de un neuropéptido, el factor de liberación de gonadotrofinas (GNRH), desde el hipotálamo a ese circuito sanguíneo. La LH y la FSH regulan la actividad de las gónadas, esto es, de ovarios y testículos, al menos en dos aspectos. Por un lado controlan la producción de células reproductivas o gametos (óvulos y espermatozoides) y por otro regulan la liberación de hormonas esteroides o sexuales. Las principales hormonas sexuales de los ovarios son el estrógeno y la progesterona, mientras que la producción hormonal principal de los testículos es la testosterona. Veremos, sin embargo, que el estradiol, aromatizado a partir de la testosterona, es responsable de la “activación” del comportamiento sexual de los machos, y que la testosterona ovárica actúa también en las hembras aumentando el deseo sexual. Muchas neuronas del hipotálamo y del sistema límbico están provistas de receptores para las hormonas sexuales. Esto quiere decir que las funciones de esas neuronas pueden ser influidas por las variaciones en los niveles hormonales, que a su vez se reflejan en el comportamiento. De forma similar, las hormonas sexuales, uniéndose a sus receptores, influyen en otros tejidos del cuerpo. El útero, por ejemplo, en la fase de predominio del estrógeno (fase folicular), permite el transporte de los espermatozoides hasta los óvulos y, en la fase de predominio de la progesterona (fase luteal), si ocurre fecundación, permite el transporte del embrión desde el oviducto hasta su sitio de implantación en el útero. En el hombre, y en los machos de las restantes especies de mamíferos, se observa que cuanto mayor es el nivel de testosterona en la sangre, menor es la liberación de LH por parte de la hipófisis, lo que provoca, a su vez, una disminución de la liberación de testosterona por el testículo. Estamos aquí ante un caso de retroalimentación negativa entre la liberación de LH por parte de la hipófisis y la liberación de testosterona por los testículos. A largo plazo, esto conduce a que la concentración de la hormona sexual en el macho sea relativamente constante (si bien los niveles pueden variar considerablemente en forma estacional y diaria). También en la mujer existe una retroalimentación negativa entre la liberación de LH y de hormonas sexuales, al menos durante 27 de los 28 días que puede durar, en promedio, el ciclo menstrual. Pero en la mitad de ese ciclo - en torno al día 14 - sucede algo sorprendente: la hipófisis libera repentinamente una gran cantidad de LH en la circulación sanguínea. Se trata de un acontecimiento crítico para la reproducción porque es el que ocasiona ovulación. El óvulo es expulsado del folículo hacia las trompas de Fallopio en espera del espermatozoide que pueda fecundarlo. ¿Cómo se explica esta cadena de acontecimientos? Durante la primera parte del ciclo menstrual de la mujer, el ovario aumenta su secreción de estradiol, lo que provoca, entre otras cosas, una pequeña disminución de la liberación de LH y de FSH por la hipófisis (una retroalimentación negativa). Cuando las concentraciones de estradiol, que crecen gradualmente, superan un valor límite - alrededor del día 14 del ciclo -, la hipófisis, durante unas horas, reacciona de manera totalmente distinta a la habitual: secreta un pico de LH (y de FSH). La habitual retroalimentación negativa es sustituida, durante un período, por una retroalimentación positiva en la que los altos niveles de estradiol estimulan, de repente, la liberación de LH en lugar de inhibirla. Esto tiene al menos dos consecuencias: produce la ovulación y la posterior formación del cuerpo lúteo. El cuerpo lúteo permanecerá activo por dos semanas aproximadamente si no ocurre la fecundación del óvulo (pero si ésta ocurre, su vida se prolongará considerablemente), liberando grandes cantidades de progesterona. Estos altos niveles de progesterona caracterizan al cuerpo femenino en las semanas posteriores a la ovulación, mientras que las previas se caracterizaban por el gradual aumento de la liberación de estradiol. En resumen: los hombres adultos reciben estimulación de la testosterona de modo más o menos estable o tónico, condicionada por la retroalimentación negativa entre la producción hormonal de la hipófisis y la de los testículos. El perfil hormonal de la mujer adulta es en cambio cíclico: en la primera fase del ciclo su cuerpo está dominado por el estrógeno, mientras que la progesterona tiene el papel principal en la segunda fase del ciclo. El secreto por detrás de esta ciclicidad femenina es la capacidad que tienen los altos niveles de estrógeno de estimular la liberación de LH por parte de la hipófisis, mediante una retroalimentación positiva. Las hormonas sexuales regulan el comportamiento sexual La sospecha de que factores internos controlen el comportamiento sexual es muy antigua. Ya Aristóteles había observado que tanto los eunucos como las aves castradas perdían su capacidad reproductiva y muchas de las características propias de su sexo. En el siglo XIX, el fisiólogo alemán Arnold Adolph Berthold (1849), castrando pollos, observó la disminución de su conducta sexual y agresiva, así como la desaparición del canto y de las características sexuales secundarias (por ejemplo, ausencia de la cresta) al llegar a adultos. El implante de un testículo, en la cavidad abdominal, restauraba tanto el comportamiento sexual como el canto y el desarrollo de la cresta. Dado que el testículo implantado estaba en un sitio distinto al habitual y totalmente carente de conexiones nerviosas, Berthold concluyó que el efecto observado sólo podía deberse a la producción y liberación de hormonas. En efecto, la administración exógena de testosterona a individuos castrados, restaura la capacidad de ejecutar la actividad sexual (Johnson & Everitt, 1984; Larsson, 1979; Moralí & Beyer, 1979). Sin embargo, como veremos, en primates, entre ellos el hombre, esta influencia de las hormonas sexuales sobre la conducta sexual se modifica de manera importante por factores tanto sociales como voluntarios. ¿Qué mecanismos regulan al comportamiento sexual En la presente sección veremos que las hormonas esteroides controlan el comportamiento sexual de muchas especies de mamíferos actuando sobre determinadas áreas del SNC. Uno de los pioneros de la investigación científica del comportamiento sexual, el norteamericano Frank Beach,6 observó que la interacción sexual entre dos individuos podía dividirse en cuatro fases: atracción sexual, apetitiva, consumatoria y poscopulatoria. I. Atracción sexual. Es un estadio en el cual los individuos despliegan características que resultan atractivas para los del sexo opuesto y que, en la mayoría de las especies, solamente ocurre en los períodos en los que están aptos para reproducirse. Podemos determinar el atractivo de un individuo observando cuánta atención le prestan los individuos del otro sexo y cuánto trabajo invierten en conquistarlo. Las características desarrolladas por algunas especies, a fin de que los individuos en edad reproductiva resulten atractivos, pueden llegar a extremos muy curiosos. Hay aves que despliegan colas inmensas y coloridas (como los machos de las aves del paraíso o los pavos reales), seguramente inconvenientes para volar o escapar de posibles depredadores, pero eficientes para atraer a las hembras de su especie. Las hormonas esteroides promueven también la emisión de sustancias atractivas o feromonas7 que llevan información de un individuo a otro, contribuyendo, por ejemplo, a activar y coordinar el comportamiento copulatorio entre los miembros de la pareja. La rata hembra tiene una predisposición innata por ciertos olores presentes en la orina de los machos, incluso antes de tener una experiencia de interacción sexual con ellos. La ejecución motora del comportamiento sexual refuerza el valor atractivo de esos estímulos. En cambio, los machos sin experiencia sexual carecen de atracción innata a estímulos de las hembras y se acercan a ellas, en un primer momento, solo para explorarlas. La estimulación placentera, obtenida por rozamiento de sus genitales en la 6 Comenzó su carrera de investigación como psicólogo, haciendo estudios de psicología comparada y endocrinología del comportamiento. Tuvo estrechos vínculos con los etólogos europeos y, desde mediados de la década del 30, utilizó modelos animales para estudiar el comportamiento maternal. Dirigió el Departamento de Comportamiento Animal en el Museo de Historia Natural de EEUU. interacción con la hembra, es la que despierta la motivación sexual masculina permitiendo la ejecución del comportamiento sexual. La asociación entre el estímulo placentero y la actividad motora de la cópula refuerza el valor atractivo del estímulo (Ågmo, 1999). Estos ejemplos muestran que algunos estímulos requieren de una interacción motora y un aprendizaje previos para adquirir el valor atractivo, mientras que otros despiertan por sí mismos respuestas motivadas. En el último caso, la atracción por estímulos olfativos o táctiles permitiría que otros estímulos adquieran características atractivas. La capacidad atractiva de un estímulo particular está controlada por procesos sensoriales o perceptuales del SNC. La información olfativa es detectada por el órgano vomeronasal,8 enviada a la amígdala9 y luego al área preóptica media del hipotálamo. Esta última área parece tener una función de integración de la información sensorial, en este caso la proveniente de las feromonas. Cuando las condiciones son adecuadas, coordina el patrón motor de la cópula. Lesiones en el órgano vomeronasal y de la amígdala eliminan el comportamiento copulatorio del macho en roedores. En contraste con roedores y otros animales, en los seres humanos el olfato no parece tener un papel importante en el comportamiento sexual, aunque el frecuente recurso a perfumes es quizá un indicio de que también los humanos somos sensibles a los olores como estimulantes del interés sexual. Sin perjuicio de ello, el enamoramiento provoca cambios físicos en los seres humanos como, por ejemplo, la dilatación de la pupila, el aumento de la frecuencia cardíaca y el rubor de las mejillas, que vuelven a cada integrante de la pareja más atractivo para el otro. Los antropólogos, por su parte, suelen estudiar las complejas técnicas de decoración y hasta mutilación que se emplean, en todas las culturas humanas, con propósitos de atracción. La industria de los cosméticos obtiene 7 Una señal química que es emitida hacia fuera del cuerpo de un animal, que puede ser captada por animales conespecíficos y tener efecto sobre su comportamiento. 8 Este es un sistema olfativo accesorio especializado en la detección de feromonas, constituido por células receptoras cercanas al epitelio olfatorio. Está presente en la mayoría de los mamíferos, pero no en los humanos. Las células sensoriales receptoras de feromonas envían señales eléctricas al bulbo olfatorio accesorio. 9 Un núcleo del sistema límbico. enormes ganancias gracias a esta inclinación humana, que explota con fines comerciales. En los humanos, los estímulos atractivos son, en gran medida, fruto del aprendizaje. Sean innatos o aprendidos, los estímulos atractivos despiertan respuestas apetitivas o de acercamiento como veremos inmediatamente. II. Fase apetitiva o de motivación sexual La fase apetitiva implica la detección y acercamiento a estímulos sexualmente atractivos y ocurre previamente al establecimiento del contacto sexual. Estas conductas apetitivas o de cortejo aparecen en todas las especies que se reproducen sexualmente y son específicas para cada una de ellas. La rata de laboratorio, por ejemplo, se acerca al macho, mueve sus orejitas y se queda inmóvil, arqueando su cuerpo para mostrarle la zona perivaginal. Luego se aleja rápidamente, dando pequeños saltos, que incitan al macho a seguirla. Estos comportamientos se denominan “proceptivos” y tienen claros efectos estimulantes en el macho. Sin embargo, como veremos, la hembra sexualmente activa puede realizar estos comportamientos también frente a otra hembra, aunque en una menor proporción que frente a un macho. En ambientes naturales, se ha visto que el 90% de las interacciones sexuales de las ratas empiezan con la conducta de solicitud de la hembra, y únicamente el 3% las inicia el macho (McClintock & Adler, 1978). Sin embargo, la mayor parte de los estudios sobre comportamiento sexual en la hembra trata de los aspectos reflejos o consumatorios, mientras que los comportamientos proceptivos o de solicitud han sido considerablemente menos estudiados. La indiferencia por el estudio de la proceptividad de la hembra condujo a una errónea interpretación del papel de la misma en el acto sexual, de acuerdo a la cual ésta era pasiva, sumisa, y no mostraba su motivación sexual, mientras que el macho no sólo la demostraba, sino que además era dominante y agresivo (Ågmo, 2007). La fase apetitiva ha sido directamente relacionada a la motivación sexual e implica procesos sensoriales, motores y de aprendizaje que regulan la proximidad de un individuo con otro. En animales no humanos, la motivación sexual se refleja en el esfuerzo y la inversión de tiempo y energía que realiza un individuo para aproximarse a otro sexualmente atractivo, en comportamientos de protesta ante la separación, o en respuestas endocrinas y autonómicas que se generan en la reunión o en la separación entre los miembros de la pareja. Los seres humanos experimentamos esa motivación sexual, a nivel psicológico o interior, como amor, pasión o cariño. Se han diseñado diferentes modelos para medir experimentalmente la motivación sexual en distintas especies de animales. Mediante ellos se evalúa el nivel de esfuerzo en el trabajo realizado por un animal para acceder al estímulo o la preferencia por estímulos o eventos incondicionados o condicionados. En el caso de la rata de laboratorio, tanto las hembras sexualmente receptivas como los machos sexualmente activos realizan respuestas operantes, tales como apretar una palanca o atravesar una barrera electrificada para acceder al otro individuo sexualmente atractivo, o prefieren una pareja sexualmente activa a una indiferente (lo que permite determinar que la elección se debe a una preferencia sexual y no a una social). Además son capaces de elegir un compartimiento que previamente asociaron con estímulos provenientes de la pareja sexual o con una interacción sexual previa (ver revisión de Paredes & Vázquez, 1999). ¿Qué hormonas aumentan la motivación sexual? Como veremos, las hormonas gonadales aumentan el valor atractivo de estímulos del macho o de la hembra y, de esta forma, promueven respuestas de solicitud y acercamiento hacia la potencial pareja sexual. En el caso de la rata hembra, es bien conocido que la liberación secuencial de las hormonas ováricas estradiol y progesterona regula la motivación sexual. Curiosamente, también la testosterona, liberada por las glándulas suprarrenales y los ovarios, ha resultado ser importante para la motivación sexual en las hembras de muchas especies de mamíferos incluyendo a los primates. Por ejemplo, la extirpación de las glándulas suprarrenales en monas rhesus disminuye drásticamente los niveles de testosterona en la sangre y, en consecuencia, la motivación y comportamiento sexuales y la motivación sexual puede normalizarse si se les suministra testosterona. En las mujeres estos resultados son más difíciles de extrapolar, pues la extirpación de las glándulas suprarrenales sólo ocurre en relación con enfermedades muy graves, incompatibles con la libido humana. Sin embargo, Barbara Sherwin y sus colegas detectaron que el tratamiento con testosterona de mujeres ovariectomizadas aumentaba su libido, hecho que no se observaba si se las trataba con estradiol y progesterona (Sherwin, 2002; Sherwin & Gelfand, 1987). Algunas mujeres ven disminuir su interés sexual después de la menopausia, cuando caen sus niveles de estrógenos, progestágenos y andrógenos. Las razones de ese desinterés son múltiples, inclusive los propios cambios hormonales. Se sabe que los estrógenos, por ejemplo, estimulan la producción de lubricantes vaginales. El tratamiento con estas hormonas después de la menopausia mejora, efectivamente, la lubricación, pero no modifica el interés sexual de las mujeres. Un bajo régimen con andrógenos, sin embargo, reactiva el deseo de las mujeres después de la menopausia. En la rata macho, la testosterona juega un papel importante en el control de la motivación sexual. Por ejemplo, en machos adultos, la administración de testosterona aumenta la preferencia por una hembra en estro (Ågmo et al., 2004). También en los primates la administración de testosterona da por resultado el reestablecimiento de la actividad copulatoria luego de la castración (Johnson & Everitt, 1984). De hecho, la terapia con testosterona ha sido exitosamente aplicada en casos clínicos de hipogonadismo en humanos (Bancroft, 1980; Davidson, 1980). De manera inversa, ha sido reportado que los antiandrógenos, como el acetato de ciproterona o el acetato de medroxiprogesterona, disminuyen la motivación y el comportamiento sexuales (Bancroft, 1980). ¿Dónde actúan las hormonas para controlar la motivación sexual? La testosterona, y también los estrógenos, actúan en varias estructuras implicadas en la regulación de la motivación sexual del macho. Entre ellas se encuentran: la vía olfativa (Brennan & Kendrick, 2006), el área preóptica (Paredes, 2003), la amígdala (cuya estimulación produce erecciones peneanas, sin contacto, en presencia de hembras receptivas) (Sachs, 2000); el núcleo accumbens (lesiones en ese núcleo disminuyen la proporción de machos que intrometen y eyaculan (Kippin et al., 2004) y aumentan las latencias de monta y de intromisión (Barrot et al., 2005); el núcleo septal lateral (inyecciones de noradrenalina o yohimbina, un agonista noradrenérgico, aumentan la motivación sexual) (Gulia et al., 2002). En particular, la motivación sexual, tanto en machos como en hembras, ha sido asociada al circuito dopaminérgico mesocorticolímbico. En 1980, Mogenson propuso que el estriado ventral, en particular el núcleo accumbens y sus aferencias dopaminérgicas desde el área tegmental ventral, representan una interfase funcional entre el sistema límbico y el motor, un sistema que permite la traducción de la motivación en acción (Mogenson et al., 1980). Este circuito mesocorticolímbico podría ser parte de un sistema no específico o general de motivación, que aumente la respuesta del individuo frente a una variedad de estímulos biológicamente significativos (Numan e Insel, 2003) como, por ejemplo, los estímulos provenientes de individuos sexualmente atractivos, los provenientes de los hijos para la madre y viceversa, los relacionados a la comida para un animal hambriento y también las drogas de abuso. En el caso de la motivación sexual, se ha demostrado que el reencuentro, luego de una separación, entre una hembra sexualmente receptiva y un macho sexualmente activo, provoca liberación de dopamina (DA) en el estriado ventral de ambos individuos (Hansen et al., 1991; Robbins & Everitt, 1996). Si el circuito mesocorticolímbico activa muchos comportamientos motivados ¿qué factores permiten que se activen solo los comportamientos relacionados a la motivación sexual? Se ha propuesto que, para que se active un determinado comportamiento motivado, es necesario que el circuito general de motivación se conecte con áreas específicas de motivación sexual. Curiosamente, tanto en la rata macho como en la hembra, el área preóptica media del hipotálamo es considerada el área específica de motivación sexual que recibe influencias de áreas de procesamiento sensorial y se conecta, a su vez, con el sistema mesocorticolímbico (ver figura 7). Figura 7. Circuito de motivación sexual: área preóptica media (MPOA Por otro lado, si el circuito DA mesocorticolímbico es un componente crítico para el establecimiento de vínculos afiliativos, ¿por qué no se forman vínculos afiliativos con otros estímulos ambientales? En otras palabras, ¿qué factores vinculan a ciertos estímulos provenientes de algunos individuos, pero no de otros, a la vía mesocorticolímbica? La respuesta a esta pregunta no es clara. Sin embargo, se han realizado algunas especulaciones experimentales interesantes. Los neuropéptidos oxitocina y vasopresina poseen receptores justamente en áreas del sistema mesocorticolímbico y se liberan en experiencias relacionadas a los vínculos afiliativos. De esta forma experiencias tales como la cópula, el parto y el amamantamiento, a través de la liberación de oxitocina, activarían al circuito dopaminérgico de reforzamiento. La hipótesis de Insel (2003), para dar respuesta a la interrogante, es que la oxitocina y la vasopresina, o receptores de esos neuropéptidos, regulan la especificidad de los vínculos afiliativos a través de modular al sistema dopaminérgico mesocorticolímbico. Algunos investigadores piensan, sin embargo, que hay que tener mucha cautela al formular interpretaciones puesto que las manipulaciones experimentales que afectan a estos péptidos raramente inhiben una determinada motivación, sino que tienen una amplia gama de efectos motivacionales de acuerdo a la situación ambiental, la predisposición individual y la experiencia (Berridge, 2004). También se ha cuestionado el papel del la DA en el control de los efectos reforzadores de la cópula controlada por la hembra, puesto que no se bloquean con los antagonistas específicos DAérgicos, flupentixol o raclopride (García Horsman & Paredes, 2004; Paredes & Ågmo, 2004). El hecho de que se liberen opioides durante el comportamiento sexual, induciendo analgesia y reducción de los componentes aversivos de la cópula, y de que las hembras tratadas con el antagonista opioide naloxona no desarrollen preferencia por condicionamiento, a pesar de haber controlado las interacciones sexuales, sugiere que el reforzamiento inducido por el comportamiento sexual podría estar controlado, en realidad, por opioides. De manera interesante, Paredes y Martínez (2001) mostraron que la administración de naloxona en el área preóptica media bloquea el condicionamiento preferencial en la hembra. Es decir, los opioides inhibirían los aspectos aversivos y estimularían los aspectos hedónicos de las interacciones sexuales controladas por la hembra. Posiblemente el papel de la DA en el comportamiento sexual esté asociado al aumento de la excitación y activación motora, que permite la búsqueda de la pareja sexual, pero no al componente hedónico de la interacción sexual. En conclusión, las hormonas sexuales aumentan el valor atractivo de ciertos estímulos del otro individuo, actuando en áreas del SNC relacionadas al control de la motivación sexual e inducen respuestas de placer, preferencia y acercamiento a la pareja sexual eventual. Si esta fase culmina con éxito, los individuos entran en la fase consumatoria. II. Fase consumatoria: ejecución sexual. En la rata, y en la mayoría de las especies de mamíferos, este estadio comienza cuando el macho monta a la hembra, introduce su pene en la vagina y eyacula el semen que contiene las células reproductivas. La hembra responde a esa estimulación táctil del macho adoptando una postura que facilita la penetración: arquea el cuerpo y expone sus órganos genitales. Este comportamiento femenino reflejo, que se observa en muchas especies, se denomina lordosis. En ese momento se dice que la hembra está receptiva, en celo o en estro. La interacción sexual en la rata hembra no solo tiene aspectos placenteros sino también aversivos, asociados a dolor. Por ejemplo, cuando la hembra recibe montas intensivas por parte del macho durante un período corto de tiempo, o cuando es estimulada por montas, intromisiones y eyaculación durante un período prolongado, se reduce la intensidad y ocurrencia de la lordosis (y aumenta el comportamiento de rechazo hacia el macho). El comportamiento sexual es reforzador e induce preferencia condicionada solo si la hembra puede reducir los efectos aversivos de la cópula controlando la estimulación que recibe (Martínez & Paredes, 2001). Los comportamientos proceptivos de la hembra le permiten, precisamente, controlar la estimulación que recibe durante la interacción sexual (McClintock & Adler, 1978) y disminuir los aspectos aversivos de la cópula, provocados por una excesiva estimulación por parte del macho (Paredes & Vázquez, 1999). ¿Es importante controlar las interacciones sexuales también en el caso de la mujer? En estudios realizados en México, se mostró que las mujeres experimentaban menos satisfacción sexual cuando la pareja ejercía un mayor control en las relaciones de pareja, pero no solo en las sexuales sino también en los aspectos económicos y psicológicos. Por eso podría ser factible que la capacidad de controlar aspectos sexuales y no sexuales implicados en los vínculos de pareja fuera crucial para la motivación sexual de la mujer (Paredes & Vázquez, 1999). ¿Cuáles son los mecanismos implicados en el control de la ejecución del comportamiento sexual? La receptividad sexual de la hembra sólo se observa, con excepción de algunos primates (entre los que nos incluimos), durante la ovulación, es decir cuando la probabilidad de que ocurra la fecundación es mayor. Esta periódica receptividad sexual es producida por el perfil hormonal de la hembra al tiempo de la ovulación. La secuencia de eventos hormonales es muy importante. La rata hembra ovula cada cuatro o cinco días. Los estrógenos liberados en el comienzo de su ciclo ovulatorio facilitan su comportamiento proceptivo, como vimos, y la producción posterior de progesterona lo aumenta y permite la ejecución de la lordosis. Si se le extirpan los ovarios a la hembra adulta (ovariectomía) no presentará comportamientos proceptivos ni receptivos. Dos días de tratamiento con implantes de estrógeno, seguido de una única inyección de progesterona, restaurará tanto la proceptividad como la receptividad de la hembra. El tratamiento previo con el estrógeno estimula la síntesis, en el hipotálamo, de receptores para la progesterona, sin los cuales no hubiera tenido efecto la inyección de la hormona. Donald Pffaf10 identificó los circuitos neurales que controlan la respuesta de lordosis en la rata, utilizando técnicas de autoradiografía que permiten marcar esteroides. Esto le permitió realizar un mapa de las áreas cerebrales que controlan ese comportamiento, encontrando centros hipotalámicos que contienen neuronas sensibles al estradiol y a la progesterona, especialmente en el hipotálamo ventromedial, que es crucial para el control de esta respuesta en la rata. Lesiones en esa área impiden la ejecución de la lordosis e implantes de estradiol la inducen. Sus investigaciones muestran que el papel del hipotálamo ventromedial, a través de la influencia del estradiol, es el de activar una vía multisináptica que incluye al área tegmental ventral, la sustancia gris mesencefálica central y, posiblemente, también otras áreas que controlan la ejecución de reflejos copulatorios en la hembra (Kow & Pfaff, 1998). Durante la interacción sexual la rata macho introduce muchas veces su pene en la vagina de la hembra, por pocos segundos, eyaculando sólo en de la última intromisión, algo más prolongada. ¿Por qué son necesarias tantas intromisiones? Se necesita una adecuada estimulación vaginal previa para que el cerebro de la hembra libere prolactina, la hormona que permitirá la conservación del óvulo fecundado, ejerciendo un efecto luteotrófico (mantiene el cuerpo lúteo activo y libera progesterona, una hormona esencial para el mantenimiento de la gestación). Tenemos aquí una compleja interacción entre el comportamiento del macho y un proceso endocrino de la hembra que es crucial para el mantenimiento de la gestación. Los andrógenos son responsables, en gran medida, de activar el comportamiento sexual en los machos, inclusive en humanos. En la rata, es necesario que la testosterona actúe tanto a nivel del SNC como periférico para restaurar la actividad sexual. Actuando a nivel central, regula los aspectos conductuales de la cópula y, a nivel periférico, mantiene a los órganos sexuales (vesículas seminales, próstata, pene, etcétera) en un estado adecuado para la ejecución de la cópula. 10 De la Universidad norteamericana Rockefeller. El área preóptica media del hipotálamo que, como se expuso previamente, es mayor en el macho que en la hembra, es sensible a la acción de los esteroides. Lesiones en esa área eliminan el comportamiento copulatorio masculino en muchas especies de vertebrados. Por otra parte, implantes de andrógenos en la misma área, y no en otra, restauran el comportamiento sexual de machos castrados. También el núcleo del hipotálamo ventromedial (HVM) y el núcleo de la base de la estría terminal (NBST), la vía olfativa y el núcleo accumbens (nAcc), participan en el control de distintos aspectos del comportamiento sexual masculino. Se ha demostrado que, por lo menos en la rata, es necesario que la testosterona se aromatice a estradiol en neuronas del área preóptica del hipotálamo, para activar la monta, la intromisión y la eyaculación. En este sentido, la administración de pequeñas cantidades de estrógenos a ratas macho, después de la castración, revierte los efectos comportamentales producidos por la ausencia de andrógenos, pero no altera la atrofia gonadal. De manera inversa, la administración de dihidrotestosterona (el metabolito reducido de la testosterona) tiene potentes efectos estimulantes sobre las glándulas sexuales accesorias y el pene, pero carece de efectos centrales o conductuales. En el mismo sentido, se ha encontrado que la combinación de dosis muy pequeñas de estradiol y dihidrotestosterona produce efectos centrales y periféricos idénticos a aquéllos inducidos por la testosterona (Davidson, 1980; Johnson & Everitt, 1984; Larsson, 1979; Södersten, 1991). Esta cadena de eventos no es, sin embargo, aplicable de manera general a los primates. La aromatización de la testosterona a estrógenos no parece ser un evento esencial para que los andrógenos ejerzan su efecto central en el control del comportamiento sexual del macho (Johnson & Everitt, 1984). ¿Podemos hablar de comportamientos femeninos y masculinos? De manera interesante, en muchas especies de mamíferos, tanto las hembras como los machos pueden ejecutar los comportamientos del sexo opuesto. En el caso de la rata, la hembra es capaz de mostrar el patrón comportamental de la monta, de la intromisión (aunque sin introducción de un pene) y de la eyaculación (aunque no eyaculen). La diferencia radica solamente en el menor número de comportamientos que ejecuta la hembra en relación a los que realiza el macho (Ågmo, 2007). También el macho, si recibe una estimulación adecuada, es capaz de presentar el reflejo de lordosis, aunque en menor proporción que la hembra. Podemos hablar entonces de bisexualidad en cuanto a la capacidad de machos y hembras de presentar conductas copulatorias de ambos sexos. Sería más adecuado, por consiguiente, nombrar a la monta y la eyaculación o la lordosis como patrones comportamentales no asociados al sexo del individuo que los despliega, antes que denominarlos como conductas femeninas o masculinas (Ågmo, 2007). El hecho de que, en términos de frecuencia, la rata hembra muestre más lordosis y la rata macho más montas e intromisiones se debe a que ciertos estímulos son específicos para cada sexo y el SNC ha adquirido una estructura tal que responde de manera preestablecida a esos estímulos. En la rata, los mismos mecanismos neurales estimulan e inhiben los mismos patrones comportamentales en ambos sexos. Es decir, la testosterona aromatizada a estradiol en el área preóptica media del hipotálamo estimula la monta, la intromisión y la eyaculación e inhibe la lordosis en ambos sexos. Por otro lado, el estradiol, actuando en el hipotálamo ventromedial, estimula la lordosis e inhibe la monta en ambos sexos (Ågmo, 2007). Como vimos, la activación de estos comportamientos depende de una adecuada estimulación sensorial en la rata (Ågmo, 2007). ¿Las conclusiones de los experimentos con ratas tienen alguna relevancia para los humanos? La respuesta a esta pregunta es no. En el humano cualquier estímulo puede adquirir un significado sexual y, salvo la estimulación genital que ocasiona placer, no hay estímulos con relevancia sexual preestablecida. Los demás estímulos adquieren un significado sexual por su asociación con la estimulación genital, o por aprendizaje social (Ågmo, 2007). Los patrones motores del comportamiento copulatorio humano presentan una diversidad infinita y, salvo la penetración, no hay ninguna diferencia en los comportamientos sexuales de hombres y mujeres. En cuanto a las conductas copulatorias, entonces, el ser humano es tan bisexual como la rata, pero el comportamiento sexual humano es infinitamente más variable que el de la rata. En cuanto a la orientación sexual, los humanos pueden ser atraídos por individuos de su propio sexo, del opuesto o por los dos, mostrando también una potencialidad bisexual a ese respecto. III. Fase postcopulatoria de la interacción sexual. Luego de la eyaculación, los machos entran en una fase refractaria, durante la cual no se aparean. En el caso de la rata de laboratorio, el macho emite vocalizaciones que inhiben el comportamiento proceptivo de la hembra, hasta que vuelve a estar en condiciones de reiniciar su actividad sexual. Esta fase refractaria puede durar, según la especie y otras circunstancias, entre minutos y meses. Algunos animales pueden acortarla en presencia de una nueva hembra, un fenómeno que probablemente no nos sea totalmente desconocido a los humanos, y que recibió el tan discreto como aséptico nombre de “efecto Coolidge” (Brown, 1974). Este efecto consiste en el reinicio de la cópula por la introducción de una hembra receptiva diferente, antes de la finalización del proceso inhibitorio. La interacción entre los individuos influye en otros comportamientos reproductivos a través de la emisión de feromonas Como dijimos previamente, las hormonas esteroides promueven la emisión de feromonas que permiten activar y coordinar el comportamiento copulatorio entre los miembros de la pareja. Veremos que las feromonas también influyen en otros comportamientos relacionados a la reproducción. Por ejemplo, las feromonas de la orina de los ratones machos pueden acelerar la pubertad de las hembras jóvenes y sincronizar sus celos, de modo que se vuelven receptivas en un breve lapso, y de esta forma optimizan la posibilidad de quedar preñadas por el macho que está presente en ese período. Esto se debe a un complejo mecanismo por el cual las feromonas en la orina del macho disminuyen los niveles de prolactina, que es la hormona hipofisaria encargada del mantenimiento del cuerpo lúteo y que secreta progesterona. El cuerpo lúteo no puede mantenerse activo en ausencia de prolactina. Por lo tanto, si ésta disminuye, por efecto de las feromonas del macho, se produce la luteólisis (o muerte del cuerpo lúteo) y los niveles de progesterona caen, permitiendo el reinicio de un nuevo ciclo en todas las hembras expuestas al olor del macho. Este mecanismo, tan efectivo para la reproducción de las hembras, es fatal en el caso que estén preñadas, porque niveles elevados de progesterona son imprescindibles para el mantenimiento de la gestación. La caída de la progesterona provoca aborto. A este fenómeno se lo conoce como “efecto Bruce”. Para proteger su embarazo, se desarrolló en las hembras un complejo mecanismo mediante el cual fijan en sus cerebros el olor del macho que copuló con ellas y permaneció a su lado durante un cierto período, impidiendo que ese olor les provoque un aborto. Dado que los ratones forman harenes, y que el macho marca su territorio con su orina, no permitiendo la entrada de otros competidores, el olor que fijará la hembra será seguramente el del dueño del harén, que es probablemente el único a cuyo olor estará peligrosamente expuesta. Mediante esta compleja interacción la hembra no sólo hace usufructo de un mecanismo que le permite acelerar su pubertad y entrar en celo cuando el macho está presente, sino que también garantiza la continuación de su preñez (Brennan et al, 1990). La sociobiología hizo de este fenómeno un pilar de sus especulaciones acerca de una imperiosa tendencia de los machos a maximizar su inversión reproductiva, transmitiendo sus genes a muchos individuos de la siguiente generación. El aborto que pueden provocar las feromonas de un macho extraño, le permitirá copular con ella y dejarla nuevamente preñada, pero ahora con sus genes. Teniendo presente el hábitat natural de los ratones, con su formación de harenes y la baja probabilidad de que entren machos extraños al grupo, es poco factible, en realidad, que el mecanismo se haya desarrollado evolutivamente para favorecer las posibilidades reproductivas de los machos sino más bien las de las hembras (Brennan et al, 1990; Brennan y Kendrick, 2006). No menos famoso es el estudio que, sobre un fenómeno similar, pero ahora en las mujeres, hizo Martha McClintock (1971), que en ese momento era tan sólo una estudiante de psicología. Ella llevó un registro diario del ciclo menstrual de un grupo de compañeras de estudio y halló que la ovulación de las jóvenes que compartían la habitación estudiantil se sincronizaba a lo largo del año. Más aún, en muchos casos terminaba por coincidir exactamente hacia el fin del período de convivencia anual. Esa sincronización no podía deberse al azar, por lo que la perspicaz estudiante conjeturó que eran las feromonas de las mujeres las que transmitían la información que facilitaba la sincronización de sus ciclos. Posteriormente, otras investigaciones confirmaron esta sincronización grupal de los ciclos menstruales de las mujeres, aunque todavía es difícil establecer con seguridad si son señales olfativas o de otro orden las que están por detrás del fenómeno. La propia McClintock, veintisiete años después de aquel primer trabajo, obtuvo una fuerte evidencia a favor de las feromonas, al provocar experimentalmente el ajuste de los ciclos menstruales de un grupo de mujeres (con variaciones inferiores a los dos días) aplicando extractos del sudor femenino al labio superior de otras mujeres. Dependiendo del momento del ciclo en que se encontraban las donantes, se aceleraba o retrasaba el ciclo de las mujeres expuestas al extracto (Stern & McClintock, 1998). La interacción social modula los efectos de las hormonas en el comportamiento sexual. Un ejemplo interesante de la interacción del grupo social y las hormonas en el comportamiento sexual se muestra en un experimento de Barry Keverne. Los machos de los monos talapoin forman jerarquías sociales. El macho dominante exhibe mucha agresión y actividad sexual, lo que se correlaciona con altos niveles de testosterona y bajos de prolactina detectados en su plasma sanguíneo. Los machos subdominantes, en cambio, reciben mucha agresión por parte del dominante y no tienen actividad sexual. Sus niveles de testosterona son bajos y los de prolactina elevados. Si a uno de estos machos subdominantes se lo coloca solo en un grupo de hembras, una situación artificial y paradisíaca en que pasa del papel de casi eunuco al de dueño exclusivo de un harén, comienza a desplegar una actividad sexual notoria y sus niveles de testosterona aumentan. Curiosamente, en medio de tanto cambio positivo, sus niveles de prolactina, hormona vinculada al estrés, no disminuyen (Keverne et al., 2008). También las hembras talapoin construyen una jerarquía social. La hembra dominante no es agresiva, pero tampoco recibe agresiones y tiene una muy activa vida sexual. Las hembras subdominantes, en cambio, reciben agresiones y no tienen actividad sexual. La liberación de LH por la hipófisis ante la administración artificial de estradiol, que es índice de la capacidad de ovulación, sólo se observa en la hembra dominante. Las hembras subdominantes, ante la misma manipulación artificial, no responden con un pico de LH. Los niveles de prolactina de las hembras subdominantes son elevados mientras que son bajos en la dominante. Si a una hembra subdominante se le hace lo que podríamos llamar, por analogía, un tratamiento “psicofarmacológico”, suministrándole bromocriptina, fármaco que reduce los niveles de prolactina, presentará un pico de LH ante el estímulo del estradiol y tendrá una activa vida sexual (Keverne et al., 2008). En la sexualidad humana, sin embargo, no es posible la formulación de una explicación unitaria y comprensiva acerca del papel de las hormonas. Sin embargo, a pesar del hecho de que la sexualidad humana suele resultar un objeto de investigación no menos difícil que delicado, dadas las resistencias culturales a su estudio, tenemos ahora alguna información acerca de la relación entre vida sexual y hormonas también en nuestra propia especie. La revista Nature es una prestigiosa publicación científica que da a conocer mensualmente artículos de mucha calidad o importancia. A comienzo de los 70 se publicó en esa revista un artículo de características excepcionales. Por lo pronto era anónimo, lo que es muy inusual, ya que los científicos, al publicar sus investigaciones, particularmente en revistas del prestigio internacional de Nature, procuran especialmente que sus nombres no se omitan. Pero además llamaban la atención los aparatos de los que se valía el investigador en su estudio (una balanza de precisión y una afeitadora Philips) y el objeto que investigaba: el crecimiento diario de su propia barba. El artículo comenzaba dando cuenta de que “durante los pasados dos años, en ocasiones reiteradas, me he visto obligado a pasar varias semanas solo, relativamente aislado de los demás habitantes, en una isla alejada. En esas ocasiones descubrí que el crecimiento de mi barba disminuía durante mi permanencia en la isla, aumentaba el día anterior a mi partida y alcanzaba niveles anormalmente grandes durante los primeros días de mi regreso al continente. Por supuesto, esas observaciones me asombraron y me animaron a emprender un estudio detallado que me hizo llegar a la conclusión de que el crecimiento de la barba tenía relación con el restablecimiento de la actividad sexual” (Anonymus, 1970). ¿Qué hay de interesante en esto? El vínculo entre el crecimiento de la barba y la testosterona. Lo que el investigador halló, con su balanza y afeitadora, fue que sus testículos liberaban menos andrógenos en su obligado celibato isleño, mientras que el reencuentro con su compañera en el continente aumentaba tanto la liberación de testosterona como el crecimiento de su barba. Es particularmente interesante su observación respecto a que el crecimiento de la barba aumentaba ya el día anterior a su regreso, como si la expectativa de la reanudación de su vida sexual bastare para estimular la producción de hormonas por parte de los testículos. La incidencia de trastornos psiquiátricos presenta diferencias de acuerdo al sexo de los individuos y a los cambios en las hormonas de acuerdo al ciclo reproductivo de la hembra. Existe actualmente una fuerte evidencia de que hay diferencias en la prevalencia de enfermedades psiquiátricas de acuerdo al sexo de los individuos y a la fase del ciclo reproductivo de las mujeres. Por ejemplo, hay una probabilidad mayor de que los niños padezcan del trastorno obsesivo compulsivo (TOC) que las niñas. Por otra parte las mujeres presentan una mayor prevalencia de trastornos de ansiedad (2:1) y depresión (3:1) que los hombres. Además, se ha detectado una mayor variación en los niveles de ansiedad en las mujeres, a lo largo de su ciclo reproductivo, que en los hombres. Por ejemplo el síndrome pre-menstrual ha sido asociado, entre otros factores, a la caída de los niveles de progesterona durante el ciclo menstrual de la mujer. Durante el postparto, también se registra un aumento de los trastornos emocionales, por ejemplo los llamados “postpartum blues”, la depresión posparto, el trastorno obsesivo-compulsivo y, en menor medida, las psicosis. Sin embargo, a pesar de la mayor prevalencia de trastornos de ansiedad y depresión en las mujeres, éstas han estado considerablemente poco representadas en pruebas clínicas psicofarmacológicas o en el cernimiento de fármacos ansiolíticos o antidepresivos. Llama la atención también que, en los modelos animales diseñados para el estudio de trastornos psiquiátricos, se utilizan casi invariablemente machos como sujetos de estudio. Además, los informes que señalan que hay diferencias de acuerdo al sexo de los individuos, en general no toman en cuenta las diferencias endocrinas (fases del ciclo sexual, tratamiento con anti-conceptivos). La consecuencia es que las dosis de psicofármacos no se ajustan a las diferencias en su sensibilidad debidas a los cambios endocrinos del ciclo menstrual o al consumo de píldoras anticonceptivas por parte de las mujeres. En experimentos de nuestro laboratorio, en la Facultad de Ciencias, nos preguntamos si los niveles de ansiedad experimental en la rata variaban de acuerdo a la fase del ciclo reproductivo de la hembra. La ansiedad es una emoción normal que se caracteriza por temor, preocupación, agitación, aumento del estado de alerta, tensión muscular y palpitaciones; forma parte del sistema de alarma del organismo y favorecería su supervivencia, pero se considera una patología cuando se presenta de manera desproporcionada o cuando es crónica. Su prevalencia es del 7% de la población mundial. Para estudiar la ansiedad experimental en ratas de laboratorio utilizamos un modelo denominado prueba de exploración en un ambiente aversivo o modelo de “black and white” que está validado para el estudio de la ansiedad experimental (ver figura 8). Este modelo consiste en registrar la latencia, el número de entradas y el tiempo de permanencia en un ambiente fuertemente iluminado y que provoca ansiedad experimental en la rata. Los fármacos ansiolíticos, como las benzodiacepinas, disminuyen la latencia y aumentan el número de entradas y el tiempo de permanencia en el compartimiento iluminado por parte de los animales. Figura 8. Modelo de exploración en un ambiente aversivo o “black and white”. En ese modelo mostramos que los niveles de ansiedad experimental de la hembra disminuyen en el proestro y en el día 17 de gestación (Zuluaga et al., 2005). Estos períodos del ciclo reproductivo de la hembra se caracterizan por sus altos niveles de progesterona, una hormona que ejerce efectos ansiolíticos a través de unirse a un sitio del receptor GABA/benzodiacepínico y potenciando el efecto inhibitorio de GABA. Es decir, la progesterona estaría actuando de un modo similar a las benzodiacepinas. (ver figura 9). Figura 9. Cambios en los niveles de ansiedad a lo largo del ciclo reproductivo de la hembra: latencia a la entrada, tiempo de permanencia y número de entradas al compartimiento iluminado. Con flechas se marcan los períodos de altas concentraciones de progesterona en plasma sanguíneo (Zuluaga et al., 2005). En un estudio posterior nos preguntamos si las diferencias en los perfiles endocrinos del ciclo reproductivo de la hembra afectarían un comportamiento análogo a las compulsiones observadas en humanos. El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es una patología psiquiátrica caracterizada por la presencia de obsesiones, pensamientos repetitivos y recurrentes que producen ansiedad o malestar, y por compulsiones, actos motores o mentales repetitivos o ritualizados, que son realizados para reducir la ansiedad generada por las obsesiones o para evitar algún evento temido (American Psychiatric Association, 1994). La prevalencia de esta patología es de 2 a 3% de la población mundial. Investigamos si existían diferencias de acuerdo al sexo de los individuos y a las variaciones en las hormonas ováricas en el ciclo reproductivo de la rata hembra a través de la utilización de un modelo animal validado para el estudio del trastorno obsesivo compulsivo denominado “modelo de pérdida de la alternancia espontánea”. Este modelo consiste en inducir conductas perseverantes en los animales mediante la administración de 8-hydroxy-2-(di-n-propylamino)tertralina (8-OH-DPAT), un agonista serotoninérgico de los receptores 5-HT1A. En los seres humanos esta patología está asociada a una disfunción en ese sistema de neurotransmisión. Los animales que se inyectan con este fármaco, en lugar de alternar entre los brazos de un laberinto en T para tomar una taza de leche con chocolate colocada en cada extremo de los brazos, se vuelven perseverantes y entran una y otra vez al mismo brazo del laberinto (ver figura 10). Figura 10. Modelo de pérdida de la alternancia espontánea por 8-OH-DPAT (Yadin et al., 1991). . Como muestra la figura 11 el fármaco induce perseverancia en machos y en hembras, en distintos períodos de su ciclo reproductivo, pero curiosamente el efecto se bloquea en el estro, período caracterizado por niveles elevados de estrógeno y progesterona. Figura 11. Diferencias a lo largo del ciclo reproductivo de la hembra en perseverancia inducida por 8-OH-DPAT (Agrati et al., 2005). A partir de esos resultados nos preguntamos si eran los esteroides ováricos los responsables de la modificación del efecto perseverante del 8-OH-DPAT en hembras ovariectomizadas. En la figura 12 se observa que la administración de estrógenos, de progesterona y más aún de estrógenos y progesterona, bloquea totalmente la acción perseverante del fármaco (Agrati et al., 2005). Figura 12. Los esteroides ováricos modifican el efecto perseverante del 8-OH-DPAT en hembras ovariectomizadas (Agrati et al., 2005). La conclusión de estos dos experimentos es que tanto la secreción endógena como la administración exógena de estrógenos y progesterona reducen la perseverancia inducida por 8-OH-DPAT. Estos resultados sugieren que el efecto protector de los esteroides sobre la perseverancia inducida por el fármaco podría deberse a una modificación de la neurotransmisión serotoninérgica en circuitos neuronales implicados en el control de la alternancia espontánea. El efecto de las hormonas es, como vimos, complejo. En algunos casos podrían aumentar la proclividad a ciertos trastornos, pero también podrían tener un efecto protector, al menos en experimentos con animales. En las mujeres, es curioso y sugestivo que esa proclividad mayor de las mujeres a padecer ciertos trastornos psiquiátricos y emocionales esté vinculada a la acción de las hormonas en ciertas estructuras que tienen, gracias a esas mismas hormonas, una mayor plasticidad. Algunos autores han propuesto que la mayor prevalencia de trastornos psiquiátricos en las mujeres podría ser un costo evolutivo que tienen que pagar por tener un cerebro más plástico que el del macho, lo que les permite realizar a la vez múltiples actividades y complacer diversas motivaciones como, por ejemplo, las reproductivas y las maternales (Leckman & Mayes, 1999). Conclusiones Las investigaciones sobre los mecanismos biológicos que regulan distintos aspectos de la sexualidad muestran que las hormonas esteroides juegan un papel preponderante en la determinación del sexo fenotípico, incluyendo al SNC, a través de sus efectos organizacionales en períodos críticos del desarrollo de los individuos. Existe una fuerte evidencia experimental que señala que, en los mamíferos no-primates, la testosterona no actúa como tal, sino que sufre transformaciones químicas para ejercer sus efectos tanto conductuales como periféricos. Por un lado, es convertida a estrógenos y son estos últimos los responsables del comportamiento sexual masculino. Por otro lado, la testosterona es reducida a dihidrotestosterona que es la responsable de los efectos masculinizadores de los órganos sexuales. En los primates, en cambio, la transformación a estrógenos no parece ser un evento esencial para que la testosterona ejerza sus efectos conductuales. Se han detectado diferencias entre los sexos en algunos aspectos psicológicos y cognitivos, por ejemplo en la identidad sexual y en la habilidad verbal y espacial en prueba cognitivas. Puede conjeturarse que estas diferencias se deban, en parte, a la influencia hormonal temprana, o a factores sociales y ambientales que incluyen la propia ejecución del comportamiento, que provoca cambios en el SNC. Las hormonas esteroides ejercen, a partir de la pubertad, efectos activacionales y controlan, entre otros aspectos, al comportamiento sexual. Para que la cópula sea posible, los miembros de la pareja deben pasar por una serie de estadios que van desde un aumento de la atracción hasta comportamientos de cortejo que conducen a la cópula. Estos estadios están, en parte, controlados por la liberación de hormonas sexuales. Los efectos activacionales de las hormonas, en los mamíferos de sexo femenino, son ejercidos por los estrógenos y, en algunas especies, también por la progesterona. Los andrógenos de origen suprarrenal parecen jugar también un papel importante en la regulación de la conducta sexual femenina de los primates; en humanos afecta principalmente la libido y en primates no-humanos la conducta sexual global. Se han identificado distintos sitios neurales sobre los cuales las hormonas sexuales ejercen sus efectos conductuales. Existe una fuerte evidencia de que el área preóptica es un centro de integración de la conducta sexual masculina. De manera similar, el núcleo ventromedial del hipotálamo ha sido identificado como uno de los sitios neurales donde actúan tanto los estrógenos como la progesterona para producir sus efectos conductuales en las hembras. Tanto el humano como la rata de laboratorio tienen la potencialidad de mostrar una variedad de comportamientos copulatorios que no son sexualmente dimórficos. El hecho de que, en términos de frecuencia, la rata hembra muestre más lordosis y la rata macho más montas e intromisiones, se debe a que ciertos estímulos, necesarios para su desarrollo, son específicos para cada sexo y a que el SNC ha adquirido una estructura tal que responde, de manera preestablecida, a esos estímulos. En el humano no hay ninguna evidencia de la existencia de estímulos con relevancia sexual preestablecida, salvo la estimulación genital que da origen al placer. Los demás estímulos adquieren un significado sexual por asociación con la estimulación genital, o por aprendizaje social. Es decir, cualquier estímulo puede adquirir un significado sexual para los humanos. La conducta sexual humana es infinitamente más variable que la de los animales de laboratorio y no existen en nuestra especie conductas sexualmente dimórficas que puedan explicarse exclusivamente por la biología. En cuanto a la orientación sexual, los humanos pueden ser atraídos por individuos de su propio sexo, del opuesto o por los dos y el desarrollo hacia la heterosexualidad es tan difícil de explicar como el desarrollo de cualquier otra inclinación sexual. Hay fuertes indicios que muestran que factores sociales influyen en la liberación de hormonas en primates no-humanos. Sin embargo, en humanos existen muy pocos estudios de las interacciones entre hormonas, ambiente social y variables individuales (tales como personalidad, estado de ánimo, historia temprana del individuo, etcétera) en la determinación de la expresión del comportamiento sexual. Además, existe una sólida evidencia de que las hormonas de origen ovárico, adrenal o testicular producen un efecto menos drástico en la regulación de la conducta sexual en los primates que en otras especies de mamíferos. Esta conclusión es particularmente cierta en el caso de la conducta sexual humana, en la que, aunque las hormonas sexuales juegan indudablemente un papel importante, existe otra serie de factores influyentes, que incluyen determinantes tales como el estado de ánimo, el tiempo, el lugar, la pareja, la novedad, el aprendizaje, etcétera, difíciles de evaluar y controlar. Referencias ÅGMO, A. (1999). “Sexual motivation. An inquiry into events determining the occurrence of sexual behavior”. Behavioural Brain Research, 105 (pp. 129-150). ÅGMO, A., Turi, L. Ellingsen, E, & Kaspersen, H (2004). “Preclinical models of sexual desire: Conceptual and behavioural analyses”. Pharmacology, Biochemistry, and Behavior, 78 (pp. 379-404). ÅGMO, A. 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