Quedan 402 viejos buzones en la Capital, pero ya casi nadie los usa

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Clarín La Ciudad 36 26/4/2004
La Ciudad
PATRIMONIO URBANO: ALGUNOS DE ESTOS CLASICOS MODELOS DE
HIERRO TIENEN MAS DE UN SIGLO
Quedan 402 viejos buzones en la Capital, pero ya casi nadie
los usa
Hace diez años recibían hasta 400 cartas por día cada uno. Y hoy apenas promedian 10.
En el Correo Oficial dicen que influyó el avance del e-mail, la telefonía celular y una
mayor oferta de correos privados.
Jéssica Fainsod. .
jfainsod@clarin.com
Buzones? ¿Volvieron a colocarlos?", se sorprende Martha Aguirre, vecina de Belgrano,
ante la consulta de Clarín. "¡Pensé que no había más!", admite Marcelo Roncofatti, de
Villa Crespo. Y cuenta: "Cuando era chico los usaba. Ahora sólo envío mails. Quizá
tenga uno a la vuelta de casa y no lo sepa."
Efectivamente, a pocas cuadras de la casa de Marcelo hay cinco buzones apostados en
diferentes esquinas. Y no son los únicos: en la Ciudad subsisten hoy 402 clásicos
buzones de hierro del Correo Oficial. Pero además, siguen brindando servicio, aunque
su actividad cayó al mínimo: según figura en los registros de la empresa, reciben un
promedio de 10 cartas diarias cada uno, cuando a principios de los 90 oscilaban las 400.
¿Qué pasó con las "bocas de carta", como se los llamaba en su origen? Fueron quedando
relegados ante el auge de la telefonía celular, Internet y el e-mail. También influyó la
creciente oferta de correos privados y mensajerías. Actualmente, el Correo Oficial (que
desde noviembre y por seis meses volvió a manos del Estado, antes de su
reprivatización) maneja sólo el 50% del mercado. Hoy se puede mandar una carta desde
un quiosco o un locutorio. Ya no hace falta tener una tira de estampillas en la billetera
"por las dudas".
Buenos Aires tuvo sus primeros buzones en 1858 y fueron colocados en seis plazas
estratégicas: Lorea, de la Independencia, del Temple, del Parque, Once de Septiembre y
Paseo de Julio. Cada tarde un empleado realizaba la recolección a caballo. Eran, en
realidad, cajas de madera, y en 1868 fueron cambiados por modelos metálicos.
Unos años más tarde se importaron de Inglaterra los buzones de pilar de hierro. Y en
1892 se comenzaron a fabricar en Buenos Aires, copiando el estilo inglés con el
"sombrerito". Estaban pintados de rojo, pero cambiaron de color a lo largo de la historia
(ver De las primeras...).
La ciudad, explican en el Correo, llegó a tener más de 1.000 buzones. Algunos
desaparecieron con los cambios del dibujo urbano, como el ensanche de calles. Otros
sufrieron choques o incendios.
Como no existe ninguna norma que los proteja, el Correo quiso en diversas
oportunidades reubicarlos o retirar algunos de los que quedan, pero distintas
asociaciones vecinales se lo impidieron. "En la mayoría de los casos no se pudo porque
los vecinos se quejaron", dice Andrés Vera, especialista en ingeniería comunicacional y
empleado del Correo Oficial desde hace 35 años. Uno de los casos más conocidos, en
1999, fue el del director del Museo Manoblanca de Pompeya, Gregorio Plotnicki, que
protestó por escrito cuando se quiso retirar el buzón de Esquiú y Centenera. La empresa
tuvo que dejarlo donde estaba y desde ese año el museo entrega la "Orden del Buzón" a
personalidades destacadas de la cultura.
La mayoría de los buzones tradicionales se encuentran en la puerta de las unidades
postales o comercios. Y unos 150, en esquinas. Pero también hay modelos más
modernos, como los "vehiculares", que permiten que los automovilistas puedan arrojar
el sobre desde la ventanilla del auto. En total, el Correo Oficial cuenta con casi 700
unidades.
Los buzones se controlan diariamente, de lunes a sábado. Los carteros suelen
encontrarse con misivas de todo color, como documentos, colillas de cigarrillos o
insectos. También hay sorpresas, pero de los lindas, para Navidad y Reyes Magos. Cada
fin de año aparecen unas 200 cartas para Papá Noel y compañía. "Cuando figura la
dirección del que escribe, la empresa se contacta con la persona y la invita a una visita
guiada. En la sede de Monte Grande hay un gran árbol donde colocamos estas cartas
para las Fiestas", explica Vera.
Además de recoger las cartas, el Correo debe mantener los buzones. Lo hace a través de
una empresa privada, que se encarga de repararlos, limpiarlos, desinsectarlos y ponerlos
nuevamente de pie si sufren algún accidente. Y una vez por año, de pintarlos.
Hubo una época en la que el correo era el principal medio de comunicación. Hasta
pasada la mitad del siglo XX, el teléfono todavía era un artículo de lujo. Y se declaraba
la guerra, se estudiaba y hasta hubo quienes confesaron por primera vez su amor por
correspondencia. Los buzones tenían un rol importante, ya que eran los receptores de
esos sobres, los cuidadores de esos secretos. Hoy en menor medida siguen siéndolo.
Pero, sobre todo, son la memoria de un tiempo.
PUNTO DE VISTA
Doble valor
Eduardo Paladini.
epaladini@clarin.com
Si se evalúa su existencia desde la rentabilidad, los viejos buzones porteños no tendrían
por qué existir. La ecuación (400 buzones para 4.000 cartas diarias) no cierra por ningún
lado. Sobre todo porque a las cartas hay que recogerlas, y a los buzones, mantenerlos.
Sin embargo, existen razones para pensar lo contrario. Primero, los buzones brindan un
servicio. Y los servicios no se miden (o no debería hacérselo) sólo por la rentabilidad.
Pero además, estos buzones ya forman parte del patrimonio urbano. Y, como tal, su
valor no se calcula (o no debería...) sólo por el costo de su material.
De las primeras críticas a un buzón-estatua
"Soy el siempre esperado", dice el monumento al cartero, de 1933, que vigila la puerta
del Museo Postal Ramón Cárcano, en Sarmiento 151. La base del mismo es un buzón
confeccionado especialmente, sin fines comerciales. La anécdota cuenta que tuvieron
que sellar su ranura porque muchos depositaban sus cartas allí, pensando que estaba en
uso.
Las crónicas aseveran que los primeros buzones eran de piedra y que se instalaron en
Italia en 1529. Se usaban para depositar denuncias anónimas. Más tarde, en 1653, el rey
de Francia, Luis XIV, accedió a que se instalaran los primeros en París, donde quienes
colaboraban con la policía señalaban a los delincuentes. De allí proviene el lunfardo
buchón, castellanización del francés bouchon, derivado de bouche, boca.
Los primeros buzones nacionales se comenzaron a fabricar en 1892 en los talleres Fénix
de Buenos Aires, tomando el modelo inglés. En su origen estaban pintados de rojo
bermellón, pero tuvieron varios colores a lo largo de la historia. Fueron amarillo y negro
hasta que el gremio de los taxistas le ganó un juicio al Correo. Después, la dictadura
militar los cubrió de azul. Y cuando llegó la democracia volvieron al rojo furioso.
Tal importancia alcanzaron a tener en otros tiempos que, para quienes sufrían de
nostalgia en los viajes largos, en los años 30 pusieron buzones en los vagones de los
trenes. Pero no todas fueron rosas: cuando llegó el primer buzón al país hubo voces de
protesta. "¡Qué hoguera de intrigas, mentiras, novedades, especulaciones!", comentaban
los porteños a fines del 1800, según registra Galván Moreno en su libro "Buzones posta
les".
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