VERDOYA, SILVINA NORA “PONER LÍMITES SIN EJERCER VIOLENCIA” "La violencia contra los niños jamás es justificable; toda violencia contra los niños se puede prevenir". (Del Comité de los Derechos del Niño - Observación general Nº 13) INTRODUCCIÓN La puesta de límites suele ser un asunto complicado. Tanto familias como educadores nos cuestionamos permanentemente acerca de cómo poner límites sin que esto implique ejercer un acto de violencia sobre los niños. ¿Qué nos pasa a los adultos (educadores y familia) ante la conducta disruptiva? ¿Qué hacemos cuando “ponemos límites”? ¿Qué “limitamos” cuando “ponemos límites”? ¿Qué diferencias hay entre poner límites como cuidado o poner límites con violencia? Si, como afirma la Observación 13 “La violencia contra los niños jamás es justificable”, no estamos haciendo eso cuando se “naturalizan” ciertas prácticas de violencia bajo el pretexto de poner un límite? ¿Cómo poner buenos límites que ayuden al niño a crecer sano? ¿Desde dónde poner límites? ¿Para qué hacerlo? ¿Cómo prevenir desde nuestro rol de educadores la violencia contra los niños? Este trabajo pretende abrir el análisis y la reflexión sobre el tema de los límites, el derecho de los niños y la obligación de los adultos de que estos sean enseñados en un contexto de no violencia, en un marco de afecto y comprensión del proceso que lleva a un sujeto-niño a aprender a convivir en armonía, siendo objeto de respeto al mismo tiempo que respeta a su entorno. ¿Qué es un límite? Los límites son reglas o normas que tienen por objeto generar condiciones que posibiliten la convivencia, la tarea y el bienestar común. Pensando en “límites” me aparecen necesariamente las ideas de “delimitaciones del camino”, “cerco protector”, “marcos contenedores y referenciales”, es decir pensamientos y acciones que lejos de agotarse en una instancia restrictiva, remiten al cuidado y protección necesarios para la crianza en un ambiente de libertad que posibilite procesos de crecimiento, de apertura y de creación. Cuando hablamos de límites como normas, fronteras, camino, posibilidad de libertad creativa, debemos también aclarar que estos conceptos no pueden ser subjetivados o privados, es decir, para que sirvan, para que sean funcionales al sujeto, deben ser compartidos y pertenecer al grupo de referencia, en nuestro caso, la familia y la escuela. No tener límites claros produce caos, que nada tiene que ver con la libertad. Su producto no es la felicidad, sino la incomunicación y la angustia del sujeto que queda abandonado, librado a sus impulsos más básicos, sin la protección adecuada de aquellos adultos cuidadores que tienen la obligación de preservarlo, y esta es también una forma de violencia. ¿Y qué es violencia? Según se define en el artículo 19, párrafo 1, de la Convención de los Derechos del Niño.se entiende por violencia "toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual" Podemos llamar violencia a todo acto que atente contra la integridad física o psicológica de un sujeto, desde el maltrato físico o verbal, el abuso de cualquier tipo (abuso de poder, abuso sexual, etc.) hasta la humillación. Estas violencias psicológicas muchas veces son obra tanto de la familia como de la escuela misma. De allí que debemos reflexionar y prepararnos concientemente para no renunciar a nuestro deber de poner límites por temor a caer en actitudes violentas, al tiempo que desarrollamos estrategias para limitar cuidando. El Comité de los Derechos de Niño reconoce “la importancia primordial de la familia, incluida la familia extensa, en la atención y protección del niño y en la prevención de la violencia. Sin embargo, reconoce también que la mayor parte de los actos de violencia se producen en el ámbito familiar y que, por consiguiente, es preciso adoptar medidas de intervención y apoyo cuando los niños sean víctimas de las dificultades y penurias sufridas o generadas en las familias […] También es consciente de que en instituciones del Estado, como escuelas, guarderías, hogares y residencias, locales de custodia policial o instituciones judiciales, los niños son víctimas de actos de violencia intensa y generalizada…” [1] De estos estudios se desprende que escuela y familia debemos trabajar juntos en este objetivo. DESARROLLO EL LÍMITE COMO CUIDADO Pensando en el límite como cuidado, observemos el momento de juegos en el patio del jardín. Juego libre. ¿Y los límites? Están allí, para proteger, para cuidar, para dejar jugar, para dejar hacer… Veamos… lo primero que descubrimos son las rejas que rodean nuestro patio. Son límites físicos que permiten que los nenes tengan un lugar seguro donde correr, que los extraños y animales que pasan por la vereda no sean un peligro, que esa pelota que pateó Manuel no se vaya a la calle… ni Manu detrás de ella!!!. Celeste ve pasar a su mamá por la vereda de enfrente, la llama y la saluda con la manito; después, sigue jugando… y mamá haciendo las compras. Hacia la derecha, unas marcas en el piso. También son límites, que llevan a un grupo de chicos y chicas en forma ordenada desde la Tierra hasta el Cielo. Respetan turnos, hay reglas… “¡hiciste trampa!”, ellos también “se ponen límites”… saben que si cada uno hace lo que quiere, no se puede jugar. En la trepadora los chicos forman espontáneamente una fila para subir por las escaleras, por la rampa y desfilan uno a uno para tirarse por el tobogán. Desde arriba todo se ve distinto. “¡Seño, mirá qué alto soy!”, dice Joaquín. Es lindo mirar desde arriba!. Por suerte la trepadora tiene una baranda que les permite a los chiquitos la aventura de mirar desde las alturas… sin peligro. Maxi quiere pasar primero y empuja a Camila. Camila llora, la seño la contiene e invita a Maxi a pensar qué pasó. Muchas veces hablamos de cómo nos gusta que nos traten… y que ese mismo respeto tenemos que tener por los demás. Maxi se da cuenta de que se equivocó y pide perdón, de corazón. Hasta le da un besito a Cami, le hace una caricia en la rodilla…y ya no duele más. Sonrisas. Camila y Maxi se van a jugar juntos. UNA REALIDAD COTIDIANA Pensando con las familias: Durante las entrevistas iniciales del grupo de 2 años a mi cargo, me encuentro con historias repetidas: “es tremendo/a!” “hace lo que quiere” “yo ya no sé qué hacer” “no me da bolilla” “duerme con nosotros… no lo/a podemos sacar de la cama porque hace un escándalo!!!” “es súper caprichoso/a” “En cuanto salimos a la calle, quiere todo lo que ve: capricho en el quiosco, capricho en cada vidriera!... ¡yo ya no doy más!... yo quiero darle todo, hago lo que puedo, pero no tengo plata para comprarle todo!... Después, además, al rato ya no le llama la atención” Al conocer al grupo veo que el relato de las familias se condice con la realidad: estos nenes y nenas, en su gran mayoría no se han encontrado aún con la experiencia fundante que implica el aprendizaje del límite. Tienen conductas caprichosas, baja tolerancia a la frustración, les resulta muy difícil soportar un mínimo tiempo de espera o postergar la satisfacción del deseo por unos momentos. La demanda es incesante y al no ser satisfecha, acontece el desborde... y son 21 niños!!!... se avecina un año de mucho trabajo Aprovecho la reunión de padres para reflexionar con las familias acerca de los límites y propongo un torbellino de ideas: “¿Cuáles son las primeras palabras que vienen a sus mentes cuando piensan en “límites”?”. Veo un cambio en los rostros de los familiares presentes: de la sonrisa y el gesto apacible, muchos pasan al ceño fruncido…y la palabras que aparecen, acompañan: “¡No!”, “¡Basta!” “¡Pará!” “¡Calláte!” “¡Te pego!”. Al conversar sobre la propia experiencia con los límites surge el miedo a actuar como lo hicieron en algunos casos con ellos cuando eran niños: “A mi me daban un castañazo y sanseacabó!” “¡Yo ni loca hubiera enfrentado así a mi mamá o a mi papá… me mataban!” Algunos adultos sostienen: “Un chirlo a tiempo evita muchos problemas” … nuevamente me surge la misma reflexión: ¡¡se avecina un año de mucho trabajo!! Les pregunto quiénes suelen jugar a algún deporte y varios papás comentan que a veces juegan al fútbol. Sigo preguntando: “Y si se encuentran en el Parque Saavedra un domingo, ¿qué es lo primero que hacen?” “Marcamos la cancha y los arcos: de la mochila al buzo y de la piedra al bolso” “Separamos los equipos y las funciones de cada uno en la cancha: solteros y casados, con remera y en cuero, yo voy al arco y el abuelo es el referí”. Repregunto: “¿y las reglas?, ustedes, seguramente ya las conocen, pero qué pasaría si viene un rugbier y quiere jugar al fútbol con las reglas del rugby ?” “En cuanto agarre la pelota con la mano, el referí le cobra falta…y al primer tackle, tarjeta roja y afuera, no juega más!” “¿Y si nadie le explicó que esto es fútbol y que las reglas son otras, cómo se puede sentir el jugador?” “Triste y decepcionado, o con bronca, porque seguramente no cometió las faltas en forma intencional, sino que no sabía”… Fueron muchas las familias que hicieron hincapié en el tema de los caprichos y la dificultad en los límites, lo que dio pie a una rica reflexión acerca del valor y significado de los límites en tanto contención, cuidado, “marcar la cancha”, poner y enseñar las reglas y asegurarse que se cumplan para posibilitar la convivencia, el rol de los adultos respecto de los chicos, las relaciones asimétricas, etc. Asimismo se abordó la cuestión de la necesidad de sostener el “NO” con constancia, paciencia, cariño y firmeza y no dar cabida al capricho. Contextualizando la realidad: estos chiquitos en casa hacen lo que quieren mientras los adultos soportan conductas molestas y/o peligrosas, que saben que deberían evitar, y sólo paran cuando mamá o papá se harta, pega cuatro gritos o les da un chirlo porque no los aguantan más o bien cuando se lastiman. Sin dudas, estamos ante actos de violencia. Múltiple violencia: violencia porque no hubo un adulto cuidador que le enseñara amorosamente a esa criatura qué puede hacer y qué no debe hacer, violencia por permitir que se instalen como hábitos conductas que no promueven una convivencia armónica, violencia por permitir conductas de riesgo y violencia ejercida directamente sobre los niños al gritarles o pegarles para que dejen de hacer aquello que hasta hacía unos momentos estaba permitido, por omisión de haberlo limitado. La conversación derivó en reflexiones que los sorprendieron… evidentemente no eran obviedades: si nadie se ocupa de enseñarles a los chicos qué esta bien y qué esta mal, difícilmente podrán aprenderlo por sí mismos y no podremos evitar que la violencia se siga instalando. Y no sólo me refiero a los límites que deben establecer los adultos en contacto con los chicos, sino también a aquellos que los chicos deben imponerse a si mismos. Por ejemplo, un niño que decide saltar de un juego de dos metros de altura sin prever la consecuencia más esperable, salir lastimado; si juega a golpearse con el amiguito, prever que lo más probable es que ambos salgan heridos. La construcción de estos límites se debe dar desde que son muy chiquitos y, de hecho, los primeros "NO" deben aparecer ante la curiosidad del bebé y sus ganas de explorar el mundo (nadie duda en decirle NO al bebé que quiere meter sus dedos en el enchufe). En otras palabras, la cuestión de los límites es algo que los padres deben enseñarles a sus hijos, mostrándoles que no todo es posible y que no se pueden satisfacer los deseos las 24 horas. Muchas veces el problema radica en que dejando a los chicos hacer lo que quieran, los padres creen ganar mayor "tranquilidad", o quizás suponen que de este modo permiten “que sean libres”, o quizás lo hacen porque “yo sufrí muchas carencias cuando era chico y a mis hijos quiero darles todo”… entonces, papá, mamá, si querés darles todo, también brindales la posibilidad de tener tu “NO”. El vacío de límites más que otorgar mayor libertad, desorienta a los chicos. Los límites estructuran y ayudan al niño a crecer sano. Frecuentemente, por esforzarnos en “comprender” la conducta de los chicos, los adultos cuidadores nos olvidamos de enseñar también que en la vida hay derechos y obligaciones y que si el chico hace algo que no debe, no solo hay que entender por qué lo hizo sino que también se le debe señalar lo incorrecto y enseñarle que no debe volver a hacerlo y que si insiste, tendrá consecuencias derivadas de su decisión. Algunas personas confunden “sanción” con “castigo y en lugar de “sancionar” una conducta disruptiva a los efectos de que el niño pueda comprender que al libre albedrío corresponde el hacerse cargo de las consecuencias derivadas de nuestras propias acciones, “castigan” al niño, ejerciendo un acto de violencia, habitualmente con reacciones automáticas, mecánicas, que se suelen “naturalizar” y hasta justificar y que lejos de servirle al niño para construir una moral reflexiva y autónoma, destruyen su autoestima y su vínculo con el adulto cuidador. La relación causaefecto entre conducta y consecuencia sólo tendrá sentido si una deriva de la otra y será tanto más efectiva para que el niño comprenda la importancia de comportarse según las normas de convivencia en tanto puedan ser reparadoras de lo que provocó el error: si destruyó la construcción de un compañero tendrá que ayudarle a construirla, si lastimó a alguien deberá colaborar para curarlo, pedir disculpas y acompañarlo hasta que deje de llorar y juntos puedan seguir jugando, si ensució deliberadamente, tendrá que limpiar. No cabe el enojo o el “castigo”. Sí la firmeza en la actitud, la contención al desborde y la paciencia en sostener la norma. Si la consecuencia de su acción no guarda relación directa con la sanción, el niño no puede comprender qué fue lo incorrecto de la acción sancionada, no estamos colaborando en la interpretación de las normas, no les permitimos avanzar en el proceso de construcción de la autonomía. Es importante recordar que los padres y los maestros no son amigos de sus hijos, ni sus pares. Su rol es educar, formar y ser ejemplo. De ningún modo tienen una relación de iguales. Por el contrario, es necesaria la asimetría para ejercer el rol que nos compete. Cuando el adulto dice un "NO" le da al niño herramientas para su presente y para su futuro y al mismo tiempo le ofrece también el "SI" de lo que puede hacer. El límite es al mismo tiempo restrictivo y habilitante. LLEGAMOS A LA ESCUELA... UN POCO DE TEORÍA ¿Y en la escuela? ¿Cómo hacer que responda al límite verbal y a la norma explicitada un niño que en su hogar sólo “para” por miedo o cuando se encuentra con el castigo físico o la consecuencia de un (mal llamado) “accidente”? Creo que la escuela tiene un papel fundamental, junto con la familia, en el tema de los límites... y es trabajando juntos. Los adultos cuidadores debemos reflexionar acerca de la violencia, tanto desde nuestro rol de espectadores o víctimas de la violencia de otros como cuando de alguna forma somos nosotros mismos quienes caemos en estas actitudes. La escolarización de los chicos pequeños pone a la escuela como un escenario privilegiado y fundante en el proceso de descentralización del niño, diferenciación e individuación, aspectos necesarios en su camino hacia constituirse en un ser social. En este sentido, la escuela tiene la misión de constituirse en un espacio de confianza, seguridad y coherencia en lo que hace a los límites. Phillipe Meirieu sostiene en una interesante conferencia que “la escuela es una institución que se construye como un esfuerzo para sorprender a la violencia humana. Es un lugar donde los chicos tienen que descubrir la ley. Decimos “la ley” en el sentido antropológico del término, que incluye: la prohibición del incesto, la prohibición de molestar a los demás y la prohibición de la violencia que consiste en hacerlo todo, para que las soluciones privilegiadas sean aquellas que no van por el lado de la agresión física o psicológica.(...) No molestar significa no destruir el bien común. En definitiva, hay sociedad cuando los hombres deciden justamente eso: no apelar a la violencia.”[2] Y es la palabra lo que nos permite metabolizar y evitar la violencia que procede del impulso, de ese deseo primario que pasa directamente al acto. Allí radica el papel del educador: instalar la palabra como medio de expresión del sentimiento que de no mediar ésta, derivaría en actitud violenta. En este sentido, la escuela es un espacio privilegiado, donde, como propone Marcel Mauss en su libro “Ensayo sobre el don”, en el cual toma el ejemplo de los caballeros de la mesa redonda, se entra dejando la propia espada en la puerta: “Deja tu espada en la puerta. Entras en un espacio donde no es tu espada la que hace ley, sino la posibilidad de hablar y hacer sociedad”. [3] Es desde este lugar, que la norma, la regla, el límite cobran sentido, en tanto ponen el derecho de cada uno en primer plano, al mismo tiempo que proponen el descubrimiento de la alteridad, es decir, el descubrimiento del otro, como semejante y diferente, que lo define y recorta en su identidad. El niño va comprendiendo de a poco que su deseo choca contra la existencia del otro y que él no tiene el poder de hacer y deshacer a su antojo ni de construir o destruir la ley, sino que tiene que descubrirla e interiorizarla. Se trata de bajar su omnipotencia y convertirlo en un ser social con capacidad de aplazar su deseo por la función del pensamiento, antes de pasar al acto. En este contexto, la misión del educador radica en crear un espacio donde los seres puedan comunicarse sin pelear, donde cada uno se presente con sus características, potencialidades y deseos y descubra al otro con las suyas, semejante y diferente, dentro de un encuadre de normas de convivencia que proponga la comunicación sin violencia, con respeto por la diversidad. Un espacio donde el deseo y la pulsión es atravesado por el pensamiento, la palabra y la ley antes de pasar al acto. El Jardín es para estos chiquitos el lugar donde es posible una re contextualización de los límites. Nos encontramos en un mundo donde las instituciones han sido en gran medida vaciadas de contenido, una sociedad en la cual no podemos apelar a la normativa o al “deber ser” como algo instalado o transmitido como herencia de padres a hijos. Podemos quedarnos en la queja y en la impotencia, o ver en la desaparición de las referencias una gran oportunidad para, desde la educación, construir referencias nuevas. Es en la escuela desde donde se puede propiciar una vuelta a la educación en valores, proponiendo desde lo cotidiano y desde el proyecto pedagógico el respeto frente a la diversidad, al atropello o al desconocimiento del otro y el hacer entre todos por el bien común frente a la competencia que pisotea al prójimo y la compulsiva satisfacción del deseo básico, primario por encima del bienestar general. Sí, insisto: ¡se avecina mucho trabajo! SE ME QUEMAN LOS PAPELES… A BUSCAR ESTRATEGIAS! ¿Y qué me pasa a mí como docente cuando una situación me supera? ¡¡¡Necesito que me ayuden!!! Sí. A veces por más saber teórico, paciencia y amor que pongamos, hay situaciones que nos superan: este chico, esta familia, las presiones “de arriba”… y nosotros mismos con nuestras propias barreras y sombras… y no tenemos todas las respuestas, ni podemos ver todas las variables que se juegan, ni la multicausalidad de una conducta disruptiva, o quizás no estamos usando el lenguaje que nos permita una verdadera comunicación de corazón a corazón con el otro, ese discurso peculiar que habilita significados que trascienden a la palabra. Como me reconozco un ser incompleto, creo que es importante crear una red de autorizaciones mutuas con otros para “hacer campo” sobre el sujeto y su circunstancia particular, como proponen Isabel Asquini y Graciela Nejamkis en “¿Por qué vale la pena una práctica entre varios?” [4]. “Hacer campo”, alude a una estrategia que implica poner al sujeto en una posición central donde pueda ser observado por varios actores, quienes focalizando en este sujeto ponen en juego una multiplicidad de saberes, competencias, habilidades, voluntades y subjetividades que al integrarse y autorizarse mutuamente producen resultados que por sí solas no podrían lograr. Los actores que participan de este entramado no siempre pertenecen a un equipo, a veces son circunstanciales, instituyentes para cada ocasión, enriqueciendo los recursos de lo instituido, que no siempre da respuesta a todos los sujetos, particularmente a quienes son protagonistas de situaciones disruptivas y por lo tanto requieren de un estilo de intervención diferente, un abordaje entre varios, haciendo campo en ellos. Quizás la respuesta para determinado niño la pueda hallar una persona que no sea SU maestra/o o quizás inclusive que ni siquiera pertenezca al equipo docente (¿por qué no dar cabida al transportista si nos ayuda a comprender por qué hoy Tobías vino tan alterado?). Al momento de evitar la violencia que nace de un sujeto que no puede resolver de otro modo un conflicto que lo desborda, ningún recurso sobra. Por el contrario, quien pueda realizar su aporte para hacer foco sobre el niño y sacarlo de esa situación, debe ser autorizado. Este “hacer campo” no es desdibujar los roles de cada uno, sino que implica tramar una red entre varios, donde cada uno sostiene el lugar central del sujeto, en un marco de autorizaciones mutuas, una red que sostiene al sujeto, lo limita al mismo tiempo que lo salva de caer y por esto lo protege. ¿Y CÓMO? Educar nos pone frente a la necesidad de enseñar qué está bien y que está mal, cómo comportarse en un ámbito de respeto por nosotros mismos y por el otro, qué conductas podemos dejar liberadas al propio impulso y cuáles es necesario refrenar, sosegar o evitar por nuestra propia integridad y la de los demás, conociendo las consecuencias que derivan de actuar en forma impropia. ¿Cómo enseñar esto sin ejercer violencia? Sin pretender dar “recetas magistrales”, algunas estrategias me resultan útiles para poner límites sin violencia (en mi casa y en la escuela): F Dar mensajes claros: decirle claramente a los chicos qué quiero que hagan o dejen de hacer, utilizando el “por favor”. F Chequear si entendió: sin enojo, preguntar simplemente si entendió lo que le pedí. F Refuerzos positivos: desde el simple “gracias” al elogio amplio y la sonrisa por la buena actitud o “¡qué bien que lo hiciste!” “¡cuánto aprendiste, te felicito!”, tantas veces como sea posible. F Firmeza en la norma: lo que está mal, está mal y no se negocia. “Ni aunque estés enojado podés pegarle al amigo. Puedo entender tu enojo, ayudarte a calmarte, consolarte y quizás hasta tengas razones para enojarte… pero ni aún así podés pegarle al amigo”. F Constancia en el límite: lo que está prohibido, está prohibido siempre, aunque esté cansada, apurada o de mal humor. Ej: no hay razones para faltarle el respeto al otro. F Advertir al niño que si no cesa de hacer algo que está mal, tendrá consecuencias… y cumplir. Por lo tanto, la advertencia debe ser real y posible: Ej: “si continuás revoleando los juguetes te vas a quedar sentado aquí, mirando cómo juegan los otros chicos sin revolearlos”. En caso de no deponer su actitud, cumplir con este “tiempo fuera”, tantos minutos como corresponda, según la edad del niño (2 años = 2 minutos). Luego, permitir que se reintegre a la actividad, recordando previamente la norma. De nada sirve decirle a un niño que si sigue pegando se quedará sin almuerzo, porque, en primer lugar nada tiene que ver la acción con la consecuencia, lo cual no ayuda a comprender lo incorrecto de la acción, por lo tanto, no contribuye a la construcción de una moral autónoma, y por otra parte, sabemos que no nos resultará posible dejarlo sin comer, con lo cual le estaríamos mintiendo, lo que redunda en perder la confianza en la palabra del adulto. F F F Poner el límite y repetir el procedimiento tantas veces como sea necesario NUNCA ceder ante el llanto, el capricho o el desborde. Estar disponible y poner el cuerpo para contener físicamente. Muchas veces, el niño que se desborda está necesitando un abrazo. El límite cuerpo a cuerpo trae el recuerdo emotivo de los brazos de la mamá o de una figura maternante, el recuerdo de un adulto cuidador en quien es posible depositar la confianza. El abrazo cariñoso da “contorno”. Es el correlato físico del límite verbal, del “hasta acá podés vos… y donde vos no podés estoy yo para contenerte” “te digo NO con todo mi amor”. El abrazo calma la sensación de angustia y el vértigo que le produce al niño su propio desborde, al mismo tiempo que le da la seguridad de “no caer” y pone al adulto en el sitio de la autoridad por merecimiento propio, porque es el que cuida, el que sostiene, el que decide la maniobra del barco en la tormenta para llevarlo a buen puerto…y no porque tenga más fuerza, un cargo o más poder!! F Permitir que ocurra la consecuencia de la acción, cuando esto no represente riesgo para el niño y cuando sea posible que el mismo chico repare lo ocurrido. Ejemplo: si el niño corre con el vaso de agua en la mano, advertirle que va a volcarla si no va con cuidado, pero si persiste en la acción y vuelca el agua, tranquilamente pedirle que limpie. Luego, retomada la calma, reflexionar sobre lo ocurrido y cómo lo puede evitar. Esto refuerza el sentido de responsabilidad por los propios actos. F Dialogar con los chicos y compartir con ellos nuestras expectativas. Esto crea en ellos un imaginario que les permite proyectarse y tener claro qué esperan los adultos de referencia de ellos. Además, esta apertura al diálogo les ofrece la ocasión de expresar sus emociones, hablar sobre sus conflictos y pensar cómo solucionarlos. F Cambiar un NO por un SI, cuando esto sea posible. Pensemos cuántas veces, en lugar de decir “el caramelo NO, porque ahora tenés que comer la comida”, podríamos decir “SI!, después de comer la comida, nos comemos un caramelo” F Solidarizarse con el deseo en lugar de negarlo, pero ponerlo en su lugar y aplazarlo hasta cuando sea posible satisfacerlo: Estamos en el colectivo y el nene dice:“¡Quiero jugo!” Podemos entrar en la discusión de “No, ahora no podemos, porque estamos en el colectivo.. y no nos podemos bajar… y todavía falta mucho para llegar a casa… y… y …”, con lo cual negamos el deseo o quizás la necesidad, si se trata de legítima sed y entramos en una batalla y una discusión innecesaria. Otra posibilidad sería: “¿Tenés sed? Yo también tengo mucha sed. En cuanto lleguemos nos vamos a tomar un rico vaso de jugo”… Y en el jardín pasa lo mismo: “Quiero ir al arenero” El “No! ahora hay que tomar la merienda!” podría cambiar en “¡Qué buena idea! Después de la merienda vamos!”. La capacidad de postergar un deseo refuerza la inteligencia emocional. F Cambiar la forma de decir que NO, apuntando a que el NO es hacia la acción y no hacia el niño o su deseo: a veces no es posible “postergar” la satisfacción del deseo, sino que realmente no es factible realizarlo, al menos en el tiempo que el niño percibe como próximo. Por ejemplo, pensemos en “quiero que me compres ese juguete”. Podemos decir “NO, porque no tengo plata…y ya te compré otro, y vos siempre me pedís y yo no puedo comprarte todo…” y descargar en el niño toda nuestra frustración por nuestros magros ingresos o entender el deseo, solidarizarse con él niño y su deseo, decirle “qué lindo, a mí también me gusta, está buenísimo” y explicarle tranquilamente que uno no siempre puede comprar todo lo que le gusta, pero que lo tendremos en cuenta si en alguna ocasión podemos hacer ese gasto. Muchas veces el niño al pedir que le compren algo no está pidiendo el objeto sino la atención del adulto y el reconocimiento de sus gustos; es una forma de afirmar su persona a través del objeto que elige señalarle al adulto en la vidriera. F Establecer límites sustentados en el respeto, la solidaridad, la cooperación, el afecto y sostenerlos de manera justa para todos. F Tener claro que SIEMPRE estamos enseñando. Si ante una actitud caprichosa, cedemos, les estamos enseñando que con el capricho conseguirán lo que quieran. F Educar con el ejemplo: los chicos nos miran… hasta cuando menos lo pensamos! Si actuamos en forma injusta, violenta irreflexiva o egoísta, les estamos enseñando a comportarse del mismo modo. Si con nuestra actitud o con nuestro discurso les mostramos que cumplir las reglas es para “tontos”, no esperemos que ellos las acepten. ¡No son tontos! F Ponerse de acuerdo con los otros adultos con quienes compartimos la tarea de poner límites, al menos en el mismo ámbito: si papá permite jugar a la pelota adentro y mamá no, confundimos a los chicos. Si la seño de la mañana me hace limpiar cuando ensucio adrede, sería sano que la de la tarde tuviera la misma actitud. En ningún caso desautorizar al otro. F Tener claro que los niños son sujetos con permanente capacidad de aprender y modificar hábitos y conductas y que vale la pena el esfuerzo de tomarnos el trabajo de enseñarles si queremos que cambien algún comportamiento o forma de expresión. F Realizar talleres con las familias para pensar en el tema de cómo poner límites sin violencia y compartir información, estrategias, reflexiones, vivencias, en un marco de confianza, ayuno de cualquier tipo de juicio, que dificultaría o invalidaría la posibilidad de modificar hábitos y conductas familiares. LO PRIMERO SON L@S NIÑ@S!!! Como escuela tenemos la obligación de prevenir todas las formas de posibles de violencia, desde aquellas acciones de las cuales podemos y debemos hacernos cargo, hasta otras que si bien no son de nuestra competencia directa en lo que respecta a su administración, sí nos competen en el terreno de la detección y derivación a los organismos correspondientes. Además de las derivaciones a los Equipos de Orientación Escolar, en casos extremos que excedan nuestras posibilidades, contamos con otros recursos legales para preservar a l@s chic@s de situaciones de violencia. A tal efecto, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sanciona con fuerza de Ley, la Protección integral de los derechos de niños, niñas y adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires. El capítulo segundo refiere directamente a las “Medidas de Protección Especial de Derechos” y nos instruye en cómo actuar ante casos de violencia: “Artículo 39.- Comunicación. Toda persona que tomare conocimiento de la existencia de abuso físico, psíquico, sexual, trato negligente, malos tratos o explotación de niños, niñas y adolescentes debe comunicarlo inmediatamente a los organismos competentes y a las defensorías zonales creadas por la presente ley. Si fuere funcionario su incumplimiento lo hará pasible de sanción. Artículo 40.- Acciones sociales de protección. Cuando el organismo creado por la presente ley tome conocimiento de alguna amenaza o violación de derechos de niñas, niños y adolescentes debe implementar en forma directa o a través de sus unidades descentralizadas, las acciones sociales de protección especial tendientes a proporcionar escucha, atención, contención y ayuda necesarias a las niñas, niños y adolescentes y a quienes cuiden de ellos. Artículo 41.- Intervención Judicial. La intervención judicial podrá ser requerida: a. por quien tenga interés legítimo como representante legal de niños, niñas y adolescentes o como miembro de su familia de parentesco o de la comunidad local; b. por los integrantes de los equipos técnicos que se desempeñen en los organismos creados por la presente ley; c. por el propio niño/a o adolescente en su resguardo.” [5] UNA REFLEXIÓN PERSONAL: “EL ADULTO ES AL NIÑO LO QUE LA TAZA AL CAFÉ” Los chicos son como el café: ricos, con notas vibrantes, para disfrutar en su compañía. Pero para poder disfrutar del café es necesario un continente adecuado. Los grandes debemos ser esa taza que contiene al café, que lo cuida, que lo protege, que no permite que se derrame. Si estoy navegando en un barco y hay mucho oleaje, el café puede tender a desbordarse… será necesario que la taza acompañe y contenga para evitar derrames. A veces el café está caliente y no lo podemos disfrutar en ese estado. La taza contiene, espera, calma, enfría. Muchas veces, incluso, el café transfiere su “calor” a la taza y la taza también se calienta… pero no puede romperse; si la taza se rompe, su valioso contenido se pierde. Tampoco puede calentarse más que el café, porque lo haría hervir…y todos sabemos que el café hervido se desnaturaliza y pierde sus propiedades. Del mismo modo, el adulto puede “calentarse” por la conducta desbordada del niño, pero jamás puede sumarse al desborde, y “romperse”. Su misión es calmar, enfriar, contener y proteger, como la taza al café. [1] Del Comité de los Derechos del Niño - Observación general Nº 13 (18 abril 2011) Derecho del niño a no ser objeto de ninguna forma de violencia [2] Meirieu, Phillipe: Ciclo de videoconferencias, Observatorio argentino de violencia en las escuelas. Quinto encuentro: 25 de octubre de 2007 “Una pedagogía para prevenir la violencia en la enseñanza” [3] Mauss, Marcel “Ensayo sobre el Don” [4] Asquini Isabel, Nejamkis Graciela (2007) “¿Por qué vale la pena una práctica entre varios?”, en “Dirigir las escuelas primarias hoy. Avatares de la autoridad pedagógica. Itinerario en siete estaciones”. CePA: GCBA. [5] Ley de Protección integral de los derechos de niños, niñas y adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires