El norte de Castilla 09/02/2006 Mario Bedera* - Entre letras y ciencias Hubo un tiempo en que todos los saberes conocidos eran asequibles para algunos seres humanos. Los intelectuales de la época antigua conocían por igual los pocos secretos que el mundo natural se dejaba arrancar y los principios que regían el cosmos social. Incluso, en raíces que se remontan a la Jonia de Tales de Mileto, allá por el s. VI a.C., nació la creencia en la unidad de las ciencias o lo que era lo mismo, que el mundo se ordena y puede ser explicado por un reducido número de leyes naturales: lo que se conoce como el 'Hechizo Jónico'. Desde entonces este hechizo ha estado en el imaginario colectivo del mundo científico. Las 'Etimologías' de san Isidoro se supone que compendiaban todo el saber de la época y figuras como Leonardo han encarnado como nadie la perfecta unión de ambos universos, el del saber natural y el del arte creativo. El conflicto secular entre 'letras" y 'ciencias' arranca cuando en el s. XVII se inicia el control sobre la naturaleza o al menos su predecibilidad, en lo que se conoce como Revolución Científica. Newton, el icono más sagrado de esta Revolución, escribía: «Si he podido ver más allá, es porque iba a hombros de gigantes». Se estaba refiriendo al carácter acumulativo del saber y a las consiguientes mejoras de los tiempos modernos. Abría con ello un nuevo procedimiento de estudio de la naturaleza basado en la observación y el experimento; estos nuevos protocolos no podían aplicarse para determinar de manera lógica una verdad ética, no podían aplicarse, en definitiva, al mundo de las humanidades. Durante tres siglos se ha mantenido el conflicto entre saberes humanistas y científicos, vulgarmente entre 'letras' y 'ciencias'. En 1959, C.P. Snow publicaba 'Las dos culturas', una obra donde se ponían de manifiesto las dos orillas desde donde se miraban los intelectuales de letras y de ciencias. En su segunda edición (1963) incluyó un ensayo que con el título 'Las dos culturas: una segunda El norte de Castilla 09/02/2006 mirada', apostaba por una 'tercera cultura' que llenaría el vacío de comunicación entre intelectuales de letras y de ciencias. Desde entonces el acercamiento entre los saberes científicos y humanistas, la llamada 'tercera cultura', ha ido calando como lluvia fina en instituciones de educación y gobiernos de todo el mundo. El esfuerzo mayor ha residido en acercar el conocimiento del mundo científico al hombre culto del siglo XXI para que formara parte de su bagaje intelectual sin obviar que en prestigiosas instituciones científicas se han incluido también materias humanísticas como obligatorias. En nuestro país, el proyecto de Ley Orgánica de Educación, sensible a corregir el creciente desconocimiento científico de nuestros estudiantes de disciplinas humanísticas, incorpora como materia común en el bachillerato: «Ciencias para el mundo contemporáneo», solución en sintonía con las afirmaciones del que fuera presidente del Institut d'Estudis Catalans e insigne matemático, Manuel Castellet, quien atribuye gran parte de la incultura científica española a la separación educativa entre ciencias y letras. Esta incorporación no debería entenderse como una mera adherencia al currículo sino como un impulso para armonizar los campos humanístico y científico en un equilibrio ponderado, en una experiencia educativa mestiza que defina lo nuclear de cada ámbito. Una de las sociedades científicas más influyentes del planeta, la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS), editora de la revista Science, desarrolló hace unos años el 'Proyecto 2061: Ciencia para todos los americanos'. Una de las conclusiones del estudio tiene relación directa con el aprendizaje, cuando afirma que la formación científica de los ciudadanos en una sociedad democrática no pasa por ampliar los horarios y los contenidos, sino por definir el mínimo esencial para conseguir la alfabetización científica y centrar en ese cuerpo básico de conocimientos todas las armas educativas, formativas y divulgadoras. El norte de Castilla 09/02/2006 No se trata de convertir a cada estudiante en un vademécum de conocimientos; se trata de crear ciudadanos cultos, pero tampoco esta debiera ser nuestra meta final; el tipo de estrategia que se propone desde esta tribuna tiene que ver con cuestiones más importantes como el conocimiento científico cívico, es decir, la capacitación de los ciudadanos para que sean conscientes de la incidencia de la ciencia y la técnica en los aspectos comunes de la vida diaria; tiene que ver, en definitiva, con la necesidad de conocer para decidir. Hiroo Amura, miembro del Consejo para la Ciencia y la Tecnología de la Oficina del Primer Ministro del Japón, comentaba en un editorial de 'Science' la paradoja que podría darse en una sociedad basada en el conocimiento, cuando una buena parte del mismo será científico. Estaríamos ante un escenario donde los rápidos avances científicos, lejos de resolver problemas podrían generarlos por la incomunicación entre los profesionales de la ciencia y el resto de ciudadanos, incapaces de entender los logros científicos. El nobel de Química y doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid, Ilya Prigogine, asegura que la reacción Belousov-Zhabotinski (BZ) es uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX y sin embargo es muy probable que los lectores no estén familiarizados con ella. Podrán opinar que el ejemplo es extremo pero coincidirán en que un alumno de secundaria que ignore quien fue Colón recibe la reprobación general, mientras otro que desconozca quién fue Newton es tratado con mayor benevolencia. En el tránsito del s. XX al XXI se está abriendo paso una nueva corriente que propugna, no ya el acercamiento por el que apostaba la 'tercera cultura', sino la integración de letras y ciencias: la 'consiliencia'. El término fue propuesto por el inglés Whewel en 1840 y recuperado por Wilson en 1999 y por Jay Gould después (2003); apuesta porque los fenómenos tangibles desde el nacimiento de una estrella El norte de Castilla 09/02/2006 hasta el funcionamiento de las instituciones sociales, se basan en procesos materiales que en último término son reducibles a las leyes de la física. Podemos estar asistiendo al último capítulo del 'Hechizo Jónico', el movimiento que surgió hace veintiséis siglos y que en nuestros días no solo defiende la unidad de las ciencias sino la extensión de dicha unidad al ámbito de las ciencias sociales y de las humanidades. Cuando Einstein asistió al funeral de su amigo Michele Besso le dijo a su viuda: 'Para nosotros, físicos convencidos, el tiempo es tan solo una ilusión, aunque sea tenaz». Esperemos que el tiempo transforme la ilusión del acercamiento entre letras y ciencias en una realidad. * presidente de la Comisión de Educación y ciencia del congreso de los diputados