PODERJUDICIAL DELPERÚ CORTESUPERIORDEJUSTICIADETACNA DISCURSO DE APERTURA DEL AÑO JUDICIAL 2015 QUOD VITAE SECTABOR ITER? ¿Qué camino he de seguir? Señores Jueces Superiores, integrantes de esta Sala Plena, distinguidas autoridades civiles, militares y eclesiásticas, señores Jueces Superiores, Especializados y de Paz Letrado y de Paz, señores trabajadores de la Corte Superior de Justicia de Tacna, señores abogados, distinguidos invitados que honran con su presencia esta Casa de la Justicia. A riesgo de parecer ingratos con quienes desprendidamente depositaron en nosotros la confianza para presidir esta dignísima Corte durante los próximos dos años, permítasenos en primer lugar manifestar nuestra infinita gratitud hacia este pueblo bravío, entregado a la Patria hasta el sacrificio, según confirma la historia, sin perder por ello la dignidad (destacando especialmente la mujer tacneña, cuyo tesón, cubierto de amoroso manto, ha sido fundido en fragua de sufrimiento, elevando su nobleza hasta rayar con lo sublime), pueblo que hace casi diez años nos recibió cálidamente, acogiéndonos en abrazo telúrico tan intenso que metamorfoseó nuestro ser hasta hacernos sentir verdaderos hijos de este cielo, de este aire, de esta tierra… vaya luego nuestro más profundo y sincero agradecimiento a los señores Jueces Superiores integrantes de la Sala Plena, que permitieron que hoy pudiésemos dirigirnos a ustedes en acto tan solemne como este.Tal vez un atento y puntilloso interlocutor nuestro se haya percatado que la expresión “dirigirnos a ustedes” resulta tan vaga e imprecisa como anfibológica, pues lo mismo podría no significar nada concreto (como cuando dirigimos la mirada indiferente hacia aquello que más deseamos, no para engañar al objeto de nuestro deseo, sino a nosotros mismos, en supremo pero fallido acto de dignidad), como referir distintas formas de comunicación, desde la más sencilla y coloquial, hasta la más elevada, esto es, a nuestro entender, la forma discursiva. Advertirán ustedes que la expresión fue cuidadosamente escogida pues refleja lo que en su momento creíamos una disyuntiva: ¿Cómo habríamos de dirigirnos a ustedes llegado este momento tan importante de nuestra vida? Pues bien, este fue el origen de nuestro lema: ¿quod vitae sectabor iter?; es decir de todas estas formas de comunicación cuál sería la elegida? Nunca imaginamos, empero, que la elección no sería nuestra, toda vez que al cursársenos la invitación para esta ceremonia de inicio del año Judicial en Sala Plena, se nos puso en conocimiento el correspondiente programa y allí aparecía, en letras que hicieron de nuestra luz sombra y de nuestros deseos ansias: Acto Cuatro “DISCURSO de orden”… ¿discurso?... ¿No hubiera sido menos inquietante un simple “Palabras de orden? y es que de tan simple hecho resulta patente la eterna pugna interior entre el tranquilizador decir del profano (al que todo se le perdona porque no se requiere rigor) y el comprometedor discurso (que exige algo de impudicia, en la medida que el discursante ve expuesta su formación intelectual y por lo tanto su propia capacidad discursiva). Un discurso, señores, no es simple perorata, sino la exposición estructurada de un sistema de pensamientos o ideas.Sea de ello lo que fuere, no quedaba más a nuestra pobre humanidad que echarse al ruedo. De pronto una nueva disyuntiva, ¿por qué camino habríamos de discurrir? la pregunta, por lo pronto, no resulta ya desoladora, pues ella misma contiene una certidumbre. En efecto, enseña la buena lógica que la respuesta a toda pregunta va implícita en la pregunta misma. Prueba de ello es la Crítica de la Razón Pura, de INMANUEL KANT, quien dedica el texto a dar respuesta a tres preguntas (famosas en el ámbito de la filosofía crítica): ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física?, ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática? y ¿son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica? Resulta fácilmente entendible que, con relación a las dos primeras preguntas, se parte de una premisa: que tales juicios son posibles y por lo tanto la respuesta no podría tener nunca un sentido negativo; en tanto que, respecto de la tercera lo que cabe indagar es la posibilidad misma de los juicios y, por lo tanto, la respuesta podrá ser positiva o negativa.Volviendo a nuestro discurrir, la certidumbre a que hacíamos referencia anteriormente consiste en la posibilidad concreta de transitar por un camino determinado y para cuya elección debemos ser cuidadosos en la pregunta toda vez que una errada formulación puede conducirnos a otra y otra en una suerte de cadena sin fin. El riesgo de plantearnos preguntas ad infinitum nos impone, pues, la adopción de una pauta metodológica: es preciso eliminar el riesgo recurriendo al método de formular preguntas hipotéticamente básicas (es decir irreductibles a otras, de manera que el sistema de ideas o pensamientos se cierre). Permítasenos para ello efectuar tres interrogantes elementales y que dan lugar a tres disciplinas distintas: a) ¿qué soy?, b) ¿qué puedo saber? y d) ¿qué me cabe esperar? A la primera debe dar respuesta un ontología fundamental, a la segunda una epistemología, en tanto que a la tercera una antropología filosófica. En el ámbito de lo jurídico, hipostasiando los términos, estas disciplinas corresponden, obviamente, a una ontología jurídica fundamental, una epistemología del derecho y una antropología jurídica filosófica, respectivamente. Resulta evidente que elegir transitar una u otra materia no evita que a lo largo del camino estas se entrecrucen, toda vez que, por ejemplo, sin una noción del objeto (cuestión ontológica) no es posible una teoría del conocimiento (cuestión epistemológica).La primera pregunta seguramente resultará, a muchos de ustedes, poco importante y, hasta cierto punto, anodina: ¿acaso el exceso de tentativas por responderla no ha trivializado en alguna medida la cuestión?; más aún si consideramos que, con respuesta o sin ella, los hombres hemos seguido interactuando, y a la par que se han sucedido conflictos se ha obtenido de parte de los órganos jurisdiccionales soluciones más o menos aceptables, de manera que poco podría aportar la comprensión del fenómeno jurídico a lograr mejoras sustantivas en su aplicación misma, bastándonos con utilizar un concepto convencionalmente aceptado. Permítasenos discrepar de aquella postura, a nuestro parecer inconsistentemente neutra. Vivimos, innegablemente, en una etapa de grandes transformaciones, las mismas que inevitablemente vienen repercutiendo (y todo indica que seguirán haciéndolo) en el ámbito de lo estrictamente jurídico. A guisa de ejemplo baste recordar que los presupuestos metateóricos de la ciencia jurídica, según refiere LUIGI FERRAJOLI, han sido hasta hoy las características estructurales del derecho positivo moderno (incluso con la refundación constitucional del estado liberal): Principio de legalidad como norma de reconocimiento, jurisdicción como aplicación de la ley, monopolio estatal y legal de la producción jurídica; pues bien, tales presupuestos, a decir del mismo FERRAJOLLI han cambiado parcialmente debido fundamentalmente a la ruptura del viejo nexo entre Derecho y Estado, resquebrajando la unidad e incrementando la incoherencia y falta de plenitud de los sistemas jurídicos; ello debido a la diversificación de asuntos y materias, al desarrollo de nuevas desigualdades económicas, sociales y políticas y que jurídicamente se reflejan en la crisis de la capacidad regulativa del derecho frente al crecimiento de poderes extra estatales (y que el propio pensador italiano califica de salvajes) que escapan a su control y reivindican su carácter no sujeto a reglas; circunstancias reales que imponen la necesidad de replantear y redefinir las categorías jurídicas en atención a las nuevas formas de poder y nuevas funciones del derecho.El tránsito por la ruta del ser de lo jurídico, desde esta perspectiva, se impone inexorablemente, a riesgo de perder, en caso contrario, el derrotero. La poca o casi nula comprensión de aquellas transformaciones (con todo lo que ello supone) pueden repercutir hasta lo más hondo en el manejo de nuestro sistema jurídico. Basta, para mostrarlo, la constatación del escaso interés que existe por parte de nuestra magistratura para comprender el trasfondo ideológico que alimenta algunos aspectos de la aplicación de las grandes reformas procesales (y subrayamos aquí que nos referimos únicamente a los aspectos de la aplicación normativa y no a la norma misma), ignorándose que, por ejemplo, tras el ropaje de una concepción neo-liberal subyace en realidad una interpretación neo-hegeliana de la historia, primero a través de ALEXANDRE KOJEVE y luego de FRANCIS FUKUJAMA, quien inmediatamente después de identificar arbitrariamente dos conceptos: Estado universal y homogéneo con democracia liberal se formula la pregunta sobre la capacidad de este modelo (acabado y definitivo en su concepto) para el reconocimiento de la dignidad y los derechos del individuo plenamente satisfactorio, encontrando que existen dos serios cuestionamientos provenientes tanto de izquierda como de derecha. El primero sosteniendo que el reconocimiento universal de la democracia liberal es necesariamente incompleto porque el capitalismo crea la desigualdad económica y requiere una división del trabajo que ipso facto implica un reconocimiento desigual (es decir, continúa reconociendo desigualmente a personas iguales); en tanto que el segundo sostiene que la democracia liberal produce hombres sin dignidad. No es este el lugar ni la ocasión para ahondar sobre el tema; sírvanos tan sólo para llamar para llamar la atención sobre la necesidad de efectuar una revisión autocrítica de los conceptos jurídicos que venimos manejando, a partir del más elemental de todos ellos, y sobre la importancia de llevar a cabo una verdadera capacitación dirigida a llenar aquellos vacíos conceptuales, si bien propios de una sociedad emergente como la nuestra, no por ello menos culpables, en la medida que constituye una exigencia ética para el magistrado. Sea pues propicia la ocasión para demandar un verdadero compromiso de su parte en este sentido, pues no pasa desapercibido para una mirada atenta que el deber de capacitación impuesto normativamente ha generado un verdadero mercado de la cultura que amenaza con desviar los verdaderos fines perseguidos por la norma y en el que el deseo casi febril de incrementar diplomas y merecimientos provoca muchas veces un verdadero descuido del despacho.Si, según se ha podido constatar, el tránsito por una ontología jurídica fundamental aún conserva una importancia gravitante; no menos relevante lo es el recorrido por la amplia avenida de la epistemología jurídica: no debe perderse de vista que su temática, además de estar estrechamente vinculada con aquélla, nos revela un verdadero perfil de magistrado. En efecto, tras la adopción de una teoría del conocimiento subyace la imagen de un magistrado racional, empírico, intuitivo (volitivo o intelectivo) etcétera. quien, para ello, deberá previamente haber asumido una verdadera posición sobre su propia actividad: el Juez, en la inconmensurable soledad de su conciencia, cuando juzga, en rigor, ¿que actividad realiza? Más allá del carácter eminentemente cognitivo que el proceso de juzgar implica ¿existe involucrada alguna otra actividad distinta pero consustancial con la actividad misma de juzgar? Otra vez el camino se bifurca y, por tanto, nuevamente surge la necesidad de elegir entre una ruta y otra. Nos explicamos: cuando decidimos la suerte del desdichado carterista al emitir una sentencia condenatoria u optamos por amparar al indignado propietario luego de un arduo “litigio” judicial o, en fin, cuando le otorgamos la tutela de un niño a su madre, ¿realizamos, en rigor, un acto de justicia? En otros términos, tras la solemnidad del proceso ¿impartimos justicia? ¿Existe verdadera conciencia de ello? La pregunta resulta ostensiblemente maliciosa pues tiene por finalidad patentizar la suerte del totum revolutum en que se ha convertido nuestra actividad, y cómo ello incide en su consistencia misma. Prueba de lo que acabamos de afirmar es la facilidad con que “conciliamos” términos que si bien no son opuestos, cuanto menos poseen contenidos sustancialmente diferentes y que en buena cuenta son reveladores de ideologías distintas. Nos referimos, concretamente, a las expresiones “administración de justicia” e “impartición” de ella, tras las cuales subyacen sólidos discursos legitimadores propios, pero que, en nuestro concepto, no resultan intercambiables. Desde un punto de vista ontológico, quienes consideran que administran justicia parten de un concepto pragmático del derecho (de fuertes raíces utilitarias, cuyos orígenes más inmediatos se encuentran precisamente en el naciente estado liberal del ochocientos, de amplia vigencia en los estados neoliberales de la actualidad) y en el que la justicia se entiende básicamente como valor (y no necesariamente como el más alto de todos ellos). Epistemológicamente esta concepción se halla estrechamente vinculada con el empirismo e intuicionismo ingleses, resultando de todo ello, en términos procesales, un magistrado pasivo o, digámoslo de otro modo, entregado por entero a la iniciativa de las partes. Las repercusiones de esta concepción son visibles en el ámbito de la metodología y argumentación jurídicas, cobrando especial importancia la lógica de la persuasión y la amplitud de defensa (interesa destacar que semejante modelo debe prescindir de toda consideración ética dentro proceso; de manera que, por ejemplo, conceptos tales como buena fe y lealtad procesales resultan no sólo innecesarios sino hasta inconvenientes, precisamente porque atentan contra aquella visión inexorablemente utilitaria del proceso). Esta concepción ha resultado particularmente exitosa en el ámbito de la cultura anglosajona debido al profundo arraigo de la importancia que tiene un fallo razonable, aún en desmedro de la decisión justa.Por el contrario, el magistrado que se considere como centro de su preocupación la impartición de justicia, deberá suscribir una concepción sustancialmente distinta: por un lado aquella (es decir, la justicia), más allá de su consideración como valor debe conservar el casi metafísico papel de supremo fin del derecho y, en atención a la consecución del mismo, se produce una marcada eticización del proceso; en el que, a diferencia de la justicia utilitaria de las sociedades liberales, la buena fe y lealtad procesales se imponen como deberes (no resulta por ello una casualidad que hayan sido precisamente modelos procesales publicistas quienes consagraran la doctrina del venire contra factum o conducta procesal de las partes no sólo como sucedáneo probatorio sino como una verdadera carga procesal para las partes). Las repercusiones en el ámbito epistemológico y de la lógica argumentativa resultan también marcadamente diferentes pues por un lado la búsqueda de la verdad material constituye conditio sine qua non de un fallo justo y, por otro, la argumentación persuasiva queda reducida a su mínima expresión, dejando el lugar preeminente a la argumentación demostrativa. En semejante modelo resulta claro que el activismo judicial resulta el riesgo más evidente, pues no puede perderse de vista que, a pesar de lo elevado de la concepción, finalmente la determinación de lo que se considera justo queda en manos de un ser tan imperfecto como inalcanzable es la idea de la justicia perfecta.No sabemos cuál sea la concepción de cada uno de los señores magistrados, ni consideramos ser las personas autorizadas para emitir un juicio sobre la mayor corrección de una con respecto de la otra. No debemos perder de vista que, según ha enseñado Popper, reafirmando su marcado criticismo, la verdad es sólo aproximativa, consistiendo el papel de la ciencia no tanto en decidir sobre la veracidad o falsedad de una afirmación, sino sólo sobre si la misma debe ser estudiada en el ámbito de la ciencia misma o se sitúa simplemente en el campo especulativo de la metafísica. Lo que acabamos de manifestar, empero, no es óbice para reclamar consecuencia de su parte. La adopción de una concepción u otra exige coherencia, la falta de ella proyecta la sensación de un magistrado poco comprometido. No se entiende, por ejemplo que se renuncie al activismo judicial y al mismo tiempo se exija una conducta procesal de las partes que restrinja su amplitud de defensa. Como verán ustedes el tránsito por los campos de la epistemología jurídica también resulta necesario en lo cotos de caza de la magistratura, ya que no compete únicamente al académico o jurista sino que, por las especiales consecuencias prácticas que acarrea (según se ha tratado de destacar) deviene en insoslayable para el juez que quiere proyectar una imagen de consistencia, solvencia y compromiso con las propias convicciones al momento de juzgar.Finalmente: ¿Qué nos cabe esperar? Delinear una antropología jurídica importa adoptar una verdadera concepción del hombre que comprenda todos los aspectos de su humanidad. No debemos perder de vista que, más allá de cualquier postura (sea la liberal, y para la cual el ciudadano que acude a los tribunales de justicia no es más que un cliente y la actividad jurisdiccional no más que un servicio que debe prestarse eficientemente; sea la autoritaria, que no ve en el ciudadano una pieza más del gran aparato estatal y que eleva la justicia al topos uranois, inalcanzable, de Platón) la antropología jurídica fundamental debe mostrar, en términos de Scheler, cómo la estructura fundamental del ser humano explica todos los monopolios, todas las funciones y obras específicas del hombre: el lenguaje, la conciencia moral, las herramientas, las armas, las ideas de justicia e injusticia, la historicidad y la sociabilidadQuisiéramos aprovechar este contexto para manifestar que nuestra concepción parte de una visión humanista, que entiende que no es posible abstraer al individuo de su propio contexto sin al mismo tiempo deshumanizarlo y en el que la solidaridad más que un compromiso es esencialmente una forma de vida: homo sunt, nihil humanum a me alienon puto, hombre soy, y nada de lo humano a mi me resulta extraño, ha dicho el comediógrafo latino TERENCIO. Nada de lo concretamente humano nos puede resultar ajeno y es partir de este lema que quisiéramos gestionar los destinos de esta Dignísima Corte durante los próximos dos años, y así como exigimos consecuencia así también esperamos practicarla. En el entendido que nuestra actividad se dirige fundamentalmente al sufrido ciudadano, no podemos pretender brindar una adecuada atención (permítasenos utilizar la expresión más neutra posible) sin crear al mismo tiempo las condiciones internas necesarias para que ello ocurra; de allí que nuestra prioridad sea lo que tal vez intempestivamente ya hemos anunciado: mejorar el clima laboral. Para ello creemos que resulta indispensable potenciar el área de bienestar social, de manera que todos los servidores sintamos que existe una verdadera preocupación por parte de la institución acerca la problemática individual, para lo cual esperamos formar un equipo de trabajo al que, además de la Asistenta Social se sume un Psicólogo especialista en temas de relaciones laborales y humanas. Del mismo modo, creemos impostergable la necesidad de elaborar un Cuadro de Antigüedad y Méritos para efectos de garantizar la más absoluta objetividad al momento producirse las encargaturas y promociones; en tal sentido una de nuestras primeras acciones consistirá en la conformación de una comisión integrada por un Juez Especializado, el administrador de la corte o en defecto suyo el encargado de personal y un representante de los trabajadores para la elaboración de dicho cuadro; comprometiéndonos formalmente a respetar escrupulosamente este importante instrumento de gestión. Otro tema que nos parece relevante es el referido a la capacitación; hemos podido constatar que ésta no se planifica en función de las verdaderas necesidades tanto del personal como de magistrados; siendo necesario, al respecto, elaborar un diagnóstico para establecer las debilidades existentes, de manera que la capacitación se traduzca en una verdadera mejora del trabajo diario. No está demás resaltar que haremos todo lo posible para que las jornadas de capacitación sean realizadas durante la jornada laboral. En este sentido, tengan la plena certeza que una de nuestras prioridades es la verdadera puesta en valor de los derechos laborales. Resulta absolutamente inaceptable que la institución encargada, por mandato constitucional, de aplicar las normas, no las cumpla ella misma. Demandamos de ustedes (magistrados y personal) el mayor de los profesionalismos: la relación laboral debe caracterizarse por el sumo respeto de la dignidad de todos nosotros. En dicho contexto, no resulta ocioso recordar que el respeto de la jornada laboral, en buena cuenta, es el respeto de la familia; tenemos el pleno convencimiento de que una vida familiar plena, en la que, por ejemplo, los padres puedan compartir con los hijos, repercutirá positivamente en el rendimiento laboral. Bajo tal premisa, creemos que es posible mantener el nivel de productividad alcanzado por esta Corte sin que ello implique forzar al trabajador robarle tiempo a su familia. En esta misma línea, estimamos que es indispensable concentrar todos nuestros esfuerzos al interior de la institución, de manera que los programas de proyección social serán los estrictamente vinculados al quehacer judicial. Señores, no deseamos proyectar una imagen mixtificada, aquella que proyectemos debe corresponder exactamente a lo que ocurre realmente; si queremos lograr el reconocimiento social, en acto de serena impudicia debemos desnudarnos completamente y mostrar nuestras miserias, reconocerlas íntimamente como tales y a partir de allí construir un ropaje distinto; un vestido sencillo, llevado con dignidad nos engrandece; el falso adorno y la ostentación simplemente nos hace pequeños.Si volvemos nuevamente sobre el lema que presidió este pobre discurso tal vez pueda, ahora, tener para ustedes mayor sentido que al ser oído inicialmente. A la pregunta ¿quod vitae sectabor iter? (¿qué camino he de seguir?) debemos responder: el camino del hombre y su dignidad; no de aquél que resulta medio y no fin, sino de aquel que tiene la capacidad de concebir la idea formalísima de un ser suprasensible, infinito y absoluto, mediante la conciencia del mundo y de sí mismo y mediante la objetivación de su propia naturaleza psicofísica. Al hombre perfecto de PLATÓN (verdadera encarnación de la idea absoluta de bien), preferimos el más relativo y concreto de Protágoras, el PÁNTON KHREMATON MÉTRON ESTÍN ANTHROPOS. Es decir el hombre que es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son. Pero esta, queridos amigos, es otra historia y dejo en ustedes encendida la llama de la curiosidad por escucharla si el destino tiene a bien, al cabo de dos años, volver a reunirnos. Sea. Tacna 5 de enero de 2015 JORGE ANTONIO ARMAZA GALDOS.