Los blancos del humanismo ateo

Anuncio
Los blancos del humanismo ateo
Escritores Actuales / Schooyans Michel
Por: Michel Schooyans | Fuente: Creación y Procreación a la luz de Evangelium vitae
La señoría ministerial
El ateísmo resultante de la Ilustración es en primer lugar responsable de una concepción de la procreación extraña a un Dios que sería
Providente. El hombre no participa a la señoría de Dios sobre el mundo (EV 42). Más precisamente, no hay ningún lugar para una
señoría ministerial del hombre, particularmente en materia de procreación (EV 52).
Primero expulsado del mundo natural, Dios es luego declarado inexistente. Los lugares respectivos que el hombre y la mujer tenían en el
designio de Dios son aquí abolidos. El sentido de la sexualidad es reducido a una búsqueda de placer, el engendramiento de un hijo es
un riesgo a evitar. Puesto que ya no hay más que individuos, la sexualidad es separada del amor. La destrucción por motivo de ateísmo,
de la relación hacia Dios del hombre y de la mujer arrastran una herida fatal en la relación entre este y esta. El poder de volverse hijos
de Dios participando, a título de analogados secundarios, al poder creador de Dios es rechazado en su raíz cuando la existencia de Dios
es rechazada, práctica o teóricamente, y cuando, en consecuencia, el hombre y la mujer sólo pueden rechazar la proposición divina de
volverse ellos mismos, hijos de Dios. ¿Cómo el hombre y la mujer procrearían hijos de Dios mientras que en su misma relación sexual
niegan prácticamente su propia condición de hijos de Dios? (EV 43).
Recordemos que este drama del humanismo ateo fue resumido en unas palabras sorprendentes por San Juan: «iMiren cómo nos amó el
Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce es porque no lo ha
reconocido a él.» (1 Jn 3,1).
Luego, hay que consumar esta apostasía por la destrucción de la familia, así misma llamada a ser imagen de la Santísima Trinidad. Es
lo que explica la publicidad a bombo y platillos que se hace para los múltiples «modelos de familia», donde, por una desviación de
sentido, se quiere dar un estatuto legal a uniones extrañas, otorgando a estas los mismos «derechos» que los reconocidos a la familia
fundada en el matrimonio.
La Iglesia al desafío del laicismo
Finalmente, es necesario constatar que otro blanco mayor de estas corrientes es la Iglesia católica como institución. En la lógica del
ateismo que ya hemos analizado, la Iglesia debe ser destruida, porque ella guarda la Revelación de un Dios que habló a los hombres, un
Dios cuyo Verbo se hizo carne, que habitó y habita entre nosotros, que a tiempo y a destiempo, invita a los hombres a la conversión.
Que esta Iglesia esté presente y activa en la historia y la sociedad es percibido como intolerable por los ateos antivida y antifamilia.
Más precisamente, este ateísmo explota la confusión entre laicidad y laicismo. Por laicidad, se entiende comúnmente la separación de la
Iglesia y del Estado . Toda persona informada sabe que esta separación no causa problemas en los países democráticos. Por el
contrario, el laicismo es, en primer lugar, una doctrina racionalista de inspiración iluminista, atea y cientista, que se pone como objetivo la
eliminación de toda creencia cristiana y religiosa en general. Además, el laicismo es un conjunto de movimientos de acción que militan
para hacer triunfar este racionalismo antirreligioso en la sociedad. Se sabe que la francmasonería es uno de los principales vectores de
este laicismo. Lo que hace a la Iglesia intolerable a los ojos de los adeptos del laicismo, no son las invasiones del poder temporal sobre
el espiritual y viceversa; es el hecho que la Iglesia proclame que el Verbo de Dios se encarnó, y que el Dios que se reveló no es ni
indiferente ni ausente de la sociedad ni de la historia. En la medida en que la Iglesia resista a este laicismo, ella atestigua su vigor
espiritual y da testimonio del sentido pleno que Dios da a la vida de los hombres.
La celebración pagana de la muerte
La cultura resultante de la Ilustración deísta, prolongada por el ateísmo metafísico de Feuerbach y luego por el cientismo hizo que el
hombre se tome por su propio demiurgo, tanto en el plano de los individuos como en el plano de las sociedades. Esta cultura instituyó
una «liturgia» pagana en el curso de la cual la «muerte» de Dios es celebrada al precio de la muerte de los hombres que Dios llama para
siempre a la vida. Ahora bien, no se trata solamente de celebrar el «don de la muerte» en el aborto provocado, la eutanasia, la
experimentación científica que destruye vidas humanas. No se trata solamente de acabar con las fuentes fisiológicas de la vida a lo largo
de las campañas de esterilización masiva. Se trata también de instaurar disfunciones que destruyen todo el ambiente humano ordenado
a la acogida de la vida y a su celebración gozosa. Incluso la sociabilidad natural, reconocida en la Antigüedad, incluso las diversas
versiones de la Regla de Oro, proclamadas por todas las grandes tradiciones morales de la humanidad : todo lo que inclina naturalmente
al hombre a respetar y a amar a su semejante, todo esto debe ser destruido en nombre de la cultura de la muerte.
Repaternizar, rematernizar
Evangelium vitae analizó las raíces de lo que Juan Pablo II llamó la «cultura de la muerte» con una profundidad sin precedente. Desde el
doble punto de vista filosófico y teológico, la mayor originalidad de la encíclica es sin duda el haber analizado las cuestiones morales
relativas a la vida y a la familia remontando a las fuentes doctrinales que inspiran estas cuestiones. Es la puesta en evidencia de estas
fuentes que hemos querido privilegiar en el presente artículo. Convengamos: los dogmaticistas tienen mucho trabajo a realizar si se
quiere comprender bien el vínculo esencial entre teología de la creación y teología de la procreación.
No obstante, en la misma encíclica, Juan Pablo II no escatimó en las orientaciones pastorales concernientes al respeto de la vida y la
promoción de la familia (EV 92). Dos prioridades nos parece que se imponen aquí, y las mencionaremos brevemente. Es necesario en
primer lugar repaternizar a los padres, reenseñarles a los papás a ser padres y a ejercer su paternidad (EV 59). Es necesario luego
rematernizar a las madres, reenseñar a las mamás a ser madres y a ejercer su maternidad (EV 58, 99). El individualismo ambiente
reduce con frecuencia al padre a ser solo un individuo y un ciudadano más anciano que sus hijos. Ambos tienen los mismos derechos.
De ello resulta que el vínculo de solidaridad entre padre e hijos se debilita en la medida en que se marchitan la especificidad del padre y
la del hijo. Ocurre lo mismo con las madres: el papel de esposa no debe ser reducido al papel utilitario de formadora de hijos eficaces.
Por su misma naturaleza, la mujer es la primera a ser llamada a personalizar a sus hijos, y ella lo logra en la medida en que ella se
inclina a preferir las relaciones de amor a las relaciones utilitarias.
La «savia generosa» de Evangelium vitae
Al término de esta revisión, aparece claramente que la instauración de lo que Juan Pablo II llamó la cultura de la muerte es un
acontecimiento que se preparó desde hace mucho tiempo (EV12, 19, 24, 26). Evangelium vitae subrayó con razón que los ataques
contra la vida humana eran una ofensa a la dignidad del hombre, imagen de Dios. Fracasando a su proyecto de alcanzar a Dios, los
necrólatras, los servidores de la muerte, se dedican a destruir al hombre, que es la imagen de Él (EV 33s., 104).
Evangelium vitae no se limitó a recoger y a poner al día la enseñanza clásica de la Iglesia sobre la vida, la familia, la población. Su
originalidad resplandece en una frase que la resume y que nos queda confiada como un programa:
«Cuando se niega a Dios y se vive como si no existiera, o no se toman en cuenta sus mandamientos, se acaba fácilmente por negar o
comprometer también la dignidad de la persona humana y el carácter inviolable de su vida.» (EV 96)
Desconstruyendo la cultura de la muerte, la encíclica revela el sentido cristiano de la muerte tanto como el de la vida. Desde este punto
de vista, Evangelium vitae es un inmenso signo de esperanza (EV 67,97). Esta encíclica anticipó los problemas que iban a plantearse los
decenios siguientes a su aparición. Evocando Rerum novarum en el umbral de su encíclica Centesimus annus (n° 1), Juan Pablo II
escribía que «la rica savia que sube desde aquella raíz, no se ha agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha
hecho más fecunda.» Tanto igual de fecunda es la savia generosa de Evangelium vitae, encíclica profética cuya actualidad clarividente
es aún más evidente – si se lo puede decir – hoy día que en el momento de su aparición.
Preguntas o comentarios al autor
Si deseas consultar el artículo completo Creación y Procreación a la luz de Evangelium vitae
Descargar