Unidad 13 • CAUSAS Y FINES DEL DERECHO CAUSAS DEL DERECHO No se puede llegar al concepto de una cosa sin averiguar cuál sea su causa primera y su fin último. Lo mismo tratándose del derecho. Por lo que se refiere a la primera cuestión, a la causa del derecho, si tenemos en cuenta la clasificación que de éste hemos hecho en general (derecho divino, derecho natural, derecho racional y derecho estatal), fácilmente corregiremos cuál sea el origen de cada una de sus ramas. ¿Cuál es la fuente del derecho divino? La razón y la omnipotencia del ser supremo, según ya hemos visto. ¿De dónde proviene el derecho natural? De la naturaleza que, a su vez, en última instancia, tiene su origen en la primera causa. Este derecho ya corresponde al hombre y, en un sentido lato, a los animales y a las cosas inanimadas, de acuerdo con la concepción que hemos expuesto. En la misma naturaleza está comprendida la razón humana que da nacimiento al derecho racional (o natural, en sentido restringido), que es propio y exclusivo del hombre. El derecho justo es una especie de este derecho. Finalmente, el derecho estatal emana de una colectividad constituida en estado. Para los que no crean en la existencia de un ser divino, autor y rector de todas las cosas, el derecho comenzará, lógicamente hablando, en el natural, en el racional o en el estatal. FINES DEL DERECHO En el mismo orden en que hemos expuesto sencillamente las causas primeras de los varios aspectos del derecho, expondremos sus posibles fines. ¿Qué fin podrá tener el derecho divino? En nuestra opinión, no tiene ningún fin, y si lo tiene, nos está vedado él conocerlo. En cuanto al derecho natural, tomando en el sentido lato en que lo hemos aceptado (sin tener en cuenta, por lo pronto, la razón humana), su fin, a nuestro parecer, es el de proporcionar una cierta libertad física de movimiento o desplazamiento a los seres terrestres o del universo. La finalidad del derecho racional es la libertad psíquica del individuo, la facultad valorativa de éste para escoger entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia. El hombre tiene derecho, desde este punto de vista, a todo lo que no pugne contra la razón, aunque no sea justo, con tal de que no sea tampoco injusto (es decir, a todo lo justo o ajusto); en una palabra a todo lo “no injusto”. Todo lo justo es racional, pero no todo lo racional es justo, ya que puede ser ajusto, es decir, ni justo ni injusto. Todo lo injusto, en cambio es irracional. Lo ajusto también puede ser irracional, ilógico, justo o de injusto, pero sí mucho de absurdo. Locura semejante era la de Shylock, en la pieza teatral de Willian Shakespeare, al pretender que se le diera una libra de carne del cuerpo de su deudor, por no haber podido éste pagar a tiempo su adeudo; mas aquí lo irracional va unido a una injusticia. Por lo que respecta a los fines del derecho estatal, es necesario que nos detengamos más largamente sobre este punto. Gustav Radbruch, en el Tercer congreso del Instituto internacional de filosofía del derecho y de sociología jurídica que tuvo lugar en Roma durante los años 1937-1938,i afirma ba que cuatro viejos adagios constituyen los principios supremos del derecho: salus populi suprema lex esto;ii justitia fundamentum regnorum; fiat justitia pererat mundus; summum jus, summa injusria. De estos principios se derivan, a su vez, los fines más altos del derecho: el bien común, la justicia, la seguridad. El primer adagio dice: “que la salud del pueblo sea la suprema ley” (entraña como fin el bien común). El segundo contesta: “no, la justicia es el fundamento del reino, el fin supremo del derecho.”Radbruch aclara que la justicia a que se refiere este adagio es la suprapositiva, la supralegal. El tercero exclama: “hágase justicia aunque perezca el mundo.” La justicia, e este caso, dice Radbruch, es la legalidad (la seguridad); el principio sostiene la supremacía de la ley sobre el bien común mismo.iii En fin, el cuarto responde: “el derecho estricto implica la mayor injusticia;” Este principio combate la legalidad absoluta, la aplicación rigurosa de la ley. Ahora bien, ¿cuál de estos tres fines fundamentales; El bien común, la seguridad y la justicia, debe perseguir todo derecho? ¿O los deberá perseguir todos a la vez? Si es así, ¿no hay oposición entre el os, como piensan Louis Le Fur y Joseph T. Delos, o sí la hay como opina Radbruch? El bien común defiende este principio: salus populi seguridad sostiene este otro: fiat justitia pereat mundus. Y asienta: justitia fundamentum regnorum y summum jus, contradicción entre ellos o la antinomia es aparente? Antes de debemos saber qué se entiende por cada uno de estos fines. suprema lex esto. La la justicia, finalmente, summa injuria. ¿Hay abordar este problema, El bien común ¿Qué debe entenderse por bien común? En el congreso a que nos hemos referido, Louis Le Fur no dio ninguna definición de este fin jurídico. De su disertación se desprende, sin embargo, una idea semejante a la expresada por Delos en su concepto sobre este punto: “el bien común es el conjunto organizado de las condiciones sociales gracias a las cuales la persona humana puede cumplir su destino natural y espiritual.”iv En su comunicación, Radbruch, a su vez, escribió: “Se puede definir el bien común confiriéndole un sentido específicamente social; es el bien de todos o, por lo menos del mayor número de individuos posibles, el bien de la mayoría, de la masa.”v Pero también, continúa Radbruch, se le puede conferir un sentido orgánico, y entonces serán el bien, no de la mayoría de los individuos, sino de la totalidad representada por un estado, por una raza. Asimismo se le puede atribuir, prosigue el mismo autor, el carácter de una institución, y entonces el bien consistirá en la realización de ciertos valores impersonales, cuya importancia radica en ellos mismos; tenemos, como ejemplo, el arte y la ciencia. En conclusión: el bien común según Radbruch, puede atender al interés de los individuos (sistema individualistas), al interés de una personalidad colectiva como el estado (sistema supraindividualista), o la realización de valores culturales (sistema tras personalista).vi A nuestro parecer, el bien común es el bienestar de la mayoría de los individuos de una sociedad organizada políticamente. Los otros bienes de que Radbruch habla, el bien supraindividualista de una colectividad o totalidad y el tras personalista de una comunidad cultural, no son en el fondo, sino bienes individuales igualmente. Como difícil, si no imposible, es alcanzar el bien de la totalidad de los individuos, el bien común tendrá que referirse al de la mayoría de éstos. ¿Pero a qué clase de bien? Existen varias acepciones de esta palabra. Sin entrar en largas disquisiciones sobre el problema, diremos que a nuestro modo de ver, el vocablo bien, como uno de los fines cardinales del derecho, está tomado en el sentido de relativa calma, tranquilidad normal, paz regular, que pueden ser rotas eventualmente. Quizás en el fondo del concepto de “bien común” no se encuentra sino la defensa de la mayoría débil en contra de la minoría fuerte, de que hablaban los sofistas, y que daría nacimiento a la famosa teoría del contrato social. El bien común sería entonces la justa organización de la sociedad para que el individuo no se haga justicia a sí mismo ni cometa injusticia impunemente. De no existir este orden jurídico que garantice una cierta paz justa, una cierta seguridad pública, tal vez se presentaría el supuesto “estado de naturaleza” en el que las luchas y las contiendas serian interminables. Para evitar la posible autodestrucción de la sociedad, los hombres (los débiles, según los sofistas) deciden zanjar sus dificultades, dirimir sus controversias, arreglar sus conflictos, a través de un poder público imparcial, que atiende, además, al bienestar colectivo. Nace así el derecho del estado, que tiende a poner freno a las bajas pasiones humanas, y a corregir los daños causados por éstas. El bien común vendría siendo, en consecuencia, la relativa seguridad de que goza el hombre en una sociedad organizada jurídicamente, y los beneficios que de ella obtiene. La seguridad Según Radbruch, hay tres maneras de concebir la seguridad: como seguridad po el derecho, como certidumbre del derecho y como seguridad contra las modificaciones. La primera corresponde a lo que hemos llamado bien común, y Radbruch la considera como un elemento de éste (“es la seguridad contra el homicidio y el robo, contra los peligros de la calle”.)vii la segunda es la fijación del derecho en vigor, la certeza de los hecho previstos y la aplicación cierta de la norma. La tercera es la dificultad para modificación de las leyes (a ello tiende el sistema de separación de poderes, y, por ejemplo, los requisitos para modificar difícilmente la constitución), y en derecho subjetivo recibe el nombre de principio de los derechos adquiridos. Como seguridad propiamente tal, Radbruch acepta la segunda. Nosotros aceptamos la primera, identificándola con el bien común, pues la segunda es medio, y la tercera, consecuencia de ella. Para Delos En su sentido más general, la seguridad es la garantía dada al individuo de que su persona, sus bienes y sus derechos no serán objeto de ataques violentos o que, si éstos llegan a producirse, le serán asegurados por la sociedad, protección y reparación.viii Esta sería la segunda que Radbruch catalogan como primera clase en su clasificación. Delos señala dos elementos de la seguridad: el subjetivo y el objetivo. El primero es la convicción interna que tiene el individuo de que la situación que goza no será cambiada por una acción violenta, contraria a las reglas y los principios sociales. El segundo es el fundamento del principio, y consiste en la existencia, real y objetiva, de un orden social organizado “interrogado el individuo responderá que su seguridad, es la presencia de una política, de una fuerza armada, de un aparato de justicia representado.”ix Combinando esos dos elementos: el objetivo y el subjetivo, dice Delos, obtenemos la noción general de seguridad Es esencialmente una relación entre el individuo y un estado social objetivo, en el cual el individuo está incluido. No puede, por tanto, definirse ni desde el único punto de vista objetivo o punto de vista de la sociedad, ni desde el solo punto de vista subjetivo; es una correlación existente entre el estado subjetivo del individuo y los medios sociales objetivos.x La justicia A este fin del derecho ya hemos dedicado toda una parte de nuestro trabajo, por lo que no insistiremos sobre lo que ya hemos dicho de él. En función del mismo y de los otros fines: el bien común, la seguridad jurídica, la libertad, la igualdad y otros más –expresa Manuel Ovilla mandujano- el jusnaturalismo define al derecho. (Manuel Ovilla Mandujano, Teoría del derecho, ed. Del autor, México, 1985.) COORDINACIÓN U OPOSICIÓN ENTRE LOS FINES DEL DERECHO ¿Los fines de que hemos hablado se coordinan o se contraponen entre sí? Le Fur y Delos afirman que la seguridad y la justicia son dos elementos, dos partes, del común; por tanto, no puede existir contradicción entre dicho fines. Gustav Radbruch y, hasta cierto punto, Claude Dupasquir, consideran, por el contrario, que esos fines son irreconciliables. Por nuestra parte, opinamos que el fin primordial de derecho estatal es el orden, la paz interna del país y la externa del individuo, en una palabra, el llamado bien común que comprende todos los beneficios que se pueden recibir en una sociedad organizada jurídicamente. Sin este orden, acaso sería imposible la vida social; acaso se originaría el llamado estado de naturaleza que imaginó Hobbes; acaso sería el hombre el lobo del hombre. Sin un régimen jurídico, el débil quedaría sin amparo ante la ambición y la saña del fuerte; no habría paz ni sosiego; los hombres vivirían en una eterna lucha sin descanso. “Todo se relaciona en la vida del hombre –dice Le Fur-; no hay bondad, ni belleza, ni verdad, ni justicia, en el desorden.”xi Y en el caso de que lo hubiera, ni belleza, ni verdad, ni justicia, en el desorden.”xii Y en el caso de que lo hubiera, decimos nosotros, estos valores culturales no podrían tener el mismo desarrollo que en la tranquilidad y la paz. El derecho, en consecuencia, tiene como fin esencial el aseguramiento de todas las condiciones necesarias para la vida social del hombre. Es lo que afirma también Von Ihering, cuando, después de preguntarse: “¿Cuál es, pues, el fin del derecho?”, Él mismo contesta: “podemos decir que el derecho representa la forma de la garantía de las condiciones de vida de la sociedad, asegurada por el poder coactivo del estado”.xiii Más adelante explica Llamo condiciones de vida a las condiciones subjetivas que la rigen. Son condiciones de vida no sólo aquella de las cuales depende la existencia física, sino también todos los bienes, los goces que, en el sentir del sujeto, son los únicos que dan valor a su existencia.xiv Así pues, la seguridad no es sino un aspecto, un elemento, del bien común. En consecuencia, una y otro no son antagónicos entre sí. ¿Pero lo son el bien común y la justicia? Y en el caso de que así sea, ¿cuál de los dos deberá prevalecer? Es el mismo problema que algunos plantean en esta forma: ¿el individuo es para la sociedad o la sociedad para el individuo? ¿Y si hay interés contrarios, cuáles deberán ser sacrificados? Esto se traduce en el viejo antagonismo entre el estado liberal y el totalitario. Según Radbruch, como ya hemos visto, tanto la justicia suprapositiva (racional o ideal) como la positiva o legal (legalidad, seguridad), se contraponen al bien común, y la primera a la segunda. En nuestra opinión, si la justicia es tomada en el sentido racional, ideal y el bien común en el sentido de orden social jurídicamente organizado, no hay contradicción entre ellos: el orden social no se rompe porque la legalidad, el orden jurídico, el derecho positivo, realice la justicia (sea ésta individual o social). Si la justicia es tomada en el sentido de legalidad (es justo todo lo que la ley dicta), y el bien común en nada en el sentido de legalidad (es justo todo lo que la ley dicta), y el bien común en el ya mencionado de orden social, sólo excepcionalmente puede haber contradicción entre ellos, cuando la ley viola grave y flagrantemente la justicia ideal. Ahora bien, entre esta justicia suprapositiva, ideal, y la positiva, legal, por lo regular sí existe oposición. De ahí el principio summum jus, summa injusria. Cuando el orden jurídico legal (seguridad como certeza e inmutabilidad del derecho positivo) viola gravemente en algunos casos especialmente, concretos, individuales, a la justicia ideal, ésta debe prevalecer sobre aquel, más aun cuando con ello no se rompe el orden social considerado como bien común. Por eso opinamos que no tuvo razón Sócrates, el mártir de la filosofía, al rechazar la propuesta de fuga que criptón le hizo. En dos argumentos principales basó el pensador heleno su negativa. En una supuesta “injusticia” que, según él, cometería si huía, y en la pretendida seguridad del estado. Por lo que se refiere al principio, ¿injusticia contra quién o contra qué – preguntamos nosotros- hubiera cometido Sócrates si hubiera huido? De todo su coloquio se desprende que dicha “injusticia” la hubiera cometido en contra del estado, ya que éste, según el pensamiento heleno, vela por el individuo desde que nace, le procura alimentos, le proporciona educación, le participa en los beneficios que los demás reciben, se preocupa, en fin, por el bienestar general de los individuos, y, por tanto, merecen cabal obediencia sus fallos y mandatos. “Injusto” sería, pues, según Sócrates, que él no acatara la sentencia que lo condenó a muerte. Así como es detestable devolver mal por mal, injusta por injusta, golpe por golpe, a un padre o a un maestro, dice, también lo es devolver injustamente por injusticia a la patria. No hay que responder a la injusticia del fallo con la injusticia del desacato. ¿Pero es que se puede ser justo o injusto –preguntamos nosotros- con un ente abstracto y sin sentimientos propios, como es el estado? En lo que concierne al segundo argumento, dice Sócrates que su hubiera puesto en peligro la seguridad de la República, porque ningún estado puede subsistir si sus leyes son violadas constantemente. Es cierto que si nadie acatara las normas estatales, el desorden y la confusión reinarían; pero esto no quiere decir, opinamos nosotros, que por el hecho de que en algunas ocasiones no sean acatadas dichas normas, vaya a originarse un estado de caos y anarquia. Si así fuera, podría decirse que el orden siempre está roto, pues a diario son violados impunemente los preceptos legales. De modo que si Sócrates se hubiera evadido, consideramos que no hubiera puesto en peligro la seguridad de la República helénica de aquellos tiempos, como él creía. El orden de un país no se altera por el hecho de que algunos condenados eluden los fallos judiciales. Ni con el ejemplo de un personaje de la talla de Sócrates podría mantenerse o romperse el orden social previamente establecido. Los desórdenes y las revoluciones se gestionan por causas de injusticia social, por hondas diferencias sociales o por velados intereses políticos; nunca por casos aislados de injusticia individual o desobediencias esporádicas. Resulta falso, en consecuencia lo que dice Rafael Preciado Hernández, refiriéndose a Sócrates Que la injusticia comete con él sólo tenía una victima, mientras que la injusticia que se le proponía para evitar aquélla, haría victima a toda la sociedad, ya que vendría a trastornar el orden jurídico existente.xv Lo que en realidad hay en el fondo de todo esto es lo que el mismo Sócrates reconocía: que no le estaba permitido rehuir el fallo judicial, cuando durante toda su vida había predicado la estricta observancia de los mandatos estatales. Se encontraba, por así decirlo, entre la espada y la pared; o huía, y entonces toda su doctrina de absoluta obediencia a la ley del estado y a los fallos judiciales, se hubiera derrumbado estrepitosamente (porque, ¿qué fuerza puede tener una doctrina cuando el mismo que la predica la contradice con sus actos tan pronto como ve amenazada su vida?), O aceptaba imperturbable la muerte, y entonces su palabra quedaba firme como una muralla ante los embates del tiempo. Sócrates escogió esto último. Por eso su nombre pervive como un ejemplo de entereza y estoicidad a través de los siglos. Empero, su doctrina de estricta observancia de las leyes estatales nos parece inaceptable. Sólo debe haber un sometimiento absoluto ante las normas o las decisiones del estado, cuando ésta son justas o cuando, sinceramente, las consideramos ecuánimes, sin dejarnos llevar por nuestras pasiones o nuestros intereses. Pero cuando son injustas y hay la posibilidad de sustituirlas por otras equitativas, o hay la posibilidad de eludirlas sin causar perjuicios a nadie, no vemos la necesidad de cumplirlas forzosamente. El legislador, lo mismo que el juez y el ejecutor, son personas falibles; y si han incurrido en un error, no vamos a continuarlo nosotros. Sí, hay que acatar la ley estatal, pero no al grado de ser su esclavo. Podría decirse que estas ideas de escrito acatamiento a las normas del estado fueron las que, en último término, condujeron a Sócrates a la muerte. No fueron, como piensa Preciado Hernández y arguyó el mismo Sócrates, razón de justicia y seguridad. Podemos concluir, en síntesis, que entre la justicia social y el bien común, tomado éste como orden social, no hay antinomia; pero sí puede haberla entre la justicia individual y la seguridad, tomada ésta en el sentido de orden jurídico, de certeza y permanencia del derecho. En este último caso, sin embargo, la regla deberá ser la observancia de la ley del estado, y sólo excepcionalmente se aplicará la equidad, cuando aquella sea evidentemente injusta. OPOSICIÓN EXCEPCIONAL ENTRE EL ORDEN JURÍDICO (JUSTICIA LEGAL O SEGURIDAD) Y EL ORDEN SOCIAL (BIEN COMÚN) “La seguridad jurídica –dice Radbruch- exige positividad del derecho: si no puede fijarse lo que es justo, hay que establecer lo que debe ser jurídico, y eso sí, por una magistratura que esté en situación de hacer cumplir lo establecido.”xvi La seguridad como certeza del derecho, como positividad del derecho, como orden jurídico, no es sino un medio para alcanzar el bien común como orden social. Ahora bien, el orden jurídico debe estar orientado por la justicia supralegal, ideal, objetiva, natural, o como quiera llamársele, aun cuando ésta sea inalcanzable en su totalidad para el hombre. Mas no importa esto último; el derecho positivo debe tender siempre hacia ella, aunque jamás pueda alcanzarla en su totalidad, ya que, a medida que más se le acerque, será más perfecto. La justicia absoluta debe ser para él como la estrella polar de que hablan Rudolf Stammler y Eugen Huber. Por su parte, Renard dice: Le droit positif est dominé par la préccupatio de i´ordre. L´ordre est d´abord une disposition des coses, d´aprês un principe d´unité; ce principe nous l´avons trouvé dans la justice.xvii (El derecho positivo está dominado por la preocupación del orden. El orden es primero una disposición de las cosas, según un principio de unidad; este principio lo hemos encontrado en la justicia.) Como hemos dicho, el orden jurídico, el derecho positivo, vienen a sustituir a la venganza personal, a la justicia privada, por una justicia pública, legal para garantizar cierta seguridad, cierto orden social. Ahora bien, cuando este orden jurídico, legal, se contrapone al bien común, a la seguridad pública, ¿cuál de los dos deberá prevalecer? ¿A cuál finen deberá atender el derecho: a la certeza e inmodificabilidad, o al bienestar social? Opinamos que sólo en casos extraordinarios se presenta esta situación: en estados de necesidad en que se rompe el orden previamente establecido. Ahora bien, el derecho sólo prevé casos normales, ordinarios, de la vida diaria. Cuando se presenta una situación anómala que no habría reglamentado, que no puede resolver por sus normas, se hace a un lado y deja el paso a la fuerza arbitraria para su solución. Por eso se establece la suspensión general y temporal de las garantías individuales, en casos de terremotos, epidemias y otras calamidades públicas.xviii Pongamos el caso de una epidemia grave y contagiosa que pone en peligro la salud y la seguridad de una población. Los enfermos atacados por el mal ¿deberán ser eliminados como perros rabiosos para evitar que propaguen su enfermedad? ¿Sería justo esto? ¿No les garantiza el derecho cierto respeto a sus personas? ¿Es justo que a un individuo se le asesine por el solo hecho de estar enfermo, sin que haya cometido ninguna fechoría que lo amerite? ¿Es peor un enfermo que un malvado, como pensaba Nietzsche? En nuestra opinión, tal proceder sería desde luego injusto. En estas situaciones en que la orden social, a la relativa seguridad pública, el derecho enmudece y deja que la fuerza obre, ya sea inclinándose por la justa (en el caso citado: respecto a la vida humana) o por el bien común. Salvo en estas situaciones excepcionales, la una y el otro marcha amistosamente del brazo. ¿LIBERALISMO O TOTALITARISMO? El derecho, según hemos dicho, para salvaguardar la paz pública, la seguridad del país, como se suele decir, necesita coartar hasta cierto punto la libertad natural del individuo. Ahora bien, ¿hasta qué medida, hasta qué grado, debe el derecho positivo coartar esta libertad? A esta cuestión responden dos sistemas políticos extremos: el liberal y el totalitarismo. El primero propugna la mayor libertad para el individuo, en tanto que el segundo tiende a suprimir toda libertad al hombre. Entre el uno y el otro se pueden encontrar los más diversos matices de regímenes políticos, según se restrinja más o menos la libertad individual. El estado liberal enarbola como bandera la justicia; el totalitarismo, la seguridad. Lo cierto es que tanto en uno como en otro se combinan los dos fines jurídicos, como la preponderancia de algunos de ellos. El estado liberal toma en cuenta preferentemente al individuo; el estado totalitario, a la sociedad. Cuando el primero degenera, da lugar al libertinaje; la exageración del segundo conduce al despotismo. La dificultad estriba en determinar el mayor bien social. Este problema se relaciona con aquel otro fundamento de la justa distribución de la riqueza, que tantas luchas han provocado. E igualmente difícil, por no decir imposible, es su perfecta solución, para que intentemos resolverlo en este breve ensayo, con cuyo principal tema, por lo demás, se relaciona poco. Pero una cosa no debemos perder de vista: que si bien el derecho estatal tiene como fin último la seguridad, el orden y el interés públicos, este fin debe alcanzarlo por medio de la justicia, es decir, teniendo a la justicia ideal como faro. Tampoco se debe olvidar que si se ha instituido el estado, es para bien de cada uno de los individuos que componen la colectividad. Si cada hombre ha renunciado a su poder personal y lo ha trasmitido a un público, es con la mira de que se le haga justicia. Así pues, la regla debe ser el interés del individuo, y la excepción, el de la sociedad; el primero será sacrificado sólo cuando se oponga peligrosamente al segundo. En conclusión, podemos decir que la justicia es el fin inmediato del derecho estatal, y el bien común, como seguridad pública, es el mediato o fin último, los cuales sólo excepcionalmente se contraponen. Cuando el primero, que es medio para el segundo, no se realiza, pues desaparecer la efectividad de este último, y dar motivo para un nuevo régimen jurídico. Fiat justitia, pereat mundus; pero justicia en el sentido trascendente que le da Del Vecchio, y teniendo la seguridad de que el mundo no parecerá. Aunque quizás sea mejor decir con Ihering: vivat justitia ut floreat mundus.xix Repertimos: la paz social, la seguridad pública, el orden jurídico, se alcanza por medio de la justicia ideal. AXIOLOGÍA JURÍDICA Proyección de los valores en el mundo jurídico. Siendo el derecho un producto de la cultura, es claro que en él se realicen ciertos valores específicos como son la justicia, el bien común y la seguridad jurídica. Pero también se pueden realizar por medio del derecho los valores de la moral como son la bondad, la rectitud, la honestidad (por ejemplo, cuando se exige para ser juez ser honesto o tener bienes antecedentes de moralidad). Otros valores también se pueden proyectar en el mundo jurídico como es la verdad, aunque en algunas ocasiones el derecho tiene que acudir a lo que se llama ficciones jurídicas, para resolver ciertas situaciones que las normas jurídicas no lo pueden hacer conforme a la verdad (por ejemplo, lo que se denomina confesión ficta o tácita). Por eso se habla de una lógica jurídica. En otros casos, el derecho también tiene que establecer normas que traten de que se realice el valor cortesía, que es el principal de los llamados usos sociales o “convencionalismos sociales” (por ejemplo, cuando el derecho militar establece la obligación del saludo de los inferiores a los superiores en la jerarquía cástrese, o cuando la norma jurídica establece la obligación de respeto y de cortesía para con los jueces y colitigantes, o la norma penal sanciona las injuria que típica como delito). Y Radbruch habla de una estética del derecho: La belleza en la oratoria forense, en estampas, en la poesía y en la liberalidad en general, relacionadas con cuestiones jurídicas. Clasificación de los valores jurídicos (bien común, justicia, seguridad jurídica). Estos valores ya los hemos tratado ampliamente, y remitimos al electo a lo dicho supra. Otros valores que se desprenden de la consecuencia de los anteriores. En la axiología encontramos valores absolutos y valores relativos, los primeros son los que descansan en sí mismo, es decir, no provienen de otros valores superiores. Los relativos, en cambio, sí. De acuerdo con esto, la justicia es un valor absoluto, como lo son también la verdad, el bien y la belleza. En la justicia va implícita la igualdad que no siempre se apoya en motivos éticos, sino en la envidia, el despecho, la perversidad, el espíritu de venganza. La justicia recibe el nombre de equidad, cuando se proyecta sobre el caso y el hombre concreto. Tanto la equidad como la igualdad bien entendida, son valores jurídicos relativos, porque se derivan del valor absoluto justicia. Por otro lado, de la seguridad nacida del derecho positivo, legislado, surgen los valores orden y certeza jurídica, la paz social y la tranquilidad pública, y, primordialmente, la libertad. Pero la seguridad no es un valor absoluto, porque muchas veces se realiza como un elemento del bien común. Por lo que se refiere al mismo bien común, se derivan de él, en general, todas los valores impersonales que el individuo solamente puede alcanzar en una sociedad organizada jurídicamente y políticamente. El principal es la utilidad. Cuando al derecho sólo le interesa realizar el bien común, no tiene en cuenta los intereses particulares del individuo, y puede llegar a sacrificarlos, a suprimirlos, en los regímenes dictatoriales o despóticos. Es por ello que el derecho debe perseguir también la realización de la seguridad y la justicia. Si se aplica la justicia, el individuo obtiene seguridad jurídica, y si tiene seguridad jurídica, puede contribuir a la realización del bien común colectivo. NOTAS i Véase la selección de trabajadores en él presentados que, con el título los fines del derecho, tradujo Daniel Kuri Breña, jus, México, 1944. ii CICERÓN, Des lois (de legibus), op. Cit., liv. III, núm. III, p. 345. “salus populi summa lex est”, escribe IHERING, Rudolf von (el fin en el derecho, sin nombre de trad., atalaya, Bunos Aires, 1946, cap. VIII(II) , 11, 3ª. Fase, núm. 177, p. 205. iii DEL VECCHIO, por su parte, considera que esta máxima hace alusión a la validez “trascendente” y “metaegoísta” de la justicia (lezioni., op. Cit., parte sistematica, sezione III, p. 364). iv LE FUR, DELOS, RADBRUCH, CARLYLE, et at. (JUS), Los fines del derecho, op. Cit., III, núm. X, p. 73. v Ibídem, p. 104. vi Véase también: RADBRUCH, Introducción a la filosofía del derecho, op. Cit., II, s 8, especialmente núm. II, pp. 36-37; filosofía del derecho, op. Cit., s 7 pp. 70-80. vii Los fines del derecho, op. Cit., p. 199. viii Ibídem, IV, núm. XII, p. 77. ix Ibídem, XIII, pp. 79-80. x Ibídem, p. 80. xi Ibídem, II, p. 28. xii IHERING, El fin en el derecho, op. Cit., II, cap. VII, 12, núm. 180, p. 213. xiii Ibídem, núm. 181, pp. 213-214. xiv PRECIADO HERNÁNDEZ, Rafael, lecciones del filosofoa delderecho, jus, México, 1947, 2ª. Parte, lib. III, cap. XVI, núm. 4, p. 241. xv RADBRUCH, Filosofía del derecho, op. Cit., s 9, p. 96. xvi RENARD, op. Cit., 6eme. Conf., p. 123. xvii Cfr. Art. 29 de la constitucion política mexicana de 1917. xviii IHERING, El fin en el derecho, op. Cit., II, cap. VIII, 11, 3a. fase, núm. 177, p. 204. xix