VIERNES 5 21’30 h. Día del Cine Club CIUDADANO BOB ROBERTS (1992) EE.UU. 102 min. Título Orig.- Bob Roberts. Director y Guión.- Tim Robbins. Fotografía.- Jean Lépine (Technicolor). Montaje.- Lisa Zeno Churgin. Música.- David Robbins. Productor.- Forrest Murray. Producción.- Live Entertainment – Miramax Films – Polygram Entertainment – Working Title Films para Paramount Pictures. Intérpretes.- Tim Robbins (Bob Roberts), Giancarlo Esposito (Bugs Raplin), Ray Wise (Chet McGregor), Rebecca Jenkins (Delores Perrigrew), Alan Rickman (Lukas Hart III), James Spader (Chuck Marlin), Helen Hunt (Rose Pondell), Susan Sarandon (Tawna Titan), Fred Ward (Chip Daley), David Strathairn (Mack Laffin), Peter Gallagher (Dan Riley), Pamela Reed (Carol Cruise) v.o.s.e. Música de sala: Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1940) de Orson Welles Banda sonora original de Bernard Herrmann Crítica del estreno: Deslumbrante y audaz ópera prima la de Tim Robbins, sátira enérgica y feroz de la realidad norteamericana contemporánea. CIUDADANO BOB ROBERTS es una obra maestra del cine contestatario, un contundente puñetazo al más hipócrita conservadurismo estadounidense. Robbins nos describe la escalofriante ascensión de un carismático político, Bob Roberts, para senador del Estado de Pennsylvania, un yuppy cínico y fascista, un maquiavélico businessman, que reniega de los valores de las generaciones pacifistas e izquierdistas pero que no duda en utilizar las “armas” de sus enemigos, la canción folk, para propugnar mensajes que a Bob Dylan provocarían arcadas de muerte: Roberts adjudica la responsabilidad de los males de América a los parados, los drogadictos y demás marginados del milagro económico, mientras él mismo trajina oscuramente en todo tipo de tráficos ilícitos. Montada juguetonamente como si se tratase de un documental de “cine directo” a lo Barbara Kopple, la película discurre como una bala cargada con nerviosos travellings cámara en mano iluminados a antorcha, “espontáneas” secuencias de persecución a la caza de acontecimientos imprevistos e inclusión de variados documentos que arrojen luz sobre el personaje (actuaciones musicales, grabaciones televisivas, video-clips). La pretensión de Robbins es describir a Bob Roberts sin un ápice de condena o condescendencia, con la mayor objetividad posible (y en ese sentido, su interpretación es modélica, rechazando cualquier distanciamiento “brechtiano” ante personaje tan antipático), sin tratar de conducir los pasos del espectador, sugiriendo irónicamente pero nunca con subrayados gratuitos. A veces, no hay mayor provocación que dejarle al público sacar sus propias conclusiones. La treta del falso reportaje le funciona a Robbins con garra wellesiana, digna del arranque inmortal de Ciudadano Kane y del frenético eclecticismo formal de Mr. Arkadin; con sus vericuetos cargados de sorpresas, este documental envenenado engancha la atención con el suspense de lo verídico, se diría que estamos asistiendo, en efecto, al desarrollo de una verdadera true storie de la corrupta vida política norteamericana. Independientemente de si Tim Robbins sigue dirigiendo cine o no, CIUDADANO BOB ROBERTS significa el nacimiento de un gran cineasta, rotundo, vigoroso y regocijantemente moderno Texto: Daniel Monzón, rev. Fotogramas, diciembre 1992. Reseña –diecisiete años después- (2009): Bob Roberts es un entusiasta de la esgrima, poeta, cantante folk, hombre de negocios y candidato republicano a senador por Pensilvania. Terry Manchester es un documentalista británico que realiza una película sobre la campaña electoral de Roberts. Ni Roberts ni Manchester existen en realidad. A Roberts lo interpreta un actor suficientemente conocido, Tim Robbins, director asimismo de la película de ficción que escenifica la película documental. A Manchester lo incorpora Brian Murray, un actor bastante menos conocido de origen sudafricano. CIUDADANO BOB ROBERTS se presenta en los créditos del comienzo como “un documental de Terry Manchester”, por lo que se acoge a la modalidad del falso documental asumiendo desde el primer momento el engaño, a diferencia de otros títulos pertenecientes a esta hibridación, ya que el espectador reconoce a los actores (Robbins, Alan Rickman, James Spader, Ray Wise, David Strathairn, Giancarlo Esposito, Jack Black, Susan Sarandon, Helen Hunt, Peter Gallagher, Fred Ward, John Cusack). En todo caso, mejor considerarlo un film con estructura de reportaje televisivo: la personalidad de Bob Roberts, el característico político reaccionario y populista, es mostrada a través de la campaña electoral trufada de entrevistas, los mítines, conciertos, visitas a hospitales, reuniones con sus colaboradores, entrevistas breves con familiares y amigos que nos reconstruyen parte de su infancia y juventud, videoclips de sus canciones, comentarios informativos, recortes de prensa, debates televisivos con el senador Paiste, su oponente (encarnado por el escritor Gore Vidal), que también es entrevistado varias veces a lo largo del filmreportaje, las charlas de Manchester con Bugs Raplin (Giancarlo Esposito), activista de izquierdas y azote de Roberts, y la voz del narrador que explica detalles más íntimos de su vida en primera persona, opinando más que informando. De este modo se obtiene un retrato poliédrico de la personalidad de Roberts: el falso documental se limita aparentemente a informar, pero la película de Robbins que cobija a ese documental es una crítica acerada planteada siempre desde la ironía en torno a determinados fenómenos políticos, sociales y culturales estadounidenses. El film fue realizado en 1992, poco después de la primera guerra del Golfo, y aunque se ceba en la política del Partido Republicano (George Bush padre llevaba entonces las riendas de la Casa Blanca), procura una radiografía más amplia sobre el poder político en tiempos de esquivas y sintomáticas democracias. Robbins, en calidad de guionista, modela con inteligencia su personaje. Carga las tintas deliberadamente, presentándolo como un tipo contrario a las drogas, los indigentes, el aborto, los comunistas, los árabes y los hippies, favorable a la bomba nuclear y a la idea tradicionalista de la familia; nada que no contemplen los presidentes republicanos que ha tenido el país en las últimas décadas. Pero Roberts, o sus asesores, se reserva un as en la manga. Su idea es la de convertirse en el conservador rebelde. La opción maquiavélica del personaje, para la que dispone de una poderosa maquinaria mediática, es la de adoptar la imagen y la manera de pensar de un rebelde para reescribir la historia americana de los sesenta. Esa es la interpretación que da una entrevistadora de raza negra, la única que se enfrenta a Roberts a lo largo de todo el metraje. Y pone el dedo en la llaga: el protagonista domestica la vieja rebeldía contestataria y pone en la picota con inteligencia algunos códigos de valores sobre los que se ha cimentado la historia estadounidense reciente. No es de extrañar que en el arsenal sarcástico de Robbins aparezca en primer plano la figura de Bob Dylan, icono de aquellos rebeldes sesenta. En un momento de la película, cuando se pasa revista a la vida de Roberts con técnicas de reportaje televisivo tradicional, se nos informa que apareció en el mundo de la música en 1987, tres años antes de su eclosión política. Lo hizo con un primer álbum titulado “The Freewheelin' Bob Roberts”, título que es un remedo del segundo disco de Dylan, “The Freewheelin' Bob Dylan”. En la portada aparece andando por un barrio de clase obrera, solo con la funda de su guitarra, mientras que la foto de portada del disco de Dylan es en un decorado similar, aunque el cantante está acompañado de una muchacha. Cuestión de matices. Para la vieja crítica musical forjada en los sesenta, el debut de Roberts era una diatriba corrupta e injusta hacia aquella época. Para la crítica de izquierdas, Roberts es un payaso criptofascista. El segundo álbum, “The Times Are Changin' Back” es una contestación en toda la regla al tercero de Dylan, “The Times They Are A-Changin'”, y contiene temas como “Don't Vote” y “Retake America”. El sello que los edita se llama Pride Records (Discos Orgullo), y ese es el lema al que se acogen los fanáticos seguidores de Roberts, quienes son capaces de matar por él y velar durante días y noches cerca del hospital donde ha sido ingresado tras sufrir un atentado. Precisamente después del (falso) atentado, el último gesto maquiavélico para ganar las elecciones convertido en mártir de la causa, Roberts edita su tercer disco, “Bob On Bob” -por el “Blonde On Blonde” dylaniano-, que triunfa como elemento catártico. En esos momentos, Roberts no duda en cantar estrofas edificantes como la siguiente: “Las drogas me dan asco, las drogas me ponen enfermo. No te enganches y lleva siempre una soga a mano. Cuélgalos bien alto para que este país no se enganche”, lo que es una bárbara, consentida y televisada apología de la ley del lynch a las puertas del siglo XXI. El toque supuestamente moderno lo pone una canción de acento hip hop en su repertorio, “Wall Street Rap”, cuyo videoclip es idéntico a uno incluido en el famoso documental de D.A. Pennebaker sobre Dylan. Roberts convierte las estrategias de mercado en estrategias políticas. CIUDADANO BOB ROBERTS asume unos modos narrativos más clásicos de lo que su apariencia de falso documental parece indicar -el retrato de una campaña electoral ya era el eje de El candidato, de Michael Ritchie, un film progre de los setenta con cierto regusto capriano-, pero lo mejor de su discurso es que el itinerario del personaje refleja otros itinerarios reconocidos y creíbles pese al desmesurado tono paródico que algunas de sus secuencias comportan. Robbins se aproxima a la realidad a través de la distorsión, lo que nos lleva a pensar que la verdad es casi siempre, al menos en política, un reflejo deformado. Las secuencias de las actuaciones musicales de Roberts son esenciales en la película. Es allí, sobre un escenario y con una guitarra, ante una audiencia entusiasta o frente a un público que duda de su talento y de su mensaje, donde el candidato se muestra más serio, poderoso y comunicativo. Le pueden vencer en algún debate, pierde los papeles frente a una cámara de televisión, no sabe qué contestar al incordiante Raplin cuando lo acribilla a preguntas comprometidas en la calle y se enfada airadamente con sus colaboradores y guardaespaldas al producirse el más mínimo accidente, pero en el escenario, su estado natural, Roberts apabulla y arrasa. Las secuencias de conciertos de CIUDADANO BOB ROBERTS, vistas hoy, colisionan abiertamente con las imágenes del reciente CSN&Y Déja Vu, el documental realizado por Bernard Shakey (seudónimo de Neil Young) a partir de la combativa gira de conciertos anti-Bush realizada por Crosby, Stills, Nash and Young. En este film, la mayoría de la gente que acude a los conciertos del veterano cuarteto protesta enérgicamente porque no quieren consignas políticas, sólo canciones de rock y de folk. Young documenta así el propio rechazo hacia su música y sus ideas por parte de aquellos que durante años le han seguido, lo que genera un curioso debate en torno al rock y la política. En CIUDADANO BOB ROBERTS, el efecto es diametralmente opuesto: la gente acude enfervorecida a las actuaciones de Roberts porque quiere escuchar de primera mano esas consignas. Si los asistentes a los conciertos de Crosby, Stills, Nash and Young, teóricamente de izquierdas, o liberales, abogan por la neutralidad del rock, los espectadores de las actuaciones de Roberts, de derechas, conservadores, saben que el rock -como bien han demostrado algunas figuras musicales con sus adhesiones a Obama- puede alimentar y vehicular consignas e ideas. Esa es una notable diferencia puesta sobre el tapete por dos películas distintas realizadas por cineastas del mismo signo político. Es precisamente en una actuación, la última de la película, donde Robbins rompe por fin con la idea del falso documental y desenmascara, desde fuera, la ficción. El cineasta se impone al punto de vista del reportaje al realizar un lento travelling de acercamiento hacia Roberts; ahora filma Robbins y no el falso Manchester. Este movimiento de cámara se detiene justo cuando vemos cómo uno de los pies del protagonista se mueve al compás de la música que está interpretando. Es una idea heredada de Hitchcock, cuando en Inocencia y juventud realizó aquel solemne travelling con grúa que se detenía en un primer plano del batería de una orquesta justo cuando empezaba a mover nerviosamente uno de sus ojos, el tic por el que le reconoceríamos como autor del crimen. Pero aquí tiene otro significado. Roberts ha fingido su propio atentado. Tras varias semanas internado, reaparece como un mártir, paralítico de cintura para abajo y postrado en una silla de ruedas de por vida, y ese es el gesto definitivo que le lleva a ganar las elecciones. El travelling nos desvela la falacia con la imagen de ese pie que se mueve rítmicamente y que ninguno de los espectadores del concierto puede ver. Es un plano del documental en que se ha transformado desde el primer momento la película, pero también el único perteneciente verdaderamente a los dominios de la ficción, ya que CIUDADANO BOB ROBERTS es un engaño cimentado en los mil y un engaños del sistema y de la realidad política. Texto: Quim Casas, “El conservador rebelde: Ciudadano Bob Roberts”, en dossier “Cine U.S.A. y política”, rev. Dirigido, febrero 2009.