Marcos 10:28-31. El seguimiento de Jesús implica renuncia voluntaria de aquellos bienes, actitudes, o maneras de pensar que son contrarias a la voluntad de Dios. Y eso le duele a nuestro viejo Adán, es decir, a nuestra naturaleza humana frágil y pecadora. Las personas a veces piensan que pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo, o bien, a la hora de elegir por una carrera o vocación, tan solo deciden según criterios humanos. Pero no es esto lo que espera el Señor de sus discípulos y amigos. Él espera de nosotros que le sigamos en una actitud de servicio y de amor, y esto implica renuncia de nuestra propia voluntad (de nuestro propio ego) y aceptación de la voluntad de Dios. Es cierto, queremos hacerlo, pero varias veces fracasamos. Aún así, el Señor nuestro Dios perdona las faltas cometidas cuando hay sincero arrepentimiento, concediéndonos su perdón. De todas maneras, el hecho de "morir" o renunciar cada día a nosotros mismos, a fin de que sea Cristo el que "resucite" y crezca cada vez más en nosotros, mediante la fe en su Palabra, vale la pena cuando uno percibe los beneficios: "Jesús respondió: Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá... y en el mundo futuro recibirá la vida eterna". No son nuestras obras las que consiguen la vida eterna, sino la fe que abraza y se aferra a la misericordia de Dios revelada en Cristo Jesús, nuestro Señor. Él se despojó a sí mismo de su divinidad, vivió como hombre, y murió en lugar del hombre, a fin de pagar nuestra transgresión. Y ahora que resucitó, del mismo modo también nos abre la posibilidad cierta de una vida nueva, la cual hemos ya recibido en el santo Bautismo. Pues en el bautismo nos fueron abiertas las puertas del cielo y de la bienaventuranza eterna. Por eso, ahora, reconciliados con Dios mediante la sangre de Cristo, vivamos con la certeza, con la esperanza puesta en la próxima venida del reino de Dios, cuando Cristo venga trayendo a cada uno su recompensa: para unos, los que se aferraron a sus propios méritos y obras, la condenación eterna, mas para otros, es decir, nosotros, los que confiamos en los logros y obras de Cristo, la dicha y la felicidad eterna junto a Él. A.C.