La prioridad del mercado

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La prioridad del mercado
no tener otra fe que la piel,
ni más ley que la ley del deseo
J. Sabina
A partir del recorte de dos casos bien distintos y una intervención grupal, me
interesa reflexionar acerca de la compleja urdimbre de funciones, visibles e invisibles
a nuestra praxis, que inciden en la estructuración psíquica de las emergentes
subjetividades.
Soledad tiene 30 años. Tiene problemas de peso: “no tengo límites con la
comida. He ido a miles de nutricionistas y es más fuerte que yo, si me propongo bajo,
pero cuando me bajoneo por alguna razón, termino dejando la dieta… es lo mismo
que con la plata, cuando no puedo parar de gastar”. De la misma manera, tampoco
puede sostener un trabajo, y lo mismo sucede con las distintas carreras que inicia. La
relación con sus padres es muy conflictiva, se suceden continuos reproches, peleas,
intentos fallidos por independizarse, los cuales no logra sostener por mucho tiempo.
… me quedé pensando lo que trabajamos la otra vez, de qué era lo
que yo estaba haciendo con mi cuerpo...que alejo a los hombres. Es
cierto que a veces me siento sola, pero también tengo como una
sensación de libertad, de que puedo hacer lo que quiera, me parece
que estar con alguien es tener que renunciar a algunas cosas. ¿Sera
lo que veíamos la otra vez de los limites?... Mis padres son muy por
la familia, pero es como una fachada. Mi padre prácticamente no
habla conmigo: él sólo trabaja, es la autoridad máxima en casa,
infunde respeto… Es toda la relación a través de mi madre: que tu
padre dice esto, que lo otro…
En meses cercanos al verano me sorprende verla con pañuelos (bandanas) a
modo de pulseras, en uno u otro brazo. Cuando le pregunto, se angustia mucho, y
después de un largo silencio me muestra sus brazos con múltiples cortes. Resulta que
lo ha venido haciendo desde púber: “empecé como con una necesidad de cortarme,
como ganas de sentir dolor físico. Sentía que eso me aliviaba de algo, y cada vez que
estaba mal lo hacía; es raro, el cortarme la piel me aliviaba”.
¿Qué ha pasado con Soledad? ¿Qué significado tienen esos cortes para ella? ¿Y
esa dificultad para poner límites en su cuerpo, en sus gastos, en concluir sus proyectos
personales?
Decía Lacan, en sus inicios, de manera contundente: “En el nombre del padre es
donde tenemos que reconocer el sostén de la función simbólica que, desde el albor
de los tiempos históricos, identifica su persona con la figura de la ley” (Escritos 1:
267). Sabemos que durante años, el patriarcado ha marcado los destinos de hombres
y mujeres. Se entendía que la función de instaurar la ley en el seno del hogar era
patrimonio del Pater familia, y desde esa misma ideología se reproducía el lugar y
las funciones asignadas a cada uno. Desde entonces, se han sucedido una serie de
cambios, que tienen como eje las nuevas relaciones de poder entre hombres y
mujeres. Al respecto, tomo un pasaje de Saramago que me parece da cuenta de la
forma que se van procesando estos cambios: “La silla empezó a caer, a venirse abajo,
a inclinarse, pero no, en el rigor del término, a desatarse. En sentido estricto, desatar
significa quitar las sujeciones”.1
En este sentido, actualmente estamos de acuerdo que la función paterna no se
limita únicamente a la persona del padre. Sin embargo, se les sigue reclamando, con
cierta añoranza desde el plano imaginario, que reinstauren límites y conductas de
épocas pasadas. Esta exigencia no tiene en cuenta que, en la actual coyuntura socioeconómica y política, no están dadas las condiciones para que esto se lleve a cabo tan
fácilmente. En consecuencia, están menos dispuestos a llevar adelante tal hazaña en
solitario. Además, en tal caso, deberían, renunciar a los beneficios que este
aflojamiento les ofrece: como más dedicación al trabajo, amigos, deportes.
Freud, en su famosa Carta 69 a Fliess, confiesa su descreimiento en sus
neuróticas acerca del asunto de los padres perversos. Un simple razonamiento
estadístico lo pone en la pista del engaño en que se ha visto envuelto. De la misma
manera, hoy podemos preguntarnos si la lenta caída del padre, las dificultades en las
funciones de corte, de instaurar la prohibición, por parte de uno, o de ambos
responsables de la crianza, la tendiente homogeneización de las funciones
parentales, etc. ¿conduciría inevitablemente a un aumento en las dificultades de
simbolización, en el desarrollo intelectual de nuestros niños? Sin embargo, muchas
veces, nos vemos sorprendidos por situaciones muy diversas. Esta es la situación
que percibimos en la mayoría de los niños que concurren a un club infantil en
convenio con el INAU. De entrada nos asombra el lenguaje que manejan, la
capacidad de expresar sus emociones, sus sentimientos, la participación en juegos
reglados, la posibilidad de simbolizar, la fácil adquisición de herramientas
tecnológicas.
En las reuniones con los padres, la mayoría madres, hablan con interés de la
crianza de sus hijos, de las dificultades para ponerles límites, del colecho, etc.
Entretanto, se suceden interminables reproches dirigidos a la actitud de la mayoría
de los padres: “que se han borrado”, “que no aportan económicamente”, “que no
se les importa nada de la vida de sus hijos”.
En medio de tantas reivindicaciones, María se posiciona como la abanderada de
una situación sin conflictos de esa naturaleza: “Rodri no tiene esos problemas. Yo del
padre me separé estando embarazada, lo eché, no servía para nada. Él no lo conoce
y no tiene ningún tipo de problemas; nunca me preguntó por él. Es mucho más fácil
1
Saramago, José. “La silla”; la lenta caída del asiento de Salazar, hasta que cae la dictadura.
para criarlo porque no tuvo que pasar por el sufrimiento de otros niños que les
pegan, o los abandonan […] yo aprendí a manejarme sola para todo con mis hijos,
ni que me anden diciendo qué es lo que tengo que hacer”.
Frente a situaciones tan heterogéneas, asistimos desconcertados a los vaivenes e
intercambios de las funciones parentales. Una complejidad
infinita de
combinaciones en la crianza de nuestros niños, nos lleva a interrogarnos acerca del
alcance de las herramientas teóricas con que contamos, si son operativas y eficaces,
para intentar comprender los efectos psíquicos que introducen en las nuevas
subjetividades.
Freud, desde “El proyecto de psicología”, nos trae la presencia del “semejante
auxiliador” desde los momentos iniciales de la vida y la muerte segura del bebé, sin
la presencia de un otro que lo asista en su desvalimiento inicial. En “Tótem y Tabú”
desarrolla cómo el ser humano en su indefensión frente a los misterios de la
naturaleza, creará un ser superior: Dios o Tótem, que tendrá las cualidades necesarias
como para ampararlo frente a la incertidumbre de lo incognoscible, de lo
impredecible del funcionamiento del Universo, en consecuencia amenazador.
En el mismo sentido, hablando de Religión, amplia estos conceptos y desarrolla
la idea de cómo ese Ser omnipresente y omnipotente, como un Otro absoluto en el
plano imaginario, no es otra cosa que la proyección de nuestros deseos y temores. Es
una construcción propiamente humana hecha a medida de nuestras circunstancias.
De alguna manera, tendemos a construir un universo simbólico que responda a
las contingencias de nuestras vicisitudes como sujetos del inconsciente. Así mismo,
somos, en parte, construidos por esos mismos montajes complejos que responden a
nuestros temores y deseos humanos, siempre tendientes a ser domeñados.
Lacan, años más tarde, retoma con más fuerza esta “Prioridad del otro2” en la
constitución psíquica del Sujeto. Sostiene con respecto a la función del padre, que
para que este sea reconocido como representante de la ley, hace falta que su palabra
sea reconocida por la madre: “El padre se afirma en su presencia privadora, en tanto
que es quien soporta la ley, y esta ya no se produce de una forma velada sino de una
forma mediada por la madre, que es quien lo establece como quien dicta la ley”.
(Seminario 5: 200)
Es decir, ya no se limita a circunscribirlo al entorno mas inmediato del niño, sino
que lo ampliará a una dialéctica de intercambios que incluye a los padres, y un más
allá de sus propias personas, es decir, la historia de éstos con sus propios padres, con
la castración simbólica. De esta manera, nos advierte cómo la función simbólica de
corte, es sostenida, no solamente por quien la efectúa, sino cómo también participan
otros actores, en tanto, habilitan o dificultan ese ejercicio de autoridad, de separación,
incluyendo diferentes personajes, instituciones, hasta abarcar a la cultura en general.
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Laplanche, J. “la prioridad del Otro” Ed. Amorrortu
Por su parte, Saramago en Casi un objeto, hermosamente, nos propone
reflexionar acerca de cómo la cosa humana, actualmente, se va configurando en un
mundo en el que los objetos van cobrando cada vez más valor. Se puede pensar cómo,
a través del intercambio de objetos, como dones, entre padres e hijos, con su entorno
social e institucional, de alguna manera, se intenta complementar las funciones de
narcisizacion, de simbolización, a través de la experiencia subjetiva con el osito de
peluche, o con Papa Noel que no llega.
¿Será en parte el caso de Camila?, hija de una mujer que ejerció durante años la
prostitución. Tiene 15 años, es la quinta de seis hijos, todos de padres desconocidos.
Actualmente vive con su tío materno y su familia.
Consulta porque se siente muy angustiada, con deseos de “hacer algo” para
terminar con su sufrimiento. Mientras tanto concurre al liceo, es una excelente
estudiante de bachillerato, y trabaja por las mañanas en un jardín de infantes,
propiedad de su tía. Al respecto, la misma refiere: “es increíble cómo se relaciona
con los niños, con los padres, tiene una capacidad para ponerles límites, ayudarlos
con sus tareas; todos la adoran”.
Su madre desde hace un tiempo tiene una pareja estable, con la cual ha tenido su
última hija. Camila está contenta por la nueva situación. Sin embargo, tiene claro que
con ella no quiere vivir: “no nos supo cuidar”, “ella es buena, nos enseñó todo, todo
lo que soy se lo debo a ella”, “da todo por nosotros, pero no me olvido todo lo que
pasamos: mucho tiempo solos, pasamos hambre, muchas carencias, violencia”.
Mantiene con ella una relación fluida, ambivalente; la va a ver todos los días, y
vuelve siempre enojada:
…es que no le pone límites a Romi, [que] es una malcriada, dice
malas palabras, pega, y el padre siempre la defiende. Si yo la rezongo,
me dice que la deje, que es chica. Lo odio, ¿quién se cree que es?; él
no es mi padre, yo no tengo padre, él no me puede decir lo que tengo
que hacer. No sé por qué me pongo así, me viene una furia. ¡Y sí!, me
doy cuenta que estoy muy celosa de Romi, de la vida que lleva. Ella
va en coche, y nosotros todo lo que pasamos, pero a la vez estoy
contenta porque él es bueno, él sacó a mamá de la prostitución,
trabaja mucho, le dio otra vida… es raro… al final no me
entiendo.[…]
Yo no permito que ningún hombre me diga lo que tengo que hacer;
yo quería ser lesbiana, me parecía que entre mujeres es todo más
fácil. Eso lo pensaba hasta que conocí a Joaquín. Es el amor de mi
vida. Él fumaba porro y a mí no me gusta que lo haga y lo dejó por
mí...nosotros no tenemos relaciones, yo no quiero, con la historia de
mi madre tengo como un rechazo, es muy complicado para mí. […]
A mi tío lo respeto pero es muy exigente, demasiado. Él no se da
cuenta. Y yo no sé hasta cuando voy a poder aguantar, tengo ese
sentimiento de que quiero terminar con todo, a veces se me va y tengo
claro que quiero estudiar, tener una profesión, ser independiente para
irme de la casa de mis tíos, tener un lugar para mí. Pero está ese
pensamiento de querer largar todo. Al principio pensaba que no lo
podía hacer por mi hermanita, por mis sobrinos, yo los quiero tanto,
me pone triste pensar que podría ser capaz de lastimarlos.
Nos encontramos en tiempos de un capitalismo globalizado que de alguna
manera ha ido sustituyendo “por obra pacientísima” los diversos sistemas anteriores.
Es casi el amo supremo que rige la vida y los destinos de los seres humanos. Así
como el régimen feudal tenía sus subrogados, hoy el mercado se sirve de los Estados
y sus distintos poderes para sostenerse y reproducirse. ¿Es compatible la lógica del
mercado con las antiguas prácticas de poder? ¿Pueden las leyes del mercado
imponerse en simultaneidad con otros actores capaces de enfrentarse a su poder, o
que pongan coto a su lógica eficaz de estimular el deseo tan genuino del ser humano?
Tomando como modelo los dispositivos de los aparatos ideológicos del Estado
de Althusser, pienso si los Gobiernos y los diferentes poderes, como tentáculos: la
Escuela, la Medicina, las distintas organizaciones que luchan por los derechos
humanos (de los niños, de las mujeres, etc.), si todo este progreso, en cuanto a
igualdad de condiciones, y disminución del sufrimiento humano, paradójicamente,
no per-vierten, en el sentido de los lugares y funciones diferenciadas, y no por el sexo
de quien la realiza, que hasta la actualidad, entendemos, contribuyen a la
organización psíquica del sujeto.
Esto me lleva a reflexionar acerca de cómo el Estado lentamente va socavando
la autoridad de los padres, y sus subrogados: maestros, cuidadores, etc., y se va
erigiendo a su vez en el Gran Padre. Cómo, poco a poco, se va infiltrando en la
intimidad de los hogares a través de múltiples intervenciones humanizantes,
mediante el control de las conductas de los adultos encargados de los cuidados de los
niños. No obstante, en muchos casos, estas diferentes intervenciones operan a modo
de terceros que contribuyen a la triangulación de los vínculos, la internalización de
límites, la instauración de la prohibición.
En cuanto a la lógica del mercado resulta paradójica, cuando no, enloquecedora.
Por un lado, nos ofrece puerilmente todos sus dones, en un llamado al disfrute pleno,
al goce, pero curiosamente, intrínsecamente, y de manera casi imperceptible contiene
una prohibición, una interdicción: ¡Sí!, tendrás lo que quieras, pero tiene un costo:
deberás renunciar a alguna cosa: al ocio, al juego, a la libertad. En última instancia,
¿no resulta ser como la madre winnicottiana, que ilusiona hasta perder los límites,
confundir, para luego, inevitablemente desilusionar, frustrar? En este sentido, pienso
que en el mejor de los casos, resulta organizadora del psiquismo, en tanto contribuye
a los procesos de simbolización mediante la pérdida, la frustración, que debe ser
sublimada, soñada, fantaseada.
Desde luego, las cosas no son tan sencillas. A su vez, la fuerza avasallante del
mercado, con sus múltiples e ilusorias estrategias aseguradoras de bienestar, de
satisfacción plena, pienso, si no empuja a nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, a dar
ese salto, o asalto, en un juego perverso de actos y diferentes tipos de actuaciones, de
transgresiones a la ley, tendientes a lograr de forma inmediata, la obtención del objeto
anhelado, al parecer, en un principio, tan al alcance de la mano.
¿Serán aquellos mismos niños que tanto nos llamaban la atención por su
desenvolvimiento cognitivo, por sus recursos psíquicos, hoy jóvenes, dispuestos a
efectuar alguna actuación, un pasaje al acto, con tal de obtener unos Nike, o un celular
último modelo? Aquí entrará en acción el Estado y sus distintos poderes, aplicando
la ley, la prohibición y en última instancia el castigo, ante la transgresión a las reglas
propias del mercado. Funcional al mismo, actuará cuando este se vea afectado y lo
reclame en su función de garante de las leyes del sistema mercantil.
Es para pensar, si en definitiva, esos recursos psíquicos de los que hablaba
anteriormente, forman parte del proceso de estructuración psíquica, represión
mediante, o, si se trata, en algunos casos, de simples estrategias adaptativas, frente a
las exigencias y/o beneficios del contexto socio-cultural.
De todas formas, el capitalismo se muestra tolerante con las diferencias, hasta
de alguna manera las exalta, siempre y cuando, entren en la maquinaria voraz del
consumo. Un ejemplo elocuente, es ver como alrededor de los colectivos gay se ha
construido toda una industria que los contempla (hoteles gay, cruceros gay), y que
moviliza impensables capitales con las consecuentes ganancias que estas inversiones
generan. De más está decir, que el funcionamiento del sistema capitalista, el modo
de producción y redistribución, genera grandes desigualdades de todo tipo, entre la
mayoría de los habitantes del planeta.
Así como Freud nos propuso pensar al Tótem, al Dios todopoderoso, como
construcciones culturales, cabe preguntarse si, una vez superados ciertos temores
frente al funcionamiento de la Naturaleza y el Universo, mediante los avances
científicos, y aflojados entonces ciertos mecanismos represivos, este sistema
capitalista no estará siendo moldeado más a semejanza de las leyes del deseo. Parece
ser que este Capitalismo refleja cada vez más fielmente la fuerza del deseo,
irreductible en su condición humana: la metonimia del deseo. De alguna manera, ha
logrado captar, como nadie, la evanescencia, la contingencia del objeto, la
vertiginosa búsqueda del objeto perdido, como a sabiendas de que nunca jamás será
reencontrado. Entonces, parece que no se trata solamente de regular, controlar al
Deseo, sino también, de de-sujetarlo.
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