Miguel de Unamuno - Medio Ambiente Cantabria

Anuncio
MIGUEL DE UNAMUNO
UNAMUNO
TUDANCO
LIBROS DE SABLE, 3
Miguel de Unamuno
Libros de Sable, 3
Otoño de 2010
Director de la colección: Mario Corral García.
Diseño y maquetación: Daniel Pérez Torralbo.
© Herederos de Miguel de Unamuno.
© Para la presente edición: Consejería de Medio Ambiente
del Gobierno de Cantabria.
D. L.: SA 229 - 2010
MIGUEL DE UNAMUNO
LIBROS DE SABLE, 3
Otoño de 2010
ÍNDICE
Presentación
Introducción
Paisajes del alma
Una civilización rústica
El Prado del Concejo
El ciliebro de la tierra
p.7
9
11
17
25
33
PRESENTACIÓN
La colección Libros de Sable centra su interés en la narrativa
breve que atiende a la realidad medioambiental cántabra, sean
sus autores cántabros o no, pretéritos o actuales. Con esta
iniciativa la Consejería de Medio Ambiente de Cantabria
pretende difundir textos que pongan de manifiesto el nexo
entre el mundo ideacional, de las ideas, y el mundo físico,
demostrando que uno y otro forman parte de una misma
realidad que todos compartimos y que a todos corresponde
conservar y, en la medida de lo posible, mejorar.
La colección es de naturaleza digital, de ahí su nombre:
por sable, en Cantabria, se entiende “arena de playa” y, por
extensión, “arenal”. Los libros del arenal, así pues, son también
libros de arena, libros de bits, libros compuestos por nódulos
de información que, sin perder un ápice de su identidad, se
relacionan entre sí formando un arenal tan extenso, una red de
información tan vasta, como desee el lector.
Es nuestro deseo que esta colección ayude a dar continuidad
a una forma de relacionarse con el entorno basada en el
respeto, tal y como hemos heredado de nuestros antepasados
y es nuestra obligación dar en herencia a las generaciones del
futuro. Es un deseo que, estoy seguro, compartimos todos los
ciudadanos cántabros.
Francisco L. Martín Gallego
Consejero de Medio Ambiente
Gobierno de Cantabria
7
INTRODUCCIÓN
En 1923 Miguel de Unamuno pasó veinte días en la Casona
de Tudanca invitado por su amigo y crítico literario José
María de Cossío. En estos días, observó y participó. También
escribió: algunos artículos, en parte aquí reproducidos, la
introducción a su libro de poemas Teresa (1924) y apuntes de
poemas que no llegaría a terminar.
Todos los artículos están relacionados con su estancia
en Tudanca. El primero, titulado “Paisajes del alma”, fue
publicado el 6 de enero de 1918 en el diario El Sol de Madrid;
el segundo, “Una civilización rústica”, el 28 de octubre de
1923 en La Nación de Buenos Aires; el tercero, “El Prado del
Concejo”, en el mismo diario, el 4 de noviembre de 1923; y el
cuarto y último, “El ciliebro de la tierra”, fechado en Tudanca
el 27 de agosto de 1923, fue publicado el 7 de septiembre de
1923 en el diario Nuevo Mundo de Madrid. El primero es
previo a su estancia, pero refleja el humus anímico del que
germinaron los siguientes. Otra excepción: todos los artículos
están completos salvo el segundo, del que se ha eliminado la
genealogía del linaje de La Casona, no por falta de interés,
que lo tiene, sino por centrar el objetivo en el modo como la
percepción del paisaje noventayochista, de la que Unamuno
era representante, se proyecta sobre tudanca y sus habitantes.
Mario Corral García
Director de la colección
9
PAISAJES DEL ALMA
La nieve había cubierto todas las cumbres rocosas del
alma, las que, ceñidas de cielo, se miran en éste como
en un espejo y se ven, a las veces, reflejadas en forma de
nubes pasajeras. La nieve, que había caído en tempestad
de copos, cubría las cumbres, todas rocosas, del alma.
Estaba ésta, el alma, envuelta en un manto de inmaculada
blancura, de acabada pureza, pero debajo de él tiritaba
arrecida de frío. ¡Porque es fría, muy fría, la pureza!
La soledad era absoluta en aquellas rocosas cumbres del
alma, embozadas, como en un sudario, en el inmaculado
manto de la nieve. Tan sólo, de tiempo en tiempo, algún
águila hambrienta avizoraba desde el cielo la blancura,
por si lograba descubrir en ella rastro de presa.
11
Los que miraban desde el valle la cumbre blanca y solitaria,
el alma que se erguía cara al cielo, no sospechaban siquiera
el frío que allí arriba pesaba. Los que miraban desde el valle
la cumbre blanca y solitaria eran los espíritus, las almas de
los árboles, de los arroyos, de las colinas; almas fluidas
y rumorosas las unas, que discurrían entre márgenes de
verdura, y almas cubiertas de verdura, otras. Allá arriba
era todo silencio.
Pero dentro de aquellas cumbres rocosas, embozadas en
la arreciente pureza de la blancura de la nieve y escoltadas
de cielo, bullían aún las pavesas de lo que en la juventud
de las rocas fue un volcán.
Los arroyos que desde el valle contemplaban las cumbres
estaban hechos con aguas que del derretimiento de las
encumbradas nieves descendían; su alma era del alma
excelsa que se arrecia de frío. Y la verdura se alimentaba
de aquellas mismas aguas de las nieves. La tierra misma
sobre que discurrían los arroyos, la tierra de que con sus
raíces chupaban vida los árboles, era el polvo a que las
rocas de las cumbres iban reduciendo.
Y si los arroyos y los árboles contemplaban a las rocosas
cumbres, también éstas, también las cumbres de roca
contemplaban a los arroyos y a los árboles. Acaso éstos
envidiaban la excelsitud y hasta la soledad de las cumbres.
12
Hastiados del bosque, hubiera querido cada uno de ellos,
de los árboles, poder trepar a las cumbres y convertirse
allí en tormo; pero las raíces les ataban al suelo en que
nacieron. ¿Y qué arroyo, por su parte, no ha querido
alguna vez remontar a su fuente? Cuando el arroyo que
discurre entre vegas de verdor ve levantarse la bruma de
su propio lecho fluido y remontar, empujada por la brisa,
hacia las alturas de que baja, sigue con ansia esa ascensión
vaporosa.
Mas lo seguro es que las cumbres anhelaban bajar al
valle, deshacerse en polvo para hacerse tierra mollar.
Las cumbres, presas en la soledad de la altura, miraban
con envidia la vega; su blancura se derretía en deseos del
verdor del valle. ¿Hay nada más dulce que una nevada
silenciosa sobre la verdura de la yerba? Las montañas que
ven volar sobre ellas, a ras de cielo, a las águilas, y sienten
las sombras de éstas recorriendo su blancura, ansían ser
estepa que sienta sobre sí las pisadas de los leones. Y
mirándose las montañas y las estepas, y cambiando sus
pensamientos, aguileños los de aquéllas y leoninos los de
éstas, sueñan en el águila - león, en el querubín, en la
esfinge. Y lo ven en las nubes que, acariciando la estepa,
como una mano que pasa sobre la cabellera de un niño
gigante, van a abrazar a las montañas.
También en la estepa, en el páramo, lejos de la montaña,
cae la blanca soledad de la nevada silenciosa, y el páramo,
13
como la montaña, se envuelve en arreciente manto de
nieve. Pero es que el páramo suele ser también montaña,
todo él vasta cima ceñido en redondo por el cielo. Cuando
el cielo del alma - páramo de la vasta alma esteparia se
cubre de aborrascadas nubes, de una sola enorme nube, que
es como otro de las manos de Dios. Y entre ellas, tiritando
de terror, el corazón del alma teme ser aplastado.
Terrible como Dios silencioso es la soledad de la cumbre,
pero es más terrible la soledad del páramo. Porque el
páramo no puede contemplar a sus pies arroyos y árboles
y colinas. El páramo no puede, como puede la cumbre,
mirar a sus pies; el páramo no puede mirar más que al
cielo. Y la más trágica crucifixión del alma es cuando,
tendida, horizontal, yacente, queda clavada al suelo y no
puede apacentar sus ojos más que en el implacable azul
del cielo desnudo o en el gris tormentoso de las nubes.
Al Cristo, al crucificarlo en el árbol de la redención, lo
irguieron derecho, de pie, sobre el suelo, y pudo con su
mirada aguileña y leonina a la vez abarcar el cielo y la
tierra, ver el azul supremo, la blancura de las cumbres y
el verdor de los valles. ¡Pero el alma clavada a tierra...! Y
ninguna otra, sin embargo, ve más cielo. Sujeta a la palma
de la mano izquierda de Dios, contempla la mano de su
diestra, y en ella, grabada a fuego de rayo, la señal del
misterio, la cifra de la esfinge, del querubín, del león águila.
14
Y cuando empieza a nevar en el páramo, sobre el
alma crucificada a su suelo, la nieve sepulta a la pobre
alma arrecida, y en el blanco manto se descubren las
ondulaciones del alma sepultada. Sobre ella pasan las
fieras hambrientas, y acaso escarban con sus garras en la
blancura al husmear vida dentro.
Todos estos paisajes se ven o se sueñan en esas horas
abismáticas en que, al separarse uno de la dulcísima ilusión
de la sociedad de sus hermanos, de sus semejantes, de sus
compañeros, cae de nuevo en la realidad de sí mismo.
Todos estos paisajes he soñado y he visto después de una
nevada sobre Madrid, sobre Madrid estepario, y mientras
del Madrid administrativo - no hay otro modo de decirlo
-, de la arreciente capital administrativa de España, nevaba
en densos copos sobre mi corazón. Y mirando a lo largo
de la sábana de nieve vi que se levantaba en sierra contra
el cielo. Y un momento desesperé. Un momento que se
prolonga como la misma nieve sobre el suelo.
15
UNA CIVILIZACIÓN RÚSTICA
Los que conozcan la obra literaria del novelista
montañés don José María de Pereda, recordarán aquella casona de don Celso de que nos cuenta en su novela
Peñas arriba, que quiso fuese la más épica de las suyas.
En el monumento que en el muelle de Santander se le
ha erigido a Pereda, figura en primer lugar una representación de esa novela. En la casona de don Celso, en
Tudanca - la Tablanca del novelista, que gustaba de
desfigurar los nombres propios de lugares -, he pasado
veinte días del mes de agosto, durmiendo en el cuarto
mismo en que el novelista hizo morir a su héroe - que
heroico fue, así como su modelo - y viviendo la vida del
valle y la de la casona.
Tudanca es un lugarejo de menos de cien vecinos, en
el valle, más bien encañada, del río Nansa, provincia de
17
Santander, a poco más de 30 kilómetros del mar. El río
baja cantando, brizando el sueño de la vida de aquellos
montañeses primitivos, celtibéricos, y lamiendo los peñascos rodados y los codones que arrancó a los riscos
de la cordillera que sirve de cabezal a España. Desde
el valle, o ensanchadura, de Polaciones al de Tudanca,
ambos en la estrecha cuenca del mismo río, se abre éste
paso por una imponente garganta, la hoz de Bejo. Y
fue de soñarla, más que de verla, cuando ya de noche
la recorrí, por la carretera, a caballo, volviendo de ver
el más hermoso escudo de armas que he visto, en una
casona solariega, la de los Montes, en San Mamés de
Polaciones, a la luz de la luna llena, de la luz que llamaban de los muertos mis antepasados euscaldunes. Era
como cosa de magia, y tanto yo como mi acompañante,
el señor actual de la casona de Tudanca, de quien diré,
recordamos los fantásticos grabados con que Gustavo Doré ilustró la Divina Comedia, de Dante. Parecía
aquello la puerta fatídica e imponente del otro mundo,
de ultratumba. Del otro lado estaba la terrible realidad
que pesa y queda; de nuestro lado, el ensueño lunar de
la vida que pasa. En el fondo cantaba a la luna el río
Nansa. Los robles y las hayas que vestían las faldas de
los riscos se bañaban en la lumbre dulce de la luna, en
su lumbre lechosa.
A un lado y otro del río Nansa, en el valle de Tudanca,
se alzan montañas y riscos, revestidos unos de robledos
18
y haedos, con avellanos y otras especies además, y altas
praderías que cierra el azul del cielo con la verdura de
los pastos, a los que viene a acariciar la bruma tutelar.
En el fondo, junto al río, los maizales ponen su nota
de cultivo casero. Y entre los maizales, junto a la pobre
iglesiuca, está cerrado el huerto de la muerte, el cementerio de Tudanca, sobre el que vigila una cruz de
piedra. El Nansa briza el sueño de los soñadores muertos como briza el de los vivos. Y en la paz solemne de
aquellos eternos parajes, bajo la mansa cúpula del cielo,
sostenida por las cimas montañosas, ocurre pensar si
son otros los vivos que fueron los muertos, si no es una
misma generación la que bajo diversas figuraciones se
sucede, si estos tudancos de 1923 no son los mismos
que vio y oyó Pereda, los mismos de que hablaba el
general don Gregorio de la Cuesta - de quien os diré
- a fines del siglo XVIII, los mismos que se defendieron de la morería en tiempos del rey don Pelayo, los
mismos que en Cantabria lucharon contra el poderío
de Roma.
¿Historia? Allí todo es prehistórico, o mejor, para decirlo con términos que puse en circulación, todo es intrahistórico. Donde el río Carrión discurre llanamente
por la estepa, entre glebas y arenas, en estos Campos
Góticos en que escribo estas líneas de remotos recuerdos de hace cuatro días no más, en esta llanada palentina, la historia, la epopeya, la leyenda romancesca, flotan
19
sobre el haz de las aguas calladas del río de Jorge Manrique; pero donde el río - a trechos torrente - Nansa se
despeña cantando, entre peñascos, es algo más hondo
que la historia lo que nos dice su cantar. Esto es más
humano; aquello, más tétrico. Por este labrador que se
curte al sol ha pasado la historia; sobre aquel pastor
montañés a quien ciñe la bruma de las cimas se desliza
la virilidad. Y como la cría de su vaca a la ubre materna,
él se pega a sus montañas.
Sale sí, sale de sus nidos de piedra de la encañada, se va
a trabajar en aserrar madera por campos ajenos1, pero
vuelve a su rincón y es como un sueño, acaso como una
pesadilla, lo que vio al sol radiante y sin brumas, al sol
de Castilla. Vuelve a la querencia de sus bueyes y sus
vacas y sus carneros, cuyo dulce mugido se meje con
el rumor del río paterno. Le repugnan las corridas de
toros a él, que vive del toro y que quiere a la vez con un
hondo cariño de convivencia. Hay niño, pequeñito, que
apenas balbuce, que juega, él solito, a hacer el ternero,
poniéndose un rústico collar de avellano al cuello, arrimándose al establo, rascándose contra un poste de la
cuadra. ¿Fue él, este hombre, el que domesticó al toro, o
fue el toro el que lo domesticó a él? El toro le ha hecho
civil; la vacada es el fundamento de su civilización. Y
tiene que defender de los lobos a sus vacas.
1.- La serrería era una actividad invernal de fácil encaje en los ciclos agroganaderos anuales.
20
Pereda en su novela describe la cacería de un oso en
un escarpe de estas montañas - lo estuve contemplando a poca distancia -; pero las historias de lobos son
más significativas que las de los osos. Y la cacería del
jabalí.
Hay una civilidad, hay una civilización en estos lugares cuya paz empieza a molestar el sordo estrépito del
automóvil, que recorre la cinta blanca de la carretera
que va ciñendo las faldas de las montañas. Cuando se
ve salir el humo del tejado todo de una de estas casas,
como el vaho del sudor del buey que ha trabajado duramente, se piensa que hay civilización, que hay civilidad
aquí. Una civilidad en almadreñas y que marcha sobre
roca. Y se ve lo que es esta civilidad cuando se tiene
la fortuna, como yo la tuve, de asistir al sorteo de las
brañas2 del prado del Concejo, del prado comunal, solemne acto de comunión civil de que os he de dar más
adelante cumplida cuenta.
Esa vida civil, por otra parte, se condensa y como que
se encierra en alguna de esas viejas casonas solariegas,
infanzonas, con su escudo de armas, que en los más es2.- Braña procede del latín VERANUM TEMPUS, “tiempo primaveral”, que
a su vez lo hace de PRIMOVERE, “al principio de la primavera”, que
deriva de VER, VERIS, “primavera”. En el occidente de Cantabria se
aplica a los pastos de altura que son aprovechados por el ganado durante
los meses estivales. En Tudanca las suertes del prado concejil también
reciben este apelativo.
21
condidos repliegues de la Montaña - de donde proceden tantos nobles linajes de España - nos dicen de una
historia recatada. Y algunas veces, de un patriarcado
como el de aquel don Celso que encontró Pereda en la
casona de Tudanca.
Llamábasele don Chicho, y era don Francisco de la
Cuesta. Un curiosísimo retrato, en fotografía, en que
aparece de cazador con su escopeta, en un convencional ámbito de salón donde, a pesar de haber sido licenciado en Derecho, se mantiene cual - se le ve el
aparato con que el fotógrafo le sujetó la cabeza - nos
lo muestra en una sala de la casona. Encima de él, un
óleo que representa a don José Patricio de la Cuesta y
Velarde, obispo que fue de Ceuta y de Sigüenza; cerca
de él, otro de don Gregorio de la Cuesta, capitán general de los reales ejércitos, muerto en 1811; otros dos de
don Antonio y don Manuel de la Cuesta, hijos, como
don Chicho, de un sobrino del general, y otros dos de
dos monjas. Y en el archivo de la casona, papeles que
cuentan historias íntimas, mucho más entrañables que
las que forje un novelista. Historias en que la del valle
se une a la universal. Al actual señor de la casona, don
José María de Cossío, en quien reverdece el espíritu del
don Celso perediano, debo el conocimiento de estas
historias. Os las contaré.
22
23
24
EL PRADO DEL CONCEJO
¡Ah, no! No puedo despedirme todavía de Tudanca.
No en vano he vivido durante veinte días en comunión
casi siempre silenciosa con los tudancos. Esta silenciosa comunión nunca cobra mayor intensidad que en la
misa conventual, cuando todos en común y silenciosos
oyen el silencio del sacrificio místico. Al terminar cantaban la Salve, y a la voz pastosa, otoñal, de los adultos
y los ancianos que cantaban el “gimiendo y llorando”
respondía la voz verde y agria - de una verdura en agraz
- de los niños y niñas diciendo que “en este valle de
lágrimas”. Y fuera sonreía el valle recogido entre los
brazos rocosos y velludos de robles y hayas de las montañas.
Pero la verdadera comunión, y comunión civil, de estos
montañeses del valle de Tudanca es la que se celebra en
25
el prado del Concejo, un sacrificio también y de cierta
rusticidad económica.
El prado del Concejo, en las pendientes laderas de la
montaña que sostiene a Tudanca, lo forman los pastos de propiedad comunal. Los hay en otros pueblos,
pero no presentan ni las particularidades, ni menos el
rito, en su aprovechamiento, que presentan aquí. En
los pueblos del condado de Pernia, en la montaña de
Palencia, al prado comunal se le llama el prado del toro,
porque en él pasta el toro del común, comprado por el
Concejo, el que sirve a las vacas de cada vecino.
El prado del Concejo de Tudanca se divide cada año
en lotes o suertes, brañas, y éstas se sortean entre los
vecinos todos, que este año fueron noventa y seis. A
las viudas o solteras con hijos se les da media braña; a
las solteronas sin hijos, un cuarto de braña. Entre una
viuda y dos solteronas - Teresa, Segunda y Francisca entraron este año en una suerte. Es soltera para el caso
la que teniendo más de veinticinco años vive sola.
Divídese el prado en ocho partes, y de cada parte hacen
tantas suertes como vecinos; este año, dije, noventa y
seis. Las miden con un palo o a ojo - a ojo de buen
pastor -, según cantidad y calidad del pasto. Las suertes
van de arriba abajo y no en lindes paralelas. Y después
de divididas sortéanlas en el prado mismo.
26
El día de San Agustín, y a toque de campana - de campana civil y comunal - subieron los vecinos todos - y yo
con ellos - a la alta y verde pradería que confinaba con
el cielo. Subían con el dalle1 al hombro, calzados de almadreñas - a que aquí llaman abarcas -, los unos por el
atajo y los que llevaban los bueyes con las basnas2 - de
que diré luego - vacías por las basnadas3. Con los dalles
llevaban rastrillos y palos. Subían también mujeres y
niños, cabe decir que el pueblo todo, no quedando abajo sino enfermos, inválidos y pocos más. Subió también
el cura. Y una vez arriba, mientras aguardan el sorteo,
pónense a picar el dalle con un martillo triangular sobre un pequeño yunque -“la” yunque le dicen4, pues su
macho es el martillo - clavado en tierra. El repique del
picar los dalles era como el canto de preludio, el introito del trabajo común. Desde allí arriba no se le oye
ya, ni se le ve, al río Nansa. En colodras5 - vasijas de
madera de la Montaña - llevan la piedra de aguzar y un
poco de agua; la tapan con un manojo de helechos.
1.- Dalle: Guadaña.
2.- Basna: Vehículo de arrastre.
3.- Basnada (más propiamente, basná): Camino por el que transitan las
basnas.
4.- Ateniéndonos al dialecto local, hubiera sido más propio escribir la yuncle,
con el significado indicado y por el motivo que también señala el autor.
5.- En Tudanca también se emplea la variante guzapa, con el mismo significado: pequeños recipientes de madera que se llevan al cinto con un poco
de agua para afilar (que no picar) la hoja del dalle o guadaña.
27
Llama el regidor al sorteo. Hacen corro los vecinos,
apoyándose sobre los rastrillos, que se apoyan en tierra.
Arriba, el cielo, y en el fondo, el valle. El regidor abre la
sesión y hacen, los que lo quieren, peticiones, que son
votadas. Y cuando lo que se pide es gracia, basta que
uno solo se oponga a ella para ser denegada. Es una comunidad de individualistas, una verdadera democracia
celosa del derecho individual a no ceder del derecho.
Los que hicieron la división de suertes lo explican quitándose las boinas. A un calvo que una vez se negó
a descubrirse porque no se burlaran de su calva, se le
multó. Y ellos, que ordinariamente se tutean, trátanse
entonces y allí de usted. Es el “su señoría” rústico parlamentario. Se va sacando de un saco las fichas de madera en que están escritos los nombres de los vecinos
- este año escribí yo cuatro o cinco de ellos - y se las
va colocando en tierra, sobre la yerba y señalándoles las
suertes. Y cuéntase de uno que al sonar su nombre para
braña de dura tarea, exclamó: ¡M’esclacazaste! Y luego
de sorteadas las brañas hacen entre ellos cambios, arreglos, ventas y cambalaches. Y ayúdanse unos a otros y
todos al necesitado y al enfermo.
Despliéganse luego, como en guerrilla, por la escarpada
falda de la montaña y pónense a rasurar la tierra con
el dalle. Y es de verlos encorvados sobre la materna
28
montaña, la izquierda al manguillo y la diestra al corvo,
ir segando la verde yerba, en que entran el cardo y el
helecho, a las veces. La siegan siguiendo cada cual los
puntos de mira de los linderos de su suerte, marcando
la huella; las mujeres levantan los rastrillos, con una
blusa encima, para que el segador vea desde arriba el
punto inicial de mira. Los bueyes pastan allí cerca.
Cuando llega la hora de la siesta yerguen las basnas, recúbrenlas de yerba segada, y a su sombra sestean. Para
volver a la tarea. Segaba también el maestro, Escolástico, y al preguntarle yo de qué le servía para ello la
pedagogía, me contestó con agudeza: “Para olvidarla
siego”. Las mujeres y los niños esparcen y extienden
con los rastrillos la yerba para que se oree y seque.
Cae la tarde y se aprestan a bajar la yerba a los pajares
del pueblo. La bajan en las basnas, artefacto primitivo,
anterior al carro y a la rueda, sin la que no comprendemos la civilización, nuestra civilización de ruedas y
rodillos. La basna es un rústico vehículo montañés de
arrastre, sin ruedas, al modo de las narrias - como trineos - que siendo yo niño funcionaban en el muelle
de Bilbao. Es una horca de madera, y en medio de ella
tabletas, sobre las que por medio de peales, como correas de varas de avellano retorcidas, se sujeta la carga
de yerba. Y arrástranla, pedregoso sendero abajo - la
29
basnada - con los bueyes, que tienen que ir sosteniendo
la basna, y el hombre a los bueyes. Deslízase la basna
sobre pedruscos pulidos a cantos por el frote. Sobre
una carga de yerba de una basna bajé un trecho de
montaña...
Abajo, en el caserío, un anciano de ochenta años, que
durante setenta había subido a la comunión del trabajo de siega del prado del Concejo, miraba deslizarse,
cuesta abajo, las basnas cargadas de pasto para el invierno. Y pensaría acaso, sin pensarlo, en la basna de su
vida. Porque no hace mucho, sintiéndose en trance de
muerte, se confesó para no presentarse “como un Adán,
con el zurrón lleno de piedras” ante Dios, que debe ser
-decía - “un señor respetuoso y de pocas palabras”.
A la distancia, las montañas rocosas, las laderas pedregosas y sin vegetación, los abiércoles6 y las garmas7, de
mata bravía; en otras partes, los cintos, terrenos aprovechables, entre largas peñas paralelas o asomando entre la tierra, la carne de las montañas, los ciliebros de
roca, como asoman los sesos en la cabeza de una res
descalabrada o descalaverada. Antójaseme que ciliebro
6.- Abiércol: Ladera con grandes bloques de piedra nacediza en su superficie.
Este término es probable proceda del celta *VROICULUS, “brezo”. El
traslado desde el reino vegetal se explica por un sencillo proceso de metonimia según el cual la cubierta vegetal característica de un peñascal acaba
designando al propio peñascal.
7.- Garma: Paraje tortuoso y accidentado. De probable origen prerromano.
30
sea cerebro - es trasformación normal -, con metáfora
clara para un pastor que ha visto descalabrarse reses. Y
el cerebro de la montaña sería aquí pétreo, óseo; la roca
piensa, la roca a que roza la basna. Y remonta uno con
la figuración a los pastores celtíberos o a los cántabros
de antes de haber rodado las ruedas celtas y romanas8.
En esta fiesta, única de la siega en común del prado del
Concejo, pero dividido en suertes individuales, sentí la
eternidad de este pueblo y gusté el poso de su historia.
Ellos, los tudancos, deben de sentir en ella la comunión
de su eternidad humana, la eternidad de su comunión,
el lazo entre los muertos, los vivos y los por nacer. En
tanto, el río, escondido allá abajo, lleva al mar los zalampiernos - así llaman a los restos de una res comida
por los lobos - de los riscos, comidos por los hielos, las
nieves y las tormentas.
8.- Aquí el autor yerra: la basna es resultado de una adaptación exitosa a la
orografía del valle, no el estadio primitivo de un pretendido desarrollo
que culmina dónde.
32
EL CILIEBRO DE LA TIERRA
Aquí, en este recatado rincón montañés de Tudanca,
la Tablanca de Peñas arriba, de Pereda, y en el aposento
mismo en que él hizo morir a su don Celso. Detrás de
mi presente visión de este valle y estas montañas está
el fresco recuerdo del páramo de los Campos Góticos,
de aquel Baquerín y de aquel Castromoche, en que me
empapé de sol antes de venir a estas montañas de bruma. Anoche, viendo a la luz fantaseadora de la luna llena la dantesca encañada de Bejo, entre este valle y el de
Polaciones, soñaba en la tierra de los conquistadores.
Que lo es de Castilla y su Extremadura.
Allí, la tierra es hija del hombre; aquí es su madre.
Aquél, el hombre que conquista a su tierra con el arado,
es el conquistador de tierras; éste, el hombre conquistado por el terruño, es defensor del suyo. Aquí empezó
33
la Reconquista; mas mientras fue defensa. Montañeses
ayudarían a Pelayo; llaneros siguieron al Cid.
Esto es todo como un nido celado entre picachos, o
más bien como un regazo materno. Las faldas y los
repliegues de las montañas, como brazos maternales. Y
es maternal la bruma. Cuida la montaña de sus hijos y
acaso piensa por ellos, dejándoles soñar aquí, al rumor
del Nansa, que va derecha e inmediatamente a la mar,
la vida, que pasando queda; la misma vida de sus abuelos, acaso la misma de sus nietos.
¿Piensa la montaña?
Decía Obermann1 que no cabe expresar la permanencia de las montañas en una lengua, el francés, hecho
por los hijos de las llanuras, y dijo Eliseo Reclus2 que
el español es acaso el idioma más rico para expresar
accidentes diversos del terreno montañoso; el español
serrano, se entiende. La misma voz sierra se ha propagado a otras lenguas. Interesante un vocabulario de las
voces con que en este valle se designa a diversas formas
1.- Obermann (1804) es una novela de Senancour (1770 - 1846), autor
prerromántico francés que influyó de forma notable en Unamuno, muy en
especial en Del sentimiento trágico de la vida (1912) y en Niebla (escrita
en 1907 y publicada en 1914), en cuyo prólogo llega a afirmar que este
autor junto con Quental y Leopardi operan como influencias decisivas en
su obra.
2.- Eliseo Reclús (1830 - 1905), geógrafo francés y anarquista de primera
generación.
34
y configuraciones y accidentes del terreno, cuando tan
pobre es su lengua en nombres de plantas y flores silvestres. Toda flor que de nada les sirve es “rosa”. Pero
oíd lo que son torca3, y besgata4, y sotámbaro5, y gándara6, y abiércol, y garma, y bijorco7, y cueto, y pical8, y
abertal9, y... sería cuento largo.
Pero entre tantas y tan expresivas voces, hay una que ha
encadenado nuestra atención, y es ciliebro. Ciliebro es
el estrato rocoso que asoma la blancura de la roca, entrañada por entre la tierra de las faldas de la montaña.
Al terreno aprovechable entre peñas largas y apareadas
le llaman cinto. Y castro, a un peñasco o berrueco aislado; castro, o sea castillo, los raigones de cuyas ruinas
remeda, cuando no riman en él, como en las ruinas de
los castillos la hiedra con la piedra.
¿Por qué ese nombre, ciliebro, atrajo nuestra atención?
Porque se nos figuró que puede muy bien ser una mo3.- Torca: Sima. Del latín TORQUERE, “torcer”.
4.- Besgata: Diminutivo de viesga, lugar comprendido entre dos castros
próximos.
5.- Sotámbaro (más propiamente, sotámbaru): Hueco formado bajo una peña
por causas naturales o por la acción de algún animal que puede servir de
refugio ocasional.
6.- Gándara: Tierra inculta, quebrada y llena de maleza.
7.- Bijorco (más propiamente, bijorcu): 1. Canal muy estrecha y profunda en
el monte; 2. Hoyo profundo; 3. Lugar donde se unen dos canales, entendiendo por canal, en femenino, el cauce natural de las aguas que bajan de
la montaña.
8.- Pical: Pico, cúspide aguda de una montaña.
9.- Abertal: Espacio abierto, sin cerca.
35
dificación, conforme a las leyes de la fonética latinocastellana, Y en cuanto al proceso conceptual metafórico,
sentíamos a estos hombres - o a sus remotos abuelos,
que eran estos mismos cuando tuvieron que crearse su
lengua - viendo asomar esas rocas por entre la carnosa
tierra vegetal, como asomar los sesos de una res cuando
se descalabra - descalavera - y esmiloja - el hombre se
descrisma - peñas abajo. Esas rocas son el cerebro, los
sesos rocosos de la tierra; su corazón, de peña además.
¿Corazón o cerebro? Esa sutil distinción entre sentimiento y pensamiento no existe en la psicología de estos primitivos hijos de las montañas. Sienten pensando,
y piensan sintiendo. Ni se detuvieron en el momento
estético o contemplativo. Su espíritu es económico, en
el sentido que a esta designación da Croce10. Y no se
sabe si es que piensan con el corazón o es que sienten
con el cerebro.
Esas rocas, envueltas en tierra de pasto, están pensando
por ellos, y están pensando desde hace siglos, y siempre
el mismo pensamiento. Más de una vez, contemplando
el rocoso esqueleto de España, no hace aún un mes
en Gredos, y hace pocos días, llenando el alma con la
visión de los Picos de Europa desde Potes, al pie de
la vieja torre del Infantado, volvimos a rumiar nuestra
antigua figuración de que eran las entrañas óseas de la
10. Benedetto Croce (1866 - 1952), escritor, filósofo, historiador y político
liberal italiano.
36
patria sorbiendo el beso ardiente del sol desnudo, su
padre. Y así hay que figurárselas viendo los abiércoles,
las pedregosas laderas sin vegetación que sustentan a
los Picos de Europa. Pero cuando esas rocas emergen
de una tierra maternal, de pasto -por pobre que ésta
sea -, son acaso los sesos, y sesos al descubierto. Ayer,
en el vecino valle de Polaciones, contemplaba unas
montañas, maternales y lozanas - matronales diríamos
-, vestidas de haedo y de robledo hasta la cumbre, y
destacándose sobre el fondo de Peña Labra, que era la
puerta del bajo cielo. Moría la tarde sobre la serenidad
reposada del valle, y en el derretimiento del anochecer
se anunciaba la dulce luz brumosa de la luna llena, que
iba subiendo por detrás de las montañas. Y a la luz lechosa de la luna, entera y redonda, los ciliebros parecían
soñar, que no pensar. Pero ¿no es acaso no ya la vida,
sino el pensamiento, sueño?
37
LIBROS DE SABLE, 3
Descargar