Carta de una MD desde Canadá Doctor Poveda debo decir que este mensaje no es para usted porque se que aún tiene claro que clase de médico es, tampoco es para el resto de médicos, es solo para mi misma, es solo una forma de exorcizar estos fantasmas que me agobian desde que me exilié en este frío país. Recuerdo que siendo una niña de nueve años decidí que estudiaría medicina, aunque fuera lo último que hiciera en mi vida. Hubo muchas razones, como por ejemplo que fui hospitalizada debido a una patología que en su momento era exótica para diagnosticar y tratar. Tan niña era, todavía, que oír llorar al niño de al lado de mi habitación me producía tanto miedo que solo atinaba a mirarlo desde la gran ventana que nos separaba y fue justamente a través de esa ventana que mi mundo empezó a someterse a la idea de querer ser médico cuando fuera grande. Había tantos hombres y mujeres de batas blancas que siempre nos prodigaban una sonrisa, que con sus "raros aparatos" lograban que los niños y niñas dejaran de lloran. Que escribían notas en los yesos de manos y piernas y así estar fracturado resultaba ser una maravillosa aventura para contar a los demás. Ese comenzó a ser para mí un mundo de fantasía del cual ya no quise salir jamás. El niño que lloraba se había quemado todo su cuerpo y todas los días gritaba de dolor, sin embargo, poco a poco y sin que me diera cuenta, algún día cualquiera el niñito se curó. Lo supe porque ya no lloraba más y porque cuando vi su cuerpo un día antes de salir del hospital casi no quedaban huellas de tan horrenda pesadilla. Estudié en la universidad Nacional de Colombia y no por suerte o porque me tocara en desgracia por venir de una familia de pocos recursos, no, porque recursivos si éramos, sino porque ese era uno de mis sueños. Finalmente después de muchos tropiezos, especialmente de índole existencialista , me gradué, pero créame, muchas veces me sentí traicionándome a mi misma y lo que es peor traicionando a esa niñita de nueve años que alguna vez creyó que podría cambiar el mundo haciéndose médico. Después de seis años de exilio volví de visita a Colombia. No puedo decir que me sorprendiera la situación pues sigo con vehemencia los mensajes y noticias que me llegan a la soledad de mi casa en este frío país. Tampoco el tiempo ha sido mucho como para olvidar cual fue la razón de mi huida. Trabajaba como médico general en una, para entonces, innovadora y prestigiosa EPS. Una de esas en las que según la gente daba prestigio trabajar. No puedo decir que no la pase bien, hubo varios individuos que lograron hacerme reír y sentir importante, pero hubo otros que se transformaron, no digo como camaleones porque eso sería ofender a estos bellos animales, no digo como hienas porque en medio de todo ellas son interesantes. Se transformaron en verdugos de sus propios amigos y compañeros de carrera. Vi a colegas ser despedidos durante el curso de una consulta médica. Doy testimonio de que a uno de ellos se le pidió que se quitara la bata y saliera de inmediato del consultorio. La razón?, estaba "desangrando al sistema". Un aire de terror empezó a apoderarse de la gente y llegaban a trabajar en silencio, como prófugos, no hablaban entre si, solo se prodigaban miradas como en el libro de George Orwell, Mil novecientos ochenta y cuatro. En fin que no quise ser partícipe de una parodia que a todas luces violaba mi más honesto sueño, mi derecho a ser feliz trabajando en lo que más me gustaba hacer, curar el dolor y la aflicción de los demás, la mía y la de mi familia que veían en mí al héroe que alguna vez yo vi en los médicos que curaron aquel niñito quemado que tanto lloraba y me asustaba. Hoy vivo en Canadá y quisiera pensar que podré volver a ejercer esta profesión que ha sido como ese amor que no se olvida aunque pase el tiempo, con el que soñamos que algún día podremos volver a encontrar para abrazar, para tocar y no volver a dejar jamás. Soy un médico más en el exilio de mi misma porque no quiero ni pensar que tenga que volver para enfrentarme al dilema de tener que escoger entre este enfermizo deseo de ejercer la medicina con la conciencia limpia, diáfana, con pulcritud y mi fisiológico deseo de alimentarme bien. Volveré a ejercer la medicina hasta cuando no tenga que vivir de ella, es decir, jamás. Porque estoy segura de que mi corazón no toleraría ni por un segundo que un humano perdiera la vida o su tranquilidad emocional porque unos pocos brutos, ignorantes, riquitos venidos a menos y de dudoso origen me impidieran actuar con la valentía para salvarle la vida, en especial a esos que llamamos pobres que lo único que tienen en la vida es a Dios y a su médico. Gracias Doctor, si publica o no este mensaje porque en todo caso me he expresado y quiero decir que si tuviera que volver a ser médico lo pensaría, pero como afortunadamente no tengo que elegir quiero decir que soy feliz de serlo, que me enorgullece que mi hija lo sepa, que todo el mundo sepa que eso es lo que soy y no me avergüenzo porque nadie me puede quitar la felicidad que me produce la sonrisa de alivio y agradecimiento eterno de los cientos de personas que he ayudado, ni siquiera un presidentico con toda su coprolalia devastadora. Simplicia Sotelo. Medico General – Canadá.