MIGUEL DE UNAMUNO UNAMUNO TUDANCO LIBROS DE SABLE, 3 Miguel de Unamuno Libros de Sable, 3 Otoño de 2010 Director de la colección: Mario Corral García. Diseño y maquetación: Daniel Pérez Torralbo. © Herederos de Miguel de Unamuno. © Para la presente edición: Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria. D. L.: SA 229 - 2010 MIGUEL DE UNAMUNO LIBROS DE SABLE, 3 Otoño de 2010 ÍNDICE Presentación Introducción Paisajes del alma Una civilización rústica El Prado del Concejo El ciliebro de la tierra p.7 9 11 17 25 33 PRESENTACIÓN La colección Libros de Sable centra su interés en la narrativa breve que atiende a la realidad medioambiental cántabra, sean sus autores cántabros o no, pretéritos o actuales. Con esta iniciativa la Consejería de Medio Ambiente de Cantabria pretende difundir textos que pongan de manifiesto el nexo entre el mundo ideacional, de las ideas, y el mundo físico, demostrando que uno y otro forman parte de una misma realidad que todos compartimos y que a todos corresponde conservar y, en la medida de lo posible, mejorar. La colección es de naturaleza digital, de ahí su nombre: por sable, en Cantabria, se entiende “arena de playa” y, por extensión, “arenal”. Los libros del arenal, así pues, son también libros de arena, libros de bits, libros compuestos por nódulos de información que, sin perder un ápice de su identidad, se relacionan entre sí formando un arenal tan extenso, una red de información tan vasta, como desee el lector. Es nuestro deseo que esta colección ayude a dar continuidad a una forma de relacionarse con el entorno basada en el respeto, tal y como hemos heredado de nuestros antepasados y es nuestra obligación dar en herencia a las generaciones del futuro. Es un deseo que, estoy seguro, compartimos todos los ciudadanos cántabros. Francisco L. Martín Gallego Consejero de Medio Ambiente Gobierno de Cantabria 7 INTRODUCCIÓN En 1923 Miguel de Unamuno pasó veinte días en la Casona de Tudanca invitado por su amigo y crítico literario José María de Cossío. En estos días, observó y participó. También escribió: algunos artículos, en parte aquí reproducidos, la introducción a su libro de poemas Teresa (1924) y apuntes de poemas que no llegaría a terminar. Todos los artículos están relacionados con su estancia en Tudanca. El primero, titulado “Paisajes del alma”, fue publicado el 6 de enero de 1918 en el diario El Sol de Madrid; el segundo, “Una civilización rústica”, el 28 de octubre de 1923 en La Nación de Buenos Aires; el tercero, “El Prado del Concejo”, en el mismo diario, el 4 de noviembre de 1923; y el cuarto y último, “El ciliebro de la tierra”, fechado en Tudanca el 27 de agosto de 1923, fue publicado el 7 de septiembre de 1923 en el diario Nuevo Mundo de Madrid. El primero es previo a su estancia, pero refleja el humus anímico del que germinaron los siguientes. Otra excepción: todos los artículos están completos salvo el segundo, del que se ha eliminado la genealogía del linaje de La Casona, no por falta de interés, que lo tiene, sino por centrar el objetivo en el modo como la percepción del paisaje noventayochista, de la que Unamuno era representante, se proyecta sobre tudanca y sus habitantes. Mario Corral García Director de la colección 9 PAISAJES DEL ALMA La nieve había cubierto todas las cumbres rocosas del alma, las que, ceñidas de cielo, se miran en éste como en un espejo y se ven, a las veces, reflejadas en forma de nubes pasajeras. La nieve, que había caído en tempestad de copos, cubría las cumbres, todas rocosas, del alma. Estaba ésta, el alma, envuelta en un manto de inmaculada blancura, de acabada pureza, pero debajo de él tiritaba arrecida de frío. ¡Porque es fría, muy fría, la pureza! La soledad era absoluta en aquellas rocosas cumbres del alma, embozadas, como en un sudario, en el inmaculado manto de la nieve. Tan sólo, de tiempo en tiempo, algún águila hambrienta avizoraba desde el cielo la blancura, por si lograba descubrir en ella rastro de presa. 11 Los que miraban desde el valle la cumbre blanca y solitaria, el alma que se erguía cara al cielo, no sospechaban siquiera el frío que allí arriba pesaba. Los que miraban desde el valle la cumbre blanca y solitaria eran los espíritus, las almas de los árboles, de los arroyos, de las colinas; almas fluidas y rumorosas las unas, que discurrían entre márgenes de verdura, y almas cubiertas de verdura, otras. Allá arriba era todo silencio. Pero dentro de aquellas cumbres rocosas, embozadas en la arreciente pureza de la blancura de la nieve y escoltadas de cielo, bullían aún las pavesas de lo que en la juventud de las rocas fue un volcán. Los arroyos que desde el valle contemplaban las cumbres estaban hechos con aguas que del derretimiento de las encumbradas nieves descendían; su alma era del alma excelsa que se arrecia de frío. Y la verdura se alimentaba de aquellas mismas aguas de las nieves. La tierra misma sobre que discurrían los arroyos, la tierra de que con sus raíces chupaban vida los árboles, era el polvo a que las rocas de las cumbres iban reduciendo. Y si los arroyos y los árboles contemplaban a las rocosas cumbres, también éstas, también las cumbres de roca contemplaban a los arroyos y a los árboles. Acaso éstos envidiaban la excelsitud y hasta la soledad de las cumbres. 12 Hastiados del bosque, hubiera querido cada uno de ellos, de los árboles, poder trepar a las cumbres y convertirse allí en tormo; pero las raíces les ataban al suelo en que nacieron. ¿Y qué arroyo, por su parte, no ha querido alguna vez remontar a su fuente? Cuando el arroyo que discurre entre vegas de verdor ve levantarse la bruma de su propio lecho fluido y remontar, empujada por la brisa, hacia las alturas de que baja, sigue con ansia esa ascensión vaporosa. Mas lo seguro es que las cumbres anhelaban bajar al valle, deshacerse en polvo para hacerse tierra mollar. Las cumbres, presas en la soledad de la altura, miraban con envidia la vega; su blancura se derretía en deseos del verdor del valle. ¿Hay nada más dulce que una nevada silenciosa sobre la verdura de la yerba? Las montañas que ven volar sobre ellas, a ras de cielo, a las águilas, y sienten las sombras de éstas recorriendo su blancura, ansían ser estepa que sienta sobre sí las pisadas de los leones. Y mirándose las montañas y las estepas, y cambiando sus pensamientos, aguileños los de aquéllas y leoninos los de éstas, sueñan en el águila - león, en el querubín, en la esfinge. Y lo ven en las nubes que, acariciando la estepa, como una mano que pasa sobre la cabellera de un niño gigante, van a abrazar a las montañas. También en la estepa, en el páramo, lejos de la montaña, cae la blanca soledad de la nevada silenciosa, y el páramo, 13 como la montaña, se envuelve en arreciente manto de nieve. Pero es que el páramo suele ser también montaña, todo él vasta cima ceñido en redondo por el cielo. Cuando el cielo del alma - páramo de la vasta alma esteparia se cubre de aborrascadas nubes, de una sola enorme nube, que es como otro de las manos de Dios. Y entre ellas, tiritando de terror, el corazón del alma teme ser aplastado. Terrible como Dios silencioso es la soledad de la cumbre, pero es más terrible la soledad del páramo. Porque el páramo no puede contemplar a sus pies arroyos y árboles y colinas. El páramo no puede, como puede la cumbre, mirar a sus pies; el páramo no puede mirar más que al cielo. Y la más trágica crucifixión del alma es cuando, tendida, horizontal, yacente, queda clavada al suelo y no puede apacentar sus ojos más que en el implacable azul del cielo desnudo o en el gris tormentoso de las nubes. Al Cristo, al crucificarlo en el árbol de la redención, lo irguieron derecho, de pie, sobre el suelo, y pudo con su mirada aguileña y leonina a la vez abarcar el cielo y la tierra, ver el azul supremo, la blancura de las cumbres y el verdor de los valles. ¡Pero el alma clavada a tierra...! Y ninguna otra, sin embargo, ve más cielo. Sujeta a la palma de la mano izquierda de Dios, contempla la mano de su diestra, y en ella, grabada a fuego de rayo, la señal del misterio, la cifra de la esfinge, del querubín, del león águila. 14 Y cuando empieza a nevar en el páramo, sobre el alma crucificada a su suelo, la nieve sepulta a la pobre alma arrecida, y en el blanco manto se descubren las ondulaciones del alma sepultada. Sobre ella pasan las fieras hambrientas, y acaso escarban con sus garras en la blancura al husmear vida dentro. Todos estos paisajes se ven o se sueñan en esas horas abismáticas en que, al separarse uno de la dulcísima ilusión de la sociedad de sus hermanos, de sus semejantes, de sus compañeros, cae de nuevo en la realidad de sí mismo. Todos estos paisajes he soñado y he visto después de una nevada sobre Madrid, sobre Madrid estepario, y mientras del Madrid administrativo - no hay otro modo de decirlo -, de la arreciente capital administrativa de España, nevaba en densos copos sobre mi corazón. Y mirando a lo largo de la sábana de nieve vi que se levantaba en sierra contra el cielo. Y un momento desesperé. Un momento que se prolonga como la misma nieve sobre el suelo. 15 UNA CIVILIZACIÓN RÚSTICA Los que conozcan la obra literaria del novelista montañés don José María de Pereda, recordarán aquella casona de don Celso de que nos cuenta en su novela Peñas arriba, que quiso fuese la más épica de las suyas. En el monumento que en el muelle de Santander se le ha erigido a Pereda, figura en primer lugar una representación de esa novela. En la casona de don Celso, en Tudanca - la Tablanca del novelista, que gustaba de desfigurar los nombres propios de lugares -, he pasado veinte días del mes de agosto, durmiendo en el cuarto mismo en que el novelista hizo morir a su héroe - que heroico fue, así como su modelo - y viviendo la vida del valle y la de la casona. Tudanca es un lugarejo de menos de cien vecinos, en el valle, más bien encañada, del río Nansa, provincia de 17 Santander, a poco más de 30 kilómetros del mar. El río baja cantando, brizando el sueño de la vida de aquellos montañeses primitivos, celtibéricos, y lamiendo los peñascos rodados y los codones que arrancó a los riscos de la cordillera que sirve de cabezal a España. Desde el valle, o ensanchadura, de Polaciones al de Tudanca, ambos en la estrecha cuenca del mismo río, se abre éste paso por una imponente garganta, la hoz de Bejo. Y fue de soñarla, más que de verla, cuando ya de noche la recorrí, por la carretera, a caballo, volviendo de ver el más hermoso escudo de armas que he visto, en una casona solariega, la de los Montes, en San Mamés de Polaciones, a la luz de la luna llena, de la luz que llamaban de los muertos mis antepasados euscaldunes. Era como cosa de magia, y tanto yo como mi acompañante, el señor actual de la casona de Tudanca, de quien diré, recordamos los fantásticos grabados con que Gustavo Doré ilustró la Divina Comedia, de Dante. Parecía aquello la puerta fatídica e imponente del otro mundo, de ultratumba. Del otro lado estaba la terrible realidad que pesa y queda; de nuestro lado, el ensueño lunar de la vida que pasa. En el fondo cantaba a la luna el río Nansa. Los robles y las hayas que vestían las faldas de los riscos se bañaban en la lumbre dulce de la luna, en su lumbre lechosa. A un lado y otro del río Nansa, en el valle de Tudanca, se alzan montañas y riscos, revestidos unos de robledos 18 y haedos, con avellanos y otras especies además, y altas praderías que cierra el azul del cielo con la verdura de los pastos, a los que viene a acariciar la bruma tutelar. En el fondo, junto al río, los maizales ponen su nota de cultivo casero. Y entre los maizales, junto a la pobre iglesiuca, está cerrado el huerto de la muerte, el cementerio de Tudanca, sobre el que vigila una cruz de piedra. El Nansa briza el sueño de los soñadores muertos como briza el de los vivos. Y en la paz solemne de aquellos eternos parajes, bajo la mansa cúpula del cielo, sostenida por las cimas montañosas, ocurre pensar si son otros los vivos que fueron los muertos, si no es una misma generación la que bajo diversas figuraciones se sucede, si estos tudancos de 1923 no son los mismos que vio y oyó Pereda, los mismos de que hablaba el general don Gregorio de la Cuesta - de quien os diré - a fines del siglo XVIII, los mismos que se defendieron de la morería en tiempos del rey don Pelayo, los mismos que en Cantabria lucharon contra el poderío de Roma. ¿Historia? Allí todo es prehistórico, o mejor, para decirlo con términos que puse en circulación, todo es intrahistórico. Donde el río Carrión discurre llanamente por la estepa, entre glebas y arenas, en estos Campos Góticos en que escribo estas líneas de remotos recuerdos de hace cuatro días no más, en esta llanada palentina, la historia, la epopeya, la leyenda romancesca, flotan 19 sobre el haz de las aguas calladas del río de Jorge Manrique; pero donde el río - a trechos torrente - Nansa se despeña cantando, entre peñascos, es algo más hondo que la historia lo que nos dice su cantar. Esto es más humano; aquello, más tétrico. Por este labrador que se curte al sol ha pasado la historia; sobre aquel pastor montañés a quien ciñe la bruma de las cimas se desliza la virilidad. Y como la cría de su vaca a la ubre materna, él se pega a sus montañas. Sale sí, sale de sus nidos de piedra de la encañada, se va a trabajar en aserrar madera por campos ajenos1, pero vuelve a su rincón y es como un sueño, acaso como una pesadilla, lo que vio al sol radiante y sin brumas, al sol de Castilla. Vuelve a la querencia de sus bueyes y sus vacas y sus carneros, cuyo dulce mugido se meje con el rumor del río paterno. Le repugnan las corridas de toros a él, que vive del toro y que quiere a la vez con un hondo cariño de convivencia. Hay niño, pequeñito, que apenas balbuce, que juega, él solito, a hacer el ternero, poniéndose un rústico collar de avellano al cuello, arrimándose al establo, rascándose contra un poste de la cuadra. ¿Fue él, este hombre, el que domesticó al toro, o fue el toro el que lo domesticó a él? El toro le ha hecho civil; la vacada es el fundamento de su civilización. Y tiene que defender de los lobos a sus vacas. 1.- La serrería era una actividad invernal de fácil encaje en los ciclos agroganaderos anuales. 20 Pereda en su novela describe la cacería de un oso en un escarpe de estas montañas - lo estuve contemplando a poca distancia -; pero las historias de lobos son más significativas que las de los osos. Y la cacería del jabalí. Hay una civilidad, hay una civilización en estos lugares cuya paz empieza a molestar el sordo estrépito del automóvil, que recorre la cinta blanca de la carretera que va ciñendo las faldas de las montañas. Cuando se ve salir el humo del tejado todo de una de estas casas, como el vaho del sudor del buey que ha trabajado duramente, se piensa que hay civilización, que hay civilidad aquí. Una civilidad en almadreñas y que marcha sobre roca. Y se ve lo que es esta civilidad cuando se tiene la fortuna, como yo la tuve, de asistir al sorteo de las brañas2 del prado del Concejo, del prado comunal, solemne acto de comunión civil de que os he de dar más adelante cumplida cuenta. Esa vida civil, por otra parte, se condensa y como que se encierra en alguna de esas viejas casonas solariegas, infanzonas, con su escudo de armas, que en los más es2.- Braña procede del latín VERANUM TEMPUS, “tiempo primaveral”, que a su vez lo hace de PRIMOVERE, “al principio de la primavera”, que deriva de VER, VERIS, “primavera”. En el occidente de Cantabria se aplica a los pastos de altura que son aprovechados por el ganado durante los meses estivales. En Tudanca las suertes del prado concejil también reciben este apelativo. 21 condidos repliegues de la Montaña - de donde proceden tantos nobles linajes de España - nos dicen de una historia recatada. Y algunas veces, de un patriarcado como el de aquel don Celso que encontró Pereda en la casona de Tudanca. Llamábasele don Chicho, y era don Francisco de la Cuesta. Un curiosísimo retrato, en fotografía, en que aparece de cazador con su escopeta, en un convencional ámbito de salón donde, a pesar de haber sido licenciado en Derecho, se mantiene cual - se le ve el aparato con que el fotógrafo le sujetó la cabeza - nos lo muestra en una sala de la casona. Encima de él, un óleo que representa a don José Patricio de la Cuesta y Velarde, obispo que fue de Ceuta y de Sigüenza; cerca de él, otro de don Gregorio de la Cuesta, capitán general de los reales ejércitos, muerto en 1811; otros dos de don Antonio y don Manuel de la Cuesta, hijos, como don Chicho, de un sobrino del general, y otros dos de dos monjas. Y en el archivo de la casona, papeles que cuentan historias íntimas, mucho más entrañables que las que forje un novelista. Historias en que la del valle se une a la universal. Al actual señor de la casona, don José María de Cossío, en quien reverdece el espíritu del don Celso perediano, debo el conocimiento de estas historias. Os las contaré. 22 23 24 EL PRADO DEL CONCEJO ¡Ah, no! No puedo despedirme todavía de Tudanca. No en vano he vivido durante veinte días en comunión casi siempre silenciosa con los tudancos. Esta silenciosa comunión nunca cobra mayor intensidad que en la misa conventual, cuando todos en común y silenciosos oyen el silencio del sacrificio místico. Al terminar cantaban la Salve, y a la voz pastosa, otoñal, de los adultos y los ancianos que cantaban el “gimiendo y llorando” respondía la voz verde y agria - de una verdura en agraz - de los niños y niñas diciendo que “en este valle de lágrimas”. Y fuera sonreía el valle recogido entre los brazos rocosos y velludos de robles y hayas de las montañas. Pero la verdadera comunión, y comunión civil, de estos montañeses del valle de Tudanca es la que se celebra en 25 el prado del Concejo, un sacrificio también y de cierta rusticidad económica. El prado del Concejo, en las pendientes laderas de la montaña que sostiene a Tudanca, lo forman los pastos de propiedad comunal. Los hay en otros pueblos, pero no presentan ni las particularidades, ni menos el rito, en su aprovechamiento, que presentan aquí. En los pueblos del condado de Pernia, en la montaña de Palencia, al prado comunal se le llama el prado del toro, porque en él pasta el toro del común, comprado por el Concejo, el que sirve a las vacas de cada vecino. El prado del Concejo de Tudanca se divide cada año en lotes o suertes, brañas, y éstas se sortean entre los vecinos todos, que este año fueron noventa y seis. A las viudas o solteras con hijos se les da media braña; a las solteronas sin hijos, un cuarto de braña. Entre una viuda y dos solteronas - Teresa, Segunda y Francisca entraron este año en una suerte. Es soltera para el caso la que teniendo más de veinticinco años vive sola. Divídese el prado en ocho partes, y de cada parte hacen tantas suertes como vecinos; este año, dije, noventa y seis. Las miden con un palo o a ojo - a ojo de buen pastor -, según cantidad y calidad del pasto. Las suertes van de arriba abajo y no en lindes paralelas. Y después de divididas sortéanlas en el prado mismo. 26 El día de San Agustín, y a toque de campana - de campana civil y comunal - subieron los vecinos todos - y yo con ellos - a la alta y verde pradería que confinaba con el cielo. Subían con el dalle1 al hombro, calzados de almadreñas - a que aquí llaman abarcas -, los unos por el atajo y los que llevaban los bueyes con las basnas2 - de que diré luego - vacías por las basnadas3. Con los dalles llevaban rastrillos y palos. Subían también mujeres y niños, cabe decir que el pueblo todo, no quedando abajo sino enfermos, inválidos y pocos más. Subió también el cura. Y una vez arriba, mientras aguardan el sorteo, pónense a picar el dalle con un martillo triangular sobre un pequeño yunque -“la” yunque le dicen4, pues su macho es el martillo - clavado en tierra. El repique del picar los dalles era como el canto de preludio, el introito del trabajo común. Desde allí arriba no se le oye ya, ni se le ve, al río Nansa. En colodras5 - vasijas de madera de la Montaña - llevan la piedra de aguzar y un poco de agua; la tapan con un manojo de helechos. 1.- Dalle: Guadaña. 2.- Basna: Vehículo de arrastre. 3.- Basnada (más propiamente, basná): Camino por el que transitan las basnas. 4.- Ateniéndonos al dialecto local, hubiera sido más propio escribir la yuncle, con el significado indicado y por el motivo que también señala el autor. 5.- En Tudanca también se emplea la variante guzapa, con el mismo significado: pequeños recipientes de madera que se llevan al cinto con un poco de agua para afilar (que no picar) la hoja del dalle o guadaña. 27 Llama el regidor al sorteo. Hacen corro los vecinos, apoyándose sobre los rastrillos, que se apoyan en tierra. Arriba, el cielo, y en el fondo, el valle. El regidor abre la sesión y hacen, los que lo quieren, peticiones, que son votadas. Y cuando lo que se pide es gracia, basta que uno solo se oponga a ella para ser denegada. Es una comunidad de individualistas, una verdadera democracia celosa del derecho individual a no ceder del derecho. Los que hicieron la división de suertes lo explican quitándose las boinas. A un calvo que una vez se negó a descubrirse porque no se burlaran de su calva, se le multó. Y ellos, que ordinariamente se tutean, trátanse entonces y allí de usted. Es el “su señoría” rústico parlamentario. Se va sacando de un saco las fichas de madera en que están escritos los nombres de los vecinos - este año escribí yo cuatro o cinco de ellos - y se las va colocando en tierra, sobre la yerba y señalándoles las suertes. Y cuéntase de uno que al sonar su nombre para braña de dura tarea, exclamó: ¡M’esclacazaste! Y luego de sorteadas las brañas hacen entre ellos cambios, arreglos, ventas y cambalaches. Y ayúdanse unos a otros y todos al necesitado y al enfermo. Despliéganse luego, como en guerrilla, por la escarpada falda de la montaña y pónense a rasurar la tierra con el dalle. Y es de verlos encorvados sobre la materna 28 montaña, la izquierda al manguillo y la diestra al corvo, ir segando la verde yerba, en que entran el cardo y el helecho, a las veces. La siegan siguiendo cada cual los puntos de mira de los linderos de su suerte, marcando la huella; las mujeres levantan los rastrillos, con una blusa encima, para que el segador vea desde arriba el punto inicial de mira. Los bueyes pastan allí cerca. Cuando llega la hora de la siesta yerguen las basnas, recúbrenlas de yerba segada, y a su sombra sestean. Para volver a la tarea. Segaba también el maestro, Escolástico, y al preguntarle yo de qué le servía para ello la pedagogía, me contestó con agudeza: “Para olvidarla siego”. Las mujeres y los niños esparcen y extienden con los rastrillos la yerba para que se oree y seque. Cae la tarde y se aprestan a bajar la yerba a los pajares del pueblo. La bajan en las basnas, artefacto primitivo, anterior al carro y a la rueda, sin la que no comprendemos la civilización, nuestra civilización de ruedas y rodillos. La basna es un rústico vehículo montañés de arrastre, sin ruedas, al modo de las narrias - como trineos - que siendo yo niño funcionaban en el muelle de Bilbao. Es una horca de madera, y en medio de ella tabletas, sobre las que por medio de peales, como correas de varas de avellano retorcidas, se sujeta la carga de yerba. Y arrástranla, pedregoso sendero abajo - la 29 basnada - con los bueyes, que tienen que ir sosteniendo la basna, y el hombre a los bueyes. Deslízase la basna sobre pedruscos pulidos a cantos por el frote. Sobre una carga de yerba de una basna bajé un trecho de montaña... Abajo, en el caserío, un anciano de ochenta años, que durante setenta había subido a la comunión del trabajo de siega del prado del Concejo, miraba deslizarse, cuesta abajo, las basnas cargadas de pasto para el invierno. Y pensaría acaso, sin pensarlo, en la basna de su vida. Porque no hace mucho, sintiéndose en trance de muerte, se confesó para no presentarse “como un Adán, con el zurrón lleno de piedras” ante Dios, que debe ser -decía - “un señor respetuoso y de pocas palabras”. A la distancia, las montañas rocosas, las laderas pedregosas y sin vegetación, los abiércoles6 y las garmas7, de mata bravía; en otras partes, los cintos, terrenos aprovechables, entre largas peñas paralelas o asomando entre la tierra, la carne de las montañas, los ciliebros de roca, como asoman los sesos en la cabeza de una res descalabrada o descalaverada. Antójaseme que ciliebro 6.- Abiércol: Ladera con grandes bloques de piedra nacediza en su superficie. Este término es probable proceda del celta *VROICULUS, “brezo”. El traslado desde el reino vegetal se explica por un sencillo proceso de metonimia según el cual la cubierta vegetal característica de un peñascal acaba designando al propio peñascal. 7.- Garma: Paraje tortuoso y accidentado. De probable origen prerromano. 30 sea cerebro - es trasformación normal -, con metáfora clara para un pastor que ha visto descalabrarse reses. Y el cerebro de la montaña sería aquí pétreo, óseo; la roca piensa, la roca a que roza la basna. Y remonta uno con la figuración a los pastores celtíberos o a los cántabros de antes de haber rodado las ruedas celtas y romanas8. En esta fiesta, única de la siega en común del prado del Concejo, pero dividido en suertes individuales, sentí la eternidad de este pueblo y gusté el poso de su historia. Ellos, los tudancos, deben de sentir en ella la comunión de su eternidad humana, la eternidad de su comunión, el lazo entre los muertos, los vivos y los por nacer. En tanto, el río, escondido allá abajo, lleva al mar los zalampiernos - así llaman a los restos de una res comida por los lobos - de los riscos, comidos por los hielos, las nieves y las tormentas. 8.- Aquí el autor yerra: la basna es resultado de una adaptación exitosa a la orografía del valle, no el estadio primitivo de un pretendido desarrollo que culmina dónde. 32 EL CILIEBRO DE LA TIERRA Aquí, en este recatado rincón montañés de Tudanca, la Tablanca de Peñas arriba, de Pereda, y en el aposento mismo en que él hizo morir a su don Celso. Detrás de mi presente visión de este valle y estas montañas está el fresco recuerdo del páramo de los Campos Góticos, de aquel Baquerín y de aquel Castromoche, en que me empapé de sol antes de venir a estas montañas de bruma. Anoche, viendo a la luz fantaseadora de la luna llena la dantesca encañada de Bejo, entre este valle y el de Polaciones, soñaba en la tierra de los conquistadores. Que lo es de Castilla y su Extremadura. Allí, la tierra es hija del hombre; aquí es su madre. Aquél, el hombre que conquista a su tierra con el arado, es el conquistador de tierras; éste, el hombre conquistado por el terruño, es defensor del suyo. Aquí empezó 33 la Reconquista; mas mientras fue defensa. Montañeses ayudarían a Pelayo; llaneros siguieron al Cid. Esto es todo como un nido celado entre picachos, o más bien como un regazo materno. Las faldas y los repliegues de las montañas, como brazos maternales. Y es maternal la bruma. Cuida la montaña de sus hijos y acaso piensa por ellos, dejándoles soñar aquí, al rumor del Nansa, que va derecha e inmediatamente a la mar, la vida, que pasando queda; la misma vida de sus abuelos, acaso la misma de sus nietos. ¿Piensa la montaña? Decía Obermann1 que no cabe expresar la permanencia de las montañas en una lengua, el francés, hecho por los hijos de las llanuras, y dijo Eliseo Reclus2 que el español es acaso el idioma más rico para expresar accidentes diversos del terreno montañoso; el español serrano, se entiende. La misma voz sierra se ha propagado a otras lenguas. Interesante un vocabulario de las voces con que en este valle se designa a diversas formas 1.- Obermann (1804) es una novela de Senancour (1770 - 1846), autor prerromántico francés que influyó de forma notable en Unamuno, muy en especial en Del sentimiento trágico de la vida (1912) y en Niebla (escrita en 1907 y publicada en 1914), en cuyo prólogo llega a afirmar que este autor junto con Quental y Leopardi operan como influencias decisivas en su obra. 2.- Eliseo Reclús (1830 - 1905), geógrafo francés y anarquista de primera generación. 34 y configuraciones y accidentes del terreno, cuando tan pobre es su lengua en nombres de plantas y flores silvestres. Toda flor que de nada les sirve es “rosa”. Pero oíd lo que son torca3, y besgata4, y sotámbaro5, y gándara6, y abiércol, y garma, y bijorco7, y cueto, y pical8, y abertal9, y... sería cuento largo. Pero entre tantas y tan expresivas voces, hay una que ha encadenado nuestra atención, y es ciliebro. Ciliebro es el estrato rocoso que asoma la blancura de la roca, entrañada por entre la tierra de las faldas de la montaña. Al terreno aprovechable entre peñas largas y apareadas le llaman cinto. Y castro, a un peñasco o berrueco aislado; castro, o sea castillo, los raigones de cuyas ruinas remeda, cuando no riman en él, como en las ruinas de los castillos la hiedra con la piedra. ¿Por qué ese nombre, ciliebro, atrajo nuestra atención? Porque se nos figuró que puede muy bien ser una mo3.- Torca: Sima. Del latín TORQUERE, “torcer”. 4.- Besgata: Diminutivo de viesga, lugar comprendido entre dos castros próximos. 5.- Sotámbaro (más propiamente, sotámbaru): Hueco formado bajo una peña por causas naturales o por la acción de algún animal que puede servir de refugio ocasional. 6.- Gándara: Tierra inculta, quebrada y llena de maleza. 7.- Bijorco (más propiamente, bijorcu): 1. Canal muy estrecha y profunda en el monte; 2. Hoyo profundo; 3. Lugar donde se unen dos canales, entendiendo por canal, en femenino, el cauce natural de las aguas que bajan de la montaña. 8.- Pical: Pico, cúspide aguda de una montaña. 9.- Abertal: Espacio abierto, sin cerca. 35 dificación, conforme a las leyes de la fonética latinocastellana, Y en cuanto al proceso conceptual metafórico, sentíamos a estos hombres - o a sus remotos abuelos, que eran estos mismos cuando tuvieron que crearse su lengua - viendo asomar esas rocas por entre la carnosa tierra vegetal, como asomar los sesos de una res cuando se descalabra - descalavera - y esmiloja - el hombre se descrisma - peñas abajo. Esas rocas son el cerebro, los sesos rocosos de la tierra; su corazón, de peña además. ¿Corazón o cerebro? Esa sutil distinción entre sentimiento y pensamiento no existe en la psicología de estos primitivos hijos de las montañas. Sienten pensando, y piensan sintiendo. Ni se detuvieron en el momento estético o contemplativo. Su espíritu es económico, en el sentido que a esta designación da Croce10. Y no se sabe si es que piensan con el corazón o es que sienten con el cerebro. Esas rocas, envueltas en tierra de pasto, están pensando por ellos, y están pensando desde hace siglos, y siempre el mismo pensamiento. Más de una vez, contemplando el rocoso esqueleto de España, no hace aún un mes en Gredos, y hace pocos días, llenando el alma con la visión de los Picos de Europa desde Potes, al pie de la vieja torre del Infantado, volvimos a rumiar nuestra antigua figuración de que eran las entrañas óseas de la 10. Benedetto Croce (1866 - 1952), escritor, filósofo, historiador y político liberal italiano. 36 patria sorbiendo el beso ardiente del sol desnudo, su padre. Y así hay que figurárselas viendo los abiércoles, las pedregosas laderas sin vegetación que sustentan a los Picos de Europa. Pero cuando esas rocas emergen de una tierra maternal, de pasto -por pobre que ésta sea -, son acaso los sesos, y sesos al descubierto. Ayer, en el vecino valle de Polaciones, contemplaba unas montañas, maternales y lozanas - matronales diríamos -, vestidas de haedo y de robledo hasta la cumbre, y destacándose sobre el fondo de Peña Labra, que era la puerta del bajo cielo. Moría la tarde sobre la serenidad reposada del valle, y en el derretimiento del anochecer se anunciaba la dulce luz brumosa de la luna llena, que iba subiendo por detrás de las montañas. Y a la luz lechosa de la luna, entera y redonda, los ciliebros parecían soñar, que no pensar. Pero ¿no es acaso no ya la vida, sino el pensamiento, sueño? 37 LIBROS DE SABLE, 3