La poesía amorosa de Sor Juana (Extractos) Lee un fragmento del libro Las trampas de la fe (371-374) de Octavio Paz, escritor mexicano. La poesía amorosa de Sor Juana, como la de todos los poetas, nace de su vida, a condición de comprender que la palabra vida -en todos los casos, pero sobre todo en el suyo- designa no sólo a los actos sino a las imaginaciones, las ideas y las lecturas. Es imposible, lo han señalado muchos, que sus poemas de amor no se apoyen en una experiencia realmente vivida; pienso lo mismo pero, repito, lo que llamamos experiencia abarca lo real y lo imaginario, lo pensado y lo soñado ... Al hablar de poemas de amor incluyo, naturalmente, los de amistad amorosa, algunos romances sacros y aquéllos en que reflexiona sobre sí misma. El amor es una pasión, un padecimiento que nos hace salir de nosotros mismos en busca de la persona deseada y que, en un segundo movimiento, nos hace regresar a nosotros mismos e interrogar nuestra intimidad; buscamos allí la huella del objeto amado o contemplamos en silencio su fantasma. Son poemas que responden a experiencias reales, en el sentido que he señalado más arriba; las realidades imaginadas no son menos reales que las vividas. El carácter imaginario de esas composiciones es patente: en todas ellas el amante es un ausente o un muerto. Son poemas de amor que asimismo son poemas de soledad: nostalgia, deseo, desolación, amargura, arrepentimiento. Diálogos con sombras y reflejos. Dos sonetos Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba como en tu rostro y tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba; y Amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía: pues entre el llanto, que el dolor vertía, el corazón deshecho destilaba. Baste ya de rigores, mi bien, baste; no te atormenten más celos tiranos, ni el vil recelo tu quietud contraste con sombras necias, con indicios vanos, pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos. Soneto 165 Detente, sombra de mi bien esquivo imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo. Si al imán de tus gracias, atractivo, sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me enamoras, lisonjero si has de burlarme luego fugitivo? Mas blasonar no puedes, satisfecho, de que triunfa de mi tu tiranía, que aunque dejas burlado el lazo estrecho que tu forma fantástica ceñía, poco importa burlar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía.