¿Qué debe buscar un directivo cuando decide?

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¿Qué debe buscar un directivo cuando decide?
Raúl Lagomarsino
Profesor del Área de Dirección de Personas en las Organizaciones
INALDE – Escuela de Dirección y Negocios
De todas las preguntas que un directivo se hace y le hacen, hay una absolutamente vital, ya
que de su respuesta depende su futuro y el de quienes se ven afectados por sus acciones.
Es una pregunta tan sencilla como profunda: “¿cuál es el fin de la acción directiva?” o,
dicho de otra forma, “¿qué debe buscar un directivo cuando decide?”. Para un directivo es
una pregunta ineludible, dado que siempre que está decidiendo está buscando algo, haya o
no reflexionado sobre qué es eso que busca.
Hoy en día hay dos bandos claramente diferenciados, que responden a esta pregunta de
forma radicalmente opuesta.
El primero de los bandos propone una respuesta que es un poco antigua. Data de 1776 y
viene de Adam Smith, considerado el ‘padre del capitalismo’. ¿Qué debe buscar un
directivo, de acuerdo con Adam Smith? Nada más ni nada menos que su interés propio.
Smith, viendo que Newton, mediante la ley de gravitación universal era capaz de explicar el
funcionamiento del universo entero, se planteó encontrar una ley que explicara el
funcionamiento de las sociedades. En su libro La riqueza de las naciones propone que la
ley que debe regir la conducta de los hombres para que la sociedad pueda vivir en paz no es
otra que el interés propio, el “self interest”. El hombre es entonces un animal económico,
que en su actuar debe preocuparse pura y exclusivamente por su propio interés.
Me animo a decir que, a pesar de venir del S. XVIII, esta idea sigue vigente hoy en día, y
con particular fuerza en las empresas, donde el famoso “there is no free lunch” es una
realidad tan obvia que no necesita ser probada.
El problema con esta respuesta es que ha llevado a un mundo en el que cuanto más
desarrollo y crecimiento económico hay, más inequidades, abusos e injusticias vemos. El
funcionamiento de la sociedad basada en el egoísmo no ha sido tan armónico y equilibrado
como Adam Smith pensaba.
Ahora, si el primer bando ofrecía una respuesta un tanto antigua, la respuesta que ofrece el
segundo bando es mucho más antigua: tiene 2.000 años. Viene del Cristianismo, y a la
pregunta ¿qué debe buscar con su acción el hombre? responde sencillamente que los
hombres deben amarse unos a otros. Lo que debemos buscar con nuestras decisiones es el
bien común. La Iglesia desde siempre ha difundido este mensaje y ha repetido hasta el
cansancio que no es en absoluto incompatible con la actividad económica, ni con el lucro.
El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate, aborda este punto: “La
doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente
humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro
de la actividad económica y no solamente fuera o después de ella.
“El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo
de globalización, y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto
en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no solo no se pueden olvidar o
debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad
y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la
lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la
actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual,
pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al
mismo tiempo”.
Resumiendo: un bando declara que la fórmula de éxito es: “que cada uno se preocupe por sí
mismo”, mientras que el otro afirma “que cada uno se preocupe del bien común”.
En su discurso inaugural, el Presidente Obama propuso a los americanos que la solución a
los problemas que enfrentan está en dos cosas: “virtudes y esperanza”. Muchos vimos en
esa declaración una apertura a una concepción distinta del hombre y su rol en la economía.
Sin embargo, cuando se propone la salida a la crisis financiera, se recurre básicamente a
dos herramientas: nueva legislación y corregir los sistemas de incentivos. Se apela una vez
más al interés propio de las personas como forma de solucionar los males. Lo mismo
podemos ver en el caso de los pozos petroleros en el Golfo de México. “Pongamos multas y
endurezcamos la legislación”.
El problema con estas medidas (sin duda, en cierto modo necesarias), es que no atacan el
fondo de la cuestión. Lo que hace falta para solucionar todos estos problemas de raíz son
directivos que se preocupen por el bien común, porque ahora no hay ley, ni sistema de
incentivos que pueda obligarnos a que nos preocupemos sinceramente los unos por los
otros.
¿Cómo se consigue entonces esa fraternidad y solidaridad basada en el bien común? Es
necesario comprender que este tipo de comportamientos no se pueden reglamentar o
decretar, solo se pueden inspirar. La única forma en que las personas comiencen a actuar
así es que alguien les de ejemplo. Hacen falta personas concretas, de carne y hueso, que
muestren el camino, que demuestren que es posible un mundo empresarial en el que la
fraternidad y la solidaridad sean los sentimientos orientadores, y el bien común el objetivo
a conseguir.
Hace falta empresarios y directivos que se tomen en serio esta aventura para demostrar al
mundo, con su inteligencia y su habilidad, que no es “a pesar de ser buen empresario” sino
precisamente “porque se es buen empresario” que se debe actuar con la mira puesta en el
bien común.
Este tipo de personas son vitales si pretendemos cortar el ciclo vicioso del interés propio, en
el que cada hombre es el competidor de su hermano. Sin estas personas, el destino que nos
espera no es otro que el colapso de nuestras sociedades ante la creciente injusticia y
desigualdad entre pueblos y hermanos. Esta, y no otra, es la realidad que nos espera si no
cambiamos de dirección. Así de graves son las consecuencias.
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