CONCLUSION: LA LÓGICA y LOS SUJETOS. LA LÓGICA COMO OBJETO Tras la descripción de las nociones y operaciones fundamentales que se desprenden de «autonomizar» la forma lógica de las expresiones, respecto a cualquiera que sea su contenido empírico, surge --como ha podido apreciar el lector en este capìtulo- la lógica y la matemática, que no es sino la ciencia nomotética de la Expresión para el sujeto. ¿Pero para qué sujeto? Y, desde otro punto de vista, por la consideración de las nociones y operaciones fundamentales con que se «autonomiza» la distancia funcional entre la expresión y su contenido empírico, aparece la lógica y la matemática, que no es sino la ergonomía de la Expresión para los objetos de la ciencia, que, si son objetos de conocimiento, también son objetos en sí. ¿Pero cuál es su consistencia como «objetos»? Ambas preguntas no son ajenas a las cuestiones que se plantean los filósofos del lenguaje a propósito de la verificabilidad de la lógica y de las matemáticas. Me atrevo a afirmar en este sentido que, por encima de matices (y escuelas), existen dos direcciones al final de las cuales se postula aquella verificabilidad: una, la que lleva a postular, como hace Hintikka, por ejemplo, que el sujeto es el punto de verificabilidad del lenguaje (cfr. Saber y Creer, 1979); otra, la que lleva a defender, como hace Popper (cfr. La lógica de la investigación científica, 1971), que el objeto de la ciencia es el pilar sobre el que reposa la verificabilidad de las aplicaciones instrumentales de la lógica y las matemáticas. Ambas respuestas suponen, desde luego, que existen unas condiciones lógicas para que el sujeto de la expresión formal sea «cualquier sujeto» capaz de «pensar» consistentemente (el llamado sujeto epistémico), y para que el objeto de la expresión formal sea «cualquier objeto» susceptible de ser falseado por la experimentación «objeto epistémico» del conocimiento científico ). Aquellas condiciones lógicas consisten en la pertenencia de los sujetos individuales o de los objetos concretos a la «clase de los sujetos» o a la «clase de los objetos», cuyas características son las formalmente predicadas por los modos canónicos de proceder cuando se respetan las reglas lógicas o cuando se respeta la metodología de la ciencia. En este sentido, el «sujeto epistémico» se manifiesta como un «sujeto genérico», y el «objeto epistémico» aparece también como un «objeto genérico». Sujeto y objeto genéricos que, desde luego, están en la base de toda pretensión de establecer una correspondencia de verificación, la cual consiste en último término en algún tipo de adecuación entre el objeto y el sujeto (Adecuatio intellectus et rei, como decía Aristóteles). Ahora bien, cuando el objeto, como extremo de esta adecuación, no es la realidad --digamos, el «contenido empírico»-, sino la expresión formalmente considerada, es decir, la lógica o la matemática como objeto al que se adecúan los sujetos -o mejor, el sujeto genérico-, la verificación se postula para una actividad del sujeto, tomada como objeto; y es en este punto donde el verificacionismo lógico (más allá de matices y/o escuelas) se funda: la adecuación entre el sujeto genérico y una actividad genérica -tomada como objeto--. Por este camino, la Verdad se convierte en Bien, y la lógica o las matemáticas devienen una especie de ética del pensamiento (como dice Moles, 1987); los verificacionismos sintácticos o los verificacionismos semánticos, desde este punto de vista, no son sino niveles formales de un verificacionismo lingüístico para el que la arbitrariedad y la norma son dos caras de la misma moneda de cambio -la Expresión- sustraída del mercado --el intercambio-- del que, sin embargo, depende su valor . Los componentes imprescindibles del mercado -siguiendo con el símil- son los objetos y los sujetos -o las mercancías y los vendedores y compradores-. El valor de aquel Bien al que en definitiva se reduce la eticidad de la lógica y la matemática, lo regula la interacción por el intercambio. Este no es un mero nivel pragmático del lenguaje, salvo si a toda interacción social se la considera lenguaje, cuya premisa me resisto a aceptar. El intercambio de expresiones hace, a mi juicio, que cobre un valor acrecentado el «Bien» de la lógica y la matemática, porque éstas permiten autonomizar hasta tal punto las distancias funcionales entre la Expresión y su contenido, que se crean las condiciones históricas (comunicativas) para que puedan progresar las correspondencias de adecuación entre sujetos y objetos, a pesar de las cada vez mayores distancias funcionales entre ambos que proporciona la ciencia. En definitiva, para que progrese el conocimiento contribuyendo al cambio, tanto de los sujetos como de los objetos, a través de la expresión que se intercambia, y de manera que el cambio de los sujetos y el cambio de los objetos no sea aleatorio, sino ordenado, reproductivo. Sin la lógica, sin la actividad genérica del pensamiento tomada como objeto, no sería posible la «reproducción» del conocimiento, pues las distancias entre objetos y sujetos alcanzadas por el intercambio de expresiones llevarían a un alejamiento tal que se destruiría por sí misma toda posibilidad de conocimiento, que se acarrearía el azar absoluto en las relaciones funcionales entre sujetos y objetos, la pura entropía histórica. La lógica y la matemática, por consiguiente, se verifican por el valor, y este valor, cuando se consideran las ciencias deductivas, es antes un valor de cambio que un valor de uso. El valor de cambio de la Expresión sin contenido, de la Expresión formal, de la lógica y la matemática como objetos genéricos, no podría ser verificado sin recurrir al análisis de la Comunicación, al análisis del intercambio de Expresiones; tema al que dedico los próximos capítulos y que, desde luego, se encuentra mucho más cercano de la epistemología del lenguaje y aun de la epistemología de la lógica formal, de lo que hasta ahora ha podido sospecharse.