Polanyi EL MERCADO AUTORREGULADOR Y LAS MERCANCÍAS

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EL MERCADO AUTORREGULADOR Y LAS MERCANCÍAS FICTICIAS: TRABAJO,
TIERRA Y DINERO
Este breve bosquejo del sistema económico y los mercados, tomados
separadamente, muestra que antes de nuestro tiempo nunca fueron los mercados más
que accesorios de la vida económica. Por regla general, el sistema económico fue
absorbido en el sistema social, y cualquiera que fuese el principio de conducta que
predominara en la economía, se halló que la presencia de la estructura del mercado
era compatible con él. El principio de trueque o cambio, que se halla bajo esta
estructura, no reveló ninguna tendencia a expandirse a expensas del resto. En donde
los mercados se hallaban más desarrollados, y como sucediera bajo el sistema
mercantil, florecieron bajo el control de una administración centralizada que fomentaba
la autarquía tanto en los hogares de los campesinos como respecto a la vida nacional.
La regulación y los mercados, efectivamente crecieron a la par. El mercado
autorregulador era desconocido; es más, el nacimiento de la idea de la autorregulación
fue una inversión completa de la tendencia del desarrollo. Solamente a la luz de esos
hechos las suposiciones extraordinarias en que se basa una economía mercantil
pueden ser plenamente comprendidas.
Una economía mercantil es un sistema económico controlado, regulado y dirigido
solamente por los mercados; el orden en la producción y distribución de artículos está
confiado a este mecanismo autorregulador. Una economía de esta índole se deriva de
la esperanza de que los seres humanos se comporten en forma tal que logren las
máximas ganancias monetarias. Supone mercados en los que la oferta de artículos
(incluyendo servicios) disponibles a un precio definido, iguale a la demanda a ese
precio. Supone la presencia de dinero, que funciona como poder adquisitivo en las
manos de sus propietarios. La producción estará entonces controlada por los precios,
porque los precios forman ingresos, y con la ayuda de esos ingresos los artículos
producidos son distribuidos entre los miembros de la sociedad. Bajo esas
suposiciones, el orden en la producción y distribución de artículos está asegurado por
los precios solamente.
La autorregulación implica que toda la producción está a la venta en los mercados y
que todos los ingresos se derivan de esas ventas. Conforme a ello, hay mercados para
todos los elementos de la industria, no sólo para artículos (siempre incluyendo
servicios) sino también para el trabajo, tierra y dinero, siendo sus precios llamados
respectivamente precios de artículos de consumo, salarios, renta e interés. Esos
mismos términos indican que los precios forman ingresos: el interés es el precio del
uso del dinero y forma los ingresos de aquellos que están en situación de facilitarlo; los
salarios son el precio del poder del trabajo, y forma el ingreso de aquellos que lo
venden; el arrendamiento es el precio del uso de la tierra y forma el ingreso de los que
lo facilitan; los precios de los artículos de consumo, finalmente, contribuyen a los
ingresos de aquellos que venden sus servicios de empresarios, siendo el ingreso
llamado ganancia, la diferencia entre dos juegos de precios, el precio de los artículos
producidos y su costo, es decir, el precio de los artículos necesarios para producidos.
Si se cumplen esas condiciones, todos los ingresos se derivarán de ventas en el
mercado, y los ingresos serán justamente suficientes para comprar todos los artículos
producidos.
Sigue un nuevo grupo de suposiciones con respecto al estado y sus normas. No
debe permitirse que cosa alguna inhiba la formación de los mercados ni tampoco que
los ingresos se formen de otra manera que no sea mediante ventas. Tampoco debe
existir ninguna ingerencia con el reajuste de los precios a condiciones alteradas del
mercado - ya sean los precios los de artículos, trabajo, tierra o dinero. De ahí que
deban existir no sólo mercados para todos los elementos de la industria, sino que no
debe contemplarse ninguna medida o norma de conducta que pudiera influenciar la
acción de esos mercados. Ni el precio, ni el suministro ni la demanda deben ser fijos o
regulados; solamente deberán regir aquellas normas y medidas que ayuden a
asegurar la autorregulación del mercado al crear condiciones que hagan del mercado
el único poder organizador en la esfera económica.
Para comprender plenamente lo que esto significa, volvamos por un momento al
sistema mercantil y a los mercados nacionales que tanto contribuyó a desarrollar. Bajo
el feudalismo y el sistema de los gremios, la tierra y el trabajo formaron parte de la
propia organización social (el dinero apenas había llegado aun a convertirse en un
elemento importante de la industria). La tierra, el elemento central en el orden feudal,
era la base del sistema militar, judicial, administrativo y político; su posición y función
estaban determinados por reglas legales y consuetudinarias. Si su posesión era
transferible o no, y de serlo, a quién y bajo cuáles condiciones; lo que limitaban los
derechos de propiedad; qué usos podían darse a algunos tipos de tierras - todas esas
cuestiones eran independientes de la organización de compra y venta y sometidas a
una serie totalmente diferente de reglamentaciones institucionales.
Lo mismo fue cierto de la organización del trabajo. Bajo el sistema de gremios, lo
mismo que bajo todos los demás sistemas económicos en la historia anterior. Los
motivos y circunstancias de la actividad productiva estaban encajados dentro de la
organización general de la sociedad. Las relaciones de patrón, oficial y aprendiz; los
términos del oficio; el número de aprendices; los salarios de los obreros, estaban todos
regulados por la costumbre y las reglas del gremio y de la ciudad. Lo que hizo el
sistema mercantil fue simplemente unificar esas condiciones ya fuese por medio de
estatutos como en Inglaterra, o mediante la "nacionalización" de los gremios como en
Francia. En lo que se refiere a la tierra, su situación feudal fue abolida solamente en lo
que se refería a los privilegios provinciales de que disfrutaba; en lo restante, la tierra
continuó extra commercium, tanto en Inglaterra como en Francia. Hasta el tiempo de la
Gran Revolución de 1789, la tierra continuó siendo la fuente de privilegios sociales en
Francia, y aún después de esa fecha, en Inglaterra, el derecho común sobre la tierra
fue esencialmente medieval. El mercantilismo, con toda su tendencia hacia la
comercialización, nunca atacó las salvaguardias que impedían que esos dos
elementos básicos de la producción –trabajo y tierra- se convirtieran en objetos de
comercio. En Inglaterra la "nacionalización" de la legislación del trabajo mediante el
Estatuto de los Artífices (1563) y la Ley de Pobres (1601), apartaron al trabajo de la
zona de peligro y la política contraria a los cercados de los Tudor y primeros Estuardo
fue una protesta constante contra el principio del uso de la tierra con fines de
ganancia.
Pero que el mercantilismo, por firmemente que insistiera en la comercialización
como una política nacional, pensó en los mercados en forma exactamente contraria a
la economía mercantil se demuestra de la mejor manera por la vasta extensión de la
intervención del estado en la industria. Sobre este punto no había diferencia entre los
mercantilistas y feudalistas, entre planeadores coronados e intereses creados, entre
burócratas centralizadores y particularistas conservadores. Sólo estaban en
desacuerdo en los métodos de regulación: gremios, ciudades y provincias apelaban a
la fuerza de la costumbre y la tradición, mientras la nueva autoridad del estado
favorecía los estatutos y ordenanzas. Pero todos ellos eran igualmente contrarios a la
idea de la comercialización del trabajo y la tierra ---la condición previa de la economía
mercantil. Los gremios y los privilegios feudales fueron abolidos en Francia en 1790;
En Inglaterra, El Estatuto de Artífices fue rechazado en 1813-14 y La Ley de pobres
isabelina en 1834. En ambos países ni siquiera se discutió el establecimiento de un
mercado libre de trabajo antes del último decenio del siglo XVIII; y la idea de la
autorreglamentación de la vida económica estaba totalmente más allá del horizonte de
la época. El mercantilista estaba interesado en el desarrollo de los recursos del país,
incluyendo la ocupación total mediante el intercambio y el comercio; daba por sentada
la organización tradicional de la tierra y el trabajo. En este respecto se hallaba tan lejos
de los conceptos modernos como lo estaba en el terreno de la política, en el que su
creencia en los poderes absolutos de un déspota ilustrado no era templada por
indicios de democracia. Y así como la transición a un sistema democrático y a una
política representativa entrañaba una inversión completa de la tendencia de la época,
el cambio de los mercados regulados a los autorregulados a fines del siglo XVIII
representó una transformación completa en la estructura de la sociedad.
Un mercado autorregulador exige nada menos que la separación institucional de la
sociedad en una esfera económica y en una política. Tal dicotomía, es, en efecto,
simplemente la reiteración, desde el punto de vista de la sociedad en conjunto, de la
existencia del mercado autorregulador. Podrá alegarse que la separación de ambas
esferas rige en todo tiempo en cada tipo de sociedad, pero tal deducción estaría
basada en una falacia. Es cierto que ninguna sociedad puede existir sin algún tipo de
sistema que asegure el orden en la producción y distribución de artículos. Pero eso no
implica la existencia de instituciones económicas separadas; normalmente el orden
económico es simplemente una función de lo social, en lo cual se halla contenido. Ni
bajo condiciones tribales o feudales o mercantiles, existió, como hemos demostrado,
un sistema económico separado de la sociedad.
La sociedad del siglo XVIII, en la que la actividad económica fue aislada e imputada
a un motivo económico distintivo, fue en realidad una novedad singular.
Tal estructura institucional no podría funcionar a menos que la sociedad fuera
subordinada de alguna manera a sus exigencias. Una economía mercantil solamente
puede existir en una sociedad mercantil. Llegamos a esta conclusión en términos
generales en nuestro análisis de la estructura del mercado. Podemos ahora especificar
los motivos de esta afirmación. Una economía mercantil debe abarcar todos los
elementos de la industria, incluyendo el trabajo, la tierra y el dinero. (En una economía
mercantil, este último es también un elemento esencial de la vida industrial y su
inclusión en el mecanismo del mercado tiene, como veremos, consecuencias
institucionales de grandes alcances). Pero el trabajo y la tierra, no son más que los
propios seres humanos y el medio natural en que existen. Incluidos en el mecanismo
del mercado significa subordinar la sustancia misma de la sociedad a las leyes del
mercado.
Nos hallamos ahora en posición para desarrollar en una forma más concreta la
naturaleza institucional de una economía mercantil y los peligros que entraña para la
sociedad. Describiremos primero los métodos que permiten al mecanismo del mercado
controlar y dirigir los elementos reales de la vida industrial; en segundo lugar,
trataremos de apreciar la naturaleza de los efectos de un mecanismo de esa especie
sobre la sociedad que estaba sometida a su acción.
El mecanismo del mercado está engranado a los diversos elementos de la vida
industrial con la ayuda del concepto del articuló de consumo. Los artículos de
consumo son definidos aquí empíricamente como objetos producidos para la venta en
el mercado; los mercados, a su vez, son definidos empíricamente como contactos
entre vendedores y compradores. De acuerdo con esto, se considera a todos los
elementos de la industria como producidos para la venta, ya que entonces y solamente
entonces estarán sujetos al mecanismo de oferta y demanda que actúa en unión con
el precio. En la práctica esto significa que deben existir mercados para todos los
elementos de la industria; que en esos mercados cada uno de esos elementos está
organizado en un grupo de oferta y de demanda, y que cada elemento tiene un precio
que actúa en unión con la demanda y la oferta. Esos mercados -y son innumerablesestán relacionados entre sí y forman Un Gran Mercado. El punto crucial es éste: el
trabajo, la tierra y el dinero son elementos esenciales de la industria; también deben
ser organizados en mercados; es más, esos mercados forman una parte
absolutamente vital del sistema económico. Pero el trabajo, la tierra y el dinero,
evidentemente no son artículos de consumo; el postulado de que todo lo que es
comprado y vendido debe haber sido producido para la venta es absolutamente falso
respecto a ellos. En otras palabras, de acuerdo a la definición empírica de un artículo
de consumo, no son artículos de consumo. El trabajo es solamente otro nombre de
una actividad humana que marcha con la propia vida, que a su vez no es producido
para la venta sino por razones enteramente diferentes y tampoco puede esa actividad
ser separada del resto de la vida, almacenada o movilizada; la tierra es sólo otro
nombre de la naturaleza que no es producida por el hombre; el dinero, finalmente, es
simplemente un símbolo del poder adquisitivo que, por regla general, no es producido
en forma alguna, sino que nace por medio del mecanismo de la banca o las finanzas
del estado. Ninguno de ellos es producido para la venta. La descripción del trabajo, la
tierra y el dinero como artículos de consumo es enteramente ficticia.
A pesar de ello, con ayuda de esta ficción son organizados los mercados del
trabajo, tierra y dinero; son vendidos y comprados en el mercado; su oferta y demanda
son magnitudes reales, y cualesquier medida o política que inhibiera la formación de
esos mercados haría ipso facto peligrar la autorregulación del sistema. La ficción del
artículo de consumo, por tanto, suministra un principio organizador vital con respecto
al conjunto de la sociedad que afecta a casi todas sus instituciones en las formas más
variadas, y es el principio según el cual no debe permitirse la existencia de ninguna
disposición o conducta que pueda impedir el funcionamiento del mecanismo del
mercado según las líneas de la ficción del artículo de consumo.
Ahora bien, tal postulado no puede ser sostenido con respecto al trabajo, la tierra y
el dinero. Permitir que el mecanismo del mercado sea único director de la suerte de los
seres humanos y su medio natural y aun del monto y el uso del poder adquisitivo,
terminaría en la demolición de la sociedad. Porque la supuesta mercancía “poder de
trabajo” no puede ser llevado y traído, usado sin discriminación o siquiera dejado de
usar sin también afectar al individuo que resulte ser el poseedor de esa mercancía
peculiar. Al disponer del poder de trabajo de un hombre el sistema, incidentalmente,
dispondría de la entidad física, psicológica y moral “hombre” que llevara esa etiqueta.
Despojados de la capa protectora de las instituciones culturales, los seres humanos
perecerían bajo los efectos de la intemperie social; morirían como víctimas de una
aguda dislocación social como consecuencia del vicio, perversión, crimen e inanición.
La naturaleza quedaría reducida a sus elementos, vecindades y paisajes serían
manchados, los ríos emponzoñados, la seguridad militar amenazada, el poder de
producir alimentos y materias primas destruido. Finalmente, la administración del
mercado del poder adquisitivo liquidaría periódicamente la iniciativa comercial ya que
las faltas y excesos de dinero resultarían tan desastrosos para los negocios como las
inundaciones y sequías para la sociedad primitiva. Indudablemente el trabajo, la tierra
y los mercados de dinero son esenciales para una economía mercantil. Pero ninguna
sociedad podría soportar los efectos de tal sistema de ficciones crudas aun durante el
más breve período de tiempo a menos que su sustancia humana y natural así como su
organización comercial fueran protegidas contra los estragos de este molino satánico.
La extremada artificialidad de la economía mercantil está arraigada en el hecho de
que el proceso de producción mismo, está organizado en este caso en forma de
compra y venta. No es posible otra manera de organizar la producción para el
mercado en una sociedad comercial. Durante el último período de la Edad Media la
producción industrial para la exportación fue organizada por burgueses opulentos y
llevada a cabo bajo su supervisión directa en su ciudad natal. Más tarde, en la
sociedad mercantil, la producción fue organizada por mercaderes y ya no estuvo
limitada a las ciudades; ésta fue la edad de "sacar" cuando la industria doméstica era
provista de materias primas por el mercader capitalista, quien controlaba el proceso de
producción como una empresa puramente comercial. Fue entonces cuando la
producción industrial fue puesta decididamente y en gran escala bajo la dirección
organizadora del comerciante. Este conocía los mercados, el volumen y la calidad de
la demanda; y podía garantizar también los abastecimientos que, de paso, consistían
simplemente de lana, algodón y a veces los telares o las hiladoras usadas en la
industria doméstica. Si fallaban los suministros el que más sufría era el tejedor
campesino porque se quedaba temporalmente sin trabajo; pero no era afectado ningún
equipo costoso y el comerciante no incurría en ningún riesgo serio al aceptarla
responsabilidad de la producción. Durante siglos este sistema aumentó de poder y
campo hasta cubrir en un país como Inglaterra, la industria de la lana, la primera
materia nacional, grandes sectores del país donde la producción estaba organizada
por el pañero. Aquel que compraba y vendía, incidentalmente, abastecía la producción
-no se requería un motivo separado. La creación de artículos no entrañaba ni las
actitudes de reciprocidad de la ayuda mutua; ni la preocupación del dueño de casa por
aquellos cuyas necesidades están a su cargo; ni el orgullo del artesano en el ejercicio
de su oficio; ni la satisfacción del elogio público - nada sino el simple motivo de la
ganancia tan familiar para el hombre cuya profesión es comprar y vender. Hasta fines
del siglo XVIII la producción industrial en Europa Occidental era un simple accesorio
del comercio.
Mientras la máquina fue una herramienta poco costosa y no específica no hubo
cambio en esta situación. El simple hecho de que el campesino en su choza podía
producir mayores cantidades que antes en el mismo tiempo podría haberlo inducido a
usar máquinas para aumentar sus ingresos, pero esto, en sí no afectó necesariamente
la organización de la producción. Que la maquinaria barata fuera de propiedad del
obrero o del comerciante suponía cierta diferencia en la posición social de ambos, y
casi con seguridad suponía una diferencia en los ingresos del trabajador, quien se
hallaba en mejor situación si era dueño de las herramientas; pero no obligaba al
comerciante a convertirse en capitalista industrial o a limitarse a prestar su dinero a
aquellas personas que lo eran. La producción de artículos rara vez fallaba; la mayor
dificultad solía encontrarse en el suministro de materias primas, que a veces que daba
inevitablemente interrumpido. Pero aun en tales casos, la pérdida del comerciante a
quien pertenecían las máquinas no era de consideración. No fue la invención de la
máquina como tal sino el invento de maquinaria y equipos complicados y por tanto
específicos lo que cambió completamente la relación del comerciante con la
producción. Aunque la nueva organización productiva fue introducida por el
comerciante –hecho que determino todo el curso de la transformación- el empleo de
maquinaria y equipos complicados entraño el desarrollo del sistema fabril y por tanto
un desplazamiento decisivo en la importancia relativa del comercio y la industria, en
favor de esta última. La producción industrial dejó de ser un accesorio del comercio
organizado por el comerciante como una proposición de compra y venta; ahora
requería una inversión a largo plazo con los riesgos correspondientes. A menos que la
continuidad de la producción fuera asegurada razonablemente, era imposible soportar
tal riesgo.
Pero cuanto más complicada se volvía la producción industrial, más numerosos eran
los elementos de la industria cuyo suministro era necesario proteger. Tres de esos
eran desde luego de importancia preponderante: el trabajo, la tierra y el dinero. En una
sociedad comercial su existencia podía ser organizada sólo de una manera:
haciéndolos disponibles para su adquisición. De ahí que tenían que ser organizados
para la venta en el mercado ---en otras palabras, como mercancías. La extensión del
mecanismo de mercado a los elementos de la industria ---trabajo, tierra y dinero---, fue
la consecuencia inevitable de la introducción del sistema fabril en una sociedad
comercial. Los elementos de la industria tenían que estar en venta.
Esto era sinónimo de la demanda de un sistema mercantil. Sabemos que las
ganancias son aseguradas bajo este sistema solamente si la autorregulación es
protegida mediante mercados competitivos interdependientes. Como el desarrollo del
sistema fabril fue organizado como parte del proceso de compra y venta, y por tanto
trabajo, tierra y dinero tenían que ser transformados en mercancías, debieron entrar en
el orden de la producción, ya que realmente no eran producidos para la venta en el
mercado. Pero la ficción de haber sido producidos así se convirtió en el principio
organizador de la sociedad. De los tres hay uno que resalta: el trabajo es el término
técnico usado para los seres humanos, mientras no sean patronos sino empleados; se
desprende de esto que en adelante la organización del trabajo debía cambiar junto con
la organización del sistema mercantil. Pero como la organización del trabajo es
solamente otro nombre dado a la forma de vida de la gente común, esto significa que
el desarrollo del sistema mercantil debía ser acompañado por un cambio en la
organización de la sociedad misma. En toda la línea, la sociedad humana se había
convertido en un accesorio del sistema económico.
Recordamos nuestro paralelo entre los estragos de los cercados en la historia
inglesa y la catástrofe social que siguió a la Revolución Industrial. Los adelantos,
decíamos, son por regla general logrados a costa de una dislocación social. Si la
rapidez de esta dislocación es demasiado grande, la comunidad debe sucumbir en el
proceso. Los Tudor y los primeros Estuardo salvaron a Inglaterra de la suerte de
España al regular el curso del cambio de forma que fue soportable y sus efectos
pudieron ser canalizados por avenidas menos destructivas. Pero nada salvó a la gente
del pueblo de Inglaterra del impacto de la Revolución Industrial. Una fe ciega en el
progreso espontáneo había arraigado en el espíritu del pueblo, y con fanatismo de
sectarios, los más ilustrados presionaron en favor de un cambio sin límites y sin
regulación en la sociedad. Los efectos sobre la vida de las gentes fueron horribles,
superando a toda descripción. Es más, la .sociedad humana hubiera sido; aniquilada
de no ser por las contramedidas protectoras que embotaron la acción de este
mecanismo autodestructor.
La historia social del siglo XIX fue así el resultado de un doble movimiento: la
extensión de la organización del mercado con respecto a los artículos de
consumo genuinos fue acompañada por su restricción respecto a los ficticios.
Mientras que por una parte los mercados se propagaban por toda la faz del
globo y la cantidad de artículos afectados crecía en proporciones increíbles,
por la otra parte una red de medidas y normas era integrada en instituciones
poderosas destinadas a contener la acción del mercado relativa al trabajo, la
tierra y el dinero. Mientras la organización de los mercados mundiales de
artículos de consumo, mercados mundiales de capital y mercados mundiales
de dinero bajo la égida del patrón oro dieron un impulso sin paralelo al
mecanismo de los mercados, surgió un movimiento profundamente arraigado
para resistir los perniciosos efectos de una economía controlada por el
mercado. La sociedad se protegió contra los peligros inherentes en un sistema
de mercado autorregulador; éste fue el rasgo más vasto en la historia de la
época.
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