CUENTO Al borde del barranco "Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias que tienden a ser infinitas." Jorge Luis Borges. E/ akph, "La otra muerte". Lujs Quintana Tejera* Yo estaba intrigado por toda aquella gente que observaba al borde del ba rranco. Frecuentemente pasaba por allí y dando una rápida interpretación a los hechos que veía, llegué a creer que estaban contem plando un partido de fútbol; sin embargo, mi teoría se derrumbó cuando, al pasar una fría no che de invierno, vi a varias personas compene tradas en el acto de recreación. Narciso Paredes me había contado que en uno de sus recorridos por Sudamérica, había oí do hablar de una extraña leyenda que parecía cumplirse a dada instante en uno de los caminos que conducen hacia la nostálgica Canela, en Brasil. Él me dijo: "En las noches de niebla y llenas de saudade de Canela, un fantasma ^da suelto. Atrapa a los transciíntes en medio de la niebla y los obliga a detenerse y a contemplar quién sabe qué cosa".^ Me atreví a trasladar los hechos relatados al extraño barranco de mi historia, me atreví a confrontar teorías y a suponer, al menos por un momento, que los hechos se repiten cíclica mente endiversos lugare.s del planew.^ ¿Por qué hombres, mujeres y niños miraban en lontananza mientras una extraña sonrisa atravesaba su rostro? quien relata los hechos, llegue a suponer que era tan sencillo como lo que acabade decir. El sábado siete de enero del noventa y cinco, regresaba a casa a las tres de la tarde y me detuve yo también al borde del barranco, con cierta timidez me incliné sobre el abismo, lancé mi mirada entre las mi radas de la gente, y quise contemplar algo más que el partido de fútbol que se desarrollaba entre gritos y patadas, quise ver el rostro macilento del pasado, quise ver a mi maestro de literatura universal, quise ver a mi primera amante... En fin, sepultado en la niebla de ese instante, no VI nada; una extraña sensación pareció apoderarse de mi en un mo mento, pero desapareció en seguida. Una mujer joven que estaba a mi lado lloraba; un niño pequeño que la acompañaba extendía sus brazos hacia el misterio; y una luz atrave saba la cancha, una luz lejana... Salí de allí tal como había llegado; quizás me acompañaba la certeza de que yo no pertenecía a ese grupo y de que no me eia dado contem plaren carne vivalo que otros veían con ilusión. Tiempo después se rae ocurrió volver al lugar de los hechos; me detuve a observara la ^nte que miraba, desee encontraruna clave y vi a una vieja india que esteba de espaldas al barranco, sentada, prepa rando su comida. Me acerqué a ella y antes de preguntarle me respondió; llegué hasta ella, y antes de sentir el misterio me llenó de él. ¿Cómo explicar lo que esa india me contó en un lenguaje de siglos que no contenía palabras?; ¿cómo decir tantas cosas que ella me mostió? Hace mucho, mucho tiempo -tanto que ni la memona lo retiene-, los españoles, comandados por el capitán Gonzalo Fragoso, habían atrapado a dos matlazincas acusados de robar y violar a varias mujeres Para responder a esta pregunta es preciso aclarar primero que no resultaba tan fácil como detener el auto y bajarse a ver lo que los otros de una población cercana. veían; en medio de la candida inteligencia de por qué. La justicia española procedió como tantas veces en estas tierras: matando antes de averiguar, castigando antes de saber a quién y * InvaligadoT dilaFamltad de Humaitidades de la UAÜM. 1. Yo no sé 51 Narciso Paredes cxisüó alguna vez. sólo sé ijue está en mí asociado amucho misterio, sólo sé que alguna vez se sentó con nosotros en el tomo de la panadería acomer chorizo con pan mientras veíamos con ternura ai viejo Lorenzo. 2, Recorriendo la avenida Insurgentes en México, me encontré en una esquina con la mirada insistente de una mujer, de una pobre yv.eja mujer, que me recordó con extraña lucidez k sonrisa patética de mi abuela en los días serenos de desvcntt.ra; Uegué apensar que al crear Dios alos hombres se aburrió de poncdes diferentes rostros, ylos empezó arepeüt, ylos reparüó por distintos lugares de la úerra para evitar terribles confusiones. lata* 348 CIEMCtA ER60 SUM 189* a l r d $ del b r r a n e o Ix)s pobres muchachos fueron torturados y muterialmente despedazados en el potro, mien tras su padre los veía sufrir y morir. Sólo un pensamiento anidaba en el corazón de aquel padre; ¿cómo lograr que la sangre de rramada cobrara venganza?, ¿cómo reclamar al futuro por la muerte innecesaria a manos de unos anónimos españoles? Fue en ese preciso instante que aquel padre les gritó a sus hijos que no murieran, que aguantaran el tormento, que mostraran a los hombresel caminoque ellos iban a seguir. Así sucedió, el legado sangriento fue hereda do por muchos seres humanos de la misma ra za, muchos que también hoy contemplan el pasa do y el futuro, en un acto que empieza entre las risas de los soldados, atraviesa por senderos en carne viva de su pasado inmediato, y termina en el presente en medio de la algarabía del fútbol. Materialmente preocupado por esos aconte cimientos que no acierto a comprender total mente, me comuniqué hace unos días con Mar- ciso Paredes y le comenté lo que sabía. Él me dijo que había soñado con un precipicio infini to, que había encontrado muchos gritos en él, que había buscado la clave que yo necesitaba, y que en el preciso instante que estaba a punto de entenderlo todo, algo se había borrado de pronto y los hechos observados habían retorna do a la nebulosa inicial. La conversación con Narciso me condujo a una segunda teoría; si yo había conseguido una determinada comunicación con la anciana matlazinca, ¿por qué no podría acercarme a al guno de los soñantes observadores y platicar con él en tomo a sus vivencias? Esta vez preferí ir de noche superando el pa tético terror que yo tengo a las tinieblas; era el lunes veintiocho de febrero del mismo año se- ñíilado; eran las 11:45 de la noche. Sólo había tres personas; una de ellas estaba sentada y se le veían las piernas voluptuosas, otro sonreía patético, y un anciano temblaba de frío mientras maldecía al abismo. Me acerqué al último de los nombrados; to dos es^aban lejanos, como drogados por el le targo del tiempo; me senté junto a él, en el frío de la noche, y miré hacia el infinito. No sé por qué si antes no había visto nada, ahora empecé a involucrarme con una serie de acontecimientos que llegaban hasta mí confusos y tardíos. Primero fue un hombre joven que se despedía de otro besándolo apasionadiimente en la boca. VOI S NUHCIIO Tfict, NavitHunf después una cárcel con las paredes llenas de sangre, un señor ya mayor agpnizando en medio de un infarto, un joven que entraba por primera vez al prostíbulo de la calle Canelones, muchos oficiales de policía acompañando el cuerpo inerte de un presidente... Me costó entender esas imágenes difusas, me costó relacionar con mi vida la de ese hombre que sufría por otro en el momento de la se paración, me costó mucho darme cuenta de que las imágenes estaban mezcladas, entender que se estaba abriendo para mí el velo de un pa sado extinguido ya, confundido con el pasadode quien estabaa mi lado. Pero tuve la fuerza suficiente para no distraerme y seguí mirando. Miré entonces en el profundo abismo, me separé de mi circunstancial compañero y me sentí solo. Vi una cama vacía, muchas manos aplau diendo en el momento de partir, un féretro y una lágrima derramada, un libro cerrado en la página amarga, un atardecer en la playa junto a una carpa vacía, muchas mujeres llorando mientras morían sus hijos, muchos espejos reflejando el lento caminar de la tropa, infinitos pai sajes que dibujaban unas manos blancas, una calle, una despedida, un regreso sin fin, un parque, una copla, médanos, horizontes, gatos, ra tas, bares, mujeres lúbricas, muerte, desolación... Cuando vuelvo a pasar por el barranco siento pena por quienes están sufriendo sus vidas, me atrevo a seguir pensando a pesar del misterio que unido a aquella luz que atraviesa el lugar, parece reflejar en medio de contrastes y sombras la ilusión de aquellos muchachos muertos en el suplicio, muertos, como alguna vez estaremos todos nosotros, más allá de los fantasmas de Canela, más allá del barranco y de la vida. CIENCIA ER60 $UM ♦ 349