uando se citaba la obra de algún poeta de su generación y posterior, él siempre tenía un poema metido en el arcón en el que el autor citado ensalzaba su paleta y le erigía sobre los démas y sobre la vergonzante cotidianidad. Relaciones'amistosas con Gregorio Prieto (I) Yo conocí a Gregorio Prieto Muñoz detrás de una mirilla en su casa de la Avenida del General Perón. hace quince o veinte años. Quedé muy impresionado cuando al llamar al timbre para ser puntual a la cita, esperaba que se abriera la puerta y Gregorio apareció tras una ventanuca que en principio me había parecido una de sus cuadros colgado en la pared del rellano. Aquel día estaba comiéndose una manzana golden con cuya mondadura se adornaba uno de los hombros. Aprecié los hechos como síntoma de genialidad, de imaginación de deseo de manifestar ambas cosas para marcar la diferencia entre los demás mortales, si entre los mortales están los pintores. El era así. como aquel primer día tras la mirilla que aparentaba ser un cuadro, y que aún hoy (cuando se cumple el primer año de su desaparición) al visitar la Fundación de su nombre, temo que me sorprenda apareciendo detrás de un molino con paisaje manchego al fondo, o que uno de sus -?mil?- retratos se convierta en aquel Gregorio ya maduro, que se negaba a hablar de ningún pintor vivo porque haciendo esta clase de ejercicios ponía en peligro su propia inmortalidad concepto fundamental si se quiere comprender la obra de varios autores de la Generación del 27. No obstante este gozoso encuentro y de otros sucesivos de los que algún día hablaré gracias aparte- si alguien me pregunta por ellos, Gregorio y yo nunca llegarnos a ser lo que yo entiendo por buenos amigos. Fueron muchas nuestras diferencias de apreciación sobre las cosas y los hechos. nos distanciaron ciertos abismos porque ni él creía que toda idea artística es intrínsecamente coaal, ni yo supe explicar mi obra de convicciones sociales para llegar así al punto de encuentro en el que los pintores y los escritores suelen hallarse, caso bastante frecuente entre unos y otros. el y yo en cambio sólo nos buscábamos para elevar el disparate sobre todos los conceptos y las formas convencionales. y de una manera natural nos divertimos junto a otras personas hablando de esas incongruencias que abrevian las tardes tediosas citadas por Machado y aún los días azules cantados por Juan Ramón Jiménez, también en la gloria de su pueblo natal. Sí hubo siempre una cosa que me molestaba mucho de él: me refiero a su sentido desmedido del narcisismo. Cuando se hablaba del té o de la hora del té. él decía tener fama mucho su sentido des-. medído del narcisismo ' de ser quien mejor preparaba esta bebida y lo subrayaba diciendo que el suyo era el té preferido por la Duquesa de Alba -hablo de doña Cayetanay de la famosa Paquita Rico. cuando se citaba la obra de algún poeta de su generación y posterior, ét siempre tenía un poema metido en el arcón en el que el autor citado ensalzaba su paleta y le erigía sobre los démas y sobre la vergonzante cotidianidad. Durante todos los años de relación con él, me costó mucho entender esta forma de devorado todo para alimentar su narcisismo cuando en el mejor de los casos no había lugar para ello. Pero hubo un momento de feliz entendimiento cuando me vine a Madrid a recogerle para llevarle a la Casa de Cultura de Ciudad Real -no puedo acordarme de cuál era ef fin- para asistir a un acto organizado por María Teresa González, en cuyo viaje se nos pinchó una rueda, oscuro ya el cielo, y mientras yo la cambiaba se arrodilló en la cuneta y se puso a rezar una salmodia valleindanesca pidiendo fuerzas y valor para mí, que era de quien dependía la feliz llegada a la Casa de Cultura de Fisac. Ese día -yo que soy de pocos rezos y sólo me acuerdo de Santa Bárbara cuando truena- le supe un hombre tierno, trascendental. que miraba con mucha confianza el cielo desgarrado del otoño de las afueras de Migueiturra. en cuyo horizonte se divisaba la cúpula italianizante y sobre ella una mancha de tinta. Todo era rojo menos él. que siempre supo ser el mismo. y por estos hechos supe verle desde entonces sin parámetros, valorarle como una persona sensitiva, inesperada. que daba por respuesta el 'no" cuando estaba deseando decir todo lo contrario. Mi enfado por ver insahrables nuestras diferencias se transformó en una forma &mica de entender sus reacciones. con las que aprendí a pasar momentos inolvidables viviéndolas y felicidad suprema al recordarlas o contarlas a terceros. Raúl Carbonell VIDA RELIGIOSA ~1 di, grande Termina hov el cid0 litúrqico con la fiesta de Cristo Rey, que Pío XI instituyó el 15 de diciembre de 1925. La descripción que el citado Papa hacía en su encídica Quas primas" de la situación del mundo parece tener presente la situación de nuestros días. Falta la paz en los pueblos; aumentan los odios y enemistades; se mantiene la inveterada lucha de clases entre obreros y patronos; la familia está minada en su misma raíz con la compción de costumbres y la masiva propaganda en favor del divorcio, del aborto, de toda clase de licencias sexuales. Por doquiera reinan la intranquilidad y la anarquía. A estos males se añade la despreocupación de las personas por cuanto atañe al orden espiritual. Todo se desacraliza y se materiadiza. Todo esto sucede porque la mayoría de los hombres se ha alejado de Jesucristo y de su ley santísima en su vida. La solución a todos estos males hay que buscarla en el reino de Cristo, en reconcer a Cristo como Rey. nadie puede sustraerse a su dominio absoluto, porque como Dios, es nuestro Señor supremo. Y porque Cristo nos rescató con su Sangre, El es soberano absoluto, universal y perpetuo de toda la humanidad. Hoy. en esta fiesta, la Iglesia nos ~resentaa Jesucristo en la e&na que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando venga a pedir cuentas a todos los hombres. Entonces vendrá con gloria, en ese día grande, en ese día de la verdad, en que todas las generaciones tendrá que presentarse ante El para ser juzgadas. En ese día grande se llevará a cabo la definitiva selección, como resultado de ese juicio definitivo, para la felicidad o desgracia eternas. Para esa selección nada valdrá que nosotros hayamos tenido un puesto influyente, nquezas, sabiduría, hermosura, aplausos de la gente... Todo eso no vale nada. Lo puramente humano estará de sobra. Solamente contará nuestro amor a Dios y al prójimo; efectivo, sacrificado, que se manifiesta en obras. 'Qué responderemos en ese día grande ante el Señor? No caben engaños, ni disimulos. Allí aparecerá claramente nuestro egoísmo, fariseísmo, materialismo, nuestra falta de espíritu, nuestra sincera caridad. Si queremos contamos entonces entre los escogidos por el Rey Supremo para el cielo, tenemos que cumplir en esta vida, ahora, fielmente su voluntad, la práctica de las obras de misericordia. Y no olvidemos que ese día grande el Juez que nos habrá de juzgar no será el Cristo maniatado y coronado de espinas, sino el Cristo resplandeciente de gloria y majestad a quien adoran los ángeles, los hombres y hasta los demonios. José Ballesteros