Desarrollo educativo doi: http://dx.doi.org/10.16925/me.v12i21.862 La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa Claudia Lorena Carrasco-Aguilar*, María Julia Baltar-de Andrade** Resumen Introducción: este artículo de reflexión analiza el papel de la psicología en la metodología de investigación sociocrítica en educación. Metodología: se analizan artículos publicados en los años 2007 y 2010, vinculando psicología y educación; se realiza igualmente un análisis teórico de los principales exponentes académicos de los conceptos de emancipación, resistencia y concientización, buscando establecer metodologías de investigación con base en la teoría crítica. Resultados: se realiza una propuesta desde las metodologías de investigación críticas en educación y diferentes escuelas como la macroetnografía, análisis crítico del discurso (acd), investigación-acción (ia), para establecer métodos de investigación que permitan pensar y actuar en y desde una psicología educativa transformadora. Conclusiones: es necesaria la participación activa y consciente de todos los actores dentro del proceso educativo para resignificar la labor docente y el proceso de trasmisión del conocimiento, partiendo del enfoque dado por la teoría crítica en educación y apoyándose en la teoría de la psicología social crítica, fundamentalmente en la investigación educativa. La ayuda de la psicología en la labor investigativa permite el acceso a otras esferas del conocimiento y posibilidades de análisis, de interacción con el entorno, para ser parte activa de la transformación social. Palabras clave: metodologías de investigación, psicología en educación, interés emancipador, resistencia, concientización. Psychology and Critical Methodologies for Educational Research Abstract * Magíster en Psicología Social, Doctoranda en Ciencias de la Educación. Coordinadora, Área Educacional de la carrera de Psicología, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile. Correo electrónico: claudia.carrasco@upla.cl ** Magíster en Educación, Mención Currículum. Docente auxiliar en la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso,Valparaíso, Chile. Correo electrónico: maria.baltar@ucv.cl Recibido: 20 de octubre de 2013 Aprobado: 3 de mayo de 2014 Cómo citar este artículo: Carrasco-Aguilar, C. L. y Baltar-de Andrade, M. J. (2014). La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa. Memorias, 12(21), 103-120. doi: http://dx.doi.org/10.16925/ me.v12i21.862 Introduction: This thought piece analyzes the role of psychology in the methodology of socio-critical research in education. Methodology: Articles published in 2010 and 2007 are analyzed, linking psychology to education; a theoretical analysis is also made of the main academic exponents of the concepts of emancipation, resistance and sensitization, seeking to establish research methodologies based on critical theory. Result: A proposal is put forward based on critical research methodologies in education and diverse schools such as macro-ethnography, critical discourse analysis (cda) and research-action (ra), to establish research methods that facilitate thinking and acting based on transformative educative psychology. Conclusions: There is a need for active and conscious participation by all actors within the educational process to re-signify the work of teaching in the process of knowledge transmission, based on an approach using critical theory in education and supported by socio-critical psychology theory, fundamentally in educational research. The use of psychology and research work facilitates access to other spheres of knowledge and possibilities for analysis and interaction with the surroundings, to be an active part of social transformation. Keywords: research methodologies, psychology in education, emancipating interest, resistance, consciousness­ raising. A psicologia e as metodologias críticas de pesquisa educativa Resumo Introdução: este artigo de reflexão analisa o papel da psicologia na metodologia de pesquisa sociocrítica em educação. Metodologia: analisam-se artigos publicados nos anos 2010 e 2007, vinculados à psicologia e educação; realiza-se igualmente uma análise teórica dos principais expoentes acadêmicos dos conceitos de emancipação, resistência e conscientização buscando estabelecer metodologias de pesquisa com base na teoria crítica. Resultados: realiza-se uma proposta a partir das metodologias de pesquisa críticas em educação e diferentes escolas como a macroetnografia, análise crítica do discurso (acd), pesquisa-ação (ia), para estabelecer métodos de pesquisa que permitam pensar e agir em e sob uma psicologia educativa transformadora. Conclusões: é necessária a participação ativa e consciente de todos os atores dentro do processo educativo para ressignificar o trabalho docente e o processo de transmissão do conhecimento partindo do enfoque dado pela teoria crítica em educação e apoiando-se na teoria da psicologia social crítica, fundamentalmente na pesquisa educativa. A ajuda da psicologia no trabalho investigativo permite o acesso a outras esferas do conhecimento e possibilidades de análise, de interação com o contexto, para ser parte ativa da transformação social. Palavras-chave: metodologias de pesquisa, psicologia em educação, interesse emancipador, resistência, conscientização. BY NC ND 104 Desarrollo educativo Introducción1 El interés emancipador estaría dando lugar a la acción autónoma y responsable, enmarcada en un determinado tipo de saber. Este saber se materializa en las teorías críticas, que se constituyen sobre los individuos y la sociedad, en relación con los análisis vinculados con las posibilidades de transformación o reproducción social (Grundy, 1991). Para las corrientes críticas emancipadoras, a pesar del carácter reproductivo de la cultura dominante, la educación puede llegar a ser entendida como un proceso dialéctico, resultando de la praxis reflexiva y consciente de seres humanos en momentos históricos determinados, transformándose en un quehacer esencialmente problematizante (Baltar, 2003). En este sentido, autores como Lewis y Spencer, citados en Posso, Cuesta, Lancheros, Mora y Vargas (2012), conciben el modelo educativo emanci­ pador como una alternativa que promociona el pensamiento crítico, reflexivo y creativo, frente a los modelos neoliberales, tecnocráticos, reproductores del orden existente. El paradigma sociocrítico en investigación educativa asume una visión global y dialéctica del fenómeno social a estudiar, en el que también teoría y realidad encuentran llamadas a mantener una constante tensión dialéctica. Además, en este modelo conceptual, la investigación asume una perspectiva democrática del conocimiento, así como los procesos implicados en su elaboración. El estudio se constituye de este modo en una práctica participativa en la que tanto el investigador como los sujetos investigados comparten responsabilidades. Por otro lado, esta investigación intenta articularse, generarse y organizarse en la práctica y desde la práctica. Se trata de investigaciones construidas en y desde realidades situacionales de sujetos, por lo que se encuentran comprometidas con la transformación de la realidad desde una dinámica liberadora y emancipadora de los sujetos implicados en ella (Pérez, 1994). La teoría crítica en educación postula que los espacios educativos mantienen una relación dialéctica con la sociedad de la cual forman parte, en función de sus 1 Artículo de revisión, resultado de investigación y análisis inicial de artículos académicos publicados en 2007 y 2010 sobre temas de educación y construcción de conocimiento, como una aproximación teórica entre las nociones de “emancipación”, “resistencia” y “concientización”, fortaleciendo el metodologías de investigación en educación con base en la teoría crítica. Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 posibilidades de producción cultural y resistencia a la dominación. Para Prieto (2001b), los centros de formación educativa podrían y deberían cumplir un papel esencial en este sentido. Esta perspectiva dialéctica se posiciona a sí misma como una forma de superar los enfoques culturalistas y estructuralistas en educación. La tradición culturalista, también denominada subjetivista, es analizada por Giroux (1992), quien plantea que para esta corriente la conciencia, experiencia y estructuras de sentimiento son el punto de partida desde donde se explican los orígenes de los sucesos y las formas culturales. De esta manera, se recobra al sujeto histórico y se analizan la historia y la cultura desde la experiencia de la participación humana. Los aportes de la psicología tradicional, como ciencia que estudia al individuo en sus contextos, ha sido insuficiente en este enfoque, considerando el aporte que podría realizar para la comprensión de la participación individual en los procesos de construcción social. Por otra parte, la tradición estructuralista es abordada por Giroux (1992) respecto al moldeamiento de las subjetividades dentro de prácticas materiales de la sociedad con el fin de sostener las relaciones sociales capitalistas. En esta perspectiva, el poder se sitúa en las estructuras, las cuales constituirían en los seres humanos un pensamiento y práctica de carácter técnicos. La teoría crítica en educación a la que Prieto (2001b) hace referencia implica un enfoque dialéctico que reconoce la contribución par­cial de las posturas culturalista y estructuralista, admitiendo el aporte estructuralista en cuanto a las limitaciones “objetivas” del pensamiento y la acción, y el aporte culturalista en cuanto a las limitaciones “subjetivas” para cambiar supuestos y prácticas (Carr y Kemmis, 1988). Para estos teóricos, sería necesario analizar no sólo las condiciones subjetivas que limitan la libertad humana, sino también las objetivas y cómo podrían cambiar las unas y las otras. La aspiración de la aproximación crítica sería aumentar la autonomía racional de la comunidad educativa. “Persigue esta aspiración interpretando la práctica educativa no simplemente como una práctica moral sino también como una práctica social que está históricamente localizada, culturalmente asentada y, por consiguiente, siempre vulnerable a distorsión ideológica” (Carr, 1990, p. 83). De acuerdo con estas perspectivas, el conocimiento no sería neutral tal como ha sido proclamado por la ciencia moderna (Bazán, 2002). A partir de la década de los sesenta e inicios de los setenta, según Bonal (1998), comienza a aparecer La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa una desconfianza en que el consenso y el equilibrio son los fundamentos de una sociedad “normal”, para comenzar a aceptar que el conflicto también es parte de la sociedad. Este periodo se vio caracterizado fundamentalmente por dos corrientes teóricas: una actitud epistemológica ecléctica que combina a Marx, Durkheim, Parsons, Mead y otros pensadores, y una actitud renovadora del marxismo europeo de los sesenta y setenta en las tesis neomarxistas, que desde distintos matices teóricos ven a la educación como un instrumento para la preservación del poder, la división de clases y el capitalismo occidental. Estas son representadas en lo que Giroux (1983) denomina como “teorías de la reproducción social”, a las que se ha aludido anteriormente. Sin embargo, luego surgen las que pueden ser denominadas fielmente como “teorías críticas”, que se nutren fundamentalmente de la sociología forjada a partir de la década de los ochenta. Esta nueva corriente se aleja tanto de la sociología de la educación funcionalista, con su carácter positivista y su optimismo ingenuo, como de las teorías de la reproducción, con su mecanicismo y pesimismo. La crítica a la que hace mención el nombre de estas teorías presentaría varios ámbitos. En primer lugar, una crítica a la sociedad occidental capitalista (Austin, 2006). Si bien no se puede señalar una sola teoría crítica universalmente compartida, sí se puede establecer que todas intentan evaluar las nuevas formas de capitalismo, y por lo tanto las formas cambiantes de dominación subyacentes; además, existiría un intento de repensar y reconstruir las significaciones y posibilidades de emancipación humana (Giroux, 1992). En segundo lugar, una crítica a las ciencias sociales, especialmente a las norteamericanas imperantes de tipo empirista y positivista (Austin, 2006). En tercer lugar, una crítica a la teoría marxista, del positivismo, de la sociología, de la sociedad moderna y de la cultura (Austin, 2006). En cuarto y último lugar, una crítica autorreflexiva como el desarrollo de un discurso y práctica de transformación y liberación social (Giroux, 1992). La autorreflexión crítica sería el primer paso contra el dogmatismo, en el que el yo autónomo sería capaz de revisar las significaciones, liberando al ser humano de falsas creencias. Para Sgró (2001), la lucha contra el dogmatismo puede ser entendida como un objetivo fundamental de cualquier educación crítica que busque la construcción de nuevos consensos sociales. Según Giroux (1992), la noción de teoría crítica tiene una fuerte herencia del trabajo teórico desarrollado por la Escuela de Fráncfort. Esta fue fundada oficial- 105 mente el 23 de febrero de 1923, en Fráncfort, Alemania, como Instituto de Investigación Social, por un grupo de intelectuales burgueses ideológicamente marxistas, pero que no militaban en ningún partido. Rechazando la posibilidad de un positivismo marxista, los miembros de esta escuela trataron de desarrollar una teoría crítica de la sociedad, destacando el interés teóricopráctico por el marxismo, generando un análisis de la filosofía como teoría crítica de la sociedad, suscitando un rechazo a la especulación filosófica que enfatiza “el conocimiento del mundo de la vida”; gestando una oposición a los planteamientos de la escuela neopositivista lógica y al concepto de razón como “razón ilustrada” (Austin, 2006). Entre los principales teóricos de esta escuela se distinguen: Horkheimer, Adorno, Marcuse, Habermas,­ Dagman, Pahre, Fromm, Neumann, Kirchheimer, Gurland, Offe, entre otros. En resumen, las teorías críticas serían teorías acerca de las personas y sobre la sociedad que explican cómo actúan la restricción y la deformación para inhibir la libertad. Pero las teorías no bastan, ya que una teoría crítica debiera ser confirmada por cada individuo o grupo, enfatizando los procesos de autorreflexión (Grundy, 1991). Como resultado del proceso analítico iniciado en los artículos académicos “La práctica de la investigación educativa desde la psicología: intereses implícitos y finalidad social” (Carrasco, 2010) y “La investigación social: un análisis crítico desde los intereses constitutivos del conocimiento” (Carrasco, 2007), a continuación se presenta una distinción teórica entre las nociones de emancipación, resistencia y concientización, para luego establecer cuáles serían las metodologías de investigación en educación que efectivamente favorecen estos procesos con base en los desarrollos de la teoría crítica. Desarrollo De la emancipación en Jürgen Habermas Tal como se señaló con anterioridad, para el autor la emancipación implica lograr una independencia de todo aquello que se encuentra fuera del individuo, y sólo sería posible por medio de la autorreflexión, es decir, cuando el yo se vuelve sobre sí mismo. Para Habermas, citado por Grundy (1991), la emancipación es una experiencia individual, aunque para que tenga realidad no puede mantenerse en este ámbito. En este sentido, Habermas destaca la naturaleza interactiva de 106 Desarrollo educativo la sociedad constituida por seres humanos, por lo que esta libertad individual buscada por medio de la autorreflexión jamás podría separarse de la libertad de los demás. Esto le otorga un sentido ético y político a dicha concepción de emancipación, incorporando el componente social. De todas maneras, la emancipación en estos planteamientos se conceptualiza en sus orígenes como algo individual. Uno de los puntos más críticos de la obra donde Habermas trabaja este tema, es decir, en Conocimiento e interés, sería no aclarar suficientemente la diferencia entre reflexión y acción política o compromiso práctico para la emancipación. Habermas desarrollará este tema tiempo después, cuando reconceptualiza la relación existente entre teoría y práctica analizando los fundamentos de la teoría crítica (McCarthy, 1987). Habermas (1990) resalta la relación entre conocimiento e interés, destacando para ello la dimensión política del conocimiento, la que para Montero (2001) se referiría a lo relativo a la vida organizada colectivamente y al espacio público, es decir, todo lo concerniente a los derechos y deberes civiles y a las relaciones de poder y su dinámica en ese espacio. De la resistencia en Michel Foucault Siguiendo a Zunino (2002), Foucault entendería el poder como una relación social siempre presente, cuyo principio de funcionamiento serían normas discursivas que establecen lo permitido y prohibido para la elaboración de conceptos, conocimiento y reglas. Estas normas responderían a condiciones históricas determinadas. Foucault muestra cómo la creación de tecnologías de control social responde a disyuntivas sociales e históricas determinadas. Para este académico, además, los métodos disciplinares carcelarios son comparables con aquellos instaurados en otros aparatos institucionales, posibilitando una relación con aquellos que se imparten en las escuelas. Foucault (2002) comprende las disciplinas como los “métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (p. 141). Este poder disciplinario tendría como fin el encauzamiento de conductas, por lo que le otorga una visión a la concepción del poder en la que afirma que este no elimina, sino más bien produce. De esta manera, la disciplina, como mecanismo, se enfocaría a la fabricación de individuos como objetos e instrumento de su ejercicio. Para Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 el aseguramiento de esto, el poder disciplinario acude “al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y el examen” (Foucault, 2002, p. 175). Desde estos planteamientos, la función social de las escuelas estaría centrada en conseguir una penalidad perfecta, con el fin de ubicar a los individuos en el lugar socialmente designado para ellos. Esta penalidad perfecta, sería aquella que controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye, es decir, normaliza. Sin embargo, y frente a esta lógica, Foucault habla de un afuera del pensamiento, en un uso metafórico del término. Ese afuera estaría constituido desde nuestra resistencia al poder, una resistencia a pensar que las cosas son como son por necesidad, como si existiese un universal. Esa resistencia aparecería como forma de liberación respecto de las fuerzas que ejerzan poder sobre los individuos, y se daría cuando nuestro pensamiento se niegue a pensar que las cosas son porque sí, necesariamente, y que los valores son inamovibles. Si todo ha tenido un origen histórico, puede haber otro punto histórico en que se cambie (Gómez, 2001). Pese al énfasis de Foucault (1982) sobre el tema del poder, este no ha sido el tópico central de sus escritos, sino más bien el sujeto. El poder en sí mismo, aparece como algo intrínseco a los seres humanos y a la constitución de las sociedades, no así, la forma de constituir lo que es la subjetividad. Los fines del especialista estarían dirigidos a investigar las relaciones entre racionalización y poder desde un punto de vista diferente a la forma central en que lo trabaja la escuela de Fráncfort, dejando de lado el enfoque relacionado con tomar como una totalidad la racionalización de la sociedad. A modo de entender cómo nos encontraríamos atrapados en nuestra propia historia actualmente, propone tomar como punto de partida las formas de resistencia y los intentos de desintegrar estas relaciones (Foucault, 1982). En general, siguiendo a este experto, se puede decir que hay tres tipos de luchas: las que se enfrentan a la dominación (étnica, social y religiosa), las que se dirigen contra las formas de explotación que separan al individuo de lo que produce, y las que se orientan contra lo que ata al individuo a sí mismo y, de este modo, lo somete a los demás (luchas contra la sujeción, contra las formas de subjetividad y de sumisión). Para el autor, si bien es cierto que no se pueden estudiar los mecanismos de subyugación al margen de los mecanismos de explotación y dominación, estos mantienen relaciones complejas y circulares con otras formas. La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa El aporte que el filósofo realiza a las teorías críticas tradicionales y a su forma de comprender la resistencia radica fundamentalmente en que las formas de sumisión resultarían en poder tanto individualizador como totalizador. El ser humano tendría que imaginar y construir lo que podría ser para librarse de esta especie de doble vínculo político que es la simultánea individualización y totalización de las modernas estructuras de poder. Por lo tanto, para lograr una auténtica resistencia, sería necesario impulsar nuevas formas de subjetividad mediante el rechazo del tipo de individualidad que se le ha impuesto al ser humano a lo largo de varios siglos. De la resistencia en Henry Giroux Uno de los aportes centrales en el desarrollo teórico del autor es la noción de resistencia. En adición al desarrollo de una racionalidad para la noción de resistencia habría una necesidad de formular criterios contra los cuales el término pueda ser definido como una categoría central de análisis en las teorías de escolarización. En el sentido más general, la resistencia debiera situarse en una perspectiva que tome a la noción de emancipación como un interés guía. Con esto, el teórico se refiere a la naturaleza y significado de un acto de resistencia, los que deben ser definidos por el grado en el cual contiene posibilidades de desarrollar lo que Marcuse denominó un contenido de emancipación de la sensibilidad, imaginación y razón en todas las esferas de la subjetividad y objetividad (Giroux, 1983). Por lo tanto, el elemento central para analizar cualquier acto de resistencia debe ser uno relacionado con descubrir el grado en que este ilumina, implícita y explícitamente, la necesidad de luchar contra la dominación y la sumisión. En otras palabras, el concepto de resistencia debe tener una función reveladora que contenga una crítica de la dominación y provea oportunidades teóricas para la autorreflexión y lucha en interés de la emancipación propia y social. El concepto de resistencia representa un elemento de contralógica que debe ser analizado para revelar su interés subyacente en la libertad y su rechazo de las formas de dominación inherentes en las relaciones sociales contra los que reacciona. Si bien este estudioso, en similitud a Habermas, se ubica en la definición de una emancipación como autorreflexión, el elemento social se encuentra presente de suyo en la conceptualización de esta, yendo más allá de la naturaleza interactiva de la sociedad, tal como lo 107 describe Habermas (1990). De esta manera, la emancipación debiera devenir un constructo analítico y un modo de averiguar que es autocrítico y sensible a sus propios intereses, conciencia radical en aumento y una acción colectiva crítica (Giroux, 1983). Para esto, Giroux (1983) desarrolla una distinción conceptual y analítica con el fin de diferenciar lo que él comprende por oposición y por resistencia en la que el primer término, pese a encontrarse en un esfuerzo por enfrentar la dominación, finalmente constituiría una muestra de poder, lo que lo llevaría a manifestarse a través de los intereses y discursos de los peores aspectos de la racionalidad capitalista. El segundo, en cambio, estaría constituido por prácticas que involucran una reacción política contra las relaciones de dominación construidas por la escuela, con lo cual las personas resistirían la ideología de esta logrando rechazar el sistema en un nivel que no los haría impotentes para poder volver a resistirla en el futuro. Para el experto, los seres humanos podrían optar además por el conformismo, actuando a favor de las lógicas de reproducción. De la liberación colectiva y concienciación en Paulo Freire En el contexto latinoamericano y mundial, la obra de Paulo Freire, con su preocupación por la cultura popular, es indiscutiblemente la más importante del continente para comprender los ámbitos sociales, políticos y culturales de la educación. Para Freire, las escuelas son lugares de conflicto y contradicción. Este académico desarrolla la idea de cómo el tipo de conflicto que se organiza en forma social debe ser llevado a las escuelas para que desde y a través de ellas se construyan prácticas de liberación entre docentes y estudiante (Freire, 2003). En la obra de Freire (citado por Baltar, 2004), el ser humano es el sujeto de la educación y, a pesar del gran énfasis en el sujeto, se evidencia una tendencia dialéctica ya que se considera la interacción hombremundo, sujeto-objeto, imprescindible para que el ser humano se desarrolle y se convierta en el sujeto de su praxis. De acuerdo con este enfoque, los seres humanos se encuentran insertos en un contexto social, económico, cultural y político, es decir, en un contexto histórico. Al considerar esta inserción, la educación sólo adquiriría validez al tener en cuenta la vocación ontológica como las condiciones en las cuales vive el hombre (Freire, 1997). 108 Desarrollo educativo Implícitamente, en este enfoque se encuentra la creencia de que el hombre llega a ser un sujeto solamente a través de la reflexión acerca de su ambiente concreto, ya que se va transformando progresiva y gradualmente en un ser consciente, cada vez más comprometido con la realización de intervenciones sobre la realidad con el fin de modificarla. Debido a esto es que el especialista habla de la noción del hombre inacabado (Freire, 2003), un ser de praxis, enfatizando la acción y reflexión acerca del mundo, con la finalidad de transformarlo. Con relación a este tema, Freire (1997) enfatiza la relación que debe establecerse entre supuesto y práctica, constituyéndose esta como condición necesaria para el diálogo verdadero. En caso contrario, cuando la acción se hace exclusiva, descontextualizada de la reflexión, se convierte en activismo, con lo que la persona no es capaz de fundamentar su práctica. De acuerdo con el autor, la participación del ser humano como sujeto en la sociedad, cultura e historia se realiza en la medida que se desarrolla su concienciación. En este enfoque, el opresor mitifica la realidad, la cual es captada por el oprimido en forma acrítica, identificándose con su opresor. De esto, urge la necesidad de que el trabajo humanizante sea inicialmente una labor de desmitificación, en la que la concienciación sea un proceso de toma de conciencia crítica de una realidad que se va develando progresivamente. De esta forma, los mitos colaborarían en la manutención de la realidad de la estructura social dominante. Por lo tanto, la humanización implicaría de suyo la desmitificación de la realidad.­ Para Freire (1972), el tema fundamental de nuestra época con respecto a la dominación es el que supone su contrario, es decir, el tema de la liberación como objetivo que debe ser logrado. Sin embargo, esta no ocurrirá si no se constituye una ideología que, elaborada a partir de las masas, pueda llegar a desencadenar un movimiento social en el cual el aspecto económico sería sólo una de sus facetas. Por tanto, la noción de concienciación (Freire, 1972, 1997) cobra particular relevancia en estos postulados. Sin embargo, el proceso de concienciación se encontraría siempre inacabado, siendo continuo y progresivo. Se trataría de una aproximación crítica de la realidad que fluctuaría entre las formas más primitivas de conciencia y las más críticas y problematizadoras. La concienciación implicaría y consistiría en un continuo y progresivo develamiento y transformación de la realidad. La pedagogía del oprimido, según Freire (1997), es aquella que debe ser construida con él y no para él, en Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 la incesante lucha para recuperar la humanidad del ser humano o del pueblo. Se trataría de una pedagogía que transforme la opresión y sus causas en objeto de su reflexión, lo que redundaría en el compromiso del hombre con su lucha por la propia liberación. Para Freire, la educación verdadera es problematizadora, lo que de alguna manera vendría a apoyar la superación de la relación opresor-oprimido. Por lo tanto, uno de los mayores cuestionamientos que el teórico realiza a la educación en Latinoamérica, se encuentra centrado en lo que él llama educación bancaria: En vez de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan y repiten. Tal es la concepción “bancaria” de la educación, en que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos. Margen que sólo les permite ser coleccionistas o fichadores de cosas que archivan. (Freire, 1997, p. 50) En este contexto, la pedagogía y todas las ciencias sociales serían consideradas un espacio político del poder cultural. El hecho educativo en sí mismo sería analizado como un lugar de lucha cargado de esperanza (Freire, 1993). Estas prácticas se generarían en, con y para las masas, pues la emancipación es más bien liberación, y siempre colectiva, tal como señala Barreiro (Freire, 1972, Prólogo): “Nadie dice la palabra solo, decirla significa decirla para otros. Decirla significa necesariamente un encuentro de los hombres” (p. 16). Así, toda autorreflexión se construiría en una reflexión colectiva, dialécticamente sostenida entre lo que es individual y social. De la concientización en Ignacio MartínBaró A partir del Concilio Vaticano Segundo de la Iglesia Católica, se produjeron profundos cambios en relación con la definición de la misión que debía desempeñar dicha institución. Desde entonces, las iglesias comenzaron a aproximarse a los sectores más desposeídos de las sociedades. A fines de los años sesenta, surgen en Latinoamérica movimientos eclesiales que profesaron fuertes críticas al papel de la Iglesia en la sociedad, rol fundamentalmente vinculado con la sensibilidad social de esta institución. La crítica apuntaba a que la Iglesia había estado al servicio de los grupos de poder, en desmedro de los intereses del pueblo (Montenegro, 2001). La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa En contraparte a esto, la teología de la liberación aparece como “opción de liberación de los pobres. Propone una lectura de la Iglesia como institución que debe estar al servicio de la igualdad entre las personas y de las transformaciones necesarias para lograr esta igualdad y acabar con la opresión” (Montenegro, 2001, p. 183). Así, “ayudar a las personas a lograr un saber crítico sobre sí mismas y sobre su realidad sería la misión de quienes sostienen las prácticas de los teólogos de la liberación” (p. 182). Ignacio Martín-Baró, en su trabajo en El Salvador, propone una concientización religiosa, la que se encontraría profundamente vinculada a la propuesta de concienciación de Paulo Freire. Esta propuesta implica la consideración de que la religión no necesariamente tiene un impacto uniforme de ‘alienación’ como se seguiría de una aplicación mecánica de la teoría Marxista; más bien, este impacto depende del tipo de religiosidad involucrada y los significados que los valores, símbolos y prácticas religiosas adquieran para los individuos en determinadas situaciones sociopolíticas (Martín-Baró, citado en Montenegro, 2001 p. 184). A partir de estos planteamientos, la Iglesia podría actuar en y con los individuos en el desarrollo de una conciencia crítica. Aquellos sectores de la Iglesia comprometidos con esta visión, no caerían en prácticas asistenciales, sino más bien, actuarían a través de círculos bíblicos y de la pastoral con el fin de interpretar la realidad injusta y buscar alternativas de acción frente a esta. En esta corriente, la religión implicaría que los seres humanos comprendan que no es la voluntad de Dios la desigualdad social, sino, más bien, esta sería portada por intereses humanos que nada tienen que ver con lo divino. Se encontraría, entonces, un sustento en la misma fe para desarrollar vías alternativas de acción en pos de una sociedad más justa y humana, como diría Martín-Baró (citado por Montenegro, 2001). Para todos estos expertos, y desde los planteamientos de la teoría crítica de Bórquez (2005), los procesos educativos se mueven entre dos extremos: la búsqueda de la reproducción de la ideología dominante, facilitando la adaptación social del sujeto y, por tanto, el conformismo con dicha ideología; y la resistencia a las fuerzas sociales más amplias que persiguen la dominación del ser humano, buscando el desarrollo de habilidades que permitan que nos enfrentemos críticamente con los fenómenos sociales y educativos para posibilitar su transformación, siempre en conjunto con otros. 109 Esto sólo sería posible gracias a lo que Bruner (1989) desarrolla cuando incorpora un elemento preponderantemente dialéctico en la concepción de negociación cultural, con lo que facilita, pero no garantiza, la posibilidad de transformación de la cultura que se negocia. Metodologías de investigación crítica en educación y el quehacer de la psicología La investigación educativa, a partir del interés emancipador, posee diversas aristas que la llevan a comprender la realidad y sus implicancias de diferentes maneras vinculadas con las formas que cada una de estas metodologías ha elaborado para abordar la transformación social. Cada una conlleva técnicas de producción y análisis de datos inspirados en el cambio social, que ubican al psicólogo como investigador en educación desde determinada posición. En este sentido, es necesario enfatizar que no son las técnicas en sí mismas las que determinarán si el interés se corresponde con una ciencia positivista, sino más bien los objetivos y supuestos de la investigación propuesta (Cook y Reichardt, 1982). A continuación, se realiza un breve análisis de algunas metodologías en esta línea, haciendo hincapié en las posibilidades que ofrecen para conectar el discurso de la crítica con el de la esperanza transformadora. Además, se analiza la posición que en ellas adopta la Psicología en Educación. Macroetnografia Ogbu (citado en Rockwell, 1980) propone que sería posible aplicar al estudio de un sistema escolar las mismas categorías que se usan en el estudio de una comunidad: medio ecológico, lengua, economía, organización social, organización política, sistema de creencias, folclore, educación y socialización, cambio, entre otros. La escuela podría estudiarse, entonces, como una pequeña sociedad. En esta línea, Rockwell (1980) plantea como opción metodológica de estudio la macroetnografía. Esta sería el recorte de “lo educativo” como un fenómeno autónomo. Se plantea la posibilidad de estudiar la estructura educativa como una descripción alternativa de la sociedad. Si se plantean relaciones entre lo educativo y lo social en general sería mediante los valores de la sociedad, lo que hace que existan fuertes intentos de relacionar lo que sucede en la escuela con la estructura social. 110 Desarrollo educativo En este contexto, la tendencia sería construir in­ terpretaciones sobre la base de análisis críticos. Esta tendencia ha sido caracterizada por Rockwell (1980) como aquel estudio etnográfico que toma en cuenta la sociedad que existe más allá de la escuela y la comunidad, haciendo alusión a una forma de etnografía que no se mantiene en las relaciones microsociales de comprensión de la comunidad. En esta lógica, lograrlo supondría integrar a la perspectiva teórica una sociología de la educación en la cual la definición de sociedad no sea arbitraria y aplicable a cualquier nivel de la realidad (salón, escuela, mundo, etcétera). Implicaría reconocer a la educación como parte integral de formaciones sociales históricamente determinadas. En este contexto, una opción posible sería abordar los procesos escolares como manifestación de una función reproductiva de la estructura de clases y de la desigual distribución de la cultura o el conocimiento, reconociendo en la (macro) etnografía un instrumento metodológico que permitiría dar cuenta de ello (Rockwell, 1980). Esta modalidad de la etnografía posee elementos que son emancipatorios y que le permite posicionarse en parte desde dicho interés, ya que se establecen relaciones con las fuerzas y estructuras macrosociales. Sin embargo, no se constituye como una investigación participativa, siendo el investigador quien finalmente construye los informes y otorga sentido y significado social a los discursos y prácticas de los miembros de la comunidad estudiada. Por otro lado, el potencial de transformación social disminuye al no tener un anclaje en la acción, ya que el objeto de las etnografías sigue siendo la comprensión y no la transformación. Análisis crítico del discurso (acd) Para Foucault (1969), los discursos escritos, hablados, etcétera, configuran sistemáticamente los objetos de los que habla, por lo que habría que abandonar la consideración de los discursos como conjuntos de signos o elementos significantes que son la representación de una realidad. En este contexto, el análisis de discurso es una práctica que permite desenmascarar e identificar otras prácticas discursivas, a la vez que se articula como una forma para transformarlas: “Hablar es hacer algo, es crear aquello de lo que se habla cuando se habla” (Íñiguez, 2003, p. 78). Es decir, permite mostrar que hablar es hacer algo, algo distinto a expresar lo que se piensa, traducir lo que se sabe, distinto a poner en juego las estructuras de una lengua; mostrar Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 que agregar un enunciado a una serie preexistente de enunciados, es hacer un gesto complicado y costoso, que implica unas condiciones (y no solamente una situación, un contexto, unos motivos) y que comporta unas reglas (diferentes de las reglas lógicas y lingüísticas de construcción); mostrar que un cambio, en el orden del discurso, no supone unas “ideas nuevas”, un poco de invención y de creatividad, una mentalidad distinta, sino unas transformaciones en una práctica, eventualmente en las que la avecindan y en su articulación común. (Foucault, 1969, p. 350-351) El análisis crítico del discurso “se ha centrado en el estudio de aquéllas acciones sociales que se ponen en práctica a través del discurso, como el abuso de poder, el control social, la dominación, las desigualdades sociales o la marginación y la exclusión sociales” (Íñiguez, 2003, p. 93). Desde estos planteamientos, se constituye como un mecanismo que permite interpretar los datos a partir de la constante aplicación de una problematización de estos, “que sintetiza la invitación de Michel Foucault a dotar a la producción de conocimiento y saber de un carácter transformador y emancipador” (Íñiguez, 2003, p. 78). La problematización cuestiona todo lo que ha sido constituido como incuestionable, y permite “entender el cómo y el por qué algo ha adquirido un status de evidencia incuestionable. Cómo es que algo ha conseguido instalarse, instaurarse” (Ibáñez, 1996, p. 54). Dentro de este contexto, la teoría se utiliza como “una caja de herramientas que permite urdir y abrir nuevas miradas y nuevos enfoques, donde el/ la analista se convierte en artífice a través de la implicación con aquello que estudia” (Íñiguez, 2003, p. 93). A partir de todo lo anterior, se deja entrever la función que tiene este tipo de interpretación, en cuanto los investigadores no sólo conciben el discurso como una práctica social, sino que consideran que su propia tarea- develar cómo actúa el discurso en estos procesos- constituye una forma de oposición y de acción social con la que se trata de despertar una actitud crítica en los hablantes, especialmente en aquéllos que enfrentan más a menudo estas formas discursivas de dominación. (Rojo y Wittaker, 1998, p. 10) El análisis crítico del discurso, si bien asume la necesidad de cuestionar lo dado al no considerar nada como neutro u objetivo, trasciende el hecho de intentar penetrar en la realidad para descubrir lo que le está subyaciendo, llevando el análisis hacia las relacio- La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa nes entre los hallazgos de la investigación y las fuerzas sociales más amplias que, de una u otra forma, están presentes en el discurso y condicionan la acción social (Prieto, 2001b). Si bien es cierto que estos planteamientos son, en su forma más general, compartidos por la mayoría de los estudiosos del análisis del discurso (ad), cabe señalar que existe gran diversidad para comprender lo que es en definitiva el ad, destacando fundamentalmente los planteamientos de los siguientes académicos: John Potter y Margaret Wetterel, Ian Parker, Norman Fairclought, Teu Van Dijk, Jesús Ibáñez y Derek Edwards. De todas maneras, esta metodología de investigación social sólo se podría clasificar como emancipadora dentro de la concepción de realidad que propone, debido a que no posee la esencia de la emancipación planteada por Habermas (1990), con lo que la emancipación siempre sería pensamiento y acción. Sólo a través de la concepción del discurso como un acto social es posible comprender el componente de acción transformadora, ya que, en rigor, los escritos develadores de los análisis críticos del discurso son leídos y revisados por comunidades específicas de hablantes ligados al campo de la ciencia e investigación. Las comunidades que se han investigado no necesariamente participan de este proceso de develamiento, por lo que el impacto de transformación social sobre estas disminuiría considerablemente. Autoetnografía La autoetnografía es presentada por Denzin y Lincoln (como se citó en Sisto, 2004) como “una de las principales estrategias de etnografía reflexiva, una de las perspectivas característica del mencionado séptimo momento. En la autoetnografía, el investigador conduce y escribe etnografías de su propia experiencia” (p. 295). Para Denzin (2001), las formas de investigación activa implican el involucramiento de los sujetos que investigan. En esta metodología, el investigador sistematiza en escritos escenas culturales de las cuales él forma parte activa, como protagonista y participante dinámico, conformando la comunidad que a la vez estudia. El investigador utiliza sus propias experiencias, conocimientos y su acceso privilegiado al material empírico como participante que es de la comunidad que estudia. Alvesson (citado en Sisto, 2004) plantea el concepto de observando la participación, en el que esta sería previa a la consideración de un hecho social —educa- 111 tivo en este caso— para investigar. Apropiándose de las realidades de las cuales cada individuo forma parte, la autoetnografía considera dichas realidades para ser investigadas de modo que el investigador siempre forme parte activa de la comunidad que investigará. Esta participación se transformaría en el foco de la propia atención. El autoetnógrafo, a diferencia del etnógrafo, no sólo debe narrarse a sí mismo en las situaciones investigadas, además, debiera considerar dichas narraciones para interpretar los actos, palabras y materiales desde su posición social e históricamente situada (Sisto, 2004). Para Scribano y de Sena (2009), en la autoetnografía el investigador tiene el privilegio y la responsabilidad de ser sujeto y objeto, ya que forma parte de una comunidad, de un colectivo o de un evento que se va a observar. El investigador es un participante activo capaz de narrar la escena en la que trabaja. En el contexto educativo, lo útil de la autoetnografía llevada a cabo por el docente es que guía no sólo hacia la reflexión del investigador, o en este caso el maestro, para comprender más integralmente al alumno dentro de los contextos en que opera, sino también ayuda al estudiante a reconocer su identidad sociocultural dentro de un ámbito educativo a través de las exploraciones y diálogos que se inician entre maestro y discípulo. Para esto, la autoetnografía sirve como modo de transformar las perspectivas mayoritarias y homogéneas que suelen estar presentes en educación, y las enfoca hacia la comprensión e incorporación de la diversidad individual en la interacción que se crea dentro de la escuela y el aula: La autoetnografía nos concede ver situaciones desde una perspectiva personal, que al ser desarrollada por una serie de interrogantes y convertida en narrativa, sitúa las diferencias individuales, dentro de un contexto más amplio y universal. Además nos hace entender la razón de narrar y nos sitúa en el mundo en que interactuamos, concediéndonos pertinencia y comprensión. (Montero-Sieburth, 2006, p. 12) En este sentido, la autoetnografía puede entenderse como un método que, en tanto proceso y producto de investigación, se caracteriza por el cruce entre el lugar del investigador y de lo investigado. En este sentido, permite el alejamiento de la concepción tradicional de la etnografía, que implica desplazarse hacia un campo de estudio ajeno y diferente al propio para conocerlo. 112 Desarrollo educativo En la autoetnografía, el investigador es un agente social que investiga su propio contexto observándolo y al mismo tiempo observándose. No obstante, esta posición epistemológica no implica una aceptación acrítica e irreflexiva de la propia subjetividad, sino más bien implica asumir la posición desde la cual se investiga, la que condiciona al mismo tiempo que posibilita una cierta mirada. La técnica por excelencia asociada a esta metodología es el autorregistro, en el que el investigador se asume en una posición particular, por lo que la escritura del texto debiera realizarse también desde esta posición en primera persona. Resulta importante plantear que la escritura en primera persona no es sólo una forma de escribir, sino también se trataría de una forma de incorporar la reflexividad. Esta consiste en un esfuerzo por explicitar la posición del sujeto que investiga en función de sus experiencias, puntos de vistas, valores e intereses, y todos los elementos que puedan estar incidiendo en el proceso de investigación. Debido a esto, la autoetnografía implicaría presentarle al lector las reflexiones y análisis que el investigador realiza sobre su propia práctica, tanto en lo relativo al trabajo de campo como al proceso de análisis y de elaboración del texto (Fernández, 2005). De esta forma, la investigación educativa podría implicar la discusión y las relaciones con las experiencias y realidades vividas por otros agentes de la comunidad, que en la lectura de este escrito pudieran retroalimentar, confirmar o refutar las interpretaciones del autoetnógrafo, conformando una visión más amplia desde las propias posiciones situadas. Por otro lado, la escritura etnográfica debiera fundamentarse en la escritura misma. Es decir, la eficacia de un texto etnográfico estaría puesta en su capacidad de transmitir las impresiones del trabajo de campo del investigador, aunque, en ese sentido, un buen trabajo de campo no aseguraría, aunque favorezca, un texto etnográfico virtuoso, del mismo modo que un excelente texto no asegura que haya habido un buen trabajo de campo (Fernández, 2005). El punto está en lo que Geertz (citado en Fernández,­ 2005) llama la problemática del autor. Esta problemática situaría al texto etnográfico en la tensión entre relatar las cosas tal como son (ausencia de autor) o tal como las queremos ver (saturación de la presencia del autor). Para Geertz, esta tensión exige a la vez la actitud olímpica del físico no autorial y la soberana autoconciencia del novelista hiperautorial, sin permitir caer en ninguno de los Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 dos extremos. Lo primero puede provocar acusaciones de insensibilidad, de tratar a la gente como objetos, de escuchar las palabras pero no la música y, por supuesto, de etnocentrismo. La segunda provoca acusaciones de impresionismo, de tratar a la gente como marionetas, de escuchar música que no existe y, por supuesto, también de etnocentrismo. En la medida que abandonamos la ilusión representacionista de la etnografía para asumirla como una construcción discursiva que a través de la evocación busca persuadir, nos vemos obligados como investigadores / autores a hacernos responsables de dicha construcción (Fernández, 2005, p. 3). Este autorregistro opera como un instrumento que permitiría “congelar” la situación para posteriormente analizarla. Daría cuenta de la transformación desde dentro, desde el sujeto mismo que interviene y transforma sus esquemas prácticos. Con un registro de estas características, sería posible identificar las acciones que conforman esa práctica, establecer su intencionalidad y aquello que se genera tanto en el docente y los estudiantes, como en toda la comunidad educativa en su conjunto (García, 2000). Sin embargo, y en términos más técnicos, al encontrarse el investigador inmerso en la realidad misma que busca registrar, las notas de campo se convertirán más bien en apuntes producidos en el transcurso de la interacción observada, por lo que esas notas no constituirán el registro en sí. En un momento posterior, se debería evocar los hechos y reconstruir el evento ampliando la información (García, 2000). En resumen, la autoetnografía implica un empoderamiento diferente de las investigaciones etnográficas tradicionales, ubicando al sujeto investigador como parte de la realidad investigada, portando lo que Habermas (1990) llama autorreflexión cuando se refiere al interés emancipador. Sin embargo, comparte ciertos elementos de cualquier forma de etnografía educativa, ya que en el proceso analítico o de interpretación se distingue entre los conceptos teóricos y los fenómenos observables que pueden ser relevantes. Así, se trabaja con los conceptos o las categorías que interesan a la investigación, pero no se les define de antemano en cuanto a conductas o efectos observables. Esto da la flexibilidad necesaria para descubrir qué formas particulares asume el proceso que se estudia, para darle consistencia y contenido concreto (Rockwell, 1990). Investigación-Acción (ia) Para Suárez (2002), la investigación-acción es un tipo de investigación que conjuga el estudio de un proble- La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa ma específico con las acciones que podrían solucionarlo. No obstante, puede ser entendida además como teniendo implicancias éticas y como construida en un proceso político, mediante el cual las personas que participan de la investigación analizan críticamente las situaciones, prácticas pedagógicas y psicológicas, los conflictos y las resistencias al cambio que emergen en este proceso, así como también reflexionan y toman conciencia del proyecto social que subyace a sus discursos y sus prácticas, en función del develamiento de los para qué de su quehacer, de la defensa de cuáles intereses actúan o en oposición a cuáles ideologías realizan su labor profesional. En este sentido, pretende constituirse en una investigación-acción crítica. La investigación-acción (ia) parte del supuesto de que la comprensión humana es la cualidad del pensamiento que se construye poco a poco en el proceso de aprendizaje. Sería imposible describir los resultados del aprendizaje en cuanto tales con independencia de los procesos, ya que los resultados no serían más que cualidades de la mente desarrolladas de un modo progresivo en el proceso. Por lo tanto, no podrían ser especificables de antemano, normalizables, ni podrían ser estados finales prefijados del aprendizaje (Elliot, 1990). Siguiendo las ideas de Van Mannen (citado en Prieto, 2001a), el ejercicio autorreflexivo propio del interés emancipador se desarrolla cuando el individuo inicia procesos racionales críticos, lo que implicaría analizar las influencias ideológicas que actúan sobre la conciencia, con la finalidad de comenzar a liberarse de los dogmas dominantes que no facilitan el desarrollo de la identidad, sino más bien, de la alienación y la negación del sí mismo y del entorno. Siguiendo los planteamientos de Carr y Kemmis (1988), la ia sería, en su esencia, una forma de indagación autorreflexiva que emprenderían los participantes en situaciones sociales con el fin de mejorar la racionalidad y la justicia de sus propias prácticas, su entendimiento de estas y las situaciones dentro de las cuales ellas tienen lugar. En el terreno de la educación, la ia habría sido utilizada para el desarrollo curricular basado en la escuela, el desarrollo profesional, el mejoramiento de programas de enseñanza y la planificación de sistemas y desarrollo de políticas. Aunque con frecuencia dichas actividades se suelen llevar a cabo utilizando planteamientos, métodos y técnicas que nada tienen que ver con la ia, los que participan en estos procesos de desarrollo recurren cada vez más a la misma como una manera de participar en la elaboración de decisiones 113 acerca de esos desarrollos. La investigación educacional activa aparecería como forma de investigación para la educación que ofrecería el camino para posibilitar una ciencia educacional crítica. En palabras de Elliot (1993), “podemos definir la investigación-acción como el estudio de una situación social para tratar de mejorar la calidad de la acción en la misma” (p. 88). Siguiendo a Elliot, la expresión “investigación-acción” fue acuñada por el psicólogo social Kurt Lewin, cuyo modelo implicaría un espiral de ciclos. El ciclo básico de actividades consistiría en identificar una idea general, reconocer la situación, efectuar una planificación, desarrollar la primera fase de la acción, implementarla, evaluar la acción y revisar el plan en su totalidad. A partir de este ciclo básico, los investigadores adelantarían un bucle de la espiral para desarrollar la segunda fase de la acción, implementarla, evaluar el proceso, revisar el plan general, desarrollar la tercera fase de la acción, implementarla, evaluar el proceso, etcétera. De todas maneras, es necesario tener en cuenta que en este modelo la idea general puede ser modificada y que el reconocimiento incluiría el análisis y el descubrimiento de los hechos, reiterándose a lo largo de la espiral de actividades sin circunscribirse al comienzo del proceso. De esta manera, todas las fases se vuelven relativas, con fuerte hincapié en el contexto en que se aplica. Lewin (citado en Carr y Kemmis, 1988) postulaba tres características fundamentales de la ia: su carácter participativo, su impulso democrático y su contribución simultánea a la ciencia social y al cambio social. En los postulados de estos autores, con el fin de que pueda asegurarse que existe una ia, deben darse tres condiciones: •• Que en un proyecto se haya planteado como tema una práctica social, considerada como una forma de acción estratégica susceptible de mejoramiento. •• Que dicho proyecto recorra una espiral de bucles de planificación, acción, observación y reflexión, estando todas estas actividades implantadas e interrelacionadas sistemática y autocráticamente. •• Que el proyecto implique a los responsables de la práctica en todos y cada uno de los momentos de la actividad, ampliando gradualmente la participación en el proyecto para incluir a otros de los afectados por la práctica, y manteniendo un control colaborativo del proceso. 114 Desarrollo educativo En esta misma lógica, algunos de los trabajos que hoy son denominados como ia en educación no satisfacen estos criterios. De estos, algunos evolucionarán hasta llegar a reunir las exigencias, y otros quedarán como ia inconclusa. De hecho, algunas investigaciones ni siquiera merecerían ser llamadas ia. Con todo lo anterior, son los trabajos del Ford Teaching Project (1973-1976) en Gran Bretaña, dirigido por John Elliott y Clem Adelman, los que marcan el renacimiento del interés contemporáneo hacia la investigación educativa activa. Este proyecto hizo que los profesores intervinieran en una investigación-accióncolaborativa (iac) de sus propias prácticas, y su noción central del “maestro monitor de sí mismo” se basaba en las ideas de Lawrence Stenhouse sobre el docente como investigador. Esto fundamentalmente se basó en la concepción del profesorado cada vez más profesionalizado, constituyendo la noción del profesional que investiga su propia práctica (Carr y Kemmis, 1988). En los últimos años comienzan a cobrar fuerza algunos estudios de iac conducidos por estudiantes. De esta forma, uno de los objetivos finales de la iac es el desarrollo de una perspectiva crítica que cree las condiciones según las cuales los participantes podrían considerar sus propios intereses (como estudiantes, maestros, etcétera), y la relación entre estos e intereses sociales más amplios. De este modo, se basa en y genera a la vez un interés emancipatorio acerca de cómo se configuran y conforman las escuelas y la enseñanza, que son cuestiones ideológicas, y sobre cómo podrían mejorar —mediante el cambio de las condiciones de la comunicación, de la toma de decisiones y de la acción educativa— (Carr y Kemmis, 1988). En síntesis, la ia educacional utiliza un enfoque dialéctico de la realidad en tanto que es socialmente construida e incorporada en la historia, y con él intenta situar las acciones de la gente en un marco social e histórico más amplio. Considera al agente educativo como soporte de la ideología y “víctima” de ella al mismo tiempo. Al cambiar sus prácticas, entendimientos o situaciones, la ia le recuerda al docente que él está cambiando el mundo, aunque sea en pequeña medida (Carr y Kemmis, 1988). Por otro lado, y siguiendo las ideas de Montenegro (2001), nos encontramos con la investigación-acción participativa (iap). Aunque su surgimiento data de los años sesenta y setenta, actualmente se define como una alternativa válida para promocionar cambios sociales que aumenten la calidad de vida fundamentalmente de colectivos que se encuentren en situación de despreocupación social. Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 Los planteamientos de la iap resultan de la inserción de las personas “intervenidas” en la solución de sus propios problemas, a través de la movilización organizada y consciente hacia la transformación de sus condiciones de vida y de relaciones de poder presentes en las estructuras sociales. (Montenegro, 2001, p. 186) En relación con la crisis de las ciencias sociales, diversos movimientos académicos quisieron adoptar un compromiso social de transformación en Latinoamérica con las formas de organización política y social del continente. Pese a la manutención del término intervenido, esta metodología implica que el investigador se involucre en el proceso que estudia, como militante en un movimiento con objetivos explícitamente políticos. En palabras de Montenegro (2001), la iap se da “a partir de este tipo de movimiento (propio de los/as intelectuales y movimientos sociales latinoamericanos) como una metodología capaz de unir el conocimiento científico y popular, considerando que ambos tipos de conocimientos son diferentes y a la vez complementarios” (p. 83). Esta corriente sostiene que la unión de ambos permitiría que las personas con las que se trabaja puedan desarrollar una conciencia crítica de su realidad a partir de las consideraciones aportadas por quienes intervienen. Los orígenes de la ia de corte crítico poseen fuertes influencias en Habermas, como diría Pérez (1994), y la iap no es la excepción. Se constituye como una forma de producir conocimiento autorreflexivo por los participantes en situaciones sociales a fin de mejorar la racionalidad y la justificación de las actuales prácticas sociales y educativas. Los fines se ubican en el cambio, transformación y mejora de la sociedad, por medio de procesos de concienciación y motivación colectiva por el cambio (Pérez Serrano, 1994), recibiendo fuerte influencia en Latinoamérica de los aportes teóricos desarrollados por Paulo Freire. La posición adoptada por el investigador dependerá en gran medida de la identificación con los grupos en los que trabaje, y los intereses a los cuales adscriba.­ En todo caso, siguiendo el espíritu de investigación participativa y la necesaria relación entre investigación y acción, la ia educacional se ocupa, en tanto ciencia­ educacional crítica, de la cuestión del control sobre la educación, y toma partido en favor del control por parte de las comunidades autocríticas de investigadores, incluyendo a los maestros, estudiantes, padres, administradores educativos y otros. La misión de una ciencia educacional crítica sería crear las condiciones La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa de acuerdo con las cuales dichos participantes puedan asumir la responsabilidad colaborativa del desarrollo y la reforma de la educación. Para esto, la ia educacional ofrece un posible camino (Carr y Kemmis, 1988). Por su lado, la investigación-acción colaboradora (Suárez, 2002) o iac se vislumbra como la producción de conocimiento en pro del cambio de algunas prácticas educativas y psicológicas. En otras palabras, busca transformar o mejorar una situación o “problema detectado”, estimulando la creación de comunidades autocríticas y críticas que tengan como meta comprender y con ello ampliar los propios límites, cambiando acciones, ideas y contextos en la medida que así se requiera, con una orientación final hacia la transformación sociocultural. Este propósito último se sustenta en las relaciones dialécticas entre educación y sociedad. La colaboración en la iac se entiende como un proyecto en el que participan personas con diferentes situaciones sociales, ya sea en su formación, profesión, estatus, creencias y demás, contribuyendo cada una desde su propia mirada con sus diversas experiencias en pro de una perspectiva común. Por tanto, colaborar no es lo mismo que cooperar. En el caso de esto último, los participantes llegan a acuerdos, pero actúan por separado para alcanzar metas autodefinidas, mientras que en la colaboración los participantes trabajan juntos en todas las fases del proyecto para conseguir beneficios comunes (Oja y Smulyan, 1989). La investigación-acción, en contextos escolares, viene a mostrarnos una supuesta clave de la pedagogía: “No existe pues una pedagogía crítica por sí misma, sino que son los educadores los que siendo críticos convierten la acción educativa en acción crítica” (Hurtado, 2011, p. 134), por lo que no hay investigadores críticos, sino prácticas críticas en investigación. Discusiones En términos generales, de alguna manera estas metodologías se aproximan a lo que Denzin, Lincoln y Guba (2002) y Linoln y Guba (2003, todos citados en Sisto, 2004) denominan como el “séptimo momento de la metodología cualitativa”. Este “momento” estaría caracterizado por la asunción del giro lingüístico, el cual hace referencia fundamentalmente a la función del lenguaje, la que es asumida ya no como una representación de la realidad, sino más bien como un elemento en sí mismo constructor de mundos y, por lo tanto, dirigido a sostener relaciones sociales. 115 A partir de esto, siguiendo los planteamientos de Sisto (2004), el séptimo momento en investigación cualitativa estaría dando cuenta de la necesidad de asumir el posicionamiento de investigador históricamente situado, involucrado en conversaciones críticas sobre democracia, raza, género, clase, nación, libertad y comunidad. Se concibe la subjetividad como emergente de las relaciones sociales, por lo que la comprensión de los individuos implicaría de suyo un compromiso con las propias formas de interactuar con este. A partir de ello, la investigación contendría en sí misma un componente performativo sobre la realidad, comprometiéndose de esta forma con el cambio. De esta manera, surgen diversas formas de comprender la investigación mediante del interés emancipador, con lógicas asociadas a resistencia, emancipación o liberación, tal como se planteó con anterioridad. Lo que sí queda de manifiesto es el carácter político de todo proceso investigativo, carácter que debe ser asumido por el investigador, en este caso, por el psicólogo en educación. Según Martín-Baró (1998), la psicología debe estudiar la acción humana en tanto ideología. La psicología debiera buscar como objetivo el posibilitar la libertad social e individual. En la medida en que al objeto de estudio lo constituye la acción en cuanto ideología, es decir, en cuanto determinada por factores sociales vinculados a los intereses de clases de los diversos grupos, se pretendería que el sujeto tome conciencia de esos determinismos y pueda asumirlos “aceptándolos o rechazándolos” a través de una praxis consecuente. Ejercer la libertad constituiría de esta forma un verdadero proceso de liberación social. Por eso se presentaría como objetivo el hacer posible la libertad, ya que actuarla sería por principio una praxis social en la que no sólo intervendría el conocimiento. Para este teórico, se trataría de poner a disposición de los agentes sociales los conocimientos que les permitieran proceder más adecuadamente en cada circunstancia, en función de unos valores y principios sociales. Cuanto mejor fuese el conocimiento, con mayor claridad se abriría al sujeto el ámbito para su decisión y acción consciente, es decir, más campo se presentaría a su verdadera libertad social. A la psicología le correspondería desenmascarar los vínculos que ligan a los agentes sociales con los intereses de clase, poner de manifiesto las mediaciones a través de las cuales las necesidades de una clase social concreta se vuelven imperativos interiorizados por las personas, desarticular el entramado de fuerzas objetivadas en un orden social que manipula a los sujetos mediante mecanismos de 116 Desarrollo educativo falsa conciencia. La psicología como ciencia, y no sólo el psicólogo como científico, debiera tomar una postura ante esta realidad, ya que las preconcepciones, principios y conceptos estarían condicionados por aquellos intereses de clase que el psicólogo, como agente social que es también, asumiría en su quehacer: No se trata de indicar al pueblo lo que tiene que hacer o no; se trata de incorporar el quehacer científico a una praxis social liberadora, que desenmascare y destruya la manipulación, promoviendo una sociedad basada en la solidaridad y en la justicia (Martín-Baró, 1998, p. 35). Al investigar desde un interés emancipador, el investigador tendrá que mantener una constante vigi­ lancia epistemológica (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1973), reflexionando continuamente en torno a sus interpretaciones, análisis, inferencias, prejuicios, entre otras cosas, considerándolas parte del proceso de construcción de realidad que emprende con los agentes sociales involucrados. El investigador tendrá que estar dispuesto a interpretar su propia subjetividad inmersa en los procesos de investigación y acción de la transformación social, a la vez que el desarrollo investigativo modifica su entorno. En este sentido, para Bourdieu y Passeron (citado en Téllez, 2002), el investigador constituye su habitus en la medida en que este representa la interiorización de la exteriorización. Al ser reflexivo, el investigador se relaciona íntimamente con el tema de investigación y con los informantes, y se involucra en su mundo social (Denzin y Lincoln, citados en de la Cuesta, 2003). Para de la Cuesta (2003), el self se constituye a través de un proceso reflexivo que pone a la persona en una situación de actuar hacia ella misma en vez de responder de manera automática; tener un self convierte a los seres humanos en una clase especial de agentes sociales, “De la misma manera que en enfermería se habla del ‘self terapéutico’ como un elemento esencial para el cuidado, en la investigación podríamos hablar de un ‘self indagador’” (De la Cuesta, 2003. p. 5). Para la estudiosa, la reflexividad involucra al investigador en un estudio no como protagonista, sino como agente transformador. Los términos acción y práctica social, intervención y comprensión constituyen una tríada fundamental para las diversas formas de investigación participativa, la que finalmente daría cuenta de un interés emancipador. Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 Martín-Baró (1998) invita al psicólogo a realizar una praxis contextualizada, en la que la identidad profesional se vincule directamente con la situación histórica de cada sociedad. Para el experto, “no se trata, por tanto, de preguntarse qué pretende cada cual hacer con la psicología, sino primero y fundamentalmente a dónde lleva por su propio peso el quehacer psicológico, qué efecto objetivo produce en una determinada sociedad la actividad psicológica” (Martín-Baró, 1998, p. 166). El autor cuestiona cómo en la mayoría de los países latinoamericanos los psicólogos tienden a centrarse de tal manera en los aspectos personales de los problemas, que olvidan los factores sociales. Con base en esto, este teórico señala cómo la psicología finalmente suele convertirse en un instrumento para la reproducción del sistema. El análisis de la psicología en relación con la conciencia es un elemento que puede ser de utilidad para mostrar el carácter social de esta ciencia, según Martín-Baró. Si bien la psicología ha asumido trabajar con la conciencia en su dimensión más subjetiva, este académico muestra cómo la conciencia “incluye ante todo, la imagen que las personas tienen de sí mismas, imagen que es el producto de la historia de cada cual y que, obviamente, no es un asunto privado; pero incluye también las representaciones sociales” (MartínBaró, 1998, p. 168). Por tanto, en la medida en que la psicología enfatice el estudio de la conciencia como propio, deberá asumir el saber de las personas tanto en su dimensión de individuos como en su dimensión de miembros de una colectividad. En esta lógica, Martín-Baró insiste sobre la concientización como búsqueda de la psicología, por lo que una psicología en educación debiera orientarse a la búsqueda de la concientización de sí misma y de los espacios educativos en los cuales se desenvuelve, develando los componentes ideológicos de la realidad en pos de la búsqueda de su transformación. Al afirmar que el horizonte primordial de la psicología debe ser la concientización se está proponiendo que el quehacer del psicólogo busque la desalienación de las personas y grupos, que les ayude a lograr un saber crítico sobre sí mismas y sobre su realidad (Martín-Baró, 1998. p. 170). La psicología en educación, según estos planteamientos, se ubicaría al servicio de estos procesos en las escuelas con el fin de acompañar los espacios transformadores, dialógicos y, sobretodo, críticos. Martín-Baró (1998) sostiene que La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa el proceso mismo de concientización supone un salirse de la mecánica reproductora de las relaciones dominación-sumisión, ya que sólo puede realizarse a través del diálogo. En última instancia, el proceso dialéctico que permite al individuo encontrarse y asumirse como persona, supone un cambio radical de las relaciones sociales. (p. 171) Por ello, la acción de un psicólogo con esta finalidad en los procesos educativos tendría la meta de transformar la función social de la escuela descrita por Skinner (1978), y modificar el énfasis de la trasmisión cultural en pos de la transformación de la capacidad crítica y creativa de los alumnos frente a lo que la escuela y la sociedad les ofrecen [...] Se trataría no sólo de que los alumnos aprendieran según los currículums escolares diseñados, sino sobre todo, que aprendieran a confrontar la realidad de su existencia con un pensamiento crítico. (Martín-Baró, 1998, p. 174) Para el académico, el énfasis siempre será transdisciplinar, las preguntas que debe realizar para sí la psicología no tanto deben centrarse en el dónde, sino en el desde quién; no tanto en cómo se está realizando algo, cuanto en beneficio de quién, y por consiguiente, no tanto en el tipo de actividad que se practica (clínica, escolar, industrial, comunitaria u otra), cuanto en cuáles son las consecuencias históricas concretas que esa actividad está produciendo. (Martín-Baró, 1998, p. 175) En los procesos de construcción social existe cierta claridad, como se comentó con anterioridad, de que para la teoría crítica estos se constituyen a partir de un enfoque dialéctico. Esto significa a su vez que existen aportes de la perspectiva culturalista y estructuralista, de tal forma que se vinculan en una tercera opción, denominada dialéctica. En esta misma línea, existe mayor cantidad de conocimiento producido a partir del enfoque dialéctico con énfasis en el develamiento social y estructural, haciendo hincapié en los aportes desde el enfoque estructuralista por sobre el culturalista. Tal como lo señala Martín-Baró (1998), la psicología puede resultar un aporte en la comprensión de la conciencia, profundizando cómo se construye a partir de la experiencia y estructuras de sentimiento, que a su vez servirían como elementos centrales en el conocimiento sobre los sucesos y formas culturales. De esta manera, se recobra al sujeto histórico desde la ex- 117 periencia de la participación humana apropiándose de los aportes de la psicología como una ciencia dialéctica. Existen ciertas características respecto de la metodología de investigación que sugieren que, efectivamente, más allá de los análisis críticos que se puedan realizar, esta se puede posicionar desde el enfoque sociocrítico como psicología en educación. Estas características son relevantes porque permiten realizar una invitación al psicólogo en educación en relación con su posicionamiento a la hora de realizar investigación educativa desde el interés emancipador. Las características a las que se hace mención, se transforman en una exhortación a la praxis del psicólogo en educación que realice investigación educativa, de la siguiente forma: 1. Asumir una visión global y dialéctica del fenómeno educativo a estudiar: la investigación se debe orientar a posibilitar la potenciación de la autonomía y responsabilidad de los sujetos participantes de la investigación. Lo anterior es posible de ser realizado facilitando una producción de datos que permita un cuestionamiento, en forma individual y grupal, desde una perspectiva crítica, donde constantemente cada agente estableciera las relaciones entre conocimiento, sus prácticas y las fuerzas sociales más amplias. 2. Asumir una perspectiva democrática del conocimiento, así como los procesos implicados en su elaboración: la investigación se debe constituir en una práctica participativa en la que tanto el investigador como los sujetos investigados comparten responsabilidades. De esta manera se hace hincapié en la relación que, a partir del interés emancipador, debe establecerse entre supuesto y práctica: “no hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión” (Freire, 1997, p. 68). Conclusiones La psicología posee un pasado que la ha ubicado en distintos momentos sociohistóricos desde una posición de poder. Este poder no dejó de hacerse patente cuando la disciplina comenzó a trabajar en el ámbito de la educación. Sin embargo, los cuestionamientos en torno a la educación como facilitadora en la reproducción social, junto con la emergencia de movimientos y procesos sociales que presentaban el mismo cuestiona- 118 Desarrollo educativo miento a la psicología como ciencia social, no dejaron de influir en el quehacer de esta disciplina en su trabajo con la ciencia y realidad educativa. La teoría de los intereses constitutivos del conocimiento desarrollada por Habermas se constituye como posibilidad para analizar las relaciones de poder que han sustentado a la psicología cada vez que ha intentado colaborar con la educación, sobretodo en el ámbito de la investigación. Esta teoría desnaturaliza los procesos sociales, y por lo tanto desnaturaliza la investigación educativa. Al hacerlo, ofrece una posibilidad de cuestionamiento a la psicología cuando interviene en dichos procesos. En relación con todo esto, emergen las posibilidades analíticas y de acción ofrecidas por el interés emancipatorio. El énfasis se ubica desde la autorreflexión para la autonomía y libertad del ser humano. De esta manera, los aportes de la teoría crítica en educación se entrecruzan con aquellos derivados de la psicología social crítica, con el fin de ofrecer alternativas de acción a una psicología en educación que pretenda colaborar con la transformación y resistencia social. Desde este enfoque, los agentes educativos se vuelven participantes activos en los procesos investigativos, de modo tal que las relaciones de dominación dan paso a relaciones humanizantes, en términos freirianos, concienciados en el mundo, con el mundo y para el mundo. En este tipo de investigaciones educativas, la psicología se posiciona desde la facilitación de espacios y procesos de reflexión conjunta con otros, siempre en miras de la transformación de las condiciones de injusticia social. A partir de los planteamientos de Martín-Baró (1998), es posible proponer tres puntos esenciales para enfrentar lo que él llama “el reto histórico para el cual probablemente no fuimos preparados” (p. 176), aludiendo a la necesaria colaboración de la psicología con los procesos de transformación social. En el campo de la psicología en educación, estos puntos serían los siguientes: 1. Replantearse la imagen de sí mismo como profesional: la propuesta que elabora el especialista busca que la Psicología se despoje de las formas de actuar habituales, confrontando su saber con los nuevos problemas que enfrenta la educación, propiciando espacios concientizados en colaboración con los agentes educativos. 2. Asumir la perspectiva de las mayorías populares: el aporte del teórico en este punto implica el cuestionamiento de los intereses de esta rama de la Psicolo- Memorias / Volumen 12, Número 21 / enero-junio 2014 gía a los cuales obedece cuando actúa en el mundo social, criticando fuertemente su actuar desde los sectores dominantes de la sociedad. La Psicología en educación debiera orientarse por finalidades de justicia social, favoreciendo la resistencia de quienes se ubiquen en posiciones de sometimiento u opresión. De esta manera, debiera estar alerta con respecto a aquello que los modelos de reproducción social en educación aportan, en cuanto a develar la función social de las interacciones educativas de las cuales forme parte. 3. Confrontación crítica frente al sistema social: para el experto, la Psicología posee una historia de acomodamiento a un sistema social injusto. En este sentido, la Psicología debiera orientarse al acompañamiento de las mayorías oprimidas en su lucha por constituirse como seres en y con el mundo, donde todos podamos formar parte de procesos educativos liberadores. En síntesis, y desde el interés emancipador, el posicionamiento adoptado por la educación, y por una psicología que pretenda acompañar a esta disciplina en procesos de investigación, no implican abandonar la Psicología, se trata de poner el saber psicológico al servicio de la construcción de una sociedad donde el bienestar de los menos no se asiente sobre el malestar de los más, donde la realización de los unos no requiera la negación de los otros, donde el interés de los pocos no exija la deshumanización de todos. (Martín-Baró, 1998, p. 177) Esto implica asumir como propia la crítica de Wiesenfeld (2000) respecto a las prácticas de la investigación social, cuestionando el quehacer del psicólogo en este proceso. Para la autora, si consideramos que el/la investigador/a es quien generalmente selecciona y se aproxima a un contexto con el que se familiariza, sin que lo mismo ocurra con los informantes en dicho contexto; que llega motivado por ciertos propósitos, que independientemente que los negocie o modifique en el curso de su interacción, lo colocan como promotor/a de un proceso; que tiene acceso a la subjetividad, intimidad del informante en virtud de su entrenamiento para preguntar, argumentar, reportar; que usualmente es quien pregunta y el informante responde, sin que nada de esto ocurra a la inversa; debemos admitir que no estamos frente a una relación simétrica. Adicionalmente, el investigador/a publica y La psicología y las metodologías críticas de investigación educativa gana prestigio y reconocimiento a partir de las vidas de otros sin que algo equivalente ocurra del lado del informante. (p. 8) La invitación es a mantener la dimensión política Montero (2001) como eje transversal del análisis del papel de la Psicología en la investigación educativa. Referencias Austin, T. (2006). La socialización educativa vista por la sociología (sociología y antropología de la socialización y la educación). Recuperado de: http://es.scribd.com/ doc/62227129/Sociologia-y-Antropologia-de-la-socializacion-y-la-educacion Baltar, M. (2003). El sentido del diagnóstico psicológico escolar. Un análisis crítico y una propuesta en construcción. Revista Psicoperspectivas, 2(1), 7-34. Baltar, M. (2004). Material de apoyo: concepciones y enfoque curriculares. Viña del Mar: Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Bazán, D. (2002). Pedagogía social y pedagogía crítica: nexos y fundamentos básicos. Paulo Freire. Revista de Pedagogía Crítica, 1(1), 49-51. Bonal, X. (1998). Sociología de la educación. Una aproximación critica a las corrientes contemporáneas. Barcelona: Paidós. Bórquez, M. 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