1 LA REENCARNACIÓN Cuando decidimos encarar este trabajo sobre la reencarnación, sabíamos que se trataba de una creencia sostenida por más de la mitad de la humanidad, habida cuenta que hindúes, chinos y japoneses, que son los pueblos más numerosos del orbe, la sustentan en su gran mayoría. La influencia occidental y judeo greco cristiana que modeló nuestra formación religiosa y filosófica, se refiere a la inmortalidad del alma, a la resurrección, a la redención en la otra vida, al culto de los muertos. Pero desde el año 553 de la era Cristiana, el emperador Justiniano prohibió a la Iglesia toda enseñanza sobre la preexistencia del alma y la reencarnación. Giordano Bruno murió en la hoguera en pleno siglo XVI por proclamar la realidad de esas creencias. Así que para el cristianismo la reencarnación es una filosofía o religión basada en creencias erróneas. Recurrimos entonces a algunas pocas fuentes históricas, filosóficas, espiritistas y religiosas. Y descubrimos que es un campo tan inmenso y fascinante, que nos sería imposible abarcarlo como para sacar conclusiones definitivas – como en muchos temas -. Pero creemos que algunas cosas relevantes podemos compartir para dar pie a reflexiones nos enriquezcan, tal vez modificando estas conclusiones preliminares. LA CONJURACION DE LA MUERTE El ser humano es el único ser vivo que es consciente de que su vida es limitada y que va a morir como un destino inevitable. Esta consciencia de la propia muerte -por una enfermedad, un accidente o por propia mano- estaría en la base de la angustia que acompaña a todo ser humano. Y sería la fuente de la vida misma. En lugar de paralizar al hombre porque de todas formas va a morir, la muerte da sentido a la vida. Las creencias sobre la predestinación, como la que tenían los indígenas de mesoamérica o diversas corrientes religiosas, fueron sólo uno de los recursos que el hombre utilizó para conjurar el temor a la muerte. Sabemos que los tres temores básicos del hombre son: a la soledad, a la locura y a la muerte. Pero todos pueden reducirse al último temor. Y cada cultura, cada escuela filosófica, cada religión, en diferentes épocas, elaboró respuestas para el interrogante ¿qué pasa después de la muerte? Creemos que sería muy interesante, pero no es tema de este trabajo, recorrer el amplísimo y complejo repertorio de estas respuestas, porque alguien dijo que “el grado civilización de un pueblo se valora por el modo de tratar a sus muertos”. La cremación, que impide la descomposición y purifica por el fuego íntegramente a nuestra naturaleza material, cumple con el mandato bíblico: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Y ese polvo vuelve a la naturaleza – el agua, el aire y la tierra - para generar nueva vida. LA INMORTALIDAD DEL ALMA Es para evitar o atenuar todo ese dolor ante la muerte entre los que quedan vivos y mientras viven, que la humanidad a buscado y encontrado consuelo en explicaciones y creencias o convicciones hasta científicamente racionalizadas, de qué es lo que ocurre después de la muerte. Las explicaciones no son casuales y pretenden, por lo menos dos 2 cosas fundamentales: Primero, conjurar a la muerte y vencerla, como a una enemiga, según vimos precedentemente. Segundo, asumir como humanos una condición superior a la de simples animales, mediante la idea de la inmortalidad de una parte de nuestro ser – el alma -, ya que la inmortalidad de nuestro cuerpo no es posible y es muy evidente que no se produce en la realidad. Esta aspiración a la inmortalidad es una constante en la historia humana. El cuerpo en que encarna nuestra persona es mortal, pero no lo sería nuestra alma o nuestro espíritu. Y con esta convicción vencemos a la Parca, al destino ineluctable. Mors janua vitae, “La muerte es el pórtico de la vida”, la verdadera vida, es una idea mucho más esperanzadora que “La muerte es el fin de la vida”. En el Libro de la Sabiduría dice que “Dios creó al hombre para que no pereciera y lo hizo inmortal como él es”. El pecado original lo volvió mortal. Y la muerte y resurrección de Cristo es para los cristianos, la redención esperada y la recuperación de la posibilidad de la vida eterna. Pero aunque muera el cuerpo y se anuncie su resurrección, es el alma la depositaria de la vida eterna. Aunque el Juicio Final será testigo de una resurrección corporal, según algunos teólogos, para mantener la idea de la inmortalidad total. La muerte vivida como pasaje a otra vida mejor, pasando por la Gehena de los hebreos hacia la morada de los muertos o Seol, o hacia el Cielo o Paraíso, o el Nirvana de los hindúes, el Olimpo de los griegos, el trasmundo de los primitivos, es un regreso a una condición divina y perfecta, tierra sin mal y sin tiempo, en que ya no existe la muerte y se convive con la divinidad. Jung reconoce como arquetipo colectivo en toda mitología humana, el que la muerte es a la vez renacimiento del yo renovado. Los ritos de pasaje significan siempre muerte de un estado y nacimiento de otro. En ese sentido, la muerte es, pues, no un dolor, sino una fiesta, pues el que muere se eleva a convivir alegremente y en congregación con los más justos. No en vano en muchas culturas la muerte se celebra con música y canciones, mientras en otras se contratan lloronas de profesión. La muerte está conjurada, en cualquier caso. Pero no todo es alegría con la creencia de la inmortalidad del alma. El pasaje ‘a mejor vida’ es privilegio de unos pocos mortales, habida cuenta que está reservado solo a los justos y virtuosos. Como por naturaleza los humanos somos imperfectos y “pecadores”, nadie, prácticamente se ha ganado el Cielo de forma automática, pues allí está el Infierno tan temido, donde el fuego no purifica sino quema y provoca dolor y sufrimiento sin fin. Se supone que como el cuerpo muere y se transforma en materia inerte, el sufrimiento no es físico, sino moral o espiritual. La existencia de estadios intermedios como el Purgatorio, que implica el pasaje transitorio para reparar las faltas y purgar los errores, no tranquiliza mucho a ninguna persona sobre el destino inmediato o mediato de su muerte. El castigo divino de las religiones es un terrible chantaje amenazante que pugna por obtener la virtud de los hombres por el santo temor al Infierno, más que por el no menos santo amor al Bien. Y fuente de mucha angustia ante la certeza de la muerte. Por eso las religiones que suponen el juicio y castigo que conlleva la muerte, no consuelan totalmente a los hombres ante la imposibilidad de conjurar al castigo después de la muerte. 3 La filosofía ha establecido una diferencia entre alma y espíritu. Aristóteles dá al alma la acepción del “principio de toda vida”. Es decir, todo ser vivo, humano, animal o vegetal, tendría alma. Para Platón, el espíritu sería el alma humana, que además de ser principio de vida también poseería cualidades diferentes, como inteligibilidad. San Agustín dice que es la parte pensante del alma, Maimónides proclama su inmortalidad individual, Santo Tomás dice que el espíritu es una entelequia – una potencia, un acto final, perfecto pero irreal -, y Descartes concibe al espíritu como una aprehensión de todas las cosas a través de Dios. Y en el fondo, una expresión de la unidad de Dios con el hombre. Por tanto, espíritu sería el alma eterna y la vida eterna. La inmortalidad está asegurada a través de una parte de la dualidad alma - cuerpo o espíritu - cuerpo. El tema de la inmortalidad no se limita solo al alma, sino a la existencia misma, a la supervivencia de la existencia. Los pueblos más primitivos nunca pudieron aceptar la idea de que después de la muerte se producía la disolución de la existencia humana individual, junto con su cuerpo, su parte material. El trasmundo o más allá, lugar físico o imaginario donde se trasladaban los muertos a vivir otra vida, ha tenido una enorme cantidad de alternativas, desde el lugar único o cielo, hasta diversos mundos en que se premiaba a los mejores, a los guerreros, a los sacerdotes, a los virtuosos y se castigaba a los criminales o pecadores. Por eso se enterraba a las esposas con el muerto, o se dejaban alimentos y hasta la moneda para el barquero Caronte. El Cielo, el Infierno y el Purgatorio son adoptados por las religiones, pero cada secta o reforma agrega o quita algún espacio más como morada de las almas desencarnadas. Platón trató de mostrar la inmortalidad del alma en su libro “Fedón” por la descripción de una existencia más plena después de la muerte, sobre todo para las almas puras que se resisten a vivir en la impureza del cuerpo, su “cárcel”. Allí es donde Platón nos habla de una reencarnación como forma de purificación previa, comparable a un purgatorio por tiempo limitado hasta el reposo eterno en el reino verdadero. Pero veremos que, dos siglos antes, Pitágoras ya había hablado mucho más profundamente de la reencarnación. El tema de la resurrección de los muertos integra el Credo judío, católico, cristiano, y musulmán. Esta vieja idea zoroástrica ha tenido diferentes formas de expresión y condicionamientos, estableciendo quiénes podían resucitar – solo quienes creen en Cristo, por ejemplo -, en qué momento – el juicio final o el pasaje purificador por el purgatorio -, o si en una sola o varias resurrecciones. Pero la resurrección implica una progresión lineal de la vida y la muerte. En cambio, la reencarnación plantea una progresión cíclica de la existencia. Y para el presente trabajo solo vamos a referirnos en breve síntesis a las ideas pitagóricas y a las ideas hinduístas y sus proyecciones orientales. LA REEENCARNACION DE LA DOCTRINA PITAGÓRICA Comencemos por Pitágoras. En el siglo VI Antes de Cristo, este pensador griego era considerado un gran físico y matemático. Pero luego de 34 años de ausencia de Samos, vuelve como un gran iniciado para ser guía espiritual de una ciudad modelo ubicada en Crotona, donde los discípulos pasaban por cuatro grados: Preparación, Purificación, Perfección y Epifanía. Es en el tercer grado de Perfección que Pitágoras revelaba una 4 cosmogonía que ya reconocía al sol-fuego como el centro del Universo. La Tierra es el lugar donde se produce la encarnación y desencarnación de las almas, mientras el Olimpo es el cielo de las almas perfectas. En realidad eran esferas superpuestas. Se enseñaba a los iniciados del tercer grado el doble movimiento de la tierra: alrededor del sol y de su eje, pero en el más profundo secreto y nunca confiadas a la escritura vulgar. De la cosmogonía física pasaba a la cosmogonía espiritual. Y aquí es donde describe que el origen y naturaleza del alma humana, que se trata de una parcela de la gran alma del mundo, una chispa del espíritu divino, que debió atravesar todos los reinos de la Naturaleza, desarrollándose a través de innumerables existencias en seres inferiores durante un tiempo incomensurable, como alma cósmica elemental. Hasta que se encuentra con almas humanas ya plenamente formadas - que según los mitos de Orfeo, son hijos de Dios - que le imprimen su sello divino. Y entonces se encarna en un cuerpo material, y se conforma tanto el cuerpo material como el cuerpo espiritual o carro sutil del alma. La materia corporal es densa, espesa y llena de exigencias que desvían al espíritu de sus fines superiores, por lo que hay una lucha eterna entre el alma y el cuerpo. El cuerpo sutil espiritual viene a ser el cuerpo astral del esoterismo, que es invisible y sólo excepcionalmente visible como un doble de los moribundos o de los muertos. Si la vida del hombre encarnado transcurre y se realiza por medio de la libertad, el intelecto y la voluntad, la muerte corporal se acompaña del despertar de sus sentidos espirituales y se libera del cuerpo helado y es llevado, feliz, a la comunión con el mundo espiritual que ha ganado. El hombre ordinario, en cambio, es consciente de su cadáver, al cual desea volver en medio del espanto y el terror. Este estado puede durar meses o años. Finalmente se desprende de su cuerpo y es llevado hacia otros estados superiores, previo pasaje por el Erebo de Orfeo, el Horeb de Moisés, o valle de la sombra y de la muerte o el abismo de Hécate de los griegos, ubicado en el cono de sombra de la luna, equivalente al Purgatorio cristiano. Solo después de ese largo y penoso peregrinaje, llega al mundo de la luz secreta, al cielo en que las almas vagan libres, en medio de maravillas, amor, verdad, celebrando en templos hermosos los divinos misterios y recibiendo las enseñanzas jerárquicas del amor divino. Es el antictono o contrapartida de la tierra para Pitágoras. Pero esa vida no es eterna. Y aquí surge la reencarnación pitagórica, que llama la transmigración de las almas o metempsicosis. En algún momento temporal de esa vida celestial, el agotamiento de la vida espiritual lleva al alma a un gran sopor y una fuerza irresistible lo atrae nuevamente a los sufrimientos de la tierra. Se despide de las demás almas prometiendo acordarse de la verdad en el mundo de la mentira y del amor en el mundo del odio. Un guía alado (ángel?) le señala una mujer embarazada y en nueve meses se produce la encarnación en el niño, fibra por fibra, órgano por órgano, mientras la conciencia de su vida anterior se borra, se extingue. Se cumplió el ciclo semejante al del sueño y el despertar. “El sueño es el hermano de la muerte”. Y la semejanza de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen María con el guía alado no es casualidad, pues las ideas pitagóricas se mantuvieron entre sus seguidores por muchos siglos más. 5 Las vidas se suceden, pero no se repiten, pues transcurren de acuerdo a una ley por la que a una vida de sufrimientos sigue otra de bonanza, a una de crimen, otra de expiación. Nada de lo vivido en las vidas sucesivas deja de repercutir en las vidas siguientes. El premio y el castigo moral para la conducta en la vida pasada marcan una progresión hacia la espiritualidad ascendente o hacia la bestialidad material. Esto es parte del orden y la justicia divinas. “Los animales son parientes de los hombres y los hombres de los dioses” era una frase pitagórica. Con esta doctrina secreta e iniciática, Pitágoras planteaba el destino final del hombre: a través de sucesivas encarnaciones y muertes, de sucesivas existencias, se suben los peldaños para alcanzar el grado que penetra el universo y nos convertimos en semidioses, ya que el espíritu refleja en su ser la luz inefable de la divinidad, en un mundo eterno en que saber es poder, amar es crear, ser es irradiar la verdad y la belleza. LA REENCARNACION EN EL ORIENTE Fue en la India donde surge, entre otras trascendentes reflexiones filosóficas y religiosas, la idea de la reencarnación, como respuesta a las interrogantes humanas frente a la muerte. En el Hinduísmo, predominante hasta hoy y de gran influencia entre todos los credos indios, se desarrolló la idea de la transmigración de las almas o reencarnación, y que fue adoptada por los teístas sikhs y los agnósticos budistas y jainistas, y se extendió por obra de los misioneros a la China y el Japón. Puede decirse que en el siglo actual, todo el mundo ha recibido las influencias de la filosofía oriental. Hace 4000 años, los Vedas o textos sagrados hindúes reconocían la supervivencia después de la muerte. Los Upanishads o discursos filosóficos de unos 500 años antes de Cristo, comparaban la transmigración de las almas al cambio que un orfebre imprime a una pieza de oro. Pero la elevación del alma a otros mundos luego de morir en el fuego crematorio, depende de si se trata de un asceta o de un hombre solo apegado a los ritos. En el primer caso, asciende a través de la luz del cuarto creciente y en el curso septentrional del sol y el asceta llega al mundo de los dioses desde donde no hay retorno. En caso de un hombre imperfecto, circula por el humo crematorio, el lado oscuro de la luna y el curso meridional del sol, hasta los mundos ancestrales. Allí sufre las consecuencias de sus actos y regresa mediante las nubes y la lluvia, nace de la tierra como plantas y si es ingerido por un hombre, se lo emite como semen y puede continuar la vida en el vientre y nace a otra vida. El valor moral de esta reencarnación muestra que el que tuvo buena conducta en su vida pasada se encarna en mujeres de clase sacerdotal, principesca o comercial. Los de mala conducta previa, nacen en marranas, perras o mujeres descastadas. La reencarnación en animales da cuenta de que el cielo no esté repleto de almas. En la literatura hindú la reencarnación se acepta como un hecho evidente, sin discusión. El Karma o consecuencia de la vida pasada también se acepta como una evidencia. Es decir, el karma carga a la vida presente de condiciones que provienen de vidas pasadas, pero se conserva la libertad de mejorar la vida mediante el cultivo de las virtudes. La semejanza con la filosofía pitagórica es evidente. Los budistas llaman a la metempsicosis o transmigración de las almas el “círculo” o “la ronda de la existencia”. En esta ronda, toda criatura nace aquí y muere aquí, y nace en otra parte, nace y muere allí y nace en otra parte y así sucesivamente. No hay 6 comienzo ni final, en este ciclo de la vida humana, no hay creación sino aparición y disolución. El ciclo de muerte y reencarnación está explicado por el hecho de que el alma es inmortal y es tan segura su preexistencia como su existencia posterior. La liberación del alma de la cárcel del cuerpo y de la existencia terrenal, concepto muy similar al de los griegos, es una obra personal y no de los dioses, quienes también sufren sucesivas transmigraciones. El esfuerzo salvador del hombre radica en sí mismo, mediante el estricto cumplimiento de sus deberes para construir un karma alejado del maligno, y le permita reencarnarse. Estas concepciones son compartidas por los jainistas.. Los budistas son ateos, pero aceptan la reencarnación. Buda tuvo antes de encarnarse en el Príncipe Sidharta, múltiples vidas anteriores, más de quinientas en las cuales cumplió a la perfección con sus deberes. Pero además, el Buda es ominisciente, es decir, recuerda todas sus vidas pasadas, lo que lo convierte en un poseedor de atributos divinos. Para los mortales comunes, el karma tiene una doble consecuencia moral; en la vida ultraterrena y en la condición de su nueva encarnación. El Nirvana no equivale al cielo. Para los orientales hay muchos paraísos en las montañas o en los cielos distantes o mansiones celestiales, que son moradas de los dioses y antepasados. Para los budistas, el Nirvana recibe a los que están a punto de convertirse en Budas y aguardan las revelaciones de la verdad. Nirvana significa “apagado” o “extinto”, que expresa el fin de los deseos y el karma, por lo que no hay causas para una nueva reencarnación y por tanto culmina la cadena de transmigraciones o el ciclo de la existencia, para descansar en la paz eterna. Krishna aparece en la historia india como un mesías concebido en mujer virgen, en un momento en que la crisis y la mentira se enseñoreaban y solo era combatida por los anacoretas. Su doctrina también incluye la reencarnación. Ante la pregunta de cual es la suerte del alma después de la muerte, Krishna contesta que “Cuando el cuerpo se disuelve y Satwa (la Sabiduría) prevalece, el alma vuela hacia las regiones de esos seres puros que tienen el conocimiento del Altísimo. Cuando el cuerpo experimenta esa disolución mientras domina Raja (la Pasión) el alma viene a habitar nuevamente entre quienes están atados a las cosas de la Tierra. Del mismo modo, si el cuerpo se destruye cuando Tama (la Ignorancia) predomina, el alma oscurecida por la materia es nuevamente atraída por alguna matriz de seres irracionales “. LA APLICACIÓN DE LA REENCARNACION A LA VIDA Por tanto, es muy natural y legítimo que nos hagamos la pregunta ¿qué ocurre con el alma después de la muerte? La creencia naturalista de que después de la muerte el alma se extingue con el cuerpo, pues al igual que los animales y los demás seres vivos no humanos, esa alma es solo el principio de la vida y no un espíritu imperecedero, La respuesta de que el alma se eleva al cielo de paso por el purgatorio, o se encarna en otro ser o cualquier otra concepción religiosa o filosófica es compatible con los creyentes Si como humanos tenemos la misión de cambiar el mundo, antes debemos cambiarnos nosotros mismos. La muerte de nuestras pasiones y de nuestras imperfecciones habrá de permitirnos sucesivas reencarnaciones en nosotros mismos, en el mismo cuerpo pero en ciclos sucesivos de mayor profundidad y sinceridad. 7 Sin dudas, tenemos el pesado lastre de nuestro pasado, que nos determina en parte. Pero el verdadero cambio es una muerte verdadera de nuestros vicios para dar paso a las virtudes y al cultivo de las esencias. Es una dura tarea: morir y resucitar, desencarnarnos y volver a encarnarnos en un nivel superior. Los acontecimientos de la vida nos someten a pruebas y pequeñas muertes que poseen un efecto semejante. El karma que se construye por la estricta observancia de los deberes, el cultivo de las virtudes y conocimientos que se nos revela como un progreso purificador para matar nuestros vicios, nos permite estar en condiciones de morir en esta y volver a habitar las nuevas moradas. El tema está apenas esbozado. Gracias. Andrés Flores Colombino Montevideo 25 de julio 2016 Jornada de Reflexión Sindicato Médico del Uruguay Comisión del Reencuentro y la amistad